La orden de la Merced en España y la virgen de las Mercedes en la

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Por RAMON LUGO LOVATON.
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En aquella r w o t a época, cuando la mayor partp, de *Españaestaba en poder de los Arabes, cuando bajo el yugo de..los sarracenos
incontables fieles cristianos sufrían en tierras mor& .qarguiscsclavitud, con grave peligro para la salvación de sus :,almas y se&ridad d e sus vidas, la Augusta Reina de los Cielos, aten@ a tan graves .niales, ocurrió en su infinita caridad para redimir 610s cautivos.
'Como el célebre San Agustín, famoso Obispo del':&ipona, autor de las Confesiones, en sus fecundos Soliloquios, el 'bienaventuhdo Pedro Nolasco, cuyo corazón estaba lleno de piedad,' meditaba
en los medios a escoger para librar a los cristianos dutivos 'o disminuir las penas de su cautividad. Y se consagró de tal ,manera, que
la Santísima Virgen, apareciéndosele, expresóle que tanto Ella ~,coimo
su unigénito Hijo, aceptaban se fundase una orden d e religiosos
que se encargara de la liberación de los cautivos cristianos del poder otomano, simbolizado por la Media Luna y guiado 'por los,principios de Mahoma.
Pedro Nolasco, varón de Dios, recreado ante esa celestial visión,
e impulsado por el ideal que animaba en su espíritu fecundoi ocurrió aquella misma noche de la aparición, a los piCs de Raymundo
de, ~eñafort,su confesor, para comunicarle lo sucedido, y cuál no
sería su sorpresa al manifestarle su bienaventurado hermano en Cris.
to, que la Virgen tambiéh se le había ap&ecido con igual propc)
sito. Sorprendidos estaban aquellos Santos varones, cuando el propio .Rey de Aragón, llegó hasta ellos para confesarles que la Virgen
le había hecho idhtica revelación. En los tres había sido la mis-
Pasemos ahoIá a referir P hermosa leyenda de( la pfípiea $p.&
rición de Nuestra Señora de las Mercedes en la h j a de santo góEmpinada -sobre enhiesto monte, en una meseta desde .donge
se domina como una bendición de Dios para los habitantes de .esta
tierra, el amplio y ftrtil Valle de ~a Vega Real, como si pisiefa
penetrar la azul inmensidad, se eleva hacia el cielo la iglesia dd
Santo Cerro, lugar sagrado, venerado e histórico, hacia e l cual encamina sus pasos el fervoroso y creyente, peregrino domiqimo;
Aquel lugar fué el escenario de una batalla y la pila baut+nal $
la más hermosa leyenda que conserva nuestro pueblo respecto ae'.
la venerada Virgen de las Mercedes:
. Corría el año de ,1495, y don Cristóbal Colen
y su he han^,,,^!.
Adelantado don Bartolomé, con no crecido n h e r o entre. hombqksi
de -infantería y de caballería, disponianse a resi$& en sus .primq,s~
pasos p r la conquista de la isla, las huestes indigenas que dingiia
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general a la Virgen, el rostro de su jnmaculadzi imdgen;, que $ 0 ~
muchos días había aparecido triste q e e el pueblo que la contan:
plaba, desde la noche del 7 de septiembre, vispe~ade la Natividafl,
se mostró radiante y a F t i r de esa feda, la tiekra dejó de 'temblar?
--Pasan algunas décadas. En 1689, los intrépidos bucaneros de la
Isla de La Tortuga, convertidos ya en colonos franceses, en la parre norte de La Española, conchcidos por Delisle, caen como bárbaros sobre' Santiago, lo saquean y lo destruyeri.
Dos años después, la hidalguía española busca el desquite. Don
Ignacio Pérez Caro, Gobernador y Capitán General, Almirante Real
de la flota de Barlovento, organiza con todas las armas una columna
que encomienda a la pericia guerrera del Maestre de Campo, don
Francisco Segura Sandoval y Castillo.
S
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\reztur:e a ¶$?en ha designado .+beinador dé1 S>epartameQto,
Ozama, se 'ha instalado en cl Palacio de los ~ a ~ i f S i nGiyrales
és
la Colonia. Apenas toca durante las comidas s1: p l a 9 q u e le sir
vea. Cierta día, al' salir del comedor, en una apart+&. habitación;,
~ ~ ~ ,.a *S"
comunica. a su hermano Paul esta terrible r e s o l u ~ i"Tasar
chillo a roda la poblacihn". faul, consternado, porc@zbsualma' er@'
distinta, trata de disuadirlo ,y de calmar el espintu e4*fuibado dFi
su hermano, pero todo es ipGtil, y Paul, acude a su espdsa para i@-2
formarle la sanguinaria idea de Toussaint, man~fcstiindoleque s a d '
una dvina intervencihn podía detenerlo.
Mon Dieuf &on dieul exclama la compai$era de Paul, que sqi
aleja presurosa hacia un aposento de la casa donde ha visto una liiii-:
gen de Nuestra Señora de las Mercedes, y pasa la tarde y l a n o d e eni
orante actitud ante la virgen.
de que Toussaint ha ordenado un degüello. Los habitmtes de la! j
ciudad, por medio de un bando leido en las esquinas, acompañado'
de tambores, han sido convocados para reunirse a las siete ddl día '
siguiente en la Plaza de Armas. Hay un lúgubre presagio en todos
LA ORDEN DE LA M E ~ E D
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bast6n de mando, símbolo de su aIta jerarquía, las toca, una a una,
3in respetar el pudor de ellas, y les pregunta: Francesa o española?
Avanza; toca con su bastón a una dama elegante, de ojos vivos,
seno erecto. Esta, con gesto airado, exclama: "Atrevido! Aprenda ,
modales para que sepa tratar a las damas españolas!" Es la señorita'
DOminga Núñez, sobrina nada menos del Dk. don José Núñez de
.Gáceres. Toussaint ha escuchado sus palabras. Frunce el ceño, sube
de nuevo a la tarima. Jean Phillippe, Jefe de las tropas, palidece en
espera de la señal. Mira a Toussaint pero nada advierte en sus ojos.
De pronto, hacia oriente, el sol obscurece y un aire fuerte y.caliente azota la multitud. De la tierra. salen sordos truenos, mientras
cn el cenit hay un halo radiante de luz solar.
Toussaint Louverture clava Sus ojos en el cielo y los fija con'detenimiento en el punto luminoso. Repentina ceguera le hace cerrar
los párpados. Parece haber visto algo. Ordena a Jean Phillippe clesaiojar la plaza, y él mismo con sus edecanes se aleja presuroso. Hay
cn su voz no contenida agitación. Paul y su mujer se le acercan sigilosamente y Paul, a solas con él en una estancia, escucha e1 relato
de Toussaint, que al sentir la luz que bajaba de lo alto, miró al cielo y pudo advertir la presencia de una dama, con blanco traje talar,
que lo contemplaba en arrobadora actitud suplicante.
Elle etai Notre Dame! Je l'ai vuel Era Nuestra Señora! Yo la he
visto! Yo la he visto!
Al escuchar estas palabras, la esposa de Paul Louverture corri6
a la estancia de sus oraciones, y agradecida cayó de rodillas ante la
imagen de la Virgen de las Mercedes.
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Toda leyenda constituye un patrimonio comúii subyacente que enriquece y da belleza a la historia de cada país. La leyencla, toca a lo maravilloso y deslumbra; la tradición, corresponde a lo
histórico y cautiva. (En dónde termina la leycnda y comienza la tradición? El primer campo, viola con frccuencia los dominios del segundo; a veces, lo que pertenece a la tradición es tan inverosímil,
tan raro y maravilloso, que entra, franca y caballerescamente en el
rimbito de la leyenda. Con la raza humana, nació la historia y con
la historia la leyenda. Todo demuestra esa verdad inconcusa.
Las leyendas mayas, aztecas y peruanas, constituyen pr~;ebas de
que la leyend~es más fuerte en los pueblos que tienen una historia
más intensa, porque éstos poseen un grado superior de civilización.
Puede afirmarse que toda América es imaginativa en sus concepcio-
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