PROLOGO Estamos frente a un libro que conmueve y sorprende por

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PROLOGO
Estamos frente a un libro que conmueve y sorprende por muchas razones. Conmueve
por la posibilidad de conocer de modo directo las luchas de América/Abya Ayala
extendidas por múltiples tiempos y territorios. Conmueve porque las resistencias están
narradas en una forma simple y profunda; conmueve por lo que representa su autor,
Hugo Blanco, para muchas generaciones de luchadores; por su inmenso afecto por la
selva y por la Pachamama; por el privilegio de convertirnos en testigos del intercambio
epistolar entre el protagonista y José María Arguedas en los últimos momentos trágicos
de la vida del escritor. Conmueve por constatar una vez más los infinitos sufrimientos
que el orden colonial infligió e inflinge a vastas poblaciones; sorprende por el grado de
empobrecimiento subjetivo del “hombre moderno” que es capaz de provocar los peores
sufrimientos en prisiones, enfrentamientos, saqueos…. Sorprende por la actualidad que
adquieren esas luchas de los años sesenta en los contextos regionales e internacionales
actuales tan diferentes en algunos aspectos y tan cercanos en la continuidad del poder
colonial y depredador. Sorprende y conmueve la posibilidad de seguir los derroteros de
aquel estudiante de agronomía que en estas tierras argentinas se convierte en un
militante político tenaz e íntegro hasta llegar a este presente de madurez y compromiso.
Por eso un primer interrogante que nos podemos formular como consecuencia de
la lectura de Nosotros los Indios, expresa qué une los tiempos y las luchas del joven
Hugo Blanco con las actuales. O dicho de otro modo, qué nos otorgan sus reflexiones
para pensar las luchas de hoy. Nos otorga su escritura como un legado de quien
reflexiona sobre su propia vida y la transmite como experiencia militante a las
generaciones posteriores.
Hugo Blanco es “un sujeto social rebelde”, que pudo sentir las injusticias, las
injurias, la tragedia colonial de sus hermanos indígenas en su propio cuerpo y generar
ese “nosotros” que da título a este libro. Fue un dirigente campesino con
reconocimiento internacional en épocas en que muchos hombres y mujeres podían
sentirse irreductiblemente rebeldes pues había un futuro posible; es decir, había certezas
en las teorías emancipadoras y ejemplos históricos para constatarlas. Los debates de los
pensadores y militantes de la Revolución de Octubre, el monumental emprendimiento
de la China de Mao Tse Tung, el voluntarismo infinito de Sierra Maestra o los
movimientos de liberación de África, permitían pensar vías y horizontes posibles.
Existía un pensamiento político, una decisión ligada a una ruptura -como lo
define Alain Badiou- y que Carlos Marx lo había expresado como una apuesta en su
“Manifiesto”. Ese pensamiento político emancipador aún circulaba como un fantasma
cruzando mares y entremezclándose con las ideas de los intelectuales indígenas y
criollos de América Latina con las de los revolucionarios de la India, de África y de
Asia. Esa apuesta a la construcción de un “espacio de no dominación”, atravesaba
tiempos y territorios, influía en revoluciones y rebeliones, partidos de izquierda
europeos, batallas de liberaciones nacionales. Finalmente como construcción histórica
se agotó porque, a mi juicio, cayó en la trampa que la “modernidad” le tendió: el
“desarrollo”, “la modernización”, “la tecnociencia”; es decir el predominio de la
regulación social frente a sus raíces libertarias.
El agotamiento de los pilares de la modernidad socavó la emancipación para
quedarse con la pura regulación, con el puro control social. Pero la potencia de ese
pensamiento decimonónico que prefiguraba un espacio de “no dominación”, que fue
capaz de articular las luchas obreras europeas con las campesinas e indígenas de
América Latina o las de liberación nacional de Asia y África, impregna aún hoy la
búsqueda de los pensamientos emancipatorios en las múltiples resistencias. Y, a mi
entender, Hugo Blanco viene a representar esta constante, esta tenacidad, esta presencia
irreductible de un pensamiento político, es decir de una decisión ligada a una ruptura; a
la ruptura con un orden moderno/colonial, capitalista, racista, patriarcal e individualista.
En la segunda mitad del siglo XX, comienzan a decaer las teorías críticas donde
las ideas de “revolución” y de “sociedad igualitaria”, aparecían viables y posibles. No
obstante, siempre la decisión de entregar la vida a esas luchas fue una opción difícil
como bien lo demuestra este libro. Y esto por muchas razones; la primera se encuentra
en el nivel de sufrimiento personal, las penurias en las prisiones, el ominoso
reconocimiento de lo que es capaz de hacer quien domina, la sensación de estar siempre
cerca de la muerte. Blanco lo sabe y cuando lo narra nos advierte no sólo acerca de su
propio sufrimiento sino de los que aún padecen muchos seres humanos en todo el
mundo; sufrimientos con los que convivimos durante nuestras vidas, a veces concientes,
decididos a denunciarlos y combatirlos y muchas otras veces, negándolos, haciendo
como que suceden en lugares tan lejanos que no nos involucran. Él se preguntaba al
salir de las prisiones cómo es posible que los seres humanos nos acostumbremos a
coexistir con el sufrimiento de tantos otros que quedan allí. En efecto sabemos de ese
sufrimiento como así también de un listado interminable de situaciones mortificantes y
ominosas que involucra aborígenes, presos, niñas en estado de secuestro sexual, jóvenes
en riego de fusilamientos, habitantes de favelas faccionalizadas, y largos etcéteras.
Considero que el hallazgo más significativo en la lectura de este libro reside en
la historia de vida de Hugo Blanco, en ese andar político más parecido al de los
activistas indígenas del presente que al de los luchadores de las décadas de 1960 y 1970.
Y este es precisamente el dispositivo que habilita no sólo reconocerlo por sus luchas
dentro de su tiempo sino como un sujeto capaz de adelantarse a él. Creo que esto es uno
de los puntos que permite dar cuenta del motivo de tanto respeto: por un pasado
comprometido pero también por ser un sujeto capaz de leer las circunstancias de las
acciones colectivas de La Convención y Lares en una clave en la que se escuchan los
sonidos actuales del sureste mexicano zapatista, la rebeldía indígena de las montañas y
selvas ecuatorianas o la esperanza campesina e indígena boliviana.
Detengámonos un instante en esta cuestión ¿qué han sido de los referentes de las
luchas de las décadas del sesenta y setenta? La mayoría de ellos son hoy nombres del
pasado y cuando participan en la política actual lo hacen como funcionarios,
legisladores, líderes de partidos políticos y no siempre en posiciones que rememoren sus
historias rebeldes. Hugo Blanco es una de las dignas excepciones y este libro es una de
las claves para comprenderla como tal. Él no pudo imaginar luchas ni senderos sin estar
allí, inmerso en esos mundos a los que de ningún modo deseaba “representar” sino
aportar presencia, coraje, lucidez, compromiso. En el libro nos cuenta como fue buscado
por otros líderes para realizar acuerdos y que siempre se negó a llevarlos a cabo
convencido del papel de los colectivos, de las comunidades como centro de las
decisiones. En un momento cuando se refiere a las guerrillas sostiene “Las ideas que yo
tenía en la cabeza por influencia cubana no cuentan, cuenta lo objetivo;
afortunadamente siempre respeté lo que la mayoría opinaba y, en el caso de la lucha
armada, también”.
Las “buenas intenciones” de quienes creen saber qué necesitan los campesinos,
las comunidades indígenas y deciden otorgarlo, sea una conducción política, una
ideología o una fórmula para llevar a cabo una reforma agraria, representan una historia
repetida y conocida por los que seguimos de cerca los avatares de los pueblos. Es una
vieja discusión que atravesó el siglo XX desde sus comienzos cuando las revueltas
campesinas de la Rusia pre-revolucionaria, llenas de coraje y novedades eran ignoradas
y despreciadas porque sus bases comunitarias no tenían “ningún valor” para la
revolución que ciertos círculos ilustrados imaginaban. O recuérdese el desprecio con
que fueron tratadas las comunidades indígenas de los territorios latinoamericanos
durante la puesta en marcha de reformas agrarias “modernizadoras”. Blanco ironiza al
respecto: “se trajeron fórmulas de no se dónde, salidas de no se qué iluminados
cerebros, siendo que nosotros tenemos una organización colectivista milenaria, el ayllú,
la comunidad campesina”. Los pensamientos que acompañaron muchas luchas así como
los gobiernos desarrollistas latinoamericanos profundizaron, a veces más allá de su
“buena voluntad”, las relaciones que los distintos órdenes coloniales habían impuesto a
los largo del siglo. Las comunidades fueron acusadas de atraso, improductividad,
ignorancia e inferiorizadas frente a una supuesta modernización que acarreaba prácticas
científicas, superiores, productivas que encarnaban el “avance y el progreso”. En otras
palabras, como dice Boaventura de Sousa Santos se las convertía en “ausentes” en una
operación que llegó hasta lograr verdaderos “epistemicidios” y genocidios.
Hugo Blanco recorre grandes páginas de la historia de su país hasta llegar a la
esperanza del Chiapas mexicano en 1994, al Foro Social Mundial que abre el milenio en
2001, y adentrarse en los significados depredadores, mortificantes del neoliberalismo de
nuestros días. Recorremos con él desde aquel impresionante campo de experimentación
político que fue la reforma agraria en el departamento de Cusco, arrancada al poder por
las movilizaciones y luchas campesinas de La Convención y Lares; las corrientes
internas entre los dirigentes; los juicios de desahucio; los derroteros institucionales de
gobiernos militares; la cárcel, la amnistía, la solidaridad internacional y hasta sus varios
exilios y regresos; siempre el regreso a ese lugar que sin duda lo marcó como sujeto
pero al que él dejó marcas que perdurarán más allá de su propia vida.
Este libro también es una muestra de la fuerza del orden colonial en los países
andinos pero a la vez de la potencia de estos pueblos que marcan siempre senderos de
rupturas con las simples prácticas que remiten a sus raíces culturales. Creo no
equivocarme si digo que Blanco expone esta tensión constante de nuestros países en las
figuras contrapuestas de dos escritores: Mario Vargas Llosa y José María Arguedas.
Mientras el tayta, como lo llama Blanco a Arguedas, vive, crea, padece desde las raíces
de su “Perú profundo”; Mario Varga Llosa habla el lenguaje del colonizador, habla por
boca del “amo”. Arguedas es un hombre libre mientras el “moderno” Vargas Llosa no
lo es. No puede serlo pues nunca es libre aquel que lleva la voz del amo adentro. Y en
esta tensión se retuercen aún nuestras naciones (de este viejo y desgastado Estadonación) habitadas por indígenas, mestizos y los poderosos criollos europeizados que
pueden enraizarse en los territorios que les dieron cobijo, o pueden quedar atrapados por
la colonialidad del etnocidio y del epistemicidio.
Por último, querría realizar una pequeña reflexión sobre las resistencias de
nuestro tiempo. Nunca las luchas de los pueblos de la América Latina estuvieron tan
articuladas como en la actualidad. El Cono Sur nunca estuvo antes tan cercano a los
problemas de las comunidades de las sierras peruanas, de los territorios altos de
Guatemala o del Sureste mexicano como en estos tiempos. ¿Qué habilitó esas cercanías
y hermandades en las luchas? En gran parte, fue el proyecto geopolítico militar
internacional que decidió apropiarse de los recursos naturales de nuestros territorios en
una segunda vuelta de la historia colonizadora. El actual saqueo de los recursos es sólo
comparable al de los primeros siglos de la devastación colonial; antes se hizo en nombre
de la modernización y la evangelización, hoy se hace en nombre del desarrollo, la
democracia y la ciencia (la tecnociencia). Dice la pensadora Ana Esther Ceceña al
respecto:
“Un único proyecto de mercantilización total de la naturaleza para uso masivo
desde el centro de México hasta la punta de Tierra del Fuego. No se trata de la
explotación de los elementos naturales para uso doméstico, ni local ni nacional, sino de
su explotación de acuerdo con las dimensiones de un comercio planetario sostenido, en
un 50 %, por empresas transnacionales. La infraestructura que se propone –y que se
requiere-es justamente la que permitirá a América Latina convertirse en una pieza
clave en el mercado internacional de bienes primarios, a costa de la devastación de sus
territorios, abriendo nuevamente esas venas de la abundancia que sangran a la
pachamama y que alimentan la acumulación de capital y la lucha mundial por la
hegemonía. El diseño de esta infraestructura va del corazón a las extremidades, del
centro de Sudamérica hacia los puertos en el caso de IIRSA y de Colombia-Panamá
hacia la frontera con Estados Unidos en el caso del Proyecto Mesoamericano, nuevo
nombre del Plan Puebla Panamá” (Caminos y agentes del saqueo de América Latina en
http://www.biodiversidadla.org/content/view/full/52722)
La dominación es continental, pero las resistencias también lo son. Pocos
argentinos saben, por ejemplo, que cuando el valiente pueblo de la localidad patagónica
de Esquel impuso su plebiscito para rechazar la minería en su localidad tenía como
paradigma el pueblo hermano de Tambogrande en Perú que un año antes había logrado
el mismo rechazo con el mismo dispositivo. Las resistencias contra la devastación
minera, de los bosques y las selvas, de la tierra y de los recursos del subsuelo recorren el
continente desde México hasta ese sufrido sur patagónico de la Nación Mapuche. El
ejemplo de las poblaciones amazónica de Bagua durante 2009, mostró que contra un
pueblo decidido a mantener su territorio no hay transnacionales ni gobiernos coloniales
que basten.
Este libro es una de las tantas bisagras que se proponen entrelazar estas luchas;
narra las del pasado cuyos destellos libertarios se visualizan en las del presente; marca
rupturas y continuidades al tiempo que nos desafía a seguir pensando desde nuestros
diferentes lugares y luchas actuales. Esos lugares en la selva amazónica de una
tenacidad sin límites en 2009, en las grandes alturas del Cusco peruano o de El Alto en
Bolivia, del sureste mexicano de “la Digna Rabia”, en esa digna Nación Mapuche que
expresa su repudio al Chile racista, en esos lugares a recuperar de los pueblos Kollas o
del pueblo Diaguita del Noroeste argentino; la perseverancia de las comunidades
ecuatorianas, con las huelgas de los obreros argentinos que no se doblegan. Esos lugares
de las luchas por mantener los cerros y montañas fuera del alcance de las corporaciones
mineras de los pueblos cordilleranos de Chile, Argentina y de toda la Abya Yala.
Una luchadora de la Asamblea de Chilecito, de Provincia de La Rioja de
Argentina, que intenta mantener su cerro fuera del alcance de la devastadora empresa
minera Barrick Gold – en el conflicto sintetizado en la consigna “El Famatina no se
toca” – siempre cuenta una historia que une tiempos y articula resistencias de un modo
fácil de comprender por quienes habitamos estos territorios de antiguos pobladores
olvidados por algunos. Dice Gabriela que los ancianos riojanos narran que en la cumbre
del cerro Famatina descansan las almas aborígenes y cuando se produjo el
levantamiento de Túpac Amaru, el Famatina tronó llamándolos a recuperar sus
territorios y la dignidad de su cultura. La lucha para preservar el cerro de la minería a
cielo abierto, así como tantas otras- por la tierra, el agua, los derechos sociales, la
autonomía cultural pero también política de las comunidades, etc.-, entretejen hoy viejas
y nueva voces de resistencias en una concepción del tiempo difícil de comprender por el
orden colonial de ayer y de hoy.
Norma Giarracca
Profesora-Investigadora. Instituto Gino Germani-UBA
Buenos Aires, octubre de 2009
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