1 ¡LO VIEJO HA PASADO, HA LLEGADO LO NUEVO!

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¡LO VIEJO HA PASADO, HA LLEGADO LO NUEVO!
(2ª Cor.5)
Este pasaje bíblico que hemos leído es un pasaje que se usa normalmente en los entierros. Especialmente los
primeros diez versículos donde se habla exclusivamente de la muerte y del mas allá . Pero si tomamos no
solamente esta primera porción sino todo el conjunto del capítulo, podemos hacer un estudio interesante acerca
de la vida de aquí, de la vida presente.
Hemos leído en el v.17
¡Lo viejo ha pasado, ha llegado ya lo nuevo!
Así que vamos a observar en este pasaje algunas cosas nuevas, relacionadas con la nueva vida que el creyente ha
recibido en Cristo. Cosas que se adquieren al ser hechos hijos de Dios. Nuevas cosas, en concreto 5 aunque se
pueden sacar algunas mas, que reemplazan a otras tantas viejas.
En el mismo v.1 podemos observar ya una primera nueva cosa que reemplaza a otra vieja
Dice el v.1 “De hecho, sabemos que si esta tienda de campaña en que vivimos se deshace, tenemos de Dios un edificio,
una casa eterna en el cielo, no construida por manos humanas”
¿Qué es lo que queda reemplazado aquí y qué cosa nueva aparece en su lugar?
Según el versículo desaparece la tienda de campaña en que vivimos y en su lugar aparece de Dios un edificio, una
casa eterna en el cielo, no construida por manos humanas.
¿Cuál es la tienda de campaña en la que vivimos de la que habla Pablo? pues si leemos también los versículos 6 y el
8 nos damos cuenta de que Pablo se está refiriendo a nuestro cuerpo mortal. Un cuerpo mortal que compara con la
tienda de un viajero, que se desata o se deshace a la hora de partir. Algo temporal, algo pasajero. En el capítulo
anterior también lo comparaba con algo tan frágil como es una vasija de barro. Nuestro cuerpo mortal es pasajero
y frágil. El apóstol Pedro escribe a los destinatarios de su primera carta unas palabras que el Señor proclama en el
libro de Isaías que dicen: “Porque todo mortal es como la hierba y toda su gloria como la flor del campo; la hierba se
seca y la flor se cae, pero la palabra del Señor permanece para siempre”
Pasajero, temporal, frágil y, marchitable. Así es nuestro cuerpo mortal. Marcado por una enfermedad que se llama
pecado. Que produce mal en general, que produce temores, miedos, angustias que enferma y que muere. ¿Pero qué
pasará después de la muerte?
La vieja incertidumbre que amenaza o que atenaza todos los corazones humanos.
Cuando era muy jovencito, en la oscuridad de la noche, sentía algunas veces mucho miedo, terror, al pensar en la
muerte; en la en la mía propia o en la de mis padres. No se si ha vosotros os ha pasado algo parecido. Pero lo cierto
es que las consecuencias de esta incertidumbre humana no la sufre solo la juventud, o las personas con naturaleza
temerosa, o los ancianos, ni siquiera aquellas personas que acaban de recibir el diagnóstico final. Las
consecuencias de esta incertidumbre las sufre todo el mundo. Porque al final esta incertidumbre está relacionada
con una grave enfermedad que es la incredulidad; el vivir sin tener en cuenta a Dios, cuyas consecuencias no son
solo el temor, sino el sufrimiento vano, el vacío espiritual, la falta de un pleno conocimiento, y finalmente la muerte
eterna.
¿Qué aparece en lugar de esta incertidumbre? Pues…
l- UNA NUEVA CERTIDUMBRE
Aquí tenemos la primera nueva cosa. La certidumbre. El conocimiento pleno, la evidencia de que aquello en lo que
creemos es cierto…Por eso dice Pablo en el v.1 y en el 6 “sabemos” por eso le dice a Tim. en 2ªTim.1:12 “se en
quien he creído” “estoy seguro de que tiene poder para guardar hasta aquel día lo que le he confiado”
El apóstol Juan les dice a los destinatarios de su primera carta, 1ªJn 5:13: “os escribo estas cosas a vosotros, que
creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna”.
Sabemos, se en quien en creído, estoy seguro…
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De esta forma hablan los que tienen esta virtud.
Ahora, la certidumbre ¿de qué? De que “si esta tienda de campaña en que vivimos se deshace, tenemos de Dios un
edificio, una casa eterna en el cielo, no construida por manos humanas” Esto no es otra cosa que la certidumbre de
la resurrección y la vida eterna; la esperanza del cristiano.
Esta certidumbre de que un día, estos cuerpos corruptibles y pasajeros van a ser transformados por unos cuerpos
glorificados y eternos produce ya en el presente frutos de paz y de gran consuelo tanto en las pruebas que tenemos
que soportar como a la hora de nuestra muerte. Pero ya no solo por el contraste que existe entre estas dos
moradas, la de una terrestre y miserable y la de otra celeste y gloriosa, sino también por la certidumbre de ser
pronto revestido de esta última. Dice el v.4 “Realmente, vivimos en esta tienda de campaña, suspirando y agobiados,
pues no deseamos ser desvestidos sino revestidos, para que lo mortal sea absorbido por la vida
Vamos suspirando anhelando, como la misma creación hasta alcanzar la futura gloriosa libertad de los hijos de
Dios. Rom.8: 22-23
“Sabemos que toda la creación todavía gime a una, como si tuviera dolores de parto .Y no sólo ella, sino también
nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos interiormente, mientras aguardamos nuestra
adopción como hijos, es decir, la redención de nuestro cuerpo.”
La certidumbre es la seguridad interior de haber pasado de muerte a vida, de poder cambiar el temor y el
sufrimiento por el gozo y la paz. La desesperanza por la esperanza.
Y todo gracias a nuestro Señor Jesucristo. Gracias a Sus promesas, Gracias a Su vida y a su muerte por nosotros, y a
su resurrección gracias a la cual podemos nosotros también resucitar.
En el capítulo anterior Pablo emplea también la palabra “sabemos” para decir: “Pues sabemos que aquel que
resucito al Señor Jesús, nos resucitará también a nosotros con él…” Gracias a Cristo tenemos vida eterna. “…Cristo
en vosotros…” como decía Pablo “…la esperanza de gloria.” Gracias a él tenemos esta nueva certidumbre.
Había dos mujeres moribundas en un hospital. La una, la incrédula grito: “no quiero morir, no quiero ir, no quiero”. Esta
mujer, carecía de esperanza. La otra, creyente, que contaba con esta nueva certidumbre de la resurrección y la vida, dijo
con calma: “Señor Jesús, agárrame mas fuerte”
Una nueva certidumbre. Vayamos ahora a una segunda nueva cosa.
ll- UN NUEVO ESPIRITU
El v.5 dice: “Es Dios quien nos ha hecho para este fin y nos ha dado su Espíritu como garantía de sus promesas”
¿Qué cosa nueva aquí reemplaza a la vieja?
La cosa nueva aquí en este versículo es el Espíritu Santo que nos es dado y que da testimonio a nuestro espíritu de
que somos hijos de Dios.
Lo nuevo es una nueva vida guiada por el Espíritu Santo, que es un espíritu de amor y de templanza como dice 2ª
Tim.1:7 Pablo dice aquí: “Pues Dios no nos ha dado un espíritu de timidez, sino de poder, de amor y de dominio propio.”
-Un Espíritu de poder
El Espíritu Santo es opuesto a la timidez y al temor de los hombres, y lo que hace es comunicar a la debilidad humana
parte de Su poder divino. En 1ªCor.2:4 Pablo les dice a sus lectores: “No les hablé ni les prediqué con palabras sabias y
elocuentes sino con demostración del poder del Espíritu.”
El poder del Espíritu Santo hecha fuera todo temor. A los cristianos de Roma les dice también el apóstol: “Y vosotros no
recibisteis un espíritu que de nuevo os esclavice al miedo, sino el Espíritu que os adopta como hijos y os permite clamar:
“¡Abba! ¡Padre!”(Papaíto)
Antes contábamos con nuestras propias fuerzas, con nuestros propios recursos, para superar nuestros miedos. La
misma incertidumbre de la que hablábamos antes nos llevaba a hacer cosas para tranquilizarnos. ¡No se si existe el cielo
y el infierno pero por si acaso…! Esto es un poco lo que piensan aquellos que hacen algunas buenas obras, para
tranquilizar sus conciencias.
Pero algunas cosas buenas no remedian todas las veces que hemos fallado durante toda nuestra vida. El cielo, por
así decirlo es un lugar perfecto y por lo tanto sólo las personas perfectas podrán entrar en él. Necesitamos un
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vestido de perfección para poder ir al cielo. La ropa humana no sirve. Necesitamos el vestido de justicia que Cristo
pone sobre los que confían en El para poder ser justificados y glorificados.
Si pensamos que podemos hacer algo para ganar la salvación, ya sea esto que hemos dicho o confiamos en
supersticiones, en tradiciones o en religiones para justificarnos a nosotros mismos, vamos a equivocarnos, solo
vamos a encontrar fracaso, desengaño, decepción, desánimo, servidumbre y más temor todavía.
El Espíritu cambia todo esto.
Al recibir la adopción del Espíritu, que nos hace hijos de Dios, somos puestos con El en una relación semejante a la de
Jesús, que se convierte en nuestro hermano mayor, y donde recibimos también los privilegios de poder y de comunión
que El recibía. En este Espíritu clamamos ¡Abba Padre! que es una expresión entrañable e íntima con la que un hijo
llama a su padre.
En esta relación como decía recibimos las fuerzas el poder para seguir adelante. En Mr.14:36 podemos ver esta relación
que Jesús tenía con el Padre. “Decía: Abba Padre, todo es posible para ti. No me hagas beber este trago amargo, pero no
sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú.”
Ahora no estamos solos, contamos con el Espíritu Santo que es el Espíritu de Cristo vivificado en nuestros corazones.
Que nos da poder, que nos eleva y nos ayuda a seguir por el buen camino. Por eso el apóstol Pablo dice en capítulo
anterior.
“Pero tenemos este tesoro en vasijas de barro para que se vea que tan sublime poder viene de Dios y no de nosotros. Nos
vemos atribulados en todo, pero no abatidos; perplejos, pero no desesperados; perseguidos, pero no abandonados;
derribados, pero no destruidos. Dondequiera que vamos, siempre llevamos en nuestro cuerpo la muerte de Jesús, para
que también su vida se manifieste en nuestro cuerpo.
Pues a nosotros, los que vivimos, siempre se nos entrega a la muerte por causa de Jesús, para que también su vida se
manifieste en nuestro cuerpo mortal. 2ªCor.4: 7-10
Un nuevo espíritu de poder…
-Un Espíritu de amor
Rafael nos ha hablado durante dos semanas del amor de Dios. De ese amor ágape, que es el tipo de amor con el que
Dios nos ama. Pues bien ese es el amor que Dios a través de Su Espíritu Santo derrama sobre sus hijos. Este amor
encendido como un fuego en nuestro interior y activo en nuestro corazón hace que nosotros podamos amar
también de esta forma sobrenatural a otros.
Dice Rom.5:5 “Y esta esperanza no nos defrauda, porque Dios ha derramado su amor en nuestro corazón por el
Espíritu Santo que nos ha dado.”
Si hay algo por lo que recibimos la mayor certidumbre de esperanza eterna, ese es el amor. El amor derramado por
Dios en nuestro corazón a través del Espíritu Santo. Por eso no nos defrauda. Porque esta certidumbre nos habla
de Su Gracia en nosotros, de su perdón, de su misericordia, del amor tan profundo que hizo que El Hijo de Dios
fuera crucificado en la cruz por nosotros, siendo aún sus enemigos, estando aún muertos en nuestros delitos y
pecados. Rom.5:8. Esta es la única forma en que nosotros podemos mirar y amar a los demás como a nosotros
mismos, mirando como Dios nos amó y se entregó por nosotros estando aún en la miseria de nuestros pecados.
Hemos recibido un espíritu de poder, de amor y finalmente termina este v. diciendo de templanza o de dominio
propio.
-Un Espíritu de dominio propio
El Espíritu Santo es un espíritu de dominio propio. Porque al contar con El en nuestra vida tenemos acceso a la luz
y a la sabiduría divina que es la que nos da la prudencia y el equilibrio necesario aún en los momentos más
complicados y difíciles de nuestra vida.
Una tercera cosa:
lll- UNA NUEVA AMBICION
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V.9 “Por eso nos empeñamos en agradarle, ya sea que vivamos en nuestro cuerpo o que lo hayamos dejado”
La palabra “empeñamos” o “procuramos” como dice en la versión Reina Valera, significa ambicionar en el sentido
positivo. En esta ocasión la vieja ambición de agradarnos a nosotros mismos, queda reemplazada, por el deseo,
mientras estemos en este cuerpo y también cuando estemos fuera de el, como dice este versículo, de serle
agradables a El.
¿Cuándo nos agradamos a nosotros mismos? Pues cuando hacemos lo que nos gusta, ni mas ni manos. ¿Esto es
malo? No. Tenemos que hacer cosas que nos gustan. El problema está cuando decidimos no tener en cuenta a Dios
para nuestra vida y no cumplimos con el propósito que El tiene para nosotros.
Sin la vida y la obra de Dios en la vida de una persona es normal que se produzca en ella, no solo esa
incertidumbre de la que hablábamos al principio, sino que sienta el vacío espiritual. Es normal que su vida no sea
la vida abundante que Dios tiene guardada para los que le reciben.
Para el creyente sin embargo lo que le satisface ahora es agradar a Dios y alimentarse de su comunión con El.
Jesús dijo a sus discípulos: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y terminar su obra” Jn.4:34
Lo que le satisfacía a Jesús era hacer la voluntad del Padre y terminar Su obra. Esa es la nueva ambición que existe
en el corazón del creyente: agradar a Dios, alimentándose de El, de Su voluntad para nosotros, de Su comunión, de
los frutos que nos da Su Espíritu. Vivir alimentados con la certidumbre de la esperanza eterna y vivir con la
satisfacción que produce colaborar con Su obra redentora. Una Obra con la que tiene mucho que ver nuestro
prójimo.
Dice S. Pablo en Rom.15:1 y 3 “Los fuertes en la fe debemos apoyar a los débiles, en vez de hacer lo que nos agrada.
Cada uno debe agradar al prójimo para su bien, con el fin de edificarlo.
Porque ni siquiera Cristo se agradó a sí mismo sino que, como está escrito: «Sobre mí han recaído los insultos de tus
detractores.”
Una vez más el apóstol Pablo nos pone a Cristo como modelo y principio que nos impulsa a actuar. El rehusó
pensar en si mismo y aceptó en cambio el vituperio de la gente por amor al mundo.
Esta nueva ambición nos lleva a agradar a Dios y al prójimo y por tanto ha escoger bien las cosas que tenemos que
hacer aquí en la tierra, ha deshacernos de las cargas innecesarias de la vida, a desprendernos o ha no buscar
aquellas cosas que de alguna o de otra manera puedan entorpecer esa obra de Dios en nosotros y para nosotros.
En 2ª Tim.2:4 Pablo dice “Ningún soldado que quiera a gradar a su superior se enreda en cuestiones civiles”
Cristo evitó siempre enredarse en cuestiones civiles, para agradar en todo momento al Padre. Y así debemos vivir
nosotros también.
El salmo 65:4 dice: “¡Dichoso aquel a quien tú escoges, al que atraes a ti para que viva en tus atrios! Saciémonos de
los bienes de tu casa, de los dones de tu santo templo.”
El salmo 63:4-5 dice: “Te bendeciré mientras viva, y alzando mis manos te invocaré.Mi alma quedará satisfecha como
de un suculento banquete, y con labios jubilosos te alabará mi boca”
El cuarto punto
lV- UN NUEVO MOTIVO
V.14 “El amor de Cristo nos obliga, porque estamos convencidos de que uno murió por todos, y por consiguiente todos
murieron. Y él murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió por ellos y fue
resucitado.””
El amor de Cristo, no nuestro amor a El, sino el Suyo hacia nosotros y que derrama en nuestro corazón por Su
Espíritu, es el que nos hace vivir para El.
Su muestra de amor fue tan grande que podemos decir que fuimos conquistados por El. Es como un imán que nos
atrae y a la vez la fuerza motriz que nos impulsa en esta nueva vida.
Por último…
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V- UNA NUEVA OCUPACION TAN DIFICIL COMO HONROSA
VV.18-20 “Todo esto proviene de Dios, quien por medio de Cristo nos reconcilió consigo mismo y nos dio el ministerio
de la reconciliación: esto es, que en Cristo, Dios estaba reconciliando al mundo consigo mismo, no tomándole en
cuenta sus pecados y encargándonos a nosotros el mensaje de la reconciliación.
Así que somos embajadores de Cristo, como si Dios os exhortara a vosotros por medio de nosotros: «En nombre de
Cristo os rogamos que os reconciliéis con Dios.»
Dios nos ha hecho embajadores de Cristo en el mundo.
No se nos da la misma importancia como se les da a los embajadores de las naciones.
Ya podemos estar contentos con que los únicos rechazos que tenemos aquí de las personas sean la incomprensión,
o el rechazo de nuestras invitaciones a los programas que realizamos. Quizás en estos momentos los mayores
impedimentos los hallemos en nuestros mismos.
Pero debemos saber y recordar que nuestro llamado es ha que sirvamos para manifestar la gloria de Dios. Sus
bondades, Su misericordia, Su santidad, Su amor… En Ef.1:12 dice…“En Cristo también fuimos hechos herederos,
pues fuimos predestinados según el plan de aquel que hace todas las cosas conforme al designio de su voluntad, a fin
de que nosotros, que ya hemos puesto nuestra esperanza en Cristo, seamos para alabanza de su gloria.” Y además
llegará el día en el que seguiremos teniendo esta nueva ocupación que hemos recibido, en el Reino de los Cielos.
El apóstol Pablo decía también en Efesios 3:10 “Aunque soy el más insignificante de todos los santos, recibí esta
gracia de predicar a las naciones las incalculables riquezas de Cristo, y de hacer entender a todos la realización del
plan de Dios, el misterio que desde los tiempos eternos se mantuvo oculto en Dios, creador de todas las cosas. El fin de
todo esto es que la sabiduría de Dios, en toda su diversidad, se dé a conocer ahora, por medio de la iglesia, a los
poderes y autoridades en las regiones celestiales,
¡Qué honrosa tiene que ser esta ocupación cuando seamos presentados como mensajeros del Rey del Universo
nada menos que ha principados y potestades en los lugares celestiales!
Pero es necesario que nos entrenemos aquí tratando de dar a conocer la sabiduría y el amor de Dios a quienes
están lejos de El, para que podamos continuar la misma tarea allí.
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