Condenados - Germán Gómez

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Condenados
“Por mi se va a la ciudad del llanto; por mi se va al eterno dolor; por mi
se va hacia la raza condenada; la justicia animó a mi sublime arquitecto;
me hizo la divina potestad, la suprema sabiduría y el primer amor. Antes
que yo no hubo nada creado, a excepción de lo inmortal, y yo duro
eternamente. ¡Oh vosotros los que entráis, abandonad toda esperanza!”
Dante. “La Divina Comedia”. El Infierno, canto III.
Abandonada toda esperanza los condenados cruzan la laguna Estigia en la
barca que Caronte guía, entre llanto y maldiciones, entre blasfemias y dolor. Su
destino, el infierno. Allí los condenados en el Juicio Final pagarán eternamente sus
penas, no habrá final para su dolor ni para sus fatigas, tal vez para sus
remordimientos. Miguel Angel en la Capilla Sixtina distribuye visiblemente a los
condenados y a los que se salvan en ese Juicio que, sin duda, como todos los
juicios tendrá sus errores y sus injusticias. En la parte baja de la Capilla Sixtina
vemos como, en un lado, los justos, las almas nobles de los que se han salvado
salen de la tierra, se escapan de entre las garras de lo demonios que intentan
sujetarlos, como se sueltan del peso de la tierra, de la ley de la gravedad y vuelan,
se podrían decir que flotan, se elevan hacia el Padre, hacia la salvación, hacia el
cielo. En la otra parte la lucha toma otro cariz, los cuerpos se entrelazan en
escorzos salvajes, en posturas impensables, unos se agarran a los otros, los
demonios tiran de ellos hacía abajo, hacía la tierra, hacía el infierno, mientras
Caronte les golpea con el remo, el destino esta echado, decidida su suerte. Son los
condenados. Rostros de desesperación, incluso de decepción, de incredulidad,
rasgos de angustia, dolor, y no solo en las caras sino en esos cuerpos que se
curvan intentando agarrarse a otros para evitar su caída o tal vez para arrastrar a
otros en su perdición, en una caída inevitable pero no necesariamente solitaria. El
dolor nos guía, el miedo evita cualquier sombra de piedad hacia los demas. Nadie
quiere estar en la barca de Caronte, nadie quiere sufrir para toda la eternidad,
ningún pecado puede parecer suficientemente malo para tan terrible y desolador
castigo, para un destino tan cruel e irreversible.
Miguel Angel pinta su obra maestra en un alarde de virtuosismo, sin duda
refleja la gran comedia de la existencia, ilustra el miedo, el premio y el castigo a
unas vidas de virtud y a esas otras existencias marcadas por la maldad, la envidia,
la desobediencia de las doctrinas de la Iglesia. Un inevitable tono didáctico, dando
visibilidad casi infantil al miedo, al castigo y al premio, estructurando la obra de la
manera más sencilla, dividiendo toda la pintura en zonas de dolor, de paz, de duda,
de tranquilidad, para situar en cada una a las diferentes posibilidades y niveles de
acercamiento y alejamiento del premio y del castigo. Para ello Miguel Angel se
pintó a si mismo y a aquellos que le ayudaron en su vida, y también a aquellos que
le dificultaron la existencia; a los que le amaron y a los que le odiaron; a las
mujeres que se portaron con él como amigas y benefactoras las encarna en
vírgenes y almas protectoras, a sus amantes y a sus enemigos, los Papas que le
dotaron de medios, los nobles que le sustituyeron por otros pintores, a sus
contrincantes… y a aquellos de los que si bien estuvo enamorado nunca consiguió
sus favores. En definitiva, construyó un friso donde en paralelo se podría indagar en
los mitos de la religión católica y en la vida privada del artista. Pero no será el único
que elija el tema del Juicio Final ni el de los condenados más especialmente,
recordemos por ejemplo “Las Puertas del Infierno” de Rodin, en las que de una
manera más concisa y menos narrativa también ofrece esa imagen de los que son
condenados a traspasarlas para no regresar jamás.
Tantos siglos después, otro artista de visita en Roma retomaría su Capilla
para reconstruir algunos de sus retratos de entonces con personajes de ahora,
algunos de esos cuerpos marcados por el destino del pecado por otros de hombres
de hoy, cambiando las maldiciones divinas por otras mucho más humanas. Germán
Gómez ha usado también el mismo método que tan habitual era en el
Renacimiento: usar a sus amigos, a sus cercanos como protagonistas de sus
retratos. En este caso solamente son nueve los retratos y nueve los grupos de
cuerpos engarzados en la lucha por la supervivencia los que se reconstruyen, pero
en este caso la pintura ha sido sustituida por la fotografía y también se ha alterado
la forma de su presentación. Hoy son cuerpos e individuos solitarios, aislados, sin
un fondo que los haga parte de una comedia ni divina ni humana, son partes de un
paisaje global y cotidiano, pero se presentan solos. Germán Gómez ha elegido a
nueve condenados para simbolizar el dolor y el miedo contemporáneo. Pero no se
trata de nueve fotografías de personajes que posan a imagen y semejanza de los
condenados de Miguel Angel, no. Se trata de la construcción de nueve identidades
inexistentes a partir de los fragmentos de hombres que sí existen pero que ninguno
es uno de ellos, sino que son sus fragmentos los que construyen a cada uno de
estos nueve condenados. Brazos, manos, piernas, bocas, ojos, pelo, orejas, se
mezclan entre ellas y son todos y cada uno de ellos los que se esconden detrás de
ese gesto de desesperación, de miedo, de dolor, de angustia, y al mismo tiempo no
es ninguno de ellos. Así el escorzo se convierte en gesto aún más extremo, los
rostros suman el sentimiento de todos ellos para forman un cara irreconocible por
inexistente pero familiar por la sensación que nos evocan.
Nuevamente Germán Gómez demuestra que su personal estilo, esa forma de
usar la imagen fotográfica como material para realizar unos trabajos que tienen
tanto de fotografía como de pintura, que surgen del collage y que tienen un duro
trabajo individualizado, un trabajo que convierte a cada una de sus obras en piezas
únicas e irrepetibles, tiene muchas más posibilidades de las que tal vez alguien
pensó con sus primeros trabajos. Y también nuevamente vuelve el artista en esta
serie a tocar aspectos de la historia de la religión, una religión cargada de culpa y
de la sombra del pecado eterno, una religión que sin duda nos ha convertido a
todos en condenados.
Rosa Olivares
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