Lunes 11 de julio de 2016 · Nº 3 DÍNAMO Ilustración: Ramiro Alonso Movimientos sociales en tiempo de gobiernos progresistas Cuesta arriba 02 LUNES 11·JUL·2016 DÍNAMO Movimientos sociales, democracia y ciencia política El rol de los movimientos sociales en las democracias contemporáneas latinoamericanas no genera consenso en la academia. Grosso modo, es posible identificar dos posturas contrapuestas. Mientras que algunos autores sostienen que la protesta social es una forma normal de complementar la política institucionalizada, otros afirman que la protesta expresa problemas en el funcionamiento de las democracias. Estas dos posturas han sido caracterizadas como la “hipótesis de la normalización” y la “hipótesis de la polarización”1. Los defensores de la hipótesis de la normalización señalan que la protesta social se ha vuelto habitual en nuestro continente y que quienes participan en ella son aquellos que manifiestan también mayor interés en la política en general, incluyendo los canales institucionales de participación2. Desde esta perspectiva, la protesta social y la participación política convencional serían dos caras de una misma moneda. Las personas más propensas a participar en actos políticos y actividades partidarias también serían las más proclives a hacerlo en protestas sociales. La realidad latinoamericana sería entonces parecida a la de las democracias de los países desarrollados, donde existe cierto consenso sobre la normalización de la protesta3. De hecho, algunos autores caracterizan a las sociedades posindustriales como “sociedades de movimientos sociales”, manifestando de esta forma la habitualidad de estos en el funcionamiento de esas democracias4. Sin embargo, en América Latina hay quienes cuestionan que se haya dado un proceso de este tipo. Quienes defienden la hipótesis de la polarización ven en las protestas sociales un síntoma de los problemas de las democracias, incapaces de canalizar institucionalmente las demandas sociales. Desde el retorno de la democracia en la región, varios presidentes han abandonado precipitadamente su cargo en medio de fuertes movimientos sociales de protesta5, algo que parece abonar esta hipótesis (Jamil Mahuad en Ecuador, Fernando de la Rúa en Argentina y Gonzalo Sánchez de Lozada en Bolivia, por ejemplo). En esta misma línea, se ha argumentado que las características de los sistemas de partidos de los países afectan la cantidad de protestas y/o su radicalidad. Este tipo de razonamientos se basa en el supuesto de que, en caso de funcionar correctamente las instituciones políticas, una democracia no debería enfrentar fuertes movimientos sociales. Aunque esta dicotomía puede resultar interesante para disparar la reflexión sobre movimientos sociales y democracia, cabe preguntarse si es posible postular una tesis genérica para una realidad continental tan diversa. Además, es posible sostener que un mismo país puede oscilar entre momentos de protesta “normalizada” y momentos de protesta “polarizada”. Sin profundizar sobre el tema, este debate sirve también para preguntarnos sobre el tratamiento que ha recibido el estu- Con el apoyo de: dio de los movimientos sociales en la ciencia política. El análisis sobre movimientos sociales ocupa un rol más bien marginal en la disciplina, que ha avanzado más decididamente en el abordaje del funcionamiento de la política institucional convencional, la que transcurre en congresos y ejecutivos, oficinas gubernamentales o las sedes de partidos políticos, por ejemplo. Cuando ocurren momentos de alta conflictividad social, el acto reflejo suele ser preguntarse: “¿qué está funcionando mal a nivel institucional?”, y buscar afinar la mirada, para dar con las causas de la protesta. En definitiva, a nivel teórico la mirada más habitual considera a los movimientos sociales como instancias más bien reactivas frente al funcionamiento de la política convencional. Este tipo de enfoques limita el potencial analítico de la disciplina para comprender el funcionamiento de nuestras democracias. Siendo provocativo, podría afirmarse Redactor responsable: Lucas Silva / Edición y coordinación: Marcelo Pereira, Natalia Uval / Diseño y armado: Martín Tarallo / Edición gráfica: Iván Franco / Ilustraciones: Ramiro Alonso / Corrección: Karina Puga / Textos: Sebastián Aguiar, Pablo Anzalone, Germán Bidegain, Lilián Celiberti, Daniel Olesker, Gabriel Quirici, Carlos Santos. DÍNAMO que la dicotomía entre polarización y normalización puede ser más útil para caracterizar distintas perspectivas analíticas a la hora de tratar los movimientos sociales que para describir la realidad que se pretende estudiar. Creo que en la disciplina ha primado una mirada polarizada y que mucho podría ganarse al incorporar el análisis de los movimientos sociales como objeto de estudio a título completo, dejando un poco de lado el punto de vista que las concibe como síntoma de fallas en el funcionamiento de la política convencional. En primer lugar, porque sería una manera de ampliar esa mirada hacia fenómenos y actores que, aunque estén por fuera del funcionamiento cotidiano de la política convencional, son expresiones de temas eminentemente políticos, como la representación, la participación y el poder. En segundo lugar, porque, incluso desde una visión restringida de la política acotada a los actores convencionales, es innegable que los movimientos sociales interactúan con la política institucional y afectan la estabilidad de los regímenes, de los gobiernos, las decisiones gubernamentales e incluso los resultados electorales. En tercer lugar, porque los actores sociales no actúan solamente en momentos de crisis ni lo hacen solamente de forma reactiva, sino que suelen realizar un trabajo constante. Este trabajo es muchas veces la base sobre la que se articulan luego los ciclos de protesta más espectaculares. Además, las fronteras entre actores sociales y políticos son porosas y los primeros no sólo dependen de la protesta para promover sus demandas. Las actividades de las organizaciones sociales incluyen contactos informales con actores políticos y gubernamentales, la generación de actividades de reflexión y divulgación sobre temas políticos, la participación en instancias gubernamentales como representantes sociales, etcétera. En definitiva, creo que hay mucho para ganar si la ciencia política se suma de forma más decidida al debate sobre movimientos sociales, que hasta ahora ha recibido mayores insumos de otras áreas del conocimiento científico (como la sociología y la psicología). Hacerlo permitiría aportar al debate propiamente politológico, a la comprensión de los movimientos sociales y del funcionamiento más amplio de la sociedad. ■ Germán Bidegain 1. Ángel Flisfisch et al., Ciudadanía política: Voz y participación en América Latina (Buenos Aires, Argentina: Siglo Veintiuno Editores, 2014), 106-107. 2. Mason Moseley y Daniel Moreno, “La normalización de la protesta en América Latina”, Perspectivas desde el Barómetro de las Américas: 2010 (Latin American Public Opinion Project, 2010), http://www.vanderbilt.edu/lapop/insights/ I0842es.pdf; Marisa Revilla Blanco, “América Latina y los movimientos sociales: El presente de la ‘rebelión del coro’”, Nueva sociedad, No 227 (2010): 51-67. 3. Russell Dalton, Alix van Sickle, y Steven Weldon, “The Individual-Institutional Nexus of Protest Behaviour”, British Journal of Political Science 40, No 1 (enero de 2010): 51-73, doi:10.1017/ S000712340999038X. 4. David S. Meyer y Sidney Tarrow, eds., The Social Movement Society (Lanham: Rowman & Littlefield Publishers, 1997). 5. Aníbal Pérez-Liñán, Juicio político al presidente y nueva inestabilidad política en América Latina (Buenos Aires, Argentina: Fondo de Cultura Económica, 2009). LUNES 11·JUL·2016 03 Algunas notas sobre jóvenes y movimiento social juvenil 1. Suele apuntarse un retraimiento de los jóvenes en cuanto a la participación política. Efectivamente, varias investigaciones indican que estos están más distanciados de los partidos políticos que otros grupos etarios. Pero el activismo juvenil es variado e importante: lo demuestran, además de las juventudes partidarias -como la del PIT-CNT o la de la Federación Uruguaya de Cooperativas de Vivienda por Ayuda Mutua-, los movimientos sociales juveniles, como el estudiantil, con la Federación de Estudiantes Universitarios del Uruguay y las coordinadoras de secundaria, y también la fuerte presencia de jóvenes en el movimiento por los derechos humanos, el ambiental, el feminista, el anarquista y el LGBT. 2. Permanentemente, además, aparecen nuevas demandas de jóvenes organizados que buscan cambios sociales para una mayor justicia, como las que surgieron recientemente contra los manicomios, el acoso callejero y la liberación animal. Otras demandas se multiplican. Por ejemplo, hace décadas que los medios de comunicación son un espacio de antagonismo en el que operan las radios comunitarias, mayoritariamente llevadas adelante por jóvenes, y en la actualidad fructifica el activismo relacionado con el copyleft, el software libre, los medios apoyados en tecnologías y otros. 3. Es necesario prestar atención al terreno cultural como un espacio fuertemente político. Muchas casas y centros culturales, desde La Solidaria hasta La Cuadra, aglutinan movimiento juvenil. También se hace política en torno al grafiti y al arte callejero en general, al hip-hop, a las murgas jóvenes, a las movidas de punks, góticos y metaleros, a los sellos discográficos independientes o al veganismo. Son formas de resistencia; a veces también funcionan como tales la cumbia y el reguetón. En ocasiones, las organizaciones de voluntarios, como Techo y otras, con o sin componentes religiosos, trascienden su trabajo concreto y toman posición en temas políticos. Configuran movimiento juvenil en el sentido más laxo, casi literal, del término. 4. Este poblado escenario puede ordenarse de muchas maneras. Hay movimientos con mayor o menor organización, con más o menos discurso general, con más o menos distancia respecto de la izquierda política, construidos en esta generación o antes, orientados hacia el Estado o el compromiso individual. En relación con esos u otros ejes, pueden definirse tipos de activismo juvenil, y se dibuja un amplio y complejo espacio de movimientos, con cercanías y distancias entre ellos. 5. Las organizaciones vinculadas con la agenda de derechos (matrimonio igualitario, aborto, marihuana) impulsaron una fuerte ola de activismo, que se volvió propiamente un nuevo movimiento social. Lograron cambios trascendentes, mostraron nuevas tácticas, capacidad de movilización y en particular articulaciones exitosas, una conexión generacional y entre generaciones. En el entramado que llevó adelante la agenda de derechos confluyeron muchos espacios de activismo juvenil, y prácticamente todos los que, entre los mencionados, orientan sus demandas hacia el Estado. 6. En la campaña contra la baja de la edad de imputabilidad confluyeron, junto con estos últimos, los orientados más bien al compromiso individual: desde organizaciones de voluntarios hasta los scouts, grupos religiosos o jóvenes del Partido Nacional. Esa articulación de todo el entramado de movimientos sociales juveniles tuvo, además, la peculiaridad de que se presentó expresamente como una “voz joven”, algo muy poco frecuente en las últimas décadas, en las que hubo sobre todo movilizaciones definidas por su temática, y no porque fueran jóvenes quienes las realizaban. 7. Las movidas por la agenda de derechos y por el No a la Baja desconcertaron a profesionales de la política y a académicos, que no previeron la regulación de la marihuana, el éxito en el último plebiscito ni el carácter revulsivo del matrimonio igualitario. Claro, cuatro presidentes consecutivos con más de 60 años y el promedio de edad del actual gabinete muestran que desde ahí arriba hay serias dificultades para conocer y comprender lo nuevo. Ni digamos para apoyarlo y animarlo. En la también envejecida academia nacional no hay investigaciones, se desprecian esos movimientos, por “poco políticos”, se les exige a los jóvenes movilizados respuestas, utopías o planes que ni expertos ni partidos han podido dar. 8. Todos estos activismos tienen en común que suceden mayormente entre jóvenes incluidos, integrados. Y, como es sabido -aunque no cabalmente asumido-, una fractura social separa en Uruguay a jóvenes y adultos (con diferencias significativas en las tasas de pobreza o de informalidad laboral), y otra fractura separa a los jóvenes de hogares pobres y ricos (por ejemplo, con tasas muy distintas de egreso educativo). La campaña contra la baja tendió un puente entre esos jóvenes, y otro entre todos ellos y el mundo adulto. 9. A partir de esas fracturas se han producido acontecimientos y movimientos sociales recientes, como los del barrio Marconi. Son estallidos nítidamente juveniles, que recuerdan a los de París o Londres de años pasados: desde fuera, excluidos, con un idioma que académicos e integrados no comprenden. Son protestas en las que el componente ideológico parece secundario, pero sin duda hablan de resistencia y cambio social. 10. No sólo hay contextos sociales relativamente nuevos: el entorno político también está cambiando. El concepto de “estructura de oportunidad”, bastante intuitivo, es tradicional en el estudio de los movimientos sociales: alude a los cambios en el sistema político, y en particular en el Estado, que enmarcan las protestas, las demandas y sus chances de éxito. La estructura de oportunidad se está modificando en Uruguay, en términos económicos (con un empeoramiento evidente de indicadores), políticos (con un aumento de la distancia entre el gobierno y sus bases sociales) e internacionales (con gobiernos de otro signo en la región). Así está dispuesto el escenario: con un variado movimiento social juvenil que ha alcanzado importantes logros, cuyo amplio espectro de activismos puede clasificarse de varias formas; con dos hitos recientes que implicaron exitosas y novedosas articulaciones; con distancias respecto de políticos y académicos que no han sabido interpretarlos; en un marco de fracturas sociales agudas y de cambio en ciernes de la estructura de oportunidad política. ¿Qué decir? ¿Qué vendrá? Tras la salida de la dictadura, aproximadamente cada ocho años se produce un ciclo de protestas juveniles, con características distintas cada vez. En 1988, la coordinadora antirrazias; en 1996, las ocupaciones estudiantiles; en 2004, las redes frenteamplistas, y en 2012, la agenda de derechos. Es posible, entonces, que advenga una pausa, un período de latencia. No quiere decir esto que nada pase, ni que los actores desaparezcan (de hecho, hay representantes de cada “generación movimentista” en espacios muy visibles): simplemente la ola de auge y convergencia pasa. Sin embargo, dos o tres motivos hacen posible otro devenir, un nuevo resurgimiento. El primero, un factor interno: el entramado que coaguló en la campaña contra la baja de la edad de imputabilidad aún existe. Los canales de comunicación entre organizaciones y activistas están intactos. Sus estrategias están maduras y son efectivas. Sus tácticas y su comunicación han demostrado capacidad de trascender; las diferencias entre ellos han sabido superarse. El segundo, un factor de contexto: fue una señal externa la que motivó esa articulación casi total del activismo social juvenil, una reacción frente a una iniciativa estigmatizante y populista que mostraba lo peor de la política, la disposición a tomar medidas crueles e ineficientes sólo por oportunismo. Y ahora nuevamente asoma en el sistema político un punitivismo demagógico. Quizás, ojalá, la reiteración del envite lleve a un nuevo despertar. El tercer motivo es que son necesarios. Sólo ellos podrán tender un puente para (con limitaciones) comunicar o traducir, entre el imperante idioma de lo viejo e instituido y el chivo expiatorio preferido, con los “jóvenes marginales”, a quienes se les exigen comportamientos para los cuales no se les dieron oportunidades. Sólo ellos podrán interpretar las nuevas emergencias políticas en la izquierda, desde Podemos a Syriza. Sólo ellos podrán dar soluciones innovadoras a viejos problemas, como la educación y la inseguridad. Lo nuevo va a venir, ha venido, está aquí para quedarse. Y sólo los jóvenes movilizados podrán expresarlo. ■ Sebastián Aguiar 04 LUNES 11·JUL·2016 DÍNAMO Dando el ejemplo Conversación con Alejandro Grimson sobre el vínculo del kirchnerismo con su base social y la magnitud de su fracaso “Siempre hay conspiraciones. La pregunta es por qué esas conspiraciones a veces triunfan y a veces fracasan”. Esta frase del antropólogo argentino Alejandro Grimson, pronunciada en una charla organizada por el espacio de debate político La Jabonería en Buenos Aires, sintetiza su distanciamiento de posiciones paranoicas y su disposición a analizar en profundidad la coyuntura que vive hoy Argentina tras el triunfo de Mauricio Macri. Grimson es licenciado en Ciencias de la Comunicación por la Universidad de Buenos Aires, doctor en Antropología por la Universidad de Brasilia e investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, especializado en procesos migratorios, zonas de frontera, movimientos sociales, culturas políticas, identidades e interculturalidad. Analizó los cambios en la base social de apoyo al kirchnerismo, la creciente homogeneización de esta corriente y la ausencia de un relato de futuro que llevó a su derrota en las últimas elecciones. –¿Cómo – caracterizarías la relación de los movimientos sociales con el peronismo? -Más allá de la diversidad que siempre han tenido los movimientos sociales, los orígenes del peronismo, en el año 1945, están muy relacionados con el ascenso y la constitución del movimiento obrero argentino. Por supuesto, el movimiento obrero se venía organizando desde hacía décadas, pero siempre en un lugar semiclandestino, con reconocimientos parciales. El peronismo surgió a partir de un hecho, que es que un funcionario del Estado, llamado [Juan Domingo] Perón, secretario de Trabajo, cambió radicalmente la política hacia los dirigentes del movimiento obrero y sobre ese cambio fue edificando su propio movimiento. De hecho, cuando Perón fue encarcelado se produjo la famosa movilización del 17 de octubre de 1945, que era puramente obrera y ocupaba Buenos Aires, y una semana después se fundó el Partido Laborista, que era un partido organizado por esos sindicatos. Ese partido permitió ganar las elecciones en febrero de 1946, y Perón luego lo disolvió para fundar el Partido Peronista. Si nos proyectamos muchos años después, en 2000, en Argentina, había una fragmentación muy grande del movimiento obrero, pero también existía el movimiento de piqueteros, de desocupados, al cual se le agregan todos los movimientos productos de la crisis de 2001. El gobierno de [Eduardo] Duhalde acortó su mandato por el asesinato de dos piqueteros en junio de 2002; eso generó una crisis política y se fijó una fecha adelantada para las elecciones. [Néstor] Kirchner, cuando llegó al poder, inmediatamente empezó a negociar con los movimientos piqueteros, que terminaron dividiéndose entre algunos que se integraron de distintas maneras al kirchnerismo, otros que mantuvieron niveles Alejandro Grimson. • foto: s/d de autor de negociación y crítica y otros que mantuvieron autonomía pero fueron perdiendo fuerza a lo largo del tiempo. Por supuesto, en el caso del kirchnerismo hay otra relación [con los movimientos sociales], y es que toma muchas banderas del movimiento de derechos humanos, que es un movimiento central en la historia reciente de la Argentina desde la dictadura. Muchas veces la oposición criticó que los organismos de derechos humanos fueran oficialistas en estos últimos años. En realidad, si bien hubo algún caso de esos, en la mayor parte de los casos el tema era que el gobierno estaba aplicando buena parte de las políticas que ellos habían venido reclamando desde hacía muchos años. –¿Cómo – fue el vínculo del kirchnerismo con el movimiento sindical? -Tuvo dos momentos. En los primeros dos gobiernos, el líder de la Confederación General del Trabajo, Hugo Moyano, fue oficialista, y en los últimos “Si no tenés proyecto de futuro que enamore a la sociedad, no podés pretender que la sociedad te reelija por las cosas buenas que hayas hecho en el pasado” cuatro años fue opositor. Una de las razones que siempre se aducen tiene que ver con que él quería tener un mayor protagonismo político, pero no sólo es una cuestión personal, sino más general. En ese partido laborista del 45, un tercio eran dirigentes sindicales; eso en el peronismo se ha venido reduciendo mucho, y hoy muy pocos de los diputados son dirigentes sindicales. El sector más ligado a la industria, los docentes y una parte de los empleados del Estado quedaron más cercanos al gobierno, y sindicatos como los ligados al transporte se alejaron. Moyano reclamaba que se redujera o eliminase el impuesto a las ganancias que pagan 10% de los asalariados en Argentina. No es un reclamo ni por los desocupados ni por los más hambrientos, ni nada por el estilo. En los años 70 había tres ramas del peronismo: la sindical, la femenina y la política, y cada una de ellas tenía una parte del poder del peronismo, pero la rama sindical fue perdiendo su peso histórico a lo largo del tiempo. También es verdad que se incorporaron hijos de desaparecidos y líderes de los movimientos de desocupados. qué el sindicalismo fue –¿Por – perdiendo peso político? -Primero, por el cambio en la estructura productiva argentina, el desempleo en los 90. Y por otro lado, por un hecho muy obvio, y es que el sindicalismo en Argentina tiene poder, pero no tiene votos propios. Moyano se convirtió en oposición, pero no logró sacar votos propios. Él terminó apoyando otros fenómenos, como el de [Sergio] Massa o el de Macri, de maneras un poco ambiguas. –¿Cuáles – fueron las bases sociales del kirchnerismo? -La experiencia kirchnerista fue sostenida por los sectores más bajos, por los excluidos en todo el territorio. Fue apoyada por sectores obreros amplios, sobre todo los obreros que vivieron las experiencias neoliberales. Hay algunos indicios de que los más jóvenes durante muchos años lo apoyaron, pero en los últimos años no, porque el discurso no los interpelaba. El discurso kirchnerista empezó a defender mucho el pasado y hablar poco del futuro, y un porcentaje importante de obreros jóvenes votó a Macri en la segunda vuelta. Las clases medias tendieron a dividirse. No la más conservadora típica o antipopular, que apoyó a la oposición. Las clases medias más progresistas, que siempre hubo en todas las ciudades argentinas, se dividieron en dos: una parte apoyó fervientemente al kirchnerismo y la otra odió fervientemente al kirchnerismo. Eso se llamó acá “la grieta”: que en una misma familia haya gente que no sólo tenga opiniones distintas, sino que considere que la opinión del otro es una opinión inmoral. Eso sigue pasando hoy, y el macrismo incluso profundizó ese fenómeno. –¿El – kirchnerismo cometió errores, en particular en su vínculo con las bases sociales que lo apoyaban? -Sí, hubo errores muy grandes. No hubo ningún plan de sucesión. En 2010, cuando Cristina Fernández se encaminó a la reelección, está claro que no había sucesión, porque la sucesión era Néstor Kirchner en el plan de ellos. En ese momento apareció la cuestión de que en 2015 tenía que haber otro candidato. Y en ningún momento desde 2010 se trabajó en construir una figura de sucesión. Eso es increíble. ¿Por qué pasó? En parte, para no empoderar ministros, para concentrar poder; en parte, porque hubo una ilusión en algunos sectores DÍNAMO del gobierno de que podían cambiar la Constitución y lograr la reelección. Tuvieron una borrachera interpretativa, cometieron un error que se cometió en otros países de América Latina, que es creer que porque la gente quiere tu proyecto apoya la reelección de una figura. Pero ese error fue fatal. Y después de eso se cometieron errores que tienen que ver con que si no tenés proyecto de futuro que enamore a la sociedad, no podés pretender que la sociedad te reelija por las cosas buenas que hayas hecho en el pasado. El kirchnerismo cometió un error fatal, que fue pedirle a la sociedad que le agradeciera todo lo bueno que había hecho. La apuesta de 2015 fue a que se votara el Frente para la Victoria (FV) porque se había hecho una cantidad de cosas importantes y se había ampliado una cantidad de derechos. Y en realidad vos tenés que agradecerle a la sociedad que te vote y te acompañe, no pedirle que te agradezca. –Has – dicho en otras ocasiones que el kirchnerismo se dedicó a hablarles a los convencidos. ¿La institucionalización hace que el discurso se vuelva endogámico? ¿En qué sentido eso alejó al kirchnerismo de su base social? -Sí, yo creo que cumplió un rol central en ese distanciamiento. La vocación reeleccionista generó una crisis política, porque había dirigentes que se oponían, y planteó una división en el FV y una separación entre amigos y enemigos: los que están con el gobierno tienen que estar con todo, apoyar en todo y no poner en cuestión nada, y los que cuestionan algo ya están en la vereda de enfrente. Eso generó una polarización que fue homogeneizando cada vez más al kirchnerismo. Cuanto más homogéneo era, más minoritario se volvía. Hay muchas razones por las cuales la gente apoyó a Fernández en 2011. En la medida en que pasó a haber una exigencia de apoyo “La cuestión de hablarles a los convencidos fue radicalizándose y volviéndose moralmente exigente, en el sentido de ‘ustedes tienen el deber de defender esto, de defender lo logrado’”. más absoluto, solamente un tercio de la población estuvo dispuesto a acompañar, que es más o menos el porcentaje de apoyo que sacó el FV en las legislativas de 2013, las cuales perdió en Buenos Aires, y de esa manera enterró cualquier proyecto de reforma constitucional. Pero ese enterramiento ya hizo que no hubiera ningún candidato de recambio, y menos aún ligado a la izquierda peronista. La cuestión de hablarles a los convencidos fue radicalizándose y volviéndose moralmente exigente, en el sentido de “ustedes tienen el deber de defender esto, de defender lo logrado”. Y no estaba mal defender lo logrado en términos de lo que estamos viendo hoy en Argentina y en el mundo. El kirchnerismo logró una enorme ampliación de derechos, y estaba bien la idea de defender esa ampliación. Lo que estaba mal era no darse cuenta de que para defender esa ampliación había que ganar las elecciones de nuevo, y para eso no alcanzaba con esa consigna, sino LUNES 11·JUL·2016 que tenías que construir mayorías, es decir, construir agenda que hablara con los sectores de la sociedad que no están identificados con vos. fue el peso real y simbólico –¿Cuál – de la aparición de José López con el dinero en un convento? -Para mí, divide la historia del kirchnerismo en dos. López destruye dos cosas: primero, cualquier duda sobre si existe algún hecho de corrupción o no y, segundo, el mito de que en amplios sectores del kirchnerismo había habido hechos de corrupción pero habían sido para financiar la política. Eso, en voz baja, quería decir: “frente a Macri, que tiene mucho dinero, ¿cómo hacés para hacer política?”. Entonces en algún sector existía una justificación en ese sentido. Pero el dinero de López era para él, era un seguro de vida para López, no era para financiar nada. Y a partir de ahí, divide en dos, porque los dirigentes que tienen vocación de mayoría rechazan lo de López, exigen la verdad sobre todo y que se investigue, pero en realidad hay mucho dirigente del kirchnerismo que trata de quitarle importancia a lo de López. Dicen que era solamente López, como si fuera un hecho totalmente aislado, y eso hace que la sociedad se pregunte si los están tomando por tontos. Apareció un ladrón que estuvo 12 años en tu gobierno, que muchos años antes ya era funcionario y había sido parte del grupo de Santa Cruz; es medio inverosímil que ese señor haya estado sentado 12 años ahí y nadie se haya enterado de nada. Entonces, lo de López puso mucho más a la defensiva a ciertos sectores del kirchnerismo. 05 –En – Uruguay, algunos dirigentes políticos creen que si el Frente Amplio (FA) vuelve a la oposición, eso va a facilitar la unidad y la construcción de un proyecto común. ¿Cómo fue la experiencia en Argentina, con el triunfo de Macri? -No se aplica para nada. El peronismo está más fragmentado que nunca, y el kirchnerismo también. Lo que hay en Argentina es un proceso centrífugo: no se sabe a dónde va a ir a parar cada uno de los sectores. Hay un proceso de fragmentación. Nunca hubo más divisiones y pases de factura y lucha. Por supuesto, en algún momento eso va a parar y alguien va a hegemonizar. Ahora, el peronismo no es el FA, y puede ser hegemonizado por el kirchnerismo o por un gobernador católico conservador. Yo creo que esa ilusión uruguaya tiene otro pecado. En los 90, cuando el FA quería llegar al gobierno pero no llegaba, en América Latina la izquierda no tenía un programa de gobierno realista. En los 2000, cuando la oposición de derecha quiso llegar al poder y no lo logró, la derecha no tuvo programa de gobierno. La pregunta que hoy se tiene que hacer la izquierda en cada uno de los países es si tiene o no realmente un programa de gobierno viable para la coyuntura actual y cuál es su agenda en esta etapa. En Brasil, en Argentina y quizás en algún otro país de América Latina, una parte de la derrota que se está viviendo está vinculada a la carencia de un programa político, económico y culturalmente sustentable para esta coyuntura. Ir a la oposición no garantiza que lo tengas. ■ Natalia Uval Relaciones conflictivas Resulta cada vez más difícil desarrollar un diálogo político de izquierda con un gobierno que no pretende cambiar las reglas de juego, sino jugar dentro de ellas. Los campos de disputa son tantos que podríamos convertir estas líneas en una enumeración de desencuentros y no alcanzaría el espacio para abordarlos. Estos van desde las políticas de seguridad pública, la carcelaria y la represiva, o la tolerancia infinita con la impunidad y los privilegios militares, hasta el prolijo ocultamiento de las aristas más avanzadas y emancipatorias de las leyes promulgadas, como la de Interrupción Voluntaria del Embarazo. Los desencuentros subjetivos se vinculan con un imaginario que espera y desea políticas capaces de producir nuestras perspectivas de derechos con mayores niveles de justicia material y simbólica. El desencanto y la impotencia parten de ese lugar de frustración de los sueños al que nos conducen las propuestas neodesarrollistas y extractivistas. El disciplinamiento político y represivo -en aras de una supuesta unidad- no puede crear obviamente una pedagogía crítica, y en este punto estamos, tratando aún de tragar la muerte de un adolescente en el Marconi a manos de un policía, las duchas frías en invierno en centros de reclusión para adolescentes, las cárceles cada vez mas repletas y las mujeres presas con hijos a cargo trasladadas al mayor penal de mujeres existente, o un diálogo sobre seguridad que no convoca a la sociedad civil a debatir. Aplaudimos y nos reconfortamos cuando aparecen en los medios voces críticas que nos hacen recuperar el hilo de una identidad política de izquierda castigada por la hegemonía conservadora o atrapada en América Latina en dicotomías que no nos identifican. No queremos elegir entre un “poco de corrupción”, pero con políticas sociales que permiten sacar a miles de personas de la pobreza extrema, y una derecha misógina, fundamentalista y neoliberal. Cuando el debate se presenta en esos términos resulta imposible dialogar. Las feministas conformamos una vertiente de la izquierda contestataria, que subvierte el orden económico, político y cultural, y desde ese lugar nos peleamos con una izquierda que nos expulsa de la “casa” cuando la criticamos. Las luchas de los feminismos se confrontan así con una cultura de izquierda que continúa marginando campos del activismo político a un lugar secundario, reproduciendo una división obsoleta teórica y prácticamente entre “lo político” como gestión del Estado y las relaciones sociales cotidianas en las que la exclusión social, el racismo, el sexismo y la heteronormatividad se articulan en las personas de carne y hueso, en los cuerpos de las mujeres que padecen violencia y de las niñas y los niños abusados sexualmente. ¿Cuál es el campo de las alianzas que los partidos de izquierda privilegian? No parece ser la relación con los movimientos sociales, con feministas, ecologistas, activistas de derechos humanos y otras personas inconformistas, una y otra vez estigmatizadas y ridiculizadas por mirar “el árbol y no ver el bosque”, sin comprender que es precisamente el bosque lo que no nos gusta. Querer mas radicalidad democrática, menos extractivismo, más cambio cultural, más relaciones igualitarias en la política, en la familia y en la cama no es precisamente de pesimistas. Lejos de haber superado viejos estigmas y prejuicios acerca del feminismo, estos se refuerzan y repiten en frases hechas, como “las mujeres sólo quieren más cargos”, cuando hablamos de paridad o violencia de género, o “quieren dejar de lado a los hombres”, cuando se trata de definir la interrupción de un embarazo. La justicia ambiental, la social, la racial y la de género, el aborto y la autonomía reproductiva de las mujeres, la democracia directa, la participación y representación de las personas en la definición de los destinos colectivos y la situación de adolescentes en conflicto con la ley son algunos de los campos de la política que no entran a fondo en las culturas políticas de la izquierda partidaria para transformarlas. No es extraño, entonces, que exista cierto desánimo social. Al gobierno no sólo le cuesta dialogar con el movimiento feminista y los movimientos sociales, sino que, sobre todo, le cuesta entender que lo mejor para los gobiernos y los movimientos es reconocer la independencia de unos y otros y que es la tensión entre reclamos y respuestas lo que mueve los cambios en el mundo, y no la obsecuencia. Tampoco es razonable pensar que alejarse de los reclamos de los movimientos sociales y acercarse a gremiales empresariales o iglesias y ceder terreno a la derecha será lo que les garantizará su permanencia en el gobierno. Aprender la lección de Dilma debería ser obligatorio. ■ Lilián Celiberti 06 LUNES 11·JUL·2016 DÍNAMO Una propuesta utópica: liceos participativos para el siglo XXI Voy a imaginar en estas líneas una proyección ideal sobre lo que podría suponer una real incorporación de la participación social al ámbito de la educación secundaria. Parto de la base de que las diferentes expresiones de los movimientos sociales se expresan en tensión (a veces creadora, otras no tanto) con la superestructura que se ha construido en torno a la enseñanza para nuestros adolescentes a lo largo de décadas. Lo que me propongo pensar es cómo podrían articularse diversas formas de movilización social e institucionalización en clave pedagógica, formativa y emancipadora a nivel de sistema en general. Como un paréntesis entre tanta discusión tormentosa (y a veces estéril), comparto una síntesis en clave de propuestas que pretende articular lo que me ha sido posible percibir como constructivo desde las diferentes demandas que los movimientos sociales vinculados a la educación vienen realizando. Con la intención de imaginar un nuevo tipo de liceo (realmente) participativo, donde las voces de todos los actores pueden tener formas de expresión y articulación creadora. Los jóvenes: pueden y deben participar más Sería deseable que los estudiantes tuvieran instancias de participación más frecuentes y resolutivas sobre el funcionamiento de los liceos. La elección de delegados y profesores consejeros y la participación en la formulación de normas de convivencia deberían ser una actividad de relevancia más destacada en los centros. A esto habría que agregar la posibilidad de que los estudiantes evaluaran a los docentes y las actividades que allí realizan, como forma de ejerci- cio democrático de control y mejora de los servicios que se brindan. Esto no va en desmedro de la autonomía del movimiento estudiantil, sino que, por el contrario, puede revitalizar a un sector clave de la acción educativa. Para los docentes supondría la posibilidad de tener más información sobre qué prácticas resultan positivas, qué cambios hacer y qué transformar. No se trata de un ejercicio de contrapoder de los alumnos, sino de construir, en cada centro, herramientas de evaluación para afinar la partitura pedagógica en colectivo. Estimo que las herramientas tecnológicas pueden resultar sumamente adecuadas para realizar más fácilmente esta tarea, ya que, con formularios on line y encuestas por medio de la red Ceibal, se podría dinamizar una experiencia que enriquecería a toda la secundaria. Las autoridades deberían monitorear y exigir un trabajo alumno-docente responsable y creativo, y al mismo tiempo evitar caer en prácticas burocráticas y repetitivas. Existen numerosas prácticas de evaluación estudiantil que podrían servir como modelos para traducir y adaptar a las características del nivel medio. No sería descabellado pensar que un liceo participativo pudiera tener instancias de reunión semanal tripartita en un ámbito que involucrara a los delegados estudiantiles, al equipo de dirección y a los delegados del claustro docente. Los de afuera no son de palo La historia inmediata ha mostrado la gran vitalidad del movimiento estudiantil universitario a partir de la promoción de la extensión. Valiosos ejemplos de diálogo y acciones conjuntas entre el extensionismo de la Universidad de la República y diversos liceos en barrios y localidades del país son prueba de ello. Esta capacidad de movilización educativa no debería perderse en proyectos puntuales y debería potenciarse una vinculación sistemática que inyectaría savia nueva a la dinámica liceal. Tomando como punto de partida la experiencia de Compromiso Educativo (universitarios que dan apoyo a liceales en diversas materias), pienso que todo liceo participativo debería tener espacios para recibir estudiantes universitarios que promovieran momentos de trabajo interdisciplinario y de revinculación con el entorno económico-social del centro, para desarrollar prácticas innovadoras vinculadas con la producción, el género y la familia, la memoria, el medioambiente, las nuevas tecnologías, el deporte y la comunicación. Por qué no imaginar que todo joven de nivel terciario cumpliera, como parte de su formación, una experiencia de trabajo de extensión en un liceo a lo largo de un año. Pensando siempre en trabajos colectivos, con diálogo e intercambio entre estudiantes de la facultad y jóvenes y docentes del liceo, para proponer actividades comunitarias que potenciaran el rol del centro educativo en su entorno. Este liceo participativo tendría que incluir en su currículo horas de proyecto comunitario para que estudiantes y profesores trabajaran con los embajadores de la extensión, y de esa manera generaran un impacto positivo en las prácticas de enseñanza, los aprendizajes y las calificaciones. Creo, además, que la experiencia de participación estudiantil se vería potenciada por el intercambio de experiencias y que los jóvenes mayores pueden cumplir el rol de referentes intermedios para que los adolescentes vayan ganando experiencia tanto gremial como de acción transformadora y comprometida. Y por casa cómo andamos Una clave en los resultados de aprendizaje ha sido (más allá de lo que se piense de las pruebas externas) el origen familiar de los estudiantes. Parece imprescindible, entonces, que los liceos prevean otra forma de involucramiento por parte de los padres, que trascienda las comisiones de apoyo. Estas, cuando funcionan, son muy positivas. Pero secundaria deberá generar instancias de mayor acercamiento a las familias, de forma similar a como se hizo con el sistema de salud, cuando se creó la representación de los usuarios de la salud. Entiendo que quizás este sea el “movimiento social” menos visible (quizás inexistente) del entorno liceal. Pero cuando existen problemas en un liceo los padres acuden, y si es difícil movilizarlos, habrá que ser creativos y a la vez exigentes con los padres para que tengan participación. Crear equipos docentes de acercamiento familiar, en un formato similar al del maestro comunitario, para que equipos pedagógicos visiten las casas de los estudiantes con dificultades y motiven a los padres a participar es un camino intermedio que puede dar buenos resultados. Comunidad didáctica Para cerrar, comparto unas líneas acerca de la participación docente, nudo central de cualquier transformación educativa. Esta participación debe ser en paralelo, y no excluyente de la actividad sindical, y debería enfocarse en dos niveles. Por un lado, la gestión pedagógica del centro. Los docentes (con DÍNAMO estabilidad en un liceo y horas de permanencia pagadas sin trabajo de aula) deben formar un claustro por centro, elegir representantes para el equipo de dirección y tener incidencia directa en la elaboración de los proyectos comunitarios y en los mecanismos de evaluación (tanto para los alumnos como para las instancias de evaluación docente). Por otro lado, el desarrollo profesional. Es una idea que reitero con profunda convicción: el cambio en la enseñanza se podrá realizar cuando los profesores prolonguemos nuestra experiencia de formación inicial en didáctica (que se da en los institutos de formación docente) a lo largo de nuestro trabajo. Los liceos participativos serán todos “liceos de práctica”, donde los profesores de las diversas materias, tanto los experimentados como los nuevos, trabajen en proyectos, propongan evaluaciones colectivas, visiten las clases, elaboren estrategias para atender la diversidad, redacten artículos sobre innovaciones pedagógicas, aporten lo aprendido en posgrados y tecnicaturas en seminarios con sus colegas. Todo esto de forma coordinada por un claustro que, orientado por áreas, no haga perder a nadie la singularidad de su materia, pero sí lo haga trabajar en forma creativa e inclusiva junto con sus colegas; de esta manera, el docente podría, además, obtener reconocimiento profesional (ascenso de grado por concurso de desempeño y méritos; ¡no más por antigüedad!) en virtud de su compromiso con la participación didáctica. Bajando a tierra El problema que tiene todo esto se resume en dos variables: presupuesto y visión política. Quizás el primero nos falte en ciclos de enlentecimiento económico. Pero lo segundo supone que de una vez por todas las autoridades y el Frente Amplio encaren un gobierno de la educación con docentes que, incorporando los insumos de todas las disciplinas que estudian la educación (la sociología, la economía, la psicología, etcétera), prioricen la mirada pedagógica sobre el tema y salgan de la danza de números (horas de clase, repetición, promociones), ladrillos y demandas ajenas a la valiosa y difícil tarea de enseñar. Si vamos a encarar una educación con más estudiantes de todos los sectores sociales, en desventaja contracultural con respecto a los medios inmediatistas y proconsumismo, debemos crear las condiciones institucionales para que sea pedagógicamente participativa. Saber convertir los reclamos docentes en faros que adviertan el camino a seguir, con una propuesta institucional audaz y en diálogo, y evitar el “miedo” a confrontar con los elementos que utiliza el sindicalismo para trancar cualquier cambio es una responsabilidad de las autoridades. Que los reclamos y la forma en que se hacen no sean parte de una minoría activista, justa en sus fines pero alejada del colectivo docente y de la sociedad en general, es responsabilidad de los profesores. Que la política y las aulas no sigan en este diálogo de sordos puede ser una oportunidad para que los estudiantes demanden más participación. Estar a la altura de los desafíos, sin usar consignas demagógicas para la tribuna, debe ser el primer paso de todos los adultos que estamos metidos en este baile y tenemos ganas de cambiar el disk jockey, poner otras luces y que la educación sea una fiesta para todos. ■ Gabriel Quirici LUNES 11·JUL·2016 07 El lado izquierdo del ambiente En los procesos regionales de los últimos años -enmarcados en el establecimiento de gobiernos progresistas-, la relación entre los partidos y los gobiernos de izquierda suele verse como problemática, cuando no conflictiva. En Uruguay puede decirse -al menos eso es lo que sostienen Naína Pierri y Daniel Renfrew en sus respectivas investigaciones- que gran parte de la sociedad civil vinculada a temas ambientales se organizó como producto de un proceso de relación con el Estado y con una agenda de temas tempranamente globalizada. Por su parte, Alain Santandreu y Eduardo Gudynas realizaron una completa revisión de los conflictos ambientales en Uruguay desde mediados de la década de los 80 hasta fines de la década de los 90. Allí puede verse una diversidad de organizaciones, todas ellas de base local, que denunciaban algún tipo de contaminación o rechazaban emprendimientos contaminantes. Es a uno de estos conflictos que debemos la actual prohibición de producir energía nuclear en el país, heredera de la movilización de personas de Paso de los Toros a comienzos de la década de los 90. Hay tres procesos que desencadenan lo que podríamos denominar “ambientalismo popular” en Uruguay, esto es, un tipo de militancia de base ambiental que tiene en el foco de su atención la injusticia social. La denuncia de la contaminación con plomo en la zona de La Teja, la denuncia de los primeros eventos transgénicos introducidos al país y la campaña por el plebiscito del agua en 2004 son los momentos que ponen en el tapete la indisociable relación entre la distribución de la riqueza y la distribución de las inequidades ambientales. Podemos decir que, hasta ese momento, la izquierda política veía con buenos ojos estas causas populares y que en la mayoría de los casos estuvo de su lado, de manera más o menos entusiasta. El gran cambio, sin dudas, lo generó la llegada del Frente Amplio al gobierno, en 2005. Este cambio no fue tal solamente para la díada izquierda política-ambientalismo, sino también, y particularmente, para la relación entre el ambientalismo y las organizaciones sociales más próximas al gobierno (en particular, los sindicatos). Esto debe leerse no sólo desde la afinidad partidaria, sino también desde las lecturas ideológicas más ortodoxas que ven en la consigna etapista del “desarrollo de las fuerzas productivas” un paso inexorable al socialismo. En particular, el rechazo al proyecto de desarrollo megaminero en el país (con sus componentes de distrito minero en Valentines, puerto de aguas profundas en Rocha y planta regasificadora en Montevideo) sentó las bases para la emergencia de lo que junto con Daniel Renfrew me atrevo a denominar “nuevo ambientalismo”, sobre todo a partir del surgimiento de la Asamblea Nacional Permanente en Defensa de la Tierra y los Bienes Naturales, que lleva organizadas ocho marchas en Montevideo y que con una amplia consigna reunió a colectivos de todo el país que reivindican alguna problemática ambiental. Este movimiento, de amplia diversidad ideológica, ha logrado establecer una confluencia muy sólida en su plataforma, en base a las ideas de justicia, soberanía y participación. Del otro lado, ya transitando su tercer período de gobierno, el Frente Amplio se enfrenta a la necesidad de ampliar su enfoque sobre la problemática ambiental más allá de la discusión en torno a la gestión, para dar lugar abiertamente a la discusión sobre opciones y modelos de desarrollo. La experiencia de los progresismos -y los ambientalismos- de la región obliga a encarar la tarea de abrir ese debate, so pena de volver a la retórica neoliberal de los años 90 que generó la exitosa consigna de “Uruguay Natural”, hoy usada como marco de políticas y como consigna de movilizaciones con sentidos muy diferentes, que no logran ser expuestos con franqueza y profundidad. ■ Carlos Santos ¿Tiene futuro la reforma de la salud sin mayor protagonismo social? La construcción del Sistema Nacional Integrado de Salud (SNIS) incorporó la participación social como una estrategia clave ya desde sus definiciones programáticas. Es más, el programa aprobado por el congreso del Frente Amplio en 2003 es sustancialmente similar al levantado por la Federación Uruguaya de la Salud (FUS) en su congreso de mayo del mismo año. La Comisión de Programa de la FUS estuvo entre las usinas de pensamiento que dieron forma concreta a una aspiración programática de larga data. La participación social en la definición de las políticas de salud y el control social de la gestión quedaron en el diseño del SNIS. Hubo dos referencias históricas: las múltiples experiencias de participación comunitaria en la base y el rol de las fuerzas sociales en la conducción del Banco de Previsión Social. Se estableció la participación de trabajadores y usuarios en la Junta Nacional de Salud (Junasa), las Juntas Departamentales de Salud (Judesas), el directorio de la Administración de los Servicios de Salud del Estado y los Consejos Consultivos por efector. La creación del movimiento de usuarios de la salud se apoyó en las comisiones de salud de los consejos vecinales en Montevideo, con asambleas abiertas en todo el país. Desde 2006 se fue creando un nuevo actor en el campo de la salud: los usuarios organizados. Pelearon por su espacio y sus derechos, apoyaron y cuestionaron políticas del gobierno, defendieron la profundización del SNIS. También hubo divisiones y llegó a haber tres movimientos, aunque esa no es la situación actual. La creación del Movimiento en Defensa de la Salud de los Uruguayos se tradujo en una amplia movilización que juntó más de 56.000 firmas por una plataforma común. La actitud del gobierno y en particular del Ministerio de Salud Pública (MSP) fue de apoyo claro desde el comienzo, con vaivenes en los distintos períodos. La Intendencia de Montevideo, desde la División Salud, y los alcaldes capitalinos apoyaron fuertemente la organización de los usuarios. En cuanto al MSP, cabe señalar críticamente que en varios momentos centró la participación en las representaciones en Junasa y Judesas, en lugar de hacerlo en el vínculo con la población. Poner el énfasis en los cargos indujo a la competencia por ellos, en lugar de jerarquizar las acciones colectivas por la salud. Hoy, órganos de dirección como la Junasa y las Judesas conducen poco. Los consejos consultivos son muchas veces ignorados por las direcciones institucionales. Dice el movimiento de usuarios: “No es aceptable que haya, como sucede hoy, departamentos o instituciones sin funcionamiento de estos organismos, o con una periodicidad menor a seis reuniones anuales, sin diagnósticos ni planes locales aprobados”. Las organi- zaciones de usuarios resintieron la falta de claridad en la hoja de ruta del SNIS y los escasos avances en el cambio del modelo de atención. La concepción de la salud que inspira el SNIS pone el énfasis en el involucramiento de la comunidad para enfrentar los problemas de salud. Es una estrategia de transformación en un sistema en el que el poder económico y simbólico están fuertemente concentrados. Si tomamos de Pierre Bourdieu el concepto de “campo”, podremos analizar la salud desde sus agentes, poderes, estructuras, prácticas contrapuestas y sistemas de alianzas. Cuando la derecha ataca la participación social en salud, sabe lo que hace. Cuando desde la izquierda se la subestima, ignora o boicotea, cuando desde la academia se la omite como objeto de análisis, se está cometiendo un error serio. Hoy, desde las fuerzas sociales, se promueve incrementar la participación de la sociedad en las políticas de salud. Se reivindican instancias democráticas, como asambleas de salud convocadas desde redes de salud, para definir problemas prioritarios, líneas de acción y rendición de cuentas. El SNIS necesita una estructura organizativa más horizontal, más cercana a la población, con más protagonismo social de los trabajadores, los usuarios y la comunidad. ■ Pablo Anzalone 08 LUNES 11·JUL·2016 DÍNAMO ción de Cuentas. Los compromisos programáticos, como se dijo, son de contenido similar (6% del Producto Interno Bruto a la educación, “fonasamiento” de ASSE, Sistema Nacional de Cuidados -SNC-, entre otros). Sin embargo, en la ley de presupuesto, y más aun con las reducciones presupuestales de esta rendición, la realidad se aleja mucho de esos objetivos y delinea un presupuesto procíclico, que revierte la línea de los diez años anteriores y se aleja del cumplimiento de esos compromisos programáticos, en especial en el área social. • En segundo lugar, las pautas salariales, que desindexan los salarios de la inflación, dejando de lado un elemento histórico de la alianza entre el FA y el PIT-CNT, proponen aumentos nominales, que con certeza causarán reducción de salario real, y alejan dos años los correctivos para recuperar la pérdida. • En tercer lugar, cuestiones vinculadas con los mecanismos institucionales, como haber decretado la esencialidad en la educación. El bloque social de los cambios 1. De los orígenes a 2004 El proceso de acumulación de la izquierda en Uruguay estuvo desde siempre ligado a dos grandes vertientes: una política, por medio de las organizaciones partidarias y la creación, en 1971, del Frente Amplio (FA), y una social, particularmente sindical, con la fundación de la Convención Nacional de Trabajadores (CNT), en 1966, su rol central en la huelga general de 1973 y su proceso de desarrollo en democracia con el PIT-CNT. Ese proceso en común tuvo a su vez varias facetas. La primera es la definición de la unidad como algo central para el avance, expresada en la CNT y el FA. La segunda faceta es la programática. El Congreso del Pueblo realizado en agosto de 1965, antes de la unificación sindical y con representantes de organizaciones sindicales, estudiantiles, cooperativistas, de jubilados, de la educación, de la cultura y de pequeños productores, desarrolló una propuesta llamada “Programa de soluciones a la crisis”, que sostenía la necesidad de realizar importantes reformas en el agro, el comercio exterior, la industria, la banca, la tributación y la educación, al tiempo que levantaba un reclamo de mayores libertades. Luego, la unificada CNT tomó gran parte de ese programa. El FA nació con un programa de gobierno expresado en las 30 medidas propuestas en 1971, en enorme coincidencia con las iniciativas del Congreso del Pueblo, que eran el eje de la CNT. La reforma agraria, la nacionalización de la banca y del comercio exterior, la recuperación del salario real previo a la congela- ción de salarios dispuesta por Jorge Pacheco Areco y el Seguro Nacional de Salud son ejemplos de varias de esas coincidencias. La tercera faceta se refiere a las luchas y movilizaciones que unieron a las organizaciones políticas sociales en la calle, y en particular al proceso de resistencia a la dictadura, en los años 70, y al neoliberalismo, en los años 90. En suma, la acumulación política de la izquierda en Uruguay tiene un enorme vínculo con el proceso de acumulación sindical y con las luchas obreras. 2. De 2005 a 2014 El FA llega al gobierno nacional en 2005. La faceta programática de la que hablábamos antes se materializó en el programa de gobierno impulsado por el FA, en términos generales y especialmente en las áreas social y laboral. Buena parte de los postulados con los que el FA llegó a gobernar emanaban dialécticamente de su interacción con el PIT-CNT. Y no me refiero sólo a los más generales, a los que tenían que ver con el crecimiento simultáneo de la redistribución o con la integración regional como estrategia central de inserción internacional, sino también a aspectos que fueron el rasgo distintivo y de mayor impacto transformador en estos diez años, como la reforma laboral y la reforma de la salud. La reforma laboral tuvo, entre sus rasgos centrales, históricos reclamos del movimiento sindical, como los de negociación colectiva (incluyendo a los trabajadores del sector público), libertad sindical, control de las tercerizaciones y promoción del sindicalismo. La reforma de la salud se realizó mediante un proceso global debatido en el seno del FA, pero tuvo su expresión primera y más fuerte en la reforma del sistema de financiamiento, con la creación del Seguro Nacional de Salud, en un modelo de cambio que fue definido primero por la Federación Uruguaya de la Salud, en 2001, y luego por la convención médica del Sindicato Médico del Uruguay, en 2004. Y la interacción no se da sólo con el movimiento sindical. Los cambios en vivienda con la promoción de las cooperativas y la inclusión del subsidio a la permanencia son los dos ejes de la propuesta histórica de la Federación Uruguaya de Cooperativas de Vivienda por Ayuda Mutua. Al mismo tiempo, el sistema de cuidados emerge de las reivindicaciones históricas del feminismo. Esta comunión programática se acompañó de apoyos desde el movimiento obrero, sin que este perdiera su independencia de clase, para realizar, continuar y profundizar las transformaciones. La frase “somos independientes, pero no indiferentes a los cambios” definió el sello de la central sindical. Y hechos relevantes fueron, entre otros, el apoyo del PIT-CNT ante lock outs patronales que quisieron desestabilizar al gobierno del FA, como el de los camioneros o el conflicto anestésico-quirúrgico. En esa misma dirección, la estrategia de reformas del FA priorizó la participación social, y en particu- lar la sindical, en la conducción de organismos públicos, como en la Junta de Salud, como en la Administración de Servicios de Salud del Estado (ASSE) y como en la Administración Nacional de Educación Pública, entre otros. En síntesis, el gobierno del FA puso en marcha una estrategia de desarrollo que mucho tuvo que ver con la acumulación conjunta del movimiento obrero y de los partidos de izquierda, y que contó con un sostén fundamental en ella. Lo desarrollado en estos dos primeros puntos ha llevado a definir la economía política de los cambios, durante estos diez años, a partir de la existencia del bloque social de los cambios que integra el FA junto con el movimiento sindical y otras organizaciones sociales. 3. De 2015 hasta hoy Nuestra visión es que desde 2015 hasta ahora ha habido una política pública que no ha sustentado su accionar en el desarrollo y la consolidación del actual bloque social de los cambios, sino que más bien ha tomado un conjunto de medidas y ha desarrollado una estrategia de alianzas que van en sentido contrario. En el proceso de cambios fue clave la dialéctica entre lo social y lo institucional; entendemos que en los últimos años se ha procesado una modificación que se refugia en lo institucional. Las referencias más importantes para la afirmación anterior son las siguientes: • En primer lugar, el mensaje presupuestal y actualmente la Rendi- • En cuarto lugar, el proyecto de cambios en el Fondo de Desarrollo Social (Fondes) que subsumía a cooperativas y microempresas en un fondo común. Por la oposición del movimiento sindical y de buena parte de la bancada del FA, ese proyecto cambió y conservó las características originales del Fondes. Lo mismo pasó con el Sistema Nacional de Competitividad, que se volvió -también por esfuerzos desde el movimiento sindical y la bancada del FA- sistema de transformación productiva y competitividad. • En quinto lugar, hubo cambios en el concepto y la dimensión de la participación social. El SNC, a diferencia del sistema de salud, no tiene esa participación en su dirección; tampoco la tiene el sistema de competitividad, y se pretendía reducirla en el Instituto Nacional de Empleo y Formación Profesional. • En sexto lugar -y esto no es menor-, los quiebres en el diálogo y la comunicación y el anuncio de propuestas muy sensibles (como la desindexación o la esencialidad) sin diálogo. Estos cambios en el diseño de instrumentos han tenido ya algunos impactos, en particular en 2015, cuando se enlenteció el crecimiento del salario real mes a mes, cayó la masa salarial y, por ende, hubo concentración funcional del ingreso y se detuvo la caída de la pobreza. ¿Estamos ya ante tendencias? ¿Son reversibles? Afirmo que sí son reversibles. Que es posible revertir este proceso y retomar la senda de distribución del ingreso y de empuje conjunto del bloque histórico de los cambios. Esto dependerá de cómo evolucione un conjunto de decisiones y actitudes. Entre las primeras, destaco la importancia que tendría cambiar la pauta salarial y definir en 2017 una Rendición de Cuentas que alinee la adjudicación de recursos con los desafíos programáticos sociales y laborales. ■ Daniel Olesker