Brevedad y humor son cualidades comunes a la microficción

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¿POR QUÉ TOMARLA EN CHISTE?
El resbaladizo terreno de la microficción humorística
Raúl Brasca
Brevedad y humor son cualidades comunes a la microficción humorística y al
chiste. Sin embargo, pretendemos que la primera sea literatura, pertenencia
que le negamos al segundo. Como antólogo recurrente, debo confesar que me
he detenido varias veces ante un texto incapaz de decidir si se trataba de una
cosa o la otra. La proliferación de microficciones humorísticas en los últimos
años me puso en esa situación cada vez con mayor frecuencia. Por eso,
menos por manía clasificatoria que para simplificar el trabajo, me propuse
encontrar el modo de diferenciarlos claramente.
Está claro que, como criterio distintivo, la brevedad no sirve: ambos son muy
breves. El humor, evidentemente, también es un rasgo compartido. ¿Será la
gratificación intelectual que el chiste ofrece, es decir, la admiración por el
ingenio que contiene y la auto-congratulación del lector por haber podido
descifrarlo, lo que permita diferenciarlos? No. Las dos formas principales en
que la microficción alcanza la brevedad, la elipsis (lo no dicho) y los marcos
referencia (alusiones a conocimientos que se supone que el lector posee),
obligan a quien lee a un “darse cuenta de...”, lo que conlleva, igual que en el
chiste, la gratificación por haberlo logrado. Busquemos la diferencia, entonces,
en los caminos que ambas formas utilizan para lograr la risa.
Quien estudió en detalle las técnicas del chiste fue el padre del
psicoanálisis, Sigmund Freud. Él detalla muchas técnicas que le son útiles para
establecer analogías con los mecanismos que propone para los sueños pero
que, para nuestros fines, pueden resumirse en tres grupos principales: la
condensación, el doble sentido y el desplazamiento. Rosalba Campra,
investigadora argentina, reproduce el siguiente chiste que ella considera una
especie de “meta-micro-relato”:
Se lleva a cabo un concurso con participantes de todos los países y de todas las épocas: se
premiará al candidato con el nombre más corto.
Se presenta el candidato chino: -Yo soy el señor Ho.
Es obvio que ganará él: no puede haber nombre más corto que ése.
Pero se levanta un general del imperio romano:
-Mi nombre es Casio, dice, y vuelve a su sitio seguro de haber ganado.
Se adelanta entonces un venezolano:
-Lo lamento mucho, señores, pero si ésos son los nombres, el ganador soy yo: me llamo
Nicasio.
La técnica empleada aquí es lo que Freud llama “condensación” (de dos
palabras en Casio y de tres en Nicasio). Hay algunas microficciones
humorísticas que también la utilizan. Por ejemplo, el microrrelato de Luis
Landero titulado ORGASMO, contiene las condensaciones “orgasnos”, “orgatos”
y “orgallos”.
El doble sentido, fuente de una enorme cantidad de chistes, también es
usual en la microficción. “Cotidiana”, de Miguel Gomes se basa en el doble
sentido de una palabra:
Tras una discusión, coloqué a mi mujer sobre la mesa, la planché y me la vestí. No me
sorprendió que resultara muy parecida a un hábito.
En cambio en la siguiente, se juega con el sentido literal y el metafórico de dos
expresiones usuales.
Mantenía la cabeza fría y el corazón en llamas. Su cuello estaba estiradísimo por el esfuerzo.
También la técnica del desplazamiento desde un sentido principal a otro
secundario, tiene ejemplos literarios ilustres, como el siguiente de Nobokov:
-¿Ese que está bajo un olmo es tu padre?
-No es un olmo, es un roble –contestó Ada.
Hay otras teorías, además de la de Freud, y casi todas las que se han
mantenido hasta hoy coinciden en la “incongruencia” como fuente de lo risible,
César Vallejo escribió:
Conozco a un hombre que dormía con sus brazos. Un día se los amputaron y quedó
despierto para siempre.
En este ejemplo, la incongruencia deriva de entender “dormir con los
brazos” como se entiende “caminar con los pies”. El mismo mecanismo es
usual en algunos chistes.
Lo dicho alcanza para darnos cuenta de que, como era previsible si las
técnicas enunciadas son universales como pretenden, los caminos para lograr
la risa tampoco sirven para diferenciar chiste de microficción humorística.
¿Debe este estrepitoso fracaso obligarnos a poner ambas formas en un
mismo grupo indiferenciado? La lectura nos dice que no. Ningún buen lector
confundiría un microrrelato de Augusto Monterroso con un chiste ¿Por qué?
En primer lugar, en Monterroso (y en otros buenos autores de
microficción humorística) las técnicas mencionadas suelen aparecer
combinadas de forma compleja y el humor, casi siempre irónico, exige un
esfuerzo de imaginación mayor que en el chiste. Existen chistes irónicos, pero
la microficción prefiere utilizar formas superiores de la ironía, como es el caso
de la sátira. En un chiste, el efecto humorístico debe ser inmediato. En una
microficción, acceder a él exige reflexión y hasta puede resultar inalcanzable
cuando la enciclopedia del lector no cuenta con los elementos que la ironía
exige para producir sentido. En segundo lugar, al chiste, forma oral por
excelencia, no se le exige escritura literaria. En cambio en la microficción, cada
palabra debe estar tan cuidadosamente elegida como en un poema. En eso
consiste parte de la fascinación que producen los microrrelatos de Monterroso.
Conclusiones: Chiste y microficción humorística tienen muchas
similitudes. Ambos son breves, ambos son condensados, ambos ofrecen
gratificación intelectual y utilizan las mismas técnicas por lograr la risa. Difieren
en grado de complejidad y en la naturaleza de su escritura. Es decir, puede
haber chistes tan complejos y bien escritos que serían verdaderas
microficciones. Inversamente, puede haber microficciones tan elementales y
pobremente escritas, que no pasarían del chiste.
Esto supone un
solapamiento, una zona en que ambas formas coexisten. La microficción
humorística es literariamente tan respetable como cualquier otro tipo de
microficción. El chiste, en cambio, es la tentación de la facilidad exitosa, una
tentación a la que se ha sucumbido últimamente con demasiada frecuencia.
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