Teologia 156 - Selecciones

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ANTOINE NOUIS
¿QUÉ HACER DEL JUBILEO?
El cambio de siglo y de milenio interpela a la Iglesias y reclama
de ellas una palabra pública, un gesto, una contribución para el
auténtico progreso de la humanidad. Es la ocasión para recordar
el «Jubileo». Más que de una simple prescripción del «Primer»
Testamento, se trata de una perspectiva que subyace a la predicación del Reino en los Evangelios. Con ocasión del número
monográfico «En el umbral del tercer milenio» (ST 150, 1999),
Selecciones publicó el artículo de B.A. Daley, en el que, tras
explicar el sentido del mensaje apocalíptico, se remitía a la llamada
al «Jubileo» hecha por Juan Pablo II (págs. 198-199). No deja
de ser interesante y, a la vez, estimulante constatar cómo las Iglesias
protestantes se sienten interpeladas también por la llamada del
«Jubileo» en toda su amplitud y profundidad. El autor del presente
artículo -teólogo protestante- expone con claridad cuáles son las
raíces bíblicas del «Jubileo» en el «Primero» y en el «Segundo»
Testamento, y cuáles son -desde la perspectiva protestante- las
exigencias del mensaje bíblico, para el cristiano, en la coyuntura
actual.
Que faire du Jubilé? Études théologiques et religieueses 75 (2000)
9-23.
Entre el año 1998 y el 2000
se ha celebrado el aniversario
del edicto de Nantes (1) y el
cambio de milenio. No debemos
correr el riesgo de evocaciones
autocomplacientes de la historia, pero tampoco debemos caer
en un olvido de nuestras raíces.
El ejemplo de la conmemoración del edicto de Nantes nos
muestra que hay una utilización
de la historia que está en consonancia con la actualidad: el
recuerdo de dicha efeméride
nos ha llevado a interrogarnos
sobre cuestiones actuales, tales
como la laicidad, la acogida a los
extranjeros y el diálogo con las
demás religiones.
El año 2000 lanza otro desafío a las Iglesias. Claro que uno
puede callar y esperar a que los
farolillos se apaguen, y adoptar
esa discreción silenciosa en la
que los protestantes se sienten
tan cómodos. Pero ¿no perde-
——————
(1) Las guerras de los hugonotes -protestantes calvinistas franceses- se prolongaron, con
intermitencias y episodios sangrientos, durante 36 años (1562-1598). Enrique IV de Borbón
puso fin a dichas guerras con el edicto de Nantes (1598), estatuto de tolerancia religiosa por
el que se otorgaba a los hugonotes libertad de conciencia, libertad -limitada- de culto e igualdad
política, y se les concedían algunas plazas fuertes que conservarían hasta la destrucción de
La Rochelle por el Card. Richelieu en 1628. El edicto de Nantes fue revocado por Luis XIV
en 1685. (Nota de la Redacción).
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mos una gran ocasión para dar
testimonio? Dos mil años ¿después de qué? Si la Iglesia no lo
dice, ¿quién hablará?
Con ocasión de este cambio
de milenio se habla mucho de
Jubileo, sin saber mucho de qué
se trata. Por esto resultará útil
profundizar en el tema bíblico
del Jubileo.
EL JUBILEO EN EL PRIMER TESTAMENTO
El año sabático es una de las
prescripciones de la Torah. Por
analogía con el día del sábbat, cada
siete años la tierra cultivable debe
ser dejada en barbecho. Más que
una medida de tipo agrícola, se
trata de un acto de fe, de confianza
en Yahvé: «Yo os daré mi bendición el sexto año, que producirá
una cosecha para tres años» (Lv
25, 20).
El Deuteronomio asocia el
año sabático al perdón de las
deudas. Su objetivo es permitir un
nuevo comienzo, dar otra oportunidad a aquél que está aplastado
bajo el peso de su deuda. Esta
medida se inscribe dentro del
conjunto de las leyes que proporcionan una nueva oportunidad al
extranjero, a la viuda y al huérfano.
Cada 49 años(siete veces siete)
por el Yom Kippur -el día del gran
perdón- es proclamado solemnemente el año del Jubileo como el
sábbat de los sábbats. A las prescripciones del año sabático se
añaden la liberación de los esclavos y la restitución de cada uno
en su patrimonio.
El hebreo podía fácilmente
caer en la esclavitud. Ya sea para
reembolsar una cantidad robada
o cuando se vende a otro para
subvenir a sus propias necesidades. Pero un hebreo vendido por
un tribunal no podía permanecer
esclavo más allá del sexto año.
Después podía optar por permanecer esclavo en la casa de su amo,
pero solamente hasta el año del
Jubileo.
Todo terreno vendido después del último Jubileo debía
retornar a su propietario de
origen.Toda venta que se efectuase durante el período de cuarenta
y nueve años no podía tener un
carácter definitivo. A partir del
año cincuenta retornaba a su
primer propietario. Los especialistas del Primer Testamento
creen que esta ley era inaplicable
y que no existe ningún testimonio
histórico que demuestre que haya
sido aplicada.
Si la restitución de tierras no
nos consta que se haya puesto
jamás en práctica en el Primer
Testamento, en cambio sí encontramos un esbozo de aplicación
de la liberación de los esclavos,
cuando el rey Sedecías proclama
la liberación de todos los esclavos
hebreos, en el libro de Jeremías
(Jr 34, 17).
El vínculo entre el no-respeto
de las reglas jubilares y el exilio
está evocado en otro pasaje del
Primer Testamento a propósito
del exilio babilónico (Ne 5, 1-13).
Aun cuando las leyes relativas
al Jubileo no hayan sido aplicadas
más que en contadas ocasiones,
esto no les resta importancia. En
los 613 mandamientos transmiti¿Qué hacer del Jubileo?
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dos por Moisés para la aplicación
de la Torah, una veintena se refieren al Jubileo.
La importancia de los años
sabáticos la revela en un artificio
que ideó el célebre Hillel, abuelo
de Gamaliel, para orillar sus prescripciones. Se trata del prosboul,
que autoriza a confiar el crédito
a un tribunal de justicia antes del
año sabático y recuperarlo a la
salida del período. Como los tribunales no están sometidos a las
prescripciones sabáticas, la deuda
no queda anulada. El prosboul
manifiesta, en negativo, la importancia dada a las prescripciones
sabáticas y revela que las leyes
jubilares eran estudiadas y su
aplicación tenida en cuenta.
EL JUBILEO EN LOS EVANGELIOS
Aun cuando Jesús haya ignorado, e incluso cuestionado, numerosas prescripciones de la
Torah, no se puede decir lo mismo
del Jubileo, sino que ha inscrito
todo su ministerio bajo su autoridad.
En el Evangelio de Lucas el
magisterio público de Jesús comienza, después del bautismo y la
prueba de la tentación, por la
predicación en la sinagoga de
Nazaret (Lc 4, 18-19) sobre un
texto de Isaías (Is 61, 1-2).
Las indicaciones de que disponemos sobre los oficios en la
sinagoga nos informan de que la
lectura principal era la de la Torah.
Los libros proféticos no se usaban
más que como lectura complementaria (haftarah). Según una
fuente talmúdica, la lectura de
Isaías estaba relacionada con
Levítico 25, que trata de las prescripciones jubilares.
Aun cuando el leccionario
utilizado en Nazaret aquel día no
hubiera centrado la lectura en el
Jubileo, la perspectiva de Isaías
continúa siendo jubilar. Al anunciar
un año de gracia en el nombre del
Señor, el profeta inscribe su predicación en la visión de un tiempo
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Antoine Nouis
nuevo, marcado por la justicia y
la liberación de los cautivos.
Jesús cierra el rollo de Isaías
y dice: «Hoy esta palabra de la
Escritura que acabáis de oír se ha
cumplido».Al colocar esta palabra
al comienzo del magisterio público de Jesús, Lucas inscribió el
conjunto de su Evangelio en una
perspectiva jubilar.
Para confirmar esta afirmación retomaremos las cuatro
prescripciones del Jubileo y veremos la manera como están presentes en los Evangelios.
El barbecho del suelo
Más allá de su valor agronómico, el barbecho es, como el
sábbat septenario, un acto de fe
que invita a confiar en Dios.
Cuando Jesús invita a Simón y
Andrés, Jaime y Juan a seguirle,
ellos deben dejar su barca de
pesca en barbecho. Lo mismo Leví
cuando deja su puesto de peaje
para convertirse en discípulo.
La llamada de Jesús a la confianza, en el Sermón de la Montaña
(Mt 6, 31-33), no es una invitación
a un dulce reposo en nombre de
la confianza en un Dios que pro-
vee todas nuestras necesidades.
Es la respuesta de Dios al discípulo que ha dejado en barbecho
su instrumento de trabajo para
responder a la llamada del Reino.
hablan de deudas en el Evangelio,
y son numerosas.
La remisión de la deuda
Las dos últimas prescripciones
del Jubileo están menos explícitamente presentes en los Evangelios. No nos hablan jamás de
esclavitud como tal. Y ello es
debido a que la noción de esclavitud es demasiado general y
cubre realidades sociales y humanas muy diferentes. ¿Cómo poner
al mismo nivel al que trabaja en
las minas y al que le hace de
secretario a su amo?
En cambio, los Evangelios no
cesan de hablar de la liberación
de los oprimidos. Es bajo este
registro que queremos releer
todo el ministerio de curación de
Jesús.
Muchas de las señales que nos
muestran las curaciones de Jesús
son sediciosas y transgresoras.
Cuando él toca al leproso o a la
hemorroísa y cuando acoge al
paralítico, que están en el campo
de la impureza, Jesús libera al
oprimido. Las curaciones están
todas orientadas hacia la liberación, la reconciliación y la reintegración de los excluidos. Se podría preguntar si el Cristo de
Marcos no emprende con ellos
una especie de inmenso programa
de desalienación sistemática.
Más allá de su ministerio de
curación, Jesús se dirige de forma
privilegiada a aquéllos que no
tienen estatuto. Él atribuye un
nuevo destino a los pobres: ellos
son felices, pues el Reino de los
cielos es para ellos. El Reino
La expresión año de gracia de
Is 61, 2, los oyentes de Jesús la
pudieron entender como la proclamación del perdón de sus
deudas. La deuda era una realidad
muy viva para los habitantes de
Nazaret.
En su Historia de Israel, S.W.
Baron describe cómo en la época
de Jesús el campesino galileo
había sido reducido a una esclavitud de hecho, a causa de la
política de Herodes el Grande
que financiaba su política de grandes obras mediante impuestos
que ahogaban al pueblo. El campesino se ve obligado a endeudarse para satisfacer los impuestos.
Cuando era declarado insolvente,
podía ser vendido como esclavo,
él, su mujer y sus hijos, a fin de
que la deuda fuese pagada. En ese
contexto se comprende mejor el
eco que podía tener la palabra de
Jesús, según la cual el venía para
cumplimentar el anuncio de la
remisión de la deuda.
La versión mateana del Padrenuestro utiliza la palabra opheilema para evocar lo que nosotros
hemos traducido por ofensas. La
traducción con la cual nosotros
rezamos habitualmente el Padrenuestro ha espiritualizado esta
petición transformando las «deudas» en «ofensas». Desde esta
misma perspectiva debemos entender todas las parábolas que
La liberación de los oprimidos
¿Qué hacer del Jubileo?
311
pertenece también a los niños.
Los extranjeros reciben asimismo
un estatuto positivo en el Reino
de Dios y tendrán un lugar en el
festín de Abraham, mientras los
«herederos» serán excluidos. Jesús pone signos de liberación, de
curación y de acogida, que tienen
un valor paradigmático en el
campo del Jubileo.
La redistribución del capital
La redistribución del capital es
la prescripción más radical del
Jubileo. Sólo tiene lugar cada cincuenta años. A propósito de los
medios de subsistencia durante la
época de barbecho, hemos citado
el pasaje del Sermón de la Montaña, que invita a los discípulos a
tener confianza en Dios a propósito de su subsistencia. En el
paralelo del Evangelio lucano,
Jesús va más lejos: pide a sus
discípulos que practiquen la redistribución jubilar de su capital (Lc
12, 32-33). En el terreno de la
ofrenda y la limosna Jesús invita
a sus discípulos a ir más allá de
las prescripciones «ordinarias»
del diezmo practicado por los
fariseos (Mt 5, 20).
Justamente porque había conciencia de vivir un tiempo excepcional, marcado por la realización
escatológica del Jubileo, la primitiva Iglesia de Jerusalén practicó
la venta de las tierras y la puesta
en común de las rentas (Hch 2,
44-45).
El tema del Jubileo no es, pues,
marginal en el Evangelio: está en
el centro de la predicación de
Jesús.
Una última referencia jubilar la
encontramos en las genealogías
de Jesús, que Lucas y Mateo introdujeron en sus Evangelios. En
el Evangelio de Mateo hay tres
veces catorce generaciones, o sea,
seis veces siete. Jesús inaugura,
pues, el séptimo septenario: se
entra en un nuevo tiempo marcado por el Jubileo. Lucas inscribe
setenta y siete nombres entre
Jesús y Abraham. Setenta y siete
es once veces siete. Se entra en
el duodécimo septenario, que es
un símbolo de la plenitud sabática.
Escribiendo sus genealogías, los
evangelistas, a su manera, han
inscrito el acontecimiento de
Jesucristo en el período jubilar.
LA TEOLOGÍA DEL REINO
Después de haber ensalzado
la importancia del Jubileo en el
ministerio de Jesús, cabe preguntarnos qué lugar otorgamos a esta
palabra en nuestras Iglesias. Por
esto hemos de explicitar cuál es
nuestra teología del Reino.
La teología protestante ha
dudado siempre sobre el lugar
que debía asignar a la ética y a la
política en su construcción. Por
312
Antoine Nouis
un lado encontramos un polo
quietista más centrado sobre la
Iglesia y sobre el culto. Este extremo insiste en la justificación
por la pura gracia. En el extremo
opuesto nos encontramos un
polo más activista, defendido por
lo que se ha llamado la Reforma
radical, que nos recuerda que el
Reino que Jesús ha anunciado no
es sólo espiritual o interior, sino
que debe manifestarse en palabras y gestos de amor, de reconciliación, de participación y de
rechazo de la violencia.
Los dos extremos están bíblicamente representados, de un
lado por el apóstol Pablo y del
otro por el Evangelio de Mateo:
el evangelio Paulino de la justificación por la fe frente al kerigma
sinóptico del Reino de Dios. Sin
exagerar las diferencias, podemos
decir que Lutero se inscribe en
el primero, mientras que Calvino
se abre hacia el segundo. «Ellos
tienen en común el haber liberado la ética de la tarea de realizar
el bien» (Eric Fuchs).
En esta oposición, la predicación del Jubileo se inscribe esencialmente en el segundo polo. Los
ejemplos que hemos tomado
provienen todos de los Evangelios. Las referencias al Jubileo son
raras en el corpus Paulino.
Lutero y Calvino comparten
los dos primeros usos de la ley.
El uso civil o político concierne
al dominio de lo temporal. Este
uso no tiene otra utilidad que la
de permitir una vida social estable.
Ambos reformadores anuncian
también el uso teológico o espiritual, que tiene por objeto convencernos de que somos pecado-
res y tenemos necesidad de la
justificación para existir delante
de Dios.
Al prohibir a la ley cualquier
otra función que no sea la civil o
denunciadora, Lutero levanta una
barrera contra toda tentación de
deriva legalista. Calvino por su
parte, rechaza limitar la ley a una
simple utilidad social o espiritual
y desarrolla un tercer uso de la
ley, el uso didáctico. Por la ley el
cristiano puede progresar en su
conocimiento de la voluntad de
Dios y en su puesta en práctica.
Calvino se protege de la deriva
legalista subordinando siempre el
uso didáctico al uso teológico.
Este recorrido por las diferentes comprensiones de la ley nos
permite inscribir la teología del
Reino en el cuadro del tercer uso.
El Jubileo es a la vez predicación
de la gracia y llamada a los discípulos a vivir de la realidad del
Reino, marcada por el acto de fe
-el barbecho-, la remisión de la
deuda, la liberación de los oprimidos y la redistribución del
capital. La proclamación del Jubileo no es, pues, para la Iglesia ni
una opción, ni una oportunidad,
sino una fidelidad a su vocación
de ser testigo del Reino.
LA PREDICACIÓN DEL JUBILEO
El Jubileo constituye una vigorosa exhortación dirigida a nuestro mundo. El fin de la Iglesia no
es gobernar la sociedad, sino
mostrar al mundo la economía del
Reino predicado por Jesús y
poner signos de esta realidad
jubilar. Indicamos a continuación
algunas pistas de reflexión.
Para actualizar el barbecho, los
países anglosajones han desarrollado la tradición de favorecer la
posibilidad de años sabáticos para
los miembros de la Iglesia, asalariados o no. Existen proyectos
útiles y enriquecedores. ¿Por qué
¿Qué hacer del Jubileo?
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no favorecerlos?
Respecto a la abolición de la
deuda, nuestras Iglesias han apoyado ya la campaña Jubileo 2000,
que proponía hacer firmar una
petición para la remisión de la
deuda de los países muy endeudados. Como para los campesinos
galileos en la época de Jesús, la
deuda es hoy un azote que asfixia
los países más pobres. Al proponer medidas de acompañamiento,
Jubilé 2000 pone las bases de una
economía solidaria.
A propósito de la liberación
de los oprimidos, convendría
poner de manifiesto los verdaderos lugares de opresión de nuestra sociedad. Hay dos particularmente hirientes: los sinpapeles y
las prisiones. ¿Por qué no proponer una amplia y generosa regularización con ocasión del Jubileo?
En fin, la proposición más
revolucionaria es la que propone
una redistribución del capital.
Después de la quiebra de las
economías colectivistas, nada
parece frenar el desarrollo de la
economía de mercado. Asistimos
a una concentración mundial de
sociedades. La distancia es cada
vez más grande entre los que
detentan el capital y la realidad
humana e industrial de la empresa.
Contra la idolatría de la concentración, la utopía bíblica propone
una redistribución regular del
capital.
Estas propuestas navegan entre lo razonable y lo utópico. Pero
si la Iglesia no es utópica, ¿quién
lo será? El tema general del Jubileo
consiste en ofrecer una nueva
oportunidad a los que están en
un impasse, en abrir una ventana
a los que están encerrados, en
restablecer la persona en el centro de la economía. Hay ahí una
dimensión profundamente evangélica y una ocasión ofrecida a la
Iglesia de pronunciar una palabra
pertinente para el mundo con
ocasión del cambio de milenio.
Tradujo y condensó: JOAQUIM PONS
De este modo, a pesar de que un concilio es siempre un acontecimiento de Iglesia antes de ser un acontecimiento teológico, hay
que reconocer que el Vaticano II pesó decisivamente en la teología
católica, en la medida en que representó una renovación eclesiológica.
Tenía lugar a partir de la consagración de las «renovaciones» elaboradas
durante los 30 años que precedieron al concilio, en la semiclandestinidad, y oficializados después en aquella ocasión por los máximos
responsables de la Iglesia.
EVANGELISTA VILANOVA, La beatificación de Juan XXIII, La Vanguardia 3.09.2000 Revista 4.
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Antoine Nouis
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