SOLEMNIDAD DE LA NATIVIDAD DEL SEÑOR. MISA DE

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SOLEMNIDAD DE LA NATIVIDAD DEL SEÑOR. MISA DE MEDIANOCHE
Homilía del P. Abad Josep M. Soler
25 de diciembre de 2011
Is 9, 1-4
Nos ha nacido un niño, un hijo se nos ha dado. Es, hermanos y hermanas, el anuncio
gozoso que empapa esta noche santa y que repetiremos estos días de Navidad. Nos
ha nacido un niño, un hijo se nos ha dado. Son palabras que hemos escuchado en la
primera lectura de nuestra vigilia. Isaías se refería al nacimiento de un rey bueno y
justo en grado eminente; pero ninguno de los reyes de Judá que vinieron después
llegó a la talla de aquel niño real anunciado. La profecía sólo encuentra su
cumplimiento pleno en el nacimiento de Jesús.
Hemos esperado con fe la celebración anual de este nacimiento, como esperaron con
fe el cumplimiento del anuncio profético los hombres y mujeres creyentes de la alianza
que Dios había hecho con el pueblo de Israel. Hemos esperado con fe el anuncio
antiguo, y cada año nuevo, del nacimiento de Jesús, el Mesías, y la celebración que lo
actualiza a través de la liturgia de la Iglesia. Y ahora nuestro corazón se llena de
alegría al considerar con los ojos de la fe el don que recibimos con el hijo que se nos
ha dado. Dios pone a nuestra disposición como don de amor al niño que es el objeto
de las complacencias del Padre, el Hijo que María acariciaba mientras le amamantaba
amorosamente.
En el clima contemplativo de esta celebración, procuramos profundizar el misterio de
este hijo, para agradecer su nacimiento, para alabar a Dios que nos ha hecho el don,
para vivir más unidos a él. Nos ayuda a penetrar su misterio la descripción que en la
primera lectura, la profecía de Isaías nos hacía de este niño que se nos ha dado.
Decía que lleva a hombros (la insignia) el principado. No es una insignia visible a los
ojos humanos, sólo la pudieron intuir por la fe María, José y los pastores que
acogieron el anuncio del nacimiento del Mesías, el Señor. La insignia que ven es el
cuerpo humano tierno, recién salido del vientre de la madre, nacido del linaje de David;
ven el estallido del llanto del niño, la rugosidad del pesebre donde fue puesto, la
pobreza del entorno. Todo como anticipación de la insignia paradójica que, ya de
mayor, llevará a hombros camino del Calvario: el atributo real de la cruz desde la que
reinará sobre el universo.
El profeta Isaías nos indicaba, también, el nombre del bebé real, un nombre
compuesto que es todo un símbolo y todo un programa de actuación: Maravilla de
Consejero, Dios guerrero, Padre perpetuo, Príncipe de la paz. Este nombre sólo
encuentra en Jesucristo su plena realización. Sólo él enseña a vivir para llegar a la
plenitud de la existencia; sólo él puede recibir el título de Dios junto al de rey y
ejercerlo con fortaleza y con valentía; sólo él tiene una solicitud indefectible hacia
todos expresando con rostro humano la solicitud amorosa del Padre invisible; sólo él
trae la paz auténtica al interior de las personas y entre todos los pueblos. Es un bebé
real, pero su realeza se manifiesta paradójicamente desde la pobreza del pesebre y la
simplicidad de la Madre que lo acuna, preludio del despojo de la cruz y de la muerte, y
del amor esponsal de la Iglesia.
Nos ha nacido un niño, un hijo se nos ha dado. Esta noche de Navidad adoramos el
designio de Dios que quiso que el Hijo eterno igual al Padre se hiciera, por obra del
Espíritu Santo, compañero nuestro de camino para curar nuestras debilidades, para
iluminar nuestro día a día y para abrirnos las puertas del Reino. Por eso la
conmemoración del nacimiento de Jesús y cuya actualización hace la Iglesia esta
noche nos llenan de alegría. Una alegría serena y profunda que no merma ante la
gravedad de la crisis económica que con mayor o menor medida afecta a la mayoría
de la gente. No merma la alegría porque la Buena Nueva que nos trae el hijo que se
nos ha dado nos ofrece unas pautas para colaborar a que la situación tan grave que
vivimos y el sufrimiento que conlleva para muchos, sea como los dolores de parto
que den nacimiento a una nueva manera de hacer. La crisis puede ser ocasión del
alumbramiento de una sociedad más justa. Y los cristianos debemos ser los primeros
en colaborar a gestarla.
Debemos orar, debemos trabajar en la medida de nuestras posibilidades y urgir, con
los medios democráticos que tenemos a nuestro alcance, un cambio profundo. Cada
vez son más los que dan cuenta de que el modelo de vida que ha imperado estos
años de bonanza económica, basado en el poseer más, en el consumir más, en el
divertirse e ir tirando, no lleva ni a la felicidad personal ni construye unas relaciones
más solidarias. Es necesario, pues, un cambio notable en el modelo que hemos
tenido. Y, por tanto, hay que ir creando un consenso social en torno a los valores
culturales y morales que dignifican a la persona humana. Es necesaria, también, una
mejora en el funcionamiento de la democracia que, más allá de principios ideológicos
estáticos y de disciplinas partidistas, permita encontrar los consensos necesarios para
servir mejor a la sociedad en sus necesidades reales. Es necesaria, además, una
mejora en el funcionamiento de la economía para que tenga un rostro más humano y
esté más al servicio de las personas y no de los intereses especulativos que
enriquecen a unos pocos y favorecen el empobrecimiento de mucha gente y el
crecimiento de la miseria.
Desde la Navidad, desde el nacimiento del hijo que se nos ha dado, ha sido concedido
a la humanidad participar en el misterio de Dios y en su vida de amor. En Cristo, "se
abre, por tanto, -como dice el Papa Benedicto XVI- a un horizonte de esperanza y de
paz", capaz de renovar la sociedad. Los cristianos debemos ir haciendo realidad, este
horizonte, "a través de un diálogo respetuoso y del testimonio concreto de la
solidaridad." Así haremos "redescubrir -también- la belleza del encuentro con Cristo"
(Mensaje para la Jornada de los emigrantes y refugiados, 21/09/2011).
Para expresar nuestro compromiso con la solidaridad, que pide nuestro encuentro con
Jesús, nacido de Santa María y hecho solidario de toda la humanidad, os proponemos
participar en la colecta que haremos al final de esta celebración para ayudar a la
tarea ingente que hace Cáritas en la situación creciente de emergencia social, para
atender a miles y miles de personas, entre ellas muchas familias con hijos menores de
edad.
Nos ha nacido un niño, un hijo se nos ha dado. Este hijo que ha nacido y que se nos
ha dado a la humanidad entera, sabemos que, de mayor, se dio conscientemente
hasta el límite de lo posible (cf. Jn 13, 1). Ahora se nos dará en la Eucaristía.
Acojámoslo, pues, con la ternura de María y de José, con la fe sencilla de los pastores,
y en lo más íntimo de nosotros mismos brotará de modo personal el canto de los
ángeles: Gloria a Dios en el cielo y el deseo que en la tierra haya paz entre los
hombres y mujeres de buena voluntad (que Dios ama) (Lc 2, 14).
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