Domingo 33º del tiempo ordinario (B) domingo 15 de Noviembre de 2009 Daniel 12, 1-3; Hebreos 10, 11-14. 18; Marcos 13, 24-32 La manifestación gloriosa del Hijo del hombre y la parábola de la Higuera 24 En ese tiempo, después de esta tribulación, el sol se oscurecerá, la luna dejará de brillar, 25 las estrellas caerán del cielo y los astros se conmoverán. 26 Y se verá al Hijo del hombre venir sobre las nubes, lleno de poder y de gloria. 27 Y él enviará a los ángeles para que congreguen a sus elegidos desde los cuatro puntos cardinales, de un extremo al otro del horizonte. 28 Aprendan esta comparación, tomada de la higuera: cuando sus ramas se hacen flexibles y brotan las hojas, ustedes se dan cuenta de que se acerca el verano. 29 Así también, cuando vean que suceden todas estas cosas, sepan que el fin está cerca, a la puerta. 30 Les aseguro que no pasará esta generación, sin que suceda todo esto. 31 El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. 32 En cuanto a ese día y a la hora, nadie los conoce, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, nadie sino el Padre. Comentario 1- El anuncio del tiempo final En ese tiempo: El Señor, promete, un tiempo final. Nosotros vivimos en este tiempo, y desconocemos el día y la hora, de la venida del Hijo del Hombre. Es un secreto de Dios Padre, que despeja cualquier presagio o pronostico de anuncios apocalípticos, como a veces se ha escuchado en algunas sectas, como amenazas más que como consuelos. Entre ese tiempo, y este tiempo, transcurre la historia, hasta que El vuelva En nuestro tiempo, donde peregrinamos, en nuestra vida, donde vivimos, con tribulaciones y esperanzas, no tenemos que perder la meta, ni el rumbo hacia donde vamos, y reconocer a quien esperamos. Este es el único tiempo, tiempo de gracia y conversión. Este tiempo, es oro, es gloria, y hay que aprovecharlo, y seguir construyendo el reino. San Agustín dice una frase magistral: En el mundo siempre hay días malos, pero en Dios siempre hay días buenos. (Sermo 301) Ahora se trata de entrar en el tiempo de Dios, y dejar que El determine el día y hora del fin de nuestros días. El Señor me pide que este con las lámparas encendidas, que es la gracia, ceñidas las cinturas, haciendo el bien, que es la responsabilidad cristiana, y aguardando con esperanza, como el centinela de la noche, cuando el Señor golpe a la puerta del corazón. Que hermoso es decirle, como lo hizo el profeta Samuel: Aquí estoy porque me has llamado. El fin del mundo, y el fin de un mundo, son dos cosas distintas, que no se pueden confundir. Uno esperamos, otra ya pasó o pasará. Llegará la transformación del cielo y de la tierra, como dice San Marcos, el sol, la luna, las estrellas, los astros, ante el dueño, Señor y creador, del cielo y la tierra, Dios nuestro Padre. La creación será recreada, restaurada, disponiendo, la llegada del Hijo del Hombre. Así como Dios preparó la creación, como hogar de la humanidad, ahora Dios Padre, prepara la nueva creación para su Hijo, que vendrá a juzgar a vivos y muertos, y renovará todas las cosas 2- La segunda venida Y se verá al Hijo del hombre venir sobre las nubes, lleno de poder y de gloria. La palabra del Señor, no pasara, se cumplirá, indefectiblemente. Vendrá de una manera distinta. Al llegar a este mundo se revistió con la humanidad de nuestra carne, oculto, humilde y sufriente y ahora vendrá como juez y Señor, como Hijo y como Rey. Y serán citados los elegidos, por los mensajeros de Dios, los ángeles. En un mundo, que tiene en muchos corazones, escondida y privatizada la esperanza, como Iglesia, creemos, que esta virtud teologal de la esperanza, es el verdadero motor de la historia, porque nos consuela y reconforta, no solo la promesa del Señor, El Vendrá, sino la alegría que El está entre nosotros, que está en nosotros y está por nosotros. Y aunque son múltiples las venidas del Señor, en la palabra, en los sacramentos, especialmente en la Eucaristía, en el prójimo, en los acontecimientos, como signos de los tiempos, estamos llamados a no detener nuestra tarea profesional, apostólica en hacer crecer la semilla del reino de Dios en este mundo Jesús es ahora nuestro poder, nuestra gloria. Por eso te alabamos, te bendecimos, te adoramos te glorificamos. Reconociendo nuestra debilidad y poquedad, queremos proclamar, como en la liturgia de la misa, para que no sea una palabra repetida, sino saboreada, entendida, vivida, y examinada, esta hermosa oración: Líbranos, Señor, de todos los males y concédenos la paz en nuestros días, para que, ayudados por tu misericordia, vivamos siempre libres de pecado y protegidos de toda perturbación, mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo. Tuyo es el Reino, tuyo el Poder y la gloria por siempre Señor El compendio del Catecismo nos dice, para resumir este pensamiento estas sencillas palabras: (nº 214 y 216) El juicio final (universal) consistirá en la sentencia de vida bienaventurada o de condena eterna que el Señor Jesús, retornando como juez de vivos y muertos, emitirá respecto «de los justos y de los pecadores» (Hch 24, 15), reunidos todos juntos delante de sí. Tras del juicio final, el cuerpo resucitado participará de la retribución que el alma ha recibido en el juicio particular Después del juicio final, el universo entero, liberado de la esclavitud de la corrupción, participará de la gloria de Cristo, inaugurando «los nuevos cielos y la tierra nueva» (2 P 3, 13). Así se alcanzará la plenitud del Reino de Dios, es decir, la realización definitiva del designio salvífico de Dios de «hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra» (El l, 10). Dios será entonces «todo en todos» (1 Co 15, 28), en la vida eterna. Compendio 3- El libro de la Naturaleza Aprendan esta comparación, tomada de la higuera. El Señor, quiere que leamos en el libro de la naturaleza, su creación, tantas enseñanzas que encierra. Cuando sus ramas se vuelven flexibles y sus hojas comienzan a brotar, es un signo, un anticipo de que se acerca el verano. Si esto sucederá así, es más importante que ahora leamos el diario de cada jornada y el evangelio, teniendo un oído atento a la palabra de Dios y otro a la gente. Descubrir el paso de Dios por nuestras vidas, sus signos entre nosotros. ¿Qué nos quiere decir Jesús con este hecho, con este suceso? ¿Qué nos esta reclamando? ¿Qué nos esta pidiendo? Leer en el rostro del otro, que le esta pasando, que necesita. Esa es también la lectura paterna que podemos ejercitar. Mis palabras no pasarán. Pasaremos nosotros, pasara la historia y este mundo, pero la palabra de Dios, permanecerá, porque El es la Palabra, el Logos. Su palabra es viva y eficaz, es segura y fuerte, exigente y consoladora, convocante y dinamizadora. Por eso la lectura orante de la sagrada escritura, esconde la sabiduría de Dios y el camino de la Iglesia. Así como el tren pasa muchas veces por las vías, dejando los rieles brillantes, del mismo modo cuando nosotros pasamos muchas veces orando con la palabra de Dios, comienza a brillar la luz del camino. Y se cumplirá su última palabra. Amen. Así sea. Y El será solo Jesús. Dios con nosotros. Padre Luis Boccia. Cura Párroco. Parroquia Santa Rosa de Lima. Rosario