KARL RAHNER, S. I. REFLEXIONES SOBRE LA REALIZACIÓN PERSONAL DEL ACONTECIMIENTO SACRAMENTAL Überlegungen zum personales Vollzug des sakramentalen Geschehens, Geist und Leben, 43 (1970) 282-301 LA ANTIGUA CONCEPCIÓN: EL SACRAMENTO COMO ENCUENTRO AISLADO CON DIOS El cristiano normal experimenta la recepción de un sacramento, más o menos, así: el cristiano se sabe viviendo en un mundo profano- En este mundo se sabe llamado por Dios, un Dios que le pide obediencia y que le espera como su futuro más allá de su muerte. Para ponerse ahora ya en contacto con este Dios, ha de evadirse circunstancialmente de la profanidad mundana y adentrarse en el "templum", lugar del encuentro con Dios- Un Dios que entonces se revela como un Dios que salva y da fuerzas, que no es mera exigencia. De este modo, en los sacramentos, la acción salvífica de Dios acude desde fuera a los hombres, los santifica y los transforma. Salvados y fortificados por la acción de Dios en Jesucristo, los hombres son remitidos y enviados, de nuevo, a la profanidad del mundo. No negamos la legitimidad de este modo de concebir el acontecimiento sacramental, pero sí afirmamos que no es el único posible. Se dan otras formas de vivir los sacramentos, de "vivenciarlos". Hallar estas formas es tarea urgente porque el modelo descrito se encuentra amenazado seriamente. Veamos por qué. En primer lugar, podríamos hablar de la conciencia secular del hombre actual; esta conciencia encuentra en los sacramentos unos "ritos religiosos" que no tienen en cuenta la "realidad real"; ritualismo vacío sostenido por una extraña ideología incapaz de repercutir en la vida. Y no vale decir que el hombre piadoso siente "consuelo" en ellos, porque aquí radica, precisamente, la dificultad del menos piadoso: que sean huida de la dureza de la vida a un mundo ideológico e irreal. Por otra parte, hablar de "llevar a la vida" los sacramentos, el sacrificio del Señor, no es más que cargarnos de nuevo con una norma moral para ocultar la verdadera ineficacia de aquéllos. Pues no serían los sacramentos los que nos llevasen a la vida, sino uno mismo y el propio esfuerzo moral; lo que experimentaríamos como fuerza sacramental sería, en realidad, el nuevo esfuerzo moral, con que trataríamos de responder a nuestras exigencias ideales. La sensibilidad actual no acaba de ver que la frecuencia de los sacramentos tenga un sentido religioso auténtico; tiene miedo de reducir el sacramento a "obra buena", cuyo valor aumentase con su frecuencia, olvidando y contradiciendo así su verdadero sentido. Independientemente del juicio que podamos emitir sobre las actuales tendencias desacralizadoras, su valor sintomático es indudable: nos revelan que el hombre actual no se encuentra a gusto en el acontecimiento sacramental. Pero, quizá, esté en juego en todo esto algo más hondo y fundamental que el proceso de "secularización". Cada día se capta más claramente que no se puede identificar la realidad existencial auténtica y originaria y los modelos conceptuales que esta realidad se crea y en los cuales se actualiza y expresa. Por ejemplo, si alguien dice: "Oh Dios, yo te amo de todo corazón...", es dato que, aun a pesar de su sinceridad, no por eso este KARL RAHNER, S. I. hombre ama a Dios con todo su corazón. Lo que este hombre ha hecho es erigir en su conciencia un modelo conceptual-verbal, con el que objetiva ese amor, para a continuación afirmar en alguna manera tal modelo. Pero este modelo, este duplicado, no es el amor mismo que trata de objetivar. En primer lugar, porque este amor (si es que se da), como todo acto libre, es más originario que cualquier modelo reflejo en el que se exprese. Además, porque la libertad no puede, en cada instante de su historia individual, realizar aquello que es su sentido: disponer, radical y definitivamente, sobre la totalidad de la persona. Pero resulta que el sacramento es esencialmente un intento de tal decisión ante y para Dios. Y es esta decisión radical la que se cuestiona el hombre actual; la libertad se experimenta hoy más que nunca como algo que, en último término, siempre se sustrae a una manipulación refleja por el sujeto. De ahí que los sacramentos se vivan hoy problemáticamente, sobre todo cuando se reciben con frecuencia y sin referencia alguna a la propia historia de la libertad y a su kairos (oportunidad). Se tiene la sensación de falsedad e inautenticidad, y esto precisamente cuando se trata de relacionarlos casi exclusivamente con la propia historia individual, ya que no se ve por qué ha de acontecer algo decisivo cada vez que un individuo se acerque a la celebración ritual de un sacramento. Naturalmente que esta problemática no se soluciona del todo al introducir el sacramento -cosa que intentaremos aquí- en la perspectiva de la historia salvífica universal y de la gracia como dinámica y principio de esta historia; esta gracia insertaría entonces al hombre concreto en la historia salvífica universal y se crearía su "epifanía" en la vida concreta e individual por medio del signo sacramental. Sin embargo, aunque la solución sea insuficiente, es indudable que la problemática se suaviza por el mero hecho de que el cristiano se sepa a sí mismo inserto, ya desde siempre, en esta historia "cósmica" de la gracia. UN NUEVO MODELO: A PARTIR DE LA TOTALIDAD DE LA VIDA Existe otra posibilidad de acercarnos a los sacramentos: a partir de la gracia (Dios) como realidad ofrecida al hombre siempre y en todas partes. Es un hecho que Dios se está dando siempre y salvando al hombre mientras éste no se cierre culpablemente a su acción salvífica. Esta gracia se actualiza -aunque en cierta medida anónimamente- en la concentración de la historia y de la vida humana siempre que se vive y se muere sin cerrarse a ella. Dios y su salvación en el fundamento de la existencia El mundo está transido por la gracia y los sacramentos son acontecimientos de ésta. Pero no en el sentido que esta gracia irrumpiese desde fuera en un mundo profano para luego disolverse de nuevo. El mundo está cogido desde sus raíces más hondas, desde el núcleo más íntimo de las libertades personales, por el mismo Dios. Y esto desde siempre, previo al comportamiento que la creatura libre puede adoptar respecto a esa gracia cósmica y personal. Aunque la cotidianidad no ofrezca esta impresión, la realidad es ésta. Y precisamente para el hombre actual, la realidad de esta gracia es la condición de credibilidad de los sacramentos; de tal modo que unos sacramentos como fuentes intermitentes y puntuales de gracia resultan inaceptables. KARL RAHNER, S. I. Lo que llevamos dicho sobre esta gracia queda aún muy abstracto. Tampoco puede ser en principio de otro modo. Sobre Dios, el Misterio sin nombre, no se puede hablar más que muy abstractamente y, por esto, la referencia de la existencia humana a este Misterio tiene igualmente algo de innominable. ¿Cómo hablar de la gracia, clara e inteligiblemente, si es Dios mismo el que al darse nos introduce en el misterio de nuestra libertad que es la entrega al Misterio que es Él? Y, sin embargo, algo hemos de acentuar en esta gracia: no es un fenómeno especial que tiene lugar junto a la vida normal del hombre; es, simple y llanamente, la profundidad y radicalidad de todo aquello que la creatura libre realiza, vivencia, hace y sufre y, por eso, acontece cuando el hombre ríe, llora, acepta responsabilidades, ama, vive, muere; cuando es fiel a la verdad, rompe con su egoísmo, espera, no se deja amargar. Aquí la gracia es siempre acontecimiento porque ya no existe la mera "naturaleza"; Dios ha acabado con todo limite y frontera y quiere que su infinitud acoja la finitud de toda creatura. Este dinamismo radicado en la profundidad de la vida cotidiana y "profana" del hombre halló su máxima expresión en Jesús de Nazaret, donde se ha mostrado real y definitivamente victoriosa. Y esto en una vida que ha sido en todo semejante a la nuestra. Creer que en la vida de Jesús se nos ha prometido irrevocablemente la victoria definitiva de nuestra propia vida v que en ella Dios nos ha dicho ya la palabra última y escatológica, es afirmar lo que la cristología tradicional pretende afirmar sobre Jesús. Al mismo tiempo, quien acepta la gracia como la radicalidad de su vida, da también su sí a la aparición histórica de la definitividad de la gracia, que es Jesucristo; independientemente del conocimiento que pueda tener de su realidad histórica. Finalmente, esta gracia nos hace a rodos solidarios en el amor y en el destino común. El sacramento como signo de la liturgia del mundo Desde esta perspectiva, los sacramentos son la epifanía de la santidad y de la situación redenta del hombre y del mundo. El hombre no entra en un templo, en un fanum contrapuesto al mundo profano, sino que erige en un mundo divino un signo de la pertenencia divina de este mundo; entonces el sacramento nos dice que Dios se deja experimentar y aceptar no sólo en Jerusalén sino en todas partes como el Dios que ha liberado ya todo por su gracia. Es el pequeño signo -aunque necesario- que nos recuerda la ¡limitación de la presencia de la gracia divina que, a su vez, se hace acontecimiento en esta anámnesis. Trataremos de concretar lo dicho -que vale de todo sacramento- aplicándolo a la eucaristía. El mundo y su historia son la liturgia, terrible y sublime, que Dios se celebra a través de la historia libre de los hombres. La verdadera liturgia del mundo es esta historia de nacimiento y de muerte, llena, por una parte, de superficialidad, locura, insuficiencia y odio, y, por otra, de sumisión silenciosa, responsabilidad hasta la muerte. Y a esta liturgia pertenece la liturgia del Ojo en la cruz, verdadero origen y punto culminante de aquélla. Esta liturgia del mundo se encuentra como encubierta para el corazón obcecado del hombre. Por esto, esta liturgia tiene que ser interpretada y hecha refleja en lo que normalmente llamamos liturgia; sólo de este modo podría ser celebrada aquella liturgia cósmica por los individuos concretos de un modo libre y responsable. KARL RAHNER, S. I. Esta necesidad, este "tener que", es fundamentalmente la necesidad con que toda realidad trascendental del hombre se crea su aparición histórica. En todo caso, quedémonos con lo siguiente: realizaremos la liturgia con plenitud de sentido, sin convertirla en un rito vacío, sólo si partimos de esta liturgia del mundo, de la liturgia existencial de la fe. La eucaristía Y así se va a misa. Convencido del drama, en el que su vida está inserta permanentemente: el drama del mundo, la tragicomedia divina. Pensando que otros están muriendo y que éste es también su destino; gimiendo con toda creatura por un futuro mejor; sintiendo el llanto de los niños hambrientos, el sufrimiento de los enfermos, la desilusión del amor traicionado, la dureza de la vida de los que luchan por una humanidad liberada. Y si se encuentra con su corazón endurecido e incapaz de vibrar con esta historia de la humanidad, no por eso deja de saber que esa primitivez y superficialidad anhelan llenarse con todo aquello que mueve el mundo y su historia. Y no se admira cuando la secreta esencia de la historia mundana invade su corazón desde el fondo de su existencia y la experimenta como la gracia del mundo, que alcanza su victoria definitiva en la cruz. Experimenta en la fe que esta cruz es presencia permanente en la historia y sabe que los que sufren lloran las lágrimas de Jesús, que los consolados participan de la alegría del Señor y los solitarios de sus noches en soledad. Sabe que los hombres y el Hijo del hombre sólo pueden ser comprendidos en esta indisoluble polaridad entre ellos y él, porque el misterio del hombre sólo se comprende en él y porque el Ojo del hombre degenera en una ideología si no se le comprende desde los hombres y su destino. El que va a misa se encuentra ya desde siempre en el Gólgota -piense o no en ello-, en el drama que protagonizan a una Jesucristo y los hombres. Así se va a misa- No comienza entonces algo extraño al mundo, sino que la eucaristía es la aparición refleja y cúltica de lo que ya acontece en el mundo y en la historia. En ella se hace palpable la presencia misteriosa de la cruz de Jesús en el mundo, de lo que ya es realidad viva en el corazón del hombre que se dirige a la misa. Éste ofrece el mundo bajo la forma de pan y vino, pero a sabiendas que este mundo se está ofreciendo ya al Misterio en la alegría, en las lágrimas y en la sangre. Anuncia la muerte del Señor a sabiendas que esta muerte es el centro de la historia del mundo y que es la muerte de todo el que -sabiéndolo o no- "muere en el Señor". Anuncia la venida del Señor a sabiendas que ya está viniendo en todo aquello que lleva el mundo a su fin. Recibe el cuerpo del Señor a sabiendas que esto serviría de poco si no comulgara con el cuerpo de Dios, que no es otra cosa que el mundo y su destino. Un hombre va a misa. Esto no implica que tenga que llevar a plenitud su comunidad de destino con el mundo y la historia. Puede bastar con que su conciencia experimente la profundidad divina y graciosa de su vida- Pues ésta, como parte del drama del mundo, ha sido ya introducida por la gracia de Dios en la absolutez de su Misterio. Este hombre puede experimentar, en la fe, que su profana cotidianidad es sólo apariencia; la cotidianidad es siempre más que el puro dato empíricamente inmediato. Los sucesos cotidianos nos hablan silenciosamente del Dios que nos libera por su gracia. Sólo hace falta escucharle, conocer y reconocer esta pretensión de la cotidianidad. KARL RAHNER, S. I. Este hombre no tiene por qué asustarse ni sentirse impugnado en su fe si descubre, de repente, que los ritos sacramentales le resultan "ceremonias vacías". En una tal situación un cristiano -si pretende mantener tales ritos- no necesita sobreañadir mentalmente, en función de un postulado ideológico, un acontecimiento divino, que no acontecería sin este rito. Lo que tiene que "sobreañadir mentalmente", la postura desde donde tiene que vivir esos ritos (sin crearla con su ideología), lo que tiene que hacer para así no "sobreañadir mentalmente" nada, es, simplemente, acercarse a los sacramentos desde la profundidad divina de la vida real. De ella proceden esos ritos y sin ella serían verdaderamente vacíos. El que crea que los sacramentos son puro ritualismo no tiene más que apelar a la experiencia de la gracia en su vida aparentemente profana y decir: esta experiencia y su objeto adquieren una realidad palpable ritual y cúlticamente. Naturalmente, esto supone que se haya tenido esa experiencia de la gracia; experiencia que siempre es de la fe, pero de una fe que es verdadera "experiencia". Quien diga que su vida no deja margen a una tal experiencia, no tendría que acercarse a los sacramentos ya que éstos exigen la fe (es decir, la "experiencia que cree"), precisamente para que no resulten un ritualismo mágico. Con todo, la cuestión es si verdaderamente no se da nada de esa experienc ia. La eucaristía y la liturgia del mundo En esta perspectiva la misa no es más que el pequeño signo de la "misa del mundo", a la que pertenece también Cristo. Y, sin embargo, no por eso es algo superfluo. Es cierto que la eucaristía constituye, muy condicionadamente, la cumbre y la fuente de la vida cristiana. Es cumbre sólo en la medida que dejamos que Dios disponga en qué momento de nuestra vida nos entregamos de un modo definitivo a Él. Y fuente únicamente en cuanto procede de la verdadera fuente de la salvación que es Dios y su muerte en Jesucristo. Con otras palabras, la eucaristía es fuente de vida sólo para aquél que sabe que en su corazón está siempre irrumpiendo la gracia de Dios. Cabe la siguiente objeción: sólo en la misa se recibe el cuerpo del Señor real y sustancialmente. Nuestra respuesta sería: la presencia sustancial de Cristo será para nosotros salvífica y no condenatoria, sólo si este Señor está ya previamente irrumpiendo del núcleo de nuestra vida. Sin embargo, sería erróneo deducir de ol que llevamos dicho que el sacramento es superfluo y vacío de sentido. Es testimonio de lo que siempre se encuentra oculto en las tinieblas del mundo y en la profundidad de la conciencia. El acontecimiento cúltico nos posibilita arrojar una mirada sobre el mundo y reconocer en él algo que siempre está escapándosenos. No nos dispensa de la noche del mundo, pero nos dice que ahí está la luz y nos promete que ésta acabará por vencer. La "res sacramenti" significada por el sacramento es la historia de la salvación que acontece en la historia profana y es idéntica con ella. Pero, ¿tendrá por eso menos importancia que si se tratara de algo puramente individual y privado? Tampoco vale decir que entonces se oscurece o se niega la eficacia sacramental. El significado del bautismo de un adulto no se niega ni se oscurece porque se exija que éste se acerque al agua bautismal en fe y amor y, por tanto, ya justificado. Y lo mismo puede decirse de la penitencia, de la que la teología tradicional afirma que el cristiano acude normalmente a ella ya justificado. Al parecer, Pedro no minusvaloró el bautismo cuando bautizó a Cornelio porque éste ya había recibido el Espíritu Santo. ¿Qué quiere KARL RAHNER, S. I. enseñarnos la tradición teológica cuando sostiene que el que recibe el sacramento no tiene que carecer de lo que el sacramento otorga? Tener ya la gracia significa, propiamente, estar ya inserto en la dinámica divina que da consistencia al mundo y lo conduce a su fin, que no es otro que el mismo Misterio de Dios. Si tenemos esto presente, es dato que nuestra concepción del sacramento no implica nada contra su significado y necesidad. Reconocemos que no es fácil reconciliar la comprensión de los sacramentos a partir de la gracia interior al mundo con la teoría clásica, más "desde fuera". Pero esta reconciliación es una tarea impuesta a la teología actual. Eficacia del sacramento en el signo ¿Qué decir de la eficacia de los sacramentos en esta concepción? Al considerar los sacramentos como signos nos situamos en la mejor y más antigua tradición teológica. Esta misma tradición habla de la eficacia sacramental como de algo no sobreañadido desde fuera a la función de signo; se trata de una eficacia de los signos mismos como tales signos. Y en esta misma línea se encuentra la teología actual. Esta eficacia del signo como tal podemos desarrollarla en varios pasos. El acto humano concreto e histórico tiene siempre, en su exteriorización corpórea, carácter de "símbolo real" de la actitud fundamental del hombre, de su opción fundamental. En aquél se realiza ésta y, a su vez, la realización concreta repercute en la actitud interior. Gesto exterior y actitud interior son verdadera unidad; la misma que constituyen el cuerpo y el espíritu en el hombre. Por eso, el símbolo real es signo que expresa y "causa" de lo expresado; no causa que produzca "desde fuera" algo distinto de ella misma, sino causa en cuanto que la verdadera causa, la decisión libre, sólo lo es al realizarse en su exteriorización. Todo lo dicho puede aplicarse a cualquier acto realizado en la gracia. Como tal, se realiza al expresarse y su expresión es, en el sentido dicho, causa de tal acto y de su gracia. A partir de aquí se comprende lo que la teología tradicional quiere decir cuando afirma que el sacramento "aumenta" la gracia del ya justificado. Finalmente, esta gracia es la gracia que le ha sido ofrecida y dada al mundo desde siempre como finalidad última y más profunda de su historia; es la gracia que se explicita a sí misma en la historia de la salvación y de la revelación, y que produce los sacramentos cuando esta explicitación acontece en los momentos decisivos de la vida humana a través de unos actos en los que la Iglesia se compromete con la totalidad de su ser- Según lo dicho, tales actos, al expresar la realidad de la gracia, realizan la propia historia de ésta, "aumentando" así su ser- En este sentido son "causa" de la gracia que expresan y se les puede atribuir una verdadera causalidad, la del "símbolo real". La Iglesia como sacramento fundamental Aproximémonos a lo dicho desde otra perspectiva: la relación entre Iglesia y mundo. ¿Qué significa que la Iglesia sea "sacramento de salvación" para el mundo? Hasta ahora se pensaba que la Iglesia es signo de salvación para los que ya pertenecen a ella. En contraste con la Iglesia, el mundo se concebía como el reino del mal. No todo es falso en esta forma de ver las cosas; de hecho, existe un mundo en el que dominan los KARL RAHNER, S. I. poderes enemigos de Dios. Evidentemente este "mundo" se encuentra también dentro de lo que llamamos, empírica y sociológicamente, Iglesia...). Sin embargo, hoy la Iglesia -y precisamente como dimensión histórico-social- no es, en primer lugar, promesa de salvación para los que están "dentro" sino para los que (aún) están fuera y quizá no lleguen nunca a pertenecer en un sentido empírico-social a la Iglesia. Pues hay santificados y salvados por la gracia que no pertenecen a la Iglesia, ni pertenecerán, porque Dios no niega su salvación a quienes son fieles a su conciencia, aun cuando no hayan llegado a conocer, expresamente, la existencia misma de Dios. Para estos salvados anónimos la Iglesia es el signo socio- histórico de la salvación, porque es la comunidad visible de aquellos que confiesan que Dios ha salvado ya definitivamente al mundo. Los creyentes no son tanto los predestinados -como si los otros no lo fuerancuanto los que manifiestan la salvación de los otros. Los creyentes realizan su salvación precisamente al cumplir su función de signo. Esto no excluye que, en principio, estén llamados todos los hombres a tal función y que, en consecuencia, no se pueda decir de nadie que no alcanzará aquel punto en el que no sólo se recibe la gracia, sino que para recibirla hay que anunciarla. Desde aquí, la relación entre Iglesia y mundo no es la relación profano-santo, sino la que existe entre lo ya dado ocultamente y en búsqueda de su autoexteriorización histórica, por una parte, y la perceptibilidad histórica de esa misma realidad, por otra. Esta relación implica, naturalmente, que esta existencia histórica y perceptible es la forma de existencia hacia la que tiende y está orientada la realidad oculta de la gracia. La dinámica que da consistencia al mundo es la misma que da consistencia a la Iglesia y, en definitiva, es Dios mismo que se autocomunica libremente al mundo y que da testimonio de su autocomunicación por su Iglesia. No pretendemos negar con esto que la Iglesia sea signo imperfecto. Por eso le incumbe la tarea de integrar los momentos salvíficos que aparecen "fuera" de ella- La "adaptación" de la Iglesia al mundo es, en el fondo, el reconocimiento de lo anónimamente cristiano y eclesial en el mundo y en su historia. El sacramento como autorrealización de la Iglesia Entonces, resulta que los sacramentos son la autorrealización de la Iglesia como sacramento originario en su referencia al individuo y a su situación concreta. La indestructible unión de Cristo con su Iglesia se prolonga en las concretizaciones actuales de cada sacramento. Esto significa "opus operatum", que no es otra cosa que una cualidad de un determinado "opus operantis". Opus operatum consiste en el hecho que el "opus operantis Ecclesiae" (concretizado en el del ministro y en el del que recibe el sacramento) tiene lugar con el compromiso total de la Iglesia, lo que implica el compromiso de Cristo con ella y con su actualización concreta. Por consiguiente, los sacramentos expresan, social e históricamente, la gracia que testimonia la Iglesia como sacramento originario. Y esto lo hemos de concienciar cuando nos acercamos a ellos. La realización existencial del sacramento Esta concepción, aunque válida, ¿no exigirá demasiado de los fieles? En primer lugar, hay que decir que cualquier concepción sacramental sobrecarga al fiel, pues todo KARL RAHNER, S. I. sacramento debe ser un encuentro existencial con Dios. En este sentido, nuestra concepción no exige más de lo que cualquier concepción exige: captar existencialmente lo que significa gracia de Dios, y captarlo de tal modo que recibir tal gracia sea realmente algo digno de fe. Lo único que pretendemos es recuperar un concepto de gracia que sea verificable en la experiencia que el hombre tiene de su realidad cotidiana. Naturalmente, podemos preguntarnos si es posible vivenciar los sacramentos del modo descrito y, al mismo tiempo, recibirlos con la misma frecuencia que ha recomendado la tradición piadosa durante tantos siglos. Pero la cuestión de la frecuencia, existencialmente auténtica, de los sacramentos es una cuestión que se ha de formular cualquier concepción sacramental y a la que ninguna responderá fácilmente. Si, a partir de nuestra concepción, alguien recomendase una frecuencia que sobrecargara la conciencia existencial de los fieles, esto no diría nada contra la concepción como tal, sino contra la norma práctica dada. A la hora de determinar la relación adecuada entre realización auténtica y frecuencia de los sacramentos, hay que tener siempre en cuenta los derechos de la vida cotidiana. Es raro alcanzar un nivel desde el que el hombre pueda disponer sobre sí .mismo con definitividad y, sin embargo, no por eso hay que dejar de ejercitarlo, como si de hecho ahora estuviese aconteciendo. La vida cotidiana tiene que ir creando las anticipaciones de estas realizaciones radicales por medio de una continua aproximación a ellas. Éste es el modo de no desperdiciar el kairos de tales realizaciones, caso que alguna vez sean posibles. "Te quiero" puede y debe decirse en la cotidianidad normal, aun a sabiendas de que su contenido real sólo se palpa en algún momento luminoso de la existencia. Y esto mismo vale de los sacramentos, sin contradecir por eso la crítica que hemos hecho de una frecuencia indiscreta de los sacramentos. Tradujo y extractó: ANTONIO CAPARRÓS