Santos Degollado: Primero la muerte que la injusticia Por Emma Paula Ruiz Ham Investigadora del INEHRM La fecha en que vio su primera luz: 31 de octubre de 1811. El lugar de origen: la ciudad de Guanajuato. En tal relación espacio-temporal se ubica el nacimiento del niño José Nemesio Francisco. Fue bautizado con este nombre, pero conocido como Santos Degollado por sus contemporáneos y registrado así también en las páginas de la historia de México, un individuo que, según sus biógrafos, siempre se dispuso a servir a la nación, aun en el momento en el que lo derrumbó la muerte, aquel funesto 15 de junio de 1861. De principios de 1810 a fines de 1811, los sucesos ocurridos en Guanajuato y en las diversas latitudes novohispanas que directa o indirectamente se vieron trastocadas por la guerra de Independencia no pudieron dejar de causar alarma, temor y descontrol social. La vida cotidiana presentó una dinámica distinta; sin embargo, las relaciones humanas siguieron dando cohesión a la comunidad guanajuatense de los años referidos. La agitación político-militar y el “escarmiento” que durante dos semanas había provocado la exposición de las cabezas de los insurgentes Allende, Aldama, Jiménez e Hidalgo en la Alhóndiga de Granaditas conformaban tan sólo algunos elementos de los múltiples que se respiraban en el momento en el que el español Francisco Degollado y Mariana Sánchez, oriunda de Guanajuato, conocieron al fin al pequeño Santos. De inmediato lo presentaron a los ojos de Dios, pues su bautismo se celebró el 1 de noviembre. Los primeros años de su niñez, Santos gozó junto con Rafael, su hermano mayor, de las mieles que ofrece el hecho de pertenecer a una familia con cierto estatus socioeconómico. Pero dicha situación cambió por completo, primero, al quedar en la ruina su padre, por secundar la causa independentista, y, más tarde, con la muerte de don Francisco y de doña Mariana. Así fue como entonces Santos y Rafael quedaron bajo la protección de un pariente materno. Después de residir un tiempo en la Ciudad de los Palacios, Santos se dirigió a Cocupao, Michoacán; allí, próximo a cumplir 17 años, se unió en matrimonio con Ignacia Castañeda Espinosa el 14 de octubre de 1828. Las exigencias de la vida de casados los llevaron a probar suerte en Morelia, en donde luego de trabajar con empeño y mérito, Santos llegó a ser contador en la Haceduría de Rentas Decimales de la Catedral. Aunado a su esfuerzo para conseguir semejante colocación, el interés por cultivar su espíritu con el estudio de varias áreas del conocimiento humano fue una de las características de su personalidad. Desde su juventud se identificó con la política liberal. En 1836, Santos apoyó al coronel Antonio Angón quien se había pronunciado por el federalismo. En ese tiempo obtuvo el grado de subteniente, y, tras la muerte de Angón y de estar preso, finalmente se reincorporó a sus actividades habituales. En compañía de su esposa Ignacia y de sus dos hijos, Joaquín y Mariano, el trabajo, la disciplina y el estudio, constituyeron la triada que rigió el primer periodo de su vida. Reconocido como un simpatizante del ala liberal, fue hecho prisionero en 1840 y obtuvo su libertad después de ocho meses. Perteneció a la Junta Directiva de Fomento de Artesanos, destacándose su función como presidente y por ocuparse de la elaboración del reglamento de la propia Junta. En 1844, se le encontraba muy entusiasta, participando como Secretario de la Junta Subdirectora de Estudios de Michoacán. Tal fue el empeño que puso en esta empresa, que tres años más tarde, junto con otros hombres también comprometidos con el desarrollo de la sociedad por medio de la educación y con el aval del gobernador Melchor Ocampo, lograron que el antiguo Colegio de San Nicolás reabriera sus puertas en enero de 1847. Éste había permanecido cerrado durante más de dos décadas. Eran tiempos en que la nación mexicana se debatía entre la vida y la muerte, horas amargas en las que se perdía poco más de la mitad de territorio. La relación que Santos tuvo con aquel Colegio no se terminó sino hasta después de haber estado al frente de su secretaría y fungir como regente. Entre el 27 de marzo y el 6 de julio de 1848, se hizo cargo de la gubernatura de Michoacán. En 1854, se unió a la Revolución de Ayutla, en donde destacó por la capacidad de organizar ejércitos pese a la adversidad. Del 31 de agosto de 1855 al 30 mayo de 1856, Santos fungió como gobernador interino y comandante militar de Jalisco. Su labor en el aspecto educativo merece más de un reconocimiento, al suprimir la Universidad, restablecer el Instituto Literario del Estado y crear escuelas. Poco antes de terminar 1855, Juan Álvarez, a la sazón presidente de la República, lo nombró general de brigada. Tanto la política como la carrera militar aún le reparaban una serie de hechos que trascenderían su propia historia. Electo diputado por Michoacán, formó parte del Congreso Constituyente. Si bien éste dio inicio en febrero de 1856, Santos se presentó el 1 de julio; durante agosto, fue su presidente. Al final, la carta magna quedó concluida y se juró el 5 de febrero de 1857. El 18 de noviembre de ese año, fue electo Ministro de la Suprema Corte de Justicia, asimismo, obtuvo el triunfo como gobernador de Michoacán. Tomó posesión el 27 de diciembre de 1857, pero el curso de los acontecimientos le exigió nuevamente optar por las armas, ahora, en defensa de la Reforma. El presidente Benito Juárez integró a Santos Degollado en su gabinete en el ramo de Gobernación. Decidido Juárez a establecer su gobierno fuera de la Ciudad de México, lo nombró el 27 de marzo de 1858 Ministro de Guerra y General en Jefe del Ejército Federal; el 7 de abril, “lo armó con amplísimas facultades en los ramos de Guerra y Hacienda para que pudiera luchar sin restricción alguna por la causa liberal en el occidente del país, que declarado en estado de sitio, quedó bajo sus órdenes”. Como puede verse, Santos debía responder a tan dignos cargos que le habían sido conferidos por el presidente liberal. La encomienda era decisiva… “mortal”, a nivel individual, e incluso a escala nacional. La Guerra de Reforma fue uno de los mayores momentos críticos del enfrentamiento entre dos modos de visualizar y practicar cada aspecto de la administración mexicana. La insignia liberal de las primeras leyes reformistas y de la Constitución de 1857, amén de la configuración de un complicado tejido social en el que los intereses de los individuos contribuían a la formación de redes locales, regionales, nacionales y aun extranjeras, provocaron y perfilaron otro de los movimientos armados que pusieron en jaque a nuestro país. El peregrinar del presidente Juárez resultó tan difícil, y su permanencia como primer mandatario de suyo vulnerable, como devastadoras fueron las horas de los hombres de ambos ejércitos: liberal y conservador. En el caso del primero, Santos Degollado y sus hombres… dieron combate constante al enemigo. Pero había de cometer un acto que le valió el desplazamiento de su cargo, la crítica del propio grupo al que pertenecía y un proceso en su contra: haber intentado establecer un acuerdo de paz con intervención extranjera (británica). La destitución del cargo tuvo lugar poco antes del triunfo de los liberales. La hora de la victoria llegó el 1 de enero de 1861 con la entrada triunfal del general Jesús González Ortega, en quien había recaído el encargo que Santos no pudo sostener por la situación referida. Posteriormente, llegaría a la Ciudad de México don Benito Juárez. Ese inicio de año parecía traer una nueva oportunidad para comenzar, pero pocos meses después, los hombres de la política se dieron cuenta de que habían derrotado al ejército conservador, pero éste aún no estaba destruido. En tal lógica se dio el asesinato de Melchor Ocampo, compañero y amigo de Santos Degollado. Más allá de la tristeza y pena que pudo haber provocado el deceso de este liberal, la indignación afloró en el ánimo político y social por la injusticia de dicho acto. Las fuerzas conservadoras aún seguirían envueltas en una guerra de guerrillas por más tiempo. Mientras tanto, Santos Degollado, habiendo sido declarado por el Congreso de la Unión en sesión del 4 de junio de 1861 “en aptitud de seguir prestando sus servicios a la causa constitucional, a reserva de lo que resulte del juicio que tiene pendiente”, se trasladó de la Ciudad de México hacia la de Toluca. Contaba, desde el 6 de junio, con la designación del Ministerio de Guerra, como jefe de las fuerzas que combatirían a los asesinos de don Melchor Ocampo. Trazado el “Plan de Operaciones para perseguir a las gavillas que ocupan la sierra entre México y Toluca”, Santos Degollado contaría con el apoyo de un convoy con armas y municiones. El 15 de junio, se dirigió hacia Lerma, y de allí avanzó por los llanos de Salazar con dos brigadas. Sería en el pie del Monte de las Cruces en donde caería víctima de sus enemigos. La crónica de su muerte presenta a un Santos Degollado que pereció en manos de varios atacantes: una vez que las fuerzas que habían avanzado con él comenzaron a dispersarse tras la emboscada que les tendieron sus contrincantes, y después de la espera infructuosa de más de sus hombres, intentando escapar, Santos recibió en la parte posterior de la cabeza una bala que disparó el indio Neri. Si bien, al parecer este impacto pudo haberle provocado la muerte, su cuerpo debió padecer todavía más, debido a la herida en el cuello que le provocó Alejandro Gutiérrez, alias “El Chato”, y del tiro de gracia de un tercer sujeto. El general conservador José María Gálvez ordenó sepultar el cuerpo de Santos Degollado en Huixquilucan. Por medio del decreto que el Congreso de la Unión emitió el 31 de julio de 1861, se le rindió un homenaje en la Alameda, que partió de Palacio Nacional. Por supuesto, se dispuso que el presidente de la República fuera acompañado de su gabinete a tan merecida ceremonia. No obstante, sus restos serían exhumados hasta poco más de un año después de ocurrida su muerte. El 5 de julio de 1862, fueron trasladados a la Ciudad de México. El día 18 tocó el turno a los alumnos del Colegio Militar para hacer una guardia en el Castillo de Chapultepec; el 21, recibió honras fúnebres en el Panteón de San Fernando, siendo inhumado en el Panteón Inglés. Finalmente, el 2 de junio de 1906, el Congreso de la Unión decretó su traslado a la Rotonda de los Hombres Ilustres, hoy día, de las Personas Ilustres. La vida y la obra del general Santos Degollado merecen un estudio analítico con el objeto de conocer su trayectoria en el curso de acontecimientos tan relevantes. Los hombres de la Reforma, como lo fue don Santos, no dejan de provocar admiración, ni mucho menos la posibilidad de pensar y reflexionar en torno a nuestro pasado. Sin la pretensión de justificar lo que no nos corresponde, pero retomando la interpretación que ha visto en la decisión que tomó Santos Degollado de lanzarse al campo de batalla para seguir a los enemigos de Melchor Ocampo como la oportunidad de reivindicar su conducta ante la nación después de ser procesado por tratar de negociar la paz con el ministro inglés durante la Guerra de Reforma, consideramos oportuno pensar en el cúmulo de experiencias negativas por las que atravesó Degollado entre 1858 y 1860, no soslayar la realidad de aquellos días, y sopesar los demás actos políticos y militares que constituyeron su vida. Santos Degollado estaba consciente de su comportamiento; sabía que en la guerra se entregaba todo, incluso la vida. Quizá el principio que lo llevó a su muerte fue la búsqueda de la justicia. ¿Por qué no nos damos a la tarea de comprender la historia en lugar de juzgarla?