Relaciones conflictivas y conflicto emocional

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RELACIONES CONFLICTIVAS Y CONFLICTO EMOCIONAL. MUJERES,
MADRES Y FAMILIA POLÍTICA1
Texto publicado originalmente como “Conflicting relationshiops and emotional conflict:
women, mothers and in laws” en Revista Brasileira de Sociología da Emoçao, (2003) vol 2,
nº 6, pp.461-483
Beatriz Muñoz González
Universidad de Extremadura
Probablemente uno de los rasgos que con mayor precisión y claridad diferencian a las
amas de casa rurales de las urbanas se encuentra en la distinta frecuencia e intensidad de las
relaciones sociales con los miembros de su familia y de su comunidad. En este sentido, la
cercanía espacial implica cercanía emocional entendida como la existencia de lazos afectivos
de cualquier signo – sentimientos y emociones placenteros o no. Del mismo modo, la
distancia o el alejamiento espacial o geográfico supone, a su vez, un mayor distanciamiento
emocional tanto en su versión positiva como en la negativa.
Las redes familiares de apoyo parecen ser una realidad más presente en el mundo
rural, pero también se nos revelan con una dimensión no tan positiva, a veces conflictual, en
la que creemos conveniente detenernos. Es más, sostenemos que esa dimensión conflictual se
deriva del intento de conciliar dos mundos diferentes que se presentan como antagónicos, dos
realidades familiares que conviven: el modelo nuclear y el troncal. Ello significa, a nuestro
juicio, que los rasgos característicos de la familia nuclear moderna se ven difuminados por la
presencia de prácticas y valores propios de modelos más tradicionales. Nos atrevemos a decir
que desde un punto de vista estructural nos hallamos ante un modelo de familia nuclear en
donde, desde una perspectiva cultural, conviven y perviven estas prácticas o usos residuales
de los modelos troncal y extenso. La convivencia entre estos sistemas no es fácil de conciliar
de ahí la aparición de conflictos como los que vamos a abordar en el presente capítulo.
Conflictos que aún existiendo en otras muchas familias de ámbitos urbanos, no tiene el mismo
profundo calado que en el mundo rural por cuanto, en contextos pequeños, llegan a impregnar
Este artículo corresponde a la versión en castellano del original titulado “Conficting relationships and
emotional conflict: women, mothers and `in laws´”, publicado en la Revista Brasileira de Sociología da Emoçao,
v.2, nº 5, pp.461-483., agosto de 2003.
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el día a día, la cotidianeidad de las vidas de las personas ante la dificultad de sustraerse a ellos
por la proximidad espacial entre las mismas.
Debemos añadir que esta realidad implica un proceso de cambio no terminado, de
adaptación o si se prefiere de crisis que nos remite obligatoriamente a los procesos de
urbanización de las comunidades rurales y a su consecuente y creciente dificultad para
encontrar una realidad cercana al tipo ideal de ruralidad al que hicimos referencia en el
capítulo tercero. Los cambios estructurales que señalamos en su momento y sus disonancias
tienen su correlato en cambios y disonancias dentro del sistema de relaciones sociales y
familiares, las cuales, a su vez, definen un mundo de particulares interpretaciones y de
sentimientos específicos por cuanto es la familia, en las sociedades occidentales, el ámbito
emocional por antonomasia. Desde el punto de vista de una Sociología de las Emociones
estos cambios inconclusos vienen acompañados de un universo emocional que se manifiesta
en la cotidianeidad de las relaciones sociales y familiares y que, siguiendo a Hochschild
(1983), se relaciona con las condiciones de intercambio en el seno de una estructura social
dada.
Como consecuencia de todo lo dicho, entendemos que en un estudio sobre amas de
casa rurales cobra mayor relevancia detenerse a analizar la dimensión emocional de sus
relaciones familiares por cuanto representa, en tanto eje fundamental de su vida social, un
marco explicativo de su realidad en el hogar.
VINCULOS SOCIALES, DEUDAS, OBLIGACIONES Y CONFLICTO
El testimonio que reproducimos a continuación es más que ilustrativo del inicio de la
vida adulta de muchas de las mujeres entrevistadas. Nos lo proporciona Alicia al relatarnos
los comienzos de su vida matrimonial. Alicia pasa de vivir en casa de sus padres a vivir en un
piso cedido por su suegra, una planta más arriba del hogar de su nueva familia política. Su
situación económica no le permite irse a vivir a un piso propio y ello no sólo marca el inicio
de su vida en pareja sino que definirá el tipo de relaciones con sus suegros en el futuro:
[...] que entonces no me tenía que comprar muebles ni nada, que te lo daban, pero que luego
te metías con tu suegra o tu madre que te arrecogía y.... es que antes no es como ahora. Antes
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te casabas joven y además de que te ibas con tu suegra o tu madre... que no se te ocurriese
decir nada que te tenían arrecogía, ¡anda!, ¡menudo poderío! Menudo poderío, no es como
ahora, que ahora cuando se quieren casar ya tienen piso...
En muchas mujeres de la generación y el contexto social de Alicia, estar “arrecogía”
era una práctica habitual:
[...] es que antes no es como ahora. Te casabas muy joven y te ibas con tu suegra o con tu
madre. Yo, mis amigas, todas lo mismo. Tengo una amiga que se llama Tenti, se fue con su
suegra, y otra amiga que vive por aquí cerca, también, con su madre...
Alicia pasa de una dependencia moral y económica respecto de sus padres a otra
respecto de sus suegros - ... ¡tu sales de tus padres que eran muy estrictos para que tu suegra
te controle ... -. El testimonio que acabamos de reproducir, más allá de describir una situación
real, puede interpretarse en clave de una Sociología de las Emociones. Alicia habla de estar
“arrecogía”; la propia palabra lleva implícito un fuerte componente emocional de diversa
índole. Por un lado podríamos pensar que de esta acción se derive un sentimiento de gratitud
(emoción positiva) de quien es “arrecogío”, y por otro, el que observamos en este caso
concreto, uno de vergüenza (emoción negativa). En el caso que nos ocupa y a tenor de cómo
se han desarrollado las relaciones entre Alicia y su suegra no es aventurarse señalar la relación
que el término “arrecogía” tiene con el sentimiento de vergüenza. Recoger es, para quien lo
hace, un símbolo de su estatus y de su poder, se espera del otro no sólo agradecimiento sino
también subordinación, sumisión, obediencia. Para quien es arrecogío implica humillación,
vergüenza, sometimiento. Y ahí reside el problema, pues éste se presenta cuando la gratitud
en vez de ser un sentimiento se convierte en una obligación, y lo que en principio puede
entenderse como un regalo se convierte en una ofensa, ofensa que si cabe es mayor cuanto
mayor es el regalo y la imposibilidad de corresponder a él (Bourdieu, 1968).
La gratitud o la vergüenza ante el hecho de “ser arrecogía” tiene mucho que ver con la
actitud de quien “recoge”.
Recoger sin esperar nada a cambio puede conducir al
agradecimiento, pero por regla general no es el caso, en las sociedades rurales como la que
estudiamos, cuando una suegra “arrecoge” a su nuera no lo está haciendo desinteresadamente,
explícita o implícitamente está construyendo las bases de la dependencia y sumisión, está
haciendo chantaje con la deuda contraída. En cierta medida nos atrevemos a señalar que en el
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“arrecogimiento” hay una ritualización de una “ética de la devolución” , según la cual y
siguiendo a Mauss (1971), el don recibido debe ser obligatoriamente compensado, en este
caso con la sumisión y la obediencia. Podríamos decir que el agradecimiento surge cuando no
hay intereses ocultos mientras que la vergüenza se desencadena cuando se reconoce el coste
desmesurado que se está pagando por una deuda aparentemente altruista. Ese chantaje
inevitablemente conduce a la vergüenza.
En el caso de Alicia la situación se deterioró de tal manera que nos cuenta:
[...] Fueron los cuatro, cinco, no, cuatro años más infernales que pasé...
[...] Dice mi suegro que “si podéis, porque esto va a terminar muy mal, coge un piso cuanto
antes”, porque veía que mi suegra era insoportable ...
Scheff señala en su Teoría Sociológica de la Vergüenza que ésta, junto con el orgullo,
es la expresión más directa del vínculo social a la vez que, define la naturaleza del mismo
(Scheff, 1990a: 4). “Dar y corresponder” serían, en el caso que nos ocupa, elementos
constitutivos del vínculo social y en consecuencia sobre ellos se asientan realidades
emocionales. Para Scheff, la base de la vergüenza se encuentra en la vivencia del sujeto de un
vínculo social inseguro, en donde éste se puede encontrar o bien a demasiada distancia social
del otro o bien a demasiada poca. En el caso de Alicia, su sentimiento de vergüenza nos
define, siguiendo a Sheff, la naturaleza del vínculo que mantiene con su suegra, una relación
en donde la distancia social con respecto a ella queda casi anulada, sintiéndose engullida por
una relación que no le permite construirse como entidad diferenciada aún siendo adulta.
Alicia nos cuenta que cuando llegaba a su casa, su suegra había entrado en ella y le había
cambiado cosas de sitio o incluso se encontraba a un cuñado viendo la televisión. La invasión
del espacio físico del hogar, del territorio que, a pesar de no tener la propiedad legal, ha
construido y construye diariamente para su marido, sus hijos y para ella, se presenta como la
metáfora de la invasión del espacio social y es sumamente elocuente de la ausencia de
distancia social adecuada entre ambas mujeres, amén de mostrar la diferente percepción que
de dicho espacio tienen cada una de ellas: para Alicia es su hogar, porque en él construye su
vida y la de los suyos; para su suegra es sólo una casa, un edificio de su propiedad que le sirve
para imponer su poder, un símbolo de estatus.
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En el capitulo cuarto nos hemos centrado en el significado emocional de la casa, pero
ahora conviene decir algo más. Para un ama de casa, ésta se convierte en una proyección de
ella misma, refleja su mundo emocional. La colocación de los muebles y de las figuritas
decorativas en ellos, o la determinación acerca de la pertinencia o impertinencia de
“encender” o apagar un electrodoméstico, es el resultado de la voluntad de ese ama. Si alguien
diferente coloca las figuras dentro del mueble o decide utilizar según su criterio los
electrodomésticos, está atentando contra el concepto de ama, está impidiendo que se
construya en la casa un universo emocional propio. Alicia conoce muy bien esto:
[...] como el niño era pequeño yo me iba a comer a casa de mi madre todos los días. Cuando
llegaba a mi casa, el mueble me lo tenía... esta figura aquí... me la tenía al otro lado... me
encontraba a mi cuñado soltero que vivía con ella abajo, arriba viendo la televisión... ¡ pero
si es que tenía su televisión abajo! pero como yo estaba arrecogía pues me tenía que
aguantar. ¡Claro! ¡manejanta, no te quiero ni contar!...
Es consciente de que en la base de esa invasión del espacio social se encuentra no sólo
la dependencia económica sino la cercanía espacial:
[...] todo eran problemas, por donde quiera. Todo eran problemas ... todo, no se.... yo lo
achacaba a vivir con ella... yo lo achacaba a vivir con ella....
Aguanta porque se lo dice su madre - ... aguante, hija, a ver, aguanta, aguanta. Si esta
no está bien de la cabeza.... ¿qué quieres que hagamos? Aguanta, aguanta – y porque siente
vergüenza. Aquí reside fundamentalmente la clave de porqué Alicia soporta humillaciones y
falta de consideración por parte de la suegra, pues “el problema de la vergüenza es que nos
avergonzamos de estar avergonzados y así sucesivamente en una espiral emocional que se
caracteriza por su baja visibilidad” (Bericat, 2000: 169). Para un adulto, para Alicia, es difícil
reconocer que “ha sido arrecogía”. Difícil reconocer que como adulta no es autónoma sino
dependiente una vez atravesado el rito de tránsito a la madurez que supone el matrimonio. Le
resulta duro reconocer la ausencia de una adecuada distancia social respecto del otro, respecto
de su suegra; aunque ella no lo sabe mantiene un vínculo social inseguro en el cual se siente
absorbida, alienada, anulada, de ahí que aguante ocultando su vergüenza. En este sentido, la
emoción de la vergüenza, en el marco de una perspectiva sociológica se presenta como un
componente fundamental, e incluso nos atrevemos a decir que necesario, para una teoría del
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control social. Mientras es reprimida, en tanto en cuanto no se explicita, no se hace
manifiestamente pública, permite mantener, al menos, la apariencia formal de unas relaciones
familiares exentas de conflicto por cuanto no deja traslucirlo. En un ámbito rural, mantener la
imagen de las relaciones familiares armoniosas se presenta como fundamental para no ser
objeto de comentarios.
Alfonsina, por su parte, narrando los problemas que ha tenido con su suegra y cómo
ésta se interponía en su matrimonio, también nos proporciona un testimonio de la vergüenza
como mecanismo de control social. Ante los problemas con ella, su madre alude al bochorno
y la vergüenza para evitar que se separe del marido:
[...] Si es otra no lo aguanta. Yo he tenido motivos para coger la maleta y largarme y ya no
estar aquí. Por mi madre, porque era un abochorno. Porque yo se lo he dicho muchas veces:
“Si estoy con él [refiriéndose a su marido] es por vosotros”. Dice: “que ¡qué vergüenza!”
¡qué lo que iba a dar que hablar! Que no tenía bastante de joven que me iba a separar con mi
hijo ¡que no me hubiera casado! ¡que no hubiera tenido hijos si quería estar libre!...
No obstante, Alicia cuenta que llega un momento en que no puede más y explota, aun
a sabiendas de que la consideren “una sinvergüenza”, es decir, llega a un punto en donde se
desarrolla una cadena emocional de vergüenza-enfado. Tal y como diría Scheff (1994)
pasaríamos de una perspectiva del control social a una del conflicto social2. La experiencia de
la vergüenza provoca el conflicto, el enfado, no con una intención de hacer daño al otro sino
como signo de aceptación de la ruptura del vínculo o replanteamiento del mismo, toda vez
que uno asume el sufrimiento experimentado al deteriorarse éste:
[...] yo a veces no aguantaba. Yo a veces lo tenía que decir porque es que...¡no!, tanto
aguantar tanto aguantar... a veces reviento, claro, y si revientas ya eres una sinvergüenza...
pero es que hay veces que tienes que reventar... haces el tonto muchas veces...
El siguiente testimonio refuerza esta idea, en ella encontramos como antecedente
próximo al enfado, una situación evocadora de vergüenza. En este caso una falta de
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En la misma línea se sitúa Lewis (1971) cuando pone de manifiesto la gran cantidad de ocasiones en las cuales
la vergüenza antecede a episodios de ira o enfado.
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consideración social, una falta de respeto que para Alicia es de tal calibre que le lleva a
estallar:
[...] Si ha habido momentos que me ha dicho que a mi no me ha querido porque yo vengo de
gente pobre. Mientras que ella está viviendo en un palacio, mi madre en una cuadra. Esas
cosas dice. Delante de mi madre, en el cumpleaños aquel que le dije: “Se vaya usted de mi
casa” ¡que me dolió tanto...!. “Mira – le dijo a mi madre – mientras yo he vivido en un
palacio, tu has vivido en una cuadra toda la vida. No te puedes comparar”. Porque se las da
de rica ¿sabes? De rica se las da. Entonces yo cogí en ese momento y digo: “Mire, se vaya de
mi casa. A mi madre usted no la rebaja ni a mi familia”. Ella dijo: “pues no me voy porque
este piso es mío”.
La situación aquí presentada es extrema e implica un episodio de ira tras una serie de
sucesos que en palabras de Scheff han ido socavando el vínculo social. Alicia explota porque
han humillado a su madre – en realidad la vergüenza constituye una familia emocional en la
que se incluyen el pudor, el ridículo, la timidez o la humillación - a su propia familia. La lista
de agravios continúa, pues reconoce que para su suegra no tienen el mismo valor los hijos de
una hija que los de una nuera:
[...] Luego me tiene una diferencia con los nietos exagerada... Con la hija. La hija está allí
todo el día, comiendo y todo lo que le da a las niñas... y yo viví allí cuatro años y a mi hijo ni
un yogur. ¡Eh! Ni un yogur... “Porque mis niñas esto, lo otro...” Así todo el día. Pues mi hijo
Daniel, el pequeño, hizo la comunión y no le regaló nada. Al mayor si, porque cuando era
pequeñino dice: “Te voy a regalar la cadena de oro y el crucifijo”. Llegó el momento de
hacer la Comunión y se lo dije y dice: “¡Huy! En qué hora me habré metido en nada. A ver,
no se pude pero se lo compraré”. Digo: “No si no hace falta, eh”. “No, no. Ya que lo he
dicho...”. El crucifijo se lo compró de oro, pero la cadena de gold-filled, que una no es
tonta... Cuando llegó la Comunión del chico no le regaló nada. Fue, le dio diez mil pesetas
de los cubiertos, lo que le pareció, pero no le hizo ningún regalo...
Este último suceso es bastante posterior a los narrados anteriormente. Alicia ya se ha
ido a vivir a un piso propio, se muestra más segura, ello hace que se sienta más confiada, por
eso pueden apreciarse expresiones de orgullo como cuando le dice a su suegra que no es
necesario que le compre la cadena al niño, o el comentario sobre la calidad del oro de la
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cadena: ...El crucifijo se lo compró, pero la cadena era de gold-filled, que una no es tonta...
La expresión de orgullo, desde la perspectiva que venimos utilizando, señala el estado de
vínculo social, en este caso más seguro consecuencia del cambio de domicilio de Alicia, y ,
en este sentido nos remitimos a los análisis de sociedades rurales que señalan que en éstas se
precisa seguridad y que la seguridad viene dada por la cercanía que da el saberse dentro de
una comunidad corporativa cerrada (Wolf, 1981)3. Sin embargo, el análisis microsocial que
estamos realizando sugiere que la seguridad, entendida como tranquilidad en la familia puede
darla la distancia y no la cercanía4. En el caso de Alicia, el traslado de piso, el mayor
distanciamiento espacial le produce seguridad, y la capacidad de elegir cuándo y cómo
relacionarse con ella:
[...] Ya no me preocupo, voy cuando me parece y ya está, voy de visita un ratito.... antes
cuando iba siempre me sacaba un cuento. Ya me va sacando menos ... Yo te lo digo, cómo se
está en casa, no se está en ningún sitio. Ni con madre, ni con suegra, ni con nadie...
Podemos encontrar otro ejemplo de orgullo como emoción derivada de la vivencia de
un vínculo social seguro en la narración que Alicia hace del suceso que le lleva a echar a su
suegra de casa. En este caso, nos lo facilita la propia suegra cuando le contesta “pues no me
voy porque este piso es mío”.
Sin embargo y en contraposición con la relación que ha mantenido y mantiene con su
suegra, Alicia experimenta una situación de adecuada distancia social con su cuñada que en
su nueva casa vive en el piso de arriba. En este caso ella misma es consciente de una relación
en donde no se siente anulada ni absorbida pero en donde esa distancia no es excesiva de
forma que le haga sentir aislamiento y soledad. Dicha relación le provoca seguridad,
confianza y satisfacción. Sus palabras son una muestra de la diferente percepción que tiene
de esta relación:
[...] ella si tiene que bajar aquí a algo, baja. Si yo tengo que subir, subo. Pero eso de todo el
día... ella vive su vida y yo la mía y entro y salgo y entra y sale. Es distinto...
El concepto de “comunidad corporativa cerrada” ha sido desarrollado por Wolf (1981) para sociedades
campesinas.
3
Algo similar a lo que se resumen en la expresión “el casado casa quiere y apartado” común en la Vega Alta del
Segura” (Frigolé, 1997: 47).
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Hemos encontrado numerosos testimonios en el mismo sentido. Todos ellos tienen en
común los sentimientos encontrados que provoca la cercanía o el alejamiento espacial
respecto de la familia política. A la suegra de Alfonsina nunca le gustó que su hijo se fuera a
vivir al mismo lugar que sus nuevos suegros, un piso más arriba de ellos pero en el mismo
bloque. La situación viene a ser similar a la vivida por Alicia, pero en este caso no es la nuera
la que se va a vivir cerca de los suegros sino el yerno. El conflicto también está presente:
[...] Cuidado con mi suegra, que mi suegra ha estado a punto de separarnos. Ha metido
mucha cizaña ¿eh?. Porque mi marido veía cómo yo estaba con mis padres y entonces, es
normal que viviera con nosotros. Y decía que mi madre estaba metiendo mucha cizaña y que
eso no me daba vergüenza...
cizañeándome contra los dos. Entonces yo, ¿con quién
pagaba?: con mi marido...
Por su parte, Antonia contando una discusión que había tenido con su marido señala:
[...] no sé porqué fue, yo creo que fue más por culpa de mi suegra, que no sé que dijo,
porque... Mi suegra se ha molestado que nos viniéramos aquí. Yo vivía encima de mi suegra,
¡pero yo siempre he querido tener mi vida, tener mi piso! Y a mi suegra al principio no le
gustaba y mi suegra... de ésta que hablaba por detrás, a mi no me lo decía, pero se lo decía al
hijo. Entonces, eso de que te venga mal metiendo... oye, tu metete en tu vida y yo me meto en
la mía...
Con independencia de la existencia de vínculos sociales inseguros, tanto en el caso de
Alicia como en el de Alfonsina nos encontramos con una situación de pérdida o de
expectativa de pérdida de poder por parte de la suegra. Kemper (1978a), en este sentido, viene
a señalar que las dos dimensiones básicas de la sociabilidad, el poder y el estatus 5, son
determinantes de las emociones que los sujetos evocan internamente. Desde este
planteamiento, sin obviar la perspectiva utilizada por Sheff, pues, a nuestro juicio, la
complementa, podemos encontrar también una de las raíces estructurales de los conflictos
apuntados: la interacción social de los sujetos y los distintos grados de poder y estatus que
El estatus para Kemper debe entenderse como “el modo de relación social en el que existe un comportamiento
voluntario orientado a la satisfacción de los deseos, demandas, carencias y necesidades de los otros” (Kemper,
1978a: 378).
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éstos tienen y en donde las emociones surgen como consecuencia de ese juego de relaciones
basado en la pérdida o ganancia de los mismos. Las suegras de Alicia y de Alfonsina - sin
caer en el tópico o leyenda negra sobre las suegras - se encuentran en una situación de temor
ante el peligro de pérdida de poder sobre los hijos. Un miedo o ansiedad cuya responsabilidad
se atribuye al otro, a Alicia y a Alfonsina, “un miedo extroyectado en forma de ira u
hostilidad, en un intento por destruir, bien el poder del otro, bien las bases de ese poder”
(Kemper, 1978a: 57). El reconocimiento de una situación en donde el riesgo de pérdida de
poder se presenta como probable lleva a los episodios de confrontación vividos por nuestras
dos protagonistas, de ahí el intento de doblegar la voluntad de Alicia y Alfonsina por parte de
sus suegras, aunque con desarrollos distintos, por cuanto sus posiciones de partida son
también distintas. Alicia depende de su suegra económicamente, y este es el arma que utiliza
para humillarla. Alfonsina no, su capacidad de negociación es mayor, su vínculo es más
seguro porque ella tiene más poder que Alicia con respecto a su suegra, su situación social
objetiva le
permite establecer una
vinculación con
su propia subjetividad
afectiva
distinta a la de su compañera, de ahí que nunca llegue a manifestarse abiertamente el
conflicto en forma de enfrentamiento con la suegra.
Este último análisis desde la perspectiva kemperiana aporta algunas claves más, al
permitir dibujar los factores sociales externos al individuo que en el marco de las
interacciones sociales provocan, condicionan o determinan emociones. Junto con la
perspectiva desarrollada por Sheff en su Teoría Sociológica de la Vergüenza, facilita la
comprensión de, por un lado y a nivel general, un fenómeno como el
de las relaciones suegra-nuera, sobre el cual abundan tópicos, chistes y estereotipos que han
contribuido a trivializarlas socialmente o a olvidarlas intencionadamente dentro de la
Sociología de la Familia, y, por otro y en un plano más concreto, nos permite dibujar todo el
itinerario emocional vivido por Alicia y Alfonsina – que pueden considerarse como modelos
– en cuanto proceso y en donde, por lo tanto, es posible identificar causas y efectos a la vez
que su desarrollo intermedio.
Los siguientes esquemas sirven de ejemplo para ilustrar el análisis realizado:
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ITINERARIO EMOCIONAL DE ALICIA
1ª FASE:

Situación social objetiva:
Poder suegra (económico) / Cercanía espacial / distancia social mínima / vínculo social
inseguro

Subjetividad emocional:

Temor
Hostilidad
 Vergüenza

 Conflicto
Ira
Manifiesto
(suegra)
abierto
(suegra)
(Alicia)
(Alicia)
(Ambas)
2ª FASE:

Situación social objetiva:
Incremento poder Alicia / distanciamiento espacial / incremento distanciamiento social /
vínculo social seguro

Subjetividad emocional:
Temor

Hostilidad
 Seguridad
latente
(Alicia)

Orgullo

(Suegra)
(Alicia)
(Ambas)
Conflicto latente
(Suegra)
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ITINERARIO EMOCIONAL DE ALFONSINA
ÚNICA FASE:

Situación social objetiva:
equilibrio de fuerzas / distanciamiento espacial / vínculo social seguro

Subjetividad emocional:

Temor
(suegra)
Hostilidad
(suegra)

Seguridad

(Alfonsina)
Conflicto latente
(Ambas)
En definitiva, el conflicto suegra-nuera es un conflicto definido por la expectativa de
pérdida de poder de la primera extroyectada en la segunda. Dicho conflicto cobra especial
relevancia en comunidades rurales donde la cercanía es inevitablemente mayor y en donde
existen un número considerable de estrategias para vehicular la agresión de la suegra a la
nuera, estrategias que se ven reforzadas cuando la situación de ésta última implica una
dependencia económica respecto de la primera.
VINCULOS SOCIALES, RECONOCIMIENTO, DOLOR Y CULPA
En el marco de las relaciones familiares que venimos analizando – no tanto nuclear
como en su dimensión más extensa – no podemos olvidar tampoco otro tipo de relaciones que
se producen y que sin llegar a ser tan conflictivas como las que hemos señalado entre suegra –
nuera, son también evocadoras de emociones negativas, nos referimos concretamente a las
relaciones entre las mujeres entrevistadas y sus propios padres y en especial a las de madre –
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hija. En este sentido, Alicia nos vuelve a proporcionar un ejemplo de la tensión emocional
que vive con su madre, la cual le recrimina que no le llame y visite tanto como lo hace su
hermana:
[...]
Mi madre siempre... “porque tu hermana me llama todos los días por teléfono.
Porque...” Hoy la llamo y digo: “madre, para no...” “Ya me ha llamado tu hermana”. Digo:
“Ya está, hombre. Y yo mañana no te llamo y... “Porque tu hermana me llama...” Yo tengo
unas peloteras con mi madre... “porque es que no me llamas, porque tu hermana me llama
todos los días” y digo: “¿Para qué te voy a llamar? ¿Para decirte lo que estoy haciendo, qué
estoy haciendo ... limpiando el polvo o lo que voy a comer?” porque si no tienes nada que
decir ¿para qué vas a llamar?. Mira, esta mañana la he llamado y le digo: “Oye, que esta
tarde no voy para allá”, porque ayer tampoco fui, “Me tengo que ir a una reunión del
colegio y luego me voy a la coral” “¡No, tu siempre igual! ¡Tú siempre igual! ¿Para qué vas
a cambiar? ...
Es evidente que Alicia en este caso también siente que, aunque en menor medida, su
madre espera de ella un comportamiento determinado como hija. Debemos añadir que la
biografía de Alicia viene marcada por un intento de ser ella, de construir su propio espacio de
adulta más allá de dependencias con otros miembros adultos de su familia (madre y suegra).
De hecho, ya en su momento señalamos que había pasado de depender de sus padres a
depender de sus suegros, dependencias no voluntarias sino impuestas por las circunstancias.
Ella misma relata la estricta vida familiar durante su infancia y su juventud y cómo el
matrimonio supuso una liberación personal y un nuevo espacio en donde desarrollarse, en
donde conocer más allá de las cuatro paredes que la encerraban:
[...] yo viví la vida de casada, porque de soltera, para mi, tenía que estar a las diez en casa,
me tenían una restricción exagerada, yo cuando me he divertido ha sido de casada... porque
era distinto, entonces no me dejaban ir a ningún lado, cómo ahora que se van los novios para
arriba, para abajo, a todos los sitios. Mi madre se ponía en el balcón y como me viera
montar en el coche ... tenía que dar la vuelta por el otro lado para que no me viera. Me iba a
la feria de Cáceres, por ejemplo, o me iba a otro sitio, que no se enterara. Y a las diez en
casa. Por eso te digo, cuando me casé es cuado mejor viví, cuando más conocí... ¡jo! Que
luego ¡mira! Salí de uno y me metí en otro [refiriéndose a que salió del control paterno para
someterse bajo all control de la suegra]...
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La sujeción familiar de Alicia no es una excepción, la mayoría de las mujeres de
Zangarillejas entrevistadas hacen referencia de un modo u otro, a la falta de libertad vivida en
sus años de soltería. Alfonsina también nos comenta lo atada que la han tenido sus padres.
Ella estaba trabajando y a pesar de esa independencia económica que le proporcionaba su
trabajo no pudo construir y desarrollar una vida propia al margen de sus padres y al margen
de su pueblo:
[...] Siempre me han tenido aquí. Porque yo no he salido de Zangarillejas lo que se dice nada,
nada. De excursión a algún sitio es lo único que he salido porque mi madre se ponía mala.
Mi padre empezaba a llorar ¿sabes? Y así fue mi vida. Mis compañeras que lo hicieron [se
refiere a las que estudiaron con ella] se fueron a Plasencia, otras a Mérida para coger puntos,
y luego ya pedías Cáceres. Pues nada. A mi no me dejaron ... Yo me quedé aquí.
El caso de Alfonsina es una excepción en el grupo. Ella no sólo tiene un nivel de
estudios superior al del resto de mujeres, sino que además inició una trayectoria laboral que se
vio truncada por los obstáculos que sus padres le pusieron. Obstáculos que tienen que ver con
todo un sistema de valores e interpretaciones del mundo más que con situaciones estructurales
de dependencia económica. La falta de autonomía y libertad, la imposibilidad para construir
un proyecto propio de juventud, no se debe tanto a esta dependencia como a valores culturales
muy tradicionales arraigados en la familia - y con mayor peso en el ámbito rural - que coloca
a los hijos, y en especial a las hijas, en un situación de sumisión y dependencia moral. En
todos los casos, salvo en el de Alba que salió del hogar familiar soltera para cuidar de sus
hermanos – salida autorizada y justificada para realizar las mismas tareas para las que “estaba
destinada” -, la salida del hogar de origen se ha producido a través del matrimonio, en muchos
de los casos, matrimonios adelantados y provocados por embarazos – especialmente en el
grupo de menores de 40 años -, pues tal y como ellas mismas señalan ya no tenían nada que
hacer en casa y sólo les quedaba esperar para casarse.
Andrea nos facilita un testimonio clarificador. Ella se casa embarazada, aún así la
naturalidad con la que parece asumir los mandatos familiares pone de manifiesto no sólo la
falta de participación de estas mujeres en el diseño de sus vidas y el papel exclusivo que los
padres han tenido en el mismo, sino la asunción de su propio destino como algo inexorable e
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ineludible ante el cual ni siquiera se han planteado no ya la posibilidad de ofrecer resistencia
sino otra alternativa a sus vidas:
[...] Y muy bien, ¡anda! ¡Tu verás!, se lo diría en julio [que estaba embarazada]... Bueno, ¡Yo
qué se!. Me casé de cuatro o cinco meses embarazada y ya está. Lo que nos mandaban
hacíamos [ríe]. Tu verás. Te tenías que casar pues te casas y punto. ¡Yo qué sé! Como la cosa
es que estás embarazada y te tienes que casar, pues ¡ala! Te prepararon la boda los padres y
aceptamos ahí. No sé, la boda la preparan y ya está.
La resignación es algo que Alba conoce muy bien:
[...] Como ya sabes la vida que te ha tocado vivir pues no te queda otra, a ver qué haces, si es
que el problema es a ver qué haces; a ver ya dónde vas; a ver nosotros ya dónde vamos, si
nosotros tenemos toda una vida aquí. Yo he nacido en este barrio, toda la vida en esta casa.
Entonces, ¿qué haces?. Ya no puedes ir a ningún sitio...
Desde un punto de vista sociológico podríamos defender la existencia de la alienación
como emoción – tal y como apuntamos en el primer capítulo. De hecho, al considerarla dentro
del ámbito de las emociones estamos otorgando a éstas últimas significados anclados en
determinados contextos socio-históricos y culturales, muy en la línea del análisis que realiza
Hochschild. Cabría preguntarse si en el fondo, tanto Alba como Andrea, no han realizado su
propia “gestión emocional” - emotion management - para conseguir un cambio no sólo en la
expresión emocional sino en el propio sentimiento, modificando, para ello, la percepción de la
situación vivida6.
Esto supondría, en definitiva, que han desarrollado lo que podríamos llamar una
estrategia emocional de adaptación que les permite conciliar su realidad social objetiva y su
subjetividad emocional de forma placentera, no conflictiva y, en definitiva, con la finalidad
constreñidora de limitar la presencia de emociones negativas como la ansiedad o la frustración
en sus vidas.
En este caso estamos hablando de lo que Hochschild (1983: 35-55) llama “actuación profunda” (deep acting).
En ella, el sujeto va más allá de reprimir o controlar la expresión de la emoción sino que modifica la emoción en
si misma tal y como podría hacer un actor que sigue el método de interpretación de Stanislavski.
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En cualquier caso, parece que el papel represor lo desempeñan fundamentalmente las
madres. Es también en la relación con ellas, como adultas que han formado otra unidad
familiar diferenciada, en donde se producen choques y tensiones por razones similares a las
acontecidas con las suegras: controlar. Antonia, al hablar de sus padres diferencia claramente
entre el padre y la madre:
[...] Mi padre no se mete. Mi madre si. Mi madre yo le digo que es melón y tajá en mano. Sí,
porque quiere algo y tiene que ser ya ...
La madre de Alfonsina, en el periodo de crisis más álgido con su suegra también
presionaba, disminuyendo la distancia social, y coadyuvando a aumentar el malestar de ésta
en todo el conflicto:
[...] encima mi madre me lo repetía todavía más para recordármelo constantemente ...
Alfonsina nos relata también como su madre acrecentaba su dolor mucho tiempo atrás
cuando le dejó un novio después de ocho años de relación. Ella buscaba apoyo en su madre,
pero las reiteradas alusiones a la vergüenza y las recriminaciones que esta hacía no mitigaban
en absoluto sus sentimientos
[...] Al contrario. A mi ...¡eso era mucho dolor! . Qué me había enfadado con el novio, que me
había dejado el novio ¡Eso era una deshonra para ellos! ¿sabes?. Entonces, entre unas cosas
y otras de verdad, cogí una depresión. Estuve bastante mal.
A Asunción las relaciones con su madre también le producen dolor:
[...]Yo es que con mi madre estoy ahora muy mal, muy mal... y me encuentro sola. No puedo
contar con ella para nada, porque es que.... No sé. Mismo, muchas veces me he juntado con
los dos niños pequeños ¿no? Y para ir al parque pues me hubiera gustado que hubiese venido
ella, pero yo no la puedo llevar al parque conmigo. ¡No! Pues porque con los niños no los
puedes soltar de la mano, no los puedes... Y encima, me dice: “¡qué mala madre eres!”. Todo
el día ordenando. ¿Sabes? Y entonces, pues no. Entonces yo prefiero, digo: “Tú ahí, en tu
casa y yo en la mía” Y yo me voy al parque sola, si tengo que penar más o menos con los
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niños.... Si ve a los niños tirarse por los toboganes y los columpios dice que qué mala madre
soy, que si es que no veo el peligro, siempre está con esas cosas...
Tanto en el caso de Asunción como en el de Alfonsina los reproches y recriminaciones
de sus madres les llevan a sentir dolor – “cogí una depresión”, dice Alfonsina; “ me
encuentro sola” afirma Asunción -. La cadena emocional es distinta a las dibujadas hasta el
momento, pues nos encontramos con un desenlace diferente, con la aparición de un
sentimiento distinto a la ira o la vergüenza: el dolor. Ambas esperan una ayuda, una
compresión que no reciben. De una madre se espera apoyo en los momentos duros, sin
embargo no sólo no se sienten recompensadas sino más bien al contrario. La madre de
Alfonsina parece culpabilizarla de su fracaso amoroso y la de Asunción cuestiona su
capacidad y habilidades para ser una buena madre. En ambos casos se sienten muy poco
reconocidas experimentando un déficit de estatus que les provoca dolor ya que, tal y como
señala Kemper, el dolor o la depresión “resultan de un déficit de estatus, esto es, de una
insuficiencia de recompensas y gratificaciones otorgadas voluntariamente por los otros”
(1978b: 35). Es precisamente esta ausencia de reconocimiento voluntario por parte del otro lo
que provoca el dolor, uno espera que, voluntariamente le den algo que no llega. Desde la
perspectiva kemperiana el dolor es consecuencia de las expectativas no satisfechas de
otorgamiento voluntario de estatus por parte del otro, no se trata de solicitar la gratificación,
sino de que parta espontáneamente de la otra persona, en este casa sus madres.
En la otra cara de la moneda del dolor nos encontramos con la culpa. En este caso, la
culpa es producto de una dolorosa autoevaluación que el sujeto hace de sí mismo, siendo el
punto de vista del actor el que produce tal sentimiento al comprobar que, o bien ha dañado al
otro o le ha privado de alguna gratificación. El testimonio de Andrea es un ejemplo de cómo
emerge esta emoción. Su madre vivía en un pueblo distante de Zangarillejas a unos 30
kilómetros y cuando en principio le diagnostican una demencia no piensa que sea
especialmente necesario que vaya a vivir con ella o con su hermana. La madre muere en su
propia casa, y Andrea siente que no insistió lo suficiente para que se trasladara a
Zangarillejas:
[...] Pues porque mira, a mi madre no le hacía gracia venirse aquí porque decía que ella
tenía allí dos casa y que no se venía. Y entonces nos ha cogido en una edad, a mi hermana y a
mi, en que tenemos edades de niños mayores, edades de niños pequeños, edades de colegios,
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de todo; por los maridos, quizás, no hay problemas porque ellos no eso. Mi madre se puso
mala – que no nos decían que era de muerte, que era una demencia -¿qué hacías con ella?.
Aquí no se podía venir porque no había medios de que los dos se vinieran; allí sola en su
casa... No era para estar. Entonces ¿qué tuvimos que hacerle? Se apuntaron a unos pisos
tutelados de esos, le tuvimos que buscar una mujer a que fuera, pagándole nosotros ¿Y que
ha pasado? Se ha muerto allí, cuando ella si cede un poco, se viene aquí, como nosotros
queríamos... porque parece que encima hemos hecho algo mal... y a última hora no ha dado
su brazo a torcer, solamente por tranquilidad nuestra, que era lo único que queríamos. Pero
te queda una sensación amarga. Nos han hecho quedar pues con muy mal sabor de boca. Mi
hermana y yo mal, muy mal. Porque ahora ya él [refiriéndose a su padre] ya lo ha
comprendido. El se viene aquí y dice que no se venía por no dar un disgusto a mi madre.
Pero es que el disgusto nos lo hemos llevado nosotros, porque ¿qué necesidad tenían ellos de
haber estado así cuando nos tenían a nosotros?
Andrea intenta descargar su culpa compartiéndola con su madre, de manera que la
responsabilidad – en este caso acerca de la decisión de no irse a vivir con ella – recaiga sobre
la madre. Tal y como en su momento señalamos con el miedo o la vergüenza que sentían
Alicia y Alfonsina, - extroyectado en forma de ira u hostilidad -, la culpa, los remordimientos
que tiene Andrea, son también extroyectados de forma que hace corresponsable a su madre en
un intento por mitigar la sensación de desasosiego que le produce el suceso.
Podemos concluir señalando que el elemento definitorio de las emociones suscitadas
en la relación madre-hija sería la ausencia de estatus por parte de ambas, en oposición a la
relación suegra-nuera en donde sería la otra dimensión kemperiana de la sociabilidad, el
poder. Ello lleva a desarrollos emocionales distintos, a la vergüenza y la ira entre suegra y
nuera y al dolor y la culpa en el caso de madres e hijas.
VINCULOS SOCIALES, BIENES, MIEDO Y VERGÜENZA
Muy relacionado con el análisis que venimos realizando se encuentra el sentimiento de
miedo o ansiedad. De ello da buena cuenta Alba. Cuidó de sus hermanos cuando estos se
fueron a vivir de la finca en la que sus padres eran guardeses a Zangarillejas. De ellos se hizo
cargo cuando de nuevo toda la familia se había vuelto a unir y muere la madre. Les ayudó a
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organizar sus bodas por ausencia de ésta, les dio dinero cuando se quedaron en paro... Como
ella misma dice “más que una hermana he sido una madre para ellos”. Pues bien, Alba vive
en la actualidad con su padre, en una casa propiedad de éste y teme que cuando muera, sus
hermanos la echen de allí:
[...] Pero luego no se puede decir que nunca, porque luego ya sabes tu que los problemas de
las herencias y las cosas... pero vamos, no creo que sean tan malos como... ellos no la
quieren para nada [refiriéndose a la casa]. Tampoco van a ser tan malos como para mal
venderla por ahí y no dármela a mí ¿no? Eso está claro, vamos! No tengo yo ese concepto de
mis hermanos. Lo que pasa es que ya no son los hermanos, son los que hay alrededor. Es que
las mujeres podemos mucho...
Alba tiene miedo. Éste se deriva del hecho de ser consciente de su posición estructural,
posición en donde dispone de menos poder que “sus cuñadas”. El miedo – o la ansiedad –
tiene su origen precisamente en la expectativa de agresión del otro (Kemper, 1978b), en este
caso de que sus cuñadas - cuyo poder viene definido por la mayor influencia de éstas sobre
los hermanos de Alba – hagan un mal uso, abuso, de ese poder. Alba se ve a sí misma como
un ser vulnerable en ese juego de intercambio de poder y estatus y por ello siente miedo.
Razones para ello parece haber. Existen antecedentes en donde sus hermanos no han
respondido a las expectativas que Alba tenía sobre ellos, en los que ella ha sentido que ha
recibido menos gratificación de la que se merecía, menos estatus, produciéndole en su
momento dolor y provocándole miedo con respecto al futuro:
[...] yo entiendo que ellos tienen que vivir con su mujeres, como mi marido vive conmigo,
pero hay veces que hay cosas que no... Pues mira, hay veces que yo he necesitado mucho a
mis hermanos: económicamente los he necesitado pero nunca me han ayudado ¿me entiendes
lo que te quiero decir?. Los he necesitado en el sentido de ... tampoco yo se lo he pedido...
pero yo les he dado de comer... no podía hacer otra cosa... Pues bueno, estas cosas te llegan
a lo hondo y dices ¿será posible? Y entonces muchas veces he pensado y he llorado
muchísimo y he dicho: si volviera a nacer no volvería a sufrir tanto como he sufrido, pienso
que... porque ellos no me han pagado a mi como yo esperaba que me pagaran...
Alba intenta restar responsabilidad a sus hermanos en su actuación, si estos no la
ayudaron no es tanto por ellos como por sus mujeres, en cualquier caso ella esperaba una
ayuda económica que nunca llegó, una ayuda voluntaria tal y como queda de manifiesto
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cuando ella afirma “... tampoco yo se lo he pedido”. Este antecedente, le sirve a Alba para
temer que en un futuro sus hermanos vuelvan a no responderle como ella cree merecer y la
echen de la casa en la que vive, siempre teniendo en cuenta que la responsabilidad recae
fundamentalmente sobre las cuñadas, algo que, por otra parte, ella asume con naturalidad y
conformidad pues en su concepción de la familia y el matrimonio, el marido se debe en
primer lugar a su esposa y viceversa, ocupando el resto de los miembros de la familia un lugar
secundario, en este sentido recordamos las palabras de Alba en un testimonio al que ya nos
referimos anteriormente: ... Lo que pasa es que ya no son los hermanos, son los que hay
alrededor. Es que las mujeres podemos mucho...” .
La frase de Alba que acabamos de reproducir nos hace cuestionar algunas de las
afirmaciones realizadas sobre la dependencia de las mujeres. En el fondo se está planteando
un nuevo juego de poder con consecuencias emocionales, ¿quién tiene más poder sobre un
hombre, su hermana o su esposa?. La disputa no suele plantearse entre hermano y esposo, es
una lucha entre mujeres que alude a su capacidad para dominar una parcela de las relaciones
familiares. La respuesta a la pregunta que acabamos de plantear la encontraríamos en el
párrafo anterior: un marido se debe en principio a su esposa.
Si bien no podemos señalar que nos hayamos encontrado con muchos casos en donde
la relación con los cuñados haya sido de especial relevancia emocional como para que las
mujeres entrevistadas nos relaten sucesos evocadores de sentimientos, si es cierto que los
pocos relatos que a ellos se refieren tienen que ver con las herencias, particiones, o
simplemente con cuestiones de tipo económico7.
Aparte del dolor y los temores de Alba, Alfonsina, cuya situación económica y la de
sus padres es bastante mejor que la de sus suegros y cuñados, piensa que sus problemas con
éstos últimos se derivan de la envidia que tienen de su mejor situación económica:
[...] porque el fulano ese, mi cuñado, que por cierto no me hablo porque a mi no me puede ni
ver y yo a él tampoco porque ha metido toda la cizaña que quiere... un tío que anda por ahí
7
Un análisis exhaustivo sobre el valor social y cultural de la herencia en comunidades rurales españolas se
encuentra en Iszaevich (1991)
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con todo lo que le da la gana y lo que quiere es changar al hermano, porque es una envidia
lo que le tienen...
El aserto de Vives sobre que la envidia es la madre del odio, está presente en las
relaciones familiares que estamos estudiando. La envidia es un sentimiento bastante frecuente
entre cuñados estando estrechamente ligada a lo material, a la tenencia por parte del otro de
bienes que uno no posee, es decir, se presenta en su sentido más puro pues la envidia no es ni
más ni menos que la tristeza y rabias provocadas por el bien del otro. El cuñado y la cuñada,
ambos hermanos del marido - han estado viviendo con la suegra – “arrecogíos” – hasta hace
relativamente poco tiempo, envidiando la independencia económica de Alfonsina y su
marido. La convivencia familiar entre todos llegó a deteriorarse hasta extremos alarmantes:
[...] Se metió en la bebida [se refiere a la cuñada] y yo que sé... pues estoy segura de que fue
por mi suegra, porque la tenía controlaita totalmente, ¿no ves que ella vivía con mi suegra
hasta que compró el piso?.... esos si que no tenían intimidad alguna, y la madre como es tan
gobernanta... digo yo que sería por eso. Luego se compró el piso, “si no voy a ser capaz de
pagarlo” decía, más o menos creo que sería eso por lo que empezó a beber”.
A la hermana de su marido le dio por beber, se la encontraban por la noche tirada en
cualquier lugar del pueblo y mientras tanto Alfonsina luchaba por mantener a salvo su
matrimonio al margen de las influencias de la suegra y el cuñado. Alfonsina, que en este
macro-conflicto familiar y a pesar de su dolor y desasosiego mantenía una posición de cierta
seguridad – derivada como ya hemos dicho de una sólida posición económica y de un mayor
distanciamiento espacial con respecto a su familia política – decide intervenir y abrir los ojos
de la familia de su marido. El testimonio que reproducimos es una muestra de esa seguridad y
del papel que la vergüenza como mecanismo de control social desempeña:
[...] y yo dije ¿no os da vergüenza que sea el hazme reir de todo el pueblo?, una mujer de
treinta y dos años que está tirada por las calles... con dos angelitos... ¡qué vergüenza en el
colegio los niños!...
La vergüenza es un sentimiento social “provocado por la desaparición de lo que tenía
que aparecer o la parición de lo que debía mantenerse oculto” (Marinas y López Penas, 1999:
354). Son las miradas de los demás quienes la provocan, bien porque debieran ver y no ven o
22
bien porque sin deber ver, ven. En este caso los conflictos personales y familiares son
expuestos públicamente a los ojos de la comunidad con la consiguiente pérdida de la
dignidad, sentimiento también claramente y ligado a la vergüenza que también es, cómo
ésta, otorgada o arrebatada por las miradas evaluadoras de los otros.
Lo expuesto en este punto y en páginas anteriores sobre la vergüenza como eficaz
mecanismo de control social nos permite vincular los planteamientos sociológicos de Sheff
con otros más culturales aportados por la Antropología. En este sentido, y siguiendo a Ruth
Benedict (1974), nos referimos a “unas culturas de la vergüenza” - frente a otras de la
culpabilidad8 – que se apoyan sobre sanciones externas, el miedo a ser ridiculizado, la
sensibilidad hacia los juicios que los demás puedan emitir sobre nosotros mismos. El honor,
en consecuencia es un don otorgado por la comunidad más que una conquista personal 9. Nos
atrevemos a señalar que las comunidades rurales mediterráneas , se ajustan más a una cultura
de la vergüenza que a una de la culpabilidad.
REFERENCIAS
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GILMORE, D.D. y GILMORE, M.M. (1970): “Sobre machos y matriarcados. El mito
machista en en Andalucía”, Étnica nº 14, pp. 149-159.
8
Sin embargo, las culturas de la culpabilidad no requieren de un público. El buen comportamiento se apoya en
una convicción interna de pecado. En este sentido, el honor viene definido por la adaptación de la conducta a la
imagen que uno tiene de sí mismo con independencia de que se conozca su acción.
9
Ver Pitt-Rivers (1979) y Gilmore y Gilmore (1970).
23
HOCHSCHILD, A. R. (1983): The managed heart. Commercialization of human feeling.
Berkeley, C.A., University of California Press.
ISZAEVICH (1991): “Emigrantes, solteronas y curas: la dinámica de la demografía en las
sociedades campesinas españolas”, J. PRAT et als., Antropología de los pueblos de España,
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Willey & Sons.
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