LLIURAMENT DEL X PREMI BLANQUERNA A JORGE SEMPRÚN Delegació del Govern de la Generalitat Madrid, 30 de gener de 2003 Señor presidente de la Comunidad Autónoma, autoridades, amigo Semprún, señoras, señores, Después del discurso pronunciado por Semprún, ya ven que efectivamente este premio se ha concedido a quién ha demostrado lo que ya sabíamos; que es un hombre de grandes conocimientos y de gran experiencia vital bien incorporada. Hay gente que tiene una gran experiencia, pero que no se entera de nada y además no la sabe transmitir. Hay gente que escribe cosas, las asume, las integra, las transforma, las incorpora y las transmite, como es el caso de Semprún. El mensaje que nos ha enviado, durante toda su vida, de optimismo vital, de optimismo intelectual, de optimismo político, de optimismo respecto a que, a pesar de nuestros defectos, piensa que finalmente los aspectos positivos de la vida humana y de la gente, de las personas, pueden sobreponerse a tantos y tantos inconvenientes con los cuales a veces nos encontramos, merecían una distinción. Muchas gracias al jurado por su acierto. Ya saben ustedes que este premio se da a personas que han hecho una contribución al desarrollo, a la promoción, al conocimiento y a la proyección de Cataluña. No lo dice el decreto de creación del premio, pero más o menos se sobreentiende que, aunque en alguna ocasión esto no fue así, se ha dado a no catalanes que han ayudado a que en el conjunto de España se produjera este conocimiento, esta promoción, esta creación de una imagen positiva y justa de Cataluña. Gente que ha ayudado a que esta personalidad diferenciada de Cataluña pueda ser asumida. Todos hemos dedicado esfuerzo, tiempo y energías a esto y sin embargo no se puede decir que se haya conseguido plenamente. Pero en esto estamos, y seguramente estamos ahora mucho mejor que hace cien años, o veinte años, pero tenemos que seguir trabajando en ello. Seguimos necesitando estos amigos de Cataluña que con su comprensión son capaces de defender su identidad en todas partes y que, además, han ayudado a que Cataluña pueda estar presente en España en lo político, en lo económico y en lo cultural. En esta lista, el primero que lógicamente tenía que haber recibido el Premio Blanquerna debió ser Adolfo Suárez porque, con las limitaciones que se quiera, con las insuficiencias y con los resabios que se quiera, con nuestras propias satisfacciones —las de los catalanes—, y, por supuesto, con las críticas que tuvo en el resto de España, es indudable que hizo una contribución revolucionaria en el sentido de subvertir valores, principios, e ideas fijas preconcebidas y muy consolidadas. Él lo hizo. Siento que no haya podido asistir hoy por motivos de salud, pues me hubiera gustado mucho poderle rendir este homenaje en persona. Fue el segundo, pues el primero fue Lázaro Carreter en calidad de presidente de la Real Academia de la Lengua Española, con quien poco antes de concedérsele habíamos coincidido —lo comentamos con miembros del jurado— en el Monasterio de San Millán de la Cogolla, donde se celebraba un homenaje a la lengua española, a la lengua castellana, al castellano del siglo X, con asistencia de los reyes, el lehendakari vasco, y yo. Se trató del primer manuscrito, de las cartas emilianenses, creo que del siglo X, escritas en el latín de aquella fase de degeneración que desemboca en las lenguas romances, pero además — esto pasa en muchos textos de aquellas épocas— se intercalan palabras que no son latinas. Incluso una de ellas no era ni siquiera en castellano sino en euskera, en vascuence. Entonces, en aquella zona de la Rioja, había una conjunción del futuro castellano, del latín que se iba castellanizando y del vascuence. Con eso se montó —en el mejor sentido de la palabra y me parece muy bien— un gran homenaje al castellano, al euskera, y nosotros, que por supuesto no teníamos ninguna palabra en aquel texto también fuimos invitados. Todos hicimos nuestro discurso. Había un buen clima que luego no duró. En realidad, aquello representaba un homenaje a la hermandad de las lenguas, y básicamente un homenaje al castellano. A mí me alegró poder participar de aquel acto de adhesión al castellano porque yo he sido siempre un nacionalista catalán convencidísimo, y defensor acérrimo de la lengua catalana desde los doce años y que decidí —porque no me lo enseñaba nadie— aprender el catalán con una gramática que encontré de antes de la Guerra y que me permitía estudiarlo por mi cuenta durante el verano. Pero claro, habría que ser un poco corto de miras para no comprender hasta qué punto la lengua castellana y la cultura que lleva consigo, son realmente extraordinarias. La lengua, la cultura, el país, la historia, la aventura histórica de Castilla. Pero a mí, nacionalista catalán, y que por lo tanto no acabo de estar satisfecho de cómo finalmente está resultando el estado de las autonomías —ustedes más o menos lo saben y es bueno que no lo ocultemos—, me ha parecido siempre compatible esta admiración, y esta valoración tan importante de la lengua y de la cultura vinculada a esta lengua, a la lengua castellana. Otro de los premiados con el Premio Blanquerna también tiene relación con eso. Es Octavio Paz. Un gran literato que, por supuesto, siempre fue muy amigo de Cataluña. Lo era en Méjico y lo fue en Cataluña y yo había hablado de esto muchas veces con él, tanto en su país como en el mío. Fue un defensor de Cataluña. Naturalmente era una persona que formó parte de algo tan importante como es la lengua española en Latinoamérica y del Siglo de Oro, etc., pero valoraba también lo que era la realidad lingüística catalana desde Ramon Llull, naturalmente, hasta la literatura actual. Hace años, en Barcelona, nos dimos cuenta que teníamos dos institutos de enseñanza que se llamaban Cervantes, y dijimos: “Esto no puede ser. Vamos a cambiarle el nombre a uno de los dos”. Naturalmente se me echaron encima; “es que Pujol se dedica a la persecución del castellano”; “Quiere arrinconar el castellano”; “Quiere que no quede nada del castellano; “Ahora se ha metido con Cervantes...” Hasta que con ocasión de un debate alguien me interpeló y le dije: “Oiga, el nombre que le hemos puesto, para sustituir el de Cervantes, es Octavio Paz. Está claro que no hay ninguna intención de este tipo.” Por eso, el primero fue Lázaro Carreter y la lengua castellana precisamente por aquel homenaje en San Millán. En su momento fue —entonces ya no había ningún pretexto— para Adolfo Suárez. Y hoy es Semprún. Yo creo —y pienso que nadie se va a ofender por ello— que efectivamente el mejor ministro de Cultura, para Cataluña, ha sido Semprún. El mejor ministro de España con respecto a Cataluña ha sido Semprún. Esto es así. Tuvo comprensión para muchas cosas y tuvo empatía, una palabra que ahora se utiliza tanto y que mucha gente desconoce exactamente lo que significa, que es aquello que en lenguaje llano decimos “saberse poner en la piel del otro”. Seguro que hay una definición académica mucho más completa. Bien, pues él la tuvo, la ha tenido. También ha dicho una cosa que me recuerda lo que Aranguren nos dijo una vez a unos cuantos: “Ustedes los catalanes tienen la suerte de tener eso del catalán, la lengua. Es muy importante y además esto les va a librar a ustedes de caer en radicalismos y en la violencia porque — esto no sabemos si es bueno o malo, yo creo que es bueno y Semprún también cree que lo es— ustedes van a poder orientar sus esfuerzos y sus ilusiones en un sentido muy pacífico —pues evidentemente, no es lo mismo un bolígrafo que una pistola— y muy constructivo. Esto les va a librar a ustedes de según qué tentaciones.” Y me parece que es concretamente lo que él también ha dicho. De todas formas, convenía mucho que esto no fuera utilizado, como de vez en cuando se ha utilizado, para decir: “Oye, como a esos lo único que les interesa es lo de la lengua, de la cultura... podemos hacer lo que nos dé la gana”. No rían, es así. En los años de la dictadura de Primo de Rivera, en el año 27, se organizó una semana del libro en catalán. Se encargó de ello un personaje curioso, Jiménez Caballero, que luego fue anticatalán ilustre, muy paradójico y muy surrealista. Una vez le preguntaron: “¿Por qué le tiene tanta antipatía a Cataluña?” Él dijo: “No, si yo no le tengo antipatía a Cataluña —ustedes se reirán pero lo dijo así—, la maté porque era mía”. Bien, pues Jiménez Caballero explica que en 1927 se organizó esto y él participó como promotor por parte de Madrid, y por la parte de Cataluña (Joan Hostalrich)?, un hombre importante dentro de la política cultural catalana. Estaban ahí con muchos libros, muchos, y se acercó un señor a mirarlos. Preguntaron a aquel hombre que qué le parecía, si le gustaban y tal... y recibieron la respuesta: “Ustedes están perdiendo el tiempo. Si en vez de libros ustedes compraran armas serían independientes. Con tanto libro no harán ustedes nada”. Esto pasa. Hay un personaje, cuyo nombre no quiero citar —se explica pero no sé si es verdad— que un día le dio un consejo a (Aznar)? “Oye, estos catalanes nada, les dejas hablar un poco en catalán y se acabó”. Bien, convendría que nosotros, los catalanes, no caigamos en esa trampa pero, de todas formas, es lo nuestro. Nosotros estamos muy vinculados a lo nuestro y por eso es importante que no se nos diga a veces que damos demasiada importancia a esto o que se nos diga que por el hecho de darle tanta importancia a la lengua y a la cultura y a esas cosas no prosperamos más en otros sentidos. “Si el dinero que ustedes se gastan en eso se lo gastaran en otras cosas —en este caso no son armas— irían ustedes mejor“. Pero es que si no gastáramos este dinero que, además, en buena parte el Estado no nos da, si no nos lo gastamos, y evidentemente no nos lo podemos gastar en otras cosas, nosotros dejaríamos de ser lo que somos. Como explica Semprún, tuvimos una buena relación, a veces cimentada en algunos de aquellos —no tantos, pero algunos sí— almuerzos o cenas. Yo recuerdo sobre todo una cena aquí. Había una buena relación, como Folch ha recordado. Nosotros teníamos atascadas cosas básicas como por ejemplo si se nos ayudaba a sacar adelante el Museo Nacional de Arte de Cataluña —que, en el campo del gótico o del románico es de lo mejor que hay en el mundo—, el Auditorio, que también lo teníamos paralizado, y muchas más cosas básicas y fundamentales en materia de equipamientos. Tú hiciste una cosa importante en aquel momento. Quisiste que en la Feria del Libro de Frankfurt, España compareciera con mucho empuje y además presentando la diversidad de las culturas españolas. Evidentemente, la catalana estuvo presente, muy presente y muy apoyada, en este caso sí, por la Administración central y por supuesto por la Generalidad. Fue un hecho muy positivo que rompía con años en los cuales las cosas se habían puesto francamente difíciles. Luego tuvimos el tema de Dalí del cual ya has hablado. Recuerdo eso de El gran Masturbador. Nosotros estábamos muy desmoralizados y decepcionados. Nosotros, la Generalidad, procuramos tratar a Dalí lo mejor que supimos. En el verano de 1980, el primer verano de mi presidencia, fui al concierto de Cadaqués después de visitar a nuestro amigo Roca en Port de la Selva. Entonces Dalí era un réprobo. Había ayuntamientos que quitaban su nombre de calles, se le consideraba un artista franquista, se le recordaba constantemente aquella frase sobre García Lorca que es horrenda pero que supongo que en realidad no era más que una manifestación de surrealismo, etc. Yo fui a ver a Dalí y no le pude ver porque estaba enfermo. Luego le vi varias veces. Aprovechando el concierto que se hace en Cadaqués cada verano fui a verlo y los periodistas me decían: “¿Cómo es que va a ver a Dalí?” Y les decía: “Miren ustedes, dentro de cien, doscientos o trescientos años buscaran en la Enciclopedia y es posible que en ella no le expliquen quien era el Presidente de Cataluña en 1980, pero es seguro que, por lo menos habrá una página entera dedicada a Dalí.” Pasa como con Miguel Ángel y el Papa Julio II. Quién pagaba era Julio II, pero sólo nos acordamos de Miguel Ángel a pesar de que fue un hombre intratable. Lo que pasa es que la Capilla Sixtina es la Capita Sixtina. Y Dalí es Dalí. Entonces, guste o no, Dalí es Dalí. Por tanto, déjense ustedes de consideraciones de este tipo porque nosotros no podemos ignorar que tenemos un personaje catalán extraño, de acuerdo, pero que es un genio y no podemos dedicarnos a lapidarlo. Luego, nos interesó convencerle para que nos diera cuadros. El alcalde de Figueres —el que era el alcalde en aquel momento— me llama un día y me dice: “Presidente, quiero comprar una casa que hay aquí —donde está ahora el Museo— porque con el tiempo tendríamos que poner ahí un museo a Dalí”. Y le dije: “Cómprela, cómprela”. “Es que no tengo dinero”. Y “quiero que el Gobierno de la Generalidad pague la casa”. Ahora parecería poco dinero pero entonces era mucho. Le dije: “Tiene usted razón. Tenemos que tener un sitio para ver si un día podemos poner lo de Dalí”. Y lo hicimos. Y se restauró. Ustedes ya conocen el Museo. O sea que es gracias al alcalde y a la Generalidad que ha ayudado siempre que ha sido necesario, gracias a Buixadós, que ha sido un gran presidente, gracias a la Administración central, al Gobierno central, que posteriormente ha tenido realmente una actitud muy abierta en este sentido y me complace mucho decirlo y subrayarlo. Pero claro, no teníamos cuadros. La gente se quedó muy decepcionada cuando nos enteramos que no nos daba nada. Yo no quedé tan decepcionado porque hubo una cosa que me alertó. Un día que fui a ver a Dalí, me dijo: “Le voy a regalar un cuadro”. Y me regaló un cuadro, no a mí, a la Generalidad. Y dije: “Malo, si te regala un cuadro es que ya no te va a dar nada más”. Y efectivamente, hizo el testamento, y nada. La gente quedó muy decepcionada. Bien, el cuadro no se si está en la Generalidad o está en el Museo. Es verdad lo que decía Semprún. Al día siguiente, en el funeral, yo ponía cara de circunstancias porque los golpes así se tienen que encajar bien, tranquilo y contento. Hombre, contento no, porque era un funeral. Tú, al salir, me dijiste: “No se preocupe, Presidente, porque comprendo lo que ha pasado y su estado de ánimo y tal... Esto lo estudiaré. No le prometo nada. No le prometo nada excepto que no le voy a dar el Masturbador, pero lo estudiaré y veremos lo que hacemos”. Tenemos que decir que en esto el ministro, y el ministro quiere decir el Estado, han tenido una actitud positiva que permite tener el Museo que ahora hay, que es discutido por mucha gente, porque de Dalí todo es discutido, pero en realidad ha sido desde muchos puntos de vista un gran éxito. Yo me doy cuenta que me estoy alargando demasiado y les ruego que me disculpen. Quería insistir en lo que decía al principio. El catalanismo político ha intentado siempre conjugar la afirmación nacional de Cataluña, lingüística, cultural, de instituciones, de historia, de sentimiento, de competencia, de disponer de los instrumentos necesarios no solamente para estar pendientes del pasado, sino sobre todo para tener un proyecto e impulsar el futuro, teniendo en cuenta que Cataluña necesita identidad, pero también proyecto de futuro, porque es un país con una muy fuerte inmigración que no puede participar exactamente de la misma forma que los que somos catalanes de hace 500 años, de la época de Carlomagno. Estos tienen que participar de otra forma a través del proyecto, pero el proyecto necesita instrumentos de acción, no solamente instrumentos de conservación o instrumentos de rutina o instrumentos simplemente de mantener un nivel aceptable. Necesita instrumentos que permitan una acción ambiciosa en la cual todo el mundo se pueda sentir partícipe y todo el mundo pueda pensar que el proyecto va a servir de promoción para él personalmente y para sus hijos. Esto es el catalanismo por una parte. Por otra parte, ha sido siempre una manifestación clara de intervencionismo en lo español. Todos tenemos nuestra idea de España más o menos parecida aunque políticamente estemos distantes en otros aspectos y creo que esto ha sido bueno. En ese sentido creo que hemos hecho una aportación positiva. Un historiador castellano, fallecido recientemente, Vicente Cacho, incluso tiene un libro que recomiendo, El nacionalismo catalán factor de modernización. En él se entiende que es el factor de modernización de España, no el factor de modernización de Cataluña. Creo que lo hemos sido y queremos seguir siéndolo a pesar de que en estos momentos nos sentimos en una situación difícil de cara a la posibilidad de ejercer esta acción y una presencia en el conjunto del Estado. También necesitamos encontrar en el resto de España una actitud políticamente receptiva con la que Cataluña tenga la posibilitad de existir de forma cómoda, eficaz y creativa. No de una forma defensiva porque las actitudes excesivamente defensivas no son productivas. No son creativas. Necesitamos una cierta comodidad y no les oculto que en estos momentos esta comodidad no la acabamos de tener. Y contrasta con nuestra lealtad durante toda la transición aún a costa del desgaste que nos ha comportado en determinados sectores catalanes. Pero necesitamos interlocutores. Y en Semprún lo tuvimos, y a parte de sus méritos literarios, de su biografía personal —que es toda una aventura personal interiorizada, aquello que decíais de Malraux—, yo, como presidente de Cataluña, debo subrayar esta actitud comprensiva que además de todo lo dicho ha tenido una actitud básica de comprensión, de voluntad de aproximación, de ayuda, y de estar a disposición. Bien, esto es lo que nosotros queremos subrayar más. A todos, al jurado, a Semprún, a todos ustedes, muchas gracias.