San Pablo: Testigo de Cristo Por: Camilo Maccise En la historia de la humanidad hay personajes que dejas huella en el campo social, científico y religioso. En este último, ocupa un lugar importante Pablo de Tarso, hombre genial que abrió el cristianismo a su dimensión universal. El 29 de junio de 2007, el Papa Benedicto XVI proclamó la apertura de un año dedicado a recordar los dos mil años del nacimiento de este apóstol. Dijo que él: “brilla como una estrella de primera magnitud en la historia de la Iglesia, y no sólo en los orígenes de la misma” San Pablo fue un hombre de su época, pero sigue teniendo actualidad por su testimonio de vida y por sus escritos. Nació en Tarso, ciudad situada en la llanura de Cilicia, en lo que actualmente es Turquía. Tarso estaba colocado en el cruce de caminos que unían a Siria de cultura semítica con el Asia menor de Cultura griega. Era, por eso, un punto de encuentro entre esta civilización y la oriental. Pablo nació y creció en ese ambiente de cultura mixta. Este doble influjo dará más tarde una fisonomía propia e inconfundible a su actividad apostólica y literaria. El estudio de la ley y de las tradiciones judías lo perfeccionó en Jerusalén con un prestigiado rabino, llamado Gamaliel. Antes de su conversión Pablo era un fariseo observante de la ley y, movido por un cierto fanatismo, fue un activo perseguidor de los primeros cristianos. Fue, precisamente en su camino a Damasco para eliminar en las comunidades judías, a los que se habían adherido a la nueva y sospechosa doctrina de los cristianos, cuando se le presentó Cristo y lo cambió de perseguidor en el más grande difusor del cristianismo (Hechos de los Apóstoles, cap 9). Convertido, se dedicó a anunciar en el mundo mediterráneo la persona y el mensaje de Cristo, y de este modo hizo triunfar rápidamente una orientación espiritual y universal en el cristianismo primitivo. Él es el protagonista de un desarrollo extraordinario de la Iglesia de Cristo. San Pablo tuvo en su vida un triple influjo representado por tres grandes ciudades de la antigüedad: Jerusalén, Atenas y Roma. En la primera se encontró con el mensaje de Cristo. Atenas le proporcionó su idioma y riqueza cultural, y Roma los impulsos que lo llevaron a organizar la Iglesia del siglo primero. En el libro de los Hechos de los Apóstoles y en 14 cartas escritas por él y su discípulos, Pablo nos transmitió su comprensión profunda del misterio de Cristo y de la nueva vida que Él nos comunico por su pasión, muerte y resurrección. Ante todo, en la enseñanza paulina, Jesús, nos transformó en hijos e hijas de Dios y nos hizo capaces de relacionarnos de manera diferente con Dios, con lo demás y con el mundo. La fe nos abre a la vida de Dios que se nos comunica; el amor, por medio del cual actúa la fe, nos relaciona con los demás como hermanos y hermanas; la esperanza nos sitúa frente al mundo y la historia y nos da el dinamismo para el esfuerzo transformar y la fidelidad perseverante en el cumplimiento de las exigencias de Dios. La lectura de las cartas de san Pablo nos va ayudando a descubrir toda la riqueza de la vida cristiana. La carta a los romanos nos hace comprender que vivimos guiados por el Espíritu Santo, y que movidos por él podemos dirigirnos a Dios con el diminutivo “papá”: Abba, en arameo (cap.8). La primera carta a los corintios nos lleva a aceptar la sabiduría de Dios que es muy diversa de la nuestra y que salva al mundo por el escándalo de la cruz y resurrección que nos garantizan la nuestra. La segunda carta a los corintios nos hace comprender que el poder de Dios se manifiesta en la debilidad humana (cap. 12). La carta a los gálatas enumera los frutos que produce en nosotros la presencia del Espíritu: amor, alegría, paz (5,22). La carta a los efesios nos presenta a la iglesia como cuerpo de Cristo, que es su cabeza. Cada uno de nosotros recibe dones diferentes para ponerlos al servicio de los demás (cap. 4) La carta a los filipenses nos invita a imitar a Cristo que vivió en la humildad y aceptó la voluntad del Padre (cap.2). La carta a los colosenses nos habla de Cristo como centro de la creación y de la historia: “todo fue creado por él y par él; todo subsiste en él” (cap.1). Las dos cartas a los tesalonicenses nos comunican la certeza de nuestra resurrección. La primera Carta Timoteo da orientaciones para la organización de la Iglesia primitiva. La segunda carta a Timoteo exhorta a proclamar la fe y a trabajar y sufrir por Cristo para reinar con el (cap.2). La carta a Tito, además de orientar a su destinatario sobre el modo de comportarse con los miembros de la comunidad cristiana, exhorta a todos los creyentes a cumplir sus deberes. La carta Filemón propone el fundamento para una convivencia justa y fraternal: el cambio interior del sur humano, la conversión. La carta a los hebreos tiene como punto central de su reflexión la nueva y definitiva mediación sacerdotal de Cristo que nos ha abierto el camino hacia Dios. Con ocasión de la celebración de los dos mil años del nacimiento de san Pablo, una lectura de sus cartas ayudaría a comprender y a afrontar muchos de los desafíos que tenemos en el mundo de hoy, a partir de la valoración de la dignidad e igualdad de los seres humanos, defendida por el apóstol: “ Ustedes están en Cristo Jesús, y todos son hijos de Dios gracias a la fe ... Ya hay diferencia entre judío y griego, entre esclavo y libre; no se hace diferencia entre hombre y mujer, pues todos ustedes son uno solo en Cristo Jesús” (Carta a los Gálatas 3,26-28). Pablo convirtió las enseñanzas de Jesús en una buena Noticia para todos. Él fue una persona que albergó en su corazón el ardor de un líder religioso judío junto con la cultura griega y la capacidad organizativa de los romanos. Precisamente de esa universalidad en el tiempo y en el espacio y de su riqueza doctrinal brota la perenne actualidad del pensamiento de Pablo de Tarso.