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Texto 2.
“La bella apariencia de los mundos oníricos, en cuya producción cada hombre
es artista completo, es el presupuesto de todo arte figurativo, mas aún,
también, como veremos, que una mitad importante de la poesía. Gozamos en
la comprensión inmediata de la figura, todas las formas nos hablan, no existe
nada indiferente ni innecesario. En la vida suprema de esa realidad onírica
tenemos, sin embargo, el sentimiento traslúcido de su apariencia: al menos
ésta es mi experiencia, en favor de cuya reiteración, más aún, normalidad, yo
podría aducir varios testimonios y declaraciones de los poetas. El hombre
filosófico tiene incluso el presentimiento de que también por debajo de esta
realidad en que nosotros vivimos y somos yace oculta una realidad del todo
distinta, esto es, que también aquélla es una apariencia: y Schopenhauer
llega a decir que el signo distintivo de la aptitud filosófica es ese don gracias
al cual los seres humanos y todas las cosas se nos presentan a veces como
meros fantasmas o imágenes oníricas. La relación que el filósofo mantiene con
la realidad de la existencia es la que el hombre sensible al arte mantiene con
la realidad del sueño; la contempla con minuciosidad y con gusto: pues de
esas imágenes saca él su interpretación de la vida, mediante esos sucesos se
ejercita para la vida. Y no son sólo acaso las imágenes agradables y amistosas
las que él experimenta en sí con aquella inteligibilidad total: también las
cosas serias, oscuras, tristes, tenebrosas, los obstáculos súbitos, las bromas
del azar, las esperas medrosas, en suma, toda la «divina comedia» de la vida,
con su Inferno, desfila ante él, no sólo como un juego de sombras - pues
también él vive y sufre en esas escenas - y, sin embargo, tampoco sin aquella
fugaz sensación de apariencia; y tal vez más de uno recuerde, como yo,
haberse gritado a veces en los peligros y horrores del sueño, animándose a sí
mismo, y con éxito: «¡Es un sueño! ¡Quiero seguir sonándolo! » Así me lo han
contado también personas que fueron capaces de prolongar durante tres y
más noches consecutivas la causalidad de uno y el mismo sueño: hechos éstos
que dan claramente testimonio de que nuestro ser más íntimo, el substrato
común de todos nosotros, experimenta el sueño en sí con profundo placer y
con alegre necesidad”. (…)
Capítulo 1
“Antes de lanzarnos en medio de esas luchas, recubrámonos con la armadura
de los conocimientos que hemos conquistado hasta ahora. Al contrario de
todos aquellos que se afanan por derivar las artes de un pnncipio único,
considerado como fuente vital necesaria de toda obra de arte, yo fijo mi
mirada en aquellas dos divinidades artísticas de los griegos, Apolo y Dionisos,
y reconozco en ellas los representantes vivientes e intuitivos de dos mundos
artísticos dispares en su esencia más honda y en sus metas más altas. Apolo
está ante mí como el transfigurador genio del principium individuationis
[principio de individuación, único mediante el cual puede alcanzarse de
verdad la redención en la apariencia: mientras que, al místico grito jubiloso
de Dionisos, queda roto el sortilegio de la individuación y abierto el camino
hacia las Madres del ser, hacia el núcleo más íntimo de las cosas.
Esta antítesis enorme que se abre como un abismo entre el arte plástico, en
cuanto arte apolíneo, y la música, en cuanto arte dionisíaco, se le ha vuelto
tan manifiesta a uno solo de los grandes pensadores, que aun careciendo de
esta guía del simbolismo de los dioses helénicos, reconoció a la música un
carácter y un origen diferentes con respecto a todas las demás artes, porque
ella no es, como éstas, reflejo de la apariencia, sino de manera inmediata
reflejo de la voluntad misma, y por tanto representa, con respecto a todo lo
físico del mundo, lo metafísico, y con respecto a toda apariencia, la cosa en si
(Schopenhauer, El mundo como voluntad y representación). Sobre este
conocimiento, que es el más importante de toda la estética, y sólo con el cual
comienza ésta, tomada en un sentido realmente serio, ha impreso Richard
Wagner su sello, para corroborar su eterna verdad, cuando en su Beethoven
establece que la música ha de ser juzgada según unos principios estéticos
completamente distintos a todas las artes figurativas, y, desde luego, no
según la categoría de la belleza: aunque una estética errada, de la mano de
un arte extraviado y degenerado, se haya habituado a exigir de la música,
partiendo de aquel concepto de belleza vigente en el mundo figurativo, un
efecto similar al exigido a las obras del arte figurativo, a saber, la excitación
del agrado por las formas bellas. Tras el conocimiento de aquella antítesis
enorme yo sentí una fuerte necesidad de acercarme a la esencia de la
tragedia griega, y con ello a la revelación más honda del genio helénico.....
¿Qué efecto estético surge cuando aquellos dos poderes artísticos, de suyo
separados, de lo apolíneo y de lo dionisíaco, entran juntos en actividad?.......
Siguiendo la doctrina de Schopenhauer nosotros concebimos la música como el
lenguaje inmediato de la voluntad y sentimos incitada nuestra fantasía a dar
forma a aquel mundo de espíritus que nos habla, mundo invisible y, sin
embargo, tan vivamente agitado... bajo el influjo de una música
verdaderamente
adecuada
la
imagen
y
el
concepto
alcanzan
una
significatividad más alta. Dos clases de efectos son, pues, los que la música
dionisíaca suele ejercer sobre la facultad artística apolínea: la música incita a
intuir simbólicamente la universalidad dionisíaca, y la música hace aparecer
además la imagen simbólica era una significatividad suprema. De estos
hechos, en sí comprensibles y no inasequibles a una observación un poco
profunda, infiero yo la aptitud de la música para hacer nacer el mito, es
decir, el ejemplo significativo, y precisamente el mito trágico: el mito que
habla en símbolos acerca del conocimiento dionisíaco.. ..... Lo trágico no es
posible derivarlo honestamente en modo alguno de la esencia del arte, tal
como se concibe comúnmente éste, según la categoría única de la apariencia
y de la belleza; sólo partiendo del espíritu de la música comprendemos la
alegría por la aniquilación del individuo. Pues es en los ejemplos individuales
de tal aniquilación donde se nos hace comprensible el fenómeno del arte
dionisíaco, el cual expresa la voluntad en su omnipotencia, por así decirlo,
detrás del principium individuationis (principio de individuación), la vida
eterna más allá de toda apariencia y a pesar de toda aniquilación. La alegría
metafísica por lo trágico es una trasposición de la sabiduría dionisíaca
instintivamente inconsciente al lenguaje de la imagen: el héroe, apariencia
suprema de la voluntad, es negado, para placer nuestro, porque es sólo
apariencia, y la vida eterna de la voluntad no es afectada por su aniquilación.
«Nosotros creemos en la vida eterna», así exclama la tragedia; mientras que
la música es la Idea inmediata de esa vida. Una meta completamente distinta
tiene el arte del escultor: el sufrimiento del individuo lo supera Apolo aquí
mediante la glorificación luminosa de la eternidad de la apaviencia, la belleza
triunfa aquí sobre el sufrimiento inherente a la vida, el dolor queda en cierto
sentido borrado de los rasgos de la naturaleza gracias a una mentira. En el
arte dionisíaco y en su simbolismo trágico la naturaleza misma nos interpela
con su voz verdadera, no cambiada: «¡Sed como yo! ¡Sed, bajo el cambio
incesante de las apariencias, la madre primordial que eternamente crea, que
eternamente compele a existir, que eternamente se apacigua con este cambio
de las apariencias!”.
Capítulo 4
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