índice

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ÍNDICE
Prólogo
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Prefacio
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Introducción
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Capítulo 1:
La segunda llegada
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Capítulo 2:
Un viaje de mil millas empieza con un aliento
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Capítulo 3:
Si te encuentras a Buda en la zona, dale el balón 53
Capítulo 4:
Experimentos en la liga de baloncesto cucaracha 71
Capítulo 5:
Desinterés en acción
89
Capítulo 6:
El ojo del baloncesto
107
Capítulo 7:
Estar atento es más importante que ser listo
125
Capítulo 8:
Agresividad sin rabia
141
Capítulo 9:
El líder invisible
157
Capítulo 10:
Entrenar a Miguel Ángel
179
Capítulo 11:
No te puedes bañar dos veces en el mismo río
191
Epílogo
213
Agradecimientos
231
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PRÓLOGO
n su reciente historia, la aplicación de la psicología al deporte ha
evolucionado desde una actividad inicial de psicodiagnóstico y
asistencia psicológica, hacia una creación de técnicas de entrenamiento que comportasen una mejora en el rendimiento del deportista.
En la actualidad, el objetivo de la psicología aplicada al deporte
consiste en adecuar estas técnicas a la singularidad de cada deporte y
de cada situación deportiva. La colección de libros de Entrenamiento Psicológico quiere servir, principalmente, a este objetivo y por ello
tiene un especial interés por los textos de psicología aplicada a cada
deporte. Sin embargo, textos actuales de carácter más general también son tenidos en cuenta, en la medida que aporten nuevas ideas o
aproximaciones originales a la mejora del rendimiento humano.
Pensamos que , en su conjunto, los libros editados han de servir a en-
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trenadores, a deportistas y a los mismos psicólogos, para realizar desarrollos concretos de las técnicas de entrenamiento psicológico a las
situaciones singulares de entrenamiento y competición en las que se
encuentren.
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PREFACIO
urante dos años cuando viajábamos con los New York Knicks
compartí habitación con Phil Jackson. Fue en este marco donde llegué a comprender la profundidad, la compasión, la competitividad y la fortaleza de este hombre alto de Dakota del Norte.
Modelado con elegancia por la experiencia religiosa de sus padres, la vasta apertura de los altiplanos y el deporte que amaba, Phil
alcanzó lo máximo, el título de la NBA, en cinco ocasiones —dos
como jugador y tres como entrenador. Su experiencia como jugador, rodeado por la movida y la atención despertadas por los deportistas en Nueva York, le preparó para entrenar a los Bulls en el momento en que Chicago se convirtió en la capital mundial del
baloncesto.
La gente me pregunta a menudo si alguna vez pensé que Phil
Jackson haría un buen trabajo entrenando. Ni la menor duda. Los
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ingredientes estaban ya en su época de jugador. Él siempre era analítico en su juicio sobre los jugadores y el juego. Estaba comprometido con aprender, enseñar y actuar según sus percepciones. Entendió que ganar significaba renunciar a algo pequeño para uno mismo
con el fin de que el equipo pudiese seguir adelante. Finalmente, fue
lo suficientemente astuto como para entender que, para conseguir
ganar, necesitas una estrategia tanto dentro como fuera de la pista.
Aquí hay otro comentario que he oído: “Nadie puede entrenar
un equipo liderado por Michael Jordan hacia el título.” Este comentario significa una falta de familiaridad con Phil Jackson y con el deporte del baloncesto. Por supuesto, es verdad que Michael Jordan
puede hacer cosas en la pista que nadie más ha conseguido alcanzar.
Los Bulls, sin embargo, son un equipo, no son un único jugador.
Ganaron sus tres campeonatos sin tan sólo un pívot dominante o un
base categoría All-Star porque todos los jugadores trabajaban juntos
hacia una misma meta, se sacrificaban por la mejora del equipo.
Llevar a los jugadores hasta este nivel, sin embargo, no fue fácil.
El obstáculo más difícil para Phil fue superar la relación entre Michael Jordan y el resto de sus compañeros. Cuando Phil tomó las
riendas de los Bulls en 1989 por primera vez, muchos de sus jugadores tenían la tendencia a quedarse al lado y admirar a Michael
Jordan y su creatividad, lo que limitaba su impacto como equipo.
Phil cambió eso. Él sabía que un jugador era sólo un vértice de una
estrella de cinco vértices. Oscar Robertson me dijo una vez que los
entrenadores verdaderamente grandes tomaban al peor jugador de
su equipo y lo hacían bueno. Phil convenció a Michael de que ésa
era la ruta hacia su grandiosidad y el único sendero hacia el campeonato —el premio que sobrepasa el estrellato individual.
A medida que observaba a los equipos campeones de los Bulls no
podía evitar recordar a los Knicks de principios de los setenta. De
hecho, las similitudes son chocantes — movimiento decidido de
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Prefacio
balón, defensa dura, siempre encontrando al hombre desmarcado,
y siempre valiéndose de las flaquezas ofensivas y defensivas de los
equipos oponentes. En la transformación de los Bulls de equipo aspirante a campeón, Phil enfatizó especialmente la defensa dura y las
habilidades pasadoras. Era trabajo de equipo en su forma más pura,
y era cosecha del baloncesto de los Knicks del año del campeonato.
En Canastas sagradas. Lecciones espirituales de un guerrero de los
tableros, Phil abre su cofre de secretos y los comparte con sus lectores. A medida que lea las experiencias de Phil en el baloncesto profesional, de Nueva York a Albany, Puerto Rico y, finalmente, Chicago, sé que encontrará este libro tan entretenido y educativo como
yo lo encontré. Phil ha aprendido bien sus lecciones, de Red Holzman en los Knicks, de Bill Fitch en la Universidad de Dakota del
Norte y del memorable Maestro Zen. Estoy seguro de que para
cuando acabe de leer este libro, verá que Phil Jackson no encaja en
ningun estereotipo. Él es un pensador, un hombre compasivo, un
hombre apasionado, y lo más importante, un líder del que hay mucho que aprender.
—SENADOR BILL BRADLEY
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INTRODUCCIÓN
ste es un libro sobre una visión y sobre un sueño. Cuando fui
nombrado primer entrenador de los Chicago Bulls en 1989, mi
sueño no era sólo ganar campeonatos, sino hacerlo de manera que
entretejiese mis dos grandes pasiones: el baloncesto y la exploración
espiritual.
A primera vista ésta puede parecer una idea alocada, pero
intuitivamente sentí que había un lazo entre espíritu y deporte. Además, ganar a cualquier precio no me interesaba. De mis
años como miembro de los New York Knicks campeones ya
había aprendido que ganar era efímero. Sí, la victoria es dulce,
pero no necesariamente hace la vida más fácil la siguiente temporada o incluso al día siguiente. Después de que las multitudes que aclaman se dispersan y la última botella de champán se
É
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agota, tu has de volver al campo de batalla y empezarlo todo de
nuevo.
En baloncesto —como en la vida— la verdadera alegría proviene de estar presente en cada momento, no sólo cuando las cosas van a tu gusto. Por supuesto, no es un accidente que las cosas
sean más propicias de ir a tu gusto cuando dejas de preocuparte si
vas a ganar o a perder y focalizas toda tu atención en qué está ocurriendo justo en ese momento. El día en que tomé las riendas de los
Bulls hice voto de crear un ambiente basado en los principios del
altruismo y la compasión que aprendí como cristiano en la casa de
mis padres, sentado en un cojín practicando Zen y estudiando las
enseñanzas de los Lakota Sioux. Yo sabía que la única manera de
ganar consistentemente era dar a todo el mundo —de las estrellas
al jugador número 12 del banquillo— un rol vital en el equipo, e
inspirarlos para estar extremadamente atentos a lo que estaba ocurriendo, incluso cuando el foco de atención estuviese sobre otro.
Más que ninguna otra cosa, yo quería construir un equipo que
combinase el talento individual con una conciencia aumentada de
grupo. Un equipo que pudiese ganar sin empequeñecerse en el
proceso.
Antes de incorporarme a la plantilla de entrenadores de los Bulls,
en 1987, estaba preparado para despedirme del baloncesto y dejar
que mi carrera de veinte años en el deporte hiciese historia. Con los
años había ido creciendo mi desencanto con la manera como el poder, el dinero y la glorificación personal habían teñido el juego que
amo. Había dejado recientemente un trabajo como primer entrenador en la Asociación Continental de Baloncesto (CBA), frustrado
por cómo lastimosamente el juego se había llegado a convertir en algo guiado por el ego y me determiné a buscar algo diferente para mi
vida. Estaba considerando volver a la universidad para un tercer ciclo cuando Jerry Krause, el vicepresidente de operaciones balonces16
Introducción
tistas de los Bulls, llamó y me ofreció un trabajo como entrenador
ayudante.
A medida que aprendía más sobre los Bulls, más me fascinaban.
Sería como ir a la “escuela para graduados en baloncesto”, le dije a
mi mujer, June. La plantilla de entrenadores incluía a dos de las mejores mentes del deporte: Johnny Bach, un hombre con un saber
enciclopédico sobre baloncesto, y Tex Winter, el innovador del famoso ataque en triángulo, un sistema que enfatiza la cooperación y
la libertad, los valores que más he buscado en mi vida fuera de la pista y que soñaba aplicar en el deporte. El no va más, el equipo también tenía el jugador más creativo en baloncesto: Michael Jordan.
Ésa fue la mejor decisión que he tomado nunca.
La mayoría de los líderes tienden a ver el trabajo de equipo como
una cuestión de ingeniería social: coge un grupo x, añádele una técnica de motivación y y consigue como resultado z. Pero trabajando
con los Bulls he aprendido que la manera más efectiva para forjar un
equipo ganador es apelando a la necesidad de los jugadores de conectar con algo más grande que ellos mismos. Incluso para quienes
no se consideran a sí mismos “espirituales” en un sentido convencional, crear un equipo exitoso —tanto si es un equipo campeón de
la NBA como si vende muy bien la marca— es esencialmente un
acto espiritual. Esto requiere que los individuos vinculados renuncien a sus intereses personales por un bien mayor y así el conjunto
sume más que la suma de sus partes.
Ésta no es siempre una tarea fácil en una sociedad en la que la celebración del ego es el pasatiempo nacional número uno. En ningún lugar esto es más cierto que en la atmósfera de invernadero de
los deportes profesionales. A pesar de este mundo altamente competitivo, he descubierto que cuando liberas a los jugadores para que
usen todos sus recursos —mentales, físicos y espirituales— ocurre
un interesante cambio en su conciencia. Cuando los jugadores
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practican lo que se conoce como plena conciencia —simplemente
prestando atención a lo que de hecho está ocurriendo— no sólo
juegan mejor y ganan más, sino que también llegan a estar más en
sintonía con los otros. Y la alegría que ellos experimentan trabajando en armonía es un poderosa fuerza motivadora que proviene de lo
profundo de uno mismo, no de un entrenador frenético que se pasea por la línea de banda, lanzando al aire obscenidades.
Ningún equipo ha entendido mejor que los Chicago Bulls campeones que el desinterés1 es el alma del trabajo de equipo. El saber
convencional es que el equipo era básicamente un hombre espectáculo —Michael Jordan y los Jordanaires. Pero la verdadera razón de
que los Bulls ganasen tres campeonatos consecutivos de 1991 a
1993 fue que nos echufamos a la energía de unidad en vez de a la
energía de un hombre, y trascendimos las fuerzas divisoras del ego
que han hecho inútiles a equipos mucho mejor dotados. El pívot
Bill Cartwright lo expresó mejor: “La mayoría de los equipos tienen
jugadores que quieren ganar, pero no están dispuestos a hacer lo necesario. Lo necesario es darte a ti mismo al equipo hasta el final y desempeñar tu tarea. Puede que esto no siempre te haga feliz, pero has
de hacerlo. Porque cuando lo haces, entonces es cuando ganas.”
Cuando Jordan salió de su retiro y volvió a los Bulls en la primavera de 1995, las expectativas aumentaron en un crescendo ensordecedor. Michael Jordan es el mejor deportista del planeta —apareció
ese argumento— luego, ipso facto, los Bulls debían ganar el campeonato. Incluso algunos de los jugadores, que deberían haberlo sabi1
N. del T. De aquí en adelante en el libro usaremos el término “desinterés” como traducción del inglés selflessness. Su significado es, en este contexto, renunciar “a los intereses personales por el bien común y así que el conjunto sume más que la suma de sus partes” . De alguna manera, podríamos hablar
también de un “interés desinteresado” o “interés altruista”.
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Introducción
do mejor, entraron en esta vía de razonamiento. Pero lo que ocurrió
es que el equipo perdió la identidad que había forjado durante la
ausencia de Jordan y regresó a como había sido a finales de los
ochenta cuando los jugadores estaban tan alucinados por sus movimientos (los de Jordan) que jugaban como si fuesen meros espectadores en el espectáculo.
Para tener éxito, los nuevos Bulls tendrían que redescubrir el enfoque desinteresado hacia la competición que inspiró a sus predecesores. Tendrían que expandir sus mentes y abrazar una visión en la
que el imperativo de grupo tuviese preferencia por encima de la gloria individual, y el éxito viniese de estar despierto, consciente y armonizado con los otros.
Esta lección es importante en todas las áreas de la vida, no solamente en la cancha de baloncesto. Mi amigo y anterior entrenador
ayudante Charley Rosen solía decir que el baloncesto es una metáfora de la vida. Él aplicaba la jerga del baloncesto a todo lo que hacía: si alguien le hacía un cumplido, él decía “bonita asistencia”; si
un taxi casi le atropellaba, él le gritaba “buen bloqueo”. Era un juego divertido. Pero, para mí, el baloncesto es una expresión de la vida, única, a veces brillantemente enhebrada, que lo refleja todo. Como la vida, el baloncesto es confuso e impredecible. Tiene su
manera de ser contigo, no importa lo mucho que intentes controlarlo. El truco es experimentar cada momento con la mente clara y
el corazón abierto. Cuando haces esto, el deporte —y la vida— se
cuidarán de sí mismos.
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