Relación señal/ruido

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Universidad Nacional de Tucumán
Facultad de Filosofía y Letras
Especialización en Comunicación para el Desarrollo
Tucumán. Argentina
82. Relación señal/ruido.
Se conoce como señal a todo estímulo que lleva una información significativa para construir un
mensaje y como ruido a cualquier otro estímulo que acompaña a la señal dificultando la
adecuada transmisión, almacenamiento y comprensión de la misma.
Las señales que componen los mensajes tienden a reducir el desorden, la entropía, en tanto que
el ruido tiende a incrementar el desorden y aumentar la entropía.
Cuando queremos percibir una señal visual que nos interesa procedemos a una serie de
operaciones: giramos la cabeza, e incluso el torso, en la dirección en que hemos alcanzado a
vislumbrar la señal, hacia donde la hemos percibido "con el rabillo del ojo"; a continuación
enfocamos la señal para percibirla con nitidez y desplazamos el globo ocular hasta situar la
imagen sobre la fóvea. En ese momento alcanzamos el mayor nivel de precisión en la
percepción visual de dicha señal. Si el cuerpo u objeto que emite, o refleja, el estímulo luminoso
es muy pequeño, procederemos a desplazarnos hasta que dicho estímulo ocupe una parte
importante del área de visión. Nos hemos concentrado en la señal y tratamos de reducir el ruido
al mínimo nivel. Dejamos de mirar, para comenzar a ver.
En el caso de un estímulo sonoro, el procedimiento es casi idéntico; giramos la cabeza hasta
orientarla hacía la fuente del estímulo y, en forma automática, determinamos su localización
estableciendo diferencias de fase, en el caso de los sonidos graves, y de intensidad en los
agudos, pero a veces añadimos dos procedimientos más. El primero consiste en cerrar los ojos,
con el fin de dejar activos los canales y redes neuronales que atienden a la audición, sin hacer
actuar los de la visión y poder así concentrarnos en el estímulo que estamos investigando. El
segundo, consiste en reforzar mecánicamente el sonido que nos llega, formando una pantalla
reflectora con la mano y colocándola alrededor del pabellón auditivo. Buscamos así reforzar el
estímulo que nos interesa y reducir la llegada de otros estímulos que no nos interesan. Los
circuitos neuronales pueden concentrarse en la señal y reducir la percepción del ruido, pero
antes necesitan identificar aquellos rasgos de la primera que permiten, mediante la
concentración adecuada, concentrarse en ellos para prestar menos atención a los del segundo.
El tono de la voz, además del timbre, son elementos básicos de esta selección. Dejamos de
escuchar, para comenzar a oir.
Es decir, en ambos casos buscamos concentrarnos en la señal, portadora de información, y
reducir el ruido, que obstaculiza la percepción de la información significativa.
A la relación, o proporción, entre la intensidad de la señal y la intensidad del ruido que la
acompaña, la denominamos relación señal/ruido y se la indica y mide en dB, o decibeles. Esta
unidad es logarítmica, lo que significa que un incremento de un dB en la relación, indica un
aumento también logarítmico de la calidad. Una relación señal/ruido de 3 dB indica que la señal
es mil veces más intensa que el ruido y una relación de 4 dB indica una señal diez mil veces más
fuerte que el ruido.
Se encuentran indicaciones en dB en diversos equipos y materiales. Los camescopios suelen
indicar la calidad de la señal que generan en dB. Las cintas magnéticas suelen tener, cuando
son de elevada calidad, la indicación de la relación señal/ruido. Lo mismo encontramos en los
micrófonos, amplificadores y reproductores de audio.
Generalmente los equipos que indican esta relación son semiprofesionales o profesionales y no
es frecuente encontrarla en los equipos de tipo doméstico.
En los primeros encontramos relaciones que oscilan entre 40 y 65 dB, lo que indica una elevada
calidad. En los equipos domésticos quizá el más alto nivel se encuentre en los discos compactos
y sus reproductores, que suelen indicar relaciones del orden de 60 dB.
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Pero, a veces, encontramos el decibel como unidad absoluta y ya no como relación entre otras
unidades. Esto sucede en acústica, en donde además de encontrar como unidad de intensidad
el fonio, se utilizan referencias a las intensidades medidas en decibeles. El sonido más débil que
puede ser percibido está cerca de 1 dB, en tanto que el umbral del dolor se sitúa cerca de los
120 dB. La diferencia entre ambas intensidades es del orden de un billón de veces.
En el caso de la visión, basta recordar que podemos leer un texto a la luz de una vela y también
podemos hacerlo a plena luz del sol un mediodía de verano. Las diferencias de intensidad entre
ambas intensidades luminosas son de uno a un millón. Se estima que un solo fotón puede llegar
a estimular la retina, pero no a producir una imagen comprensible.
La diferencia que introducen los equipos intermediarios para fines de observación visual reside
en dos posibilidades: la de prolongar la observación, acumulando series de señales de muy baja
intensidad hasta lograr un total acumulado perceptible, como en el caso de la fotografía
astronómica; o amplificando artificialmente una señal luminosa que ha sido, previamente,
transformada en señal eléctrica. Este último artificio, desgraciadamente, suele introducir un
determinado nivel de ruido que no siempre es posible eliminar.
Otra función que pueden cumplir los equipos es ampliar el rango de frecuencias perceptibles a
ojo desnudo (o a oido desnudo). El rango de luz ultravioleta o el infrarojo, que no son percibidos
por el ojo, pueden ser detectados mediante células fotoeléctricas sensibles a sus frecuencias.
Los infrasonidos, de menos de 30 ciclos por segundo, y los ultrasonidos, de más de 25.000
ciclos por segundo, y que los perros sí alcanzan a percibir, pueden ser detectados mediante los
instrumentos de captación adecuados. Pero todos estos procesos con intermediación de
instrumentos introducen siempre un determinado nivel de ruido. Con los adelantos técnicos el
ruido es cada vez menor y queda compensado ampliamente por la expansión de la percepción.
Pero en un proceso de comunicación podemos diferenciar dos grandes categorías de ruido. El
ruido tecnológico, cuando utilizamos instrumentos intermediarios con el fin de conservar
mensajes o de darles masividad, y el ruido comunicacional propiamente dicho. Este segundo se
puede diferencias, asimismo, en varias categorías. Ruido cultural, cuando utilizamos códigos
verbales, gestuales, de vestimenta o de conducta que, comprensibles en un entorno cultural
determinado, tienen significados diferentes, y hasta antagónicos, en otro entorno. En un mensaje
visual, podemos encontrar ruido por defecto, cuando no obtenemos una imágen que incluya
todos los elementos icónicos a compartir, o ruido por exceso, cuando colocamos en la imágen
más elementos icónicos que aquellos necesarios para compartir la información. En el mensaje
sonoro, el ruido por defecto es, en general, bajo volumen y el ruido por exceso, la inclusión en
las pistas de audio de elementos sonoros a niveles de volumen cercanos al de la señal, o a un
nivel que exije al cerebro un proceso de discriminación.
Todo ruido perturba o dificulta la comprensión de un mensaje. En algunos casos, sobre todo en
mensajes de información, la presencia de ruido puede transformarlos en desinformación. Uno de
los papeles importantes del comunicador para el desarrollo es la producción de mensajes con el
mínimo nivel de ruido, es decir, con la más elevada relación señal/ruido. Pero siempre en función
del destinatario de los mensajes. El ruido tecnológico, dentro de los límites trazados por las
disponibilidades económicas, puede ser controlado y reducido. Los ruidos comunicativos sólo
pueden ser eliminados, o reducidos, a partir de la formación, el cuidado, y el trabajo del
comunicador en la producción de los mensajes. Y, como parte de este ruido es cultural, tratar al
destinatario como interlocutor en la etapa inicial del proceso comunicativo, es una de las pocas
garantías que podemos tener para producir mensajes con una elevada relación señal/ruido, es
decir con un dB alto.
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