carta abierta al señor presidente de la república ernesto samper

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ÍNDICE AI: AMR 23/30/98
NO DIFUNDIR HASTA EL 19 DE MAYO DE 1998
CARTA ABIERTA AL SEÑOR PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA
ERNESTO SAMPER PIZANO
Señor presidente:
Un mes después del homicidio del doctor Eduardo Umaña Mendoza, y en vísperas del primer
aniversario de la muerte de Mario Calderón y Elsa Alvarado, considero pertinente en mi
calidad de secretario general de Amnistía Internacional, llamar su atención sobre varios
asuntos.
La comunidad internacional viene observando, con creciente horror e indignación, cómo los
defensores de los derechos humanos colombianos están siendo objeto de lo que a todas luces
es una campaña sistemática concebida para silenciarlos y destruir su tarea. Desde hace ya
muchos años, estas personas vienen siendo víctimas de una campaña persistente de
hostigamiento e intimidación caracterizada por actos que van desde repetidas amenazas de
muerte a la detención arbitraria, de la desaparición al asesinato a sangre fría. Las agresiones
se han producido en el contexto de una campaña calumniosa y concertada cuyo propósito es
el descrédito y menoscabo de la legítima actividad de organizaciones y particulares
empeñados en fomentar y proteger los derechos humanos.
Señor presidente, durante su gobierno se ha perseguido a los defensores de los derechos
humanos con una intensidad de la que no se conocen precedentes. A lo largo de los últimos
cuatro años se ha dado muerte a más defensores de los derechos humanos que durante
cualquier otro gobierno anterior. A pesar de haberse comprometido reiteradamente a proteger
a los defensores de esos derechos, su gobierno ha renunciado a su responsabilidad y ha
preferido ocultarse tras eufemismos y atribuir las agresiones a «fuerzas oscuras» a las que,
según se asegura, no se puede identificar, contra las que no se puede luchar y a las que no
puede hacerse rendir cuentas.
La indiferencia de su gobierno hacia la crítica situación de quienes pacíficamente tratan de
proteger los derechos humanos y los principios básicos de la sociedad democrática constituye,
en el mejor de los casos, una grave irresponsabilidad, y en el peor, negligencia criminal.
Mario y Elsa no tuvieron tiempo de estar sobre aviso de la amenaza que pesaba sobre sus
vidas. Eduardo Umaña, por el contrario, denunció en numerosas ocasiones ante las
autoridades las amenazas de muerte, los intentos de secuestro y otras agresiones que se
perpetraban contra su vida. ¿Qué autoridad colombiana responsable de los derechos humanos
puede afirmar honradamente que desconocía el riesgo en que se encontraba la vida de
Eduardo Umaña? ¿Qué hicieron exactamente las autoridades para averiguar la identidad de
los responsables de la extensa lista de actos de intimidación y agresión? ¿Qué fue lo que se
hizo para ponerlos a disposición de la justicia? La respuesta es clara pero inadmisible: Todo
el mundo lo sabía y nadie hizo nada.
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En los numerosos informes que durante años ha publicado Amnistía Internacional sobre la
situación crítica de los derechos humanos en Colombia, la organización ha llegado a la
conclusión sobre la base de pruebas irrefutables de que la inmensa mayoría de los graves
abusos de esos derechos, y especialmente los ataques contra los defensores de los derechos
humanos, los cometen agentes estatales o fuerzas paramilitares que actúan con su
aquiescencia o complicidad. El gobierno ha recibido esos informes y los de otros muchos
organismos independientes y oficiales en los que se aportaban pruebas patentes sobre la
responsabilidad directa o indirecta de agentes estatales en muchos de estos ataques. La
frecuente respuesta de su gobierno ha sido tratar de explicar que las violaciones de los
derechos humanos cometidas por agentes del Estado son sucesos aislados y sin relación entre
sí. No obstante, si la situación se somete a un mínimo análisis objetivo, resulta más que
evidente que estos ataques forman parte de una campaña sistemática y calculada para eliminar
por medios ilegales a aquellos percibidos como opositores, y para silenciar a los valerosos
ciudadanos que en Colombia aún siguen creyendo, a pesar de los hechos que lo contradicen,
en la justicia, la verdad y la inviolabilidad fundamental de la vida humana. Sin la dedicación y
el compromiso de los defensores de los derechos humanos (ya trabajen en organizaciones
independientes o en instituciones del Estado), empeñados en proteger unas normas
humanitarias mínimas, Colombia puede precipitarse en el desorden y caos totales.
La pregunta crucial que los colombianos deben hacerse es la siguiente: «¿Quién se beneficia
del silencio de los defensores de los derechos humanos?» Ciertamente no las decenas de
miles de víctimas de la violación de esos derechos, como tampoco los millones de
colombianos que votaron por que se acabara con el interminable conflicto interno.
Por repugnante y difícil de creer que resulte, los ataques contra los defensores se fundamentan
en una lógica fría: los defensores de los derechos humanos son víctimas de sus propios
logros. La función vital que desempeñan al llamar la atención de la opinión pública nacional e
internacional sobre la auténtica realidad de la crítica situación de los derechos humanos en
Colombia ha supuesto que el gobierno colombiano, y por extensión sus fuerzas armadas, se
hayan visto sometidos a presiones para que respeten el Estado de Derecho y abandonen
prácticas ilegales como la ejecución extrajudicial, la «desaparición» y la tortura. El resultado
de ello es que a los activistas de derechos humanos se los considera, cada vez más en ciertos
sectores, como un grave obstáculo para la aplicación de las operaciones de contrainsurgencia
de las fuerzas armadas. Al eliminar ese “obstáculo”, el camino quedaría expedito para
operaciones militares, en la que la mayoría de los derechos humanos fundamentales podrían
ser suprimidos, restringidos o violados, sin que la ciudadanía pudiera cuestionar la situación
ni objetarla.
La ambivalencia de su gobierno en lo que a las organizaciones de derechos humanos se
refiere ha permitido, y con bastante probabilidad ha fomentado, la escalada de los ataques
contra los defensores. A pesar de las declaraciones en las que se reconoce la legitimidad de su
labor, el hecho de que su gobierno no haya emprendido actuación alguna contra los miembros
de las fuerzas armadas, en servicio activo o retirados, que han acusado falsamente a los
defensores de los derechos humanos de estar relacionados con organizaciones subversivas, ha
dejado bien a las claras que se tolerará la campaña de exterminio.
Alarmada por la creciente persecución de que estaban siendo objeto en Colombia los
defensores de los derechos humanos, Amnistía Internacional organizó en mayo de 1996 en
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Santafé de Bogotá una conferencia internacional sobre la protección de los defensores. En la
conferencia se confirmó el principio de que la defensa de los derechos humanos constituye
una tarea y un derecho de todos. Hombres y mujeres, individual o colectivamente —en sus
hogares o en sus lugares de trabajo o estudio, o a través de instituciones religiosas,
organizaciones sociales o culturales, sindicatos, partidos políticos o instituciones del
Estado—, y cualesquiera sean sus convicciones filosóficas o su origen social, tienen el
derecho inalienable de defender y promover todos y cada uno de los derechos humanos en la
prosecución de un mundo en el que todas las personas se vean un día liberadas del temor y de
la miseria.
La Organización de las Naciones Unidas (ONU) reafirmó estos principios en la Declaración
sobre el Derecho y el Deber de los Individuos, los Grupos y las Instituciones de Promover y
Proteger los Derechos Humanos y las Libertades Fundamentales Universalmente
Reconocidos, adoptada en el 54 periodo de sesiones de la Comisión de Derechos Humanos de
la ONU, celebrado en Ginebra el mes pasado. La Declaración, asimismo, hace responsables a
los Estados de la protección de los defensores de los derechos humanos: «El Estado
garantizará la protección por las autoridades competentes de toda persona, individual y
colectivamente, frente a toda violencia, amenaza, represalia, discriminación, negativa de
hecho o de derecho, presión o cualquier otra acción arbitraria resultante del ejercicio legítimo
de los derechos mencionados en la presente Declaración».
Es, por consiguiente, responsabilidad incuestionable de los Estados garantizar el libre
ejercicio del derecho a la promoción y defensa de los derechos humanos. Los Estados tienen
la obligación primordial, conforme al derecho internacional, de proteger y fomentar ese
derecho, de evitar que sea objeto de amenaza, restricción o supresión, y de proteger la libertad
y seguridad de quienes lo ejercen. Señor presidente, su gobierno no ha cumplido con esta
obligación.
Es de esperar que el próximo gobierno asuma, sin vacilación ni titubeos, esta obligación, y
que adopte con carácter de urgencia todas las medidas necesarias para contrarrestar los actos
represivos o intimidatorios de los agentes gubernamentales, o de sus aliados, contra los
defensores de los derechos humanos, incluidas todas las actuaciones precisas para cumplir
definitivamente la promesa que usted formuló en septiembre de 1994 de erradicar las
organizaciones paramilitares.
A menos que el gobierno colombiano, y específicamente el presidente, como jefe del Estado,
demuestre su sincera voluntad política de enfrentarse y denunciar a esas «fuerzas oscuras»,
los sectores que han llevado a Colombia al borde del abismo seguirán prosperando en la
consecución de su objetivo de sustituir el Imperio de la Ley por el imperio de las armas, y el
respeto a los derechos humanos por la escalada generalizada del reino del terror.
Muy Atentamente,
Pierre Sané
Secretario General
Mayo de 1998
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