La terapia familiar multisistémica. Un modelo de

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La terapia familiar multisistémica. Un modelo de intervención sociofamiliar
dentro del sistema de justicia juvenil.
FUENTE: PSICOLOGIA.COM. 2004; 8(2)
José Luis Alba Robles.
Unidad de investigación: Procesos psicológicos y conducta antisocial. Departamento de Psicología Básica.
Universidad de Valencia
E-mail: [email protected]
PALABRAS CLAVE: Competencia parental, Competencia social, Justicia juvenil, Eficacia educativa, Terapia multisistémica.
[artículo de revisión] [12/7/2004]
Resumen
La ley de Responsabilidad Penal del Menor 5/2000 contiene, por primera, vez un conjunto de medidas
socioeducativas que responden a la necesidad de reinserción social más que retributiva de las penas impuestas
hasta ahora a los más jóvenes dentro de nuestro marco jurídico. Por esta razón, precisamos de técnicas educativas
eficaces que sean capaces de dar respuestas concretas a cada una de estas medidas .En este sentido, la terapia
multisistémica (en adelante, TMS) es una de las estrategias más eficaces en la rehabilitación de los delincuentes
juveniles, tal y como refieren los estudios más recientes que evalúan los programas de tratamiento aplicados en
delincuentes juveniles, incluyendo a jóvenes condenados por actos violentos. Este modelo de intervención, que se
sustenta en hallazgos previos derivados del enfoque Cognitivo-Conductual, de la terapia Sistémica y de la
Psicología Comunitaria, ofrece importantes aplicaciones dentro del contexto actual español, donde está en vigor la
ley de responsabilidad penal del menor 5/2001.
Este artículo presenta una revisión conceptual y teórica sobre la que se sustenta esta metodología de intervención.
Así, términos como la competencia social, la competencia parental y los modelos ecológicos y sistémicos confluye
para dar contenido a una propuesta eficaz de intervención dentro del sistema de justicia juvenil.
Introducción
El presente trabajo persigue contestar a la siguiente pregunta operativa:
¿Constituye la Terapia Familiar Multisistémica una herramienta eficaz en la mejora de la competencia
parental?
La idea para esta propuesta surge del trabajo de investigación que se está llevando a cabo en el Departamento de
Psicología Básica bajo la dirección de María Jesús López Latorre, en colaboración con Vicente Garrido Genovés y el
autor del presente texto durante el periodo 2003/05.
Uno de los objetivos planteados en esta investigación es el de realizar una adaptación de la Terapia Familiar
Multisistémica como un modelo de intervención sociofamiliar eficaz en la reducción de la conducta antisocial en
menores infractores institucionalizados o en contacto con el sistema de justicia juvenil.
Sabedor de la relación ampliamente constatada en la literatura científica entre conducta antisocial e incompetencia
parental, la presente hipótesis viene a arrojar luz sobre un hecho que creo cierto: la modificación de las
estrategias educativas de los padres, unido a la mejora de la competencia social conjunta de los jóvenes
antisociales reduciría cuantitativamente el riesgo de reincidencia en aquellos adolescentes que presentan conducta
antisocial como producto de los desajustes en el funcionamiento del sistema familiar.
Este trabajo constituye, por tanto, una escisión del objetivo general recogido en la mencionada investigación; es
decir, no se centra únicamente en el modelo como herramienta eficaz en la reducción de la reincidencia, sino que
va más allá, intentando focalizar su atención en aquellas prácticas parentales que muestran una clara mejoría tras
la aplicación de la metodología multisistémica.
Para conseguir una respuesta sólida y válida me he propuesto los siguientes objetivos, los cuales constituyen los
pasos necesarios para llegar a la comprobación de dicha afirmación.
Los pasos previos recogidos en el presente trabajo son los que aparecen a continuación:
(1) Definir la competencia parental como constructo teórico y operativo
(2) Establecer la relación entre competencia parental, conducta antisocial, y competencia social, así como sus
derivaciones en la rehabilitación de jóvenes antisociales.
(3) Establecer la eficacia de la competencia social en el tratamiento de la conducta antisocial.
(4) Revisar la metodología, historia y aplicación de la terapia familiar multisistémica (TFM)
(5) Establecer los beneficios de la TFM, en su caso, en la competencia parental de los padres con hijos que
presentan serios problemas de conducta.
La competencia parental
Con el término Competencia Parental nos referimos al conjunto de estrategias educativas utilizadas por los padres
con la finalidad de satisfacer las necesidades socioemocionales que reclaman los hijos a lo largo de todo su proceso
evolutivo, fundamentalmente durante el proceso de consolidación del yo social e interpersonal.
Numerosos autores acuerdan definir la competencia parental en contraste con el conjunto de estrategias que
articulan la incompetencia parental, es decir, aquellas estrategias que conforman el riesgo de abuso o de
negligencia en el trato con los hijos, como una falta de sincronía en las relaciones duales madre-hijo (Cerezo,
Cantero y Alhambra, 1993).
Del mismo modo, y con la finalidad de establecer una definición comprehensiva y general, Pourtois ( 1984) define
el término como: “el hecho de que un padre posea las cualidades necesarias que le permitirán lograr con éxito la
culminación de sus funciones educativas”. Esta definición adolece, sin embargo, de precisión ya que no establece
cuáles son esas “cualidades necesarias” para la consecución de tal tarea socializadora y educativa. Si añade, no
obstante, en un párrafo posterior el acervo siguiente: “se trata de un concepto relativo ya que no existe una única
manera de ser “buen padre”.
Familia, competencia parental y conducta antisocial
La familia es el más importante de cuantos sistemas ejercen influencia en los niños y en su conducta. En concreto,
la criminología y la psicología han estudiado la relación entre el modo de funcionamiento de la familia y la
delincuencia de los hijos. Para ello, se ha valido de dos técnicas investigadoras principales: los autoinformes y el
registro observacional del funcionamiento familiar (Cerezo, 2001). Estas dos técnicas han permitido estudiar dos
aspectos fundamentales de las transacciones familiares (Henggeler, 1989): (1) El funcionamiento del afecto en la
familia; y (2) el funcionamiento de los estilos de control de los padres sobre los hijos (o las estrategias de control
paterno).
El afecto familiar
La expresión afecto familiar abarca aspectos como la aceptación que tiene el niño en su casa, la “responsividad” de
los padres (en qué medida responden frente a la conducta de los niños) y la dedicación al niño (o el grado en que
los padres y otros familiares adultos se ocupan del niño), ( Pons-Salvador y Cerezo, 1999)
Existen algunas investigaciones recientes que han estudiado la relación entre el afecto familiar y la conducta
delictiva. Por ejemplo, una investigación de Canter (1982) encontró que el sentimiento de los adolescentes de
pertenencia a la familia, evaluado a partir de su grado de implicación en actividades familiares, se relaciona
negativamente con la conducta delictiva. El aumento de ese sentimiento de pertenencia familiar tiene una
correlación inversa con la conducta delictiva. Es decir, cuanto mayor sea la integración de los jóvenes dentro de la
propia familia hay una menor probabilidad de delincuencia juvenil. Según Canter, estos sentimientos de
pertenencia a la familia explicarían hasta un 19% de la varianza de la conducta delictiva.
En un estudio posterior Henggeler y sus colaboradores (Henggeler, 1989) evaluaron 112 familias de jóvenes
delincuentes varones y un grupo control integrado por 51 familias de jóvenes no delincuentes, seleccionadas de
entre el mismo vecindario. Se observó, en la misma línea de Canter, que unas relaciones familiares inapropiadas
(especialmente en lo referente a la falta de atención y ayuda materna) favorecía el inicio de carreras delictivas
juveniles, en un grado explicativo (o varianza explicada) del 20%. Pese a todo encontraron que dos factores
diferentes, el contacto con jóvenes delincuentes y la edad de la primera detención, predecían mejor aún la
conducta delictiva que las propias relaciones familiares.
En conclusión, la relación entre afecto familiar y delincuencia es evidente en toda la investigación. Así, los niños
que reciben buen afecto familiar tienen una menor probabilidad de convertirse en delincuentes, mientras que los
niños que tienen malas relaciones afectivas con los padres son más proclives a la conducta delictiva.
Pese a todo no está claro que la relación entre afecto familiar y conducta delictiva de los jóvenes tenga una
direccionalidad unívoca. Con anterioridad se pensaba que la mala relación entre los padres y los jóvenes, y sus
efectos perjudiciales favorecedores de delincuencia, tenía su origen exclusivo en los padres. En la actualidad se
considera que esta mala interacción entre padres e hijos tiene un carácter recíproco y bidireccional. Aunque en
muchas ocasiones, los padres son el origen primero de esta relación inapropiada con sus hijos, puede suceder
también, por ejemplo, que el comportamiento antisocial de los hijos se halle en el origen de ciertos problemas
maternos, que puedan acabar influyendo sobre su superación( Pons-Salvador, 1992).
Los problemas de delincuencia pueden, de este modo, tener una influencia negativa sobre la familia, fomentando
el estrés y la desunión de los padres y originando procesos de rechazo hacia el joven.
Las estrategias de control paterno
Las estrategias de control paterno son aquellos estilos de funcionamiento que se relacionan con las demandas que
se le hacen al niño y con el control que se ejerce sobre él. Son aquellos estilos que tienen los padres o quienes se
encargan del niño de hacerle demandas y de controlar su conducta. Es lo que la mayoría de los autores
consensuan en denominar Competencia parental ( Pons-Salvador, 2003).
Una amplia revisión realizada por Synder y Patterson (1987) ha analizado la relación existente entre estrategias
familiares de control y conducta delictiva, tal y como ya antes habían hecho otros autores clásicos en criminología
(por ejemplo, Glueck y Glueck, en 1956, Hirschi, en 1969, McCord, en 1959, y West y Farrington, en 1973). Estos
autores han llegado a la conclusión de que las familias de delincuentes suelen emplear estrategias de disciplina
inefectivas, que no logran controlar la conducta de los jóvenes, ni con antelación a la realización de conductas
delictivas ni después de producirse éstas.
De este modo, no podemos establecer una definición de padres competentes o incompetentes, sino de estrategias
más o menos competentes (Cerezo, Dolz, Pons-Salvador, y D’Ocon, 1995).
Las cuatro áreas principales que intervienen en los patrones de crianza de los niños, dando una visión
comprehensiva de las dimensiones de competencia parental presentadas por Snyder y Paterson (1987) se refieren
a la disciplina, la parentalidad positiva, la supervisión y la resolución de problemas.
Ha sido la supervisión, la dimensión parental más relacionada en numerosas investigaciones con la génesis de la
conducta antisocial. Una adecuada supervisión de los hijos implica estar pendiente de ellos, corregir sus conductas
inapropiadas e indicarles nuevos comportamientos más adecuados.
Cuando la familia utiliza una adecuada supervisión, los padres responden de manera apropiada y coherente a las
conductas antisociales de los hijos. No es infrecuente que los niños tengan algún problema en la propia familia o
en la calle, que se vean envueltos en alguna pelea o que cometan algún pequeño hurto. Muchos niños y jóvenes
han realizado conductas inapropiadas cuando tenían siete, diez, doce o catorce años, que no serán importantes
excepto si no se prolongan en el tiempo y aumentan progresivamente su gravedad. Ello puede suceder si no existe
una adecuada supervisión paterna y los padres no son capaces de minimizar el contacto de sus hijos con jóvenes
delincuentes. Un fenómeno muy citado en la literatura es el del “niño de la llave”, término importado de América
para referirse a aquellos niños procedentes de barrios marginales de las grandes urbes norteamericanas y que
pasan todo el día solos con la llave de casa colgando y en los cuales el efecto del aprendizaje social de las
conductas disruptivas es un claro exponente del fallo de la supervisión y la incompetencia parental en el proceso
de socialización del niño.
Estos estudios han llegado también a conclusiones interesantes acerca de la relación que existe entre los hábitos
de crianza y la conducta agresiva que acaba en delincuencia. Por ejemplo, se ha observado que los chicos
agresivos en la calle tienen también altas tasas de conducta agresiva en su propia casa —berrinches, golpes,
peleas entre hermanos—. Además, los padres de estos chicos suelen intentar controlar sus conductas antisociales
mediante el uso frecuente del castigo. Cuando un chico se comporta violentamente, los padres suelen actuar
también violentamente, pese a que comprueban reiteradamente que suele resultar poco efectivo. Muchos jóvenes
aceleran su propia violencia a partir de la imitación de la violencia de los padres.
La interacción entre afecto familiar y estrategias paternas de control
Henggeler ha esquematizado las posibles interrelaciones entre las dimensiones afecto familiar y estrategias
paternas de control, que podrían dar lugar a determinados estilos de desarrollo y de comportamiento infantil, con
arreglo al siguiente esquema de combinaciones:
1. Una situación ideal para el desarrollo infantil se produciría, según el esquema de Henggeler, en la combinación
de un alto nivel de demandas y control paterno junto a un buen nivel afectivo. Este ideal educativo se traduciría en
unos padres implicados con sus hijos y con autoridad, y su probable resultado serían hijos con una buena
independencia, responsabilidad y autoestima, a la vez que una agresividad controlada.
2. Si las demandas y el control paterno son altos pero existe poca afectividad hacia el niño nos encontraríamos con
padres autoritarios pero que no educan adecuadamente a sus hijos. El resultado serían niños con importantes
deficiencias en la internalización de las normas, a la vez que una baja competencia social y una baja autoestima.
Las normas son impuestas de manera rotunda y caprichosa por los padres. Al niño no se le requiere que tome
decisiones personales, sino sencillamente que cumpla aquello que se le ordena, a la vez que los incumplimientos
son reprimidos con contundencia.
3. Cuando la dimensión afectiva es alta pero el control paterno de sus actividades es inexistente nos hallaríamos
ante padres protectores y permisivos. Los niños que se desarrollan en un ambiente familiar de estas características
podrían manifestar una alta impulsividad y agresividad a la vez que una baja independencia y responsabilidad
personal.
4. Por último, si tanto el control paterno como el afecto son bajos nos hallaríamos ante padres indiferentes y poco
implicados en la educación de sus hijos. El resultado más probable de esta situación sería niños con graves déficit
en su desarrollo cognitivo y social y con problemas para la interacción humana. Esta sería la categoría que mayor
incidencia tendría en la generación de jóvenes delincuentes, según el grueso de la investigación.
El paradigma de la competencia social. Un modelo de prevención y rehabilitación de la conducta
antisocial
La competencia social es el concepto que actualmente engloba las perspectivas educativas más modernas relativas
al ámbito de la integración social, y por consiguiente, en lo relativo a la prevención del fracaso personal y social.
Con el término "competencia" nos referimos, generalmente, a un patrón de adaptación efectiva al ambiente. En un
sentido amplio, tal adaptación se define como el éxito razonable en alcanzar las metas del desarrollo propias a la
edad y a su género en una cultura determinada. En un sentido más restringido se refiere al éxito en un dominio
del desarrollo determinado, tal como el rendimiento escolar, la buena integración social entre los compañeros, etc.
Pero la competencia resulta de una serie de complejas interacciones entre un individuo y su entorno (Catalano y
Hawkins, 1996; Hawkins, Von Cleve y Catalano, 1991: McCord y Tremblay, 1992). Tal ambiente, qué duda cabe,
puede favorecer o disminuirla. Por ejemplo, se puede mejorar el funcionamiento de un niño hasta el límite superior
a través del apoyo y orientación proporcionados por un adulto. Contrariamente, un niño capaz puede que fracase
si su medio no le permite las suficientes oportunidades para la acción. Es el caso, por ejemplo, de aquellos padres
que no se preocupan por desarrollar las capacidades de sus hijos, o bien lo someten a una privación emocional –o
incluso física- que produce retrasos en su proceso madurativo (López y Garrido, 2000).
De lo anterior se desprende que el desarrollo de la competencia requiere de múltiples niveles de intervención,
como los esfuerzos dirigidos a cambiar las capacidades del niño; las oportunidades de los contextos o lugares en
los que el niño se desarrolla, en especial el ambiente de la familia y de la escuela; o el logro de un mejor ajuste
entre un niño y su contexto.
Lo cierto es que la competencia social, ayuda al sujeto a desarrollarse en aquellas áreas que aseguran un
adecuado ajuste personal y social, de tal manera, que la adaptación surgirá como resultado de poseer y poner en
práctica un conjunto de características consideradas social y culturalmente como positivas: ser tolerante,
autónomo, seguro emocionalmente, solidario, respetar las normas y valores sociales... en definitiva, conductas
prosociales de cooperación.
Lo contrario de esto, es decir, carecer de estas dimensiones básicas, sitúa al individuo en una posición de clara
desventaja académica, vocacional y social, lo que a su vez incrementa el riesgo de futuros desajustes personales y
sociales. De hecho, al revisar la literatura sobre los factores de riesgo del comportamiento violento y el fracaso
escolar, encontramos que muchos de ellos están relacionados con un retraso en el desarrollo sociocognitivo (Reiss
y Roth, 1993; Rodríguez y Paíno, 1994; López y Garrido, 2000).
Sin embargo, más que asumir que el retraso cognitivo sea la causa directa del fracaso y la conducta antisocial,
planteamos que la capacidad cognitiva sirve de protector contra los mismos, tal y como han demostrado los
estudios sobre factores protectores (Garrido y López, 1995): hay niños que consiguen evitar la delincuencia y otros
comportamientos desajustados a pesar de los condicionantes adversos que les rodean, y parte de esta
"resistencia" parece estar relacionada con poseer un conjunto de habilidades de cognición social (planificación,
generación de soluciones alternativas a los problemas, y pensamiento de medios-fines).
Las habilidades cognitivas, por tanto, pueden ayudar a los individuos a enfrentarse a presiones ambientales o
personales hacia el comportamiento antisocial, y a relacionarse con su ambiente de forma más adaptada.
Así pues, junto al concepto de competencia destaca con insistencia otra idea que ha ayudado de modo
extraordinario en los últimos años de investigación a perfilar el contenido y dirección de los programas
preventivos. Se trata del fenómeno de los “niños resistentes” o “niños invulnerables”. La importancia para la
prevención de los niños resistentes radica en que si somos capaces de aislar los aspectos más esenciales que
cualifican la resistencia, podríamos elaborar programas de prevención en ambientes hostiles al desarrollo
(incidencia elevada de fracaso escolar, consumo de drogas, altas tasas de delitos, pobres servicios sociales, etc.)
intentando inocular en las personas y en los medios aquellos aspectos considerados críticos para promover la
invulnerabilidad ante la violencia y la delincuencia.
Sin duda, ninguna institución tiene un lugar más destacado a la hora de promocionar la resistencia que la escuela
y la familia. Es dentro de este contexto familiar, aunque posteriormente también la escuela, donde sitúo el modelo
de la competencia social, es decir, en el logro de unas adecuadas prácticas de competencia parental que conllevan,
por consiguiente, un mejor ajuste social, cognitivo y emocional en los niños y adolescentes y situaría a la familia
como el eje principal de intervención sistémico para reducir el comportamiento disruptivo de los niños( Alba,
Garrido y López, 2001).
La terapia familiar multisistémica. Sus derivaciones en la competencia parental
Un número importante de investigaciones señalan el hecho de que la conducta antisocial en jóvenes y sus familias
es multicausal. De este modo y para desarrollar un tratamiento efectivo para estos problemas, los diferentes
agentes sociales y educativos necesitan una teoría de la la conducta humana compatible con esta evidencia. Es
decir, se trata de establecer una teoría comprehensiva del funcionamiento humano que facilite le intervención en
aquellas áreas señaladas como factores de riesgo en la conducta antisocial. La Teoría General de Sistemas
( Bertalanffy, 1968) y la teoría de la ecología social (Bronfenbrenner, 1979) se ajustan a lo que sabemos sobre las
causas y factores asociados a los problemas emocionales graves y los problemas de conducta en jóvenes.
La teoría general de sistemas
La teoría sistémica ha constituido un salto cualitativo en el panorama científico internacional durante las últimas
décadas en lo relativo a la intervención frente a un foco lineal y mecánico donde la atención estaba centrada en
qué causa, qué perspectiva explicaba por sí sola la delincuencia. Esta nueva perspectiva entiende la causalidad en
términos de simultaneidad en la ocurrencia, en la influencia mutua, en definitiva, en la interrelación de fenómenos
diversos en la base de la génesis de la delincuencia y la conducta antisocial. Con esta visión sistémica, el todo
representa más que la suma de sus partes, es decir, se toman en consideración todo el amplio abanico de factores
asociados al desarrollo vital de adolescente, todas aquellos elementos que coadyuvan a la construcción del yo a lo
largo de su proceso de socialización. ( Plas, 1992).
El paradigma científico tradicional se caracterizaba por concepciones binarias y mecánicas de la causalidad (Peper,
1942; Schartz, 1982). Cuando la conducta se conceptualiza desde una perspectiva binaria, la conducta se concibe
como perteneciente a una categoría o a otra( Ej: un trastorno está presente o ausente).Por otro lado, cuando la
conducta se conceptualiza desde una perspectiva mecanicista, una sola causa o una cadena de causas, son las que
producen un efecto determinado. Además, el recorrido entre la causa y el efecto es lineal y directo. Es decir, A
causa B, que a su vez causa C, y C no tiene influencia sobre B o A. Sin embrago, el paradigma sistémico interpreta
la conducta como una función de las interacciones dinámicas de los elementos que conforman el todo del sistema
así como las transacciones del sistema con su entorno social-ecológico ( ecología social según la traducción del
inglés).Por tanto, desde una perspectiva sistémica, A, B, y C ejercen entre sí una influencia mutua de manera
dinámica. Además, ninguna conducta en particular es vista como producto de múltiples causas, sino que se
interpreta como el resultado de un proceso dinámico donde los diversos factores se van encontrando a lo largo de
todo el itinerario.
A partir del pensamiento sistémico, que penetró en múltiples áreas de la ciencia (física, biología, etc.) en el últimos
siglo, Gregory Bateson y sus colegas ( Bateson, 1972; Bateson, Jackson, Haley y Weakland, 1956) desarrollaron
una corriente terapéutica en 1950, aproximación que se centraba en el sistema familiar más que en la intervención
individual. Estos estudios influyeron en el posterior desarrollo de numerosos modelos de terapia familiar, todos los
cuales enfatizaban el pensamiento sistémico. Aunque cada uno de los diferentes modelos de intervención familiar
diferían en su interpretación sobre la teoría sistémica, la mayoría mostraban una tendencia a centrase en la familia
como foco de la intervención más que en entender las patologías de los jóvenes individualmente ( Plas, 1992). Así,
la mayoría de las intervenciones familiares intentaban entender de qué manera los problemas emocionales y
conductuales se ajustaban dentro del contexto de las relaciones interpersonales cercanas del individuo,
enfatizando la naturaleza recíproca y circular de este tipo de relaciones. De este modo, un terapeuta que trabaje
desde una perspectiva sistémica debe considerar no solo el modo en que afectan las estrategias de competencia
parental a la conducta del adolescente, sino que también debe considerar el modo en que la conducta del niño
configura y guía la conducta de los padres. Los terapeutas sistémicos deben también preguntarse en que medida
la conducta en la díada padre-hijo está asociada con las relaciones adoptadas por los padres, el grupo de pares del
adolescente y las interacciones escolares. Además, las perspectivas y sentimientos de los miembros de la familia
en lo relativo a la identificación de problemas son considerados muy importantes para comprender la capacidad de
la familia en la resolución de problemas.
La ecología social
La teoría social-ecológica ( Bronfenbrenner, 1979) jugó también un papel importante en el desarrollo de la Terapia
Multisistémica ( en adelante TMS). A pesar de que esta teoría comparte algunas de los principios de la teoría
sistémica, la ecología social posee un mayor alcance. Bronfenbrener (1979) definió el entorno ecológico individual
como un conjunto de estructuras anidadas, cada una dentro de la siguiente como un conjunto de muñecas rusas.
En el nivel más interior se encuentra el núcleo esencial del desarrollo de la persona. Cada uno de los estratos
concéntricos representa un sistema o subsistema que juega un role integral en la vida de la persona. Como en la
teoría de sistemas, la teoría de la ecología social define a los individuos como sujetos en desarrollo que
reestructuran activamente sus entornos a la vez que son influenciados por éstos. Es decir, la acomodación mutua
de los individuos y de sus entornos es el resultado de la reciprocidad de ambos sistemas: individuo-entorno socialecológico. Además, y al igual que la teoría de sistemas, la ecología social también considera las definiciones
subjetivas individuales y la interpretación de las propias circunstancias.
En lo que difieren la teoría social ecológica y la teoría de sistemas es en el foco de influencias, ya que la teoría
social ecológica recoge un mayor número de influencias dentro de la vida del individuo. Mientras que las
interacciones entre el individuo y la familia o la escuela son importantes, la conexión entre los sistemas o círculos
concéntricos es vista como equitativamente similar. Normalmente, un logro en el adolescente en el colegio puede
ser visto como algo dependiente de la existencia y naturaleza del vínculo entre la escuela y la familia adecuados.
Sin embargo, una aproximación social ecológica propone que la conducta está influenciada por grupos y personas
que no están en contacto directo con el individuo. Por ejemplo, las condiciones del puesto de trabajo de los padres
tienen efectos en el desarrollo del niño (Bronfennbrenner, 1979). Asimismo, las dificultades económicas, la
violencia en los medios de comunicación y los perjuicios son sólo algunos ejemplos de las influencias lejanas que
pueden afectar la conducta del niño. La teoría social enfatiza el significado de la “validez ecológica” al entender el
desarrollo y la conducta, es decir, la asunción básica de que la conducta puede ser entendida completamente solo
en la medida en que es vista dentro de su contexto natural de ocurrencia.
Los principios de intervención en la TMS
La TMS es un modelo de trabajo dirigido especialmente a jóvenes agresores violentos y crónicos cuyo objetivo es
prevenir o atenuar la actividad delictiva como un medio para afectar favorablemente a sus vidas, a sus familias y a
sus comunidades. Para lograrlo, parten de un enfoque social y ecológico de la conducta humana que considera la
delincuencia como conducta multideterminada: el comportamiento delictivo se une directa o indirectamente con
características importantes de los jóvenes y la familia, amigos y escuela ( Henggeler et al.., 1998). De este modo,
toda intervención que pretenda ser eficaz deberá ser flexible, integradora y multifacética, para poder ocuparse de
los múltiples determinantes de la conducta antisocial.
El éxito de la TMS según sus autores radica en una serie de características teóricas y clínicas diferentes e
innovadoras, basadas en las dos teorías explicadas más arriba, y de las cuales podemos extraer los siguientes
acervos científicos:
Modelo teórico
La terapia multisistémica es un enfoque terapéutico altamente personalizado en la familia y basado en la
comunidad y es consistente con los modelos de conducta social ecológicos, lo cuales consideran la conducta como
el resultado de las interacciones recíprocas entre los individuos y los sistemas interconectados en los que se
construye y consolida su propio “self”.
Integración de servicios
Ya que la TMS trata de identificar factores que pueden promover o atenuar la conducta irresponsable por parte del
joven y la familia, todo plan de intervención se desarrolla en la colaboración con los mismos, e integra
intervenciones dentro y entre la familia, los amigos, la escuela y la comunidad.
Modelo de preservación familiar
La TMS ha sido implementada usando el modelo de preservación familiar. Este modelo enfatiza la condición de que
los servicios basados en el hogar y enfocados hacia la familia sean intensivos, con un tiempo limitado,
pragmáticos, y orientados hacia una meta principal: capacitar a los padres mediante el aprendizaje de las
habilidades y recursos para dirigir las inevitables dificultades que surgen en la crianza de los adolescentes, y
relacionarse de forma efectiva e independiente con el entorno. Con este fin, los servicios son realizados en
entornos del mundo real (P. Ej: Casa, escuela, centros recreativos..) con la esperanza, por una parte, de mantener
a los jóvenes en sus ambientes naturales, y por otra, desarrollar una red social de apoyo duradera entre los padres
y el entorno social.
Tratamientos específicos
En la terapia multisistémica se utilizan estrategias enfocadas en el presente y orientadas hacia la acción,
incluyendo técnicas derivadas de la terapia de conducta y la terapia cognitivo-conductual, pero todo esto dentro de
un marco integrador y ecológico.
Atención individualizada
Dado que el conjunto de factores de riesgo y protección son únicos para cada familia, el terapeuta desarrolla
planes de tratamiento individualizado que se utilizan para mejorar las debilidades específicas de cada caso.
Una vez llegados a este punto, expondré los nueve principios de tratamiento recogidos en la terapia
multisistémica:
(1) El primer propósito de la evaluación es entender la relación entre la identificación de los problemas y su más
amplio contexto sistémico. Es necesario evaluar factores como la sintomatología psiquiátrica del joven y los
padres, los problemas de conducta, la actividad delictiva, el grupo de pares desviado, las relaciones familiares (su
funcionamiento y prácticas disciplinarias).
(2) Los contactos terapéuticos deben enfatizar lo positivo y utilizar fuerzas sistémicas como influencias para el
cambio. Se trata de identificar los factores protectores y utilizarlos para facilitar la consecución de las metas de
tratamiento.
(3) La intervención está diseñada para potenciar la conducta responsable y minimizar la irresponsable entre los
miembros de la familia.
(4) Las intervenciones están enfocadas en el presente y orientadas a la acción, centrándose en problemas
específicos y bien definidos.
(5) Las intervenciones se dirigen a secuencias de conductas, dentro, y entre múltiples sistemas, que mantienen los
problemas identificados.
(6) Las intervenciones deben adecuarse a las necesidades evolutivas del joven.
(7) Las intervenciones son diseñadas para requerir un esfuerzo diario semanal por parte de los miembros de la
familia. Por ejemplo, los padres después de asignar tareas a su hijo deben controlar su realización diaria y
administrar refuerzos si las completan.
(8) La eficacia de la intervención se evalúa de forma continua desde múltiples perspectivas. Se pide información a
los padres, al hijo, a los profesores o demás personas vinculadas con la familia.
(9) Las intervenciones son diseñadas para promover la generalización del tratamiento y el mantenimiento a largo
plazo de los cambios terapéuticos.
Es a partir de este modelo de intervención multisistema desde donde voy a extraer los elementos específicos que
conforman la intervención en el ámbito familiar. Será necesario, por tanto describir el modo en que este modelo
evalúa el sistema familiar para posteriormente indicar aquellas estrategias que nos llevan a mejorar las prácticas
de competencia parental y que la literatura ha demostrado con suficiente respaldo su efectividad en la reducción y
prevención de la delincuencia.
Por tanto, ya tenemos algunas recomendaciones importantes sobre los programas efectivos de intervención y
prevención con jóvenes violentos: deben ser programas donde se intervenga en la mejora de la competencia
familiar como un sistema integrado dentro de una amplia red de sistemas que convergen en el comportamiento del
niño y que el modelo sistémico recoge desde su perspectiva ecológico social.
En definitiva, el hecho de que el tema de la asignatura de doctorado se concrete en la competencia parental como
sistema de influencia en el desarrollo del niño, es lo que me lleva a centrarme exclusivamente en la intervención
familiar.
La evaluación del funcionamiento familiar dentro de la TMS
Actualmente, la familia tiene multiplicidad de formas; algunos autores han llegado a afirmar que la familia
tradicional se encuentra en crisis. Esta diversidad de familias ha generado en los últimos años una gran proporción
de jóvenes criados en familias monoparentales, divorciadas, madres solteras, casados en segundas nupcias,
parejas de hecho (homosexuales o no). Estas nuevas formas de familia no son en sí perjudiciales ni
contraproducentes para el correcto desarrollo y crianza de los niños. Es el funcionamiento, el conjunto de
elementos que conforman su construcción y su efecto sobre los hijos lo que las hace más o menos eficaces.
La conceptualización sistémica de las familias efectivas está basada en la teoría ecológico social y la teoría de
sistemas y en el desarrollo del niño, el desarrollo de psicopatologías, las prácticas parentales, las relaciones
maritales y las características individuales de padres e hijos asociadas al óptimo desarrollo del niño.. La
litetaratura recoge las cinco categorías de los fenómenos familiares implicados en la etiología de la conducta
antisocial severa: (1) las interacciones dentro del sistema familiar; (2) los estilos parentales y los conocimientos,
creencias y habilidades sobre los que se sustentan dichas prácticas; (3)Las interacciones maritales, es decir, entre
los miembros de la pareja encargados de la tarea educativa del niño; (4) las características de cada uno de los
padres incluyendo sus entornos ecológico sociales ( trabajo, economía etc..) y como éstas se reflejan en sus tareas
educativas; y (5) los aspectos concretos y prácticos de la ecología familiar (tipo de alojamiento y transporte,
etc..).
El funcionamiento familiar efectivo en la TFM
Para este modelo, la conducta y el funcionamiento psicológico de todos los miembros de la pareja es entendido en
términos de progreso y patrones repetitivos de las transacciones familiares más que en términos de procesos
unidireccionales o lineales en las relaciones interpersonales; es decir, la TFM interviene para cambiar patrones de
interacción que sustentan los problemas identificados. La naturaleza propia de la TFM, orientada al presente y a la
solución de problemas es consonante con los modelos de terapia estratégicos y estructurales ( Minuchin, 1974;
Haley, 1976).
Dos son los subsistemas que se exploran y evalúan en el sistema familiar dentro del modelo sistémico: el
subsistema padre –hijo, y el subsistema marital. Cada uno de estos subsistemas está estructurado sobre la base
de una serie de elementos que los definen y que constituyen los objetivos de intervención dentro de nuestra labor
terapéutica, cuyo fin último es la reducción y prevención de la conducta antisocial.
Así, el subsistema padre-hijo constituye una díada que se articula en base a tres elementos claves: la calidez
afectiva, el control paterno y el estilo educativo de los padres o similares.
Del mismo modo, dos serían los elementos que este modelo recoge dentro del subsistema marital, a saber, la
intimidad y el poder y en segundo lugar el conflicto.
Haré una breve definición de cada uno de los elementos que configuran ambos subsistemas:
El afecto
Esta dimensión de la interacción padre-hijo refleja el tono emocional de la conducta verbal y no verbal, desde la
aceptación, la calidez afectiva hasta el rechazo. Los padres que expresan afecto son responsivos ante las
demandas de sus hijos, los alimentan bien y utilizan con frecuencia refuerzos positivos cuando interactúan con sus
hijos. En el extremo opuesto se encuentran aquellos padres poco afectivos, que alimentan mal a sus hijos y en
general presentan un patrón desorganizado y caótico ante las demandas de los hijos. De este modo, lo niños que
no han tenido experiencias positivas en las interacciones padre-hijo presentan dificultades a la hora de establecer
relaciones interpersonales con los demás.
El control
Las estrategias de control parental tienen importantes funciones en el desarrollo del niño. Enseñan tolerancia a la
frustración, esencial para el desarrollo de unas relaciones personales adecuadas. También enseñan a los niños a
aceptar normas sociales de conducta, incluyendo el rechazo de la violencia, la cooperación con los otros y a
respetar a la autoridad. Cuando los hijos no aprenden a respetar a la autoridad creyendo que tienen los mismos
derechos que un adulto, los niños presentan graves problemas en las relaciones con las figuras de autoridad que
conforman su núcleo de relación más amplio (maestros, médicos, etc...).La literatura científica indica que la
mayoría de los niños y adolescentes que presentan graves problemas de conducta provienen de hogares donde los
padres muestran estrategias de control inefectivas y conductas de rechazo hacia sus hijos ( Olweus, 1980;
Patterson & Stouthamer-Loeber, 1984).
El estilo parental
La investigación ha demostrado reiteradamente como el afecto paterno, la disciplina inductiva ( castigos
acompañados de razonamientos con sentido) y la consistencia en las pautas de crianza están asociados con un
desarrollo positivo en los niños ((Maccoby & Martín, 1983) y los adolescentes (Steinberg, Lamborn, Darling,
Mounts, & Dornbusch, 1994) y que esta disciplina es más efectiva cuando se ejecuta en el contexto general de las
interacciones positivas entre padres e hijos ( Wierson & Forehand, 1994).El uso de la disciplina inductiva dentro
del contexto de las relaciones paterno-filiales cálidas definen un estilo parental autorizativo, estilo que constituye
en la mayoría de las ocasiones el objetivo principal de la intervención en el modelo familiar sistémico. Este estilo
constituye uno de los cuatro estilos descritos en la tipología iniciada en los años setenta, y que ha sido validada
posteriormente en numerosos estudios. Los tres estilos restantes recogidos en la investigación son el autoritario, el
permisivo y el negligente.
El estilo autorizativo muestra a unos padres responsivos ante las necesidades de los hijos, consiguiendo una
adecuado desarrollo y socialización de éstos.
El estilo autoritario por el contrario ( alto control y afecto) muestra a unos padres directivos y sobreprotectores, y
exigen una incuestionable obediencia a las figuras paternas. Estos padres fallan a la hora de conseguir una
maduración apropiada en los niños. El estilo autoritario está asociado con agresiones, aislamiento y retraimiento
social con el grupo de pares y pobre autoconcepto ( Baumrind, 1989; Steinberg et al. 1994).
El estilo permisivo (bajo control, alto afecto) falla a la hora de macar límites en los niños y estructurarlos en una
disciplina; exigen escasas demandas hacia la conducta de los hijos impidiendo un correcto desarrollo madurativo,
tolerando incluso conductas que muestran una clara reprobación social. Este estilo parental está asociado con
agresiones, consumo de alcohol y drogas y conductas disruptivas en la escuela ( Olweus, 1980).
Por último, el estilo negligente ( bajo control y afecto) muestra a aquellos padres que manifiestan escasa
responsividad a las necesidades razonables de sus hijos, siendo incongruentes y desorganizados en el
cumplimiento de las tareas educativas que deben realizar generando en los niños un importante y grave déficit en
el proceso de socialización. Es considerado, por tanto, el estilo parental más perjudicial y severo dentro de sistema
familiar y es el que origina un mayor número de problemas en las relaciones interpersonales de los niños, ya que
su trayectoria abusiva y agresiva se perpetúa y consolida e la adolescencia y edad adulta (Steinberg et al.. 1994).
Intimidad y poder
Si el control y el afecto son las dimensiones más relevantes en las interacciones padre-hijo, en el caso del sistema
marital, son la intimidad y el poder los principales elementos vertebradores de las interacciones que la pareja lleva
a cabo en la tarea educativa de los hijos ( Emery, 1992, 1994). La intimidad hace referencia a la capacidad de los
adultos para establecer vínculos afectivos constructivos, dado que un vínculo emocional positivo es un indicador
claro de la duración de la relación entre adultos. Por otro lado, el poder se refiere a la influencia de cada miembro
de la pareja en los aspectos afectivos e instrumentales de la relación. A un nivel instrumental, las parejas
necesitan tomar decisiones sobre asuntos económicos, tareas domésticas, prácticas educativas y obligaciones
sociales. Cuando los roles de la pareja no están claramente definidos, cuando son incapaces de resolver conflictos
que van a pareciendo a lo largo de la relación y cuando son incapaces de mantener un vínculo afectivo entre ellos,
la pareja se resiente, sufre y acaba por perder su función socializadora.
El conflicto
Durante los últimos años, numerosos estudios han venido demostrando la robusta relación entre conflictos entre
los padres y una larga y extensa variedad de problemas de conducta en los jóvenes, incluyendo problemas
externalizantes de agresión, depresión en las madres, prácticas de crianza inconsistentes, etc.. (Cummings &
Davies, 1994; Grych & Fincham, 1992). La frecuencia e intensidad de los conflictos y la presencia de agresiones
físicas y verbales ( fantuzzo et a., 1991; Vissing, Straus, Gelles & Harrop, 1991) están asociadas con altos niveles
de problemas de conducta en los jóvenes. Esto es así debido a que los problemas maritales generan un distrés
emocional que incide directamente en el desarrollo de los niños ya que disminuye la responsividad de los padres
hacia las necesidades de éstos, impiden una adecuada aplicación de disciplinas parentales y modelan
comportamientos antisociales y pobres en resolución de problemas interpersonales produciendo en ellos graves
problemas de conducta en el presente, pero también en el tránsito a la adolescencia y la edad adulta.
Hasta aquí se ha venido mostrando la filosofía y la base teórica del modelo sistémico de intervención, así como la
concepción del funcionamiento del sistema familiar dentro de éste. Es hora por tanto de repasar cuáles son las
modalidades de tratamiento más comúnmente usadas en la TMS en las intervenciones familiares, los criterios y
pasos a seguir para aplicar dichas intervenciones dentro del marco de las interacciones padre-hijo, el subsistema
marital y por extensión, con el sistema ecológico el que anidan ambos subsistemas.
Intervenciones familiares dentro de la TFM
La intervención familiar multisistémica no es una modalidad terapéutica simple, ya que incluye diferentes tipos de
intervención integrados procedentes de terapias familiares estratégicas y estructurales y desde acercamientos
sistémicos de la conducta familiar ( Robin y Foster, 1989), entrenamiento de padres ( Forehand & Long, 1988;
Patterson, 1979; Wierson y Forehand, 1994), intervenciones conductuales familiares ( Sanders, 1996) y terapia
cognitivo-conductual ( Kendall y Braswell, 1985, 1993). Las intervenciones destinadas a modificar los estilos de
crianza abarcan desde pequeñas intervenciones, intervenciones conductuales puntuales en la interacción padrehijo (p.ej: pedir al padre que no responda a sus comportamientos disruptivos para evitar el reforzamiento de tales
conductas) que cualquier padre puede aplicar con una mínima supervisión del terapeuta, hasta una serie de
intervenciones más complejas y organizadas por el entrenador y dirigidas simultáneamente hacia múltiples
problemas como conflictos maritales, depresión materna, y la interacción padre-hijo. Para la mayoría de las
familias a las que se dirige la TFM, un simple consejo y la asignación de alguna tarea, por pequeña y poco
laboriosa que sea, no suele ser suficiente, y las intervenciones dirigidas a las interacciones padre-hijo y maritales,
los déficits en habilidades, y las barreras sociales para el correcto desarrollo de un estilo parental efectivo requiere
de la implementación de diversas intervenciones a lo largo del proceso perseguido para la consecución de los
diferentes objetivos.
La flexibilidad de la TFM y el conjunto de intervenciones disponibles para el terapeuta multisistémico puede llevar a
confusión a la hora de establecer un foco específico y secuencia de intervención. Diferentes factores van a influir
en la decisión del terapeuta a la hora de usar una determinada estrategia de intervención familiar:
· Una evaluación comprehensiva de la TFM con relación al ajuste que determinado problema presenta en el
conjunto de la ecología contextual en le que se halla inmerso ( Principio uno señalado más arriba).
· Los ocho principios restantes.
· La literatura empírica relacionada con la efectividad de una técnica concreta sobre un determinado problema.
· El buen juicio clínico del terapeuta.
· La experiencia y habilidades del terapeuta respecto a una técnica concreta
· La creatividad del terapeuta.
La modificación de las prácticas parentales
Cuando se comprueba que las prácticas educativas incompetentes están en la base de los problemas del niño y/o
el adolescente (P.Ej: estilo permisivo, autoritario o negligente) los entrenadores o terapeutas y las figuras paternas
involucradas identifican los factores que conforman el contexto ecológico y que pueden estar manteniendo el estilo
inefectivo, y analizan el modo en que sus prácticas parentales varían dependiendo del papel que cada uno de los
factores juega en dicho contexto global ecológico. Así, los entrenadores ajustan sus intervenciones al conjunto
general de capacidades y necesidades que presentan los padres o similares, la familia en su conjunto y su entorno
ecológico social.
El mantenimiento del clima afectivo y el manejo de los padres para modificar sus estrategias
Muchos padres presentan un alto nivel de frustración ante la conducta disruptiva de sus hijos y se muestran
incapaces a la hora de ejercer un adecuado control sobre ella. Cuando un padre se encuentra ante esta situación
no necesita agentes educativos externos o extraños que le indique implícita o explícitamente que su estilo
educativo es clave en la génesis del problema del niño. Los entrenadores generalmente proporcionan apoyo
emocional a los padres y resaltan cualquier aspecto positivo de parentalidad mientras evalúan los factores
familiares implicados en los problemas identificados: Algunos padres son capaces de admitir fácilmente su
frustración y demandan ayuda con frecuencia. En otros padres, sin embargo, la frustración les lleva a afirmar que
el niño constituye el problema y rechazan las sugerencias referentes a la posibilidad de cambio ya que esto supone
un esfuerzo por parte de los éstos y un reconocimiento de su incompetencia
A la luz de la diversidad de modos en que los padres responden a los consejos sobre la modificación de las
prácticas parentales, los terapeutas poseen una gran variedad de estrategias en su repertorio de respuestas.. El
objetivo de cada estrategia es evitar confrontaciones innecesarias con los padres mientras se aseguran que la
importancia del cambio es bien entendida por ellos. Algunos padres, por ejemplo, responden positivamente ante
las explicaciones de los terapeutas sobre los efectos nocivos de mantener los mismos estilos de parentalidad.
Otros sin embargo, sólo responden positivamente cuando se dan por ellos mismos de las consecuencias negativas
de mantener dichas estrategias de control. El hecho de alcanzar tal “insigth” puede conseguirse a través de las
tareas ya realizadas y donde se reflejan los estilos de parentalidad, los registros de interacción diseñados por el
terapeuta, o las impresiones compartidas con otros agentes educativos (abuelos, maestros, etc..). En aquellos
padres en los que las consecuencias de la conducta de los hijos acarrean problemas a en sus propias vidas es
aconsejable iniciar el asesoramiento exponiendo este matiz, en lugar de mostrar las consecuencias negativas que
presentan para el adolescente. Esto les motivará más que si lo planteamos en términos de las ventajas que
producirían en el adolescente, pues existe la creencia en estos padres de que el niño no sufre con su
comportamiento antisocial, sino que este es un comportamiento voluntario y con la intención de hacer sufrir a los
cuidadores.
El cambio en las estrategias disciplinarias
Cuando se torna evidente que los problemas de conducta presentados por los niños y/o adolescentes son
mantenidos por prácticas de disciplina inconsistentes, los entrenadores sistémicos tiene tres tareas generales que
cumplir frente a los padres a la hora de proporcionales estrategias educativas alternativas. En primer lugar, los
padres deben aprender a establecer normas claras y bien definidas ante la conducta de sus hijos. En segundo
lugar, los padres deben desarrollar un conjunto de consecuencias que estarán inevitablemente ligadas al
cumplimiento de las normas; es decir, cuando un niño cumple con la norma, el padre debe reforzar tal
comportamiento; cuando el niño no llegue a cumplir tales normas se aplicará cualquier técnica de eliminación y/o
reducción de esa conducta ( castigos, extinción u otros). Tercero, los padres deben aprender a manejar de una
manera eficaz el cumplimiento de las normas, incluso cuando no estén presentes.
Munger (1993) describe algunos de los pasos a seguir en le cumplimiento de las tres tareas señaladas
anteriormente en un libro para padres, donde da ejemplos concretos para llevar a cabo la tarea con éxito. Lo
terapeutas raramente utilizan libros en su metodología dentro de la teoría sistémica, no obstante recomiendo la
lectura de este libro para aquellos terapeutas inexpertos iniciados en este modelo de intervención.
En definitiva, el establecimiento de normas y la adecuada administración de recompensas y castigos estarían en la
base de las principales estrategias de modificación de los estilos de crianza inconsistentes. La exposición teórica de
tales procedimientos es omitida de una manera deliberada ya que se trata de técnicas de terapia de conducta
ampliamente descritas en numerosos manuales de psicología al alcance de cualquier profesional.
Factores que contribuyen a la ineficacia de los estilos parentales
Se han comentado en el punto precedente aquellos factores necesarios para un óptimo cambio en las prácticas
educativas y por lo tanto, efectivas en la modificación del comportamiento problemático de niños y adolescentes.
Sin embargo, existe otro conjunto de factores a tener en cuenta a la hora de realizar y diseñar cualquier plan de
intervención familiar, factores que conducirían a la ineficacia de tales intervenciones por su macado carácter
nocivo para con los hijos.
Conocimientos y creencias sobre la maternidad
Numerosos estudios han demostrado la asociación entre el conocimiento parental, las atribuciones y conductas
parentales en el desarrollo de los niños ( Baumrind, 1993; Cohen & Siegel, 1991) El conocimiento acerca del
desarrollo infantil ( P.ej: a qué edad los niños son capaces de anticipar el futuro y pensar de manera abstracta) y
las creencias sobre la motivación de la conducta infantil están asociada con prácticas parentales rígidas y con
conductas agresivas en los niños.
Cuando la evidencia sugiere que los mitos y creencias erróneas sobre la crianza mantienen las prácticas ineficaces,
los terapeutas deben centrarse en estas falsas estas creencias antes de modificar dichas prácticas.
El apoyo social a los padres
La literatura señala a menudo el hecho de que el aislamiento social de los padres produce unas prácticas
educativas ineficaces y por consiguiente problemas en la conducta infantil ( Dumas & Wahler, 1985) y en el ajuste
de los padres y los hijos al divorcio ( Emery, 1994). El aislamiento social y la falta de apoyo está estrechamente
asociado con depresión materna; irritable, inconsistente y rígida disciplina, así como atribuciones negativas
parentales acerca de la conducta de los niños. Por el contrario, la accesibilidad a una amplia red de apoyo social se
relaciona de manera significativa con un ajuste marital positivo, con un control efectivo de los problemas padrehijo y otros logros en el buen funcionamiento del sistema familiar ( Pierce, Sarason y Sarason, 1995).
Desde la teoría sistémica, lo terapeutas abordan el tema de la red social de apoyo desde la perspectiva ecológicosocial en que se halla inmerso el núcleo familiar, con la finalidad de restablecer un adecuado funcionamiento de
éste en el marco del contexto comunitario más próximo ( Dumas y Wahler, 1995; Wahler & Graves, 1983).
Los trastornos psiquiátricos
Cuando el terapeuta observa la presencia de trastornos depresivos, ansiedad u otros problemas psiquiátricos
graves en los padres, éstos deben realizar unos pasos determinados. En primer lugar, el terapeuta debe recoger la
información necesaria en lo referente a la intensidad, severidad y duración del trastorno, si existen o no
antecedentes familiares y buscar el profesional adecuado para su tratamiento. Esta información es necesaria para
establecer en qué medida el trastorno afecta al desarrollo del niño e impide el cambio en las prácticas parentales
adecuadas, si el trastorno puede ser abordado por el terapeuta sistémico e incluso establecer una colaboración con
el psiquiatra en lo referente a la adhesión al tratamiento por parte del padre afectado.
El uso/abuso de sustancias por parte de los padres
Cuando el consumo de sustancias disminuye la capacidad de los padres para aplicar unas buenas prácticas
educativas y éstas constituyen la base de los problemas de conducta en los jóvenes, esta conducta parental de
abuso debe ser uno de los primeros objetivos de intervención de los terapeutas sistémicos. Los educadores, con
frecuencia, suelen olvidar los problemas adictivos de los padres a la hora de establecer cualquier intervención con
los menores infractores. Esto obedece, fundamentalmente, a la escasa ineficacia y dificultad de cualquier acción
encaminada a modificar esos hábitos en los padres, y también al hecho de que para la mayoría de estos
educadores, sus objetivos de intervención se centran en el menor que entra en contacto con el sistema de justicia
juvenil. Olvidan por tanto el marco teórico ampliamente recogido por la terapia multisistémica de la interrelación
existente entre el niño, como núcleo de desarrollo y el entorno social ecológico en el que se halla inmerso.
En conclusión, los factores señalados en este apartado son los principales obstáculos que la investigación
multisitémica ha recogido para explicar los obstáculos en la modificación de los estilos de crianza. Existirían otros
más específicos encaminados a modificar patrones parentales sexualmente abusivos o altamente negligentes;
también aquellos encaminados a reestablecer posibles cambios en las interacciones padre-hijo tras divorcios,
nuevos casamientos, y en general cualquier cambio transicional que se produzca en el seno de la familia. No
obstante, y resumiendo lo hasta aquí recogido, es importante señalar como estas intervenciones se enmarcarían
dentro de un contexto mucho más amplio desde donde convergen distintas y diversas intervenciones dentro del
marco teórico sistémico. Así, la intervención familiar constituye uno de los objetivos fundamentales de cualquier
programa educativo individualizado del menor, junto con la intervención destinada a disminuir el vínculo con pares
antisociales, la promoción de la competencia social y escolar y afianzar el vínculo con los recursos comunitarios. En
definitiva, se trata de realizar una intervención amplia, pero entendiendo cada objetivo como un proceso con gran
plasticidad y dinamismo, de manera que la modificación en algunos de estos subsistemas puede generar la mejora
en otros, ejerciéndose una influencia recíproca. De esta manera superamos el paradigma causa-efecto que
actualmente sigue vigente en la mayoría de los educadores de menores infractores en nuestro país.
Llegado a este punto, debo reflexionar sobre la pregunta inicial planteada en este trabajo. Estoy en condiciones de
afirmar, que efectivamente, la terapia multisistémica constituye una herramienta poderosa desde la que establecer
una metodología de intervención encaminada a modificar las prácticas de competencia parental ineficaces y por lo
tanto, aumentar la competencia social de los niños y adolescentes, posibilitando una socialización positiva y
disminuyendo el número de conductas problema en niños y adolescentes. Además, todo ello se lleva a cabo desde
un marco social ecológico que entiende el desarrollo del ser humano, como un sistema flexible donde el conjunto
de interacciones entre los diferentes subsistemas van a conducir a definir el perfil interrelacional abusivo del niño.
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