Pruebas Existencia/ inexistencia de Dios

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Pruebas Existencia/ inexistencia de Dios
Dios existe Antony Flew
Antonio Piñero
http://blogs.periodistadigital.com/antoniopinero.php/2012/11/16/-diosexiste-i-442-01Este es el título de la última obra del filósofo británico, ya fallecido, Antony
(sic; sin h) Flew, escrita en colaboración con Roy Abraham Varghese
(original de 2007). Editorial Trotta, Madrid 2012, 167 pp. ISBN: 987-849879-368-0. Flew murió en el 2010.
Se trata sin duda de una obra polémica porque Flew fue durante muchos
años el referente más notorio del ateísmo anglosajón. Sus obras “Dios y la
filosofía” y “La presunción de ateísmo” pasaban por ser la Summa de los
argumentos en contra de la existencia de Dios en la segunda mitad del siglo
XX. Su deserción del ateísmo fue comentada en 2004 del modo siguiente:
“Es como si el Papa anunciara que piensa ahora que Dios es un mito”.
Su conversión al deísmo no fue el producto de una iluminación mística o
algo parecido, sino el fruto de
una reflexión intelectual sobre las
perspectivas de ciencia de nuestra tiempo en orden de postular la existencia
de algo más allá del mundo puramente físico, por ejemplo, tal como se
postula en la obra de David Conway, The Rediscovery of Wisdom (“El
redescubrimiento de la sabiduría”) Macmillan, Londres 2004.
La obra de Flew tiene dos partes: “Mi negación de los divino” y “Mi
descubrimiento de lo divino”; contiene además un doble prólogo y dos
notables apéndices. El prólogo a la edición castellana es obra de Francisco
José Soler Gil, autor y editor de una obra conjunta publicada en la Biblioteca
de Autores Cristianos en 2005: “Dios y las cosmologías modernas”. Soler no
duda en afirmar que este libro de Flew “vale su peso en oro” (pp. 9 y 21).
Opina también este prologuista era muy conveniente que Flew escribiera
este libro, ya que cuando anunció su paso del ateísmo al deísmo en 2004,
un conocido autor ateo de notable éxito, Richard Dawkins escribió que “el
filósofo Flew estaba siendo manipulado por una caterva de propagandistas
del cristianismo aprovechando la declinación de sus facultades mentales”.
Según Soler Gil, Flew era conocido, en su época de ateo, por ser todo lo
contrario a un fanático: antes de exponer sus propios argumentos dedicaba
todo el espacio necesario a
exponer imparcial
y
certeramente
los
argumentos de sus adversarios con toda su posible solidez. Otro rasgo
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característico de Flew es su preocupación por definir bien los términos de lo
que se trata en una discusión intelectual; en este caso intentó siempre
explicar bien qué es lo que se entiende por Dios.
Un rasgo más del estilo académico de Flew, según Soler Gil, fue su
preocupación por encontrar un procedimiento adecuado para el desarrollo
de la controversia en torno a la cuestión acerca de Dios; por ejemplo, quién
es el que debe aportar las pruebas: el que niega la existencia de la
divinidad o el que la afirma. Finalmente, otro de los rasgos característicos
del estilo argumentativo de Flew es su limpieza y claridad, sin presentar
agendas ocultas o despistar al lector con cortinas de humo que no sean
auténticos argumentos racionales. En Flew brillaba ante todo la confianza en
el poder de la razón y en la fuerza de los argumentos, sin ninguna sospecha
de que la razón humana pudiera estar en el fondo corrompida como si fuera
una herramienta espuria al servicio de otros intereses ocultos, como por
ejemplo la voluntad de poder.
Es interesante la síntesis de Soler Gil del orden lógico de la defensa del
ateísmo mostrada por Flew en sus obras. Este creía que era el teísta en el
que recaía el peso de la prueba de la existencia de Dios, y no el ateo de su
inexistencia, ya que –-según el adagio medieval-- el que afirma algo es el
que debe probarlo. Segundo, si el teísta pretendía demostrar la existencia
de Dios tendría que comenzar por precisar cuál es el concepto de Dios que
se está manejando en la discusión, y cuales son los atributos de divinidad
que deben definirse con toda exactitud. Por último debe mostrar que hay
una serie de datos de nuestra experiencia que requieren a ese Dios como su
explicación (p. 15).
Por último considero también digno de mención en el prólogo de Soler Gil la
queja (pp. 20-21) sobre el comportamiento de los medios, y de las
Editoriales respecto al debate sobre Dios que está teniendo lugar desde
hace décadas en el mundo anglosajón. Sostiene Soler que encontramos una
gran asimetría en prensa diaria, televisión y libros respecto al tema de la
existencia de Dios. Mientras que las obras de las más destacadas figuras del
bando ateo, como Richard Dawkins y Daniel Dennett, se traducen a nuestra
lengua casi de inmediato, a los pocos meses de aparecer, y son publicitadas
como “best sellers” por editores y distribuidoras de libros, en cambio la
mayor parte de las obras del bando teísta son ignoradas y permanecen sin
traducir; o si lo son, aparecen vertidas al castellano en editoriales muy
minoritarias.
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El resultado es previsible: “En las librerías lo suficientemente grandes para
acoger un estante de libros de filosofía el tema de la existencia de Dios solo
se presenta desde el punta de vista del ateísmo”. Por ello, los lectores se
ven privados de la ayuda para formarse su propia imagen del tema que
supone el presentar también los argumentos del otro lado.
Seguiremos
con
la
presentación
de
argumentos
sobre
este
tema
apasionante. Personalmente el libro me ha interesado tanto que me sumo al
agradecimiento a Trotta y al traductor, Francisco José Contreras, por
haber impulsado la publicación de este libro que, como veremos, contiene
una buena síntesis de los argumentos por un lado y por otro.
Dios existe (II) Una discusión razonable contra la existencia de Dios (44202 )
http://blogs.periodistadigital.com/antoniopinero.php/2012/11/23/diosexiste-ii-una-discusion-razonable-c
El prefacio de Roy Abraham Varghese me parece igual de interesante que el
comentado la semana pasada de Soler Gil.
En primer lugar, el prologuista pone de relieve la relevancia de Antony Flew
en la historia del ateísmo. En su opinión, aunque su obra de conjunto no
sea comparable, Varghese sitúa a Flew en la estela de David Hume, Arthur
Schopenhauer, Ludwig Feuerbach y Friedrich Nietzsche. Lo compara luego
con otros tratadistas indirectos del ateísmo en el siglo XX como Bertrand
Russel, Alfred Ayer, Jean-Paul Sartre, Albert Camus e incluso Martin
Heidegger. De estos últimos piensa, con razón, que su ateísmo no es más
que un subproducto de unos escritos que en conjunto van por otros
derroteros; destaca así Varghese cómo la obra de Flew supuso el desarrollo
de argumentos novedosos contra el teísmo, y a la vez, curiosamente,
abrieron el paso a un futuro teísmo.
En concreto, Varghese cree que Flew acabó con la doctrina del “positivismo
lógico”. Según este sistema, las únicas afirmaciones que tienen sentido son
aquellas que pueden ser verificadas por la experiencia sensible, es decir por
la verificación empírica. De esta proposición solo quedan exentas las
matemáticas y la lógica, ya que en el fondo sus demostraciones apodícticas
no son más que meras tautologías. Para el positivismo lógico estas dos
últimas ciencias no hacen avanzar de hecho el conocimiento, que se reduce
al ámbito de lo empírico, lo comprobable.
Flew, al romper con el positivismo rígido y al admitir en las reglas de juego
de los debates sobre la existencia de Dios la validez de los argumentos
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globales sobre la experiencia del ser humano ante el universo (argumentos
que en sí no son verificables empíricamente, pero que son razonables), abre
un nuevo camino al debate entre ateos y teístas.
Como he indicado, en el fondo esta postura ha contribuido de algún modo al
renacer de la creencia en la existencia de Dios (no precisamente el de la
revelación cristiana, pero un Dios al fin y al cabo) entre una rama
importante de los científicos modernos. Es como si Flew, opina Varghese,
hubiera abierto la puerta para que los argumentos religiosos no fueran
considerados ipso facto como carentes de relevancia cognitiva.
Los problemas a los que Flew otorgó carta de naturaleza con su
amplitud de miras fueron los siguientes:
• Si las afirmaciones sobre Dios tienen significatividad o no; si hay o no
coherencia lógica en los atributos que se predican de la divinidad;
Si la presencia o ausencia Dios con su actividad creadora es una cuestión
científica o no lo es;
Si es posible generar una visión del mundo que dé cuenta de por qué el
universo está sujeto a leyes, por qué es capaz de generar vida y por qué es
racionalmente accesible en su comprensión por parte del ser humano.
Desde luego, si se tiene en cuenta cómo Flew llegó a admitir un diálogo con
este tipo de proposiciones, no es extraño que acabara abierto a una suerte
de teísmo elemental como el que veremos que profesa en el libro que
comentamos.
También es interesante señalar que Flew se dedicó a argumentar y
ponderar los argumentos de los adversarios, a manifestar con precisión los
propios y no a “dirigir su artillería contra los abusos sobradamente
conocidos de la historia de las grandes religiones. Los excesos y atrocidades
de la religiones organizadas no tienen nada que ver con la existencia o
inexistencia de Dios” (p. 34).
Acierta Varghese. Pongo un ejemplo: la obra de Michel Onfray, Traité
d’athéologie (Éditions Grasset & Fasquelle, Paris 2205) --que fue traducida
rápidamente al español al año siguiente…, y en ese mismo año vieron la luz
cuatro reimpresiones
seguidas.En español el título fue
“Tratado de
ateología”. Traducción de Luz Freire, Editorial Anagrama, Barcelona, 2006-es totalmente representativa de lo que estamos afirmando.
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Después de leerla detenidamente (véase un resumen de su argumentación
en mi “Prólogo/Presentación” al libro conjunto Existió Jesús realmente
(Raíces, Madrid, 2009), me sentí muy defraudado, pues más que una
prueba de la no existencia de Dios tal obra tan publicitada no era sino un
ataque a la fiabilidad histórica de los Evangelios y un elenco de las
barbaridades ciertamente perpetradas por las grandes religiones. En el libro
de Flew que reseñamos es justamente lo contrario: no hay más que
argumentos y contraargumentos.
Y ahora vayamos directamente al contenido de “Dios existe”.
En una suerte de introducción Flew se excusa, o mejor ofrece razones de
por qué ha cambiado drásticamente de opinión. Afirma que eso es normal
en la vida: así le ha ocurrido en varias ocasiones. Por ejemplo: en su
juventud fue un marxista convencido, pero en su madurez se convirtió en
un acérrimo defensor del mercado libre. Debido a esta mutación de ideas,
divide su libro en dos partes: “Aquello en lo que creía y defendía antes del
cambio” (tres capítulos) y segundo: “El porqué del cambio” (los siete breves
capítulos restantes).
Los argumentos contra la existencia de Dios en el libro de Flew
I En los tres primeros capítulos de la obra que comentamos el autor expone
las razones que lo condujeron en su juventud, de los trece a los quince
años, al ateísmo:
• La primera, y principal, fue la comprobación temprana de la existencia del
mal en el mundo. Su presencia era la refutación decisiva de la existencia de
un Dios infinitamente bueno y omnipotente.
• La segunda fue: “El recurso a la libertad humana no exime al Creador de
su responsabilidad por los manifiestos defectos de la creación”.
Estos argumentos básicos fueron desarrollados más tarde por Flew en otros,
más abstractos o complejos, como:
• El concepto de Dios es en sí mismo incoherente;
• Tal concepto no es aplicable al mundo, ni parece legítimo aplicarlo: el
argumento del diseño, o argumento cosmológico (el orden del mundo), no
puede predicarse de Dios porque ya desde David Hume ha quedado
demostrado que los conceptos de “causa” y “efecto” son meras
estructuras de nuestra mente. Lo que percibimos es simplemente que,
muchas veces o siempre, puesta una cosa sucede esta otra. Pero nada más.
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No percibimos más que la sucesión de cosas que ocurren siempre unas
detrás de otras. Posteriormente la mente añade de su propia cosecha y sin
una fundamentación estrictamente objetiva los conceptos puramente
explicativos de “causa” y “efecto”.
Pero al ser este vínculo una creación de nuestra propia mente, no se puede
deducir con propiedad, filosóficamente, que una cosa es la causa de otra.
Por tanto, del orden del mundo no puede deducirse que Dios sea la causa
de este orden mundano. El que nos imaginemos que sea así no es más que
un producto de nuestra propio cerebro: no algo que corresponda a la
realidad.
•
Cuando
pensamos
sobre
Dios,
llegamos
a
situaciones
mentales
imposibles. Podemos presuponer que exista un tipo de Dios, pero no
podemos identificarlo por medio de nuestra razón. Por ejemplo:
“¿Puede reconocerse que tenga algún sentido el que Dios sea siempre uno y
el mismo, pero que a la vez actúe en el tiempo, o través del tiempo y, al
mismo tiempo, fuera del tiempo? ¿Cómo una persona sin cuerpo, un Dios
que es solo espíritu, que está presente en todas partes, puede ser
identificado y reidentificado, y de esa forma aspirar al estatus de ‘objeto
susceptible de descripción’”? ¡Es imposible! (p. 64)
• Estas ideas van unidas a otra “la presunción de ateísmo”: Para creer que
hay un Dios, necesitamos buenas razones; ahora bien, nunca se ofrecen
tales razones, luego no hay fundamento alguno para creer a priori en Dios.
La única posición razonable es ser ateo”, o todo lo más agnóstico (p. 66).
Seguiremos
El caso Flew. Dios existe (III) El comienzo del
cambio (442-03)
30.11.12 | 07:55. Archivado en , CRISTIANISMO
Hoy escribe Antonio Piñero
En realidad, si se lee detenidamente el libro de Flew que comentamos los
argumentos a favor del ateísmo se resumen en variaciones de los dos
principales que ya hemos expuesto:
a) La existencia del mal
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b) La imposibilidad de deducir necesariamente por la razón la existencia de
un Ser Superior por cualquier tipo de pruebas filosóficas que impliquen la
aceptación objetiva de la relación causa-efecto.
Es preciso insistir aquí en la importancia del último aserto y cómo si éste se
tambalea, cambia la posición de Flew. Nuestro autor era discípulo ferviente
de David Hume, quien negaba la validez del argumento cosmológico (hay
orden en el mundo, luego existe un Ordenador divino) porque los conceptos
de “causa-efecto” son un mero producto de nuestra mente. Por tanto no
podemos establecer una relación objetiva entre el orden y el Ordenador. Lo
único que puede deducir la mente al contemplar el universo son
conjunciones constantes; es decir, acontecimientos de tal tipo son seguidos
regularmente por acontecimientos de este otro tipo. Ejemplo: vemos que el
agua hierve cuando es calentada, y asociamos ambas cosas. Pero cuando
postulamos una conexión real en el mundo exterior (en este caso entre el
calor
y
el
agua
hirviendo),
estamos
proyectando
nuestras
propias
asociaciones psicológicas internas (pp.68-69). En realidad lo que ocurre en
la naturaleza es un determinismo feroz: todo sucede en el universo como
una sucesión de conjunciones absolutas que no pueden evitarse. Este
razonamiento lleva a una conclusión desoladora en el ámbito del individuo:
el ser humano no es libre.
Sin entrar en demasiadas honduras filosóficas, Flew comienza por criticar a
Hume al exponer que éste se equivocaba totalmente al sostener que no
podemos tener nociones verdaderas de “causa / efecto”: sí podemos hacer
que ocurran cosas y podemos evitar que ocurran cosas: por tanto, a la
percepción causa-efecto corresponde una realidad objetiva.
Y cae en la cuenta de que el mismo Hume es inconsecuente, pues en cuanto
abandona el estudio de las causas, en obras de otro estilo por ejemplo su
Historia de Inglaterra, no tiene la menor duda de que el ser humano puede
establecer una sucesión de causa-efecto y pensar que a esa noción
corresponde una realidad objetiva.
Siguiendo por este camino, Flew llegó a pensar que el argumento
cosmológico sobre la existencia de Dios podía tener fuerza filosófica
probativa: detrás del orden universal tenia que haber Algo que lo hubiera
causado o al menos que lo estuviera manteniendo.
Unido a este cambio en la admisión de la “causa-efecto”, Flew abandona el
determinismo y admite (con un razonamiento filosófico que no podemos
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exponer aquí para no transformar este Blog en una clase de filosofía), la
libre voluntad y la elección como facultades en el ser humano.
Es realmente interesante en el libro que reseñamos esta etapa intermedia
del autor, cuyo título, acertado, es “el ateísmo detenidamente considerado”.
En ella Flew debate con sus adversarios oralmente y por escrito, y revisa
detenidamente sus argumentos. El resultado fue que el contraste con sus
adversarios, al imponerse el deber de un diálogo continuo, le llevó, durante
un tiempo, a fundamentar continuamente sus posiciones.
La costumbre de debates públicos entre estudiosos es una costumbre
admirable de Inglaterra ayuda a este proceso. Dicho sea entre paréntesis,
es increíble para nuestra cómoda postura mediterránea, el amor –y éxito—
que tienen tales debates entre los anglosajones. ES digno de verse cómo se
discuten todas las razones, argumentos y contrargumentos, cómo participa
el público y cómo se expanden y aclaran las ideas sobre temas vitales:
religiosos, políticos históricos-sociales, etc.
En medio de tales debates Flew se atrincheró en sus posiciones. Lo expresa
del modo siguiente:
a) Dios no existe porque un sistema de creencias sobre Dios contiene e
mismo tipo de contradicción que postular un “marido soltero” o un
“cuadrado redondo”.
b) El universo no tuvo comienzo y no tendrá final. No existe ninguna buena
razón para oponerse a esta hipótesis.
c) Los seres vivos evolucionan a partir de la materia inorgánica a lo largo de
un período de tiempo inmensamente largo y condicionado por el azar.
Seguiremos
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