Impresiones y recuerdos / Luciano Rivera y Garrido.

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LUCIA.NO RIVERA Y GARR.1DO
IMPRESIONES
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Este libro fue Digitalizado por la Biblioteca virtual Luis Àngel Arango del Banco de la República, Colombia
Publicación del Ministeri<t
de Educación de Colomb~
,,,,,,preso en la Editorial A. B C.-Bogotá, I946•
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IX
MEMORIAS DE UN COLEGIAL
La corta campaña de los primeros meses del año
de 1860 dejó a mi padre poco menos que ~rruinado,
como que fue uno de los hacendados que mayores
perjuicios recibieron con la guerra. No obstante, anheloso de que yo aprendiera alguna cosa y me desarrollara en el seno de una sociedad culta como la de
la capital, sueño dorado y ambición la más grata que,
con respecto a sus hijos, alienta en el ánimo de todos
los padres de familia en Provincia, asintió gustoso a
las insinuaciones de mi tío Antonio, que manifestaba
interés por mi suerte y, en consecuencia, le confió el
cuidado de llevarme a Bogotá, sin parar mientes en los
sacrificios que tendría que imponerse para el logro
de .sus generosos propósitos.
. No intentaré describir la escena dolorosa de mi
separación de la casa paterna. Mi pobre madre y mis
hermanos me abrazaban sollozando; y al impartirme
su bendición, mi padre, a quien no había visto llorar
nunca, tenía el rostro bañado en lágrimas. ¡Cuán profunda fue la impresión que ese llanto dejó en mi
almal
Al principio del viaje estuve muy triste, pues
era aquélla la primera vez que me separaba a larga
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LUCIANO llIVnA
y
GAlUUDO
distancia del hogar y de la familia; y como fui siempre apegado a mi buena madre, cuyas demostraciones de una ternura sin límites recibía a cada instante,
padecí en esos días lo que no es decible. Pero, desde
que entramos en la montaña del Quindío, la novedad
de aquellas cordilleras altísimas, cubiertas en sus crestas superiores por los albas mantos de las nieves eternas; los inmensos palmares, majestuosos y solitarios
como antiguas basílicas; las variadas y magníficas aro
boledas; los aterradores abismos, por cuyos angostos
bordes pasaban temblando nuestras cabalgaduras; el
solemne silencio en que parece complacerse la natu·
raleza en las soledades de los páramos, y los mil accidentes del paisaje, diversos a cada revuelta de la seno
da, produjeron notable entretenimiento en mi ánimo y alejaron algún tanto la sombría tristeza que me
agobiaba y atraía las burlas de mi tío, espíritu positivo, SIlos hubo.
Si las llanuras y las selvas del Valle del Cauca habían cautivado mi atención desde niño, el espectáculo
agreste y variado de la montaña no me impresionó
menos. Una flora y una fauna enteramente nuevas se"
ofrecían a mi vista; y como siempre fui dado a los
desvíos quiméricos de la imaginación, creía ver en mi
paso al través de la cordillera central eJt'principio de
esos viajes fantásticos con que había soñado mi mente desde la infancia. Las cuestas interminables y las
fragosas travesías, cortadas a cada paso por tremedales profundos; las casitas de los campesinos antioqueños, que entonces empezaban a poblar los baldíos de
la sierra; los torrentes despeñados, que lanzapan los
chorros de sus límpidas aguas entre hondos cauces de
de lajas y pedrejones; la inmensa variedad de flores
en que las orquídeas dominaban como reinas y cm·
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IMPRESIONES
y RECUEIlOOS
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balsamaban el ambiente con aromas suaves como los
dd estoraque y del incienso; las variaciones musicales
del canto de avecillas desconocidas, eran otros tantos
motivos de embeleso para mi alma de niño soñador.
En medio de la noche oía sobresaltado la voz sonora y misteriosa de la montaña, grito singular de la
naturaleza salvaje, que hacía llegar hasta ,mí el lejano
y pavoroso acento de sus extrañas entonaciones ... La
luz descolorida 'de la luna, velada por nubes pardas y
muy. bajas, daba una apariencia fantástica a las moles enormes de la cordillera y hacía aparecer los árboles más altos y profusos; a lo lejos rodaban las espumosas corrientes del Tache y el Quindia, que se
descolgaban por entre breñas, salpicando con los diamantes líquidos de sus aguas la lama y los helechos,
terciopelo y encajes que decoran las orillas sombrías;
el viento helado zumbaba entre las ramas de los cedros, y la inmensa y triste soledad de ese conjunto
rudo y bravío, pesaba sobre mi alma infantil como un
manto de plomo ...
En aquellos tiempos ocurría aún la necesidad de rúdear de hogueras el rancho o el toldo en que pernoctaban los viajeros, para precaverse de los ataques
de los tigres que, atraídos por los relinchos de las
caballerías, solían subir del fondo de las selvosas ea.
ñadas hasta las empinadas serranías por donde serpeaba la fragosa senda. Ya puede presumirse qué clase de escenas terribles fraguaría mi mente en presencia de semejantes precauciones... 1
Cinco días después de haber entrado en la montaña
avistamos las extensas y tostadas llanuras del Valle del
Tolima, y en la tarde de la última jornada llegamos
a la simpática y alegre ciudad de Ibagué.
Es Ibagué, sin duda, una bonita población. Vista
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LUClANO
JlIVZRA
y
GARRIDO
desde las alturas de La Palmilla, constituye con sus
dilatados horizontes un panorama seductor, que recuerda, hasta donde es posible, los paisajes de la alta
Italia, en su aspecto de estío. Los mayores atractivos
naturales de Ibagué se encuentran principalmente en
10 pintoresco de sus inmediaciones, ya se contemple
el cuadro hacia el lado de las montañas, ya hacia las
llanuras, cruzadas en diversos sentidos por sendas
amarillas. El Combeima, encajonado en un valle profundo y angosto, se precipita turbulento y sonoro al
pie de la vertiente oriental de los Andes del centro y
va a formar más adelante el principal encanto de un
admirable paisaje que se desarrolla al suroeste dellugar. La masa imponente de la montaña que se levanta
a espaldas de Ibagué, enriquece la perspectiva con la
majestuosa apariencia de sus colosales cimas; y la profusión de aseadas y atrayentes casitas, diseminadas sobre las faldas y en las hondonadas y arrugas de la serranía o en la llanura, todas al abrigo de guayabos y
cañaverales, caracteriza singularmente el cuadro, eomunicándole alegría y belleza.
- En tres jornadas subsiguientes atravesé las áridas
llanuras del ChiPalo y de Piedras, salpicadas a trechos distantes por grupos de palmeras y risueñas casitas; pasé el majestuoso Magdalena en frágil canoa;
ascendí los primeros contrafuertes de la cordillera
oriental, medio ahogado por el calor y la sed; apenas
me detuve cortos momentos en la importante ciudad
de La Mesa; y al expirar una tarde bella y serena, lle·
gué al sitio denominado "Tenasusa".
La habitación de "Tenasuca" era en esa época una
casa grande, pajiza, impagable asilo para los fatigados caminantes. Era propietaria de esa posada una
amable señora llamada Doña Rosa, infeliz protago-
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IMPRESIONES
y RECUERDOS
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nista en una dolorosa aventura que me fue referida.
la noche en que permanecí allí y conmovió hondamente mi corazón de niño.
La señ.oraRosa tenía una hija, primorosa criatura
de seis añts, gordita y sonrosada, con ojos color de cielo costeño y cabellos muy rubios y cresp?s: un verdadero serafíi).,a quien sus padres amaban con delirio.
Una tai'de, loh tarde desgraciada!, en la cual el esposo de la señora asistía a unos trabajos de desmonte,
establecidos un tanto arriba del sitio ocupado por la
casa, que, a SU vez, se hallaba edificada en el fondo
de una garganta profunda, al lado de cristalina fuente y entre dos elevados ramales de la cordillera, quiso llevar personalmente los alimentos a su marido,
para evitar a éste la. molestia del viaj~ a l';l casa. Con
tal mira envió adelante a Natividad (era éste el expresivo nombre de la niña). Cualquier motivo detuvo
a la señora algo más de un cuarto de hora en la habitación; y en seguida emprendió la marcha tras de
su hija. Cuando llegó al sitio donde habían establecidos los trabajos, el sol descendía ya al ocaso.
Como no ve a la niña por ningún lado, pregunta.
por ella a su esposo,y éste la responde que aún no ha
llegado. Ambos empalidecen, sobrecogidos por horrible presentimiento de desgracia... Devuélvense a
la casa, registran por todos lados; unidos a los peones, escudriñan el enmarañado bosque; exploran matorrales y levantan peñascos; investigan el 'curso del
vecino torrente; y las cuatro de la mañana siguiente
los sorprenden vagando desolados por aquellas serranías frígidas y entre esos barrancos pavorosos, sin que
hayan podido descubrir las huellas, siquiera, de la
desventurada criatura. Aquellos pobres padres estaban
medio dementes: pedían su hija al cielo, a la tierra y
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LUCIANO RIVERA y GARRIOO
...
a los VIajeros
matma 1es que d escen d'Ian de la Sabal' J
na o subían hacia ella; y éstos, atónitos ante el aspecto!
de los infelices padres, no saben qué responder: cielo,
naturaleza y hombres no pueden devolverIes su hija
idolatrada; y al fin, tanta pesadumbre se resuelve en
raudales de llanto.
¿Qué se hizo Natividad ... ? ¡Parece cosa de encantamiento! Treinta años habían pasado cuando me fue
referida tan extraña historia, y la fuente de lágrimas
no se había agotado en los ojos de los desdichados
padres. Treinta años se habían sucedido los unos a
los otros con la impasible regularidad que caracteriza
la marcha del tiempo, y en tan prolongado espacio no
había podido averiguarse el paradero de la pobrecita
niña. Un cuarto de hora fue suficiente para que se
consumara la singular desaparición; y completamente inútiles fueron los esfuerzos y los sacrificios de dos
padres tan amantes, para descubrir el espantoso misterio. Las conjeturas fallaron; los recursos se extinguieron; todo cuanto una voluntad firme y decidida
puede suministrar en forma de acción infatigable
para obtener un fin determinado, fue puesto en práctica: se gastaron sumas ingentes; se enviaron emisarios a diferentes Provincias de la República; el Ministerio de Relaciones Exteriores tomó cartas en el asunto, y, no obstante tan multiplicado y costoso afán,
nada volvió a saberse de Natividad. ¿Podrá negarse,
en vista de hechos como el que refiero, que la más
inverosímil de las novelas es la historia ... ?
*
*
Gran curiosidad llevaba yo de conocer la Sabana de
Bogotá, famoso territorio que llena con su nombre
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· IMPIlESIONES
y
RECUERDOS
los ámbitos de la República, y por lo que se refiere
a la hermosa ciudad que en él reina como sultana seductora, parecíame que no habría de llegar el momento en que mis ojos pudieran contemplada.
Creo que si se exceptúa a París, en su condición de
capital admirada y querida por los habitantes de
Francia en general, difícil será encontrar otra ciudad
que, como Bogotá, goce de mayor popuIaridad e influencia en el ánimo de los respectivos nacionales. Su--.
primir a Bogotá en Colombia, equivaldría a decapitar la nación. En el extenso y pintoresco Cauca comoen el rico y laborioso Antioquia; en los populosos Boyacá y Santander como en. el industrioso y simpático
Tolima y en los departamentos importantes que baña
el mar Caribe, el nombre seductor de Bogotá goza de
mágico prestigio; y así como ningún musulmán se
,consideraría completamf;nte identificado con el espí-ritu de su religión, en tanto que no hubiera puesto
los labios una vez, siquiera, sobre el suelo sagrado de
la Meca; así ningún colombiano estará satisfechomientras que no haya hecho una visita, por lo menos, a la señora de las altiplanicies andinas. Nada más
natural y puesto en razón; por lo que protestar contra tal atractivo sería dar muestra de insensatez, pues
la importancia histórica de la capial; el papel preponderante que viene representando desde los tiempos.
del descubrimiento y de la conquista; la belleza singular y severa del magnífico territorio geográfico que
domina como una reina del oriente, reclinada sobre
los cerros de Guadalupe y Monserrate; la espiritualidad y cultura que distinguen a sus habitantes, justifican esa influencia y explican aquella popularidad.
Bogotá ~o tiene, ni podrá tener nunca, una rival seria
en toda la extensión de la República.
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LUCIANO
RIVERA
y
GARRIDO
Ahora bien, si en los hombres formados y hasta en
les ancianos produce Bogotá un entusiasmo tan considerable, ¿cuál no producirá en el espíritu de los nifíes de Provincia, y cuál no causaría en el ánimo de
un muchacho tan visionario y tan quimérico como
el autor de estos apuntamientos ... ? Fue, pues, con
un sentimiento de íntima satisfacción como, al salir
a la Boca del Monte, vi desarrollarse ante mis ojos el
inmenso y espléndido panorama de la Sabana. Entonces no conocía yo el mar y, por consiguiente, la impresión de sorpresa fue completa. Y diré por qué: el
mar es, quizás, lo único que da al hombre la idea de
la belleza en la extensión, y es la sola cosa, después
del cielo, que simula lo infinito. A falta del mar, espectáculos como el Desierto, los Llanos de Casanare
o la Sabana de Bogotá, constituyen aquello que mejor
hace concebir el pensamiento de lo ilimitado.
Aquellas llanuras dilatadísimas de la Sabana, regulares y niveladas como si la mano del hombre, auxiliada por instrumentos matemáticos, se hubiera propuesto igualarlas hasta el extremo de no hacer de to<das ellas sino una sola mesa, pero ¡qué mesa!, esas
ciénagas azules que, de trecho en trecho, interrumpen con sus lampos de plata la uniformidad verdegris de la planicie; las apartadas y áridas serranías, cenicientas como moles de pizarra; y todo ese conjunto,
monótono si se quiere, pero interesante por su singularidad, alumbrado por la luz cruda de un cielo purísimo, formaron para mí, hijo de los bosques y de la
naturaleza variada y múltiple, un espectáculo enteramente nuevo, caracterizado por la majestad silenciosa
y solemne que sólo se encuentra en las regiones elevadas de nuestras cordilleras.
En el paraje denominado Balsillas terminaba en-
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y RECUERDOS
tonces el camellón macadamizado de la Sabana y hasta allí llegaban vehículos de ruedas. En esos sitios componían el paisaje cerros arenosos, piedras enormes,
.calcinadas como las que arrojan l~s volcanes, vallados
cubiertos de cactus y revueltas interminables por entre barrancos, todo de un aspecto árido y desierto,
impropio para regocijar el ánimo. Sólo de distancia
en distancia se veía alguna casuca de tierra negra, habitada por indios de sórdida apariencia. El frío se
hacía sentir con tal intensidad en esas alturas, que
.casi me impedía hablar, y el viento helado e impetuoso me abrasaba los 'labios y me producía entontecimiento. Desde aquellas eminencias apenas se distinguía a Bogotá como una confusa agrupación de puntitos rojizos que formara mancha en el confín del
vastísimo horizonte, al pie de los cerros clásicos de
Monserrate y Guadalupe, cuyas cimas desnudas coronaban dos motitas blancas: los dos templos levantados allí por la piedad católica.
Interminables llanuras desprovistas de árboles y monótonas en su aspecto general por la igualdad de su
"Conformación; casuchas de tierra con techo de paja.
11abitadas por gentes vestidas de frisa; vastas dehesas
cubiertas de ganados y deslindadas unas de otra por
zanjas muy anchas o vallados de ramas menudas; hermosas casas de teja con portadas de ladrillo, en comunicación entre sí por avenidas de' sauces y rosales; y
como horizonte, en contorno, a la derecha, a la izquierda, adelante y atrás, la extensa Sabana, ilimitada perspectiva, verde aquí, amarillenta más allá, gris
en seguida, parda más lejos, azul descolorido en los
·confines extremos ... y sobre esa planicie, dilatada
y serena como lago inmenso de apartadas orillas, un
"ieIo pálido cQn reflejos de acero. Tal era el cuadro
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RIVERA
y GARRIDO
que por primera vez contemplaban mis ojos. En el
fondo, hacia el oriente, al pie de empinada serranía"
y entre los amarillos desgarran es de la escarpa, se presentaba ya distintamente Bogotá, en la forma de una
acumulación considerable de tejados plomizos y rojos, en medio de los cuales sobresalían las torres ge··
melas de la Iglesia Metropolitana, la cúpula de San
Carlos, el edificio de la Casa Consistorial, el Observatorio Astronómico y otras construcciones con cuyos,
nombres y apariencia estaba familiarizado por los grabados de algunos de mis libros, las conversaciones de
mi padre y la charla de los chinos. ¡Cuán lejos estaba
ya de todas esas cosas ... !
. El día era claro y hermoso, y yo me sentía muy contento. Como por casualidad acertó a ser víspera de
mercado, el camellón no cabía de gentes, caballos y
vehículos de toda clase, lo que era para mí un espectáculo nuevo y variado, como que yo no conocía carros, ni jamás había visto ómnibus ni carruajes d('
ninguna naturaleza. De las gentes, unas iban para la
capital, otras regresaban de ella, y todas pasaban a
mi lado galopando incesantemente. Pesados carros,
colmados hasta más allá de los topes con cuanto la fe·
raz tierra de la Sabana y sus aledaños cálidos producen, y arrastrados por parejas de bueyes enormes, se·
dirigían con lentitud hacia la ciudad, produciendo, al
rodar, monótona y desacompasada resonancia que iba
extinguiéndose hasta perderse del todo a medida que
se alejaban. Los ómnibus pasaban aprisa, cargados de
viajeros que parecían contentos y felices, pues en su
mayor parte eran jÓvenes y señoritas elegantes que
acaso se encaminaban a jiras campestres.
De vez en cuando encontrábamos grupos de arejanes montados en briosos corceles, con grandes somJ
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IMPIJ.ESIONES
y llECUERDOi
breros de paja, ruana de paño, anchísimos zamarros
-de piel o de tela encauchada, y espuelas de descomunales rodajas, que con el movimiento del añdar iban
resonando chis, chas, chis, chas, al compás con los estribos y el freno; y más adelante se cruzaban con nos>otrosindios e indias, unos y otras con grandes ruanas
y sombreros de ramo, montados en bueyes, sobre enjalmas, y, lo que era más curioso que todo. para mí.
que nunca había imaginado semejante cosa, al galope
de tan extrañas cuanto pesadas cabalgaduras.
Una de las cosas que más grata impresión' producían en mi ánimo era el semblante de los habitantes
de la Sabana. Oriundos de un país cálido, donde predominan, naturalmente, los semblantes pálidos, aquellas fisonomías sanotas y redondas de las mujeres y de
los niños, de un encarnado vivo como el de las man-,
zanas en sazón; las caras de los campesinos sabaneros.
rojas como sólo las he visto después en París en el gremio de los cocheros; la vivacidad en las miradas. la
animación y el brillo de la salud en todos los rostros.
debido ,esto, sin duda, a la benéfica influencia del cli:·
ma, me causaban sorpresa y complacencia.
Media legua antes de llegar a la capital el camellón partía en línea muy recta y dejaba a uno y otro
lado hileras de coposos sauces, al pie de los cuales se
veían anchas.zanjas sombreadas por curubos y rosales
que embalsamaban el ambiente con el suave aroma
de sus flores ... El movimiento de las gentes aumentaba gradualmente; vehículos de diversas clases se
.cruzaban en uno u otro sentido; paseantes de ambos
sexos y de diferen'tes edades recorrían aquellos sitios.
y todo hacía comprender que entrábamos en una gran
dudad ...
Al llegar al sitio "denominado El Paréntesis (mura-
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LUCIANO RIVERA y GARRIDO
llitas semicirculares de piedra, que encierran unil\
fuente pública en la forma indicada por aquel nombre) un apreciable caballero bogotan0 que se había
unido a mí desde "Cuatro-esquinas", ya quien yo había comunicado el objeto de mi viaje a la capital, me
dijo, mostrándome hacia la izquierda un extenso edificio de teja, que tenía el aspecto de una gran fábrica,
coronada por doble fila de claraboyas, en cuyos vidrios reverberaba el sol:
-Ahí tiene usted, mi amigo, el Colegio de los señores Pérez Hermanos, donde va a ser colocado para
hacer sus estudios.
Inexplicable sentimiento de angustia oprimió mi
corazón al oír aquellas palabras ... El dulce recuerdO'
de mi madre trajo a mi alma algo como el calor de
alas que abrigan y defienden de peligros desconocidos ... Sentí que las lágrimas se agolpaban a mis ojos;
y si no hubiera hecho un esfuerzo supremo, habría
prorrumpido en sollozos.
*
* *
El Colegio de Pérez Hermanos gozaba de grande y
merecida reputación en toda la República. Dirigía
ese importante establecimiento el señor don Santiago
Pérez, hombre público notabilísimo, que desempeñó
posteriormente un brillante papel en la política del
país y ocupó el solio de la primera magistratura de
Colombia. Muy joven descolló como poeta eximio, y
después fue reconocido unánimemente como uno de
los mejores escritores suramericanos.
En la época en que tuve la honra de ser alumno del
Colegio de Pérez Hermanos era don Santiago un hombre de treinta años, poco más o menos; de estatura
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mediana y más bien fornido que grueso; de tez mo-·
rena, pálida y muy limpia; ojos negros, de serena y
firme mirada; barba espesa y cabellos abundantes Y'
lacios, negros también y peinados con esmero; correc-·
to en el vestido, que lo llevaba siempre de color oscuro; y de andar corto y acompasado. A las veces se
le veía en sus habitaciones privadas y dentro del establecimiento con la cabeza cubierta por un gorro
griego de terciopelo negro con bor·la de seda.
lovial y festivo por lo común, como que ni en los
momentos en que las circunstandas de su posición lo .
obligaban a ser severo, se mostraba iracundo, solía
recorrer a paso menudito y acelerado los salones a la
hora de estudio, canturreando a media voz una tona.dilla que le era familiar, y mirando la cara a los estudiantes, uno por uno, animado por un visible propósi-.
to de observación persistente. De vez en cuando prodigaba papirotes a los cachifos, por vía de broma afec-·
tuosa, pero evitaba con cuidado intimar con los patanes.
Pocos hombres han nacido entre nosotros con me··
jores y más especiales dotes para el ejercicio del noble profesorado de la educación y la enseñanza, que
el señor Santiago Pérez. Conocedor profundo de los'
caracteres distintivos de la infancia, de los defectos Y'
cualidades de la adolescencia y de las ventajas e inconvenientes de la juventud, sin serle extraño, por lo
mismo, ninguno de los medios de derivar provecho
moral de ese conjunto de elementol> buenos y malos,
podía jurarse, sin temor de incurrir en error, que el
señor Pérez conocía el modo de ~,er de cada uno de \
sus educandos con la propieda:'~
·:;¡.actituddel mejor
de los confesores o de la más amorosa y perspicaz de
las madres. Veinticuatro horas después de tener un
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LUCIANO
RIVERA
y
GARRIDO
mno en su establecimiento, sabía si era rudo o inteligente, áspero o amable, condescendiente o pertinaz,
sobrio o intemperante; en una palabra, si era bueno
como un ángel o perverso como un demonio. Y, basado en ese conocimiento, procedía en consecuencia.
Como el jardinero entendido, que cultiva con particular esmero cada una de las plantas de su huerto,
sabedor de las necesidades de ésta, de las propiedades
de aquélla y de las exigencias de la de más allá, el
señor Pérez atendía a la educación física, moral e intelectual de cada uno de sus discípulos con el cuidado,
la. atención y la solicitud que requerían el carácter y
las aptitudes de ellos. Con los niños, cuya índole maligna reclamaba severidad, el director no se andaba
por las ramas; pero en su manera de corregir empleaba medios prud~ntes, asaz originales, que tenían siempre como objetivo el estímulo del honor, y le daban
por lo común resultados excelentes. Con los alumnos
humildes, benévolos y pundonorosos, el señor Pérez
tenía ternuras de padre. Y no se crea que en el cumplimiento de tan excelsos deberes fuera hombre que
se atuviera a las recomendaciones hechas a los profesores y a los pasantes, o a las teorías de los textos;
no: dotado de un sentido práctico maravilloso, sus
lecciones eran, por decido así, personales y objetivas;
'1 no desperdiciaba ninguna oportunidad, por insignificante que pareciese, para inculcar en la mente de
sus alumnos los principios que juzgaba más adecuados para el logro de sus sanos propósitos como institutor.
,Un número considerable de colombianos que se han
distinguido y se distingucn aún cn diversos departamentos de las ciencias literarias y políticas, fueron
educados e instruídos en el afamado plantel que di-
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y RECUERDOS
rigió don Santiago Pérez, y aquellos de los discípulos
de ese hombre benemérito que no hemos alcanzado a
ser nada en el mundo, no obstante el celoso empeño,
empleado por tan hábil maestro en 'la formación de
nuestro ser moral, nunca echaremos en olvido los nobles sentimientos de amor al bien y a la verdad que·
él procuró grabar cuidadosamente en nuestro espíritu..
Jamás oí decir a ninguno de mis condiscípulos, aun
incluyendo a los más refractarios, que odiasen o deseasen el mal al director del colegio, cosa no muy rara, a
la verdad, entre muchachos, y que en mi vida de colegial oí de labios de algunos de mis compañeros en
otros establecimientos; y como, sin consentir nunca
en la más leve relajación de la disciplina reglamentaria, el señor. Pérez sabia mostrarse benévolo y afectuoso y recompensaba los esfuerzos de los alumnos
aplicados con paseos y otros obsequios, los ,estudiantes lo amábamos y lo respetábamos al mismo tiem-po, sin llegar al extremo de familiarizarnos con él,.
ni a temerle como a un tirano, extremos igualmente·
viciosos,que perjudican en alto grado la buena mar· .
cha de un establecimiento de educación.
•. A las veces ocurría que el señor Férez, consecuente·
con su modo de ser, se tomaba molestias y cuidados
de madre cariñosa con sus alumnos, particularmente
con los pequeños, que le inspiraban especial y profunda ternura. Recuerdo una ocasión en que, vencido·
por el irresistible sueño de la infancia, al llegar una
noche al dormitorio me dejé caer en la camilla, a
medio desvestir y con la corbata ceñida' al cuello, que- .
dándome en seguida profundamente dormido. Entre·
sus muchas prácticas buenas, el señor P~rez tenía la
muy recomendable de recorrer los dormitorios media
hora después de que 110S retirábamos a ellos, acampa.·,
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LUCIANO
RIVER.A y CAR.lWlO
ñado de ¡m pasante, que lo procedía con una lámpara
encendida. Al acercarse a mi cama,
-¡Pobre calentanito! -dijo-;
estaba tan abrumado por el sueño y por el frío, que no alcanzó a quitarse la corbata y los botines ...
y con suma delicadeza y cuidado extremo, para no
despertarme, me descalzó, deshizo el lazo de la corbata, me abrigó hasta el cuello con el cobertor y se
retiró en puntas de pies.
U n condiscípulo que velaba me refirió al día siguiente la escena, motejando 10 pesado de mi sueño.
Yo era apenas un niño; pero desde ese instante comprendí instintivamente que aunque me separaban
muchas leguas de mi hogar y de mis padres, no estaba
abandonado del todo: en el corazón de nuestro director alentaba por nosotros algo semejante al dulce calor del afecto paternal.
La parte material del establecimiento no estaba
menos atendida que la moral e intelectual. Los alimentos, que se nos servían metódicamente a horas
fijas, eran abundantes y sanos; y el extenso local se
encontraba casi siempre aseado en sus diversas dependencias.
Casi nunca dejaba el director de encontrarse presente en el refectorio mientras comíamos. Paseábase
de extremo a extremo, vigilante y atento a la conducta de los niños en la mesa; y en ese lugar, como en los
demás sitios del colegio, no descuidaba aleccionarnos.
Si un niño mordía el pan, llevándolo entero a la boca;
si introducía en ella el cuchillo; si tomaba las viandas con los dedos; si producía ruido con los labios al
sorber los líquidos, al punto se acercaba con disimulo
al alumno chabacano y con -buenos modos y profiriendo algún chiste, para quitar a la lección la amar-
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brplUlSIONES
y JmCUERDOS
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gura que pudiera contener, le enseñaba la manera correcta de proceder en esos casos.
El día de mi entrada al colegio, el señor Pérez me
acogió con amabilidad, y después. de darme algunas
palmaditas afectuosas en la mejilla, me invit6 para
que pasara al· interior del establecimiento. Eran las
cinco de la tarde, hora. en que principiaba la recreación vespertina.
Cuando me vi en el gran patio del colegio, en medio de más de trescientos niños de. diferentes edades
y de aspectos y maneras los más variados entre sí, experimenté un sentimiento muy semejante a la angustia. Entre esos niños circulaban sonrosados y alegres.
muchachos de las altiplanicies; mul.atitos y negros
costeños, vivarachos y. parlanchines, que al hablar
devoraban las eses como si fueran confites; descoloridos caucanos y tolimenses enjutos; robustos mocetones antioqueños y no pocos santandereanos y boyacenses.. , Todos ellos interrumpieron por un momento
la ruidosa algazara cuando yo me presenté en aquel
sitio; y viendo en mí un nuevo de los más nuevos, me
consideraron de pies a cabeza de la manera más impertinente, como si hubiera sido un animal raro. En
seguida, sin miramiento ninguno, prorrumpieron en
chistes más o menos hirientes, alusivos a mi marcado
aire provinciano, y volvieron a su alboroto y 'a sus
juegos, como si tal cosa.
Entre las carcajadas, gritos y voces de toda especie
con que sazonaban aquellos niños sus juegos variados.
oíase proferir por aquí y por allá los diversos apellidos que predominan en las diferentes secciones de la
República: los de La Torre, Barrigas. Salas, Rivas.
Hoyos, Rizos, Manriques, Cuervos, Herreras y Laverdes, de Bogotá; Uribes, Restrepas, Muñoces, Mejías.
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LUCIANO
RIVERA
y
GARRIDO
Vélez, Arangos y Echeverris, de Antioquia; Rincones.
Vargas, Valenzuelas, Arciniegas y Silvas, de Santander; Abellas, Romeros, Rodríguez y Monroyes, de Bo)'acá; Garcías, Araújos, Amadores, Trespalacios, Mu·
lets y Posadas, de Mompós, Barranquilla y Cartagena; Encinales, Riveras, Duranes, Espondas y Perdamos, del Tolima; y Sanclementes, Caicedos y Trianas,
dél Cauca ...
Del seno bullicioso de esa alegre juventud, indife-rente entonces a las preocupaciones serias de la vida,
surgieron más tarde Rufino J. Cuervo, Carlos Posada, César Coronado Guzmán, José Manuel, Lorenzo
y Martín Lleras, Eustasio y Alejo de La Torre, Julio
Barriga, Cornelio Manrique, Olegario Rivera, Luciano Perdomo, CHmaco Iriarte, Enrique Chaves, Carlos Tanco, y muchos más, que han figurado con brillo y provecho en las letras, la política, la milicia, la
jurisprudencia y la industria.
Por de contado, la mayor parte de esos muchachos
no eran denominados en el colegio con sus nombres
de pila o con los apellidos con que fueron matriculados en el registro respeciivo: obedeciendo a una
costumbre implantada en los establecimientos de educación, desde tiempos antiguos, allí nadie escapaba a
la mortificante ley del apodo, cumplida casi siempre
en acertada consonancia con algún ostensible defecto
físico o moral del agraciado. Así, abundaban los sobrenombres de Escut,itas, Cabezón, Califato, Tigre,
Patazas, Chulo, Mata-leones, Cafuche, Inglés, Boc{l~
dillo, Ranga, Runcho, A1tandoque, etc. Catires y chatos había por docenas; pecosos y tripones} por gruesas. A los antipáticos se les propinaba el sustantivo
adjetivado de panelas; los empalagosos no pasaban
de la ínfima categoría de bocadillos; los cobardes eran
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IMPRESIONES
y RECUERDOS
Hojas, los valientes muy gallos, y el conjunto en general se dividía en patanes y cachifos.
" La primera noche .que pasé en el colegio fue una
de las más tristes de cuantas noches de intensa melancolia he tenido en mi vida. ¡Ay, éstas han sidC?tantas ... ! El colegio tenfa dos dormitorios independientes: el bajo, que corria paralelo al gran salón de estudio, especie de nave central de un templo protestante, el cual estaba destinado para los alumnos mayores de quince años; el dormitorio alto era ocupado
por la numerosa legión de los cachifos. Este departamento se componía de una galería doble, angosta, que
tenía a un lado una· serie interminable de camas, y al
costado opuesto un pasillo o corredor estrecho, a modo de paso de ronda, como suele verse en muchas
prisiones. Las camas estaban separadas unas de otras
por tabiquillos de madera, de poca altura, lo que les
daba el aspecto de literas de un camarote de tras~
atlántico.
El recuerdo de la casa paterna con todos sus halagos; la afectuosa ternura de mi madre; el cariño de
mi buen padre; los agasajos y dulces palabras de mis
~hermanitos. " todas las escenas inocentes y gratas de
mi vida de niño acudían a mi entristecida mente, poblándola de imágenes risueñas que se resolvían en
cuadros melancólicos; y esa visión querida y conmovedora me hacía derramar abundantes y silenciosas
lágrimas. Era muy tarde cuando pude conciliar el
sueño; y dormía profundamente en los momentos
precisos en que, a las cinco de la mañana que siguió
a aquella noche triste, fui despertado con sobresalto
por el sonido agudo de una campanilla que agitaba
II-lI
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LUCIANO RIVERA y GARRIDO
el director del colegio, al tiempo que recorría los dormitorios y nos excitaba para que nos vistiésemos y
bajásemos al oratorio.
A esa hora, con el frío que es de presumirse cuánta impresión haría en un pobre niño como yo, recién
llegado de un país cálido, nos dirigimos a la capilla,
anexa al salón de estudios, donde, presididos por el
señor Pérez, rezamos una corta oración. En seguida
pasamos al departamento del baño, inmediato al oratorio. Allí efectuamos nuestras abluciones con una
agua que abrasaba de lo puro helada; y después nos
congregamos en el salón principal, pues era llegado
el momento de encaminarnos al refectorio.
A las siete de la mañana empezaban las clases; castellano, idiomas extranjeros, geografía, aritmética,
contabilidad, historia, ciencias políticas, cte. En el
resto del día se dictaban otras clases, como latín, ál~
gcbra, física, química, ciencias morales y jurídicas,
cte. Mientras que unos alumnos concurrían a las aulas, los dem;ls permanecíamos en el salón de estudio,
vigilados incesantemente por dos pasantes, quienes se
paseaban sin cesar en el extenso recinto de un extremo a otro, y se turnaban cada dos horas. Algunos de'
esos pobres pasantes eran el dedo malo de los colegiales, que a veces les proporcionaban ratos muy crueles.
A las nueve, almuerzo, y en seguida, media hora de
recreo. A la una, comida, recreo y al estudio. A las
cinco, recreo otra vez; a las siete de la noche, la merienda; y luego, estudio hasta las nueve y media, hora
precisa en que nos recogíamos.
El personal de profesores del establecimiento era
de lo más distinguido que podía ofrecer la capital de
la República en aquel tiempo. Formábanlo el señor
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y
RECUERDOS
Ancízar, don Ramón Gómez, don Lorenzo María tleras, don Tomás Cuenca, don' José Manuel Marroquín, don José María Vergara y V., don Cerbeleón
Pinzón, el presbítero don Benigno Perilla (hoy obispo), \ion Juan Padilla(calígrafo eminente), don Felipe y don Rafael Pérez y otros caballeros, notables
todos por su ilustración y sus capacidades. Don Santiago dictaba un número considerable de clases, pues
su actividad y consagración eran asombrosas.
En los primeros tiempos de mi permanencia en el
colegio tuve el consuelo de recibir frecuentes cartas
de mis padres. El contenido afectuoso y solícito de
esas misivas comunicaba a mi alma algún valor, que
bien necesario me era, pues paulatinamente había
venido apoderándose de mí una melancolía intensa
que no alcanzaba él. atenuar siquiera el espectáculo
constante de mis numerosos condiscípulos, alegres en
todo momento, juguetones y felices.
Muchos de esos niños eran nativos de Bogotá o de
las poblaciones inmediatas a la capital, y hasta ellos
llegaba el tibio y amoroso aliento del hogar. Con frecuencia presenciaba escenas de familia que torturaban mi afligido corazón. Una madre, un padre, en
muchas ocasiones hasta los hermanitos, llegaban a la
portería del colegio, sitio descubierto y por lo mismo accesiblea las ojeadas de todos los estudiantes que
anduvieran por allí. Al punto era llamado un niño,
que acudía alborozado, con miradas radiantes de felicidad. ¡Qué abrazos! ¡qué caricias! ¡qué palabras tan
afectuosas... 1
-¿Cómo está, mi hijo? ¿Se ha mantenido buenecito? ¿No han vuelto a dolerle las muelas ? Pero, ¡COmo que se ha enflaquecido, mi chinito
1
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LUCIANO
RIVERA
y
GARRIDO
. -¡NOS haces una falta! -agregaban
los hermanitos.
y vuelta a los agasajos, a las caricias vehementes,
a las expresiones colmadas de ternura ... y en seguida: -"¡Toma!,
jtóma, hijito!" y lo abrumaban a presentes, dulces, frutas, un trompo, una coca ...
Yo desviaba los ojos llenos de lágrimas; me oprimía
las manos con sombría tristeza, pensando en la enorme distancia que me separaba de los míos y en los
muchos años que habrían de pasar sin que los viese;
e involuntariamente
surgía a media voz de mis labios, en medio de sollozos ahogados: "¡Mamá, mamá".
como cuando tenía apenas cinco años y la fiebre me
postraba en el lecho del dolor ...
Transcurridos
unos pocos meses se encrudeció la
guerra, como consecuencia natural del Decreto de 8
de mayo de 1860, en virtud del cual el general Mosquera declaró al Estado del Cauca separado del resto
de la Confederación granadina; generalizáronse los
aprestos bélicos en toda la República, ya por la acción del gobierno, ya por la de los revolucionarios que
surgieron en el norte y en los Estados de la Costa; y
con motivo de la completa incomunicación, resultado inmediato de la conducta política del caudillo caucano, no volví a saber de mi familia en mucho tiempo. Tan penosa circunstancia agravó considerablemente la nostalgia que minaba mi espíritu.
Entre las cuatro o cinco materias del curso en que
fui matriculado, sólo la geografía y la historia excitaban mi curiosidad. N o me sucedía lo mismo con la
gramática, de la cual apenas si lograba fijar en mi
mente los principios más elementales; y cuanto a la
aritmética, puedo afirmar sin riesgo de incurrir en
error de memoria, que siempre fui el último en la cla-
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y
RECUERDOS
se. Aquel importante ramo de los con.ocimientos humanos, indispensable en las lides de la vida práctica.
era instintivamente antipático a mi organización mo- .
ral, mal cOJ;lstituídapara comprender el mecanismo
de los números y la utilidad indiscutible de sus evoluciones infinitas. En cambio, dócil a las sugestiones
de mi temperamento quimérico, y consecuente COJl
mis aficiones de antaño, no desperdiciaba la ocasión
,de habérmelas con algún librejo ameno, par,!-atenuar
la melancolía que agobiaba mi alma de muchacho
triste. Algunos sinsabores me proporcionaba la satisfacción de ese anhelo de lectura entretenida o sentimental, pues a tal respecto, los pasantes y los ·pro[e.,
sores habían recibido órdenes terminantes del director
del colegio: el niño a quien se sorprendía entretenido
con libros que no fueran los textos de estudio, er~
castigado sin misericordia. Por lo mismo, no pocas
veces fui severamente amonest\ldo por mis reincidencias en el particular, y aun llegó el caso de que se me
embargaran obrillas ajenas, que no volvieron a manos de sus dueños sino después de transcurrido mumo tiempo.
El recuerdo del país riatal y del hogar no desam.paraba mi mente Un solo instante. ¡Con qué placer
yememoraba las verdes llanuras del valle nativo, sus
bosques amenos, sus ríos y su cielo... ! Comparaba la
naturaleza desapacible y monótona que me rodeaba
con la exuberante cuanto variada y alegre naturaleza
'1::aucana:¡cuán bella y seductora me parecía ésta, vi$ta con los ojos de un alma enamorada de lo que le
pertenece ... , La imagen adorada de mi madre reinaba carpa soberana en ese conjunto de dulces recuerdos, que revivían en mí al calor de impresiones misteriosas, como las que me producían, por ejemplo, el
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LUCIANO
RIVERA
y
GARRIDO
aroma de ciertas flores que ella emanaba con determinada preferencia, o el eco casi extinto en mi memoria de alguna tonadilla que entonaba en sus momentos de afectuosa expansión. Y en tanto que mis
compañeros empleaban las horas de recreo en retozones juegos, yo permanecía triste, sentado en algún
sitio aislado, por lo común al pie de la escalera que
conducía a los dormitorios del segundo piso, o en un
extremo apartado del patio, desde donde contemplaba
las cimas negruscas de la cordillera central, que me
separaba de mi patria ... La campanilla del director,
que nos llamaba de nuevo al estudio, interrumpiendo
de improviso la atronadora algazara de los estudiantes, me sorprendía en medio de pensamientos melancólicos, afligido y lloroso.
Mi situación moral se agravó con el hecho que voy
a referir. Una tarde, a la hora de recreación, me encontraba sentado al pie de uno de los elevados sauces que había en el gran patio del colegio y miraba
con mi tristeza habitual a varios niños que se mecían
en el pasa-volante, situado a corta distancia del lugar
en que me hal1aba. De improvisó presentí que alguien
se acercaba por detrás, recibí un fuerte empellón y
fui a rodar a dos varas de distancia. Cuando, lleno de
ira, me levanté hecho una miseria de polvo y con los
pantalones desgarrados en una rodilla, vi que el autor
de tan innoble broma era un muchacho calentano,
agresivo y antipático, a quien llamaban Chicora (1), a
causa de lo flaco, curtido y cuellilargo. Sin acordarme
de que yo era un niño poco esforzado, nada hecho a
~os peligros de una lucha a puiiadas, me lancé sobre
(1)
Denominación vulgar del gallinazo en los valles del To-
lima.
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y RECUERDOS
Chicora y le di un golpe en el pecho, reconviniéndolo
por su agresión. ¡Señorl ¡Mejor hubiera valido habérmelas con un tigre! El Chicora, que era ya un
mocetón de diez y seis años, por 10 bajo, cayó sobre
mí a los bofetones, y en un santiamén, me postró en
tierra, medio cegado por los furibundos golpes y con
el rostro inund;:ldo ~n sangre, pues aquel bárbaro me
reventó la boca y la nariz. Levantéme como pude y vi
que en u1\ segundo se había formado un gran corro
de niños de torno nuéstro, todos muy alborozados,
pues nada halaga tanto los gustos de una reunión de
muchachos como el espectáculo o la perspectiva de
una riña entre compañeros. Ninguno de ellos intentó
QPonersea la furia con que aquel energúmeno, abusando de mis pocas fuerzas y de mi inexperiencia en la
materia; se cebaba en mí; y por el contrario, lo azuza"
ban para que continuara estropeándome. No hay un
ser más indiferente a la desdicha ajena, más destituído
de misericordia y compasión y a quien sepa más a ri·
dículo todo lo que se asemeje a sentimentalismo, que
un colegial. Fíjese la consideración en que no digo
un niño..
-¡Arriba, Chicora, decían unos: ¡dále recio!
-¡Defiéndete, caucanol, gritaban otros; ¡no seas
collón!
-¡Al caño con él si corre!, vociferaban los de más
~~
.
-¡Voy medio al tolimense!
-¡El caucano no sirve! ¡Al'agua! ¡al'agua!
-¡Hucha, perro ... ! ¡Cabeceó!
Yo no hacía más que defender la cara con los brazos;
pero me propuse no retroceder un palmo, pues con
rápida intuición me di cuenta de que si me corría', en
lo sucesivo sería el juguete de todos mis compañeros.
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LueIANO
RIVEIlA y
GARIlIDO
Afortunadamente,
en esos instantes llegó hasta nosotros el sonido de la campanilla que nos llama},a. al
oratorio; yel ataque cesó, no sin que el Chicora dejase
de propinarme unos cuantos improperios, como si los
golpes no le hubiesen parecido suficiente agravio. Me
lavé la cara a la ligera en una acequia lodosa que atravesaba el patio; y reprimiendo el diluvio de lágrimas
que se agolpaban a mis ojos, acudí a ocupar mi puesto
en la formación.
Por la noche no se habló en el estudio de otra cosa
entre los numerosos alumnos que presenciaron ellanceo Unos decían que yo era un pollo mojado, que,
aunque paraba, no sabía defenderme; otros, que el
ChicoTa había hecho bien en castigar la intolerancia
de un cachito que no sabía aguantar chanzas y los de
más allá opinaron que era indispensable excitarme
para que me diera de pescozones con el Chicora el
próximo domingo, no ya en el colegio sino en la
Huerta de Jaime que, como es sabido, era el campo
abierto donde decidían los colegiales todas sus querellas de entre semana.
Ninguno de esos niños tuvo una palabra de compasión para mi debilidad y mi inexperiencia; y esa circunstancia, que yo con más pericia en las cosas de la
vida habría atribuído a la ligereza propia de la edad
feliz en que nos encontrábamos, fue estimada por mí
como una injusticia que produjo en mi ánimo honda
sensación de disgusto; me alejó instintivamente de
aquellos que me parecieron más descorazonados, y
acrecentó en proporciones tan considerables la melancolía que se había apoderado de mi ánima impresionable, que al fin el mismo señor Pérez, observador y
perspicaz como era, acabó por darse cuenta de mi situación moral y se esforzó en reanimarme, diciéndo-
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y RECUEIUlOS
SIl
me que la tristeza que experimentaba correspondía
a un estado enfermizo del espíritu, que no podría curarse sino apelando al estudio perseverante y a la sociedad íntima y cordial con mis condiscípulos, a quienes debía acompañar en sus juegos y algazara. Sería
aquélla, según él, la mejor manera de probar el afecto
a mis padres y a mi país natal, supuesto que era la
separación de estos seres y de esos lugares lo que determinaba mi tristeza, y concluyó por echar a broma
la cosa, dándome unos cuantos papirotes y empu jándome suavemente hacia el sitio en donde era mayor la
animación entre los colegiales.
Cuanto a la riña con el Chicora, los parientes tuvieron después conocimiento de lo ocurrido; e interrogado
por los superiores acerca de aquel incidente, me abstuve de revelar la verdad, pues me repugnaba la delaci~n .
de un condiscípulo, siquiera me hubiese él causado
mucho mal. Esta conducta me valió la consideración
de algu~os compañeros: el Chicora se reconcilió después conmigo; y en unos ejercicios espirituales que se
efectuaron posteriormente, al aproximarse alguna solemnidad religiosa, me pidió perdón por lo mal que
se había conducido. Con el correr de los años, hom~
bres formados ya y entregados ambos al duro tráfago
de la vida, estrechamosrelaciones y llegamos a ser muy
buenos amigos.
¡Cosa singular! Generalmente en los colegios es donde se contraen esas amistades cordiales y durables que
amenizan después la existencia y sirven de consuelo en
los días de suprema amargura ..Pues bien, no obstante
contarse en el colegio de don Santiago Pérez más de
trescientos niños; no obstante mi naturaleza impresionable y afectuosa, si he de exceptuar dos o tres condiscípulos con quien~s simpaticé desde el principio, no
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LUCIANO RIVERA y
GARRIDO
adquirí allí un solo amigo, si es que debe entenderse
por tal a un ser que sienta, piense y obre exactamente
como uno mismo, pues para la mayor parte de mis colegas fui indiferente, y apenas si alcancé a contar entre
ellos unos pocos relacionados o conocidos. Acaso tuve
yo la ,culpa de que las cosas pasaran de esa manera:
dado a las abstracciones melancólicas del sentimiento
y llevado por mi modo de ser a una concepción falsa de
la vida, no era yo adecuado para atraerme las simpatías de muchachos positivos y prácticos que, en armonía con las exigencias naturales de su edad, sólo se preocupaban con los goces y emociones que procura montar a caballo, luchar o reñir con los compañeros, comer dulces hasta hostigarse, correr, gritar, golpearse,
mecerse en el pasa-volante y, sobre todo, huir instintivamente de cuanto pareciera ternura o vehemente afectuosidad. Muy decidido, como he dicho, por las lecturas amenas, nunca hablaba con esos niños de mi
afición favorita, porque apenas si tres o cuatro de
entre ellos habrían oído mencionar a Rabinsan Crusoe o leído Las Incas y Pablo. y Virginia; y por nada
me habría atrevido a dejarles entrever el triste estado
de mi alma por la separación de mi madre y de mi
patria, pues temía que, egoístas e indiferentes a todo
lo que no se refiriera a sus diversiones y a sus placeres, no pudieran darse cuenta del carácter de mis impresiones, y las profanaran con su risa y sus sarcasmos .
••
* *
Todos los días de fiesta teníamos permiso para salir del colegio y permanecer fuera de él desde las
ocho de la mañana hasta las seis de la tarde.
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y RECUERDOS
Eran pocas las relaciones con que un colegial forastero y pobre como yo contaba en Bogotá. Entre
ellas se comprendían dos que me eran particularmente gratas: las de la familia de un tío paterno de
mi madre, anciano benévolo y cariñoso, que respondía al nombre de don Julián, y las de un excelente
viejecito, don Joaquín Vélez,padre de Santiago, aquel
joven de quien hablé en los primeros capítulos'de estos Recuerdos.
Mi tío Julián era padre de una prole numerosa;
vivía por los lados de Las Nieves, en una casita arrendada que sus buenas hijas mantenían siempre arre'glada y limpia como una ánfora de cristal; y, no obstante sus muchos años, no había abandonado la senda escabrosa del trabajo y ocupaba la plaza de escribiente en una oficina de la Secretaría de Hacienda,
de donde pasó después al Tribunal de Cuentas. Era
muy poco lo que allí ganaba el honrado y venerable
anciano; pero con su exiguo sueldo, el no menos reducido honorario que pagaban en una imprenta a
Fernando, su hijo mayor, y ló que por aquí o por allá
conseguían allegar los demás miembros de aquella
patriarcal faJ;llilia,ahí se iban pasando las húmedas y
las secas, las duras y las blandas, y nunca oí a esas
buenas gentes murmurar de Dios ni maldecir del
prójimo porque no las hubieran colmado de riquezas. Por el contrario, fue en esa cristiana casa donde
oí por primera vez en mi vida el filosófico dictado:
HA quien Dios se la dio, San Pedro se la bendiga:'
Mi tío J ulián fue uno de los muchos emigrados
que huyeron del Cauca hacia la capital de la República en 1816, con motivo de la persecución de .las
autoridades españolas, que ejecutaban atrocidades en
el Valle, como en todo el país, para vengarse por me-
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36
LUCIANO
RIVERA
y GARRIDO
dio de represalias crueles de las derrotas infligidas a
los realistas por los patriotas en años anteriores.
Acompañado de su padre y dos hermanos, atravesó a
pie la montaña del Quindío, que en esa época lejana
era apeIlas transitable, y al llegar a Bogotá se esta ...
bleció allí definitivamente,
luego de haberse casado
con una virtuosa joven de buena familia. Cuarenta
y seis años después de aquel tiempo recordaba mi tío
con exactitud el aspecto natural de su país, los apellidos de las familias principales, los nombres de los.
pueblos y haciendas y muchas otras particularidades
locales, conservadas en su memoria de anciano de
buena salud con una frescura envidiable; y como
por lo común disertaba sobre cosas, personas y costumbres desaparecidas, de las cuales apenas si había
oído hacer yo remota referencia, aquellás relaciones
interesaban en alto grado mi curiosidad, ávida siempre de los misterios y las oscuridades de nuestro pasado regional. Así, pues, grande era la complacencia
que yo experimentaba
cuando mi tío rememoraba
aquellos campos que me eran tan amados y aparecían
tan bellos a través de la distancia, poetizados por la
ausencia; o cuando discurría sobre esos patriarcas y
esas matronas que fueron nuestros antecesores, gentes virtuosas y de gran carácter, a quienes tan poco
nos asemejaban sus descendientes, y me volvía todo
oídos cuando, con su amenidad habitual, hablaba de
señores y esclavos, fiestas reales, blasones y genealogías nobiliarias, calzones rodilleras, espadines, casacas de punta de diamante y otras mil minuciosidades de la vida de antaño, que tenían el sabor añejo
de los últimos tiempos de la colonia y de los albores
de la República. Cuando mi tío trataba de esos asuntos, rancios, dirán los entusiastas admiradores de lo
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IMPRESIONES
y
RECUERDOS
117
moderno, pero muy gratos para quien ama y comprende la poesía de las cosas muertas, cuando con su
voz simpá~ica,e~tera todavía, a pesar de los años, se
detenía en la relación de los pormenores del tiempoya tan lejano de su adolescencia, parecíame que oía
leer un ameno libro de crónicas y leyendas vallecaucanas, impregnadas del suave olor de la belleza sencilla propia de la verdad.
••. J Era mi tío julián muy afable de maneras, sincero
y generoso, pulcro en el porte y cumplido como pocos empleados jóvenes en la concurrencia a su oficina. A las seis de la mañana se levantaba, se afeitaba
él mismo con esmero delante de un espejito que permanecía suspendido a un pilar del corredorcillo, y
después de almorzar, acto que se efectuaba a las nueve, tronara o lloviera, soplara viento o no soplara, se
embozaba en una gran capa de paño carmelita, con
doble vuelta sobre los hombros, la cual tendría, por
lo bajo, veinte años de servicios públicos y privados,
poníase un gran sombrero de copa alta, rojizo ya en
los bordes, y se dirigía sin demora al despacho, como decía él, invariablemente. Mi tío debió de haber
sido muy buen mozo en su juventud, pues todavía conservaba notables rasgos de varonil y gallarda apostura.
Como estimaba mucho a mis padres, a quienes conoció y trató íntimamente en un viaje que ellos hicieron a la capital cuando apenas contaba yo tres ~.
cuatro años, mi tío julián se complacía en que lo visitara en los días de fiesta, y acabó por cobrarme gran
cariño.
El viejecito don Joaquín Vélez tendría en aquella
, época de setenta y cinco a ochenta años. Era de mediana estatura, que la edad y la delgadez de miembros.
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LUCIANO
RIVERA
y
GARRIDO
hacían aparecer más exigua; encorvado como una G,
sumamente miope y bueno como el pan de trigo. Don
Joaquín había conocido a Bolívar, Santander y demás hombres grandes, colaboradores del Padre de la
Patria en la inmortal labor de hacer libres a cinco
naciones. Era muy dado a referir las múltiples reminiscencias de su variada vida, como que había sido
artesano, militar, viajero, sacristán; casado, viudo tres
veces y vuelto a casar otras tantas; comerciante en granos, empleado en la portería del Senado y últimamente ... zapatero de viejo y pobre vergonzante o, como
dicen en Bogotá, jubilado, con capote de color del tiempo que fue, gafas verdes y sombrero de pelo, sin pelo.
,,'Con motivo de que mi padre se encargó de la suerte de Santiago y de que en casa se trató y consideró
al pobre muchacho como a miembro de familia. don
Joaquín tenía adoración por todos nosotros. Puede
juzgarse por esto si el viejecillo sentiría placer cuando supo mi llegada a Bogotá. Fue su visita una de las
primeras que recibí, y como doña Antonia, su tercera 'esposa, no le iba en zaga en benevolencia y afectuosidad, ella y su marido no sabían cómo obsequiarme y atenderme cuando los domingos iba a visitarlos
en la tiendecita clara Y ml.!-Yadornada con litografías
de generales de la independencia y grabados de El
Correo de Ultramar, donde vivían cual un par de palomos viejos, arriba del ChOTTO del Rodadero. Era de
oírse en esas ocasiones a don Joaquín, cuando narraba con su voz cascada de cencerro, los diversos recuerdos de su existencia pretérita, interrumpiéndose
a cada momento para reanudar los hilos del relato,
que se extraviaban en el dédalo de su medio apagada
memoria. Pasaron de cuatro a cinco las veces que en
una misma sesión me refirió la entrada del Ejército
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y RECUERDOS
39
Libertador en Bogotá, después de la memorable batalla del 7 de agosto de 1819, y el fusilamiento de
Barreiro y sus treinta y cinco compañeros; el atentado del 25 de septiembre de 1828, y muy detenidamente y con expresiones y acento de la más honda pesanumbre, la salida del Ilustrísimo señor Mosquera de
la capital, cuando partió desterrado para el .extranjero. Era un culto cuasi religioso lo que el recuerdo.
de aquel varón eminente, en cuyo palacio fue portero
algún tiempo, inspiraba a esa pobre alma abatida
por la miseria y por los años... Mas, lo que había de
particularmente gracioso en las narraciones de don
Joaquín era que, enredado a menudo en el laberinto de sus lejanos recuerdos, confundía a las veces a
doña Manuela Sáenz con' Policarpa Salavarrieta, y al
General Santander con el Presidente López; y llegó'
día en que, muy en ello y levantándose a medias d~_
su raído sillón, me dijo con ademán de súbita' energía, que "si el Virrey Amar no hubiera sido tan calzonazos y se las hubiera templado con el congreso,
el Ilustrísimo Arzobispo habría muerto tranquilamente en su cama, en Bogotá".
Ciertos días de fiesta visitaba yo en su lujosa y có:
moda' habitación de la Calle de la Carrera, a una
familia muy resp~table y distinguida de Bogotá, con
la cual tenía el honor de estar emparentado, y cuyo
jefe fue uno de los hombres más sobresalientes de su
época, así por sus capacidades y vasto saber, como
por su integridad legendaria y ·la distinción nativa
que relevaba su eminente personalidad: el señor don
Lino de Pombo. Este venerable patricio, infatigable
servidor de los intereses nacionales, que a ser menos
modesto y desprendido, acaso habría gobernado la
República alguna vez, pues dotes y,merecimientos le
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LUCIANO RIVERA y GARRIDO
sobraban para ello, tenía como esposa a la señora doña Ana María Rebolledo, dama apreciabilísima, po·
payaneja de origen, muy acatada en la sociedad cult",
de la capital por sus virtudes y amenidad de mane·
ras, y recoll0cida por sus incontables
relacionados
como modelo cumplido de amigas leales, generosas y
perseverantes.
De los hijos de ese matrimonio honorable, uno,
don José Rafael, se hizo conocer desde muy joven,
dentro y fuera del país, como poeta de vigorosa y levantada inspiración, que ha contribuído en gran manera al renombre literario de Colombia; otro, don
Manuel, se ha distinguido como jurisconsulto tinoso
e ilustrado, periodista laborioso y pulcro, escritor de
costumbres, festivo y galano, y, sobre todo, como·
hombre de mundo del más agradable y discreto trato.
La casa del señor Pamba era espaciosa, llena de luz
por todas partes, y dispuesta con conibdidad, lujo y
elegancia. Del zaguán se pasaba a un corredor ano
cho, adornado con tazones en que florecían los ge·
ranios, las fucsias y los rosales, y de allí se ascendía por
una grada de buen gusto a una amplia, galería, cerra·
da a un lado por vidrios de colores; especie de vestíbulo elegante, decorado con blandos divanes, que
precedía a un vasto salón bien amueblado, en el
cual a la media luz tamizada por densas cortinas de
damasco, realzadas por otras más ligeras de punto inglés, se respiraba con delicia inolvidable ese ambiente especial de las habitaciones bogotanas, saturado
siempre con el humo fragante de la alhucema quemada con azúcar. En ese salón se reunía muchos domingos una sociedad selecta, formada por lo más distinguido del personal masculino de la Bogotá de aquel
tiempo, la cual presidía el respetable dueño de casa,.
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IMPIl.ESIONES
y
REC'UElUlOS
hombre de hermosa presencia, quien, con su cuerpo
membrudo y lleno, la enhiesta cabeza de an<:ha frente, y sus facciones pronunciadas, que recibían original expresión de unos ojos miopes, muy dulces y benévolos, me hacía pensar en esos varones romanos de
que nos hablaba con su habitual elocuencia nuestro
profesor de historia, don Felipe Pérez. Pobre y desconocido niño, en quien apenas si paraban mientes
esos hombres, notables todos por algún motivo, yo
permanecía por ahí, sentado en el ángulo más apartado de la suntosa estancia, y oía sin pestañar las diversas cotlversaciones de aquellos personajes y de los
señores del hogar, conversaciones que rodaban comúnmente sobre política, periodismo, noticias del extranjero y crónica menuda de la ciudad ..
Sabido es cuánta influencia ejercen en el ánimo
de las gentes sencillas de provincia los nombres de¡
individuos prominentes de la capital, y la fama que
alcanzan los sitios más visibles o concurridos de ella,
o que, por cualquier causa, se singularizan y llaman
la atención general. Así, por ejemplo, pbr cuántas
y cuán peregrinas cavilaciones pasa el magín de las
buenas gentes del Cauca o del Tolima, de Santander o Boyacá, cuando a sus oidos llega, o leen en periódicos o libros, el apellido de este político célebre,
o el de aquel orador afamado, o el de ese literato
notable; o el del médico doctor N., que salvó la vida
al millonario Juan Fernández, o del hábil abogado
que ganó un pleito de doscientos mil pesos, o el del
general Fulano, que hizo diabluras en la campaña
del norte, o el de la señorita Zutana, que es una pura
maravilla de belleza, o ... ¡el cuento de nunca acabar! ¿Y la Alameda? ¿el Atrio? ¿el Parque del Centenario? ¿el Salón de Grados? ¿el Camellón de Las Nie-
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ves? ¿el Colistlo? ¿la Catedral? y tantas otras cosas que
el candoroso provinciano anhela conocer, por lo mismo que las imaginaba tan particulares y bellas ...
¡Ah! muchas decepciones se experimentan después.
cuando se ven de cerca algunos de esos individuos de
renombre y se contemplan muchos de aquellos objetos que, miradas de lejos con el lente fantástico de la
imaginación, parecen tan interesantes ... ! Personajes a quienes se supone modelos de cortesanía y civilidad, porque en sus artículos de periódico no han hecho otra cosa que censurar la mala educación de los
prójimos, y sujetos a quienes la mente finge espirituales, decidores y galanos, aparecen en la realidad
como unos patanes desabridos e incultos; y otros que.
con la fantasía crédula del habitante de pueblo pequeño, se ven hermosos como bustos griegos, resultan
más feos que Picio ...
Nada semejante ocurrió por entonces conmigo en lo
que se refiere a la generalidad de las personas que formaban la tertulia de la señora Rebolledo de Pombo.
Por el contrario, excedieron a cuanto mi mente de
muchacho había concebido respecto de ellas. Así, nunca olvidaré la fisonomía seria a la par que expresiva
del señor Ancízar, tan circunspecto como culto, y cuya
discreta conversación no alcanzaba a velar la solidez y
variedad de sus conocimientos; al sCllor don Pedro
}'ernández Madrid, con su rostro pálido de vasta frente, rodeado por un collar de barba negra, reposado en
el hervor de las más agitadas discusiones, y urbano y
deferente hasta con los nillos; don Mariano Ospina
Rodríguez, encargado a la sazón de la presidencia de
la República, afeitado del todo, vestido enteramente
de negro y con ancho corbatín del mismo color, lo
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cual formaba en él un austero conjunto, que atenuaba.
la sonrisa estereotipada en sus delgados labios; sin
que nada revelase en su porte y maneras que se envaneciera con la alta dignidad que le estaba encomendada; el doctor Salvador Camacho Roldán, verdadero gentil-hombre republicano, gallardo, cultísi-,
mo, y una de las personalidades más importantes y
simpáticas de aquella reunión distinguida; el célebre
médico escocés doctor Ricardo Cheyne, compadre y
amigo predilecto de los dueños de casa; el Ilustrísimo
señor Rerrán, que deploraba con frases sentidas, de·
evangélica unción, las desgracias que amenazaban a
la patria; el doctor Manuel Murillo Toro, jefe emi-.
nente del partido gólgota, que departía con el señor
Ospina cual si hubiesen sido los mejores amigos del
mundb, y a quien el señor Pamba atendía con parti-cular deferencia; el doctor Carlos Holguín, muy joven
entonces pero animado ya por el verbo brillante y la
fogocidad~de pensamiento que hicieron de él con el
tiempo uno de los más notables oradores parlamentarios de Colombia; el doctor Andrés María Pardo, ..
delicioso causeur, y otros muchos caballeros importantes, entre quienes no puedo prescindir de nombrar
al doctor Manuel María MalIarino, que hablaba de
las bellezas naturales del Cauca con una elocuencia.
y un sentimiento poético tan elevado, que sus palabras, pronunciadas con la rapidez y propiedad que
eran peculiares de aquel eminente república, me He-·.
gaban al alma; al doctor Aníba¡' Galindo, bastante jo- .
ven también y que me impresionaba con su expresión
ardorosa de meridional saturado de inglés, y a algunos
. jesuítas de la comunidad que residía"entonces en Bo-gotá y un año después sería expulsada del país por el_
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LUCIANO
RIVERA
y GAIUUDO
general Mosquera. Asimismo, visitaban la casa del señor Pamba algunos miembros del cuerpo diplomático,
entre ellos el Barón Goury du Roslan, Ministro del
imperio francés, y Monseñor Micolao Ledokowsky,
Delegado Apostólico.
*
* *
Un domingo ocurrió un acontecimiento deplorable que produjo en el colegio la más espantosa consternación. En la sección de pequeños o cachífos había
un niño apellidado Torrijos, oriundo del pueblo del
Chaparral,
muchacho vivo e inquieto que siempre
andaba en dares y tomares con los profesores y los pasantes por sus incontables travcsuras. N o obstante,
Torrijos tenía buen corazón e inteligencia despejada.
Era mi vecino en el dormitorio, y con tal motivo pude
darme cuenta lo mismo de sus defectos que de sus
cualidades.
El día a que me refiero, Torrijos salió a la calle
como todos los demás niños, y después de una corta
visita a su acudientc, se lanzó por esos illundos en busca de aventuras, pues, ya lo dije, era una criatura
esencialmente andariega y vivaracha. Al pasar por el
atrio de la Catedral encontró un condiscípulo de su
edad, a quien propuso en seguida que subieran a la
torre que mira hacia el norte, a lo que accedió el otro
sin vacilar, pues bien conocido es el espíritu sugestionable y novelero que predomina en los niños, y ya se
sabe que las empresas más temerarias y peligrosas son
precisamente las que los atraen y seducen con mayor
fuerza.
La puertecilla de la torre estaba abierta, y el campanero se encontraba ausente, por lo cual la oportu-
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nidad no podía ser ser n:ás propicia para la satisfac-·
ción de tan loco pensamiento. Los dos niños emprendieron el difícil ascenso, siendo Torrijos, como autor
de la idea, quien tomó la delantera; y después de vencer sabe Dios cuántas dificultades, ya trepando por
una escalera angosta y pendiente, ya subiendo como
monos por las rampas, ya saltando de montante en
montante y de viga en viga, con riesgo de romperse
cien veces la crisma, llegaron a la galería de las cam-,
panas, donde se encontraba el enorme y complicado
mecanismo del reloj antiguo que desde el año de:
1740 venía sirviendo al público. Excitados por la novedad de los mil objetos que por primera vez veían,
no se contentaron ya con observar las cosas de lejos,.
sino que pretendieron, insensatos, introducirse
en
aquel laberinto inextricable de ruedas, cuerdas, cilindros, tablas, pesas, poleas y qué sé yo cuánto más. Torrijos fue <::1 primero que abandonó la escalerílIa para
pasar a la región de la máquina, que es, como si dijéramos, el corazón mismo del peligro. El compañero,
más cobarde o más prudente, se abstuvo de seguirlo
en tan arriesgada vía, y se quep.ó atrás, después de
haber instado al otro para que retrocediera. Pero lo
que ha de suceder, escrito está, como lo reza el {atalísmo musulmán: no bien hubo puesto el pie el infeliz muchacho sobre el extremo de una tabla saliente,
que, acaso, juzgó podría sostenerlo, cuando cedió el
frágil apoyo y Torrijos cayó desde tan tremenda al.·
tura, y dando botes de travesaño en travesaño, de escalón en escalón, por entre las paredes de piedra que·
forman la caja de la torre, hasta estrellarse en las baldosas del piso, a nivel del pavimento del atrio ... No
se oyó sino un solo grito, lanzado por el pobre niño"
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RIVERA y GARRIDO
cuando se sintió precipitado en el vacío; pero ese grito
fue tan agudo y dolorido, que resonó hasta en los más
apartados ámbitos de la gran basílica.
U n joven J aén, panameño, condiscípulo nuéstro,
que figuraba entre los grandes y era uno de los personajes más serios del colegio, como que se abrigaba con
capa e inquiría la hora del tiempo en reloj propio,
cosas extraordinarias en un estudiante de aquella época, acertó a pasar casualmente por frente de la puertecilla de la torre ,en el momento preciso en quel se
consumaba el terrible suceso ... y atraído, primero
por el grito pavoroso que atravesó el espacio, y en seguida por el siniestro ruido que produjo el cuerpo del
niño al caer sobre las anchas losas, se acercó y llego a
tiempo en que la desdichada criatura se conmovía dolorosamente, torturada por las violentas convulsiones
de la muerte. J aén tenía conocimientos en medicina,
pues seguía los primeros cursos de esa ciencia en la
escuela respectiva; y así, pudo darse cuenta con certeza de que Torrijos había dejado de existir.
Al instante se congregarO!1 allí muchas gentes de toda condición, entre las que pululaban los estudiantes,
los chinos y los sirvientes de ambos sexos; y cuando,
momentos después, el compañero de Torrijos, tan pálido como el muerto, descendió de las alturas de la
torre y refirió 10 ocurido, ya se encontraban allí algunos empleados de policía, quienes, por indicación del
joven J aén, alzaron los sangrientos despojos, los colocaron en una ruana y así los llevaron a casa del acudiente, que era persona muy conocida. Fácil es imaginar la penosa sorpresa de aquel caballero.
La noticia del acontecimiento produjo en el colegio
una verdadera revolución que perturbó completa-
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mente los ánimos y dio lugar a comentarios interminables. El señor Pérez padeció lo que no es decible con
tan grave contrariedad, de la cual nadie fue responsable.
*
* *
f A la sazón ardía la guerra en todo el territorio de la
R.epública, y a menudo ocurrían en el colegio ciertos
hechos relacionados con la situación política, que
exasperaban al director y lo hacían pensar de vei en
-cuando en cerrar el establecimiento, como en efecto
tuvo que hacerlo algún tiempo después. Entre los
grandes era la política tema obligado de discusiones
.ardientes, que en más de una ocasión degeneraron en
riñas a puñadas. Otros se abs.tenían de discutir, pero
formaban planes para evadirse del colegio con la mira
de acudir a los campamentos de uno u otro partido,
según sus simpatías o inclirtaciones, y tomar servicio
como soldados.
No podré olvidar la impresión que produjo en el
colegio el descubrimiento de la escapada de un joven
Patiño, antioqueño, que era sumamente entusiasta por
la causa liberal. Tendría apenas veinte años, era hermoso como Antinoo, y en su condición de montañés
disfrutaba de una salud y un vigor en~idiables. A tan
recomendables dotes unía una inteligencia clara y ese
carácter franco y abierto, propio de los hijos de la
Helvecia colombiana ... Un pasante vio a la madrugada la escala de lazos que, suspendida a una de las
altas ventanas del edificio, había servido a Patiño
para evadirse; y de tan insólito suceso dio cuenta inmediatamente al director. ¡Ya puede presumirse cuál
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LUCIANO
RIVERA y GARRIDO
sería el disgusto del señor Pérez! Transcurridas unas
pocas semanas supimos con dolor que Patiño, después
de haberse batido con el coraje de un león, había
muerto en el combate de "Jaboncillo", en el Estado de
Santander.
'
El ejemplo del ardiente joven fue seguido por tres o
cuatro alumnos más; pero al fin el señor Pérez, muy
alarmado por hechos de tan grave naturaleza, adoptÓ
medidas serias, y las escapadas cesaron.
Mientras tanto, la incomunicación con el Cauca
continuaba. Como acabo de decido, la guerra, en vez
de cesar o atenuarse, tomaba mayor incremento cada
día. El general Mosquera, después de violar el pacto
de Manizales, había atravesado la cordillera central
por el Guanacas; y batido ya el general París en el
campo de Segovia, avanzaba a pasos agigantados hacia.
la Sabana de Bogotá. En el norte de la República no
eran menos activas las operaciones. Como consecuencia natural de este orden de cosas, yo no recibía de mi
familia ni cartas ni recursos de ningún género.
Fue entonces cuando tuve oportunidad de conocer
más a fondo la generosidad e hidalguía del señor Pérezo Ya se sabe cuán poco resiste la ropa a los niños,
siquiera sea ésta abundante y de telas superiores. Así,
aunque bien provisto de vestidos cuando me separé de
la casa paterna, el paso del tiempo en combinación
con el descuido, peculiar a la edad en que yo me encontraba, y acaso también la rapacidad de alguna lavandera de conciencia ancha, redujeron muy pronto el
contenido de mi baúl de estudiante a las más exiguas
proporciones. No brillaba, pues, mi personilla en el
colegio por el lujo, ni por la decencia en el vestir, y,
por el contrario, mis pobres ropas formaban notable
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contraste con la apariencia ostentosa de algunos de
mis condiscípulos ricos, de quienes era mirado con el
desvío consiguiente. Llegaron las cosas al lamentable
extremo de que para poder asistir a las clases de una
manera decorosa me vi precisado a negociar con uno
de mis compañeros dt; dormitorio un viejo casaquln
de paño verde botella, en cambio de algun06 platos
finos de mis comidas.
Fuese que el deplorable estado de mi ,ropa hubiera
acabado por atraer la atención del .señor Pérez, o que
alguien lo pusiera de oficio al corriente de las penosas circunstancias que yo atravesaba, es lo cierto que
una mañana me llamó a su habitación particular y me
interrogó con interés acerca de mis necesidades más
urgentes. Expúsele con ingenuidad lo qne ocurría, y
me reconvino paternalmente por mi falta de franqUeza y de confianza.
-El director de un colegio, me dijo, es, eh cierto
modo, el segundo padre de sus alumnos y tiene el dec,
ber de velar por que ellos no padezcan privaciones del
género de las que usted viene soportando por, ministe~
rio de circunstancias especiales, de que es irresponsable. ¡Conque menos timidez en lo sucesivo!
' ,
Transcurridos diez o doce días me fueron entrega- ,
dos dos vestidos completos de buen paño, calzado,
sombrero y ropa interior suficiente. El bondadoso caballero que, en medio de las serias e importantes funciones que reclamaban su incesante atención, tenía
tiempo para recordar que no sólo era maestro sino
padre de sus alumnos, y poseía ~n corazón accesible
al noble sentimiento de la 'compasión, llevó su generosa fineza hasta el extremo de proveerme de algún di11-3
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LUCIANO
RI\'Ell.A
y GARRIDO
nerilIo para que satisficiera algunos de mis antojos de
muchacho, tanto tiempo contenidos. Al recibir esas
pocas monedas, no pude contener el llanto: ¡apenas si
mi buena madre hubiera procedido con más delicadeza y ternura!
Refiero estas cosas, que acaso serán tachadas de de·
masiado íntimas, de excesivamente personales, porque, al recordarlas, la gratitud, latente en mi corazón
hace más de treinta afíos, me impele a consignarlas en
estas páginas; y porque no puedo prescindir de trazar
ciertos rasgos que, aunque insignificantes en aparien-.
cia, pintan mejor que cualesquiera consideraciones extensas de otra orden, la fisonomía moral de un hombre eminente, que con el tiempo llevó sobre sí la investidura suprema de primer magistrado de la nación.
Corrieron algunos meses más y al fin llegaron los
certámenes, ese período de la vida de colegio tan deseado y tan temido por los estudiantes. En esos actos
decisivos, que se efectuaron cuando ya las dianas de
los campamentos del ejército de la revolución resonaban a cortas jornadas de la capital, obtuve un resultado así, tal cual, muy mediano más bien. Ettuve muy
lejos, mucho, de ser de los primeros, y en ciertas clases, como la aborrecida aritmética, por ejemplo, dcbo
,confesar que fui de los Últimos ...
Sin embargo. salvo la satisfacción de la conciencia,
,:de qué me habría servido por el momento cosechar
!auras en esas justas del estudio, si cerca de mí no sentía palpitar de temor o de esperanza un corazón afectuoso, si a mi lado no veía esos seres amados, padre,
madre y hermanos. que tanto habrían gozado con mis
triunfos, si algunos hubiera obtenido ... ? iCómo se
conmovía mi pobre alma, cuando a los acentos de
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una mUSlca armoniosa y alegre, en medio del regocijo general de una concurrencia numerosa y escogida,
entre flores y cortinajes, presenciaba las vehementes
demostraciones de contento de todos aquellos padres
y aquellas madres que esperaban ,a sus hijos a la terminación del acto solemne de la aistribución de premios, para felicitados con calor por el éxito obtenido ... 1 ¡Ah! que entre las cosas tr~stes de la vida, pocas, muy pocas igualan al aislamiento del alma en los
instantes en que todo lo que nos rodea respi~a alegría
y satisfacción.
*
* *
, 'Por ese tiempo se había establecido en la capital mi
tío Antonio con su familia, y en casa de esos parientés
pasé las vacaciones.
Transcurrieron algunos meses durante los cuales no
pude continuar mis estudios porque, con motivo de la
terrible situación de guerra que atravesaba la República, ninguno de los colegios privados de Bogotá pudo reanudar el curso de sus labores. El establecimiento de los señores Pérez Hérmanos corrió la suerte de
los demás. La intranquilidad en que se vivía, el alto
precio de los artículos alimenticios y otras tantas circunstancias análogas, justificaban la suspensión de las'
tareas en los institutos de enseñanza secundaria. Entonces se decidió que yo sería colocado como alumno
externo en el colegio que dirigían en la capital los
Padres Jesuitas; y en marzo del año siguiente fui matriculado en la clase que regentaba uno de los individuos más estimables de la compañía, el reverendo padre Navarrete.
Hay que ha<;:era los buenos religiosos la justicia de
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LUClANO
RIVERA
y GARRIDO
que, no obstante la zozobra en que vivieron desde fines de 1860 (a ellos no podía ocultárseles las aviesas
miras del general Mnsquera respecto de la Orden) ni
un solo día dejaron de cumplir sus numerosos y comnlicados deberes de institutores v, ministros del santuario; y hasta el 17 de julio de 1861, víspera de la
tremenda batalla que dio como resultado la caída definitiva del gobierno de la Confederación, nos hicieron asistir a las clases, sin que por nuestra parte pudiéramos descubrir en el semblante de los padres la
más leve muestra de emoción, ya corriesen noticias
favorables a la causa del gobierno, ya circularan rumores funestos respecto de las hu~stes revolucionanas.
.
El 18 de julio de 1861, después de una serie de combates más o menos sangrientos, como los de "Subachoque", "El Chicó" y otros, en los cuales, como todos saben, la victoria se mostró indecisa y costaron a la patria innumerables vidas, preciosas muchas de ellas, se
libró la batalla decisiva que produjo como fruto inmediato la tonla de la capital pcr el general ~)fosquera, y en seguida, el cambio mas cO,mpleto que se ha
efectuado en nuestro país, no sólo en la forma política, en lo que se refiere a los hombres que sucedieron
a los señores Ospina, Calvo, Sanclemente, Pardo, Cutiérrcz, ete, sino en la estructura fundamental de las
prácticas de gobierno, en los diversos ramos de la administraciÓn pÚblica y en el espírilu de la leRisI;}ción, así penal como econÓmica, social y religiosa. El
primer aeo del d,am:l de la guerra de 18(;0. iniciado
en el comba/<: d·~ "El Derrumbado", terminaba con el
triunfo obtenido sobre el general Espina: el Último
no sería menos fecundo en peripecias terrihles y ten·
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y RKCUERDOS
S3
dría como trágico epílogo Un nombre escrito por la
mano de la historia con letras de sangre: ¡Berruecos!
Desde el tejado de la casa donde vivía (por las altmas de Belén) pre,sencié con un amigo algunos de
los episodios lejanos, ¡muy lejanos!, del famoso combate. I.~aoperación, hábilmente ejecutada por el general Rafael Mendoza, de rodear la ciudad por el
oriente, al pie de los formidables 'cerros de Monserrate y Guadalupe, y asaltarla en seguida por la parte de
Las Cruces, fue' vista por nosotros; pero pronto empezaron a silbar la~balas sobre nuestras cabezas, y los
lamentables gemidos de los proyectiles que, parecía,
deploraban de antemano los estragos que se veían
obligados a producir, nos hicieron abandonar más
que de prisa nuestra ventajosa aunque incómoda posición de curiosos,'para correr a ocultarnos en el sitio
mejor defendido de
casa.
Esa misma tarde se veían las calles de Bogotá cruzada por millares de negros caucanos, quienes ostentaban en los sombreros coronas de follaje y de flores,
mueStra evidente del entusiasmo de las damas liberales
de la capital, que habían recibido como a libertadores a aquellos valerososdescendientes de africanos. En-,
tre muchos, recuerdo al negro Victoria, ascendido ya
a general, quien reéibía por todas partes las más efusivas démostraciones de consideración, a las cuales correspondía el jefe caucano con sencillez y, si se quiere,
hasta con encogimiento, pues no era hombre que aspirase a aparecer distinto de lo que realmente era:
una muy mediocre personalidad.
la
••
*
.
\: Como durante un tiempo considerable la situación
>ll
política del país continuó presentando un aspecto se-
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LUCIANO
RIVERA
y
GARRIDO
rio, no pude proseguir por entonces en ningún estudio, pues el difícil orden de cosas que alcanzamos,
con motivo de la prolon.$ación de la guerra en el Cau"
ea, impedía el restablecimiento de los colegios en la
capital. N o se pensaba en otra cosa que en movimiento de tropas, campamentos y batallas; por lo que en
mi condición de adolescente a quien los asuntos políticos no interesaban en gran manera, me vi forzado a
pennanecer en inacción, contraído únicamente a la
lectura, que entonces, como siempre, fue consuelo de
mis pesares, sostén de mis vacilaciones, estímulo de
mi vida intelectual.
Cuando la lectura fatigaba mi mente, cerraba el
libro o doblaba el periódico, y entornando tras de mí
la puerta del cuartucho que me servía de habitación, me encaminaba hacia las alturas que dominan
el barrio de Belén ... Como si las tuviera presentes,
recuerdo ciertas callecitas de esos lados, formadas por
cabañas y chozas pajizas, encerradas dentro de !:crcadillos de ramas secas, entre cruzadas, en 12s cuales se
enredaban ..l)rOfUSanlcntc, hasta [o.rrnar elIlparrado, los
verdes festones de los curubos y los bejucos rojizos
de las suaves y fragantes madreselvas. Por allí se iba
a la fábrica de loza del señor Leiva. El silencio y la
soledad de aquellos sitios apacibles, adonde apenas
si alcanzaba a llegar el rumor lejano de la gran ciudad; los aromas silvestres que exhalab;;:n esas humildes arboledas de cerezos, duraznos y borracheras, y la
rusticidad y sencillez cuasi campesinas de los habitadores de es<:scasitas blancas, vivo contraste entré la
callada existenciét de un:, aldea y la animación de los
centros populosos de la capital, armonizaban con la
persistente melancolía de mi espíritu. j Cu,intas tar-
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y
RECUERDOS
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des de mi extrema juventud pasé en esos solitarios
campos, sentado sobre las grandes piedras del cerro,
en tanto que los gorriones y las chisgas picoteaban los
frutos de los hueJ:tecitosvecinos y alegraban la naturaleza con la melodía de sus gorjeosl
Algunas veces extendía mis sentimentales excursiones hasta los empinados cerros de La Peña; y cuando
estaba en vena de pasear, subía sin cansarme por las
verticales laderas que forman el vallecito encajonado
por donde se descuelga, triste y vergonzante, el riachuelo San Agustín. Desde esas alturas cubiertas por
gramÍneas ruines y matorrales ásperos, que credan con
dificultad entre aquellos barrancos y pedrejones, contemplaba conmovido el melant61ico panorama de- la
Sabana, que extendía a mis pies sus vastas y monótonas líneas, con'la hermosa ciudad coronada de torres
y cúpulas, en primer término, y las verdigrises llanuras cruzadas por carreteras y senderos, y limitadas' en
la desnuda lontananza por plateados lagos y serranías
pizarreñas que acababan por confundir la vaguedad
de sus perfiles indecisoscon el azul metálico del cielo...
El helado cierzo llevaba hasta mí los múltiples y
variados rumores de la ciudad, los lejanos ladridos
de los perros, los golpes de los talleres y cerrajerías,
los gritos de los niñós, las voces de los trabajadores,
los toques de corneta, el balido de los ganadoS, 'el
rodar sonoro de los carros, la voz melancólica y sUgestiva de las campanas, .. todos esos susurros vagos
e inasibles, que son como la potente respiración de
una gran capital; y en el ocaso el sol, rodeado pór la
pompa magnífica de resplandores de oro y púrpura,
hundía su disco deslumbrante y cedía el' imperio de
la luz al dominio de las sombras que aquí y acullá
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LUCIANO
RrVERA
y
GARRIDO
salpicaban con chispas de fuego los reverberos de las
c;¡lles del comercio.
Como rudie lo ignora, Bogotá de entonces era
UHa ciudad muy diferente
de la Bogotá de hoy. pues
Ju¡¡ta la época a que illC rdiero conservaba muchos
de los r?..$gosprincipales de la antigua Santafé. Los
espaciosos conventos de frailes y monjas ocupaban
aún gr:lndes porciones del área central de la poblaÚ6n y la deformaban con sus enormes conjuntos ar<plitectónicos, pesados y de mal gusto; y las muchas
casas y solares que formaban parte del patrimonio
monacal, no habían sido transformados aún en los
centenares de habitaciones elegantes que después han
constituído uno de los más atrayentes embellecimien¡OS de la capital. Las calles no habían sido adoquinadas y las aceras estaban cubiertas con baldosas
ahondadas por el paso de muchas generaciones, que
cedían de un extremo o del otro, al ser pisadas, como
¡as tedas de un piano viejo. Todos los que vivían.
en aqu,el tiempo saben que el alumbrado pÚblico se
reduda a unos pocos faroles de hechura grotesca, que
afeaban las bocacalles del centro, y no siempre pres~
taban el servicio que de ellos se esperaba. La plaza
de San Francisco, mal empedrada con guijarros menuditos, sucia y desapacible como plaza de lugarón.
m03traba como cosa buena hacia el centro de su vasta
y desierta superficie una fuente (vulgo Pila) de piedra color de lepra, en la cual recibían el agua en cachos enastados, que hacían el oficio de embudos de
un nuevo género, unas aguadoras que en lo desarrapadas y sucias llevaban muchas ventajas a la supr;¡dicha fuente. A corta distancia y a la sombra de la
histórica capilla del Humilladero, se hallaba el mer-
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IMPRESIONES y Il.l':CUEIlDOS
57
cado de forraje. En las goteras de la tercera Calle
Real, en la vecindad de grandes y elegantes almacenes
de acaudalados introductores, existían dos o tres c~icherías auténticas, las cuales contaban con clientela numerosa que a cada instante hacía oír los ¡ora si!} ¡SO endcooiduo! ¡ori verá! y otras lindezas de lenguaje, favoritas de los descendientes de los muiscas. En cuanto a
carruajes, en el perímetro de la ciudad propiamente
dicho, sólo rodaba uno que otro antiguo birlocho, y
eso de una manera sobrenatural y milagrosa, porque
el piso de las calles no era de lo más 3;decuado para
esa gimnástica rodante; y en materia de paseos póblicos que merecieran tal nombre y se mostraran hermoseados con obras de arte, Bogotá estaba a menos de
cero, pues los camellones
Agua Nueva, Egipto, San
Diego, Las Cruces, etc., apenas podían aspil'ar a ~
considerados como vías de comunicación ,o campos
abiertos, en los cuales, si había algún' atractivo, éste
lo suministraba la naturaleza con su contingente de
horizontes vastísimos, cielo azul y agrestes serra:nias
en lo que, como es notorio, ninguna parte tenia el
hombre. El teatro antiguo o Coliseo, era indigno de
una ciudad de tan avanzada cultura social; y la Plaza
Mayor, de la Constitución o de Bolívar, que todas esas
denominaciones ha recibido, era una especie de Sabara en miniatura donde, en vea del hermoso edificio
que hoy decora el costado meridional, sólo se veían
entonces unos muros desaseados, convertidos en escombros antes de ser obra terminada. ¡Y cuenta que
esto sucedía al mediar ya la sexta década de este siglo!
Pero sobre esa Bogotá de mis recuerdos de colegial
han pasado más ,de treinta años, y se afirma que en
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LUCIAND RIVERA y GARRIDO
ella se ha efectuado uno de esos cambios maravillosos
como sólo se ven en los cuentos azules, cuando las hadas benéficas convierten la choza de Cenicienta en el
palacio encantado de la Princesa Deseada!
¡Treinta años! ¡Ah! es mucho tiempo en la vida de
un hombre: apenas el espacio de un instante en la
existencia de una ciudad!
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x
SILUETAS Y ESBOZOS
Transcurrido un tiempo de consideración, me ma. ,riculé como alumno externo en el plantel que con el
nombre de Colegio de Santo Tomás de Aquino fundaron y dirigieron los señores Ortices, de ilustre y veneranda memoria. Al lado de tan conspicuos institutores permanecí más de un año; y en verdad que si,
no obstante mi buen querer, nada aprendí ni a hacer
nada alcancé allí, culpa no fue de esos respetables y
queridos maestros, porque tanto el sabio y bondadoso
don Joaquín, como el ameno e ingenioso don Juan
Francisco, se esforzaron cuanto les fue dado en el noble empeño de enseñar a los que nada sabíamo~. ¡Dios
haya premiado las virtudes y méritos de esos dos egregios varones que tanto bien hicieron a la juventud
<:olombiana y tan brillante lustre dieron con sus óbras
a las, letras patrias!
En aquella época contraje amistad con tres jóvenes
Eotables, de quienes guardaré grato recuerdo mien~
tras viva. La varia suerte nos ha alejado después completamente 103 unos de los otros, hasta el extremo de
preguntarme muchas veces en el silencio de mi alma
si'acaso recordarán aún mi oscuro nombre, después de
veintiséis años'de separación, esos amigos que llegaron
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LUCIAN'O RraRA
y
GARRIDO
a ocupar puesto tan eminente en el orden de mis afectOS... Carlos Martínez Silva, Francisco Antonio Gutiérrez y G. e Ignacio Gutiérrcz Ponee, son los nombres (k~ esos tres jóvenes, distinguidos desde los aloores de su adolescencia por la amplitud de facultades y
la c!evación de carácter, dotes importantes que les han
permitido desempeñar noble encargo en el lugar que
cada uno de ellos ha ocupado en el mudable escenario de la vida.
No recuerdo ya itantos ailos han transcurrido desde entonces! por ministerio de qué circunstancia adquirí relaciones con el primero de esos jóvenes; el segundo y el último fueron condiscípulos míos en el colegio de Santo Tomás de Aquino ..
Carlos, miembro de una familia linajuda del departamento de Sant.ander, cuyo jefe fue un hombre importante que desempeñó papel notable en la política
y en el foro del país, era un muchacho espigado, de
facciones pronunciadas y ojos expresivos, aunque miopes, y abrigados por cejas hirsutas que comunicaban
cierta dureza a su fisononlÍa, circunstancia que hacia
Íallase en este caso la regla aquella que quiere sea
el rostro el espejo del alma, pues la de Carlos na
toda bondad e hidalguía. Desde muy temprano se
echaba de ver que iba a ser corpulento; y su voz tenía
ya entonaciones rudas, que dejaban adivinar al poleo
mista fogoso, al escritor de nervio acerado, al político
tenaz y al institutor perseverante y enérgico.
Carlos, Francisco e Ignacio habían tenido la fortuna de ser alumnos del Liceo de la Infancia, dirigido
por don Ricardo Carrasquilla, de inextinguible y simpático recuerdo; y la simiente sana, depositada en el
espíritu de esos niños por aquel eminente sembrador
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IMPRESIONES y ~U!:RDOll
61
de bue~as doctrinas, había germinado lozana y fecunda. De ahí que se advirtiera en ellos esa distinción de
aspiraciones y gustos que es como el sello de un ea-'
rácter y el mejor indicio de que se ha recibido Una
dirección acertada en los primeros años de la vida. ,
Contraído Carlos a lecturas y ocupaciones serias desde una edad en que la mayor parte de los jóvenes sólo '
piensa en entretenimientos frívolos y placeres efímeros, cuando no en algo poco sancto, siempre lo encontrábamos en su casa, primero por los lados del hospicio ., después arriba del Colegio del RosariQ, en un
cuartito muy ordenado y limpio, rodeadO'de libros y
papeles que nada tenían de amenos ni divertidos. La
crítica literaria en sus más elevadas formas; la historia en sus aspectos más importantes; la economía politica en sus problemas más complÍcados; el derecho,
<ronsus asperezas inaccesibles, y otras materias de análoga contextura formaban el fondo habitual de sus
estudios favoritos. Así, sus amigos nos quedábamos
alelados cuando le oíamos disertar con un desparpajo
envidiable, guiñando y paseándose en la pieza de largo en largo, acerca de las doctrinas de Macaulay y Balmes, Bentham y Destutt-Tracy, Prescott, Calvo y otros
literatos, filósofos, historiadores, economistas y jurisconsultos de largo pelo, a tiempo en que a nosotros
no nos parecía grande y sublime sino lo que halagaba
nuestra imaginación con la pompa luminosa del' verso, o los atractivos galanos de la novela yel cuento.
Algunas veces intentábamos tornar en ridículo la
inocente manía de nuestro amigo de sazonar sus conversaciones con citas y referencias alusivas al cúmulo
de obras serias con que nutría su mente, pero al fin
acabamos por damos cuenta de que nuestra frivolidad
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LUCIAl'iO
RIVERA
y GARRIDO
era la merecedor a de zumba, y le tributábamos el homenaje debido a una perseverancia y a una aplicación que tan vigorosos frutos habrían de dar con el
transcurso del tiempo. Porque, valga la verdad, demostrada con abundancia de testimonios que día por
día aumentan en calidad y cuantía, Carlos Martínez Silva es uno de los hombres públicos de Colombia
que han logrado acumular más sólida instrucción, no
sólo en la ciencia del derecho, en la cual se le proclama como profesor eminente, sino en otros departamentos del saber humano, en los cuales su ilustración es
tan variada como extensa.
No entusiasmaba a Carlos ninguno de los atractivos
que forman comúnmente el ideal, poco levantado, si
se quiere, pero natural hasta cierto punto de la juventud masculina. constituído en resumen por diversas
manifestaciones de la vida galante: el baile, el paseo,
los amorcillos de esquina, las serenatas, las aventuras
y la parranda ... Latente existía en el espíritu de Carlos cierto fondo de melancólica abstracción, que bien
a las claras se trasparcnta en uno de los primeros escritos con que se hizo conocer ventajosamente en el mundo literario: El baile de las sombras. Original y encantadora fantasía de una mente juvenil, as~Jltada en
hora temprana por lú:~ubres vision'2s de ultratumba,
esa producción pinta mejor el carácter Íntimo de aquel
adolescente esquivo a las insinuacioncs del placer
mundano, Cj uc el análisis más mi,1UC:oso de su fisoncn1Ía lnoral ..
Paréccme rcco:'dar ll'JC es Enrique HCYl1e quien reficre en alguna de sus obras que aunque un mal entendido amor propio lo J.levaba a oír con agrado las apreciaciones que algunos crít.icos hacían de su índole de
escritor, represcntá.ndolo como un espíritu cáustico.
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llI¡PRE.SIONES
y RECUEltDOS
y dado con intemperancia al cultivo de la ironía, a sí
mismo no pudo engañarse nunca, pues siempre comprendió que, en el fondo, su carácter era esencialmente serio, contemplativo y melancólico.
Contaba Carlos de diez y siete a diez y ocho años, y
apenas si toleraba que en su presencia se hablara de
algo que trascendiera a amores o galanteos: ruborizábase naturalmente y desviaba la conversación, pues en
ese adolescente timorato y grave' había algo así como
místico o sacerdotal, sin ápice de gazmoñería, que 10
impulsaba a mirar con repugnancia y esquivar con
empeño todo lo que significara o se pareciera a grosero sensualisID(J. Acaso la circunstancia de haber sido
discípulo de los Padres Jesuítas, siempre en guardia
en asuntos de ,concupiscencia, influyó poderosamente
en la manera de ser de Carlos a ese respecto en aquellos tiempos, púdicót y discreta como la de un joven
levita.
Carlos no leía novelas francesas. La poesía buena,
cualquiera que fuese su procedencia, sí era de su agrado; y, no obstante, nunca ha hecho versos, que yo sepa,
cosa tanto más notable cuanto que, poseedor de una
rica imaginación y señor de una vasta inteligencia, es
él uno de nuestros mejores prosadores, no sólo por la
corrección de la forma, el corte castizo de la frase, la
acertada escogencia de los vocablos y la sobriedad de
los conceptos, sino por la galanura del pensamiento,
la verdad del discurso y el vuelo elegante del estilo.
Con el correr del tiempo, Carlos recogió el fruto de
sus perseverantes y variados estudios con la obtención
del título de doctor en jurisprudencia, que no fue sino
la confirmación oficial de 10 que todo el mundo sabía
acerca de los méritos y aprovechamiento de aquel colegial de ceño adusto y espíritu elevad9. Después en-
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tró de lleno en las candentes luchas de la política. y,
lo que menos hubiéramos creído los amigos de su adolescencia, se convirtió en cierta época en guerrillcroterrible y llegó a alcanzar un grado alto en el escalafón militar de su causa, del cual hizo después lo que
hacen algunos frailes con la cogulla, cuando quieren
abandonar el convento: lo arrojó a la calle por encima de los tejados. Nueva y concluyente prueba del
juicio de nuestro amigo.
Al tratar de la personalidad militar de Martinez
Silva, se expresa así el doctor José María Samper. cu
su importallte libro: Galeria nacional de hombres ilmlrn:
"En las marchas del ejército lo sufría todo con el
mejor humor: comía.y bebía de lo que se encontraoa.
y si nada le venía a bs manos, se conformaba y se reía
del hambre. Dormía con sólo su manta o bayetón,
frecuentemente tirado en el suelo, y ponía de cabezal
o almohada sus grandes botas amarillas fabricadas en
Fusagasugá. -¡Que viene el enemigo! -gritaban súbitamente en alt~s horas de la noche. -¡No vendrá!
-contestaba desperezándose algo Manínez Silva. -¿Y
por qué no? -Porque yo no he dormido y tengo sueño. Y se volvía para el otro lado gruñendo: 'Que aguarde el enemigo dos horas, o que me coja'. Por lo demás,.
bailaba siempre qne había modo de hacerla, recitaba
con delicia versos y sentencias de clásicos, se burlaba
del enemigo y estaba siempre contento."
Aquello de que Clrlos bailaba siempre que había
modo de bacedo. me sorprendió mucho más, cuando 10
supe, que tocl;~~;
sus hazafías de coronel; y me demostró
que el avance de los años y las circunstancias pueden
modificar sustancialmente el modo de ser de un hom··
bre.
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IUPP.ESlONES ,Y rU;;CUF.lUJOS
De todos mis amigos de la adolescencia, aurora de
juventud que habría de asemejarse tan poco al
medio día de mi vida, fue Carlos quien primero me
echó en completo olvido. Siempre lo he sentido pero
nunca me he quejado: "las quejas, como con profundo espíritu de verdad lo dijo el Balzac español, Fernán Caballero, no son sino exigencias disimuladas";
y como por mi parte no tengo derecho para exigir
perseverancia en el afecto de mis amigos, porque carezco de calidad para ello, únicamente quiero tomar
nota del hecho, sin que por esto se crea que en mi
corazón quede ni sombra de amargura. Sin embargo ... ¿qué diría Carlos si supiera que al través de
los años y que a pesar de mil vicisitudes que han acibarado mi existencia, conservo aún con cariño el afectuoso recuerdo que me consagró cierta ocasión en un
librito de memorias, donde guardo, asimismo, el nombre de otros..seresque me son igualmente queridos ... ?
Hélo aquí:
UJJ.a
"Amigo mío: he recibido de tus manos un libro de
recuerdos, para que ponga algo 'en él. Pero, ¿a quién
te has dirigido ... ? ¿Ignoras, acaso, que no soy sino un
pobre estudiante sin luces ni talento
? ¿Qué quieres que en él consigne... ? ¿Consejos ? No puede
dados quien, joven como tú, carece de experiencia.
¿Versos... ? ¡Ayl no sé manejarlos. ¿Qué, pues ... ?
Una cos~ muy sencilla: ¡una flor arrancada de mi
marchito corazón! (el cuitado no había cumplido
diez y ocho años, y adviértase que no conocía a los
novelistas románticos ni por el forro) la flor de la
amistad, que cultivo con embeleso, porque su vista
me consuela, porque su aroma me del'eita. Acéptala y
wnsérvala COIl cuidado, que, por mi parte, te pro-
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66
l"UCIANO RIVERA y GARRIDO
meto que vel are sin descanso para mantenerla fresca
y lozana.c-rSf ... "
Es de presumirse que Carlos olvido en absoluto las:
pocas nociones de jardineria y horticultura
que pudiera po seer en aquella epoca, pues la florecita cultivada pOI' el con embeleso y cuyo aroma 10 deleitaba
tanto, apareci6 seca una manana, el viento esparcio
pOI' el suelo sus petalos, y al fin creo que no Ie quedo
de ella ni el recuerdo ...
>I<
**
Francisco Antonio
Gutierrez tendrfa diez y seis
afios cuando 110S conocimos.Me
fue muy simpatico
inmediatamente,
y desde entonces le consagre un
afecto decidido y sincero. No eran analogos nuestros
caracteres en algunos aspectos, pues Francisco, muchacho muy expansivo, alegre y animado en sus movimientos hasta el extremo de tocar casi, en ciertas
ocasiones, las fronteras de una cosa que, si no era la
, brusquedad, se le pareda bastante, pOI' los desbordes
de su naturaleza franca y leal, formaba contraste conmigo, mas reservado y prematuramente
en guardia
contra las frias rcalidades de la vida. POI' sus venas
corrian tumultuosas en .vigoroso consorcio la sangre
bogotana y la sangre antioquefia; y de esa acertada
union, nO's610 resultaba una rica inteligencia, sino
un bello y generoso caracter, con todas las condiciones espirituales de la primera y los valiosos elementos fisicos e intelectuales de la segunda. Robusto, garboso, con bellos ojos y cabellos negros muy abundantes: de tez limpia y buen color, cuando tuvo veinte
afios ostento un par de patillas sedosas y muy negras,
con unos bigotes Iinos que complementaban
de rna-
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IMPRESION}:S Y RECUERDOS
nera irreprochable su varonil fisonomia. Obsequioso,
decidor, ocurrente y un tanto inclinado a la ironia,
comidilla grata siempre al paladar humano, Francisco hacia las delicias de los pocos amigos que cultivabamos su intimidad. Como nosotros, leia mucho, espccialmente Iibros de literatura espanola, antiguay
moderna, afici6n que le trasmiti6 su grande y querido amigodon Jose Maria Vergara y Vergara, el primero entre los literatos colombianos que aclimato en
el pais a Fernan Caballero, Selgas, Trueba y la Quintana, Alarcon y otros de no menor valia, con 10 cual
nos hizo un gran bien a todos los que estabamos ereycndo que solo 10 que escriben los franceses merece
la pena de leerse. Al comercio constante de aquellos
escritores selectos debio Francisco, sin duda, el exceIente gusto Iiterario de que ha dado bellas muestras,
Los versos que desde la adolescencia hizo Gutierrez son muy notables. En los avances de la vida ha
pulsado e1 laud can tan levantada entonacion, que
criticos de indiscutible autoridad han colocado sus
poesias entre las muy buenas que se han dado a luz
en este pais. Muy de sentirse es que, reclamado por
las exigencias de una vida activa, consagrada a las
atenciones del comercio, se haya mostrado desdefioso
y esquivo a la publicidad, y solo nos haya dejado saborear contadas creaciones de su ingenio.
Hayen los versos de Francisco Antonio Gutierrez
tan espontanea naturalidad, aliada a ternura tan sincera, y en ellos se encuentran expresados los sentimientos, y descritos los objetos con tan rigurosa propiedad, que si en ellos el paeta lIora, el lector recoge
el deja de los sollozos y extrafia no descubrir en el
papel la huella humeda de las lagrimas; y euando
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LUCiANO
RIVERA
y GARRIDO
con delicado pincel copia la naturaleza, resultan tan
yerdaderos sus cuadros, que un pintor cle talento podril/. trasladados al lienzo con facilidad.
[Qué dulce
es recordar!
GOlamos
tanto
con la infantil
historia
si de los alios con el puro
encauto
vi~ita la memoria.
Los recuerdos
son músicas
que vienen
en alas de los vientos;
las mÚsicas cercanas nUllca
tan
mágicos
¡Coral
tienen
<:.cent08.
la .nrniga de lni edad
J
prinlcra
...
Su imagen no he perdido;
mientras
viva ittá mi compaiícra:
la robaré
al olvido.
Lloré al mirarla
sobre
la tierra
por la vez postTna
inerte;
1ayl esa fue la lágrima primera
que me arrancó
la muerte.
(1)
"La luna sohre el monte se levanta,
con blanda luz 10$ valles ilumina.
y haÓa
por
el ocaso con ligera
el aZlll profundo
planta
se encamina.
:-':0 muere como el sol que en occidente
el regio lecho con su lumbre dora,
sino apenas de n:\car levemente
las nuhecillas
pálidas colora.
(1)
"Cora".
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IMPRESIONES
y
RECUERDOS
Consumirse en silencio es el destino
de una vida de amor, pura y modesta;
así el astro, acabado su camino,
desaparece tras lejana cresta.
Cuando la noche brinda su misterio,
es dulce, oh luna, con tu luz dudosa,
errando por cristiano cementerio.
los muertos visitar fosa por fosa.
Cuando oramos, allí lleva a su oído
el ruego por el labio pronunciado,
cual llega al labrador adormecido
,el rumor apacible del sembrado.
(2) ••
No obstante la índole de las composiciones publicadas, que pudiera hacer creer que la musa de Gutiérrez
tan sólo se complacía en asuntos sentimentales, siempre he presumido que si él hubiera cultivado también
la poesía festiva,' ligeramente 5atírica, habría hecho
primores; y al juzgarlo así me fundo en el recuerdo de
mil rasgos chispeantes de fina y aguda (1"ítica que brillaban en sus conversaciones, rasgos que, trasladados
a la forma sugestiva del verso, habrían revelado al discípulo y al admirador entusiasta de don Ricardo Carrasquilla.
Acaso eran más íntimas mis relaciones con Francisco que con' Carlos e Ignacio. Lo visitaba a menudo en
el ,hermoso y cómodo departamento que ocupaba en
la parte baja de una gran casa que poseía su respetable familia en la plaza de San Francisco. Vecino de
ese departamento había un vasto jardín, en el cual sc
respiraban con delicia los aromas de innumerables ccdrones y rosales. Recuerdo aún el buen gusto con que
:Francisco había decorado su habitación, en la que se
(2) "Meditación".
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70
LUCIANO
RIVERA
y
GARRIDO
veía un sencillo mueblaje de estilo norteamericano,
lindas láminas de paisajes y escenas de caza y una biblioteca no muy considerable, pero tentadora por su
aspecto elegante y por lo selecto de su contenido. Allí
pasó ratos inolvidables, mimado y obsequiado de diferentes modos por aquel noble y generoso amigo.
También seguíamos los mismos cursos en el colegio, y esto, como es natural, debía contribuir a estrechar más y más los vínculos de nuestra amistad. De
ello resultaba, es cierto, notable aumento de susceptibilidad recíproca, por lo cual, con frecuencia y por
los motivos más fútiles, di sentíamos y pasaban muchos días sin que nos saludásemos siquiera. En alguna
ocasión, no recuerdo ya por qué causa, así sería ella
de insignificante, el entredicho duró dos o tres meses.
A la sazón se interpusieron unos ejercicios espirituales
en el Seminario Conciliar, a los cuales no:; hicieron
concurrir nuestras familias como asistentes internos.
En los primeros días nos vimos Francisco y yo de reojo, y nada indicaba que el resentimiento mutuo que
abrigábamos se hubiera modificado ante la expecta~
ti'ia de una confesión general con todos sus accesorios;
pero la víspera de la comunión de los ejercitantes, convenientemente preparado ya nuestro ánimo por nueve
días consecutivos de frecuentes pláticas hechas por notables oradores sagrados; ayuno constante, meditaciones prolongadas j' 1\1iscrere solemnísimo con el obligado acompañamiento de azotes, en el oscuro, que así
caían sobre los cscaílbs, como sobre las espaldas de los
prójimos cercanos, en momentos en que regresaba del
refectorio, me encontré en un pasadizo estrecho y sombrío con Francisco en persona. Pintábase claramente
en el semblante de mi amigo, como en mi rostro debía
reflejarse también, la lucha de mil sentimientos opues-
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IMPRESIONES
y
R:OCUERDOS
tos y la vacilación entre el amor propio mal entendido, que ordenaba no ceder, y el pensamiento de humildad cristiana, propio de la situación, que aconsejaba el perdón, la mansedumbre y el olvido. Terrible
era el combate que se libraba'en nuestras almas; pero
de improviso, Francisco, con la nobleza que le es característica y extraño a las influencias de esta sangre
amarga y bravía que nos hace tan quisquillosos a los
caucanos, abrió los brazos y me estrechó fuertemente
en ellos, sollozando como una criatura, .. De ese día.
para adelante no volvió a enturbiarse ni por un saló
momento el despejado cielo de nuestra amistad ..
Predestinado al dolor, como todos los hombres de
genio que profesan el culto del sentimiento, en más
d~ una ocasión ha apurado Francisco hasta las heces
el cáliz de las amarguras supremas: ángeles, que no
seres humanos, entreabrieron un día en la existencia
del poeta la puerta de oro de las dichas soñadas; y
cuando, anheloso y sediento de felicidad pura, quiso
salvar esos dinteles para vivir entre flores, aromas y
armonías la vida del ideal, interpúsose airada la muer- "te y tornó en días de llanto una juventud que tan hermosa se ofrecía a quien, como mi amigo, había sabido
ganarla con su virtud y su talento.
'
Ignacio Gutiérrez Ponce era un muchacho bello, inteligente, dulce; sus amigos teníamos en él un hermano menor, afectuoso y amable, más bien que un com-,.
pañero. Difícilmente pqdría encontrarse una naturaleza más delicada y exquisita que la de Ignacio. Si parecía como que la Providencia se hubiera complacido
particularmente en crear ese encantador niño, dotándolo con todas las formas de la gracia, enriqueciéndo10 con todos los\ atractivos de la simpatía ... ! El adjetivo dulce era el' que mejor cuadraba a Ignacio de
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Lt:CIANO
RIVI'nA
y
GARRIDO
cuantos pudicran propinársele para calificarlo, por la
suavlrbd de sus maneras, lo agradable de su fisonomía y las Glde:¡ciosélSinflexiones de su voz.
. Huérbrro d:~ madre y educado con singulnr esmero
'por 1\n padre sabio y cristiano, que procurÓ inculcar en
su corazón los más nobles y elevados sentimientos,
nuestro joven amigo fue siempre un dechado de cultura y bondad. En lo físico era tipo cumplido de esa
clase de jóvenes sonrosados, de cabellos crespos, ruhiocenicientos, y ojos entre pardos y garzo~, que si no corresponde al ideal de la belleza masculina que ofrecen
en abundancia los pueblos meridionales de Europa y
las razas morcn:1S de oriente arábigo, sí constituye una
variedad muy distinguida del francés buen mozo de
puro origen céltico, o del español de las provincias
vascongadas, de donde, acaso, haya llegado hasta nosotros. Sea de ello lo que fuere, es lo cierto que a los
diez y ocho años, Ignacio debió de trastornar muchas
cabecitas lindas de Rozotá; y en las tiernas miradas
que a él dirigían de preferencia las much:\chas desde:
los balcones y ventanas de las calles por donde p:lSábamos cuando íbamos de paseo, dejaban comprender
bien a las claras la grata impresión que el gallardo
mancebo les causaba.
No me será posible olvidar la manera discreta y cultísirna como el respetable padre de Ignacio, hombre
tan distinguido por la solidez de sus principios morales como por su grande inteligencia y conocimiento
de las ciencias económicas y administrativas, nos acogió a los amigos de su Benjamín, el día en que, arrastrado:; por una de esas muchachadas imperdonables
que dejan en el espíritu el sabor amargo de un remordimiento, aceptamos la invitación que sin aTrier~
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IMPRESIONES
y
RECUERDOS
73
pensée nos hizo Francisco para que saliéramos de paseo por la Sabana, en el coche de su familia; y por
allá en "Cuatro-Esquinas" nos dejamos seducir del
diablo y apuramos unas cuantas copas dé mistela, que
en dos por tres elevaron nuestros cerebros de neófitos
a la quinta' potencia ... Me confundo todavía cuando
recuerdo la mirada de dulce reconvención que nos di, digió el señor Gutiérrez ... Imagine el lector cuál sería aquello, tratándose de la fea calaverada que hicimos cometer a ese niño delicado, en quien tenía puestas toaas sus complacencias de p!ldre anciano ... 1
Ignacio, nacido con valiosas dotes de poeta, era también muy decidido por la literatura, y desde niño se
cons<Jgró a estudios de historia nacional, los cuales
produjeron con el tiempo frutos muy ifuportantes,
que vieron fa luz en diversos periódicos de la capital.
No había cumplido veinte años cuand,o se trasladó a
la República de los Estados Unidos con el propósito.
de seguir diferentes cursos que habrían de servirle co-'
mo preparación para el estudio de las ciencias médicas, que hizo en efecto y coronó brillantemente con la
adquisición del título de doctor e incorporándose poco tiempo después como profesor de las facultades de
Londres y París. En esta última capital tuve el placer
/ de abrazarlo hace algunos años, muy lejano ya el dichoso tiempo en que juntos nos habíamos sentado en
los bancos del colegio de los señores Ortices ... Siem-.
pre el mismo, Ignacio se mostró conmigo tan afectuoso, tan cumplido, como en la época feliz de nuestra
vida en que, animados por risueñas esperanzas en un
p'orvenir que tan diverso habría de ser para cada uno
de nosotros, nos íbamos con Francisco, cogidos del
11-4
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74
LVCIANO RIVERA y GARRIDO
brazo, por el camellón de Las Nieves, hasta "El-Sargento". o por la alameda de San Victorino hasta Puente Aranda, departiendo con sabroso entusiasmo acerca
de asuntos y cosas que nos eran muy gratos.
Cuánto gozó mi corazón al verle al lado de su bella
r joven. esposa, con una preciosa niña de pocos años,
sobre las rodillas, en un lindo departamento
de rez'de-chaussée, en la calle de PieTre ChaTTon en el aristocrático y elegante barrio de los Campos Elíseos! Comprendí que Ignacio era tan feliz cuanto se puede aspirar a serla e11 este mundo de penas y llanto; y desde el fondo de mi alma di infinitas gracias a Dios por
la dicha de mi amigo.
4:
*
*
Llevados por nuestra creciente afición a cosas de
literatllra, Carlos, Francisco, Ignacio y yo concertamos
el pensamiento de fundar una sociedad literaria que
formara ambiente común para ensayar el vuelo de
nuestras débileS' alas y al propio tiempo nos permitiera asociarnos a otros jóvenes, inclinados como nosotros
a las pcroratas y a borrajear. A las primeras de cambio nos encontramos con más de veinticinco socios,
entre quienes recuerdo con especial complacencia al
inteligente y espiritual Roberto Suárez Lacroix, el
que con S1l gentileza de cachito de buena casa se ganó
muy pronto las voluntades de todos. Sólo la discusión
del nombre que habríamos de dar a la sociedad, nos
embargó tres o cuatro sesiones. El uno opinaba de este modo, el otro de aquél; el de más allá pedía la palabra y próponía que la denomináramos Academia,
así, llano llano, como quien le dice primo al Papa; y
el de acullá, que el nombre de Congreso Literario era
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IMPRESIONES
y RECUERDOS
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el que ajustaba como anillo en el dedo. Al fin, Carlos
Martínez Silva, con la rectitud de sentido que desde
niño lo caracterizó, dijo que nos dejáramos de semejantes barrabasadas; que la incipiente institución debía recibir el nombre sencillo de Liceo Juvenil, y así
fue bautizada en el acta respectiva.,
Una vez decidido ese punto importante, no~ ocupamos con ahinco en solicitar un local adecuado para
la celebración de las sesiones del novel ateneo, pues
las de la junta preparatoria se habían efectuado en el
cuarto de uno de nosotros, incapaz, como puede comprenderse, para contener tanta gente. Uno de los socios activos del Liceo, paréceme recordar que era el
simpático y despejado Joaquín Pardo Olarte, tenía
relaciones con un mocetón
oriundo de los alrededores
,
de ~ogotá, especie de lego o alumno de convento,
quien, por ministerio de qué sé yo qué artes, nos facilitó el acceso a una de las celdas grandes del claustro
alto de Santo Domingo, edificio en el cual se efectuaban entonces las trasformaciones iniciadas por el gobierno del general Mosquera y proseguidas con no
menor eficacia por las administraciones nacionales que
sucedieron a la de aquel caudillo afortunado, y convirtieron la vetusta y austera construcción colonial en
un elegante palacio de gusto moderno.
Al semilego o cosa parecida a q~ien debíamos el
importante servicio de que acabo de hacer mérito,
dábamos familiarmente el nombre de padre BIas; y
en efecto, con el tiempo se justificó el respetuoso apodo, pues el tenaz mozo, que tenía entre ceja y ceja tal
pretensión y poseía como pocos la fisonomía del estado, dio y cavó hasta que logró vestir el negro hábito
y calzar las sandalias amarillas (vulgo chinelas) de los
Padres Candelarios. A la postre obtuvo la cura de al-
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LUCIA!\O
RIVERA
y
GARRIDO
mas de un pueblecillo de la región oriental de Gundinamarca, donde acaso goce aún de los beneficios de
su prebenda. Sujeto bonachón y no destituído de luces (aunque no eléctricas) acogió con entusiasmo nuestfO propósito, y desde el primer mOincnto su cooperación nos fue sumamente útil. El se encargó de conseguir mesas, asientos, recado de escribir, elementos de
alumbrado; en fin, cuanto se necesitó. Conque se las
arregló como pudo y formó hasta solio para la presidencia ... El hombre era una preciosidad; y más aparente para confiarle el ministerio de fomento de la
asociación, no lo habríamos conseguido ni pidiéndolo
con factura especial al extranjero. -"Con tal de que
ustedes me den algún carguito en el Liceo, nos decía
con cierta sonrisita humilde de fraile amable, aunque
sólo me nombren portero: yo lo que quiero es servirlos". Pero ... forzoso es decirlo: no todo era en él amor
desinteresado por el progreso de las letras en general y
de la corporación en particular: el buen padre BIas
alimentaba entre pecho y espalda ciertas pretensioncillas de predicador en cierne; y COillO se prometía
in peclore deslumbrarnos
con su facundia mística
cuando le lleg"ara el turno, se desvelaba por dar vida
y robustez a nuestro gran pensamiento.
Desde que fundamos el Liceo Juvenil empecé a
darme cuenta de lo que es entre nosotros la asociación,
y de cómo entiende nuestro carácter nacional eso de
la colectividad en el esfuerzo, ya se trate de empresas
públicas o privadas, ya de negocios o de industria, de
artes o de política, de obras buenas o de otras que no
lo sean. Empezaron entre nosotros las dificultades, los
tropiezos y las contradicciones en el momento mismo
en que se trató de elegir dignatarios para la corporación. Uno solo era el puesto de presidente, y todos
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IMPRESIONES Y RECUERDOS
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nos.considerabamos con titulos para ocuparlo; asi fue
como los l;miy contados que constituiamos la minoria
ruvimos que valernos hasta de in trig as electorales, nada menos que si hubieramos sido gobierno, para sacar
avante nuestro candida to, que 10 era, como de justicia, Carlos. Cuando lleg6 el turno a la eleccion de secretario, todo el mundo sac6 el cuerpo, pues como
este cargo implicaba algun trabajo y pocas 0 ningunas
genu£lexiones de .la porci6n subalterna, cosa que nos
seducla y encantaba en la presidencia, habia que
echarle el muerto al mas desmazalado de la partida.
Cargue yo conel, elegido por abrumadora mayoria,
y de adehala le agregaron otro lena; el destino de
bibliotecario, que no era tampoco una canonjia. Por
fortuna, como la biblioteca era cosa qua no existia
aun sino en la mente acalorada de los socios del Liceo, el empleo era puramente nominal y, por 10 mismo, muy llevadero.q Al fin casas de muchachosl
Nombradas las comisiones respectivas y aprobado el
reglamento en todas sus partes, prontoempezamos
a
dar de nuestro lomo escama y llovieron las peroratas
y las lecturas en las sesiones del Liceo. Retumbantes
como truenos y encumbrados como montafias eran los
temas que escogiamos para nuestros trabajos; y en
consonancia con su elevacion y grandeza eran, como
puede presumirse, la exageraci6n y mal gusto con que
los desarrollabamos. Por supuesto, al expresarme asi,
me refiero unicamente a los que constituiamos la gran
mayoria de la asociaci6n; pues mis amigos Martinez,
los Gutierrez, Roberto Suarez y algun otro, dieron
desde ientonces, as] burl a burlando y como cosa de
juego, muestras muy bell as de sus talentos. Lnjluencia
decision del cristianismo en la marcha de la civilizacion moderna; El poroenir de la p.oesia erotica en el
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LUCIANO RIVERA y GARRIDO
siglo XX; Caracteres y distintivos de
dramática en la Edad Media; El niño,
anciano en sus relaciones con la mujer
tiempos; Flores, perfumes y armonías de
tólica (éste era del padre BIas) etc., etc.:
la literatura
el joven 'Y el
de todos los
la Iglesia Ca-
tales eran los
titulas de algunos de nuestros famosos discursos. Aquello se prestaba más a la risa que a la censura seria;
y si hombres de la talla intelectual del doctor Camacho Roldán, los hermanos Pérez, D. Manuel Pamba,
Vergara y Vergara, Quijano Otero o Guarín hubieran
podido procurarse el regalo de asistir a nuestras sesiones, se habrían divertido en grande y reído hasta desternillarse.
U no de los socios más característicos del Liceo J uvenil era el Loro. El Loro era un muchacho que pertenecía a distinguida familia de la capital, pero, no
como se quiera, sino a una familia de abolengo ilustre en los fastos históricos del país. Tenía unos diez
y seis años de edad en esa época, era inquieto como
una ardilla, más vivaracho y travieso que un mico,
feo como él solo y más embustero que un saca-muelas;
pero al mismo tiempo, tan simpático, ocurrente y decidor, que, a pesar de las mil y una diabluras que ejecutaba por día, no podía uno dejar de quererlo y se
solicitaba su amistad como un hallazgo precioso. Con
esto, muy inteligente, agudo como una lezna y dado
como ninguno a leerlo todo y a saber cuanto ocurría
en la ciud2ld y fuera de ella. ¡Tremendo avechuchol
En cinco minutos y con una volubilidad extraordinaria lo ponía a uno' al corriente de lo cierto y de lo
falsQ; de lo que había sucedido y de lo que no acontecería jamás; de la última novela de Paul de Kock,
que había devorado la noche anterior a escondidas de
su señora madre; de las chispas que corrían acerca
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IMPRESIONES
y RECUERDOS
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de un pronunciamiento en Giiepsa; de los motivos por
los cuales nuestro profesor de francés acudía cada momento y más de prisa al ... jardín del colegio, y de
una chirínola horrorosa que se había desenlazado a
garrotazos en una chichería, por los lados de Las Cruces... ¡Terrible pajarraco! Paréceme que lo veo aún
por esas calles de Dios con un gabancito de paño color de café maduro, botines de derrotado, con tacones
más torcidos que la senda que lleva al crimen; sombrero gris de fieltro, de alas estrechas, con más abolladuras que el yelmo de un crUzado;con aquellos ojillos
. de pájaro que lo veían todo a un tiempo, y la tez
descolorida y sembrada de espinillas .. , Hoy sé con
mucha satisfacción que nuestro Loro 'de antaño es un
caballero muy respetable y distinguido, excelente padre de familia, hombre utilísimo por sus conocimientos especiales en diversos ramos de las ciencias físicas,
y persona llena de recomendaciones y merecimientos.
¡Quién lo hubiera sospechado entonces!. ., ¡Oh poder de las trasformacionesl
El nombre de pila del que era entonces nuestro colega es Javier; pero todo el mundo, inclusive las personas de su muy honorable familia, no 10 llamaban
de otra manera sino Loro: ¡Loro por aquí, Loro por
allá! Y lo que más me sorprende es que el ornitológico apodo se haya perdido en el conjunto de modificaciones experimentadas por nuestro amigo y consocio,
pues raras veces sucede que un sobrenombre que cae
con suerte en un colegial, no lo acompañe hasta el
sepulcro. De esto hay muchos ejemplos, en Bogotá,
sobre todo. Así, acaso sea yo la única persona que
recuerde al· travieso Loro.
El Loro era el elemento disolvente de nuestra Asociación. No había c~sa, por sagrada o seria que fuese,
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LUCIANO
RIVERA
y
GARRIDO
que resistiera a su espíritu burlón, a sus artificios diabólicos, .a sus terribles mentiras, enormes como montalías, a su ironía cáustica e implacable. Era lllUY capaz
el taimado de ofrecemos el Palacio Arzobispal para
que celebrásemos en él las sesiones solemnes del Liceo,
y se quedaba más fresco que un manojo de claveles
acabado de coger; y 'como se pintaba él solo para hacer pasar las verdades como mentiras y las mentiras
como verdades, a las veces conseguía hacernos tragar
la bola de que el presidente de la RepÚblica se informaba con interés de la marcha de nuestros trabajos;
o, mostrándonos un bonito cortaplumas o el lindo reloj de bolsillo de alguna de las señoras de su familia,
nos decía muy suelto de talle que eran pequeños regalos que, en premio de sus escritos del Liceo, le habían hecho el ministro inglés o el señor delegado
apostólico. Jamás dio medio real como contribución
de las que le correspondían en su calidad de socio,
para papel o para alumbrado; y siempre encontraba
modo decente de socaliñar algunas pesetas al tesoro
de la sociedad, con las que se atracaba de dulces y pasrejillas e~ la confitería del francés de la calle de los
Plateros. Nos enredaba con todo el mundo y entre
nosotros mismos nos ponía que no sabíamos cómo entendernos; y como poseía una facundia y una labia
que el mismo diablo le habría envidiado, y a las veces
recitaba con una gracia indecible cosas muy bonitas,
.en prosa o en verso, que se aprendía de memoria y con
las cuales en ocasiones nos hacía reír como tontos y
otras nos arancaba lagrimones como cerezas; y tenía
relaciones en todas las botillerías de la vecindad; y
era amigo y conocido del género humano ... se nos
impuso como una necesidad; como el hombre indis·
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IMPRESIONES Y RECUERDOS
pensable en la asociacion, y ya no pudimos pasarnos
sin el, jAsombrosa criatural
Los caracteres serios del Licea protestaban a menudo contra la influencia malsana del Lora; pero el
muchacho, malicioso como un gallinazo, comprendia
la cos a, se hada el chi quito y el mimado, y entonaba
can voz tompungida y contrita el peccavi; ofred a que
en 10 sucesivo serta otro, que no volveria a mentir ni
'(l enredar, y mil promesas mas, que nunca cumpHa,
porque a las pocas vueltas el natural 10 dominaba de
nuevo. Al fin, uno de los jaques del Liceo Juvenil
(que tambien contaba la corpora cion con hombrecillos
d pelo en pecho) se canso de tolerar las burl as del
Lora, quien can sus embustes estuvo ,aI canto de ponerlo en ridicule delante de personas respetablesj le
espero una tarde a la salida de Ia sesion, y Ie dio una
lunda que 10 hizo cantar. Ese dia .se descubrio que
el pobre Lora, aupque acumulaba muchas y variadas
habilidades en su personilla, era muy...
,como dire? .. imuy gallina! Y desde ese momenta empezo
para el una existencia desgraciadlsima, pues conocida
su parte vulnerable, conviene a saber, la flojera, hast a
los granujas del colegio se Ie encaramaron en la nuca
y procedieron como en pais conquistado.
No fue larga la vida del Licea Juveni1. Como en las
corporaciones de las personas grandes y formales, pron.
to se suscitaron emulaciones, surgieron rivalidades y
desagrados, en una palabra, se revelo, como siempre,
el e1emento humano con todas sus pretensiones y ruindades, sin que fuese parte a desvirtuar tan menguados
sentimientos la influencia juvenil que, generosa y noble, no alcanzo a Iorrnar ambiente bastante para que
predominasen alli unicamente las manifestaciones del
corazon y de la inteligencia. De ahi que el mejor dia
r
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LUCIANO RIVERA y GARRIDO
fuese tal el alboroto y tan grande la algazara, que el
presidente cansado de gritar: ¡al orden, señores! ¡al
orden! y de agitar la campanilla hasta volverla pedazos, se cubrió majestuosamente y descendió las gradas
del solio para retirarse, en los mOlllelltos precisos en
que un tintero lleno, lanzado no se supo por quién,
fue a dar en su pecho, inundólo en tinta, y por carambola nos roció en regla a los demás socios que andábamos por allí.
Renuncio a describir la escena que sucedió a semejante incidente. Hubo puñadas, estrujones, mordiscos,
gritos y vociferaciones de ¡tú fuiste!, ¡no fui yol, ¡SO
canalla! ¡sinvergiienza! ¡más lo es él! etc. En fin, todo como si hubiéramos sido ya hombres de barbas,
y en vez de miembros de una sociedad literaria pour
rire, padres conscriptos reunidos en congreso. Cuando
Carlos, los Gutiérres, Suárezy yo nos vimos sanos y
salvos en la calle de Forián, apenas si lo creímos.
¡Qué pelotera aquélla, Dios santo!
1«
*
*
A medida que el vuelo infalible de los años me
llevaba a las regiones encantadas de la adolescencia,
se hacían sentir con mayor fuerza en mi espíritu la
afición y el entusiasmo por las diversas formas que en
la literatura sirven de vehículo al hombre de sentimiento p:ua expresar sus más caros ideales. Experimentaba algo semejante a la necesidad de trasladar
a lo escrito de un modo claro, que resultara interesante por la vivacidad de la frase y lo original de la idea,
los pensamientos que cruzaban mi quimérica mente,
arrebatada por mirajes deslumbradores hacia espacios
soñados que mi vagabunda fantasía poblaba de visio-
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L'\I:PRESIONES y RECUElUlOS
nes risueñas ... ¡Cuántas veces, impulsado por esas
aspiraciones generosas, pretendí desplegar las nacientes alas para volar a las regiones maravillosas que mi
alma me mostraba tan bellasl ... Pero, ¡ayl ¡que apenas intentado el vuelo, recogíanse tímidos los débiles
muñones y volvía a caer pesadamente en tierral
Mi entusiasmo' por las bellezas naturales, expresión
grandiosa de la labor divina, había llegado a su apogeo; y a ese noble sentimiento se asociaban en mi alma impresionable el recuerdo de los gratos y tranquilos días de la infancia y la memoria de los lugares en
donde esos momentos dichosos trascurrieron; la imagen de los seres que entonces me amaron y a quienes
a mi vez prodigué mi cariño ... Todo ese coqjunto
poético y risueño volvió vigoroso a mi espíritu y lo impregnó con el aroma de las flores benditas que embellecieron mi niñez. Pero la exageración del senti,miento .ahogaba mis, propias concepciones, o, para.
expresarlas, encontraba demasiado vulgar el órgano
insuficiente de mi pobre palabra. Oía resonar en mi
interior las notas melodiosas y sublimes de un instru,mento rico en armonías, que era mi corazón; mas esas
notas, dulces y melancólicas, esas modulaciones delicadas y tiernas, se perdían en los infinitos espacios de
mi alma, como se pierde en el seno de la atmósfera la
fragancia exquisita de las flores. Ese concierto perenne, especie de idilio musical compuesto de dolores y
alegrías, de .,recuerdosy esperanzas; sinfonía misteriosa que revelaba a ocultas la situación de mi ánima,
sólo era escuchado por mí. .. ¡Oh, si yo hubiera nacido poeta, habría cantado entonces' hasta hacerme
inmortal! Pero, venido al mundo sin fuerzas para mostrar a los demás mis pensamientos con la elocuencia
y con la gracia de un verdadero vate, tuve que conterl.-
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LUCIANO
RIVERA
y
GARRIDO
tanne con sentir, sin poder hablar a los hombres en
el lenguaje de los dioses.
' ..... El hombre recibe con la vida la vocación que ha
de decidir' de su destino. Es cosa inevitable; y en eso,
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ma de la Providencia. El que nació para obrero, ama
los Útiles del oficio que habrá de ejercer, desde que
empieza a balbucir las primeras palabras; y fijas tendrá siempre en el ciedo las miradas, aquel que viene
al mundo destinado a contemplar eternamente las estrellas. Grande y hermoso es lo último cuando el que,
constituído así por el querer de Dios, ha de vivir en
el seno de las sociedades cultas y espirituales, capaces
de estimar y comprender el sublime empeño del genio
en dar cumplimiento a las divinas palabras de Jesús:
"no sólo de pan vive el hombre"; lo mismo es una
gran desgracia para los que, animados por altos y nobles pensamientos, arrastran la pesada cadena de la
vida en medio de pueblos ajenos a las fruiciones del
arte, donde sólo se da el nombre de trabajo al esfuerzo
de literatura, sirve a los necios y petulantes de la mayoría de emblema irónico de mentira y de farsa ...
Los hechos se verifican así por la fuerza misma de las
cosas, y por eso no tienen remedio: predicar en sentido contrario es perder el tiempo; protestar contra t,ll
orden de ideas, ¡insensatez!
A los diez y ocho arIos no podía ver el mundo con
la claridad con que hoy me lo deja ver la experiencia
de la edad madura. Por tal motivo, como pude y no
como quise, di rienda suelta a mis inclinaciones; me
revestí de audacia y dije al público en letras de molde
algo de lo que pensaba en el secreto de mi alma. Dos
asuntos ocuparon de preferencia mi pluma de princi.,
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IMI'RESIONES
y RECUERDOS
piante: la mujer, y no la mujer como se quiera, sino
la mujer pobre, paupérrima; y los pobres en general.
Me convertí en un San Martín amateur de literatura;
en un San Juan de Dios, polluelo de escritor público.
Acaso la estratégica escogencia, de mis temas me libró
de las burlas de muchas gentes y me puso a cubierto
de más de una crítica zumbona, pues los pobres $on
legión, las mujeres; legión, y siempre es bueno apoyarse en legión: la legión es fuerza, y ya se sabe que
la fuerza es el más poderoso ,y eficaz de los apoyos.
Fue el seílor don José Leotadio Camacho la primera
persona del mundo de las letras que amparó mis tímidos ensayos. Era en esa época el señor Camacho un
hombre muy joven aún, inteligente, instruído y virtuoso, que se distinguía especialmente por la bondad
con que estimulaba a la juventud estudiosa. A ese
apreciable caballero y noble artesano, que tanto honra la alta clase obrera de Bogotá y tan "bellas muestras
ha dado de su talento; al progresista y laborioso don
Nicolás Pontón y, sobre todo, a mi inolvidable y llorado amigo don José Joaquín Borda, debí la inefable
satisfacción de ver· publicados por primera vez mis
renglones de aficionado. Lo confieso: mi placer fue
muy grande: nada hay comparable a las gratas emociones que experimenta un aprendiz de escritor cuando ve impresos sus ensayos que, en su inocencia de las
cosas de la vida, él juzga, cuando menos, como obras
acabadas, que el público va a disputarse con avidez.
Esas sensaciones se debilitan, se gastan con la frecuencia, como sl.,l.cedecon todo en este mundo efímero,
principalmente con aquello que no tiene más sustentáculo que la ilusión; pero su amable recuerdo acompaña al través de las amarguras de la existencia y es
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LVCIANO RIVERA y GARRIDO
como un oasis en medio del desierto que dejan en el
alma los desengaños y los padecimientos.
Era muy joven cuando tuve el honor de contraer
relaciones con el señor don Manuel Pamba, uno de
los hombres más benévolos, espirituales y distinguid0-5
de Bogotá. Con él consultaba mis ensayos, antes de
atreverme a solicitar colocación para ellos en las ho-'
jas literarias de la capital; y como es tan indulgente,
escuchaba con santa paciencia, él, ático y atildado literato, la lectura de mis pesados articulones sobre
asuntos que nada tenían de originales ni de nuevos;
y me ayudaba con sabios y oportunos consejos de
maestro, lo cual contribuyó, acaso, más que ninguna
otra circunstancia, a que mis pocos lectores no protestaran contra esos desatinos de principiante.
Es el señor Pamba uno' de los más valiosos amigos
que me ha deparado mi afición a las letras. Me encontraba en el colegio de los señores Pérez cuando un
día, impelido por el anhelo de lectura que me asediaba siempre, tomé un número del reputado periódico
El Tiempo, y en él vi un artículo extenso, 'fubricado:
Una excursión por el Valle del Cauca ... Imagine el
lector lo que ese título tendría de decidor para mi
pobre alma, mortalmente
entristecida por la ausencia de la tierra nativa!. " Al pie de ese escrito, uno
de los más amenos, conceptuosos e interesantes de
cuantos en ese género han visto la luz en Colombia
en los últimos cuarenta años, se leían dos inicialei:
P. M. En su modestia esquiva, el eminente escritor
había llegado hasta el extremo de invertir el orden
natural de las primeras letras de su nombre y apellido,
para desorientar a sus admiradores. Por lo que se refiere al más oscuro de éstos, el señor Pombo había
contado con la curiosidad tenaz de mi entusiasmo;
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y RECUERDOS
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pues impresionado con aquella lectura deliciosa que
tan a lo vivo y con expresiones de tan elocuente poe-síame mostraba, como al través de un lente mágico,
la espléndida naturaleza de mi país, tanto hice hasta
que logré desentrañar el querido y respetado nombre
del ameno escritor y hombre distinguido que con el
tiempo habría de honrarme con su amistad y su cariño.
Nadie ignora en Bogotá que es difícil encontrar un
hombre de trato más discreto y amable que el señor
Pamba: Su fácil y castiza conversación, animada por
l'ecuerdosde no corta existencia, en el curso de la cual
ha sido testigo de una multitud de hechQsimportantes para la vida pública y la crónica privada del país,
10 primero con tanto mayor razón cuanto su respetable padre fue uno de los hombres que más eficazmente intervinieron en la existencia política de la nación
por tiempo considerable; tiéne todo el atractivo de
una narración de Alejandro Dumas, unido al encanto
-deun lenguaje sencillo, original y festivo.
:Entre las particularidades de hombre educado que
·distinguen a D. Manuel, recordaré siempre la puntualidad extremada con que da respuesta a todas, todas
las cartas y esquelás que se le dirigen, siquiera sea
muy trivial el asunto que las motive; y la manera suave, comedida y circunspecta con que acoge a quienquiera que a él se acerque, bien suceda esto en momentos de dicha y placidez, bien en días en que, como
a todo hijo de Adán, le aquejan contrariedades o pesares. A primera vista parece fácil proceder en ambos
casos como procede habitualmen~e el señor Pamba,
y tiene asomos de perogrullada el presentar como re-comendaciónde un caballero la fiel práctica de esos
.actos de civilidad corriente: ponga la mano sobre el
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LUCiA;W
R¡VERA
y
GARRIDO
pecho aquel a quien ocurra la observación, y diga
con sinceridad absoluta si se siente capaz de obrar
de igual modo en circunstancias análogas ...
Puede juzgarse de la espiritualidad de D. Manuel
Ponlbo por el siguiente rasgo, insignificante en al) arienÓa, si se quiere, pero muy expresivo por la piadosa poesía que en su ~sencia revela. Hombre de extemas relaciones en la capital de la República y sumamente poplllar entre sus amigos, suele ser invitado a
casi todos los matrimonios de la alta sociedad bogotana; y en aquellas fiestas de familia, nunca olvida exigir
a la desposada una flor de la simbólica corona de
azahares que en tan solemne día ha adornado sus
sienes. Con esas flores, emblema de puereza, llevaba
formado en más de veinte años un ramillete espléndido, el cual había puesto, a guisa de ofrenda propiciatoria, al pie de una hermosa imagen de la Virgen de
las Mercedes, que guarda cuidadoso en su habitación
particular.
:!:
**
El inolvidable literato D. José María Vergara y V.
me favoreció una vcz con la insertación de algunas
líneas mías en las columnas de su interesante semanario La Fe. Fue ese el punto inicial de las cordiales relaciones que después me unieron con aquel malogrado
escritor, a quien pudiera haberse dado el título de
maiíTc, con que en Francia son designados los hombres de letras que descuellan por su originalidad y su
talento.
En Bo¡;otá nadie ha olvidado que el sefíor Vergara
era un hombre de gallarda presencia, trigueño, muy
barbado y más bien cenceño que membrudo; de nariz
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IMPRESIONES
y RECUERDOS
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bien hecha, frente amplia y ojos muy negros, de mirada suavemGnte acariciádora. Los rasgos característicos
de esa fisonomía tan distinguida como simpática los
encontré años después reproducidos en muchos sevillanos y granadinos, pues al tipo andaluz correspondía,
acaso por afinidades atávicas, el historiador de la literatura nacional.
Agradable y'festivo en su trato, don José María
era un tanto:dado a las bromas cariñosas; hiriente.
nunca; mans.o y bondadoso, siempre. Con su muerte,
Bogoti perdió uno de sus mejores hijos, que si la
honró mucho por su ingenio y su erudición, sus grandes dotes de poeta dulce y sencillo y sus relevantes
condiciones de galano y delicado prosador, no la enalteció y sirvió menos con las nobles prendas de su caritativo espíritu, todo él piedad, amor y abnegación.
La víspera de partir para Europa, en 1868, me llevó
a su casa; y estando allí, sacó su retrato en fotografía,
y me lo dio, después de haber escrito su nombre en el
reverso ... ¡Ay! No pensé entonces que aquélla sería
la última vez que lo vería sobre la tierra: a su regreso
a Bogotá expiró, dejando tras sí un reguero de lágrimas sinceras. Pasado un año volví a la capital de la
República, y tuve el consuelo de llorar a mi vez sobre
su tumba.
Valióme mi gusto por los asuntos literarios la adquisición de otras relaciones no menos importántes
que las mencionadas: las de los señores D. José María
.Samper y D. Salvador Camacho Roldán. ¿A qué mejor recompensa puede aspirar el admirador vehemente y sincero de los hombres que forman la corona gloriosa de la Patria, que a la que procura el goce de
amistades que honran y consuelan. como la de los
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eminentes
cribir? ..
LUCIANO
RIVERA y GARRIDO
colombianos
cuyos nombres
acabo de es-
Hallábarne recogido en mi habitación una noche
del mes de junio de 186 .. "' y serían las once y media
cuando oí qtle alguna persona llamó a la puerta que
daba a la calle e inquirió por mí. Levantéme, salí y
me encontré con un criado de buen aspecto, quien me
saludó con cortesía y puso en mis manos una esquela.
Abríla al punto y leí en ella las siguientes palabras,
escritas en una letra de forma bien determinada y de
contornos acentuados:
"Estimado señor:
"Me encuentro reunido en este momento en mi
casa, que es la de usted, con algunos amigos de confianza, en mosaico pleno; y deseo que usted me complazca
en venir a ella para tener el gusto de estrecharle la
mano y presentarIe a mi señora y a mis amigos, suplicándole se sirva acompañarnos a tomar una taza
de té.
"Su estimador,
"]OSE
MARTASAMPER."
No tenía yo el honor de ser amigo del señor Samper, y ningÚn motivo podí!l hacerme presumir que mi
oscuro nombre hubiera llegado a su conocimiento.
Aquella amable cuanto honrosa e inesperada atención
no dejó, pues, de sorprenderme. Sin embargo, me vestí apresuradar:nente y me trasladé a la habitación del
ilustre publicista. Una vez allí, no tardé en obtener la
clave de lo que acontecía.
Devoto del seilor Samper, cuyas obras históricas y
literarias había leído con gran interés, muchas veces
había expresado mis sentimientos de admiración en
presencia de D. Manuel Pamba, amigo íntimo y compadre del autor de Martin Flórez, a quien designaba
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y
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familiarmente con el abreviado de Pepe. Hombre incapaz el señor Pamba de guardar secreto a sus amigos cuando se trata de hacerles saber el bien que de
ellos se diga, como hiciese parte del mosaico congregado en casa del señor Samper en la noche a que me
refiero, dio cuenta cabal a su compadre de cuanto yo
le había dicho en el calor de mi entusiasmo, agregando -lo que, por lo demás, era muy cierto- que
para mí sería una dicha relacionarme con él. Vehemente y activo en todos sus actos; naturaleza ardiente
y generosa, en la que predominaba la gran virtud del
reconocimiento, el señor Samper no quiso esperar la
coyuntura ordinaria que, sin duda, habría presentado
el mismo señor Pamba para que contrajésemos amistad, sino que al punto me dirigió la esquela que transcribí antes.
En los primeros momentos de mi permanencia en
~l salón del lieñor Samper, me sentí embarazado. Además de los respetables dueños de casa se encontraban
allí personas muy distinguidas, para quienes yo era un
desconocido: D. Alejandro Posada, D. Diego Fallan,
D. Ricardo Silva, D. José María Quijano O ... Natural era, pues, mi turbación, pero ella no duró mucho:
las incontables personas que cultivaron las valiosas relaciones del celebrado autor de La literatura fósil,
saben cuán _expansivo y afectuoso era aquel eminente
hombre público y cuántos tesoros de generosidad y
benevolencia guardaba en su gran corazón. Abrumóme con sus atenciones; y en esa grata noche -de la
cual conservaré mientras viva el inolvidable recuerdo- quedó consagrada por la simpatía recíproca la
amistad que nos unió después.
Con el señor Camacho Roldán me relacionó el honroso incidente que paso a referir.
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LUCIANO
RIVERA
y
GARRIDO
Public:'tbase en Bogotá, con el título de La Paz, un
periódico político de mucha importancia. El nombre
del periódico era su mejor programa, pues sin eludir
el estudio de los grandes problemas políticos, económicos e industriales que agitan sin cesar las sociedades civilizadas, a nadie podía ocultarsc que el objeto
principal de aquella publicación consistía en trabajar
por todos los medios posibles a fin de conservar la
tranquilidad del país, en momentos de suyo difíciles
por las circunstancias especiales que se atravesaban
entonces. Era jefe de redacción de La Paz el señor
doctor Camacho Roldán, y bastaba su respetable nombre para dar al periódico una eficaz y legítima influencia.
A menudo recibía cartas del país de mi nacimiento,
en las que se traslucía la satisfacción producida en el
ánirno de los cauelllos pensadores y honrados por la
propazanda benéfica de La Paz, propag,mda que formaba singular contraste con el empeño m,ll encubierto de al(iunos Órganos perturbadores de la prensa
bogotana, entre otros un semanario dirigido por un
pGsonajc político de relumhrón, cuyos propósitos aviesos no eran un misterio para nadie.
Como p;~rticipase del modo de sentir de mis paisanos, me permití constituírme en órg:mo oficioso del
reconocimiento público -cosa tan conforme con mis
entusiasmos juvenilesy escribí una manifestación,
que hice imprimir y circular en hojilla volante. Al día
siguiente apareció en la sección editorial del periódico
antagonista un suelto en el cual se decía que La Paz
empleaba medios reprobados y vulgares para fonnarse
atmósfera d:5popularidad ficticia, una vez que la hoja
que había circulado la víspera evidentemente tenía
que ser obra de la redacción de aquel semanario. Fun-
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y RECUERDOS
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dábase tan peregrino cuanto ofensivo cargo, en que
el impreso volante había sido editado en la misma
imprenta en que se publicaba La Paz ...
No había querido poner mi nombre al pie de la hojilla porque temí que la circunstancia de ser el de una
persona insignificante perjudicara al objeto que con
ella me proponía. Así, tan pronto como tuve conocimiento de la ofensiva aseveración del periodista subo.
versivo, me presenté en la oficina' del doctor Camacho
Roldán y le manifesté que, siendo yo el autor responsable del escrito que motivab~ el desagradable incidente conocido del público, acudía a la redacción de
La Paz con el objeto de autorizar al respetable director de ese semanario para que expresase con entera
libertad lo que ocurría en el asunto.
Tratándose de un caballero como el doc10r Camacho Roldán, cuya cultura y civilidad son proverbiales
en toda la República, fácil es darse cuenta de la manera atenta.y cumplida con que fui acogido por él.
Expresóme en términos de calurosa efusión la complacencia que en su ánimo producía el paso dado por mí;
pero se negó en absoluto a usar de la libertad en que
yo lo dejaba.
Comprendí al punto los motivos de dignidad que
inspiraban su abstención, y no insistí sobre el particular. Cuanto al incidente en sí mismo, la sociedad,
sensata lo juzgó con severidad, censurando con acritud la ligereza del temerario periodista. De ello ningún desdoro resultó para La Paz, pues el noble silencio con que su respetable director correspondió al
villano insulto, fue la reprobación más elocuente deaquella injusticia.
'
Ruego al lector crea que no refiero estas cosas por'
lo que ellas puedan tener de lisonjeras para,mi amor
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LUCIANO
RIVERA
y
GARRIDO
propio. Escritos estos Recuerdos, cuando va la nieve
de los allos empieza a blanquear mis cabellos, y remontándose ellos a tiempos que bien puedo llamar,
para mí por lo menos, tiempos muertos, tal sentimiento equivaldría a puerilidad, imperdonable en quien
aspira, sobre todo, a ser atendido con indulgencia por
el pÚblico. Si de ellas se deriva algÚn honor, bien se
comprende que él corresponde a los distinguidos caballeros que procedieron conmigo del modo que dejo
referido, pues pintan bien el carácter hidalgo y generoso de quienes, .colmados de glorias y colocados en
muy alta posición social, descendieron, en su bondad,
hasta acoger, agradecidos, las manifestaciones de aplau
iO y admiración
del pobre e insignificante joven que
era entonces el autor de las presentes páginas.
o
*
*
*
Al hacer el grato recuento de los hombres generosos
que alentaron nlÍ extrema juventud con su carií'ío, su
estirnul0 y S115 consideraciones, creería C0I11etcr la más
negra de las ingratitudes si omitiera el nombre del
venerable caballero D. Narciso Sán::hez, uno de los
Ú2timo3 y mas dignos representantes de la generación
que pncccdi6 a la nuéstra, en los promedios del siglo
que termina.
Serán contadas en la capital de la RepÚblica las
personas nacidas antes de 1860 que no recuerden al
respetable doctor Sánchez, pues era bien conocido de
todas las clases sociales, ya por sus relevantes prenda5
personales, ya por haber servido en el curso de largos
años el importante empleo de notario primero del
circuito de Bogotá, al cual supo imprimir el carácter
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IMPRESIONES
de elevada integridad
moral.
y
RECUERDOS
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que era propio de su persona
Circunstancias que no es del caso referir aquí me
procuraron la honra de relacionarme con -el doctor
Sánchez y me colocaron en situación de poder apreciar con entera imparcialidad las altas dotes de aquel
venerable anciano, tipo cumplido del caballero probo
y benévolo.
Era el doctor Narciso Sánchez hombre corpulento
y de estatura elevada, que apenas si había podido encorvar lo avanzado de la edad; cabeza abultada, de
facciones gruesas; grande y carnuda la nariz; 'bilioso
el tono de la tez, y los ojos garzos, de expresión dulce,
que revelaba la mansedumbre de su alma de niño l
formaba contraste con la gravedad habitual- de su
porte.
El rasgo culminante de la fisonomía moral de ese
patricio benemérito, lo constituía el desprendimiento
de los intereses, llevado hasta los límites de lo increíble, casi hasta el abandono; circunstancia tanto más
singular y recomendable cuanto, por sabido se calla,
que en la mayor parte de los ancianos llega, por lo
general, el culto del dinero hasta la,exageración vituperable de la avaricia. No hago resaltar precisamente esa cualidad del doctor Sánchez porque, siendo
jefe de una numerosa familia, compuesta de hijos, nietos y sobrinos -de los cuales era único y eficaz apoyo- cumpliera solícito los deberes del más afectuoso
de los padres; sino porque, no obstante gravarlo carga de suyo ponderosa, era la providencia terrenal de
muchas gentes menesterosas y desvalidas de la capital,
familias y personas con quienes sólo lo unía el vínculo
santo de la caridad.
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LUCIANO
RIVERA
y
GARRIDO
Indudable que era pingiie la renta que le procuraba el empleo que ejercía, pues además de que para
nadie es un misterio el movimiento considerable de los
negocios que diariamente se efectúan en Bogotá por
compra y venta de bienes raíces y bienes inmuebles,
traslación de acciones, poderes, ete., todo lo cual representa un cúmulo enorme de actos que tienen que ser
extendidos ante notario, en el presente caso la gran
confianza que inspiraba al público el íntegro anciano
hada que el trabajo de su oficina le produjera utilidades de una cuantía importante; y si el doctor Sánchez hubiera sido, no diré avaro sino simplemente
económico, habría acumulado un verdadero capital.
Pero tengo evidencia, en razón del conocimiento íntimo de la noble manera como empleaba sus ganancias
diarias, de que cuando le llegó la última hora sólo
pudo dejar a sus virtuosas hijas la envidiable herencia
de un nombre inmaculado.
Lo curioso del caso era que las condiciones características de ];¡ edad en que se encontraba el doctor
Sáchez no alcanzaba a perderse del todo, ahogadas
por los sentimientos generosos que constituían la
esencia de su manera de ser. Sucedía a menudo, pero
con mucha frecuencia, que cuando nos encontrábamos
en la oficina en lo mejor de la redacción de la póliza
para alguna escritura de venta, o extendíamos la matriz de un poder generaIísimo, se presentaba de improviso una sirvienta (pongo por caso) y preguntaba
por el doctor.
-jHurn!, murmuraba el anciano con su gravedad
habitual y su voz de bajo profundo: ¿qué es?
-Mi señora tal (o mi amo cuál), decía la sirvienta,
manda saludar a su merced con mucho cariño y le
suplica le haga el favor de emprestarle los diez pesos
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Il\IPItESIONES
y RECUlllU>OS
de que le habló ayer, pues se los cobran con Inume
mtpeñq, y ...
-¡Válgame Diosl, exclamaba el ,doctor Sánchez, llJl
sí es no es amostazado: ¿hasta cuándo durará esto?
¡Qué calamidadl ... y en seguida, levantándose de su
asiento y encaminándose hacia la arquilla donde guardaba el dinero, agregaba en voz más baja y cambiando
tono:
-¡Pobres gentesI Mucha será la necesidad cuando
se ven en el caso de molestarme. Acaso diez pe!os no
, alcancen a aliviar su penosa situación ... ¡Mejor será
mandarles veinte!. ..
¡Y los enviaba!
Otro de los perfiles salientes del carácter del doctor
5ánchez era la mansedumbre. Obligado por la naturaleza de su empleo a estar siempre en contacto forzoso con gentes de la más opuesta índole y de educaciÓ.
la más diversa, no había contrariedad que le fuese
ahorrada y diariamente padecía lo que no es decible
con impertinencias de todo género. Y sin embargo, ~
el largo espacio de tiempo que permaned a su lado,
nunca tuve ocasión de verle enojado con nadie. Además, hombre benéfico en el sentido más amplio de la'
palabra, a menudo cosechaba ingratitudes, como es
regular que así suceda a todo el que presta servicios
y dispensa favores; y, no obstante, jamás lo oí quejarse de la malevolencia humana, ni tuve motivos para .
juzgar que se hubiese arrepentido de ejecutar el bien.
. Desde muy temprano concurría todos los días a sU
oficina, situada, como debe recordarse, en el salón
alto del Bazar VeracTuz, que' mira a la segunda Calle
Real; y allí, rodeado de ocho o diez jóvenes pobrés,
«
I
'
n-s
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LUCIANO RI\'ERA
lO
GARIUDO
a quienes h,"Cía ganar el pan cuotidiano y trataba con
la bondad de un padre afectuoso, trabajaba cuatro o
cinco horas, sin que el exceso de la labor -en momentos en que se acercaba a los ochenta años- le hiciera
murmurar nunca. Indulgente con los inferiores, el
doctor Sánchez, circunspecto y callado de ordinario,
se hada verboso y pródigo en palabras expresivas
cuando se trataba de consolar in[ortunios. de disculpar faltas involuntarias o de estimular los sacrificios
de la virtud o los esfuerzos de la inteligencia.
Tal fue aquel anciano noble y digno, que pasó por
la escena de la vida sin más propósito que el de hacer
el bien, y bajó a la tumba bendecido por una descendencia de patriarca, a la cual dejó un alto ejemplo
que imitar.
*
*
Por los años de 1865 a 1806 conocí a Isidoro Laverde
Amaya. La casa donde habitaba este joven era vecina
de la mía, y de esa circunstancia feliz nacieron nuestras relaciones, que en seguida fomentó cierta similitud de gustos y, si se quiere, de caracteres, e hizo durabIes hasta la época presente el decidido entusiasmo
que ambos hemos sentido siempre por las cosas literarias.
Era Isidoro en aquel tiempo un jovencito delgado,
de quince a diez y seis años, poco más o menos; de tez
mate con tintes rosados; facciones muy finas, casi femeniles, ojos pardos, risueños, y cabellos muy negros.
Al entrar en la juventud elevóse su estatura, aunque
se conservó cenceño, y adornó su rostro un espeso
collar de barba, del mismo color de los cabellos.
Muchacho de índole suave y agradables maneras
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hIPRF.SIONES
y
RECUERDOS
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desde nmo, fue Isidoro hijo único muy mimado de
una santa señora que debió de haber sido bellísima,
y de un caballero distinguido y estimable, aunque un
tanto grave y retraído.
Cuando conocí a la señora madre de Isidoro, su
presencia produjo en mí el mismo efecto que me habría producido una imagen de Santa Teresa de Jesús
que hubiera cobrado de improviso la animación y los
colores de la vida. Era joven' aún, se parecía extraordinariamente a su hijo, y en su semblante escultural,
que tenía los tonos ebúrÍleos de la azucena próxima a
marchitarse, se adivinaba ese no sequé indefinible y
melancólico que se observa en el de todas las personas
destinadas a morir pronto ... Involuntariamente se
agolpaban las lágrimas a los ojos cuando, accediendo
por condescendencia a reiteradas súplicas de sus amigas, la señora se sentaba al piano y, después de sentÍdísimo preludio, hacía oír algunos fragmentos de música escogida, como el gran dúo de Norma, por ejemplo, o el Miserere, del Trovador. Parecía entonces
como si el alma de la sensible y distinguida dama se
comunicara con el teclado por lazos invisibles y le trasmitiera las exquisitas y sentimentales impresiones de
su esencia misma.
¡Ay! Cuando mi pobre amigo vio volar hacia el cielo esa madre adorada, que era la vida de su vida, creyó morir también; y su espíritu recibió uno de esos
golpes terribles de los 'cuales no se repone nunca un
hombre sensible. Apenas si el afecto solícito de su
buen padre, los viajes por comarcas amigas, en donde
fue acogido con favor singular, y el cariño por los libros, que ha dominado su existencia, apenas, agrego,
si las manifestaciones de amistad sinceras y los triunfos obtenidos en el periodismo y en obras de aliento,
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LUCIANO RIVERA y GARRIDO
han logrado atenuar aquel dolor inmenso, tan justo
como inconsolable! ¡Pobre Isidorol
Perseverante en su afecto por mí, siempre encontraba Isidoro oportuno pretexto para darme el gusto de
pasar de su casa a la mía; y en mi cuartito de estu ..
diante, rodeados de láminas, de libros y de flores,
mientras que afuera las más de las veces llovía como
suele llover en Bogotá, esto es, a torrentes y por horas
seguidas; en tanto que el viento silbaba. por entre las
junturas de los cristales de la única ventana y el agua
caía a chorros con estrépito sobre las baldosas del
patio cercano; bien abrigados y calentitos, devorábamos periódicos, novelas, versos .. , ¡Qué ratos tan deliciosos nos proporcionába·mos allí con Dumas, Sué,
Feval y Balzad ¡Cuán delicadas e inolvidables emociones nos procuraban con sus escritos Vergara y Vergara, Guarín, Caicedo Rojas, Silva, los Ortices, los
Pombos y los Pérez! ... Recuerdo que entonces !!e
publicaba en Bogotá El Iris, periódico literario del
señor Borda. ¡Con qué ansiedad esperábamos el día
de la salirl;¡ de esa amena publicación, para rccrcarnos
con las bellas cosas que allí aparecían! En El Iris leimos por primera vez Las tres tazas, del ingenioso Vergara; El Remiendito, de Silva, el inimitable Silva; El
Maestro Julián, de David, y muchas preciosidades más
que son como otras tantas perlas de purísimo oriente
que enriquecen el joyel de nuestra literatura.
A Isidoro le encantaban los dramas y comediai'l y
perecía por todas las cosas de teatro. Hubiera podido
creerse, en presencia de tan marcada afición, que con
los años habría de encaminar sus notables aptitudes
al cultivo del género dramático, tan desdeñado entre
nosotros; pero no fue así: el estudio y la reflexióm
cambiaron el curso de sus inclinaciones artísticas y~
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IMPRESIO);ES y RECUEllDOi
I().I
con el correr del tiempo, adquirió gusto decidido por
la. crítica bibliográfica. En tan difícil campo de es·
peculativaliteraria ha producido Isidoro excelentes
trabajos, que son muy leídos y en los cuales acaso no
haya de tachable sino la parte en que, con excesiva
benevolencia, juzga a algún escritorzuelo de provincia, en quien el cariño le hizo ver dotes que no existen. Por lo demás, esos escritos, como sus volúmenes
de Viajes, y otros que pertenecen a los géneros biográfico y bibliográfico, se señalan por la sencillez y ter-.
sura del estilo, la oportunidad y sesrido alcance de las
apreciaciones y lo acertado e imparcial de los conceptos. En esos trabajos, resultado de la incansable laboriosidad y paciente investigación de Laverde Amaya,
encontrarán los historiadores y bibliógrafos del porvenir fuente abundante de datos exactos que disipa~án
muchas sombras de lo que, f:.resente hoy, se llamará
entonces pasado, y contribuirán a que nuestra época
literaria sea apreciada con algún acierto por los críticos del futuro.
Solíamos Isidoro y. yo dar largos paseos por Las
Cruces, El Aserrío, Egipto, la Aguanueva, San Diego y
otros sitios pintorescoo de los alrededores de la capital, propios, por lo excéptricos y solitarios, para seducir nuestro espíritu, poblado en todo momento por
mil ensueños y románticas visiones. El tema predilecto
de nuestras disertaciones en esos paseos lo constituían
los comentarios relativos a las últimas lecturas que
hubiéramos hecho juntos y los risueños y variados
proyectos relacionados con nuestras comunes aficiones.
Desde esa lejana época se descubrían ya en mi joven
amigo las notables. dotes de bibliógrafo y critico de
que después ha dado distinguido testimonio.
Muy joven aún colaboró Isidoro en periódicos na-
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102
LUCIANO RIVERA . y GARRIDO
cionales, ya con trabajos propios, ya con traducciones
muy correctas del francés; y su labor literaria ha sido
tan considerable en el decurso de más de veinticinco
años, que. puede afirmarse, es él uno de los escritores
de nuestra generación que más han trabajado en el
campo fecundo y hermoso del periodismo.
Animado en toda circunstancia por las disposiciones
más benévolas hacia sus compañeros de aficiones y
gustos; admirador entusiasta y vehemente de los hombres notables que nos precedieron en la civilizadora
tarea de enaltecer el pensamiento humano; y sin gota
de hiel en el alma, ni la más lejana sospecha de lo que
pueda ser la envidia, a semejanza del malogrado Adriano Páez, de gratísima memoria. Isidoro ha hecho conocer ventajosamente en el país y fuera de él a muchos
prosa dores y poetas noveles que la genial indiferencia
de nuestros compatriotas dejaba sumidos en completo
olvido, y ha confirmado con sus conceptuosos escritos
la fama de que ya gozaban otros literatos renombrados. A fuerza de estudio y de perseverancia ha logrado
acumular considerable acopio de erudición literaria,
de la cual son fruto bien sazonado las diversas obras
que sobre bibliografía y viajes l/a dado a luz en diferentes épocas, y la muy notable Revista Literaria que
publicó en años pasados con aprobación y aplauso de
la sociedad culta.
Ni el transcurso del tiempo ni la ausencia, mar de
sombras en cuyas olas naufragan tantos y tan nobles
afectos; ni la distancia, ni ... ninguna de las cosas
que contribuyen, por lo común, a entibiar poco a poco el cariño entre los amigos que no se ven diariamente, han sido parte a minorar la estimación sincera
que siempre nos hemos profesado ... ¡Devuelva Dios
en dicha a Isidoro los gratos momentos que a la be-
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y Rl!:CUE\U)o&
nevolencia de ese amigo querido debe mi pobre alma,
rudamente combatida por el dolor!
'"
;)1
'"
Por aquel mismo tiempo estreché relaciones ~on otro
joven, compatriota mío: Jorge Enrique Delgado. Este talentoso e interesante muchacho fue enviado de
Guadalajara a Bogotá por su respetable padre, el conocido abogado caucano doctor Anselmo V. Delgado,
de grata memoria, para que estudiara medicina. A la
sazón se había reorganizado la escuela respectiva sobre
un vasto y sabio plan de reformas trascendentales, e
iban a ser regentados los cursos diversos que constituyen esa elevada facultad por profesores tan distinguidos como los doctores Osorio, Bayón, Vargas Vega,
Buendía, Pardo etc.
Delgado entró con decisión y entusiasmo en la senda espinosa de tan serios estudios, resuelto a no trepidar hasta ver coronados sus esfuerzoscon la adquisición de los complicados y extensos conocimientos que
debe poseer a fondo el verdadero médico para ejercer
como se debe el augusto ministerio de aliviador y
consolador de los padecimientos humanos; pero, no
porque las ciencias naturales, primero, y en' seguida
la farmacia, la anatomía, la fisiología y la obstetricia,
embargaran lo más claro de sus días y lo disponible de
sus noches, echó en olvido la poesía, deidad encantadora de la cual había sido devoto constante desde niño ... Sí, porque Delgado es poeta y de los verdaderos,
es decir, poeta de corazón; y si no, óigase cómo cantó
.en la edad dorada de las ilusiones vírgenes:
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LUCIANO
RIVERA
y
GARRIDO
A UNA PALOMA
Vé paloma, vé paloma,
Cruza el éter, plesto vuela
Al lugar
donde
mi amada
Aíligida
y triste cspc:t"a
Un consuelo que mitigue
El martirio
de la ausencia.
Rcfiérela
cuidadosa
La amargura
de mis penas,
Dile
qlle la amo y que siempre
Mi corazón
vive en ella.
Vi, Y posánc1ote en el techo
De su hogar, alegre canta
Lo que a di"par alcance
La tristeza de su alma;
Arrúllala
y cuando veas
que su~ p;¡rpados se bajan,
Con
cuidado
y silenciosa
Cobíjala
con tllS alas,
y vela su cono sueño
Junto
al ángel de su guarda.
y en la noche, si en el sueño;
I)clirando,
algÚn suspiro
Se le escapa, alguna queja,
O acaso un nombre querido
Que pronuncie
enamorada
Con sus labios purpurinos! ....
No te olvides, no te olvides
Cuando vuelvas a tu nido,
De contarme
Con ternura
Cuando
Risllefía.
Tu
En
la mires contenta,
alegre. arnorosa,
piquillo
el coral
y sientas
lo que a ella
le has oído! ....
comprimiendo
de su boca,
entre
tus plumas
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y
RECUERDOS
Jugando su mano hermosa,
Alza el vuelo y a mi lado
Dirígete sin demora,
Trayéndome de su seno
Un recuerdo, ¡ven paloma!
Aún me parece que veo a Jorge Enrique, en aquella
época, ¡ya tan lejana! .... Era de estatuara mediana
pero bien proporcionada; moreno, de ese moreno americano tan seductor; la cabeza un tanto abultada y
cubierta por una selva de revueltos y hermosos cabellos, crespos y sedososcomo los de Lord Byron; redonda y espaciosa ia frente; los ojos pardi-dorados como
los del águila (indicio evidente de ambición levantada)
y como los de;:láguila, de un mirar intenso, ¡pero muy
intenso! ... Imposible conocer a Jorge. y noestimarlo;
imposible tratarlo y no comprender, por poco observador y advertido que uno fuese, que era un muchacho de mucho talento. Aquello trascendía, como traScienden los aromas; como se difunde la melodía, conducida por la onda sonora. Cuando hablaba entre
amigos de confianza, pues delante de extraños era un
poco corto, se expresaba con facilidad y lucimiento,
acompañando sus palabras con cierta sonrisilla sugestiva, que le era peculiar; y tenía un modito de ladear
la cabeza y de quedarse mirándolo a uno de .hito en
hito, con esos ojos de pupila magnética que Dios le ha
dado ...
La fuerza de voluntad de Delgado era cosa poco
com·ún. Con motivo de trastornos políticos y a causa
de otras circunstancias particulares, el respetable padre de mi amigo se vio en absoluta incapacidad de
continuar suministrándole recursos para su permanencia en Bogotá; y, si mis recuerdos no me engañan,
llegó al doloroso extremo de insinuarl~ que r~gresara
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loi
LUCIANO
RiVERA
y
GAlUWlO
al Cauca. Habituado ya Jorge Enrique a las múltiples
privaciones que imponen al estudiante una vida de
pobreza; domadas por él con energía de hombre maduro, para las necesidades del momento prescntc, todas las grandes aspiraciones de su naturaleza de adolescente espiritual y soñador, y con una fe de mártir
en las promesas halagiieñas del porvenir, no hizo lo
que tantos otros, débiles para la lucha con las durezas de la existencia, habrían hecho en lugar suyo:
abdicar, amilanarse; perder la confianza en el futuro
probable; arreglar las maletas y, ¡a tu tierra, grulla!
lNol Semejante proceder no habría sido adoptado
nunca por un hombre del temple de Jorge Enrique:
se sometió valerosamente a desempeñar el humilde y
duro empleo de practicante-farmacéutico
en el Hospital de San Juan de Dios, con el sueldo miserable de doce pesos; y con esa suma'tan exigua, que no alcanzaba
a ser una ración de hambre, vivió en Bogotá cinco o
o seis años, soportando con absoluta dignidad una
vida casi inverosímil de abnegación y privaciones sin
cuento, Mientras tanto, estudió sin perder un instante
en pasatiempos fútiles; completó todos los cursos, y
al fin coronó brillantemente
sus esfuerzos y recogió
el premio de sus sacrificios con la obtención del diploma de profesor de la ciencia médica, que se le confirió por unanimidad. Y no sólo hizo eso, que fue mucho, dadas sus circunstancias personales: cultivó las
letras; leyó un gran número de obras históricas, literarias y científicas en los ratos que robaba a sus tareas
y consagraba a la Biblioteca Nacional; escribió artículos interesantes sobre diversas materias; hizo versos
beIlísimoii en que cantó la naturaleza, el amor, la
mujer, , , y tuvo tiempo hasta para cortejar a esa dama hOica y voluble que se llama la política.
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y RECUERDOS
lO'¡
Delgado volvió al Cauca; viajó por el Ecuador y
permaneció en distintas épocas más o menos prolongadas, en Francia, Italia, Austria y Alemania. En
aquellos centros poderosos de la civilizacióIi complementó sus estudios científicos y enriqueció su inteligencia\con el caudal de conocimientos que sabe acumular en los viajes'quien, como él, tiene el juicio suficiente para observar y el talento bastante para
aprender.
Con muy notables condiciones intelectuales; docto
en una profesión que todo el mundo acata porque ella,
a la par que es el consuelo de, la humanidad que padece, ensancha y facilita todos los caminos de la vida,
sorprendente sería que Delgado no hubiera desempeñado un buen papel en nu~stra:sociedad, máxime
si se agregan a sus dotes de gran médico, las de hombre de mundo versado en literatura y diestro en las
difíciles justas de la existencia práctica. ¿Ha sido feliz?... Si hacemos con~istirla dicha en los lauros que
procura el ejercicio de una'carrera útil y honrosa, seré
afirmativo, porque mi amigo ha cosechado suficientes
títulos para fundar una reputación sólida en el her-.
moso campo de la ciencia, que no todos pueden fecundar. Si la hacemos consistir en ese algo enteramente personal, íntimo, tras del cual corremos desalados
los hombres como en pos de un fantasma que se escapa siempre de entre nuestras manos cuando creemos
que vamos a asirlo... acaso él, espíritu delicado, sediento de emociones grandiosas y más dichoso que
otros, no haya divisado en los antros sombríoS'de}
porvenir la puerta maldita de que habla Dante en su
inmortal poema, ese símbolo siniestro de las pobres
.almasen que se apagó la luz de la esperanza!
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XI
JORGE ISAACS (1)
(REMINISCENCIAS)
Corría el año de 1867, Y se preparaba un grande
acontecimiento literario: la aparición de' María, la
novela famosa de Jorge Isaacs. Isaacs era ventajosamente conocido ya como autor de magníficos versos.
Ninguna de las personas que siguen con interés el
movimiento literario del país ha olvidado la mane,ra
singular como se reve1ó al mundo de las letras el nuevo y predilecto discípulo de las musas americanas. Es
toda una historia que, aunque someramente referida
algunas veces, recojo, entusiasta, entre mis recuerdos
más queridos, pina consignada aquí con todos sus
(1) El presente capítulo., escríto.en su primitiva forma cuan·
do aún vivía el seño.r Isaacs, fue publicado. par primera vez en
1893, en El Rumor, de Buga, y reproducida pasteriarmente
par Úl Revista Ilustrada de Nueva Yark, y por La Miscelánea,
de Medellín. Expurgado. hay de algunas inexactitudes de relata
y de no. pocas"'errares de redacción; y aumentada can detalles
interesantes que han llegada después a mi canacimienta, y can
particularidades que, acaso.,no. habría sido. o.partuna dar a luz
antes, la deja correr en este libra, segura de que las perso.nas
que se dignen leerlo. juzgarán, cama el autar, que se encuentra
en el lugar que le carrespande.
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LUCIANO
RIVERA
y
GARRIDO
pormenores, persuadido de que con ello procuraré
satisfacción y contento a más de una alma tierna.
Un d.ía leyó por casualidad D. José María Vergara y
Vergara la composición poética de Jorge Isaacs, Rio
1\1 oro ...
Ya lo dije antes: no hay en Bogotá quien no recuerde con agrado al ameno escritor e inspirado poeta
que se llamó José ¡'vlaría Vergara y Vergara; pero,
más que al bardo y al autor festivo, es al hombre a
quien, no sólo en Bogotá sino en otros muchos lugares de la República, se recuerda con estimación y gratitud. Tal hecho se verifica porque Vergara y Vergara
poseía un corazón de oro en un alma de niño: era
todo bondad, entusiasmo, ardentía y generosidad. D •..
Vergara se refiere que, siendo muy pobre, se robaba a
sí mismo para socorrer con los escasos haberes de que
ie despojaba, a los desgraciados, víctimas de la miseria
y del desamparo.
Cuando Vergara hubo terminado ]a lectura de la
composición citada,
--iQuién es, por Cristo! dijo sorprendido a la persona que le mostraba aquellos magníficos versos y
que, si la memoria no me es infiel, era el señor N.
Hurtado. de Popayán: ¿Quién es el autor de una cosa tan bella? ..
-Jorge Isaacs, respondió su interlocutor.
-¿Jorge Isaacs? .. , dijo el señor Vergara, quedándose un momento pensativo: ¡no lo conozco!
-Es un joven caucano, hijo del rico propietario
inglés del mismo nombre, a quien usted debió conocer en el Valle del Cauca.
-Sí, en efecto, conocí en Palmira a aquel respetable caballero, pero no a su hijo ... Sea de ello lo que
fuere, prosiguió Vergara, agitando con vehemencia
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IMPIffiSIONES
y
RECUERDOS
III
el papel que tenia en la mano, desde ahora afirmo a
usted que el nombre del autor de estos versos vivirá
mucho tiempo en la memoria de los amantes de la
poesía verdadera: es decir, ¡será célebrel
Las personas de aquel tiempo que aún viven y la generación que a él ha sucedido, saben que al emitir
ese concepto con la autoridad que a sus juicios daba
el excelente gusto literario y la gran versación que
en esas materias poseía 'el señor Vergara, se mostró
certero profeta.
Una casualidad hizo que en alguno de los días subsiguientes al en que D. José María leyó la poesía de
lsaacs, éste tuviera necesidad de ocurrir a una agencia
,de negocios que, asociado al señor doctor Aníbal Galindo, administraba el señor Vergara. Con este motivo
y de la manera más inesperada, se efectuó el conod.miento personal entre los dos caballeros, conocimiento
'que habría de convertirse con el tiempo en sólida amistad. De los asuntos puramente comerciales que habían
Jlevado a Isaacs a aquella oficina, se pasó a tratar de
literatura; y, como era de esperarse, Vergara felicitó
..a Jorge por su admirable canto al Río Moro, y recabó del joven que le mostrara sus demás trabajos. Diéronse cita y por la noche estuvo D~ José María de visita en casa de Isaacs.
Desde el primer momento trató al poeta caucano co.mo a un amigo de larga data, es decir, con suma confianza y con esa familiaridad afectuosa, de buen tono.
que era propia del modo de ser de aquel caballero
.republicano, enemigo jurado de los estiramientos de
la etiqueta. Interrogó a Jorge acerca de su pasado y
$e manifestó sumamente sorprendido de que, encontrándose en posesión de tan elevadas dotes de poeta.
no hubiera cedido a las tentaciones de la publicidad.
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LUCIANO
RIVERA
y
GARRIDO
en tiempos como los nuéstros, en que hay verdadera
comezón por verse en letras de molde; impidióle con
energía que cometiera el atroz filicidio de arrojar al
fuego todos sus manuscritos, como diz que intentaba
hacerla, impulsado por razones que escapan a mi (0nocímiento; volteó al poeta al derecho y al revés con
aquel espíritu de investigación intelectual que en él
era infatigable; escudriñó hasta el fondo de su gaveta;
y cuatro horas después se retiraba, enamorado del vate, m,ís pagado del hombre y con los bolsillos hasta el
tope, llenos de borradores de los versos del autor de
Saulo.
Transcurridos unos pocos días se reunía en casa del
señor doctor José María Samper el jurado literario
más selecto. que acaso se haya congregado alguna vez
en la capital de la RepÚblica. Ese jurado tenía como
objeto principal apreciar la obra poética de Jorge
Isaacs, cuya excelencia hebía hecho conocer ya D. José María Vcrgara a algunos literatos de nota.
Eran las ocho de una de esas noches serenas y templadas que hacen de Bogotá, en verano, una mansión
deliciosa. El reducido pero lujoso y confortable salón
del autor de Un drama íntimo, brillaba con el reflejo
de numerosas bujías, colocadas en candelabros de cristal; en grandes jarrones de porcelana azul, ramilletes
de flores escogidas esparcían suaves aromas por la abrigada estancia; y un gran círculo, compuesto por doce
caballeros, se encontraba situado en contorno de la espaciosa mesa de centro, sobre la cual se veía una elegante lámpara de bronce, y al pie de ella un rollo
abultado de papeles manuscritos, recogidos con una
cinta roja. No lejos de aquel sitio y en asiento inmediato a los uuefíos de casa, estaban Jorge Isaacs y su
mecenas, D. José María Vergara y Vergara; visible-
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y
RZCUERDOS
mente preocupado aquél; éste, sereno y risueño, como
siempre, envuelto en una ancha capa española, que
acentuaba más la varonil expresión de su fisonomía
sarracena. Se departía con animación acerca de diversos asuntos, y en todos los semblantes se veía pintado el sentimientÓ de una 'viva curiosidad.' Aquello
era un mosaico.
Los mosaicos, como es ya de constancia histórica
en los fastos literarios del país, eran reuniones más o
menos intermitentes que se efectuaban sin obedecer
a reglamentos ni estatutos determinados, en casas de
algunos literatos notables; ya en la del señor Samper.
como en la noche a que me refiero; ya en la del señor Vergara; en la de D. Ricardo Silva, en aquella
época nido perfumado por el aroma de la felicidad; o
en la del señor Marroquín, la del señor Borda; \,del ,
señor Fallan o D. José María Quijana O. En lós mosaicos se trataba mucho de literatura, de artes, de!'intimidades concernientes a los circunstantes, ~e cróni~.
de todo ... ¡Hasta de política! Se bromeaba, un poco,
se reía, se tocaba piano; se leían lindas comP9siciones
originales en prosa y en verso; se tomaba té,' café o
chocolate, según que los contertulios fuesen más o
menos adictos a las cosas modernas o a las antiguallas ... En fin, se ,pasaban dos o tres horas útiles y entretenidas, en las cuales diez, quince o veinte caballeros de lo más culto y distinguido con que en esa
época contaba Bogotá entre lo mejor de sus literatos y
artistas, y en algunas ocasiones,' señoras, artistas o letradas ellas también, o que, sin serIo, embellecían y
animaban la reunión con su hermosura y con su gracia, y hacían el gasto con el derroche 'más pródigo de
espiritualidad y buen tono que pueda imaginarse. En
esas amenas tertulias solía verse de vez en cuando a
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LUCIA:-¡O
RIVERA
y GARRIDO
la scílora Mercedes Párraga de Quijano, tan graciosa
como inteligente; a la ilustrada señora Soledad Acosta de Sampcr; a la culta y respetable señora Samper
de Ancízar; a la señora Vicenta Gómez de Silva, dama
hermosa entre las más hermosas que se han admirado
en Bogot,í, y otras señoras, renombradas todas, con
razón, por su belleza o por su ingenio. De esos mosaicos salieron los mejores artículos de costumbres y
las más inspiradas poesías que vieron la luz en esa
época, como fueron: El correísta, de Vergara; Un domingo en casa, de Silva; La docena de pañuelos, del
inolvidable Guarín; La perrilla, de Marroquín; Mi
hogar, de Samper; La luna, de Fallan, excelsa producción, suficiente ella sola para dar fama a la literatura
de un pueblo, como que es para nuestras letras lo que
El lago, de Lamartine, para las francesas, y tantas y
tantas composiciones exquisitas, hijas del ingenio privilegiado de los señores Pamba s, los Ortices, Valenzuela (Teodoro), Carrasquilla, Camacho Roldán, Posada,
Borda, los Pérez, Becerra (Ricardo), Galindo y otros.
No todo era rosas, claveles y azucenas en el camino
que habría de llevar a Jorge Isaacs desde la penumbra
de su existencia recogida y modesta hasta la plena luz
de ese areópago bogotano. Entre los caballeros que
iban a fallar en el proceso de su gloria, encontrábase
alguno que no se sentía favorablemente dispuesto hacia él. "Rabíase sentado en una silla un tanto retirada
del grupo principal, y se entretenía en hojear un abultado diccionario que tenía a su alcance ... " (1) ¿La
causa de tan insólito desvío? .. ¡La maldita política!
En 1860 y 1861, Isaacs hizo campaña contra el gene(1) Isidoro Laverde Amaya: Bibliografía
colombiana, edici6n
de 1895.
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y
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ral Mosquera, primero en Cali, en febrero de aquel
año; después en Antioquia, a las órdenes del general
Braulio Henao, entonces coronel. " "Instintivamente
comprendí (¿qué juicio cabal a los veinticuatro años
en tales asuntos?)", me decía Jorge en carta muy interesante, dirigida en septiembre de 1893, con el objeto
de rectificar la aserción hecha por mí en la primera
edición de este escrito, de que él había sido oficial en
el ejército de D. Julio Arboleda: "instintivamente comprendí que Mosquera trabajaba en servicio de su desmedida y temible ambición. Hoy, en igual caso haría
yo, aunque me costara la vida, lo que entonces hice.
El año de 1867justificó mis temores instintivos de muchacho patriota: la dictadura, sea cual fuere su forma
y pretexto, es, ha sido la calamidad atroz y desmoralizadora de estos países suramericanos... No fui oficial
de Julio Arboleda, ni su amigo: he admirádo sus osadías de experto y valeroso general, sus discursos elocuentes, sus obras de poeta, de las eu'ales repito' ,con
placer estrofas admirables; viven en mi memoria desde que yo era un niño:
"Voy recorriendo pensativo y mudo
Con lento paso la esmaltada falda
Por do el Cauca entre ¡:ibas de esmeralda
Precipita su rápido raudaL ...
¡Ayl Quizá las' mujeres españolas
Que el bautismo reciben en la cuna,
Tendrían más fortaleza y más fortuna ....
"Te quiero, si, porque eres inocente,
Porqu~ eres pura, cual la flor temprana
Que abre su cáliz fresco a la mañana
y exhala en torno delicioso olor ...•
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llG
LUCIA'I10 RIVERA y GARRIDO
.' ¡"Era de la índole y escuela y edad de Gonzalo de
Córdoba. Si era grande, ¿por qué no fue magná.lli·
roa? .. En 1861 tenía yo apenas veinticuatro años, y
le vi unos momentos, tres días después de su victoria
en El Cabuya!. Fui a pedirle que me dejara ver a César Canto, que cayó prisionero en esa batalla. Ya no era
D. Julio el hombre pálido y moreno, de complexión
nerviosa, que en mi niñez conocí cierto día que yo
traveseaba, chiquitito, en la caja de costura de su esposa. Le hablaré a usted de todo eso alguna vez: será
interesante
"
Como antes dije, alguno de los literatos que en la
noche mencionada iban a ceñir las sienes de Isaacs
con los lauros del genio o a infligirle la tortura de la
derrota, era liberal exaltado y miraba con prevención
al oficial del ejército de Renao ...
El reloj de la Catedral dio pausadamente las nueve
de la noche, con esa sonoridad majestuosa y solemne
que caracteriza las vibraciones de aquellos broncei
sagrados.
-Scfíores, dijo el dueño de casa con la estentórea
voz de tribuno que le era peculiar: el señor Isaacs va
a favorccernos con la lectura de sus poesías. No necesito reclamar la atención de ustedes, agregó de una
manera intencianada, invirtiéndase hacia el caballero
liberal, que continuaba muy distraído hojeando el
voluminoso infolio.
Jorge Isaacs era en esa época un joven de veintiocho allOS, poca más a menos. Delgado y esbelto, de
estatura regular y bien praparcionada.
Isaacs, como
tados las hombres que han habitado por largo tiempo en las orillas del mar o en los valles extensos, al
andar llevaba siempre la cabeza erguida, acostumbrado desde la niñez a dominar con la mirada los hari-
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y RECUERDOS
11'1
zontes lejanos. En sus labios de acentuados rasgos,
que sombreaba un espeso bigote negro, peinado hacia
abajo, se dibujaba ordinariamente cierto pliegue desdeñoso, .no exento de bondad, que era en él indicio
de altivez de raza y formaba característico contraste
con la animadísima expresión de los ojos, velados en
días de excesiva.1uz por espejuelos de cristal azul. La
frente levantada, amplia, redonda y de líneas correctas; bien hecha la nariz; despojadas de vello las mejillas, y éstas, más bien enjutas que abultadas; y el
aire general de la fisonomía, seductor y atrayente como el de todos los hombres jóvenes de prosapia semítica.
Si para comunicar cierto saborcillo novelesco a la
escena que intento describir dijera que, al oír las palabras del señor Samper, Isaacs se había levantado de
su asiento con desembarazado ademán a fin de dar
principio a la lectura de sus versos, faltaría deliberadamente a la verdad. ¡Nol Isaacs se levantó con timidez
y bastante inmutado: las manos le temblaban algún
tanto cuando desenrolló el manuscrito de las poesías,
y la voz, de suyo sonora y bien timbrada, era insegura
en el momento de empezar. V~rificóse esto con la
composición titulada La muerte del sargento. La primera estrofa no pudo !lpreciarse bien, por lo cual se
pidió rectificación de la lectura. Entonces el joven
hizo un poderoso esfuerzo sobre sí mismo; comprendió que del modo como leyera sus poesías iba a derivarse la suerte que ellas corrieran, y acaso también su
porvenir, y consiguió dar a su voz la conveniente entonación, el timbre requerido. Isaacs leía con mucha
propiedad cualquier escrito; sus propios trabajos, de
una manera admirable. Sabía modular la voz como
conviene; comunicaba a la palabra escrita la vida que
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LUCIANO
RIVERA
y GARRIDO
elehe prestarle la fuerza de la idea; expresaba con
acierto la pasión; animaba la frase con el calor del
sentimiento, y poseía como nadie el secreto del cambio de las inflexiones, que es como el centro sobre el
cual gravitan todos los recursos de que un buen lector
se sirve para obtener el efecto ambicionado. Leer bien
es una de las cosas más difíciles de la vida: leer bien
es un arte, como ha dicho Lcgouvé; es casi una ciencia. En 1m afios que cuento no he oído leer como creo
que debe leerse, sino a cuatro o seis personas, entre
ellas al ilustre poeta difunto D. José Zonilla, y al
viajero y literato andaluz D. José María Gutiérrez
de Alba.
La lectura de La muerte del sargento se verificó,
pues, de una manera casi artística y terminó en medio de un silencio profundo. Si la luz de las bujías
que alumbraban el salón hubiera sido susceptible de
producir algún ruido; si el aroma de las flores que
adornaban
las mesas hubiera podido advertirse al
surgir de las p;Ílidas o encendidas corolas, rumor de
luz y ascensión de perfumes habrían sido oídos ... A
aquella poesía siguió La mañana del abuelo; y trascurrida una cortísima pausa, Los ojos pardos. El silencio
contir.uaba; es decir, los labios no se movían, de los
pechos no salían voces, ni se oía la más leve palabra;
pero se sentía, se adivinaba una poderosa corriente
eléctrica que inundaba con sus efluvios abundantes a
aquel auditorio impresionado y hacía brotar chispas
luminosas de todos los ojos, las cuales eran como los
fugitivos relámpagos de la tempestad de entusiasmo
que empezaba a desencadenarse en aquellos cerebros.
Algunas manos como que intentaban levantarse para
aplaudir y procurar así una salida al fuego que invadía las almas; Olros amagaban posarse sobre el hombro
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y
Rf.(:t:F.RDOS
del vecino, como para llamar la atención hacia tal o
cual pasaje determinado de la lectura; y en las variadas actitudes del conjunto, se revelaba una intensa
emoción ...
Como evocados por el mágico acento del poeta, surgían en mudable y luminosa sucesión del seno de sus
cantos, que eran reflejo de la naturaleza misma, el
hermoso Valle, callado y misterioso en su indecible
majestad; los bosques de verdor incomparable; las retozonas fuentes; las vívidas flor~s de aroma embriagador; el juncal bravío, la parda llanura, el matorral
reseco ... y sus labios narraban las tristezas del hogar
perdido, la muerte gloriosa del soldado invicto y los
amores desgraciados de la aldeana; la historia del esclavo fiel y. los ensueños ambiciosos del trovador de
numen oriental .. , Todo aqu.ello iluminado por una
suave luz de aurora, que así prestaba los cambiantes
tonos de girasol a la profusa selva, como tornaba en
diamantes rosados las temblorosas gOlas de rocío ...
jOh, qué momento aquéllo
Mientras tanto, Jorge proseguía la lectura sorprendido, acaso, por aquel silencio cuya verdadera naturaleza no podía advertir; pero su voz no se debilitaba.
su acento crecía en sonoridad y melodía ... Ya no
era un hombre que leía versos delante de otros hombres: era el poeta que, arrebatado por la música de
sus estancias armoniosas, desplegaba las alas en el
azul de horizontes inmensos y remontaba el vuelo a
la región de lo infinitol
Así continuó la inolvidable escena hasta que llegó
el turno a La visión del castillo, que finaliza la serie
y cuyas estrofas últimas dicen así:
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LUCIANO
RIVERA
y
GARRIDO
..........................................
¡Oh! Basta de tinieblas
y porvenir
sin nombre,
Si tantos han vencido luchando, ¡lucharé!
Yo quiero que a los genios mi voluntad asombre,
Dejar un sol por faro donde el escollo hallé.
Parásito
ya seco de un tronco envejecido,
Lanzado por los vientos a un piélago sin fin,
A sus melenas canas en la tormenta asido
Quemándome
sus rayos la tempestad
seguí.
¡Oh diosa de mis sueños de juventud!
En vano
Ya exánime y sin rumbo de nuevo te invoqué,
Y errante en las tinieblas, buscándote mi mano,
Creí besar la tuya, y alzóme una mujer.
Tan
bella, tan amante,
brindóme
su pureza;
Dichoso fui su esclavo, pagué su compasión;
La di mi hogar por trono; por lujo mi pobreza;
Calmó mi sed de Lázaro su inagotable amor!
¿Me olvidarás por siempre, visión de mis encanto&,
Celosa de mi vida, de tan mundano bien?
¡Oh, vuelve y dicta
al vate los inmortales
Tus versos con mis lágrimas
cantosl
y sangre escribiré.
Las últimas palabras se ahogaron en un estruend050
aplauso. Nadie pudo resistir la emociÓn profunda que
embargaba los ánimos; ninguno de los que allí estaban fue dueño de sí mismo, y todos se levantaron a
una, impulsados por idéntico sentimiento, para abrazar a Jorge y felicitarlo calurosamente; distinguiéndose con especialidad por sus demostraciones de fervorosa admiración el literato liberal que no había podido perdonar al poeta el haber militado bajo las
banderas de una causa contraria.
¡Oh, qué ovación tan gloriosa!. "
¡Cuán inmenso
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entusiasmo! .. , IEl genio de la poesía americana de·
bió de conmoverse de gozo en aquella noche bendital
Al día siguiente, al darse cuenta en un periódico
de la capital de lo que había ocurrido la noche anterior en el mosaico congregado en casa del señor Samper, se atribuían al ~spiritualliterato D. Manuel Pombo, entre otras, muy interesantes, estas o 3eroejantes
palabras:
"Jorge Isaacs vivía contraído al trabajo humilde,
tranquilo e ignorado, sin acordarse para nada de una
deidad esquiva y voluntariosa que se"llama Gloria ...
Un día la voluble diosa llamó a las puertas del poeta
caucano; y Jorge, que al amanecer de aquel día se
levantó desconocido, en esa noche se acostó famoso."
Pocas semanas después, las Poesías de Isaacs aparecieron en bella y correcta edición, que costearon en.
tusiasmados los mis~os caballeros y literatos que en
aquella noch_ede imborrable recuerdo habían ceñido
la frente del vate con la corona del genio. Fue el señor doctor Teodoro' Valenzuela, el literato liberal
aludido en las líneas' anteriores, hombre de ~ande
inteligencia y loable decisión por el arte, quien propuso á sus nobles compañeros que dieran a su admiración esa fonna palpable. De los anales literarios de
Colc¿mbiano desaparecerán nunca los nombres ilustres de esos catorce varones de buena voluntad. Helos
aquí:
J. M. Sarnper, J. Manuel Marroquín, Ezequiel Uricoechea, Ricardo CarrasquilIa, Aníbal Galindo, Próspero Pereira Gamba, Diego Fallon, J. M. Quijano O.,
RaJaeI Samper, Teodoro Valenzuela, J. M. Vergara y
Vergara, Ricardo Becerra, Salvador Carnacho Roldán,
Manuel Pombo.
II-6
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122
LUCIANO
RIVERA y GARRIDO
Treinta y tres a,ños han corrido después de ejecutado ese acto de levantada cultura social y patriotismo
excelso. ¿Tendríamos hoy la dicha de que escenas semejantes se repitieran,
para honra de Colombia y
estimula poderosa de sus hijas inteligentes? ..
"Que responda el lector con la mano sobre el corazón:' diré con mi paisano el señor D. Jorge Roa.
*
*
*
Tenía yo relaciones de amistad con un joven bogotano de apellido Madiedo, cajista en el establecimiento tipográfico del señor don José Benito Gaitán. Una
tarde encontré a ese joven en la lujosa fonda que llevaba en aquel tiempo el nombre de "Club Americano", situada, como acaso se recordará, en la esquina
noreste de la primera Calle Real hacia la plaza qe
Bolívar. Después de saludarnos y hablar acerca de
asuntos indiferentes, me dijo Madiedo:
-Pronto veras publicado un libro que se imprime
actua~Inente en el establecimiento de! señor Gaitán,
en el cual se trata mucho de tu país, del Valle del
Cauca ...
-¿Sí?, le dije; y ¿cómo se titula el libro? ¿Quién
es su autor? ..
-El libro se titula simplemente María, respondió
Madiedo; su autor es un paisano tuyo y se llama D.
Jorge Isaacs.
He aquí la manera como por primera vez llegó a
mi conocimiento el famoso libro de Isaacs; ese libro
singular, destinado a tantas y tan merecidas glorias,
que habría de hacer derramar incontables lágrimas,
arrancadas por la sincera y eX(luisita ternura de sus
páginas incomparables. Fue mi amigo el sefíor don
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IMI'D:SIONES
y
RECUERDOS
Isidoro Laverde Amaya quien hizo llegar a mis manos
.aquella obra, trascurridos unos pocos días.
Siempre he creído que Isaacs, desconfiado de su
propio mérito, como todos los hombres de verdadero
talento, no se atrevió a esperar de su libro la profunda
impresión que produjo, el éxito realmente extraordinario que alcanzó en todas partes. Fue tan espléndida,
tan completa e incondicional la ovación que se hizo
a la obra y al autor, que no creo pueda volver a presenciarse nada igual en nuestro país, por mucho que
Dios quiera favorecer a los colombianos con los ricos
dones del genio. -"Yo he sentido la emoción de mi
libro," decía Isaacs a alguno de sus amigos, antes de
la publicaci6n de María: "¿La sentirá el público? .. "
-¡Sí, la sintió! Los hombres admiraron a María como
un esfuerzo supremo del genio; las damas, conmovidas
hondamente con aquella dolorosa historia, impregnada en sus más íntimos detalles con el aroma de la
melancolía y desarrollada en el seno de uno de los
más hermosos países del mundo, soltaban el libro de
las manos para enjugar el copioso llanto que brotaba
de sus ojos; y el público en general lo leía con avidez
inusitada. -."¿Será cierto?", nos preguntábamos todos.
-~'¿Es verdad que el Valle del Cauca sea un país
tan bello cual aparece en las descripciones de Isaacs?"
-decían los bogotanos.- "Cosas y hechos como los
que constituyen el "argumento de esa obra, no pueden
inventarse", exclamaban las gentes por to'dos lados.
"Ese libro está escrito con lágrimas", decía la ilustre
poetisa.D:.LSilveria Espinosa de Rend6n; "deja el alma herida, porque su lectura produce tristeza irremediable".
Isaacs fue entonces el hombre de moda. Las mujeres deseaban con vehemencia conocerlo, pues vieron
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LUCIANO RIVERA y GARRIDO
en él al intérprete afortunado de todas las ternura$.
femeninas; los salones de la alta sociedad le abrieron
tie par en par sus doradas puertas; los círculos literarios, que ya lo habían aclamado como gran poeta, le
cedieron el primer puesto como novelista; y todo el
mundo admiró su ingenio sin restricciones. Bogotá
probó en esa notable circunstancia que sí es digna de
los valiosos dictados de espiritual y culta con que
siempre se la ha enaltecido.
Como testimonio probatorio de lo que dejo escritov
bastará referir el hecho siguiente, que acaso no se
haya borrado de la memoria de algunas de las numerosas personas que conmigo tuvieron ocasión de presenciarlo.
Trabajaba a la sazón en el teatro existente entonces en Bogotá una de las mejores compañías liricas
que han visitado la capital de la República de treinta
años a esta parte. Llamábase la prima-donna Eugenia
Bellini, si mis recuerdos no me engañan. El nombre
poco hace al caso: la artista era de un mérito indiscutible y desde el primer momento había seducido en
masa al público bogotano entendido en música o admirador incondicional de todo lo bello y lo bueno.
Coincidieron con la aparición de lHaría las primeras audiciones musicales de aquella compañía, y justamente, se daba N onna, la ópera predilecta de los
bogotanos en aquel tiempo, en uno de los quince o
veinte días siguientes al que salió a luz la novela caucana. El teatro estaba colmado: lo más granado de
las bellas damas bogotanas llenaba los palcos, y la
platea había sido ocupada íntegramente por la más
elegante juventud masculina de la capital; esto, sin
hablar del gran nÚmero de personajes eminentes en
la literatura, en la política y en las artes, que se veían
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IMPRESIONES
y RECUERDOS
115
disemmados, así en las galerías como en los sillones
de orquesta, y hasta en las lunetas, reservadas por lo
común a los simples mortales. Mujeres jóvenes y hermosas, luz; flores, diamantes, perfumes' y armonías:
he aquí el conjunto arrebatador que formaba en esa
noche aquel auditorio escogidísimo.
Entre los palcos de segunda fila más inmediatos al
proscenio, hacia la izquierda, veíase uno que permanecía desocupado, no obstante haber empezado el
primer acto. El público había escuchado absorto la
incomparable obertura; habíase estremecido el edificio hasta. sus fundamentos, conmovido por los acentos poderosos del imponente coro Non partir; y Nm'ma, la angelical sacerdotisa del templo de Irminsul,
iluminada por la luz de perIa de la luna llena, levantados al cielo los bellísimos ojos, con la corva cuchilla
que había de segar el muérdago sagrado, en la diestra,
y la siniestra sobre el corazón, empezaba la sublime
aria de la Casta diva, para escribir la cual, dice Teófilo
Gautier, Bellini subió al cielo y arrebató una pl~ma
de las alas de un ángel, cuando en medio del solemne silencio del auditorio se oyó el golpe seco de la
puerta def palco desocupado de que hablé antes, y
tres caballeros, elegantemente vestidos, entraron en él
y tomaron asiento. Uno de ellos, delgado, de tez mate,
con bigote negro y abundante cabellera lacia del mismo color, peinada hacia atrás, moderaba la vivacidad
de sus miradas con anteojos de cristal azul.
Inmediatamente se oyó un rumor sordo, que surgía del patio y de las galerías, producido por un nombre; un nombre que todos los labios pronunciaban a
una, al mismo tiempo que todas las miradas, así las
de las bellas damas de los palcos como las de los nu-
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LUCIANO
RIVERA y GARRIDO
merosos caballeros de la platea, se dirigían hacia
aquel sitio.
-¡Jorge Isaacs! ¡Jorge Isaacs! ¡Jorge Isaacs!
Entonces se efectuó un hecho que acaso no volverá
a repetirse nunca en la misma forma, en Bogotá. La
Bellini, ajena del todo a lo que pasaba en el patio,
proseguía desgranando, en su garganta de oro, el sartal de cristalinas perlas de la inmortal aria; parecía
como si de sus labios la oración a la diosa se elevase
hasta el cielo como un perfume único, como una plegaria sin igual. Ondas de purísima armonía se derramaban por el ámbito, y la orquesta acompañaba, trémula y conmovida, aquella suprema expresión del
genio de la música; y mientras que el aire vibraba,
estremecido al impulso de aquellas notas sublimes, el
rostro de la hermosa artista reflejaba, con elocuencia
irresistible, las poderosas sensaciones que producían
en su alma esos suaves acordes de deliciosa melodía ...
Mas el público, en su mejor parte, no se daba ya
cuenta de ninguna de aquellas magnificencias musicales que tantas veces 10 habían electrizado de placer:
era Jorge Isaacs, el celebrado autor de Maria, quien,
por el momento, subyugaba toda su atención; era
Efrain. el Efraín del "monólogo terrible del alma
ante la muerte, que la interroga, que la llama, que la
ruega ... ya quien demasiado elocuente respuesta dio
una tumba sorda y fría, que sus labios oprimían y sus
lágrimas bañaban"; era el afortunado poeta de las
márgenes del Nima, lo único que en aquellos instantes de emoción imponderable encadenaba la atención
y las miradas de aquel público selecto.
iEso es la glorial Cosa inasible, idea abstracta, objeto sin color. 31ma sin cuerpo; pero aureola de divina luz, que brilla csplendorosa sobre la frente del
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y RECUERDOS
127
genio y lleva los reflejos de su infinita irradiación
hasta los senos invisibles de la posteridad más lejana.
¡Asombroso poderl
El incidente que acabo de referir no debe sorprender al lector. Fue cosa muy natural. Isaacs no era conocido hasta entonces sino de los hombres de letras
y de un limitado número de personas extrañas al tecnicismo del arte, pero que leen con gusto los versos
buenos. Una vez devorada, que no leída, Mar{t%, por
la sociedad culta de Bogotá en masa, ella quiso tener
el espiritual placer de conocer personalmente al escritor, y fue la satisfacción de ese anhelo justísimo,
en los momentos precisos en que la mente y el corazón
del público se sentían subyugados por la impresión
profunda de aquel libro inmortal, lo que produjo la
escena que he pretendido describir. (1)..
(1) En carta de Septiembre de 1893, me deda Isaacs lo que
'sigue, con relación a aquel incidente, conocido por él cuando
por primera vez se publicó este capítulo:
•••••••••••••••••••••••••
o
•••••••••••••••••••••••••••••••••
•..... . .Lo que usted refiere en sus artículos de El Rumor,
ocurrido en el teatro de Bogotá, con motivo del entusiasmo
que, dice usted, causó la primera ~dición de Mar{a, yo no lo
advertí, y esto es de fácil explicación: no esperaba, no pude
creer que mereciera tales manifestaciones de aplauso y cariño.
Si mis compañeros de palco se dieron cuenta de lo que sucedió,
nada noté, nada, y he ahí una prueba de que me conodan mucho, como íntimos amigos. Usted me da ahora -todo le parece poco al honrarme- la primera noticia de aquel suceso. Otro
modo hay de explica~sela cosa: la cantatriz hechicera y cantando aquella música de "Bellini, que es capaz de hacerle 'creer a un
ateo en Dios trino y uno; mi sangre de entonces, hirviente e imperiosa, y todo lo demás .... Fuera de Norma, ¿qué había de
ver ni oír yo? .••••..••.••..••••....••••.•..•..•...•••..•.••
,.
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LUCIANO RIVERA y GARRlDO
:lJ:
'" *
Como todas las almas enamoradas de lo bello, la
mía ha sido muy adicta a los placeres delicados que
proporciona la lectura. Ya dije cómo desde los tiempos lejanos de la escuela fue esa afición una necesidad
imperiosa de mi organización moral; pero, entre los
muchos libros con que me he deleitado desde niño,
ninguno 'ha trabajado tan profundamente mi espíritu
como M aria, A la circunstancia de reconocer en ell:t
-como sus incontables admiradores- una concepción
literaria de la más elevada originalidad, se agrega para mí la de que el tierno y sentimental argumento
que la forma, se desarrolla en el mismo primoroso
suelo en donde tuve la dicha de nacer, y asimismo,
también, la de amoldarse en modo tan acentuado la
esencia íntima del libro a las tendencias melancólicas
de mi carácter. Y como son allí tan bellas cuanto
fieles las asombrosas descripciones, que reflejan nuestra magnífica naturaleza con singular brillo en aquellas páginas, nítidas y tersas en su esplendor artístico,
como láminas de mármol de Carrara; como hay ejecución tan esmerada y pulcra en el trazo de los diversos caracteres; tanta propiedad y galanura en la expresión y tan profundo y doloroso sentimiento en el
admirable conjunto, desde el instante en que Efraín
se deja cortar esos cabellos, "precaución del amor
contra la muerte, delante de tanta vida", hasta las
sublimes e inolvidables escenas que la sirven de desenlace trágicQ, siempre me he sentido subyugado por
ella, y, lo repito, es la obra literaria que ha dejado en
mi alma más permanentes e inalterables emociones.
¡Loor a María! ... La imagen de Efraín, que "parte
a galope, estremecido, por en medio de la pampa so-
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IMPRESIONES
y
RECUERDOS
129
li~ria, cuyo vasto horizonte ennegrecía la noche", es
el símbolo más perfecto del dolor irremediable, y
jamás se borrará de mi memorial
En la época en que por primera vez vio María la
luz pública, no tenía yo relaciones de amistad con
Isaacs. No obstante ser compatriotas y haber tenido
mi padre en otro tiempo el honor de ser conocido del
padre de Jorge, caballero inglés muy distinguido, a
quien todo el mundo recuerda en el Cauca con respeto, alguna diferencia en la edad, la insignificancia
de mi persona y mi cortedad natural impidieron por
algunos años el que nuestras almas, hechas para amarse y comprenderse, se pusieran en contacto íntimo.
Mientras tanto, yo era el admirador más entusiasta
del poeta caucano, si bien, en la forma, mi entusiasmo
no pasaba de los limites de calurosa apreciación en el
seno. de las conversaciones familiares con amigos de
confianza. Pero, he aquí que transcurridos unos veinte
meses y habiéndose agotado enteramente la primera
edición de María, que apenas alcanzó al exiguo nú'
mero de ochocientos o mil ejemplares, con motivo del
recelo natural en quien, entre nosotros, afronta por
primera vez los peligros de la publicidad, requerido
Isaacs por todos los admiradores del libro, de dentro
y fuera del país, para que hiciese otra edición, más
copiosa que la anterior, la anunció al público en los
periódicos de la capital. Entonces, olvidado de mi
insuficiencia y estimulado únicamente por mi fervorosa admiración, a la cual se mezclaba algo así como
reconocimiento por la gloria que procuraba a nuestro
país, aproveché esa feliz coyuntura y borrajeé un articulillo relativo a la obra, el cual no tiene más recomendación que la sinceridad del entusiasmo que lo
dictó. El señor don Medardo Rivas publicó aquel es
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l~
LUCIANO RIVERA y GARRIDO
crito en un periódico que dirigía en ese tiempo, cuyo
título era El Liberal.
A la sazón, Isaacs había leído ya la bellísima carta
que le dirigió desde el Socorro el inolvidable Adriano
Páez. Esa carta, escrita con lujo de sentimiento y profunda expresión de ternura, es toda ella un himno
fervoroso de admiración y entusiasmo, el más bello y
espontáneo homenaje que acaso haya recibido jamás
el inmortal idilio caucano; efusiva demostración de
arrobo del más infortuna'do, pero también el más simpático y benévolo de nuestros poetas; que principia
con el acento noble y grave que corresponde al crítico de corazón levantado, y acaba con estas palabras,
propias del más amante y tierno de los hermanos:
"La aurora que se aproxima y la amiga lámpara que
va a extinguirse, me indican que debo terminar esta
carta. La pluma ha corrido, ha volado sobre el papel
sin pensar en las horas que corren también para siempre. Perdona que en vez de un juicio crítico te envíe
un grito de entusiasmo. Ojalá que te sea grato y que
vaya a unirse con los que sin duda saludarán tu obra.
Si no hallas en estas líneas una sola crítica, culpa no
sólo a mi insuficiencia sino también a María. Ella no
me ha dejado pensar: hirió en el corazón, fuente de
la sensibilidad, y aún mana sangre de la herida.
¡Adiós!"
Isaacs había recogido ya las palmas y loslauros que,
en forma de vehementes y acertados conceptos, le había discernido la prensa americana, sirviéndole como
autorizados voceros D. José María Vergara y Vergara,
D. José Joaquín Borda, D. David Guarín y el señor
Juan Salvador de Narváez, en Bogotá; D. José María Estrada, en la República Argentina; D. Enrique
del Solar, en Chile; el señor Paz Soldán, en el PttÚ;
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y RECUERDOS
en la culta México, los afamados literatos Justo Sien-a y Fr¡mÓsco Sosa ... y, no obstante tantos y tan
merecidos aplausos, prodigados todos por personalidades eminentes en las letras hispanoamericanas, Jorge, a quien con la mayor injusticia se tachó por algunos de envanecido y orgulloso, él, que si no hubiera
tenido tanto juicio habría podido dejarse llevar de la
embriaguéz del triunfo hasta el delirio, no desdeñó la
humilde y afectuosa demostración del principiante:
acogióla con gratitud y cariño, e inmediatamente
después de publicada, me dirigió la siguiente carta,
acompañada de su retrato en fotografía:
"Amigo mío:
l'Leí ayer en El Líberal el artículo laudatorio que
uSted ha escrito juzgando bondadosamente a María.
Mis ojos, al recorrer esas líneas dictadas por el corazón
entusiasta de usted, se han llenado de lágrimas como
cuando escribí el último capítulo de aquel libro.
"Gracias, gracias mil: mi gratitud eterna por el
honroso recuerdo que hace de mi padre; y acepte usted mi amistad, si es que ella puede pagar esa corona
tejida con flores de nuestras selvas nativas, para colocarIa en mi frente.
"JORGE
ISAACS."
La fotografía que, como dije antes, acompañó la
carta anterior, representa a Jorge de Unos treinta años,
apenas, y en ella aparece el poeta vestido con traje
de campo, a orillas de un límpido lago, que en lontananza ciñen arboledas umbrías. Con la mano derecha
tiene cogido un sombrero grande, de paja, y en la
izquierda lleva con cierto abandono natural un ramillete de azucenas silvestres; ambas mános están apoyadas en cruz sobre el cañón de una elegante escopeta
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LUClANO
RIVERA y GARJUDO
de caza, cuya culata descansa en el suelo; y no lejos
de allí se ven un latiguillo y una cartera, como arrojados al descuido sobre la yerba. Entiendo que la idea
de retratarse así fue sugerida a Isaacs por la señora
esposa de uno de los más afamados fotógrafos de Bogotá, hermosa y elegante dama, tan espiritual como
inteligente y, por lo mismo, admiradora entusiasta del
autor de María.
De ese incidente, en buena hora suscitado por mí,
nació la amistad que me ligó después con Jorge; amistad que, lo espero así, no se extinguirá sino con mi
vida. Muchas, muy diversas entre sí han sido las fases
presentadas por mi existencia en el decurso de más
de veinticinco años que han corrido de aquella épOCa
a la actual; pero, ya sea que e¡' dolor haya amarga jo
mis días, ya que el efímero placer los haya iluminado
con su lumbre de relámpago, mi amistad por Jorge
no se ha entibiado un solo instante; mi admiración
por su talento más bien ha crecido con la madurez de
mi juicio, y siempre he experimentado legítimo orgullo en llamarme su amigo. Acaso el hombre tuvo defectos; ¿Quién está libre de ellos? .. ¿No tiene manchas el padre de la luz, el sol? .. En la verdadera
amistad se debe ser ciego para las imperfecciones, como en el amor: sólo deben verse cualidades. lY Jorge
tuvo tantas! ...
Como literato y como poeta, nadie entre nosotros
ha recibido los aplausos que cosechó Isaacs, aplausos
cuya resonancia unánime ha colmado los ecos de la
fama en la América española. Y no sólo ha sido leída
María en el continente de Colón; además de las numerosas ediciones, más o menos correctas, que se han
publicado en idioma castellano, una de ellas, ilustrada, en Barcelona, ha merecido el singular honor, ob-
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y RECUERDOS
tenido por muy señalados libros en Hispanoamérica,
de ser vertida al inglés, al itaLiano,al alemán, al portugués y a la lengua de los salonesy de la diplomacia,
la lengua de Racine y de Renan. 1Cuán alto habla
esto en favor de María!
Pero ¡ayl era preciso que se cumplieran una vez
más las palabras de Jesús: -"¡Ninguno es profeta en,
su país!" ... El Cauca, que tan orgulloso y complacido debiera haberse mostrado con un hijo como Isaacs,
que tanta honra le ha procurado y tanto brillo ha
dado a su fama; que en alas de la poesía y el sentimiento, llevó el lustre de su nombre y el reflejo de
sus bellezas a recónditas regiones; que hizo oír en los
lpjosos palacios de los potentados europeos el rumor
apagado del viento en nuestras selvas perfumadas, la
mús,ca salvaje de nuestros torrentes y los regocijados
cantOs de nuestras avecillas primorosas,.e hizo admirar en países lejanos, que quizás no sabían que existiésemos, los tintes de zafiro y nácar de nuestro cielo,
los perfiles audaces de nuestras cordilleras y la infinita majestad de nuestros horizontes... que demostró ante el mundo civilizado que en nuestra raza no
ha degenerado el sentimiento, pues tuvo bastante corazón e ingenio suficiente para escribir con el llanto
de su propio dolor la historia del dolor de todos ...
El Cauca, repito con pesar, 'fue el primero en llevar a
los labios del poeta la copa de acíbar con que la ingratitud humana recompensa los generosos esfuerzos
de los buenos. Y en vez de suministrar el contingente
de lauros que por deber de reconocimiento le correspondía para la corona con que la admiración universal habría de premiar los sublimes cantos del sentido
vate, fue la calumnia el estigma con que se pretendiódeslustrar el brillo esplendoroso de sus glorias. ¡DoI
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LUCIANO
RIVERA
y
GARRIDO
loroso es decirlo! ¡Cuánto diera por poder expresar
aquí otra cosa! ... Pero, seamos justos, aunque nos
mostremos de una severidad implacable con nosotros
mismos: ¿no fue, por desgracia, en el Cauca donde
surgió primero la miserable y odiosa especie de que
Isaacs era un impostor vulgar al hacer pasar como
obra suya 1Haría, supuesto que ésta diz que no es
sino el lamento póstumo, el gemido postrero del mayor de sus hermanos, Lisímaco, muerto en la flor de
la vida? .. ¡Oh! ¡Qué cosa tan terrible es el despecho
de la envidia: ya que fue imposible desgarrar las inmortales de esa corona diciendo que el libro no servía de nada, se gritó que era ajeno!
"¡Siempre aquel libro en boca de los que quieren
dañarme!" me decía Jorge en carta escrita en una
circunstancia solemnísima: "¿Qué es eso? Si fue un
delito escribirlo, ¿así como ellos lo quieren, debo
purgarlo? .. Amigo mío, ¿por qué nos rr:gocijamos
en un tiempo, por amor al país en donde usted y yo
nacimos, viendo el buen éxito que obtenía este libro? .. ¡De mi mente aparte Dios los pensamientos
que la entenebrecen en este instante! ¡Nunca vueivan
a míl"
No intento, ni nadie ha intentado jamás, refutar la
inepcia que dejo consignada. Ella pertenece a ese género de invenciones malévolas, que apenas si merecen
los honores de la mención; o si esto se efectúa, que
sea tan sólo por las necesidades de la historia, pues
ellas se destruyen por sí mismas. Los que creen o fingen creer en tan absurda falsedad son muy cándidos
o muy perversos, y en todo caso, puede afirmarse que
no conocieron a .Jorge Isaacs ni en retrato. Si se pretendiera, por vía de entretenimiento
o a título de
travesura ingeniosa, desvanecer tan ridícula fábula,
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y RECUERDOS
con la cual han querido los envidiosos de las glorias
de Isaacs arrojar lodo sobre las bien ganadas ejecutorias de su talento, nada habría más sencillo que convencerlos hasta la evidencia de su estúpida impostura.
¡Ah! ¡Ysi se supiera cuánto amó Jorge al Caucal. ..
En 1869 me decía desde Bogotá lo que sigue, en respuesta·a una carta en la cual le hablaba yo del entusiasmo que inspiraba a algunos relacionados míos la
lectura de sus obras y el mérito de su persona:
" ... No se cómo empezar para decirle cuánto agradezco que los amigos y amigas de usted me estimen
así. :Es necesario, es indispensable que yo me haga
realmente acreedor a ese cariño, y Dios sabe que no
ahorraré medio para salirme con ello. ¡Querer es pod,er!, le he dicho a usted alguna vez: yo quiero merec~r una tumba en mi valle natal, upa tumba que
los ~uenos saluden con afecto y los que saben sentir
,cubra!}de flores, y yo, Dios mediante, la ganaré. Siempre rondando alrededor de mi corazón el recuerdo de
ese país amado, ¿qué tarea, qué sacrificio np seré capaz de aceptar por hacerle bien? .. Ni me intimida
lo magno de la obra, ni me acobardan los terribles
elementos que es necesario combatir, ni me desconsuela mi debilidad: ¡Querer es poder!"
,jEse era Jorge Isaacs, hombre todo sentimiento y
todo corazón, de quien con noble espíritu de verdad
-deCÍaen circunstancia determinada el inteligente cuanto ilustrado caballero antioqueño D. Gabriel Uribe.
que aunque se le colocara en puesto inferior, resultaba ser el primero, pues sin quererlo ni buscarlo, sus
excepcionales dotes lo elevaban allá..
En las numerosas cartas que me dirigió Jorge en
diversas épocas, resalta como .dominante el amor
-que. siempre profesó a nuestro, hermoso Valle. Son
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LUCIANO RIVERA y GAU.IDO
tan interesantes esas misivas; brilla en ellas en tan
alto grado el lujo de la dicción florida, y allí están
expresados en tan galana prosa los nobles pensamientos de su autor, que, más que cartas escritas en el seno
de la intimidad más cordial, pudieran pasar como
composiciones destinadas a ser leídas en público. y
como en esa corr~spondencia se encuentra, palpitante de vida y naturalidad, e! carácter de Isaacs, y en
ella predomina deseo persistente dcJ bien, la relco
siempre, animado por cariñosa gratitud y complacencia indescriptible.
Al principio del año de 1872 fue nombrado Isaacs
cónsul general de Colombia en la República de Chile, e inmediatamente partió para el Pacífico. En Lima.
y en Santiago fue recibido Jorge como un potentado
de las letras, pues en aquellas cultas capitales es tan
leída María como en Bogotá mismo; y el conocimiento personal del poeta acrecentó el entusiasmo y la
admiración de los que, como Ricardo Palma, Paz Soldán, Enrique de! Solar, Blest Gana, Eduardo de la
Barra y Santiago Estrada, habían sentido vibrar las
fibras más delicadas de sus almas, conmovidas por
los acentos de la lira de Efra¡'n.
En abril de 1872 me decía Jorge desde la capital de
Chile lo que sigue, con motivo de cierto pensamiento
que sometía yo a su dictamen:
.... ¡La riqueza! ¡Y la glorial ¡Y los placeres!. _. Bu·
mamos en la cuna la vanidad, nos dan por alimento
ponzofía, y la sed de oro nos devora en la vida: la
ambición viene una noche a turbar el sueño antes
tranquilo, que disfrutábamos en el hogar paterno, y
deslumbrados, y ciegos e insensatos huímos de la campiña y los bosques y el río, persiguiendo una quimera,
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y
RLCURRDOS
en alcance de una sombra, y cansados y solos, y con el
remordimiento en el alma, lloramos después sobre las
rocas de playas extranjeras los días dé felicidad perdida, y buscamos en vano un rostro amigo, y ya no se
levantarán nunca en nuestro horizonte las palmeras
y techumbres del hogar paterno; apostatamos del
amor, lo inventamos, lo fingimos, falsificadores viles,
profanadores sin perdón; oprimimos en abrazos frenéúcos a la muerte cubierta de sedas, joyas y perfumes,
y al despertar yace deshecho a nuestros pies el ídolo de
cieno y ceniza.
"
"Sólo la paz del alma, los apacibles y dulcemente
monótonos placeres de la vida de familia, el afecto de
corazones honrados, dan el bien que hace llevaderos
el dolor y la fatiga en l~ jornada de la existencia."
El hombre que escribía así y sentía con tanta delicadeza, sin parar mientes en si sus palabras habrian
de ser leídas alguna vez por persona distinta de aquella a quien iban dirigidas en el seno de la confianza
y del afecto, ¿pudo ser literato esclarecido a quien un
continente entero prodigó sus aplausos? ..
Todos los que tratamos de cerca a Jorge Isaacs sabemos cuán íntimamente estuvo ligado el modo de ser
del hombre al carácter de sus obras, lo mismo en lo
que se relaciona con el arte que en lo que se refiere
al sentimiento. Cuando Jorge hablaba, de la naturaleza y de sus portentosas manifestaciones, se exaltaba,
se transfiguraba; y en su vigoroso lenguaje, animado
por imágenes pintorescas que prest~ban realce y daban vida a su expresión, admiraban sus oyentes al
gran poeta de los esplendores caucanos, al tierno historiador de castosy dulcísimos amores... Que narrara
un hecho, que describiera un paisaje, que relatara las
aventuras de sus atrevidas exploraciones, 1a elocuen-
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LUCIA;';O
RIVERA T GARRIDO
cia ennoblecía sus palabras; y como que su mirada
penetrante salvaba las vallas materiales queJo rodearan, y si se dirigía lejos, muy lejos en lo invisible corporal, cual si buscara en horizontes que su auditorio
no podía contemplar, la imagen de sitios queridos. el
recuerdo de lugares predilectos que su mente guardaba con cariíioso esmero. ¿Y sería ese hombre un impostor? ..
Mas, no vaya a juzgarse por lo que antes dije, que
en el Cauca todo el mundo apruebe aquella manera
insidiosa de pensar; no: incontables son los admiradores y amigos que Isaacs tiene en la tierra de su nacimiento, y entre ellas se distinguen muchas de las
hermosas hijas de estas comarcas benditas que tanto
poetizó el autor de María con los melancólicos acentos de su lira de oro.
'" '" .•.
En la muy importante obra del agustino Blanco
Carda, La Literatura
española en el siglo XIX, volumen III, correspondiente a las Literaturas regionales, se encuentran los siguientes conceptos:
"Más celebrado que por sus versos, lo es Jorge
Isaacs (1837-1895) en toda la América española como
autor de la novela María, idilio de un primer amor
infortunado, en que palpita con honda resonancia y
cordial sinceripad la nota patética, acompafíada por
las armonías de la naturaleza tropical; pero lo confuso y desmañado de la redacción, y la falta de habilidad
narrativa, sin contar otros defectos, colocan la obra
de Isaacs muy por bajo de A tala y Pablo y Virginia,
sin que esto sea negarle su propio mérito absoluto y
relativo."
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IMPIU'.5IONES
y RECUERDOS
El afamado literato D. Juan Varela se expresa así,
al tratar de un asunto análogo al presente:
"No digo yo que nos esté bien (a los españoles)
adular a los hispanoamericanos, suponiendo que sus
poetas y sus prosistas valen más de lo que valen. ¿Pero será mejor mostrarnos con ellos severísimoscríticos,
empuñar la férula, esgrimir la disciplina o la palmeta.
y censurarlos y castigarlos con dureza? .. "
Parece que es eso precisamente lo que hace el respetable monje del Escorial al desestimar a. María
en los términos que dejo copiados; y en verdad que
los desperfectos señalados por él en la labor de Isaacs
se me' figuran algo así como reparos que se hacen a
una espléndida azucena porque alguno de sus pétalos
no resultó tan correcto como el admirador de la naturaleza lo hubiera querido, dado que para él n.ada
valdrían el hermoso conjunto de la flor y su aroma
exquisito, y preferiría darse el ingrato regalo de mostrar lunares ... donde sólo exist.en bellezas. Es cosa
que sorprende realmente que el reverendo padre encuentre confusión y desmaña en donde al propio tiempo descubre armonías ... Confusión y desmaña en la
obra de Isaacs, cuando es, quizás, la redacción del espléndido trabajo lo que más ha cautivado a los críticos
eminentes que lo han avalorado como joya de arte'
literario; y cuanto aquello de que María esté "muy
por bajo de Atala y Pablo y Vrginia", ya demostraron
lo tontrario con sesuda y bien meditada argumentación, Estrada, Sierra y Vergara, apreciadores que bien
valen al padre Blanco Carda. Lo singular es que
después agrega, como por vía de compensación, "que
no niega al libro su mérito absoluto" ...
Es verdad que el eminente sacerdote es el mismo
historiador de la literatura americana que, al tratar'
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LUC:ANO RIVERA y GARRIDO
de nuestros hombres de letras, en general, dice ell
otra parte de la obra citada:
"El partido radical de la Nueva Granada, absolutamente infecundo para el bien, apenas ha contado en
sus filas con un escritor de importancia."
No es posible consentir en tan errado cuanto injusto concepto, sea dicho con todo el acatamiento debido a la elevada personalidad del sabio religioso
español, siquiera parezca ajeno de este lugar establecer tan indispensable rectificación:
PinzÓn Rico, D. Felipe y D. Santiago Pérez, Juan
de D. Restrepo y David Guarín, escritores a quienes
menciona con encomio el mismo padre, fueron o son
liberales, y Cllanto a lo otro, bástale al partido liberal
de la Nueva Granada, para su gloria, el que a él se
deba la abolición de la esclavitud en nuestro país;
acto de excelsa justicia, que borra como esponja poderosa aquel concepto tan terrible como inmediato:
¡;bsolutamcnte infecundo para el bien ...
*
Mucho se ha discurrido entre nosotros, y aun lejos
de nosotros, acerca de si Maria existió verdaderamente, o es sólo la visión inmortal del alma del poeta; sobre si los tiernos incidentes que forman la cadena dorada de aquel delicioso idilio, constituyen una fábula
encantadora, o vienen a ser realmente la historia de
dos seres, tanto más seductores y adorables cuanto fueron ungidos con el óleo santo de las lágrimas por un
destino sombrío e inexorable ... "Ese libro nos ha sorprendido", dice el conocido escritor mexicano señor
Justo Sierra: '~peregrino" en medio del mar de libros
infiltrados de materialismo y corrupción que invade
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y
RECUERDOS
los pueblos modernos, ese hijo de la América virgen
nos habla de fe, de esperanza y de amor ... Si el
faro sólo fuera el producto de una imaginación romántica, sería una decepción muy amarga... ·pero no:
detrás de tanto sentimiento y de tanto dolor, debe
existir una triste verdad: la solitaria tumba que guardan, celosas, las azucenas del Cauca." (1).
No obstante la cordial intimidad que medió entre
Jorge y yo, nunca me atreví a descorrer el velo, que
ocultó tenazmente a las miradas profanas del público
el santuario inviolable del pensamiento del autor. En
muchas ocasiones, cuando estuvimos juntos, a solas,
y en el abandono efusivo de la amistad, Jorge me
trazó el plan de algunas obras suyas, inéditas aún
-Camilo entre otras- impulsado por el anhelo de
conocer la naturaleza íntima, el carácter verdadero de
su primer libro, me vi al canto de exigirle me dijera
con franqueza lo que en él hubiera de cierto, y avancé
hasta el punto de insinuar algunos preliminares significativos; pero, al darme cuenta de una especie de
resistencia amistosa, que me pareció encontrar en él
cuando apenas hube tocado el asunto~ no pasé del
intento, me di por satisfecho con sús respuestas vagas
o evasivas -que interpreté a mi modo- y continué
forjándome la ilusión, gratísima, de que María existió.
Si en virtud de lo mucho que he contraído la atención al estudio de aquel poema de inmortal belleza y
de todo lo que he investigado acerc.a de su esencia
íntima, he de manifestar lo que creo, no vacilo en
afirmar -sin pretensión de decir cosa nueva- que
cuanto en Maria se refiere, es rigurosamente exacto,
como símbolo de pasión y sentimiento, y como pintu(1) Artículo publicado en El Domingo,
periódico de México.
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l.UCIANO
RIVERA y GARIUDO
ra de una naturaleza sin rival. Porque, supongamos
que María no se hubiera llamado así en la esfera real
de las cosas, ni Efraín, Efraín, ni Emma, Emma, y
así de lo demás. ¿Dejaron, por eso, de ser personas
oue existieron () Dueden existir? .. ;Y los hechos? ..
¿Es tan afortunáda la humanidad que sólo en las creaciones sentimentales de los poetas padece y llora? ..
¡Pluguiese a Dios que así fueral ... y cuanto al maravilloso escenario del libro, ¿no conocemos todos en
el Cauca los campos virgilianos en donde se desarrolla
el sencillo y conmovedor drama? .. ¿No nos son familiares todos los tipos que con perfección fotográfica
retrata Isaacs, desde la angelical María -porque, ¿cólila no han de existir aún algunas Marías en el Cauca?- hasta la simpática y suave Ernma; desde el elegante e insustancial Carlos (tipo muy común) hasta
el campechano y sencillote, pero íl1tegTo Emidgio, y
el honrado y laborioso D. Ignacio, el de ojillos de pájaro disecado y nariz de pico de paletón; desde el
bíblico montafíés antioqueño José, hasta Juan Angel,
el negrillo cariñoso y fiel, y desde los respetables y
virtuosos padres de Efraín hasta la esbelta y seduc·
tora mulata Salomé? .. ¿Por qué, pues, hemos de dud:.'f de la vcmcidad de la dolorosa historia? .. ¿Por
qué empeñarnos en reducir a las exiguas proporciones
de cuento largo -como no falta quien lo haya llamado-- ese adrnir::ble libro de cuyas páginas surge un
delicado aroma de selva caucana, que puebla nuestra
mente de ensueños infantiles o delirios de amor? ..
"María es verdad, porque es pasión pura, dice el
notable escritor colombiano D. Diego Mendoza; y como símbolo de ella, sí vive vida inmortal en el espíritu y en la memoria. Para los que la vean en lo sucesivo, como la vio Efraín, caer de rodillas, desatar del
L
-
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"-
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IMPlU!SIONES
y l\RCUERDOS
talle el pa¡iolón y cubrirse con él los hombros, María
será la encarnación perpetua de los amores castos. El
que, como nosotros, haya visto pasar ante los ojos la
procesión, con las antorchas del pudor apagadas de las
mujeres de la novela francesa actual, sentirá alivio si
moja los labios en el agua fresca y cristalina de esta
narración sentimental, envuelta en los velos del decoro; y el que, por afición o necesidad, viva en el mundo, tan serio y tan angustioso, de los problemas de
todo orden, que atormentan el alma contemporánea.
hará bien, de cuando en cuando, en llamar a la puerta de los amigos que dejó atrás. Tránsito sacará de la
sala, por indicación de Braulio, el banquito en que
nos hemos de sentar para dominar la escena. Efraín
nos servirá de guía; con él atravesamos, en busca de
médico para el alma enferma, las ondas del N ima.
humildes, diáfanas y tersas. que ruedan iluminadas
hasta perderse en las sombras de los bosques silenciosos." (1).
*
'"
$
f Desde el día en que mi razón pudo darse cuenta
dara- de la trascendencia psicológica de María, m~ he
preguntado con ahínco si el medio ambiente social
en que se formó la inteligencia de Isaacs. debe considerarse como factor principal en el génesis de tan importante obra; si ella responde a las aspiraciones de
una sociedad suficientemente culta para especular, por
propio impulso, con las diferentes formas del sentimiento, en sus relaciones con el arte, o debe estimarse
como elemento absolutamente extraño a la gestación
(1) 'Diego Mendoza: Segunda lectura de María.
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LUCIANO RIVEll.A y GARRIDO
de aquel idilio delicadísimo, sino contrario, hasta cierto punto, a los fines naturales de tan excelsa labor.
Estudiado el asunto en los diferentes aspectos que
presenta, ya sea deteniendo el examen de la mente
en el estado actual de la educación de este pueblo.
ya en las instintivas tendencias que en él alcancen a
descubrirse y revelen hasta dónde puede llegar su estimación y comprensión de los propósitos y objeto
de aquel sutilísimo trabajo del espíritu, es imposible
dejar de ver que ni en la forma de estímulo, ni como
resultado de tradicional enseñanza, ni como aplicación
de una ley moral llegada al estado de perfecta madurez, deba juzgarse que la influencia social de estas
regiones tenga mínima parte en el fenómeno de la
concepción de tan hermoso libro. Y así tenía que ser,
sin que de ello resulte proceso contra nadie: comarca
nueva en la vida política, que ha sido para ella larga
y tormentosa prueba; novísima, asimismo, en el desarrollo de su existencia intelectual, y ajena, por falta
de medios y por dificultades de topografía, a la posesión y goce de fruiciones espirituales que pudieran
llevar1a al mundo del ideal, no habría sido posible
que de la sociedad incipiente que reside en su seno
surgiera el aliento poderoso que habría de poner a
Isaacs en la senda del arte, vehículo noble de las más
grandiosas manifestaciones del espíritu humano. Por
10 mismo, aquel ilustre hermano nuéstro no nos debe
nada: se lo debemos todo; él forma, en su condición
de poeta caucano, un caso único, una excepción gloriosa, surgida, acaso, en momento oportuno para los
intereses morales de este pueblo, llamado, sin duda,
en no lejano porvenir, a hacer sentir sus pasos en la
escena social de Colombia.
¿Cómo pudo, pues, formarse esa alma privilegiada
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lJolP1lESIONJ:S y UCUElUJOS
145
en el silencio de su soledad y su aislamiento, hasta el
instante augusto en que, revelándose a espíritus selectos que pudieron comprenderla, le fue dado hacer labor que habría de llevar su nombre a remotas naciones, y ·con su nombre el de la comarca feliz que le
sirvió de madre e inspiradora, ya que no de maestra? ..
En el confín del ~nchuroso seno formado por el
alto valle del Cauca y en los declivios amenos de la
atrevida sierra de los Andes centrales, con horizontes
inmensos en que la verdura recorre todos los tonos
I
del color y el cielo sirve de techumbre azulina a campos hermosísimos, vense blanquear desde grandes distancias los muros de risueña morada, que en otro
tiempo fue asilo de una familia opulehta y feliz. Allí
los naranjos, los sauces y los jazmines adornaban cQn
sus follajes las amplias galerías y perfumaban con el
aroma de sus flores los patios y jardines; las aguas
rodaban sobre limpias guijas, llevando a la vida la
alegría de sus murmullos y la frescura de sus auras.
Por doquiera, una vegetación lozana, ca¡ppiñas férti.
les, ganados robustos, aves de brillantes matices... El
espíritu de los habitadores de aquella morada vivía
en el perpetuo embeleso de la contemplación del horizonte del Valle que, silencioso y melancólico en su
soberana belleza, se extendía desde la portada principal hasta los lejanos fundamentos de la cordillera de
occidente... mientras que hacia el levante, la montaña, con sus cimas azules y sus quiebras pintorescas,
formaba al paisaje un fondo de majestad grandiosa.
El trabajo constante acrecentaba la prosperidad de
esa familia dichosa; y numerosos servidores de raza
1I-'l
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LUCIANO
Rn'nA y
GAlUlroo
africana, tratados con paternal bondad, contribuían
con el contingente de sus voluntarios esfuerzos al aumento de la ventura de ese hogar respetable. La tierra
correspondía con opimos frutos al empeño empleado
en cultivada; y hermosos rebaños, que alegraban la
campiña con sus balidos, iban a tenderse mansamente
al caer de la tarde, a la sombra de las coposas ceibas
que circundaban la señorial morada.
Allí, en el seno de esos campos admirables, sin cuidado por las exigencias rudas de la vida, se deslizó
la infancia de Jorge Isaacs, al lado de padres amorosos y entre hermanos tiernos. Después vino la adolescencia, tejida para él por el destino como una rica
tela que las hadas propicias hubieran
bordado con
perlas y flores; y, acariciado por los vientos de la vecina montaña, en contacto íntimo con aquella naturaleza virgen y primorosa, dispúsose su alma en modo
perfecto para el culto divino del sentimiento. Y a fin
de que ninguna consagración faltara a la felicidad,
que hizo de su primera juventud una cadena dorada
de inefables goces, el amor germinó en su corazón y
le hizo sentir emociones inolvidables.
¡Síl ¡Allí amÓ
Jorge Isaacs como pocos hombres han amado en el
mundo! ...
"Mi novia", me decía él en alguna de sus deliciosas
cartas, "mi novia era una muchachita de catorce años,
fresca como los claveles del Paraíso y tímida como
una cuncuna recién aprisionada. Yo era todo corazón
(y así moriré) y ese corazón era todo, todo de ella.
Aquella mujer tan pura y amorosa era mi sueño de
todas horas, mi sueño de los diez y ocho años, vivo,
encarnado por un milagro" ...
Pero un día, ¡día nefastol, el cielo se cubrió de nubes, el clarísimo horizonte tornó sus galas en negros
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IMPJU;SIONES
y IlEctJERDOS'
crespones; y la muerte de su padre, primero, y después
la guerra, la persecución y la ruina, alejaron a Jorge
para siempre de los lugares benditos en donde creyó
que reposarían algún día sus cenizas, al lado de las
de sus mayores.
Fue ,al dejar esa morada hermosa y querida, donde
la existencia revistió para él 'las lujosas galas de una
alegre fiesta, la fiesta de su juventud, pompa galana
de su corazón apasionado, cuando, perseguido por el
azote ,de la desventura, arrastrado por el furioso vendaval de la contraria suerte, y viendo diseminados los
suyos por los cuatro lados del horizonte, como si en
ellos se cumpliera la maldición terrible que pesa sobre su raza desgraciada, exhaló estos gemidos:
¡
"¡Dios de Israell Oh Dios cuya mirada
Alumbra al peregrino en su jornada,
Héme cual niii.o me postré ante ti:
Mi dicha niebla fue que disipaste,
Al humilde y al pobre me igualaste;
Lejos de esta mansión voy a morir." (1)
Ausente de la patria amada; lejos de todos los seres
que le eran queridos, y lastimado por las crueldades
de la injusticia, Isaacs se sintió abrumado en la ma·
ñana de la vida por la pesadumbre del dolor. Organización delicada, y sensible, constituída para experimentar como pocas la intensidad de las emociones
poderosas, lloró en el silencio .desu soledad atribulada
y, pulsando el laúd de las amarguras supremas, cantó
sus pesares íntimos, las dulzuras del hogar perdido,
los tiernos recuerdos de la niñez, las impagables cáricias de la madre, el casto beso de la esposa, el susurro
(l) Jorge lsaacs: La casa paterna.
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LUCIANO
148
RIVERA
y GARRIDO
de las auras nocturnas entre las ramas del ciprés que
sombreaba la tumba de su padre ...
Refugio de sus días sin luz y de sus noches insomnes
fue la noble Antioquia,
tierra generosa que nunca
negó el sustento de su sucIo ni el asilo de sus montañas al peregrino desgraciado ... Cuidados solícitos y
patriarcal hospitalidad
no alcanzaron a mitigar los
duelos del poeta: su alma se quejaba en todo instante
y, como la mida cautiva, lloraba en su miseria la libertad perdida, echaba menos en su cárcel dorada el
perfumado ambiente del nido paterno, la gala esplendorosa del nativo bosque ... Y, ¿cómo hubiera podido
dejar de quejarse ese corazón privilegiado, si estaba
mortalmente herido? " Por eso eran hondos y.sentidos sus lamentos: ¡de esa herida manaba la sangre
con que habría de escribir sus cantos inmortales!
Hé ahí el verdadero genitor de la poesía de Isaacs;
hé ahí el secreto de la gestación de María: ¡el dolor! ... Unid a ese sentimiento sublime el de la admiración intensa por la naturaleza que rodeó con sus
encantos Dcrdurables la adolesccnci;¡ 0(->] rnod;¡.
- - .., v habréis descubierto los medios misteriosos en virtud de
los cuales surgió en el corazón de Isaacs el germen
grandioso de esa obra imperecedera, verdadero monumento de la literatura sentimental.
Si Isaacs no hubiera padecido tanto; si la desgracia
no se hubiera ensañado en él y en los suyos; si la
muerte no hubiera producido esas desgarraduras terribles que laceraron su alma; si el alejamiento de la
patria no le hubiera permitido comprender con tan
absoluta perfección las magnificencias de la naturaleza caucana, porque, como él lo dijo, "las grandes
bellezas de la creación no pueden a un tiempo ser vistas y cantadas", acaso no habría hecho un verso nun1.
..
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J
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IMPRESIONES
y RECUERDOS
149
ea, ni María habría surgido de su lira de oro: ¡esos
cantos y ese poema de inmortal belleza, sólo con lágrimas pudierón escribirse!
*
* *
JPo~ los años de 1854 a 1856 vivía en S."''", ciudad
rica e importante del departamento de Antioquia, un
joven hermoso e inteligente a quien daré el nombre
de Samuel. Miembro de una familia distinguida: de
la comarca, había recibido una educación esmerada
y sobresalía por el amor· a sus padres y la manera decidida con que comprendía la ley del trabajo, cualidades que acentuaba un temperamento fogoso y muy
impresionable.
No había cumplido Samuel veinte años cuando,
consecuente con el modo de ser que había recibido
de la naturaleza, concibió una de esas pasiones absorbentes que llenan la vida de un joven hasta desbordarIa y hacen del amor un culto fanático que acaso
no se extinga con la muerte. Bien explicaban el carácter de aquella pasión las prendas singulares. de la mujer, mejor dicho, la niña, que la había inspirado. Rosa
parecía buena como un ángel y~ en armonía con su
espléndido nombre, era bella como sólo saben serIo
. esas doncellas hebreas nacidas en las montañas antioqueñas, cuya tez morena luce con los matices de la
perla, y en contraste con ella brillan rasgados ojos
negros, sombreados por sedosos cabellos de negrura
mayor.
En los albores plácidos de aquel amor de niños,
Samuel se creyó correspondido; pero m~y pronto asaltóle dolorosa sospecha de que los nobles, sentimientos
que daban vida a :¡u alma no eran participados sin-
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LUCIANO
RIVERA
y GAIlRIDO
ceramente por la que los había hecho nacer, no obstante las dulces sonrisas y las miradas tiernas con que
en un principio, por vituperable espíritu de coquetería, habían sido acogidas sus ardorosas manifestaciones. Desde ese instante empezó para el vehemente
joven una existencia de contrariedad. El correr del
tiempo llevó a su alma entristecida la persuasión
desoladora de que su amor, su noble amor, era un
amor sin esperanza; y fúnebres pensamientos cruzaron
por su mente, como relámpagos de la tempestad de
su corazón.
;jEn semejante estado de ánimo concurrió Samuel a
un gran baile, al cual asistía también la motivadora
de sus tormentos; y allí en ese foco ardiente de goces
mundanos, en medio de luces y flores, perfumes y
armonías, cuando todo hablaba de vida y de placer,
de juventud y amor, el frío desdén con que Rosa, por
intempestiva veleidad de coqueta, acogía la purísima
pasión de su alma nueva y generosa, le hizo perder
para siempre la fe en la dicha. Enajenado por la cruel
decepción, creyó ver en la conducta versátil de su
amada la prueba irrecusable de su amor por otro
hombre, y el horrible tormento de los celos se enseñoreó como un tirano en su afligido espíritu.
Cuando el joven se retiró de aquella fiesta, que pa·
ra él había sido el funeral de su ventura, llevaba impresa en el semblante la revelación de un propósito
siniestro ...
¡Oh! ¡Si él hubiera abierto su alma a un padre, a
un hermano, y hubiera abrevado en las fuentes del
consuelo, que sólo puede ofrecer un seno amigo! ...
Pero, débil para resistir la terrible contrariedad de su
destino, asilóse en su dolor, doblegóse ante el soplo
im.petuoso de la desgracia; y, perdida la fe, muerto
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IMl'II.ESIONES
y llJ!;CUERDOS
151
el valor, sumido en la desesperanza, como Manuel
Acuña, el desdichado vate mexicano, puso fin a su
breve existencia disparándose una pistola en el corazón.
El dolor de la familia de .satnuel fue uno de esos
dolores que no pueden describirse en cuatro frases
convencionales: ¡los que tienen hijos podrán comprenderlol
Obligada por las tremendas prescripciones establecidas para esos graves casos, la autoridad eclesiástica
no pudo consentir en que el cadáver del suicida fuese
sepultado dentro de recinto bendito, por lo cual la
huesa fue excavada a muy corta distancia del cementerio, donde acaso reposen aún los despojos mortales
del desgraciado joven.
. . .Años después, llevado a Antioquia por los diversos accidentes de la guerra que ensangrentó el país
en 1860, Jorge Isaacs, ignorado aún, visitaba la hermosa ciudad !londe se efectuó el triste suceso que he '
referido en las líneas precedentes. En uno de los paseos vespertinos que solía dar por los alrededores de
la risueña y simpática población, encontróse el f~turo
autor de María con un caballert> amigo suyo y compañero de armas, quien lo condujo hasta el cementerio, situado a menos de medio cuarto de legua del
poblado.
-He observado, dijo Isaacs a su amigo, deteniéndose en frente del sagrado lugar, que usted gusta de visitar solo, con frecuencia, este sitio; y descubro en su
semblante la impresión de profunda tristeza que tales
visitas dejan en el alma de usted.
-No se ha equivocado usted, amigo mío, respondió
el caballero; y señalándole un punto del terreno donde el suelo apareciFl deprimido, ~ corta distancia y'
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LUCIANO RIVEIlA y
G..uuuoo
fuera del circuito del cementerio, agregó: allí está
sepultado el cadáver de un ser desgraciado a quien
amé mucho; y cuando visito estos lugares, el recuerdo
de aquella persona querida, unido al del triste fin
que tuvo su corta vida, destroza cruelmente mi corazono
Vivamente excitada la curiosidad de Isaacs por las
palabras de su amigo y conmilitón, instóle con empeño para que le refiriera la historia a que se contraían
sus penosos recuerdos, a lo que accedió aquel caballero, sin ocultar ninguno de sus lamentables pormenores. Esa historia era la de Samuel.
Cuando hubo terminado la triste relación, se acercó
Isaacs, conmovido y mudo, al sitio donde yacían los
restos del desventurado joven, y contempló con profunda tristeza aquel ignorado rincón de tierra ... En
seguida sacó de su cartera un lápiz, y escribi6 sobre
el muro, en la parte que miraba hacia la sepultura,
las siguientes estrofas:
I
"Vo vine de tu huesa abandonada
A llevar por recuerdo algunas flores;
La virgen de tus últimos amores
Sus lágrimas, voluble, te negó.
"Fuera del santo sepulcral asilo
Huella tu fosa indiferente el hombre;
Una cruz te negaron, y tu nombre ....
¿Qué importa el mundo si perdona Dios?"
*
* *
Mencioné antes a Camilo y debo decir unas pocas
palabras con relación a esa obra, inédita aún. Camilo
es una novela extensa en la cual trabajó Isaacs mucho$
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y RECUERDOS
afíos y que, en el sentir de literatos muy expertos que
lo conocen, es, si no superior a María como obra de
sentimiento -porque "la ternura no tiene sino una
sola edición", como con tanto acierto como espiritualidad lo'dijo el señor D. Juan de Dios Uribe- sí muy
notable por el movimiento dramático de una 'acción
animadísima, y por las magníficas descripciones de
tipos y paisajes caucanos, sin hablar del levantado alcance que, segun se asevera, tiene la obra en el campo
de la especulativa social. Cuanto a condiciones de estilo y unción psicológica, dícese que predominan en
ella y la enaltecen las mismas cualidades eminentes'
que hacen de María "la biblia de nuestra literatura",
segun la expresión del inteligente escritor D. Isidoro
Laverde Amaya.
Afirman personas doctas que han leído el manuscrito, que hay en Camilo escenas capitales de un efeto grandioso. Entre otras que he oído elogiar como
episodios dramáticos de gran valor, se habla de la
admirable composición en que una pobre muchacha
del pueblo, voluntaria del ejército nacional, al ver
que en lo más fragoso de reñida batalla cae herido
de muerte el compañero de su humilde cuanto agitada existencia, poseída por el noble furor de una justa
venganza, recoge el fusil humeante que acaban de
soltar las moribundas manos del soldado y, oculta
tras de vetusto vallado de piedra, de una hermosura
trágica como la del ángel de la desesperación, hace
fuego sin descanso sobre el enemig9 hasta causarle
irreparable daño y hacerle pagar caro la sangre del
amante muerto. Aseguran que nada iguala a la fogosa expresión del estilo empleado por Isaacs para describir la magistral escena, épico incidente que inspiró
al malogrado artista Alberto Urdaneta uno de sus me·
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LUCIANO
RIVERA
y GARRIDO
jores y más encomiados cuadros. Entre los personajes
del libro figura un mudo, del cual dicen primores los
que conocen la estructura completa de Camilo; mudo
que viene a dar a ciertos pasajes de la obra el c<J.rácter
de la más acentuada originalidad e introduce en ella
un elemento de poderoso interés. También se afirma
que en ese libro trató Isaacs con mucho acierto y elevación de miras el pavoroso tema histórico de la_ esclavitud en el Valle del Cauca. Como el recuerdo de
la historia no envuelve precisamente la idea de recriminación, sino que ella entraña en sí el pensamiento
de la enseñanza, por lo que las lecciones del pasado
puedan servir para la existencia del futuro, tranqui.
lícense las personas suspicaces que quieran ver en la
simple enunciación del hecho una amenaza de decla·
mación demagógica o de apasionado e in conducente
debate de la cuestión de razas: demasiado inteligente
y noble era Isaacs para que se hubiera pagado de tan
rastreras complacencias al consagrarse a un estudio
que, de seguro, no tuvo otro móvil que el bien de su
país.
De diversa manera se juzga en el público la abstención de Isaacs de dar a luz a Camilo y otros trabajos
que conservaba inéditos. Dicen algunos que el asombroso éxito de María entraba por mucho en sus vaci·
laciones a ese respecto, y no ha faltado quien crea que
cuando publicó .el único canto que se conoce de Saulo
-composición c;tlificada de caótica por aquellos que
olvidan o ignoran que en ella el poeta "sintió hondo y
pensó alto", como dijo el señor R. ]iménez Tri'analo que se propuso diz que fue arrojarlo como pasto a
la crítica para ver si conseguía que se debilitara un
tanto el sentimiento de admiración que produjo María, y sobre esa mala impresión publicar Camilo. Ca-
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y Rl!CU.l':RDOS
mo se ve, por el camino de las suposiciones se suele ,
ir muy lejos ...
Encontrándome en Cali en cierta ocasión, hace ya
algunos años, salí una tarde de paseo con Jorge y nos
encaminamos al cerrillo de San Antonio, bello sitio,
muy frecuentado por las elegantes caleñas, desde donde se domina el más hermoso paisaje que puede imagmarse: la linda ciudad, coronada de palmeras como
una princesa india, y circundada por risueñas campiñas. se extiende al pie, muell~mente reclinada sobre
la limpia falda; y todo el alto valle, espléndido con
sus magníficas llanuras terminadas hacia oriente por
la altísima cordillera central y bañado por los reflejos
metálicos de la luz azul de su cielo primoroso, se
dilata en abierta lontananza como la soñada visión
de un poeta oriental.
Sentados sobre un montan de piedras grandes, ennegrecidas por el tiempo y calcinadas por nuestro ardiente sol, en tanto que 'las brisas del Pacífico mitiga.ban el fuerte calor que había reinado durante el día,
Jorge me mantuvo encantado por más de una hora,
narrándome a grandes rasgos, con la propiedad de
expresión que sólo él poseía, el interesa.te argumento
de Camilo. Quedé profundamente conmovido.....
cuando hubo terminado,
-¿Qué aguarda usted, le dije, para agregar esa flor
exquisita a la corona de sus glorias? .. ¿Qué espera
para enriquecer con tan primorosa joya la literatura
de nuestro país?
Sonrió al advertir mi entusiasmo; y luego:
-¿Nuestro país?, me interrogó; ¿cuál, el Cauca? ..
-:Sf, Jorge, el Cauca, principalmente el Caucal, le
respondí.
.
-IAh, el Caucal .. , exclamó con acento de honda
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LUCIANO
RIVERA
y
GARRIDO
/'
amargura, a la cual se mezclaba la vehemencia de~
más santo de todos los amores, ¡el amor a la Patria!
¡El Cauca! ... Lo amo mucho, prosiguió, animándose
gradualmente; y lo quiero ver engrandecido, como son
grandes sus montaí1as, que desde aquí vemos; como
son vastas y hermosas sus llanuras y sus selvas, que
desde estos sitios contemplamos! .. jY sepa usted, amigo mío, que para mí el Cauca es foco inextinguible
de ilusiones gratísimas! ... ¡En el Cauca nací; en el
Cauca fui niño, en el cauca amé! ... Aquí vivieron
y murieron mis padres; aquí nacieron mis hijos; el
reflejo de este cielo admirable prestó su luz a los bellísimos ojos de mi esposa ... y allá, agregó con ademán
elocuente, levantándose y mostrándome con la mano
extendida unos puntitos blancos que salpicaban las
faldas inferiores de la cordillera central y no eran otra
cosa sino las habitaciones de la hacienda de El Paraíso, es decir la morada de sus mayores, el escenario
bendito de ese idilio de ternura incomparable que se
llama María, allá quisiera yo morir, para que mis
huesos, ocultos bajo las piedras de esos collados, descansaran en el reposo eterno, en contacto perdurable
con esta tierra tan amada ... j Sí, mucho amo al Cauea, aunque es tan ingrato con sus propios hijos!
-Pero a Camilo, insistí, como para desviar su pensamiento de tan melancólicas ideas, ¿cuando lo publicará usted? ..
.Jorge guardó expresivo silencio.
*
*
*
Los apartes que preceden, concernientes al trabajo
inédito de Isaacs que he denominado Camilo, fueron
leídos por él cuando por primera vez se publicó este
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157
y RECUERDOS
capítulo. Con tal motivo me dirigió una carta muy
interesante en noviembre de 1893, dé la cual reproduzco en seguida lo pertinente al asunto, que complementa de un .modo satisfactorio los datos consignados
con relación a tan importante materia .
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. . . . . .Ya me había acostumbrado a creer -¡en trece
años el dolor cava tan hondo!- que en recompensa
de mi, afecto leal y ardiente a la tierra, donde nacimos, ni hogar ni tumba tendré en su suelo ...
"Vo necesito creer que lo poco que hice y hago por
la honra y prosperidad del país natal, no será olvidado y sí agradecido por la juventud republicana del
Cauca. Usted me asegura que ella me estima. Si lo
contrario pensase yo, ¿cómo tener la entereza de ánimo, la fe que no me ha faltado ni en los más aciagos
días de estos ultimas años? No ha estado a mi alcance
hacer labor de más mérito. Otros sean capaces, en
holgura y en propicios tiempos, de tarea mejor, y así
lo deseo con toda mi alma. Hoy se dice -y oírIo me
impacienta- 'que la actual generación de ese país no
fatigará la Historia', que se ha esterilizado la tierra
de los Caldas y Torres, que se ven unas rarísimas excepciones, a manera de sarmientos exóticos de vid que
la maleza ahogó. Unos pocos, cuya cuenta no exige los
dedos de una mano, son las excepciones que aparecen
brillantes; pero si toda esa juventud, suprimida y en
sombra, llegase a tener nucleo y estímulos; si ambiente de libertad la confortara y nuevo calor l~ hiciera
erguir, volverían para el Cauca días de gloria y bienestar. En aquel escenario los hombres no pueden ser
, pequeños, si libres son. He estudiado mucho, cuanto
me ha sido posible, lo que actualmente sucede en el
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RIVERA
y GARRIDO
Cauca, y no es irremediable, nunca lo creeré: la demagogia y el ultramontanismo,
cada cual a su turno,
han sido los azotes de esos pueblos; el desaliento del
presente, caso de que se prolongara, sería fatal. La
lucha empezó desde 1831, o muy poco antes, y en ella,
con treguas cortísimas, algunas de marasmo, van trascurridos sesenta y dos años. ¿Qué habría de suceder
en un país cuya primera necesidad fue educar para la
República y la industria la clase proletaria, mezcla
de raza africana, europea e indígena? Libertad e ignorancia suman barbarie. Los fundadores de la República nada tenían de antropólogos. La sociología no
era aún ciencia conocida: edificaron sobre escombros
de servidumbre y a la luz de las batallas. De los here
deros de su labor gigante, unos quisieron ser únicos
dueños de ella en nombre de la libertad, otros en
nombre de la religión; ninguno en nombre de CRISTO,
verdadero apóstol y m;'trtir de los oprimidos, de los
sedientos de justicia, de las democracias. Invocaban
los derechos del hombre para hacer mártires; los de la
religión, para hacer esclavos. Nadie se acordó del que
dijo: 'amaos los unos a los otros, cnsciiad al que no
sabe, vestid al desnudo, dad de beber al sediento y
seréis venturosos'. La libertad enemiga del cristianismo ... ¡Cristo abominando su obra! ¡Iniquidad hu·
manal ¡Fariseísmo tenazl
"Dominado por estas convicciones, personificando
(fácil labor) estas ideas, poniendo en relieve fatales
errores, escribo a Fania, cuya acción empieza en 1822,
aunque un bello episodio me hace retroceder hasta
1808, y a las campañas de José María Cabal, otros detalles. A lma negra (lo que usted denomina Camilo)
debe seguir a Fania. Retocando el primitivo plan de
la obra se convierte en dos libros: el Último, Alma ne-
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IMPRESIONES
y RECUERDOS
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gra} aparecería fragmentario sin el otro. En ~se trabajo tengo puesta toda mi atención, mis facultades todas, y confío ya plenamente en que el resultado satisfará a mis amigos.
"Y a qué, sino al trabajo habría de acudir para alivio de mis infortunios? .. Así lo he hecho, y usted lo
hallará muy natural y puesto en razón. Jorge Roa, ya
ilustre paisano nuéstro, y que me da su estimulante
cariño, volvió a despertar en mí el deseo de darle término a la obra de que le hablé antes, que usted llama
Camilo. Además, ese libro debe preceder al que yo
quería escribir o cOI?pletar ahora, de argumento, drama y costumbres muy interesantes para Antioquia" ...
••
11<
'"
Muchos años pasaron sin que yo tuviera el noble
placer de estrechar la mano de Jorge, pues las incesantes labores de investigación científica a que estuvO
contraído por largo espacio de tiempo en la península
guajira y en la costa atlántica, estorba~on su vuelta al
valle nativo.
En carta escrita a fines de 1891, me decía:
... "Mi salud se quebrantó mucho en los últimos
veintidós meses: en Bogotá tuve necesidad de hacer
muy penosos esfuerzos para lograr el coronamiento
de la obra objeto de mis viajes. En aquellas excursiones por la Costa, viví unas veces como conquistador
español, y otras como salvaje: tuve que explorar re- .
giones nunca pisadas ni por Federmán ni p'or Ojeda;
y, como era natural, contraje una afección palúdica
que ha sido muy difícil y arriesgado vencer. Me siento
ya mejor de dolencias físicas; las del alma no son te·
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LUCIANO
RIVERA
y GARIUDO
mibles, porque ésta se encuentra
.............
vigorosa y entera ..
-
...
.Jorge Isaacs murió en la ciudad de Ibagué el 17 de
abril de 1895. día que, por tan triste circunstancia, puede considerarse como nefasto para Colombia.
En los Últimos años de su existencia vivió pobre de
dineros, pero rico de glorias, satisfechos los anhelos
de su afectuoso corazón por los tiernos cuidados y
cariñosa solicitud con que su excelente familia mitigó la amargura de los momentos postreros. Gentilhombre por gracia de estado, apenas si echaba menos
en la madurez de la vida las grandezas y comodidades
que rodearon su cuna. Bien sabía que no necesitaba
de riquezas perecederas quien, como él, había recibi·
do del cielo dotes tan excepcionales y tenía méritos
más 'que suficientes para que el afecto de sus amigos
lo custodiara al través de la distancia, y la admiración
de las almas nobles formara a su nombre inextinguible aureola.
La muerte de Jorge Isaacs tuvo dolorosa resonancia
en todo el continente americano. La prensa de las
ciudades más importantes del mundo de Colón dio
testimonio elocuente de su pesar, y en ese coro de justísimos lamentos se distinguieron, como era natural,
los principales periódicos de la capital de Colombia.
Pocas veces se había revelado el sentimiento público
con más espontaneidad de expresión, al tratarse de la
pérdida de un hombre ilustre, como en el caso de la
muerte del autor de Afaría; y lo mismo en prosa que
en verso, ingenios de poderoso aliento y generoso
corazón deploraron con sentidas quejas ese tristísimo
suceso, que bien puede considerarse como una gran
desgracia nacional.
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IMPUlIONEi
Y' JU!ctIE1U>O&
El distinguido sacerdote mexicano D. Vicente F.
Abundis, me. decía en carta dirigida de Ciudad Victoria (Tamaulipas) en el mes de septiembre de 1895:
••... Doce años hace que leí, por primera vez, a
María; de entonces a esta fecha más de seis veces he
vuelto a leer sus páginas, y las mismas sensaciones,
la misma congoja, el mismo dolor en mi corazón he
sentido, hoy que tengo treinta años, que en aquellos
primeros días de mi juventud.
"IOh señor! Naci mexicano, pero siento en mi alma
amor intenso por ese bello suelo de Colombia ... Mil
veces dichoso usted que ha contemplado el sitio ben·
decido que inspiró a Isaacs su libro ... Quisiera respirar el perfumado ambiente del Valle del Cauca, oír
el dulce murmullo del Zabaletas, extasiarme ante ese
panorama que he soñado tantas veces...
"En México ha sido llorada la muerte del autor de
María como la de Gutiérrez Nájera; como quizás no
lo sería la' de muchos de sus hijos eximios ..• ¡Ah!
No alcanza usted, señor, a comprender, cuán popular
y querido es aquí el nombre de su ilus.tre compatriota
de usted. ¿Tendremos la ventura de deleitamos algún día con las obras que, según ha afirmado la prensa de México, dejó inéditas el insigne escritor? ..••
La misma interrogación se oye incesantemente en
boca de los innumerables amigos y admiradores del
más tierno de los poetas colombianos. Es de presu- '
mirse que los dignos herederos del ilustre Isaacs, no
privarán por mucho tiempo a la amistad y a las letras
del goce de tan inefable satisfacción.
"Nos parece que la vida de Isaacs no puede ser ~s·
tudiada con prescindencia de su obra, ni 'las fases de
ésta sin ver qué sol, 'en cada etapa de su agitada pere~in¡l.~i91'l,i.~w.i:qº s~ frente, si el ~ol ~rdiente de l~
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LUCIANO
RIVERA
y GAIUUDO
juventud o el sol pálido del último invierno", dice el
más espiritual y profundo de los analizadores del carácter literario del autor de María, D. Diego Mendoza.
"Cuando toda la obra de Isaacs sea conocida, del público, y, así, haya pasado por la prueba decisiva, se
verá si la flor vale más que el fruto, o el fruto más
que la flor, o si uno y otra, a la luz y al calor de su
estación, tienen unos mismos quilates; si Fania es superior a María, o si las dos creaciones son perlas
arrancadas por un mismo buzo, madréporas de diferentes edades en mares que se comunican por corrientes misteriosas." (1).
*
*
*
Era aún adolescente y las cosas del mundo se presentaban a mis ojos veladas por una especie de niebla
luminosa que las hada aparecer doblemente seductoras y amables, cuando tuve la dicha de visitar el territorio antioqueño;
y por este motivo, en mi mente
quedó fijo el vigoroso y poético recuerdo de aquella
región de estructura singular, tan distinta por su conformación y por sus condiciones etnográficas del suelo hermoso en donde plugo a Dios hacerme ver la
luz primera. Aquel recuerdo, embellecido con la mágica aparicncia que los albores de la juventud saben
prestar a todos los objetos -así a los países que re·
corramos en esa edad feliz, como a la mujer preferida
que recoge amorosa las primicias de nucstro corazónvivc en mí con caracteres imborrables.
Acá en mi mcmoria se refleja vivaz la imagen de
una comarca extensa y montañosa, cruzada en dife(1)
Diego Mendoza: Segunda lectura de "Maria".
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IMpRESIONES
y IUlCUltRDOS
rentes direcciones por estrechos valles en cuyas cuencas
clamorean espumosos torrentes o caudalosos. ríos, encajonados entre verdes faldas, tendidas unas como los
paños de un vestido reg~o,empinadas otras como lienzos de gigantesca arquitectur<l¡;cubiertas todas por el
verde tapiz de interminables, y profusos maizales; animadas las más por risueñas cabañas que hasta el palio
del cielo elevan la humareda de sus hogares, y en
cuyos contornos muge el paciente buey, fiel compañero de las labores del agricultor, o brama el· ternerillo
'a corta distancia de la vaca de limpia piel y mirada
profunda. En esta cuchilla, y en la otra, y en la de má&
allá, veo con la mente pintorescos poblados de blancas
casas,que forman cortejo digno a esbeltos campanarios; y por doquiera, la yida, el movimiento; en todas
partes la animación y el gusto al trabajo; y hasta donde penetra la tenaz investigación de la memoria, no
alcanzo a descubrir tierras incultas ... Más bien paréceme distinguir allá, sobre el altísimo peñasco, al
avizorado lábrador que, temeroso dé no encontrar ya
e~. su país espacio ni bosques para el hacha potente
que en la diestra lleva, dirige la mirada hacia los vastos horizontes caucanos, en solicitud 4e campo de acción para su actividad infatigable, y de obstáculos,
que vencerá con su constancia y con su arrojo.
Ese es el sur de Antioquia ... Más allá, en el centro de encrespado y verde territorio; mi fantasía, .amdliada por el lente poderoso del recuerdo, contempla
entusiasmada ciudades simpáticas, pulcras y atrayentes, como Sansón, Ríonegro, Marinilla, La-Ceja, El-Retiro ... y más allá aún, en el corazón de un valle primoroso que parece formado por el capricho ¡Joético
de un príncipe de los cuentos árabes, para recreo de
odalisca favqrita, en medio de boscajes <le li.mQneros¡
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L\lClANO
PJV!J.U. y GARRIDO
rosales y jazmines, veo a Medellín,
la sultana
ahtio-
queña.
En aquella región hermosa y rica, eremitorio de labores rudas y asiento de un pueblo que suspira por
el progreso, y, constante como ninguno, trabaja obstinado para alcanzar ese gran bien, veo con el alma
gentes activas como la abeja y perseverantes e ingeniosas como la hormiga, que rechazan las caricias pérfidas de la pereza que enerva y oponen mano fuerte
a la fatiga que habrá de recibir opima recompensa.
¡Pueblo inteligente y valeroso, que así huye de la afeminación de las costumbres, como lucha a brazo partido con las rocas de sus montes y las selvas de sus
valles, hasta arrancar de las primeras esa fuerza que
se llama oro, y extraer del suelo de las otras la simiente que nutre y vivifica; como, al llegar la noche cuelga
en los muros del hogar los instrumentos de la labranza -esas armas preciosas de los pueblos pacíficos- y
acompaña con los acordes de la vihuela las dulces
canciones de sus montaiiasi ... j Pueblo varonil y espiritual, que con el mismo entusiasmo que se inclina
hacia la tierra para fecundarla con el sudor que corre
de su frente en la lid del trabajo, levanta al cielo la
mirada para extasiarse ante la grandeza de la obra
de Dios!
Esa tierra es Antioquia; esa comarca es la hermana
del Cauca; nuestra amiga natural, nuestra vecina honorable; región predestinada por las leyes eternas que
gobiernan la suerte de los pueblos, a ser nuestra aliada en el peligro, nuestra compañera en las glorias ...
Cupo a esa tierra ubérrima y hermosa la envidiable
gloria de servir de tema fecundo a la musa inspirada
de Jorge Isaacs, así en los primitivos destellos de sus
pl¡mifestaciones espléndidas, cuando cantó La monta·
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IMPRESIONES
y RECUERDOS
y
ñera y Los amores de Soledad, Jacinto y Martina Río
Moro, como cuando, expiran te ya el sol de su agitada
vida, pulsó el laúd de las entonaciones imnortales y
colmó los ecos de las montañas antioqueñas con el
clamor de La tierra de Córdoba. Misterioso y singular.
prestigio ejercían en el alma del poeta caucano las
hondas quiebras y las cimas azules del territorio de
Robledo; grande era la influencia que en su corazón
ardoroso y patriota hacían sentir las virtudes y las
condiciones eminentes de ese pueblo de pasado glorioso, consolador presente y bello porvenir ... ICómo
comprendía Isaacs con la poderosa visión de su genio,
que en esa comarca crece, verde y lozana, una de las
mejores esperanzas de Colombia! ¡CÓmOsupo darse
cuenta clara su corazón magnánimo ae las generosas
dotes de aquel pueblo, al cual juzgó digno de tódo su
amor y de todo su reconocimiento, cuando, desviando
los angustiados ojos de la patria amada, pidió "q~e ,
enviara pronto Antioquia por sus huesos!" ...
y ¿de qué manera ha correspondido el pueblo antioqueño al deseo ferviente, a la súplica postrera del
más tierno de los poetas colombianos? .. Mal inspirada por sentimientos egoístas, o sugerida por el materialismo que injustamente le atribuyen almas superficiales o prevenidas, ¿ha' oído Antioquia con indiferencia o con desdén el.ruego último de aquel que la
amó tanto? ., ¡No! ¡La comarca favorecida está a la
altura del favorecedor! Ella siente hervir sp· sangre,
enardecida por el más noble de los entusiasmos; convoca a sus hijos para que preparen el espíritu en piadoso recogimiento y se hagan merecedores del precioso legado; acumula. mármoles y bronces; recoge las
flores y los laureles que habrán de servirla para tejer
coronas inmortales; adorna con palmas sus caminos;
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LUCIANO
RIVERA
y
GARRIDO
engalana sus poblaciones;
se prepara dignamente para recibir en su seno los restos mortales del poeta del
llanto; de aquel de los hijos de Colombia que en el
campo del arte y del sentimiento
-Única cosa que
perdura al través de los tiempos, en la agitada marcha
de la humanidad
hacia lo dcsconocidosupo dejar
grandioso testimonio de su amor y su veneración por
el suelo bendito que escogió para asilo eterno de sus
cemzas ...
Singular personalidad
la de Isaacs, destinada a poner de relieve ciertos caracteres escogidos, a evidenciar
a ciertos hombres de excelso temperamento,
lo mismo
en el pleno goce de la vida, cuando se mostró como
un astro de magnitud
suprema en el cielo de las letras patrias, que hoy, cuando, muerto ya para la vida
perecedera de este mundo efímero, brilla en el cielo
de la inmortalidad
con la luminosa estela de su gloria! ... Bien valen los nombres de los catorce literatos
de la capital que en noche inolvidable lo consaf-,rraron
sacerdote de esa religión sublime de las almas egregias,
la poesía; bien valen esos nombres los de los ocho caballeros, nobles hijos de Antioquia que, oficiantes de
la admiración y de la gratitud, se han constituído voceros del inteligente
y generoso pueblo elegido por
Isaacs como guardián
de su tumba, para que sean
cumplidos los votos postrimeros del poeta. Esos nombre~, que los fastos gloriosos de la Tierra de Córdoba
conservarán siempre como un timbre de honra, son
los siguientes: Pedro Nel Ospina, Fidel Cano, Camilo
Botero Guerra, Juan José Molina, Carlos Vélez S.,
Pascual Gutiérrez, Eduardo Zuleta, Manuel J. Alvarez.
Esos ocho nombres representan
las ciencias y las
letras, la política y las artes, el comercio y la industria
de Antioquia; es decir, lo más elevado de cuanto pue-
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de constituir' la vida de ese departamento en el orden
de los intereses morales y materiales. Ellos representan, asimismo, las diversas agrupaciones que intervienen de uno 4 otro modo en la existencia política de
ese pueblo, altivo: simbolizan, pues, las más nobles aspiraciones de una sociedad cul~ay cristiana que, cuando se trat~ de enaltecer el verdadero mérito, hace
abstracción completa de los menguados' asuntos de
partido, y sólo se preocupa con el engrandecimiento
de la Patria ... y como si los caballeros que llevan
esosnombres ilustres juzgasen incompleto el desarrollo
de su propósito, sin la participación eficaz y dignificadora de la mujer -dado que se pretende honrar la
memoria de un gran poeta, que tuvo como ideales de
sus cantos esos atributos esencialmente femeninos: el
amor casto, la ternura y las lágrimas- han solicitado
y obtenido el concurso de damas de tan elevado rango
social y virtudes eximias como son aquellas con cuyos'
nombres honro estas humildes páginas:
Señora D~ María Ignacia Arango de Llano, señorita
Teresa Uribe Restrepo, señorita Concepción Ospina.
»:
**
Antioquia guardará, con el respeto y, la veneración
debidos, el sagrado depósito qué el cantor de Río
Moro quiso confiar al cariño de todo un pueblo, y
puede afirmarse que lo gu~rdará en urna de mármol
y pórfido, urna que la~ manos puras de las hermosas
hijas de esas poéticas montañas cubrirán a mañana y
tarde con guirnaldas de rosas y azucenas... Pero si el
esfuerzo que' ese pueblo espiritual y generoso hace
'hoy con el fin de conservar esas cenizas ilustres en cenotafio digno de ellas, se viese frustrado por alguna
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LUCIANO Rrv:ERA y GADmO
de tantas circunstancias que la previsión humana no
puede evitar, no importa: guárdelas en humilde túmulo, si más no puede hacer, que allí estarán bien,
custodiadas por el afectuoso celo de que da elocuente
testimonio el entusiasmo con que se ufana hoy, al
constituirse en ejecutor testamentario de las Últimas
voluntades del poeta caucano. Eso, el cariño de un
pueblo vigoroso y noble, en medio del cual sintió arder el fuego sagrado de la inspiración, allá en los días
vehementes de la primera juventud; el afecto sincero
y constante del pueblo de sus simpatías y de su admiración, eso era lo que anhelaba para su memoria
el ilustre vate; y por ello quiso dormir el sueño último a la sombra de los "jazmines y floridos naranjales", en aquel valle primoroso, donde reina la ciudad
romántica, de la cual dijo en estrofa inmortal:
¡Cómo la miro en estrelladas
En
Formándote
La cubren
mis
cojines
sueños
noches
aún!
se agrupan
los aleores,
las montai'ías con su azulino tul.
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XII
¿POR QUE NO SOY RICO?
Tras largos años de ausencia tuve la dicha de volver al hngar paterno. Renuncio a la pretensión de
describir las emociones que embargaron mi ,alma en
el momento feliz en que me fue dado' estrechar contra
mi corazón esosseres nunca bien queridos, padres, hermanos, de cuyo calor y de cuyas caricias me había
visto privado tanto tiempo ..
Obligado mi padre por reveses de fortuna -de los
cuales, acaso, el factor principal fue la guerra de
1860- enajenó su hacienda de La Isla, con dolor de
toda la familia, que amaba aquella propiedad como
la morada feliz donde habían corrido para nosotros
días risueños de tranquila ventura. <ton tal motivo, a
mi regreso de Bogotá encontré a los míos definiti~amente establecidos en Guadalajara.
A mi llegada a esta ciudad fui favorecido con' algunas visitas de amigos y parientés, entre otras la de D.
Javier del Pino, tío de mi madre, anciano octogenario, sumamente rico, y verde aún, a quien en la familia mirábamos con mucha deferencia, por razón de su
edad y prendas, y en reconocimiento de importantes
JI-S
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t~UCIANO RIVERA y GARRlllo
servicios prestados a mi padre en circunstancias difíciles.
~ Nuestro tío se había conservado célibe y vivía en
una buena casa, baja, del barrio de La Ermita, acompañado de una criada anciana, llamada Prudencia,
que hacía las veces de ama de llaves.
Era D. Javier muy joven cuando vino de España,
su patria, y habiendo encontrado establecidos en Guadalajara a dos hermanos mayores que él, de los cuales
uno tuvo como descendencia la familia de mi buena
madre, y cuatro o cinco miembros más, radicados unos
en Bogotá y otros en las provincias del norte de la
República y en Panamá, resolvió quedarse en América, y mantuvo relaciones comerciales con la Península, en lo cual ganó muchos pesos. Pasaba, en concepto
de la generalidad de las gentes, como hombre avaro;
pero en esto había la exageración que es de uso corriente en tales casos, pues no sólo no merecía tan
duro calificativo, sino que, por el contrario, cuando
estimaba a las personas, era servicial, obsequioso y
caritativo. Mas sucedía que daba en silencio, conformándose en ello con la doctrina evangélica que quiere ignore la siniestra el beneficio ejecutado por la
diestra, y la mayoría de las gentes, compuesta de personas sin criterio, y hecha siempre a juzgar por las
apariencias, lo condenaba sin apelación.
Era D. Javier muy adicto a las cosas de España, y
sólo el amor a sus hermanos, uno de los cuales falleció
de muerte natural y el otro murió asesinado por una
partida volante de titulados patriotas en' 1816, pudo
decidirlo a quedarse en América, una vez perdida en
ella, para siempre, la causa de la metrópoli. Así, con
todo transigía menos con las ideas republicanas y ano
ticoloniales. El que quería ver a mi tío en glorias, no
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tMPRESIONES
y RECUERDOS
necesitaba sino hablarIe de los buenos, de los sabrosos tiempos de la Colonia; de las grandes fiestas que
en ellos se efectuaban con motivo de cualquier accidente fausto ocurrido a la familia reinante; de todo
aquello que perfumaba con la fragancia de las flores
del pasado feliz, el-sacrosanto y ya tan lejano recuerdo de ,la patria y de la juventud. Pero, ¡guay del que
remotamente pretendiera justificar la, santa y legítima lucha por nuestra independencial ... Si el lucero
del alba tenía mi tío en la mano, con el lucero del
alba descalabraba a su interlocutor.
Mí tío era el último representante de una genera.
ción típica, desaparecida largo tiempo ha de entre
nosotros. En él se resumían todas las preocupaciones
del pasado y las excelsas cualidades y los enormes defectos que hicieron de los hidalgos españoles, trasplantados a América en la tarde de la Colonia, la personi.
ficación exacta de la clase media peninsular de mediados del siglo XVIII, que así traficaba con esclavos y.,
- proclamaba las excelencias de la sangre azul, como
fundaba hospitales y asilos, se sacrificaba por el prójimo, prestaba su dinero sin exigir ,interés ni asegurarse con documento, y, llegado el caso, era capaz de
grandes cosas, así como también de consagrar con su
aprobación y apoyo las mayores iniquidades de su
gobierno. Mi tío Javier era llamado por el vulgo en
Guadalajara el Último chapetón. '
Pequeño de cuerpo, rubicundo, con ojos azules, algo empañados ya por las telarañas de la edad, era D.'
Javier muy blanco y rosado como un niño, abultado
de vientre y corto de piernas. En los días ordinarios
llevaba. puestos chaqueta de mahón, chaleco de tela
clara, corbata blanca, de muselina, pantalones muy
anchos, y tan largos, que los pisaba por detrás con 108
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Ln:r\so
RIVERA
y
GARRIDO
zapatos de piel de venado, curtida, que calzaba, y sombrero amarillo, de paja, con luengas alas. En ciertos
días solemnes, como Jueves Santo, Pascua, Cmpus
Christi., por ejemplo, o en aquellos que eran para él
aniversario de algÚn recuerdo grato, vestía casaca de
rico paño de San Fernando, guardada en arcÓn de
cedro, sabe Dios desde cuándo; chaleco blanco, de
seda, que bajaba hasta medio muslo; pantalones de
Glsimir, color de peda, y escarpines de charol, con
hebillas de plata, a usanza antigua. Con esto, un gran
sombrero de fieltro gris y un bastón de carey con pui'ío de oro y borlas de seda, parecía un caballero de la
corte de Fernando VII, trasladado como por encanto
a nuestro tiempo.
Después de las cosas de España, pasión dominante
en D. Javier, sus principales agrados eran el asco de
su persona y de su GlSa, la buena mcsa, el uso incesante del rapé que, perfumado con esencia de rosa, llevaba sicJl1Drc consi!m en luiosa caiita de ¡\h:mo adornada con el retrato de D'.l Isabel ]1, y la lectura frecuente de Don (¿uijote dc la Alancha> la Historia genCTaI de Esjwilo, por el paclre Mariana, y otros pocos
libros ctísicos de literatura española, lo cual denotaba
en él alguna cultura intelectual, no exenta de buen
gusto, Por una singularidad notable en un anciano,
y aden1<Ís de anciano, español, no era dado mi tío
a los extremos gazmoños de un misticismo postizo, y
bien que hombre creyente y pío en el sentido recto y
honraclo de estos vocablos, se mostraba enemigo jurado de beatos y beatas, de quienes solía decir que no
eran sino "hipocritones consumados y repugnantes ratas de sacristía". Particularmente
tenía ojeriza por'
aquellos hombres que, encargados de funciones públicas, así en uno como en otro ramo de la administra1.
t ,
.J
J
..
~
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IMPRESIONES
y
RECUERDOS
ción, alardean de santos yse hunden el pecho a golpes
en los momentos solemnes de la consagración, o besan
humillados y compungidos, el enladrillado de las iglesias. "Esos, decía mi tío con la autoridad que daba a
sus palabras una larga ex,periencia de la vida, ésos
son los m{ts temibles y soberbios de los malvados;
¡guárdeme Dios de caer en sus manos!"
Aunque mi tío era muy rico, como antes lo di a
entender, conservaba la tienda donde había ganado su
fortuna, más por espíritu de gratitud o fuerza de costumbre, que porque en él perdunl:se el ánimo de especular. Allí, colocado tras de un mostrador de he·
chura antigua, de ésos que formaban una especie de
armario muy grande, de cedro, cerrado, con anaqueles
y departamentitos para objetos menudos -a estilo de
botica- solía vender aún vinos españoles, especias,
drogas, paños, tel'as de seda y cintas de terciopelo,
bayetas de diferentes colores, llamadas de Castilla, para distinguirlas de las de la tierra, que tejen en el
Ecuador; devocionarios, loza, alhajas de oro etc. Esos
artículos eran introducidos cuarenta o Cincuenta años
atrás por el Chocó, adonde, a su vez, los habían remitido de Cartagena, puerto de depósito en aquella
lejana época para las mercaderías que se traían al
país por la vía del Atrato, abandonada hoy completamente por las necesidades del fomercio vallecaucano,
que se sirve, par~ el efecto, del camino de Buenaventura.
'
,/,' El día en que mi tío me hizo la visita de bienvenida,
me propuse tratarlo con la confianza a que de antaño
me tenía acostiImbrado, y lo llevé directamente a mi
cuarto. Después de haber permanecido sentado unos
cortos instantes, se levantó el anciano, y, dándose aire
t:on su fino pañuelQ de batista, porque hacía mucho
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174
LUCIANO
RIVERA y GARRIDO
calor, y sorbiendo con deleite algunas pulgaradas de
rapé, empezó a recorrer la habitación con su vivacidad
característica, deteniéndose para ver al través de sus
espejuelos, montados en finísimo engaste de oro, aquí
un grabado, más allá una pintura al óleo, y cerca de
la ventana el estante de mis libros ...
Después volvió a setltarse, y tratamos familiarmente
de muchos asuntos, con especialidad de Bogotá. Mi tío
me preguntó con interés por personas y cosas santafereñas, pues en su mocedad había hecho dos o tres
viajes a la capital, que no designó nunca sino con su
antiguo nombre de Santafé. A todas sus preguntas
respondía yo con agrado, porque la incesante parla
del simpático octogenario, caracterizada por el acento
y los modismo s peculiares de los castellanos genuinos,
me divertía en extremo.
Al dar las doce campanadas de la vecina iglesia, se
despidió mi tío, cstrechándome entre sus brazos e instándome con afectuosa insistencia para que fuese a
verle pronto.
*
*
*
Cultivaba con esmero las relaciones de mi tío D.
Javier y solía visitarlo con frecuencia, porque el bondadoso señor había sabido cautivarme con su origina.
lidad y nobles prendas. Además, como siempre he
creído que los ancianos son las personas en quienes
producen mayor reconocimiento el afecto y las consi·
deraciones que se le prodiguen -por lo mismo que
su edad y los desengaños a ella consiguientes los hacen desconfiados y escépticos- procuraba, por todos
los medios posibles, agradarlo y tenerlo contento.
Gustaba de que le leyera en sus libros favoritos, y
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IUPIlESI0N'!S
y RECUERDOS
yo tenía cuidado de llevarle con puntualidad todos los
domingos los tres o cuatro periódicos que me remitían de Bogotá por el correo.
'
-¡Leamos paparruchas!, decía don Javier en tales
ocasiones, cerrando el Quijote y desdoblando La Opinión, El Constitucipnal 'O La Paz; cambiemos carne
por hueso.
No obstante el fastidio y la marcada prevención con
que seguía la marcha de nuestros asuntos públicos, no
podía prescindir de interesarse algunas veces con la
lectura de los diferentes órganos de la prensa política
del país, si bien todo le parecía malo en ellos: forma,
fondo y propósitos.'
Un día en que, como de costumbre, fui a visitarlo,
lo encontré leyendo,una carta.
-Buenos días, tío, le dije, sentándome a distancia
respetuosa, después de haber estrechado la mano que;
me tendió en silencio, sin levantar la vista del papel.
Al cabo de "dosminutos dobló la carta, la puso sobre una mesa inmediata, quitóse los anteojos, y, mientras los guardaba en la cincelada caja de plata, me
dijo:
-Me trajeron esta carta del correo hace un momento ... ¿A que no adivinas de quién es?...
-Imposible, tío; no puedo pr~sumir ...
-¡De José Ramrrez, hombrel, de José.
-José Ramírez, ¿nuestro pariente?
,-El mismo, que vist~ y calza. Ramírez, nuestro pa·
riente, que, como tú sabes, reside en la ciudad del
Socorro, y a quien ni tú ni yo conocemos personalmente. Suele escribirme de vez en cuando, cósa que le
agradezco, pues no tiene motivo especial para morirse
de amores por mL Enlos malhadados tiempos a que
hemos alcanz¡¡do, ¡VOtO al cq;ípirol, no es el. parentes-
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Lt:CIA1'\O RIVERA y GARRIDO
co vínculo tan poderoso que arrastre las voluntades
desde tamaña distancia ... razón por la cual, ¡vamos!,
me compromete el chico.
-Está usted en la verdad, tío, y hacc bien en corresponder al carifí.o de nuestro primo, quien sé que es
un buen sujeto. Por lo demás, opino como usted: los
vínculos de familia se han relajado enteramente en
nuestro tiempo ... A cstc respecto se experimentan
y se observan cosas increíbles.
-¡Oh! ¡tanto! .....
¡Qué diferencia, Dios eterno,
cuarenta o cincuenta años atrás! Pero, ¿qué quieres? .
Con estas malditas ideas modernas de liberalismo y
progreso, todo se lo ha llevado la trampal ... Mira,
sobrino, cada día que pasa, en vista de lo que sucede.
doy gracias al Todopoderoso
por no haber fundado
familia por mi propia cuenta. Si yo me hubiera casado, no habría podido conformarme con un orden de
cosas semejante.
-En efecto, tío, siempre me ha llamado la atención
el que un hombre de los sentimientos y posibles de
usted no se haya casado ...
-y no vayas a creer que haya sido por falta de diligencia o por odiosidad al matrimonio, que en principio es cosa buena e insti tución sabia ... no obstante
los gravísimos inconvenientes que tiene en la práctica.
Pero, ¿qué quieres?, mil causas, todas independientes
de mi buen querer, impidieron que me casara, yeso
que estuve tres veces al borde del ... abismo, iba a
decir, pero, ¡será mejor callar!
./ En la primera vez, la novia cogió un tabardillo de
los que llaman aquí de agarrún, y en mi tierra dicen
de padre y ;eiiar, que en cinco días la llevó al sepulcro. ¡Ay!, ¡pobrecilIa!. " Me harás la justicia de creer
que la senti en toda regla, pues juzgo que habría si-
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y RECUERDOS
177
do, muy feliz con esa pobre muchacha. En la segunda
ocasión, mi futura se abrió del, compromiso cuando
no faltaban ya sino quince días para dar el salto mortal, diz que porque la dijeron que yo tenía un geniecillo así tal cual, medio sulfúrico
¡Imagínate esta
inocente paloma 'de tu pobre tío!
¡Qué cosas!, cual
si fuese un buey manso lo que una cristiana necesitase para maridol En la tercera vez fui yo quien rompió el pacto, ¡caracoles y rayos!, porque, descubrí, en
vísperas de echarme el santo dogal al cuello, que mi
futura era más liberal y patriotera que Santander ...
¡Al diablo la novia con semejante sarna en el alma! ..
Después, cuando regresé por primera vez a España,
me enamoré, como un colegial, de una gaditana- famosa, morena éomo un sol; pero, ¡quiál, resultó que esa
ardiente niña era hija de casa muy rica, riquísima, en
momentos en que yo no tenía sino una camisa, que
con la que llevaba puesta formaban el par ... y en
la calle decían las gt';ntesque yo no iba tras de la niña
de las pesetas, sino tras de las pesetas de la niña, y
esto me enfureció ... Le volví las espaldas al amor,
porque siempre he sido muy orgulloso en esas materias; atravesé de nuevo la inmensidad del océano, me
entregué en cuerpo y alma al trabajo, y aquí tiene usted, sobrino mio, cómo D. Javier del Pino desaparecerá uno de estos días, sin dejar renuevos de su apellido
en Guadalajara, ni cosa que lo recuerde.
~..-"-Eso será muy tarde, tío; está usted muy vigoroso
aún; y el día en que tal desgracia suceda, dejará usted
el grato recuerdo de sus virtúdes y de sus bellas acciones, que no se extinguirá nunca entre los suyos, que
tanto lo amamos. Por lo que respecta al hecho de no
casarse con una joven rica, temeroso de que se le tratara después como a un cualquiera, por ser pobre. o
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LUCIANO
RIVERA
y GARRIDO
se le tuviera por interesado, hizo usted muy bien; procedió con una dignidad y una cordura que lo honran;
¡no podía ser de otra manera!
-Conque
apruebas, ¿eh?, exclamó regocijado el
anciano: ibravo, sobrino, bravo! Eres digno descendiente de mi hermano, y digno sobrino mío, permíteme lo diga ...
-¡Es tan natural pensar de ese modo, tío!
-¡Pero no en este tiempo, no lo creas! El sentimiento del interés es poderoso en la actual generación.
A él se sacrifica todo, hasta el honor, hasta la conciencia! ... En mi humilde sentir, no será siglo de los grandes descubrimientos, como creen muchos que se llamará el siglo en que hemos nacido. sino siglo de la
codicia y de las grandes prevaricaciones ... Por eso
me complacen mucho tus ideas
y por lo mismo,
veo con gusto que he acertado
.
-¿En qué, tío?
-Hombre, ¡voy a decírtelo! ... Lo has de saber después, preferible será que yo mismo te lo diga .. ,
-¿Qué cosa, tío?
-Sobrino ... que hace algunos días me trota por la
cabeza la idea de otorgar mi testamento ...
-¡No descubro la urgencia que pueda usted tener,
tío!
-¡Cal, ¡la de instituírte heredero de todos mis bienes, hombre! Tengo ochenta años cumplidos, y a esa
edad es tan sencillo morirse como dormir ...
La declaración fue tan brusca, tan a quemarropa,
que, francamente, me sentí embargado en serio por
la emoción, y en el primer momento no supe qué
responder al buen viejo.
- Tío, prorrumpí al fin, haciendo un esfuerzo, no
me considero acreedor a ese beneíicio, pues nada he
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y RECUERDOS
179
\ heého para merecerl~. Y estrechando con efusión las
manos de mi generoso pariente, sí tío, proseguí, no
soy merecedor de tanta bondad; medite usted bien
su benévolo propósito; fíjese en que nuestra familia
cuenta con miembros mucho más dignos que yo de
esa valiosísima muestra de su afecto... Por otra parte, le repito que juzgo prematura esa determinación
. de usted, y...
-¡Voto a Cristo!, me interrumpió mi tío: si hubiera sabido que ibas a echarme encima semejante discurso, no te habría dicho nada sobre el ·particular.
¡Que no se hable más de esto! Es tan natural mi pro.
pósito, que no vale la pena de analizado. Conque.
¡abur!
Pocos momentos después me separé de D. Javier•
. con el alma penetrada de reconocimiento.
:1<
I
,1
*
*
Tomás era un mulato gallardo, trabajador y formalote, hijo único de ña Prudencia, la antigua criada de
mi tío D. Javier del Pino, una de esas honradas mujeres de raza de color, más y más raras cada día, que
son el consuelo y el alivio de ciertas casas en donde se
estima como se debe el mérito de los servidores leales
y abnegados y se recompensan sus cualidades y serVicios con la preciosa moneda del cariñó y las consideraciones. Cuando yo vine al mundo, ña Prudencia
acompañaba ya a mi tío, y Tomás estaba grandecito.
La primera me quiso siempre con ternura, y el segundo fue, con el tiempo, uno de los mejores amigos de
mis primeros años. Cuando Tomás cumplió veinticinco, se casó con una esbelta 'mestiza, llamada Luisa,
quien no le iba en zaga en honradez y apostura. Difí-
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180
Lt'CT~"'O
Rl1FRA
y
GARRIDO
cil habría sido encolll;':tr un,l Fll cja mejor acondicionada; él, alto,
de mi;',\r fr;mco, benévolo
y trabajador; el!;!. e¡",'.':1i , !1IU¡:,11:1. con ojos llCgToS
como uvas, 5(1111);(;:,'"., rOl' 1;:,"!-"
p(',I::l-¡:1-, ctbdlos
negros y Cll'S]H),:,d' nl" !,i ¡;',
lIJ:1ii'h p,:queii.as y
pies pulidos; jmj;¡] :,I'I:>p1(.
dll,!!', ',,\i!~,d V laboriosa: una perla que, ell:<,::s:,'d:1 en I!ljo,,, diadcma,
hubiera podido baccr Lt 1,:¡cid,ld de \lit gt :i1l SCllo]'.
En casa le teniamos \'erd:tduo
,ari!'1<l, v por eso ba·
bíamos visto con placer la IJl()Sjlléridad
reLlliva de
Tomás, quien, a [uena de trabajo, había logrado formar una bonita posesiÓn campestre, a corla distancia
de la ciudad, a la cua1 dio el nombre de La Ramada.
Pocos meses después de mi regreso de Bogotá fuimos invitados por Tomás, mi buena madre, Elena,
mi hermana menor, ña Prudencia y yo, para que fué·
semos a pasar un día en su casita; y para comprome·
ternos más, ofreciÓ que nos acompañaría desde la
ciudad, mientras que su esposa nos ag-uardaría en la
finca. Nosotros aceptamos su amable invitación, y ob·
tuvimos de mi tío Javier el consentimiento correspon·
diente para que ña Prudencia pudiese acompañamos.
Aunque La Ramada estaba muy cerca de la pobla.
ción, resolvimos partir a la madrugada; y decidimos
verificar el viaje a pie, para mayor diversión y salu·
dable aprovechamiento.
Empezaba a clarear el oriente con los primeros al·
bores de un azul plateado con leves resplandores de
rosa, cuando mi madre, Elena y yo, seguidos de ña
Prudencia, que llevaba un ligero hatillo de ropas sobre la cabeza, y Tomás, que conducía un caballo de
diestro para pasar el río, nos dirigimos a La Ramada.
Al llegar a las márgenes del Guadalajara nos detu·
vimos; y entre Tomás y yo colocamos a mi madre en
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I1':fPRESIONES
l
y RECUERDOS
el galápago, sobre el caballo, sirviéndola de punto de
ápoyo, para subir, una gran piedra de las muchas que
había allí. Hecho esto se arremangó el mulato los
pantalones hasta las rodillas y, tomando del cabestro
al caballo, lo condujo a la ribera opuesta, en donde
bijó a mi madre con el mayor cuidado y sacudió en
seguida una peñita con la ruana, para que se sentase.
A;'continuación regresó con el caballo a la orilla en
q~leestábamos nosotros, y una vez colocada en él Elen~, verificó la misma evolución, y volvió tercera vez,
p~ra pasar a ña Prudencia, quien subió a su turno, no
si~ hacer antes mil melindres y aspavientos de madre
arciana que se sabe muy mimada por su hijo.: Al fin
pasamos Tomás y yo.
'
I El camino que tomamos seguía el principio paralelo al río y dejaba a un lado, cerca de por medio,
~na bellísima llanura cubierta de ganados, adornada
fon una espaciosa casa de teja, con corrales y otras
/;lependencias,y limitada a lo lejos por bosques tupidos, que la distancia hada aparecer de un bello color
~zul. Más adelante, a partir de un hermosísimo haba
,y'quehabía crecido solitario sobre un peñasco de la
pintoresca vega, el río se desviaba hacia la derecha,
alejándose considerablemente del camino, el cual seguía en m:edio de cabañas pajizas, sombreadas por
frondosos guabos y casi escondidas entre perfumados
bosquecillos de cafetos y jazmines de Virginia. A la
izquierda se-extendían algunas dehesas de un precioso verde-esmeralda, separadas de la vía por tupidos
limoneros, los cuales, sembrados en líneas rectas, for,mando cercas, habían entreverado sus ramajes al (,:fe·
cer, y presentaban a la vista la más linda arboleda,
cortada en uno de sus extremos por una alta portada
de ladrillo desde donde se divisaba una casa de bal-
l
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LUCIANO
RIVERA
y GA1\lllDO
eón que, en medio de la espléndida llanura y rodeada
de mangos, naranjos y palmeras, atraía poderosamente con su pintoresca apariencia. Al pasar de esa hacien·
da, el camino continuaba
igualmente ameno y tenía
a la derecha una hilera correcta de palmas de corozo,
a cuyo pie se prolongaba
por muchas cuadras una
cerca de guadua labrada en forma de tejido, palmeras
que son más delgadas que los cocoteros; ticnen el tronco erizado de recias pÚas, y muestran entre el abanicado follaje los cuantiosos racimos de su fruto, que
semejan apretados gajos de encendidos corales. Más
allá se veían diseminadas
algunas palmas de coco, y
en último término una casa de teja baja, rodeada de
tupido cacaotal, con el correspondiente
sombrío (le
Fisamos, un frondoso platanal' y dehesas de guinea,
limitadas por guaduales de suave follaje.
Embebecido en la contemplación
de estas bellezas,
realzadas en esos momentos por la rosada luz de J¡
aurora que, como un toco de suave y poética c1aridaé,
preeedb
al sol en su carrera al través del espacie,
apenas si Fodía yo atender a bs palabr;:¡s que de ve:
en cuando me dirigían mi rnadre y los dem{ls acom·
pañantes.
-¡Mira, qué casita tan linda!, me decía Elena,
mostrándome
un ranchito que se levantaba a la vera
del bosque, separada de la llanura por una talanquera
de leños entrccruzados,
al cual cubrían con su fresca
sombra corpulentos
písamos, vestidos de flores escar'
latas, y algunos higuerones
majestuosos. Una ligera
columna de humo azul subía de la cocinita para disi:>arse entre el follaje "pretado de la arboleda; y algu.
nos pato:; y gallinas, un cochinilo gruñón y otros anímales domésticos vagaban por los alrededores.
Mas, ¿en dónde encontraría
hoy tintas adecuada5
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IMPRESIONES
y
RECUERDOS
para pintar al través de lejano recuerdo esos rústicos
paisajes con sus misteriosos atractivos? .. ¿Quién me
prestaría la paleta que contuviera los suaves o vigorosos colores de esa selva virgen, los. poéticos matices
del cielo sereno y azul, el brillo de las flores silvestres,
la apacibilidad de esas chozas medio perdidas en las
verdosas sombras de la pomposa vegetación que las
rodea? ..
At fin nos internamos bajo el follaje fragante de
una arbolada de burilicos, vegetal espléndido que así
participa de la hermosura del tamarindo como del
vigor y la elegancia del gualanday, y diez minutos después avistábamos la posesión de Tomás.
Rodeada por alto y frondoso bosque se extendía
una dehesa cubierta de guinea} entre cuyas profusas
macollas se solazaban unas cuantas vacas con cría. Se
.parábala del camino público una cerca de guádua,
hecha en forma de tejido e interrumpida hacia la
mitad de su extensión por una puerta de golpe con
techumbre de paja. En el fondo de la dehesa e inmediatos a la selva, se levantaba la cabaña, dividida del
pastal por una talanquera bastante elevada, los corrales y un hermoso huerto en donde sobresalían las copas amenas de algunos mangos, naranjos, madroños y
pomos. El Guadalajara corría a corta distancia, haciendo oír el rumor grato de sus corrientes, El trapichito
no se veía desde la cabaña, pues se hallaba situado en .
el corazón del bosque, al lado de los cañaverales.
-Allá está Luisa aguardándonos, dijo Tomás al reconocer a su mujer desde lejos.
En efecto, asida de la cerca, la gallarda mulata observaba hacia el lado del camino, formando pantalla
con la mano abierta, a la altura de las cejas"para ver
mejor.
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LUCIA;,\O
RIVERA
y
GARRIDO
La vivienda de La Ramada era una aseada cabaña
de bahareque y paja, dividida en tres departamentos,
así: al oriente, el aposento o dormitorio; en el centro,
la salita; y mirando al oeste, la quesería. Estas tres
piezas se comunicaban entre sí; y la salita tenía puerta para el interior, así como el aposentillo y la queseria tenían ventanas que daban al huerto. Hacia la
parte que miraba a la entrada de la finca había un
corredor angosto, de piso desigual, en el cual se veían
algunos troncos de {u-bol toscamente labrados, que
servían de asientos; un pilón de jigua para quebrar
maíz, con dos manillas -pues esa operación suelen
ejecutarla dos personas simultáneamentey en las
guaduas que hacían de pilares se hallaba extendido
un lazo de cerdas para abrir la ropa húmeda. En las
paredes se veían algunos garabatos, en los cuales colgaba Tomás las guacas, pieles, maneas y demás enseres de vaquería. Detrás de la casa se encontraba la
cocinita, y alrededor de ella una hermosa huerta en
donde se producían con abundancia y feracidad verdaderamente tropicales, cebollas de varias clases, eulantro, perejil, el oloroso poleo, la fragante yerbabuena, el orégano enrizado, la arábiga albahaca y un
sinnúmero de flores, entre las que descollaban como
soberanos de aquella corte de aromas y colores, los
claveles y las rosas, los jazmines y las azucenas.
El aseo más extremado lucía hasta en los últimos
rincones, pues Luisa, aunque pobre y humilde hija
de la gleba, era lo que se llama una señora de casa.
Los muebles -si es que tal nombre hubiera podido
darse a las rústicas tarimas de guadua y a las raíces
de la misma colosal gramínea que decoraban las piezas- no tenían un átomo de polvo; y, como ellos, brillaban por su limpieza todas las vasijas de que hacía
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y
RECUERDOS
uso la hacendosa muchacha en el ,desempeño de sus
oficios.
-Ya se demoraban ustedes mucho, dijo Luisa cuan·
do llegamos al corredor. ¡Buenos días mi señora! ¡Buenos días ña Prudencia! ¿A ver, qué tal viaje han traí·
do? ¡Buenos días, señor! ¿Qué tal, comad~ita?
-Buenos díaS',Luisa.
-Buenos días, hija.
-¿Cómo está, comadre?
-¿Qué tal, negrita?
-Entren. y siéntense. Tan estrecho que está esto
aquí. .. '¡Jesús! ¡Ave María Purísima!. .. ¿Muy cansados están? ..
-:-¡No! ¡Si es un paso de· aquí a la ciudad! .
Todos entramos. Yo me senté en un banquito de
los que había en el corredor; mi madre se colocó a
mi lado; ña Prudencia y Tomás siguieron para la cocina, y Elena dijo a Luisa, que no sabía 'cómo mani·
festar su contento:
-A ver, comadre, yo quiero ver a mi ahijado: ¿dónde está?
Elena se refería al hijo de Tomás y de Luisa, a
quien mi buena hermana había servido. de. madrina.
-Entre, pues, para acá, comadre, porque ese zambo
es un perezoso; ¡conque está durmiendo todavíal
agregó la m~lata riéndose y dejando en descubierto
los dientes más lindos del mundo.
Las dos muchachas entraron en la a1cobita que, co- .
mo antes dije, tenía una rejilla, ironía de ventana,
que daba al huerto. A favor de la luz que entraba por
ella, se veían: la barbacoa que hacía de lecho nupcial; una percha en donde Luisa tenía colgadas.sus
m~jores enaguas, pañolones y camisas; el baulito de
{;~d.rOIql.\.e ~art;lélg¡¡,lºs trapitos d~ ~ristiaIlar de TeJ-
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186
LUCIANO RIVERA y GARllIDO
más; algunas petacas de paja, con las ropitas del chico, la más grande, y otras con cigarros, algodón en
rama y chismes de costura; dos o tres calabazos colgados del bahareque, los cuales contenían semillas o
específicos vulgares; y cerca de la tarima de los esp~·
sos, una cunita de carrizos pendiente con un lazo de
una vara flexible de árbol de mate, que estaba asegurada en la techumbre.
Acercáronse a la cunita las dos jóvenes; y levantando Luisa con mucho cuidado el mosquitero de muselina ordinaria que cubría a su hijo, dijo a Elena
muy quedo, casi en el oído:
-¡Véalo, comadre, está tan gordo que parece una
lechona!
-De veras, comadre, dijo mi hermana en el mismo
tono de voz y contemplando con afectuosa sonrisa al
mesticito, que dormía a más y mejor: ¡está celebrísimo
este patojo!
-Pues la buena mano suya, comadrita ...
Al rumor de las voces despertó el chico, que llevaba el mismo nombre de su padre; y viendo un rostro
extraño cerca de la cuna, puso el grito en el cielo.
-¡Qué es eso, Tomasito!, exclamó Elena, sacando
de entre sus aseados y tibios abrigos al mulatito, que
la miraba con ojos sorprendidos, y sosteniéndolo en
los brazos, en alto, como para verlo mejor: ¿qué es
eso, mi hijo, ya no conoce a su madrina? ..
-¡Si es tan jJe170, comadre! ¡Si lo oyera se lo comería! Conque ya conoce al taita desde lejos y lo llama ...
-¡Qué le parece!
-¡Pero no se moleste. comadrita de mi vida! ¡écheme acá ese negro, no vaya a ser que haga alguna de
las suyas! ...
A la sazón el mulatito se había tranquilizado y se
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entretenía jugando con uno de los zarcillos de la
joven.
-Déjemelo, comadre.
-Pues ahí se 10 dejo, que allá me está llamando
ña Prudencia, para que apure el almuerzo. Por el
gusto de estar conversando con usted, lo había olvidado. Tan tarde que es ya, y cansados que estarán y
con algo de hambre ... ¡Jesús! ¡Ave Maríal
Esto 10 dijo ya en vía para la cocina.
Tomasito se durmió de nuevo, y Elena lo acostó con
blandura en la cuna, meciéndolo suavemente por algunos instantes.
En ese momento abrió las dos puertas del corral
un muchacho de diez a doce años, que acompañaba
de ordinario a Tomás. La cerca que formaba el corral
era de las que llaman de colgado; es decir, de latas o
rajas de guadua, sostenidas Ct trechos iguales con bejuco, de estacas delgadas de ciruelo de perro que, por
lo común, sobresalen una cuarta del cercado. Un coposo guásimo sombreaba el corral.
Tomás había recogido las vacas y las encaminaba a:
aquel sitio, porque ya estaba pasándose la hora de
ordeñar .
. Los terneros separados de las madres desde la
tarde anterior, daban carrerillas d~l lado opuesto de
la cerca, lIamándolas con sus lastimeros balidos, a
los cuales respondían ellas bramando sordamente. De
dos en dos iban entrando en el corral; reconocíanlas
al punto sus hijos, y se les acercaban, triscando con
alborozo; pero Tomás y su ayudante los separaban,
manteniéndolos atados a cierta distancia. Maneaban
igualmente las vacas; limpiábanles el polvo de las
ubres con el extremo peludo de la cola, y sobre' la
marcha las ordeñaban. La leche caía en chorros ,sobre
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LUCIA:-<O RIVERA y GARRIDO
el dorado mate, formando alba y olorosa espuma; y
una vez colmada la vasija, vertían su contenido en el
cántaro que sc veía en un ángulo del corral, imnecliato a la cabaf¡a, colocado cntre los cuatro brazos de
una horqueta de carbonero.
Terminada la operaciÓn de ordeñar, dejaron ir jun,
tas las madres con los hijuelos y condujeron el cántaro de la leche a la quesería. Dos horas después, el
queso aprisionado en las estcrillas (encellas) sufría la
poderosa presión de un tornito nuevo, que no-le de,
jaba una gota de suero.
Luisa nos obsequió con un frugal pero sabroso al,
muerzo, servido en platos de loza vidriada, popayaneja, cazuelas de barro y jícaras pastusas, de madera
barnizada con colores vivos, el cual fue acogido con
verdadero entusiasmo, pues el ejercicio nos había es,
timulado el apetito. La sopa, sobre todo, nada dejaba
qué desear; y el chocolate, preparado
con leche y
acompañado con tostadas de plátano Itilu, era un ~x..
quisito postre.
A las doce nos encaminamos todos hacia el río, con
el objeto de bañarnos. En sus márgenes nos separamos
los hombres de las mujeres, a fin de buscar sitios ade,
cuados para procurarnos ese placer.
Una sucinta relación de las muchachas, hecha hora
y media después, nos hizo saber que mi madre, fla
Prudencia, Elena y Luisa se habían asilado bajo un
coposo guaba que sombreaba con sus ramas un diá·
fano remanso de poco fondo. Allí se dieron un largo
baño, reposando tranquilamente
mi madre, y fla Pru·
dencia colocada a respetuosa distancia; mientras que
Elena y Luisa retozaban dentro del río como dos chi,
'1uillas. La última había llevaqo su hijo; y tomándolQ
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lMPRF.SIONRS
y RECUF.RDOS
por la 'cinturita con ambas manos, l<?~umergía en el
agua hasta el cuello, y le decía:
-¡Vamos a ver mi hijo, aprenda a nadar, aprenda! ...
y el muchachito pugnaba por salirse, lanzando gemidos entrecortados y tiritando.
-¡Cuidado, comadre, no vaya a beber agua el chiquito!
-¡No creal ,¿éste? " ¡Primero la bebo yo que él!
¡Si es tan pícarol
y lo acariciaba, comiéndoselo a besos y oprimiéndolo entre sus rollizos y torneados brazos. El muiatito
reía a carcajadas cuando Luisa le hacía cosquillas
o lloraba desesperadamente cuando el aire frío lo tortu~a
..
t-/Fuera del río, y cuando ya iban
'
a vestirse, estregó
Luisa unas ramas de albahaca blaI).caen el agua que
llenaba un mate, y pasó éste a las señoras, para que
empaparan sus cabellos con ese zumo perfumado. Con
el sobrante hizo lo mismo Luisa; que, cuanto a ña
Prudencia, la buena vieja profesaba el principio de
que "la gente debe oler a limpio, y nada más". Esto
lo conseguía la' honrada sirvienta de D. Juan Javier
manteniéndose siempre como un alfeñique.
Vestidas ya, escurrió Luisa las parumas, ~ientras
Elena ponía al mulatito, que temblaba de frÍo, una
camisita de tartán rojo, que había llevado de la ciudad como presente para su ahijado.
-jAh, buena mi comadre, en las que se panel, exclamó Luisa, llena de maternal júbilo al observar el
bello contraste que formaba la purpúrea tela con el
. limpio cutis moreno del chiquillo.
Pocos momentos después regresaron a la habitación, en la cual nos encontrábamos ya Tomás y yo.
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\90
Tomás
tUCIANO
RIVE~A
y GARRIDO
se acercó a su esposa y la dijo en voz baja:
--Vaya, mi hija, prepare el chocolate,
y el dulce, pues las señoras, el patroncito
querrán tomar algo ...
las postreras
y mi madre
·-¡Voy, voy!, muy cierto que es ...
y diciendo esto, la hermosa mulata puso en el suelo
el chiquillo, extendió sobre la cerda del corredor las
parumas y, sacudiendo la cabeza, retorció entre ambas manos sus negros y ensortijados cabellos, inclinándose de lado para no mojarse la ropa con las gotas
cristalinas que de ellos caían.
Seductor y simpático era el aspecto de la sencilla
mestiza, vestida con faldón de zaraza morada con florecillas rojas, camisas de percal con vibón negro, bordado en reliew, zarcillos y garg;mtilla de corales, y
echado garbosamente
sobre los hombros un paí'íolón
rojo de algodón. El llamativo conjunto lo realzaba
el brillo de sus negros ojos, que armonizaban
mara'villosanlcntc con el moreno bruñido de su tez, ~rdiente en tonos como la tez de las mujeres orientales.
Pronto estuvo listo el refrigerio, que consistió en
leche servida en aseados rnatecitos, cada uno de los
cuales se apoyaba en un pequeño rodete de bejuco
de plátano; madllrGs asados, que vertían perfumada
miel; chocolate y espejuelo de guayaba, con queso
fresco. Terminó el campesino lunch el agua deliciosa
del Guadalajara.
Durante la tarde visitamos el trapiche y recorrimos
las dehesas. El primero consistía en una enramada
pequeña, al abrigo de la cual se encontraba el molino,
de madera, de los llamados en el país nochebueneros,
vocablo bárbaro, inventado para designar irónicamente esos pequefios ingenios cuyos productos apenas si
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tMPREStONES
·
y RECtiERJ)OS
alcanzan para satisfacesr las necesidades impuestas
por los festejos de la época de Navidad o Nochebuena.
No lejos de él se veía la reducida hornilla para el cocimiento del guarapo; y a la espalda del rudimental
edificio se extendía la plantación de caña, limitada
por el espeso bosque.
Esa misma tarde regresamos a la ciudád, después
de habernos despedido de Luisa, quien nos dio las
gracias con lágrimas en los ojos y en la voz, por el
buen día que, dijo ella, la habíamos hecho pasar. Excusado. parece decir que éramos nosotros quienes debíamos darlas ~ la buena muchacha y a su marido, y
que quien las recibió en forma de caricias y agasajos
de todos fue el robusto Tomasito.
El sol se ocultaba ya cuando nos aproximábamos
a la población. Sus últimos reflejos convertían en moles de oro brillantísimo las nubes del ocaso y bañaban
con bron<;eadastintas las cumbres lejanas de la cordillera oriental, haciendo resaltar con cristalina nitidez los espacios azules que mediaban entre la serranía
y los indecisos vapores de la tarde. Hacia el sur, la
línea recta de las inmensas llanuras del Valle se confundía con el horizonte selvoso de las márgenes del
alto Cauca, y se destacaba con infinita limpieza sobre
la tersura descolorida del cielo...
Cuando nos alejábamos de las riberas del Guada·
lajara en derechura a nuestra habitación, no quedaban
del esplér¡.dido·crepúsculo sino ráfagas violadas y espacios de un gris plomizo; pero sobre ese simulacro
de ruinas de una decoración grandiosa, brillaba en
el profundo azul el rutilante Véspero, astro favorito
de los poetas ...
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192
LUCIA1\O
RIVERA
y GARRIDó
*
* *
El correo de Bogotá Ílegaba a Guadalajara los jueves, cuando las lluvias y el estado de los caminos lo
permitían. Yo ocurría de los primeros a la administración; tomaba la correspondencia
y los periódicos
que venían dirigidos para mí, y después de leer los
últimos, los llevaba a mi tío D. Javier, quien, como
,mles dije, no uesdeñaba pasar la vista por los principales órganos de la prensa del país, no obstante ,su
aversión a las ideas e instituciones republicanas.
Como fuese un jueves la víspera del día en que
efectuamos nuestro paseo a La Ramada, una vez recibida mi correspondencia en la oficina, remití a mi
tío los periódicos que trajo el correo, pues los preparativos de aquella excursión de familia no me dejaban
tiempo disponible para leer. Yo los vería después.
Al día siguiente de nuestro regreso de La Ramada,
me dirigí a casa de D. Javier para saludado y darle
cuenta de lo satisfechos que habíamos quedado con
nuestro paseo.
A la habitación del anciano se entraba por un ancho zaguán de techo bajo, del cual se pasaba a una
especie de galería o corredor espacioso, muy fresco,
sombreado del lado del patio por un badea frondosísimo, cargado de frutos enormes en todo tiempo. A
la vera de esa exuberante sarmentosa había de fijo
un gran sillón muy cómodo, asiento preferido de mi
tío en los día de mucho calor. Allí leía, tomaba el chocolate de las once, dormía algunas veces la siesta, o
se entregaba a sabrosos recuerdos de su lejana mocedad, pasada en España, ídolo de aquel corazón íntegro y generoso.
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IMt'RESIONES
y RECUERDOS
Cuando entré en la galería observé con sorpresa
que mi tío se paseaba aceleradamente, cosa que no
hacía n~nca. Llamóme aquello la atención tanto más,
cuanto en seguida me di cuenta de que su sembante
revestía un ceño terrible de iracundia y disgusto.
-Tío, ¿qué tiene usted?, le dije, después de salu·
darlo sin obtener contestación.
Don Javier se invirtió hacia mí, miróme con ademán airado, y me dijo con un tono' de voz que nunca
había advertido en él:
-Cuando la víbora muerde, jamás pregunta a su
víctima qué es lo que tiene.
-¡Tío!, exclamé lleno de estupor, ¿qué ocurre, por
Dios?
-Cuando el tigre atierra' con el ,golpe de su zarpa al
viajero indefenso a quien acechó cobardemente, nunca lo interroga para saber qué ocurre.
-¡Pues, señor, se ha vuelto local, pensé aterrorizado.
-¡Mira tu obra y goza con ellal, exclamó con voz
estentórea, alzando del suelo, donde yacía estrujado
y lleno de polvo, uno de los periódicos que le había
enviado el día anterior, y arrojándomelo con furia a
la cara ...
iCuál fue, Dios mío, mi asombro cuando, al recoger
ese impreso y recorrer 'con la vista sus columnas, vi
en la segunda página una composición en prosa, espe.
cie de discurso o cosa por el estilq, que yo había zurcido en años anteriores, y publicado en honor (para
deshonra, debiera decir) de/un Veinte de Julio cualquiera, aniversario de nuestra Independencia! ... En
esa insulsa producción, plagada de lugares comunes
y de ripios abominables, quedaba España de tiránica,
feroz y retrógrada que "no había por donde cogerla".
Il-9
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LUCIANO
RIVERA
y GARRIDO
Allí se traía a severo juicio al León íbero; y, después
de maltratarlo rudamente, se le reducía a las mínimas
proporciones de gozquecillo despreciable; se denominaba a los conquistadores
con el ameno dictado de
galeotes estÚpidos; a la Madre Patria, con el no menos
suave de madrastra cruel; y a los ejércitos del rey,
con el de hordas de antropófagos. Fernando VII, ídolo de mi buen tío, era tratado de tirano, torpe y vulgar; los ministros de la corona y los generales más
afamados de la península, de sicarios del crimen; y
las tendencias del gobierno español, de esfuerzos del
oscurantismo por adueñarse del campo en donde la Libertad luchª en defensa de los fueros sagrados de la
soberanía individual ...
En suma, era aquello uno
de tantos ensayos infelices, inspirados a los jóvenes
colombianos de mi tiempo por el recuerdo del gran
día de la Patria, en los cuales, si abundaban el entusiasmo y ardor juveniles, en cambio pululaban las faltas contra el buen sentido, las exageraciones de gusto
detestable y total ausencia de originalidad, pues todo
se reducía a repetición de las repeticiones de los ocho
años anteriores. Yo había publicado esa ridícula prosa
siete u ocho años antes en un periodiquillo de muchachos, de la capital, El Pensamiento,
por más señas; y
algún amigo mío (¡enemigo, debiera decir!) con una
oficiosidad que deploraré toda mi vida, y creyendo
hacerme un gran regalo el muy babieca, la había reproducido reci'entemente en el periódico que, por desgracia, vino a dar a manos de mi tío ...
Cuando me hube dado cuenta clara de 10 que sucedía, quedé mudo como una peña; y por el momento
no acerté a pronunciar una sola palabra. Mi tío, ardiente y fanatico partidario de la causa española en
América -causa muerta y sepultada ya para todo el
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lMPRESrO¡\/E$
l' RECUERDOS
. 195
mundo, pero para él viva y palpitante-, decididp por
su Patria como los castellanos del tiempo del Cid,'Y
amante apasionado de la historia, costumbres y carácter de sus compatriotas; mi tío, repito, que miraba
con altivo desdén todo lo que emanara de España,
y a quien la sóla sospecha de que se tuviera en poc<;»
aquella nación -la primera del mundo, según élbastaba para sacarlo de quicio y enfurecerlo ... mi
tío había saboreado lentamente, gota a gota, y con la
más profunda amargura, esa fatal composici~n, en
hora funesta reproducida. " Por lo demás, él no se
había detenido un segundo en el examen de las circunstancias de su publicación, pues esa lectUra lo había conmovido y perturbado de una manera espantosa.
Conque la vívora que amoroso abrigaba yo en
mi seno, continuó el enfurecido anciano, empieza ya
su oficio, ¿eh? .. y luégo, tiene usted el atrevimiento
de escribir esos disparates, los publica por la prensa
y me los remite con su firma al pie, para que me deleite con su lectura, ¿eh? : .
Había tan amargo acento de ironía en esas palábras,
que quedé aterrado. Yo debía estar pálido como un
agonizante, y..de mi frente caían gotas de sudor, gruesas como garbanzos.
-¡Tío!, balbuceé, queriendo ensayar alguna excusa.
-¡Calle el miserablel, rugió D. Javier, crispando
los puños y abriendo desm,esuradamente los ojos, que
arrojaban llamas: ¡prohibo a usted de una manera
terminante, que en lo sucesivo me dé ese tratamiento,
el cual me injurial
.
-Tío, insistí, no poco ofendido por la dureza de
las palabras del anciano: ¡modérese usted; por Diosl
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LUCIANO
RIVERA
y GARRIDO
Oígame un instante con calma: era muy joven cuando escribí eso, y ...
-¡Silencio! No agregue usted faltas a la grave falta
cometida: ¡no mienta usted! .. , ¡Eso 10 ha escrito usted ahora! ...
-¡No miento, tío!, continué con calor; no tenía la
dicha de conocer suficientemente a usted, cuando, en
mala hora, escribí esa pésima prosa, que si así hubiera sucedido -¡no habría renunciado a mis ideas republicanas, no!- pero habría respetado más a España,
noble pueblo del que es usted un hidalgo representan te ...
-¡Hipócrita!,
rehuso esas lisonjas porque me hacen
daño ... Usted ha escrito ahora esas infamias para injuriar y mortificar a un pobre anciano que le había
otorgado todo el cariño de que es susceptible su corazón, olvidado de las incontables decepciones con que
los hombres lo han entristecido ... ¡Sí!, continuó con
creciente enojo: usted ha escrito eso
para ... ¡lo
diré de una vez! ... ¡para matarme!
.
-¡Tío!,
exclamé, sintiendo cruzar por mi mente
una sospecha siniestra al oír las últimas palabras del
enardecido anciano: j tío!, ¡me precio de ser honrado,
y no soy ya un niño! Doy a usted mi palabra de honor de no haber escrito ese artículo malhadado en los
últimos tiempos. Duéleme haberlo hecho, por la mortificación involuntaria que le he ocasionado, y ofrezco a usted que nunca volveré a hablar de España sin
el respeto que ese noble pueblo merece. El avance de
mis lecturas serias y el mejor conocimimo que de esa
nación gloriosa tengo hoy, han corregido el equivocado concepto que antes tenía de ella, y que, si no se
justifica, se explica bien como deficiencia de luces y
mal inspirado e inexperto patriotismo. Juro a usted
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IMPRESIONES
o
197
y RECUERDOS
que la reproducción de ese escrito se ha hecho 'sin
anuencia mía ... ¿Acepta, usted, tío, mis explicaciones, y me otorga su perdón? ..
-¡Es usted un infame!, gritó D. Javier, interrumpiendo el acelerado paseo que daba por el corredor
mientras que yo hablaba. A la falta de haber escrito
esa indigesta e insultante jeringonza, agrega usted
ahora la hipocresía más consumada. Así tenía que ser:
ese es el resultado lógico de los satánicos principios
que maman ustedes desde la cuna ... ¡Repito que es
usted un infame!
Acabé por darme cuenta de que mi tío procedía
bajo la influencia terrible de una exaltación cerebral
llevada al Último grado, casi a la locura; y que no habría reflexión que pudiera llevar la serenidad a su
conturbado espíritu.
-¡Bien, tío!, dije con dignidad, supuesto que usted no acepta la satisfación que he te~ido el gusto de
darle, y no sólo no la acepta sino que la estima Como una agravación de lo que con tanta injusticia llama usted falta mía, el sentimiento de la dignidad me
muestra claramente el camino que debo seguir.. Una
vez más pido a usted perdón por lo que, sin voluntad
de mi parte, lo he hecho sufrir; pero permanecer un
.instante más bajo su techo, después de la injusticia
con que usted me ha tratado, equivaldría a justificar
las duras palabras de usted. ¡Adiós, señor!
y salí de aquella casa querida con el corazón destrozado
,
'
.
•••••••••••••••
•••••••••••••••
'O
••••••
"
••••••••
-¡Madre! ¡Madre de mi almal, exclamé al entrar
en casa, arrojándome consternado en los brazos de la
que me dio el ser, y llorando a sollozos como cuando
niño me refugiaba, afligido, en su regazo: ¡mi tío
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LvcrMiO Rrl'lmA y
GARRIDO
me ha llamado infame, y me cree un malvadol ¡Mi
tío sospecha que he querido matarIo!
-¿Tú? .. Pero, ¿cómo? " ¿Has perdido el juicio?,
gritó mi pobre madre, aterrada ante mi desolado as·
pecto.
La impuse de todo lo sucedido, y al punto, sin vacilar, sin pensar en su abnegación por mí, en lo mal
que pudiera recibirla el enojado anciano, abrigóse
de prisa con un chal y se encaminó a la casa de mi
tío.
Como era de presumirse, visto el estado de irritación
de nuestro pariente, D. Javier la acogió muy mal, y
al principio no quería ni oírla. Repitió los mismos
denuestos con que ya me había agraviado, y concluyó
por decir que de tal palo, tal astilla.
Mi buena madre regresó inundada en lágrimas, ea·
si sin poder hablar: ¡tanta era su penal
-¡Está local, me dijo al fin entre sollozos. Espere.
mas que Dios le envíe serenidad, para que reconozca
su injusticia.
Mi tío se presentó ese mismo día en la oficina del
notario de la ciudad.
-¡Ohl, cuánto bueno por aquí, señor D. Javier, di·
jo el depositario de la fe pública, levantándose con
solicitud para recibir al anciano, y estrechándole la
mano con efusión. ¿Qué milagro nos lo trae por estos
empolvados rincones? " ¡Siéntese usted, señor don Ja.
vier! ... Pero, ¡siéntese!, repitió acercando el menos
incómodo de sus taburetes afarrados en vaqueta.
-Un asunto reservado me trae a su oficina, señor
notario, dijo D. Javier, de pie aún. Quisiera hablar
con usted a solas, y ..•
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IMPlU!SIONES
y RECUERDOS
-¡Ah! ¡ESOes diferente! ...
El escribiente del notario, mozo despabilado y más
listo que un guatín, paró las orejas al oír las palabras
del anciano.
-Josenico, mi negro, continuó el empleado, dirigiéndose al joven al mismo tiempo en que, con ad~mán atento, invitaba a mi tío para que pasase a una
pieza inmediata: si alguna persona me solicita, cuidarás de decirle que estoy ausente ... fuera de la ciudad ... ¿Estás? .. y siguió a D. Javier, entornando
la puerta tras de sí.
Una hora después volvieron a salir y hablaron en
voz baja algún tiempo.
El malicioso escribiente fingíá no verIos ni oírlos,
y parecía muy contraído a la ocupación de compulsar
escrituras y,poderes; pero interiormente ardía en las
llamas vivas de una curiosidad máxima. Como en el
curso de la conversación del anciano con el curial había alcanzado a recoger las palabras testamento, testigos, donación, cuarta parte ete., ete., pensó:
-¿Quién será el afortun,!-do?
...........................................................................
•.
o
••.•.••.•.•.•.•.••.•.•.•.•.•.•.•.•.•.•.•..••.•.•.•.•.•.•.•.•.•.••.•.•.•.••.•.•.•.
Años después, viajero por el país natal de mi tío,
tuve- ocasión de comprender cuán legítimos y fundados eran, en su condición de español, el amor y el entusiasmo -pudiera decir el fanatismo- que sentía el
anciano por la noble cuna de Isabel la Católica, segunda patria nuéstra! ... España no es ese pueblo
atrasado de frailes, manolas y toreros que ven entre
nosotros algunos espíritus prevenidos que no quieren tomarse el trabajo de estudiar las grandes condiciones de todo género que hacen de esa hermosa nación una de lal¡ tná~ sbnpáti,~ CQll)Af<;aS de' Europa;
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200
LUCIANO RIVERA l' GAIlUDO
comarca que "cuando ha dicho la elevarse! ha sabido
llegar adonde ningún otro pueblo ha ido". (1). Si
de tiempo atrás se hubiera impuesto como elemento
importante de la educación de la juventud hispanoamericana el estudio atento de la historia política,
social, literaria, comercial e industrial de ese país, al
cual -¡imposible negarlo!- debemos tan considerables beneficios, otras serían las ideas y muy distintos los sentimientos que nos guiaran al apreciarlo,
para amarlo y comprenderlo, Si así se hubiera procedido desde treinta o cuarenta años antes, ¡cuántos
discursos tontos se habrían evitado; cuántos versos ridículos habrían dejado de oírse; cuántos brindis ramplones de menos en los banquetes oficiales de Veinte
de Julio; cuán inferior el número de necedades patrioteras consignado en nuestra prensa periódical ...
¡Y si sólo fuera esto!... En España nos aman; en
España desean nuestro bien; España goza con nuestras
glorias y padece con nuestro, dolores! ¡Amemos a
España! Probémosla con hechos que en nuestras almas también tiene cabida el noble sentimiento del
olvido de los agravios y no somos incapaces de albergar en nuestro corazón el sacrosanto culto de la gratitud. Bien podemos desear, y aun pedir a España,
que deje ya ir sola por esos mundos de la libertad a
nuestra querida hermana menor, Cuba: ella al fin se
convencerá de que así debe ser, y otorgará su consentimiento para que esa perla, hija suya, a quien
hoy trata con rigores de madre celosa, suelte los pliegues de su veste de niña, recogidos aún por una opresión injusta, y éntre en las regiones de la vida independiente, como señora absoluta de sus destinoa., \
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IMPRESIONES
y RECUERDOS
201
Pero, por lo mismo, no detestemos de nuestra progenitora, que sabrá mostrarse génerosa; y pensemos siempre: Ibien por Españal
, I
*
* *"
Transcurrieron algunos meses durante los cuales no
volví a ver a mi tío. Si no hubiera mediado la circunstancia del testamento, es bien seguro que yo habría
acabado por conseguir que el anciano reconociera la
injusticia de su conducta. Pero mi dignidad estab~
mortalmente herida con la sospecha terrible que las
palabras de D. Javier hicieron surgir en mi mente, y
esto me retuvo para solicitar por mi parte la reconciliación.
Una mañana estábamos reunidos en el corredor
principal de nuestra casa mi madre, mis hermanos
y yo, mando de improviso entró ña Prudencia anhelosa y bañada en lágrimas.
-¡Mi amo se muerel ¡Mi amo se muere!, exclamó
con desesperación en el momento en que nos vio. ¡COrran, corran, sus mercedes, que los llama; quiere
vedos!
' "
-¡Dios míol ¿Mi tío? .. ¿Qué dice usted, Prudencia?
-¡Sí, mi señoral Estaba tomándose un pocillo de
chocolate, cuando de repente dio un grito, soltó el
plato de las manos, se accidentó y cayó de la silla ...
Como pude, con mucho trabajo, lo llevé a la cama" ..
¡Figúrense sus mercedes, esta pobre vieja!. .. Acostado ya, ha estado retorciéndose de dolor y llama"a sus
mercedes, pero a"gritos... ¡Corran sus mercedesl
-Madre, vuelo en solicitud de médico y de sacerdo- "
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LUCIANO RIVERA
202
y GAR~DO
te. Mientras tanto, acuda usted con Elena a casa de
mi tío: dentro de pocos instantes estaré allá.
Un momento después, mi madre y mi hennana se
encontraban alIado de mi tío. El anciano'vestido aún,
se retorcía en su lecho, impelido por horribles convulsiones, y daba gemidos dolorosos.
-¡Tío, por Dios!, qué le ha sucedido a usted?, exclamó mi madre, acercándose con ansiedad al lecho.
-·jAy, hija! algún alimento ... me ha sentado mal. .
porque siento j ay!. .. siento dolores espantosos
.
¡ay!. ., en el lado izquierdo del vientre ... ¡ay! Y .
mi sobrino ... ¿en donde está? .. ¡No lo veol ... Que
vengan ... su padre y ... él ... lQ.le no muera yo ...
sin verIos! ...
-Aquí nadie descubre peligro de muerte, querido
tío, dijo mi madre, despojándose de prisa del pañolón,
para ocurrir con Elena a lo que se necesitara.
En ese momento entré yo, precedido del sacerdote
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Con
f'x(,f'nrión
rlf'l- ~a(,f'nlotf'
todo.S
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-
nos retiramos en seguida del dormitorio a fin de que
D. Javier, convenientemente arreglado ya por mi madre y muy postrado, en efecto, pudiera confesarse.
Terminada la contesión llegó el turno al médico. Una
vez que hubo examinado con algún detenimiento al
enfermo, volvió a salir y nos dijo:
-Si he de juzgar por las apariencias, el señor tío
de ustedes es víctima de un cólico ilíaco, enfermedad
muy grave casi siempre y que en el señor del Pino reviste caracteres doblemente alarmantes, en razón de
su avanzada edad. En cumplimiento de mi deber pongo en conocimiento de ustedes esta penosa circunstancia, a fin de que se prevengan para un desenlace fu·
nesto. Sólo un milagro podría salvar al buen hombre,
créanmelo ustedes ...
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y RECUERDOS
.Miep.tras tanto los lameI;ltosdel enfermo habían aumentado. El sacerdote salió del aposento y, dirigiéndose a mí, dijo:
,....Creoque restan muy cortos momentos de vida al
señor D. Javier. El buen señor desea hablar con usted:
¡acuda sin demora!
Mi madre y mi hermana se dejaron caer en un
canapé al oír las palabras del eclesiástico, sollozando
ruidosamente. El médico y yo volvimos al punto al
aposento. El rostro de mi pobre tío estaba lívido: te-'
nía hundidos los ojos en las órbitas, y se quejaba de
un modo tan doloroso que partía el alma al oírlo.
-¡Sobrino! ... ¡Sobrino querido!, dijo anhelante al
presentirnos en la pieza, pues ya casi no podía abrir
los ojos; y pugnando por abrazarme: ¡sobrino!...
me siento morir ... y yo ... quisiera., ..
No pudo hablar más y se deshizo en un torrente de
lágrimas.
-¡Tío de mi corazón! ¡Cuánto padezco al ver a usted en semejante estado! Pero, agregué, acercándome
más a él y oprimiéndole suavemente la mano derecha,
¡no se desconsuele usted de ese modol ... Está rodeado de los suyos... ¡Mi padre va a venir en seguida
y un facultativo hábil se encuentra alIado de usted! ..
-¡Gracias ... hijo ... por todo ... pero ... no ...
ay!
A la sazón el médico pidió un vaso con agua azucarada, que le fue traído al punto por Elena; vertió
en, el líquido algunas gotas de un elixir rpjizo, y se
dispuso a emplear todos los recursos de la ciencia en
casos extremos, empezando por hacer apurar al enfermo aquel medicamento, lo que no consiguió sin dificultad.
Pero todo habría de ser inútil: se sentía la preseo-
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J"UCIANO
RIVERA
y GARRIDO
cia de la muerte en aquella lugubre estancia; casi se
oian los pasos acelerados de la eterna exterminadora ..
-JSobrino! ... balbuceo mi tio con voz a:lterada;
sobrino ... querido ... ~me perdonas? .. lAy!
-IAh, tio de mi almal, [no hable usted asi, por Diosl
. ~Que habre de perdonarle yo? " Con todd coraz6n
10 excuso: cualquiera habria procedido 10 mismo que
usted en un caso semejante; le sobro razon para ofen.derse, porque las apariencias estaban contra mi ...
Pero olvide usted esas bagatelas, y vamos a arreglarle
bien la cama, de manera que este con mas cornodidad ... JVamos!. .. IAsi!
[Las angustias de la muerte eran visibles yal Elena
se habia acercado a mi para ayudarme; mi madre
friccionaba al anciano con espiritu de vino, yel medico preparaba una pocion en una mesa inmediata,
en tanto que fia Prudencia calentaba fomentos en el
brasero.
-JAy! ... [sobrino, eres... muy bueno ... conmigo!. .. ICuanto , .. sufrol... Bendito.. sea.. Dios..
Yo. " te 10 juro ... como que voy ... a morir. .. mi
voluntad ... mi verdadera ... voluntad ... era otra ..
[sobrinol , .. Tu ... [ayl, .. bien 10 sabias... Si. ..
se pudiera ... hacer venir ... [ayl , .. al Notario ...
y ...
[ah! . •.
Una convulsion suprema 10 hizo retorcer con desesperacion y Ianz6 un grito desgarrador.
-IDoctor!, [doctorl, [acuda usted, por Dios!, grit6
mi madre aterrada, procurando evitar con grandes esfuerzos que mi tio rodara del lecho al suelo, en los
dolorosos espasmos que el padecimiento le ocasionaba. Yo le ayudaba por mi parte; Elena recitaba con
voz temblorosa las oraciones de los agonizantes;: y el
sacerdote aplicaba la Extrema Uncion, pronunciando
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IMPRESIONES
y RECUERDOS
en voz alta y clara las palabras sagradas al ungir con
el óleo santo los apagados ojos del moribundo.
-Per istam sanctam untionem, et suam piissimam
misericordiam, i1idulgeat tibi Dominus quid quid
per visum deliquisti.
y en seguida, trazando el signo de la redención sobre los labios:
-Per istam sanctam untionem, et suam piissimam
mise,-ioondiam, indu.zgeat tibi Dominus quid quid
per gustum deliquisti ...
y así hasta terminar.
De repente mi pobre tío quedó inmóvil. ..
-¡Todo ha concluído! exclamó el doctor, soltando
la mano de D. Javier, que había mantenido entre las
suyas.
-¡Que el Señor reciba su alma!, dijo el ,sacerdote..
-¡Jesús te ampare!. " ¡Jesús te favorezca!, clamaban entre sollotos ini madre y Elena.
A la extraordinaria agitación del moribundo había
sucedido una completa laxitud: el color de la tez se
tomó en pálido; el brillo de los ojos se extinguió; las
manos se descoyuntaron y una frialdad de acero no
tardó en extenderse por todo el cuerPo.
El sacerdote pronunció las palabras sagradas con·
que la Iglesia despide a sus hijos de este mundo; cerró piadosamente aquellos ojos que no habrían de
volver a contemplar la luz, y el médico abrío las hojas de la ventana para que el aire circulara con libertad.
Cuando mi madre, mi hermana ,y la fiel sirvienta
vieron sin vida a aquel venerable y simpático ancia·
no, tan jovial y afectuoso hasta pocos meses antes, mudos para siempre aquellos labios, que ahora mantenía
cerrados rígidamente la mano inexo¡;;ablede la muer-
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LUCIANO
RIVERA
\' GARRIDO
te; extinguidos para el mundo terrenal los plácidos
destellos de su mirada cariñosa, se estremecieron de
dolor, porque ellas lo habían amado como a un padre, y se postraron de rodillas al pie del lecho mortuorio, deshechas en copioso llanto.
Pocos momentos después mi padre y el resto de la
familia estaban con nosotros y participaban de nuestro dolor, pudiendo, apenas, en vista de la triste evidencia, dar crédito a tan inesperado cuanto penoso
acontecimiento.
Transcurridos unos pocos minutos, los fúnebres dobles de las campanas llevaban al conocimiento de los
habitantes de la ciudad la noticia de la muerte del
virtuoso anciano.
No fueron pocas las personas que deploraron con
sinceridad el "triste suceso; pero la gran mayoría, como
sucede por lo común, se mostró indiferente, o si tomó nota del hecho, fue para profanar con rasgos vulgares o malignos la respetable memoria del excelente
caballero.
-¡Ehl ¿Quién se murió? preguntaban en la calle,
al oír los dobles de las campanas.
-Pues D. Javier del Pino, el ultimo chapetón, respondió alguno.
-¿De qué?
-De puro viejo. ¡Qué son noventa añosl
-¡No tenía tantosl
-Yo que lo digo .. ,
-Ahora sí se puso las botas el sobrino.
-¿CuálP
-Pues el doctoTcito ese que vino de Bogotá na ha·
ce mucho tiempo.
-¿Por qué? ..
-Por que ell el heredero.
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IMPRF.810NES
y llECUERDOS
-¿De veras?
-Eso aseguran ...
-¡Vaya, pues se armó!
-y bien que lo necesita, porque, según dicen, está
más limpio que una patena.
-En eso vino a parar con toda su plata el viejo mi· ,
serable,' decía en la puerta de alguna de las iglesias
de la ciudad una beata maligna, que no se alejaba de
los sagrados sitios ni para lo más preciso: ¡én eso vi·
no a parar! ¿De qué le habrán servido en el infierno
todas sus riquezas? ., ¡Ahora sí se estará acordando
de todo lo que dejó de dar para las fiestas de los san·
tos, ahora sí!
Tan tacaño, que jamás le mered
medio en plata
Siempre que le pedía algo, "Se·
ñora, me decía el so masón,' pasando de laigo, ,está
usted joven y alentada; oficio tengo en casa, desem·
péñelo usted y será remunerada: no quite la limosna
a los verdaderos pobres ... " ¡Vaya si era malo el vie·
jol ¡Jesús, Ave María Purísima! que hasta lo hacen
pecar a uno estos diablos de herejes ... y concluía
santiguándose devotamente.
'
•••••••.
oo
•••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••
Por la tarde se efectu6 el entierro de mi tío con to·
da la solemnidad y decoro posibles.
Pocos días después, fue abierto el testamento del
, anciano. Instituía en él como heredero universal de
todos sus bienes al señor D. José Ramírez, aquel joven,
pariente nuéstro, que residía en la ciudad del Socorro,
a quien, como dije en una de las páginas anteriores,
no teníamos el honor de conocer personalmente. Sólo excluía D. Javier una manda de dos mil pesos en
favor de ña Prudencia, su antigua y leal sirvienta.
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LUCIANO
RIVERA
y
GARRIDO
•••
'" *
Muchos años transcurrieron, y las olas del tiempo
me llevaron a diferentes playas, después de haber sacudido sin piedad, en sus furias, la frágil navecilla de
mi existencia.
Una tarde me encontraba en Guadalajara, al regreso de alguna de mis prolongadas permanencias en
suelo extranjero, y como viniese a mi ánimo el deseo
de pasear por los alrededores de la población, sin propósito determinado, dirigí los pasos hacia el cementerio, sitio melancólico de suyo por el gran pensamiento de la muerte que en sí entraña, y que, no obstante
el silencio y la soledad que en él reinan habitualmente, atrae y seduce a las almas soñadoras con la poesía
extraña y lúgubre de las altas cruces y de los túmulos
medio escondidos entre crecida y áspera maleza.
Eran las seis, y en esos momentos acababa de pasar
un recio chubasco, que me obligó a buscar refugio
dentro del fúnebre recinto. El temporal cesó en breves
instantes, y la naturaleza recobró pronto una completa serenidad.
El cielo, vestido con tintes azules que tendían a
tornarse, con el avance de la hora, en ancho piélago
gris de pizarra, se mostraba limpio y terso, como si el
huracán que acompañó la lluvia momentos antes lo
hubiera barrido íntegramente, y la luna llena ascendía en el espacio como una gran bola de nieve que
recibiera el haz luminoso de un foco eléctrico. En los
confines transparentes del lejano horizonte se distinguían las cordilleras con todos los detalles de sus quiebras y faldas, perfiles, arrugas y hondonadas, y la solemne calma vespertina era interrumpida apenas, de
vez en cuando, por los gorjeos de las golondrinas, que
Este libro fue Digitalizado por la Biblioteca virtual Luis Àngel Arango del Banco de la República, Colombia
IMnESlONES
y llECUERDOS
2°9
en sesgos y atrevidos vuelos buscaban sus nidos en las
grietas del parduzco muro ...
De pronto, la luna -bañó con su luz, de un blanco
azulado, un túmulo que se encontraba a corta distanridad del astro hermoso de la noche, que a favor de
ella pude leer en aquella tumba las palabras
"AQUI YACE D. JAVIER DEL PINO"
trazadas con letras negras sobre el enjalbegado de la
bóveda.
Ese nombre trajo a mi mente el recuerdo querido
de mi buen tío, y algo semejante a un sentimiento de
piadosa conmiseración conmovió hondamente mi alma entristecida, porqué pensé en que los instantes
postreros del noble anciano acaso fueron amargados
por el pesar de dejarme sumido en la pobreza, después de haberme deslumbrado con la promesa de una
gran fortuna ...
-Mas, ¡no! '¡Reposa en paz, sombra amada!, pensé
en mi mismo, elevándome en espíritu a la mansión
de los que fueron: ¡si tal zozobra acibaró tus últimos
momentos, fue porque ignoraste que no era con oro
como hubiera podido forjarse la llave destinada a
abrirm~ en este' mundo las puertas de la dichal
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INDICE
Metnorias de un col~ial
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