ponencia jose maria marin _final_ 20 octubre

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XIII JORNADAS DE LA FUNDACIÓN SIMA 2010
El arbitraje como instrumento para solucionar los conflictos laborales
SENTENCIAS Y LAUDOS COMO DECISION DEL CONFLICTO LABORAL
José María Marín Correa
SENTENCIAS Y LAUDOS COMO DECISION DEL CONFLICTO LABORAL
Sumario
I Conceptos básicos
II Ordenación normativa
III Analogías más relevantes
IV Diferencias más significativas
V Balance comparativo
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I Conceptos básicos
La más mínima seriedad en el análisis de instituciones
jurídicas –o de otra naturaleza- que se pretenda comparar,
exige la consideración de sus conceptos y el establecimiento de las acepciones respectivas de cada una de aquellas
sobre las que va a versar la reflexión.
Ello resulta imprescindible en este momento porque el
Diccionario de la lengua española, de la Real Academia,
nos ofrece para la palabra “sentencia” varias acepciones,
de las cuales, la 3 y la 4, resultan aplicables a los dos
medios de decisión sobre un conflicto laboral, objeto de mi
intervención. Dicen esas acepciones que “sentencia” es: 3.
f. “Declaración del juicio y resolución del juez.” Y 4. f.
“Decisión de cualquier controversia o disputa extrajudicial, que da la persona a quien se ha hecho árbitro de ella
para que la juzgue o componga”. Es claro que para la RAE
sentencia y laudo vienen identificados mediante el mismo
vocablo, a saber “sentencia”, aunque, en su acepción directa, “laudo” es, según el propio DRAE: “Decisión o fallo
que dictan los árbitros o amigables componedores”.
Por eso, tenemos que echar mano de otros guías más especializados, que nos lleven a distinguir entre el resultado del enjuiciamiento y el resultado del arbitraje (y ya
estoy proporcionándome ayudas al respecto), para lo cual,
acudo a la Ley Orgánica del Poder Judicial (Ley Orgánica de
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1 de Julio de 1985, núm. 1/1985, desde ahora LOPJ) y de
ella
al art.
245 en que se lee que las resoluciones de
los Jueces y Tribunales que tengan carácter jurisdiccional
se denominarán Sentencias, “cuando decidan definitivamente
el pleito o causa en cualquier instancia o recurso, o cuando, según las leyes procesales, deban revestir esta forma”.
Pero como no estamos ante la decisión del recurso, sino ante la decisión del litigio inicial, podemos establecer, para esta reflexión,
como concepto de sentencia judi-
cial el acto del Tribunal que decide un pleito, y que todavía podemos concretar más, puesto que estamos en una concreta materia procesal, que es la que la misma LOPJ encomienda al Orden Social de la Jurisdicción, donde la instancia es única, de manera que concluimos el concepto a utilizar diciendo que sentencia, ahora y para nosotros, es el
acto del Tribunal que decide definitivamente un pleito sobre la materia litigiosa “social”.
Por otra parte, “laudo”, hemos leído en el DRAE que es
“Decisión de cualquier controversia o disputa extrajudicial, que da la persona a quien se ha hecho árbitro de ella
para que la juzgue o componga”.
Definición que no será
útil a nuestro propósito, si no somos capaces de acercarla
al mismo.
Ni la citada LOPJ, que contiene varias referencias a
los laudos, ni la Ley de enjuiciamiento civil (Ley de 7 de
enero de 2000, núm. 1/2000, desde ahora LEC) que establece
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la ejecutividad de los laudos, que norma la competencia para esa ejecución, y que incluso se ocupa de la adopción de
medidas
cautelares
en
favor
de
su
futuro
cumplimiento,
ninguno de estos textos legales, el orgánico y el procesal
común, nos ofrece una definición del “laudo”, sino que la
tienen por supuesta.
Ello hace necesario acudir a
la ley española de arbi-
traje (Ley de 23 de Diciembre de 2003, núm. 60/2003, desde
ahora LA) que, no siendo aplicable a los arbitrajes de naturaleza laboral,
a tenor del núm. 4 de su art. 1, es in-
dispensable para obtener una definición de “laudo”.
Aunque también aquí hay que “interpretar” un precepto
para alcanzar la buscada definición legal del “laudo”, porque sólo encontramos apoyo en el núm. 1 del art. 37, cuya
literalidad “Salvo acuerdo en contrario de las partes, los
árbitros decidirán la controversia en un solo laudo o en
tantos laudos parciales como estimen necesarios”, nos permite entender que
“laudo” o, mejor, el laudo arbitral so-
cial es la “Decisión extrajudicial de una controversia sobre materia social, adoptada por quien haya sido hecho árbitro para resolver la discordia”.
Y, con plena conciencia de ello, omito en esta especie
de definición del laudo laboral, el hacer referencia al ordenamiento jurídico como fundamento exclusivo de la decisión arbitral, porque, como es sabido, cabe que las partes
en un conflicto laboral acuerden someterse a un arbitraje
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“de equidad”, que sobrepasará los límites propios de los
conflictos jurídicos.
Creo innecesario glosar los respectivos contenidos de
estas definiciones, porque, al intentar la exposición de
sus analogías y de sus diferencias será forzoso efectuar
esa glosa.
II Ordenación normativa
No se trata de ofrecer una elenco de preceptos que pudieran resultar aplicables a una y/o a otro de los objetos
de esta reflexión (sentencia y laudo) sino de proporcionar
una especie de guía sobre la normativa que les rige, porque
no vamos a espigar, por ejemplo, en la Constitución Española (desde ahora CE) e ir enunciando todos los preceptos que
pueden hacer relación con el tema, como el art. 7 por su
reconocimiento de los Sindicatos y de las Asociaciones empresariales, el 24 con el Derecho a la tutela judicial
efectiva, y, sobre todo, el Título VI regulador del Poder
Judicial, es decir todos los artículos de la CE que inciden
sobre las sentencias y sobre los laudos laborales.
Será, más bien, un intento de aclarar la normativa que
rige el arbitraje laboral, puesto que en cuanto a las sentencias, es claro que vienen normadas directamente por la
Ley de Procedimiento Laboral (Texto Refundido aprobado por
el Real Decreto Legislativo de 7 de abril de 1995, núm. 2/
1995, desde ahora LPL);
y como supletoria,
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la LEC, según
la Disposición Adicional Séptima de la LPL y el art. 4 de
la LEC.
En cuanto a los laudos laborales, y en concreto los
dictados dentro de la actividad propia del SIMA, la normativa más directa es, en el momento actual el ASEC IV, (Resolución de 24 de febrero de 2009, de la Dirección General
de Trabajo, por la que se registra y publica el IV Acuerdo
sobre solución extrajudicial de conflictos laborales) cuyos
arts. 21 y 22 son la médula de tal ordenamiento.
Como quiera que el art. 76 del Estatuto de los Trabajadores (Texto refundido aprobado por el Real Decreto Legislativo de 24 de Marzo de 1995, núm. 2/199, desde ahora
ET) impone el arbitraje como cauce de decisión de las cuestiones litigiosas que supongan impugnación de decisiones en
materia electoral, y este mismo precepto contiene el ordenamiento procesal del arbitraje a que se refiere, es clara
la incidencia normativa del ET, mediante este precepto y
muy especialmente mediante su núm. 3 en que se regula la
elección o nombramiento de los árbitros, su mandato temporal, etc. con lo que hace innecesario acudir a la supletoriedad de la LA en cuanto que regula el procedimiento de
designación del árbitro en los supuestos de discordia.
Es fuente reguladora la LPL a cuyos arts. 65.3 y 67.2
se remite el ASEC IV para prevenir la impugnación de los
laudos. Y es de directa aplicación esta ley procesal en su
subsección 1ª del cap. V del Título I del Libro II que con-
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tiene la regulación de la impugnación del laudo recaído en
materia electoral. De ahí que sean aplicables los restantes
preceptos de la ley procesal que resulten necesarios para
completar esta regulación, y en concreto el apartado g) del
núm. 2 del art. 10 para fijar la competencia territorial en
el conocimiento de la impugnación.
Del mismo modo rige la LPL en cuanto que su Disposición Adicional Séptima reconoce la eficacia ejecutoria de
los laudos acomodados al art. 83 del ET, y ello atrae la
aplicación del art. 235.2 de la misma ley que encomienda
esta
ejecución
“al
Juzgado
en
cuya
circunscripción
se
hubiere constituido el título” es decir al Juzgado de lo
Social en cuyo territorio hubiera sido dictado el laudo.
Si hubiera necesidad de suplir alguna insuficiencia de
la LPL (lo que es posible en materia de ejecución) entraría
en juego la supletoriedad general procesal de la LEC, en
virtud del ya citado art. 4 de esta ley, asumida para el
procedimiento laboral por la también aludida Disposición
Adicional Primera de la LPL.
Y, si ni siquiera con la LEC se completaran todos los
vacíos legislativos, podría acudirse a la LA, que se autoproclama supletoria de todos los procedimientos arbitrales,
supletoriedad que entiendo no se ve enervada por la exclusión de los laborales que hace la propia ley, como se ha
visto.
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III Analogías más relevantes
IIIa) La finalidad
El objetivo o meta a alcanzar, tanto mediante la sentencia como mediante el laudo, aparece coincidente en una y
otra de nuestras definiciones: “decidir una controversia”
Ante la existencia de un conflicto de intereses jurídicos
(en sentido amplio y no en el restringido que veremos después, de contar con apoyo en normas preexistentes), el juicio laboral y el arbitraje laboral cumplen la misión de decidir y establecer los términos de solución del conflicto
fijando los respectivos derechos-obligaciones de las partes
enfrentadas.
IIIb) La racionalidad del fundamento
Aplico el término “racionalidad” como opuesto a la
“arbitrariedad”. Tanto el
tribunal como el árbitro tienen
que decidir con criterios de racionalidad. Será para aplicar el ordenamiento jurídico (sentencia o arbitraje en Derecho), será aplicando principios de equilibrio entre derechos y obligaciones no definidos por el ordenamiento jurídico (arbitraje de equidad); pero, en cualquier caso, la
decisión estará sometida a un juicio de razón.
Si se quiere, puede invocarse el art. 248 de la LEC al
prevenir sobre las sentencias que “se formularán expresando, tras un encabezamiento, en párrafos separados y numera-
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dos, los antecedentes de hecho, hechos probados, en su caso, los fundamentos de derecho y, por último, el fallo”.
Y del laudo se predica que “habrá de ser motivado”
(art. 21.3 del ASEC IV), expresión ciertamente escueta pero
que tiene el alcance de obligar a fijar los hechos probados
entre los alegados y la fundamentación jurídica o de equidad que conduce a la resolución adoptada.
IIIc) El sometimiento al “ius cogens” social.
Si, en principio, cualquier laudo laboral tiene que
someterse a la CE y a la legalidad vigente, es claro que el
laudo de equidad, en cuanto desligado de la legislación positiva, únicamente tendrá que respetar el Texto Constitucional y la legalidad formal, mas no la sustantiva a la que
tiende a sobrepasar.
Sin embargo, entiendo que, incluso el arbitraje de
equidad, no puede traspasar los límites establecidos por
las normas de “Derecho necesario” que existen en el ordenamiento laboral.
Por poner un ejemplo incontestable, es claro que un
laudo de equidad no puede imponer a la empresa asumir los
costes de Seguridad Social y las cargas fiscales, que la
ley impone a los trabajadores (art. 26.4 del ET)
IIId) La eficacia del pronunciamiento
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A salvo los recursos que puedan proceder, la sentencia
firme y el laudo firme obligan a las partes a quienes alcancen, bien por la sujeción legal, bien por su sometimiento voluntario al resultado del arbitraje.
Y tanto el pronunciamiento judicial como el laudo agotan la litigiosidad sobre la cuestión decidida o resuelta.
La sentencia en virtud de la “cosa juzgada”, el laudo mediante la excepción procesal nacida del sometimiento al arbitraje.
IIIe) La eficacia sobre el derecho y/o la acción
No me refiero a la “cosa juzgada” ya aludida, sino a
la suspensión del plazo de caducidad y a la interrupción de
la prescripción.
Así sucede, sin necesidad de cualquier explicación con
el ejercicio de una acción, cuyo efecto temporal –iniciado
incluso antes mediante la presentación de la papeleta de
conciliación o la reclamación previa- viene completado o
concluido por la sentencia.
E igualmente parece que sucede con el Laudo, puesto,
según el art. 65.3. de la LPL “… el cómputo de la caducidad
se reanudará al día siguiente de que adquiera firmeza el
laudo arbitral; de interponerse un recurso judicial de anulación del laudo, la reanudación tendrá lugar desde el día
siguiente a la firmeza de la sentencia que se dicte.”
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No es de fácil interpretación este párrafo del precepto. Obviamente si quienes son parte posibles en un procedimiento en que la demanda actúa una acción sometida a caducidad o a prescripción, suscriben un compromiso arbitral,
la pretensión será ejercitada mediante la puesta en marcha
del procedimiento de arbitraje. Y, si el arbitraje resulta
decidido con laudo que adquiere firmeza procesal, la acción
ha quedado satisfecha y no ha lugar ni a caducidad ni a
prescripción.
Ahora bien, supongamos que la parte actora del pacto
de sometimiento a arbitraje, no lo incoa ¿Va a permanecer
suspendida la caducidad o interrumpida la prescripción a su
arbitrio?
Entiendo que la interpretación recta y racional será
que, a partir de la suscripción del compromiso, o del nacimiento de la acción cuyo ejercicio está previamente sometido al arbitraje, el titular de la acción debe poner en marcha su reclamación (o sea debe incoar el arbitraje), so pena de que su acción quede sometida al mismo plazo de caducidad.
Menos clara veo aún la segunda parte del precepto,
cuando dice literalmente: “En estos casos el cómputo de la
caducidad se reanudará al día siguiente de que adquiera
firmeza el laudo arbitral”.
Opino que si el laudo adquiere
firmeza, la acción sometida a arbitraje ha quedado satisfe-
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cha (cualquiera que sea el signo de la decisión), y no puede hablarse de que el plazo de su caducidad se reanuda.
Y, aún mayor complicación presenta la última parte del
precepto: “de interponerse un recurso judicial de anulación
del laudo, la reanudación tendrá lugar desde el día siguiente a la firmeza de la sentencia que se dicte”. La
sentencia que se dicte puede desestimar la acción de nulidad y pronunciar la firmeza del laudo, con lo que estaremos
ante la situación anterior: Ya no hay acción.
Y, si la sentencia estima el recurso presentado contra
el laudo, puede hacerlo por una o varias de las causas
enunciadas en el art. 22.3 del ASEC IV, a saber porque el
árbitro
se
haya
excedido
de
su
competencia
resolviendo
cuestiones ajenas al compromiso arbitral, y será anulado
este exceso, sin afectar al resto del laudo; o porque haya
vulnerado notoriamente los principios que han de animar el
procedimiento arbitral, lo que supone que se anule el laude, pero quedará en pie la facultad de las partes de someterse a un nuevo arbitraje, o incluso tendrán que hacerlo
si así lo impone alguna norma estatal o pactada, o actuarán
la acción ante el Poder Judicial;
o porque haya rebasado
el plazo para dictar resolución; en cuyo caso entiendo que
también ahora las partes podrán actuar la acción o someterse a un nuevo arbitraje. Estos dos últimos supuestos sí son
claramente de reanudación del plazo de caducidad o de reinicio del plazo de prescripción.
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IIIf) La ejecución
Nada hay que decir sobre las sentencias, cuando desde
el art. 118 de la CE se entiende que el Poder Judicial no
solo juzga sino que también hace cumplir lo juzgado.
En cuanto a los laudos, tanto la LEC como la LA y, con
mayor interés para nosotros, la LPL y el ASEC IV confieren
al Laudo arbitral la ejecutoriedad propia de la sentencia.
Como sabemos, la tan mencionada Disposición Adicional
Séptima de la LPL dice que: “A todos los efectos del libro
IV de la presente Ley se entenderán equiparados a las sentencias
firmes
los
laudos
arbitrales
igualmente
firmes,
dictados por el órgano que pueda constituirse mediante los
acuerdos interprofesionales y los convenios colectivos a
que se refiere el artículo 83 del texto refundido de la Ley
del Estatuto de los Trabajadores.”
Y como estamos en el SIMA, es claro que los laudos
arbitrales firmes, que aquí se pronuncien gozan de esa eficacia para su ejecución.
IIIg) Unidad de resolución
No cabe contraponer sentencia y laudo en términos de
congruencia procesal. El tribunal y el árbitro han de proporcionar a las partes el pronunciamiento que dirima plenamente la controversia que les haya sido sometida, y han de
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hacerlo, respectivamente, dictando una sentencia o dictando
un laudo.
La congruencia viene impuesta al tribunal por el art.
218 de la LEC específicamente cuando dispone que las sentencias se pronunciaran “condenando o absolviendo al demandado y decidiendo todos los puntos litigiosos que hayan sido objeto del debate”.
El laudo tiene que ser “congruente” porque el art. 41
de la LA establece como uno de los motivos de nulidad del
laudo “Que los árbitros han resuelto sobre cuestiones no
sometidas a su decisión.” Mientras que la misma ley, en su
art. 37 de impone a los árbitros que, bien mediante un laudo, bien mediante varios “decidan la controversia”, lo que
está exigiendo una congruencia positiva.
En nuestro propio campo de actuación, el art. 22.3 del
ASEC IV enuncia como uno de los supuestos que permiten instar la nulidad del laudo, que “el árbitro o árbitros se
hayan excedido de sus competencias resolviendo cuestiones
ajenas al compromiso arbitral”.
La diferencia podría encontrarse en que la sentencia
es una y única para cada procedimiento o recurso, y en ella
ha de cumplirse el aludido requisito de congruencia que supone dar respuesta cumplida a las pretensiones y resistencia actuadas por las partes, mientras que según el citado
art. 37 de la LA
los árbitros puede dictar “tantos laudos
parciales como estimen necesarios” es decir puede respetar
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la necesaria congruencia, pero “dosificando” la respuesta
que dé a esas pretensiones y resistencia de las partes.
En este particular debe primar la letra y el espíritu
del art. 21 del ASEC IV, que siempre habla de un laudo y
somete al árbitro al plazo para dictarlo. Cuando el precepto convenido previene en su núm. 2 que “El árbitro o árbitros, que siempre actuarán conjuntamente, comunicarán a las
partes la resolución adoptada dentro del plazo fijado en el
compromiso arbitral”, no parece permitir que dentro de ese
plazo se vayan emitiendo sucesivos laudos, ni que en ese
plazo se dicte un laudo parcial, quedando las cuestiones
que no sean decididas en él para ser resueltas por laudos
posteriores.
Por tanto, no cabe diferenciar sentencia y
laudo arbitral mediante esa circunstancia de la posible
pluralidad de laudos en un mismo arbitraje, porque no cabe
aplicar pluralidad en el laboral del ASEC IV.
IIIh) La incidencia sobre procedimientos sucesivos
Es sabido que si hay pendiente un juicio sobre una
misma pretensión, que alcance a los mismos sujetos y tenga
un mismo fundamento se da lugar a la excepción de “litis
pendencia”, cuyo efecto es, según el art. 421 LEC que el
tribunal dé por finalizada la audiencia y dicte auto de sobreseimiento, mientras que si se opone como excepción el
haber sido sometida la cuestión litigiosa a un arbitraje, y
el tribunal estima la excepción, la decisión, a tenor del
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art. 65 de la LEC es también que el tribunal dicte auto sobreseyendo el proceso; aunque previamente declara su falta
de jurisdicción.
IV Diferencias más significativas
IVa) La sujeción
La parte que demanda “sujeta” o “somete” a sí misma y
al demandado al procedimiento judicial.
En el arbitraje ninguna de las partes somete a la
otra, si no concurre la voluntad bilateral de someterse.
No cabe ignorar que hay arbitrajes obligados, en el
campo del Derecho Social, en cuanto cauce de resolución de
controversias, porque así lo ha decidido el legislador. Hay
dos ejemplos que diríamos “históricos”.
Uno el que proviene del RD-L de 4 de Marzo de 1977, y
otro el que encontramos en la LPL, en materia electoral.
Recientemente se ha aludido al arbitraje por la Ley
35/2010, de 17 de septiembre, de medidas urgentes para la
reforma del mercado de trabajo,
; 51.4; y 82.3,
cuyos arts. 40,2; 41. 4, y
remiten a la negociación colectiva la po-
sibilidad de establecer este procedimiento de resolución de
conflictos para sustituir el periodo de consultas, como vía
obligatoria en diversos supuestos de modificación sustancial o de extinción de contratos de trabajo, que tuvieran
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la naturaleza de colectivos, y para la aplicación de la
coocida como “cláusula de descuelgue”.
Es claro que se trata de un sometimiento inicialmente
voluntario, puesto que sería consecuencia de acuerdo en el
curso de la negociación colectiva; pero después devendría
obligatorio para los sujetos alcanzados por la eficacia
normativa del convenio en que se hubiera establecido el arbitraje como vía de decisión.
Sin embargo, en el arbitraje laboral más puro, la necesidad de la voluntad de cuantos se sometan al mismo es
evidente.
IVb) La equidad como fundamento
Sólo en relación con los arbitrajes llamados precisamente “de equidad”, para diferenciarlos de los sometidos a
la ley.
Pero con la transcendencia que encierra la posibilidad
de someter a arbitraje los conflictos colectivos laborales
“de interés” cuyo acceso a la jurisdicción no es posible,
en virtud de los límites constitucionales impuestos a la
función de “juzgar y hacer ejecutar lo juzgado”.
Tal límite apareció con nitidez en el RD-L de Relaciones de Trabajo, de 4 de Marzo de 1977, cuando en su art. 25
limitaba la judicialización del conflicto colectivo a los
supuestos en que “derivara de discrepancias relativas a la
interpretación de una norma preexistente, estatal o conve17
nida colectivamente”, exigencia mantenida hoy en el art.
151 de la LPL con literalidad muy análoga.
IVc) La autonomía procesal
La sentencia y el procedimiento seguido hasta que es
pronunciada están sometidos a las formalidades procesales
de la ley aplicable. Tanto en el recurso de suplicación
(art. 191.a de la LPL) como en el de casación (art. 205.c
de la misma LPL) la desviación procesal que pueda haber
originado indefensión y que no hubiera sido consentida por
la parte, dan lugar a la nulidad del procedimiento, desde
que se incurriera en el quebrantamiento formal de la ley.
Incluso hay defectos procesales apreciables “de oficio” por
el tribunal que decide el recurso, con la consiguiente nulidad de lo actuado a partir del quebrantamiento.
Por el contrario, según el art.
25, de la LA: “las
partes podrán convenir libremente el procedimiento al que
se hayan de ajustar los árbitros en sus actuaciones.” lo
que hace patente la predicada autonomía procesal, ya que
entiendo que este precepto es trasladado al art. 21 del
ASEC IV, cuando dice, como sabemos que “El procedimiento se
desarrollará según los trámites que el órgano arbitral considere apropiados…”Claro está que los Principios constitucionales de Justicia y de Igualdad tendrán que ser respetados en ese procedimiento, en el cual, a tenor del propio art. 21 del ASEC
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IV “Se garantizará, en todo caso, el derecho de audiencia
de los personados, así como el principio de igualdad y contradicción, sin que se produzca indefensión.”
V Balance comparativo
No es fácil establecer una valoración comparativa que
pudiera conducir a proclamar la superioridad del procedimiento judicial sobre el arbitraje o viceversa.
Hay una superioridad manifiesta e indudable del arbitraje sobre la judicialización si se atiende a la decisión
de conflictos de intereses. Porque aquí hay un “todo” sometible al arbitraje y un “nada” susceptible de decisión judicial.
No se trata en definitiva de los límites que desde la
CE se imponen a los tribunales en el sentido de no poder
dictar resoluciones de alcance general (debilitada ciertamente por las sentencias de conflictos colectivos) y de la
amplitud que tiene la facultad del árbitro a quien es encomendado un laudo “de equidad”, sino de la necesidad de apoyo en el ordenamiento vigente que pesa sobre el conflicto
jurídico y la libertad de que goza el árbitro laboral para
conocer y decidir sobre los conflictos llamados “de interés”.
Hay una indudable ventaja del procedimiento judicial
sobre el arbitraje derivado de la “auctoritas” de los tri-
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bunales. Basta con recordar como se ha previsto y regulado
el auxilio a prestar por los tribunales a los árbitros, en
materia de pruebas, citaciones y ejecución, que no tiene
reciprocidad alguna posible.
Hay una superioridad del arbitraje sobre el procedimiento judicial en cuanto que el árbitro está elegido voluntariamente
y
de
acuerdo
por
los
propios
litigantes,
mientras que el tribunal les es dado. Es cierto que con todas las garantías derivadas del derecho constitucional al
“Juez natural predeterminado por la ley” (art. 24 CE). Pero
siempre será un órgano cuyas competencia, designación y
composición son absolutamente ajenas a la voluntad de los
implicados, a salvo la posible recusación, también predicable del árbitro no elegido.
Hay una superioridad indudable del procedimiento judicial sobre el arbitraje en cuanto que el tribunal cuenta
con una “Oficina judicial” especializada y con los tribunales especializados incluso en trámites concretos (citaciones, ejecuciones, etc) que, con todos los respetos y afectos a esta casa y, en principio, deben superar al SIMA, y a
los organismos análogos establecidos en diversas Comunidades Autónomas.
Hay una superioridad indudable del arbitraje sobre el
procedimiento judicial que deriva de la aceptación del árbitro, por el compromiso que ello supone, lo que se refleja, sin duda en una valiosa celeridad.
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Porque la realidad normativa es que el tribunal tiene
que admitir a trámite y tramitar todos los procedimientos
que le correspondan por su competencia funcional y territorial, y las reglas de reparto correspondientes. De ahí la
posible paralización de procedimientos pendientes, que se
refleja en el núm. 4 del art. 43 de la LPL, de gran significado al respecto, que reza literalmente “Salvo los plazos
fijados para dictar resolución judicial, todos los plazos y
términos son improrrogables…” y que contrasta con lo que
dispone el art. 22.3 del ASEC IV, al enunciar como causa de
nulidad del laudo que haya sido rebasado “el plazo establecido para dictar resolución”, aunque esta sujeción se vea
notablemente paliada por la posibilidad de que “Excepcionalmente, atendiendo a las dificultades del conflicto y a
su trascendencia, el árbitro podrá prorrogar el mencionado
plazo de diez días mediante resolución motivada, debiendo,
en todo caso, dictarse el laudo antes del transcurso de
cuarenta días hábiles” (art. 21.2 del ASEC IV).
Esta imposición al árbitro del cumplimiento de los
plazos a que esté sometido el ejercicio de su función, ahora expresamente reiterado por los preceptos que ha modificado la mencionada la Ley 35/2010, de 17 de septiembre, de
medidas urgentes para la reforma del mercado de trabajo,
que, una y otra vez, insiste en normar “que deberá desarrollarse dentro del plazo máximo improrrogable señalado para
dicho periodo”, tiene la consecuencia de una celeridad en
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la decisión de los conflictos sometidos a arbitraje, que,
hoy por hoy, es impensable en los sometidos a decisión judicial.
Quien ha sido Juez y ahora ejerce la función de árbitro se siente mucho más obligado a la respuesta temporalmente ajustada,
cuando él decide si puede aceptar o no el
ejercicio de la función en cada supuesto concreto, que no
cuando la “entrada” de demandas o de recursos no estaba
acomodada a las posibilidades reales del despacho de cada
uno de ellos.
Octubre de 2010
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