No se desanime: la felicidad perfecta no existe

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T22// ciencia
No se desanime:
la felicidad
perfecta no
existe
En una sociedad donde la
sicología positiva es cada vez
más potente, un
neurocientífico dice que
nuestros cerebros están
hechos para mantenernos
vivos, no felices.
TEXTO: Fernanda Derosas
TENDENCIAS | LATERCERA | Sábado 15 de diciembre de 2012
“
Y VIVIERON felices para siempre”. La frase de cuento infantil, aunque muy antigua, resume perfectamente la principal
búsqueda de los tiempos modernos. El objetivo -más allá de
las circunstancias de cada quien- no ha
cambiado. La Cenicienta, Blancanieves y la
Bella Durmiente la buscaron en sus respectivos príncipes y ahora lo hacemos a través
de la pareja (ya no príncipes ni princesas),
del trabajo, del auto nuevo, de un viaje, de
la casa en la playa. Es como si hubiéramos
nacido para tratar de encontrarla. Es como
nuestra obligación.
Ahora, qué pasaría si le dijeran que la realidad es muy distinta, y que no importa el
empeño, porque hagamos lo que hagamos
no estamos hechos para llegar a la felicidad
plena, esa que -pensamos- debemos sentir
cada minuto del día.
Sócrates, sin las bases científicas, lo sabía:
“El hombre no puede alcanzar la felicidad
perfecta en la vida presente, aunque sí puede conseguir una felicidad imperfecta y relativa”, dijo hace siglos y está muy cerca de
lo que se discute en la actualidad, en términos científicos.
La felicidad, tal como la entendemos hoy,
es una construcción mental que nace de altas funciones cognitivas del cerebro, por lo
que la neurología se ha encargado de dar un
mejor conocimiento de ésta. Francisco
Mora, doctor en Neurociencias de la Universidad de Oxford y autor del libro ¿Está
nuestro cerebro diseñado para la felicidad?,
afirma que el cerebro está diseñado, primordialmente, para la supervivencia. “La
ley suprema del funcionamiento de este órgano es mantenernos vivos, no felices. Y eso
implica, en esencia, lucha, dolor, desazón y
sufrimiento”, dice.
Según explica a Tendencias, el diseño del
cerebro hace que, primero, procesemos la
información recibida de las áreas sensoriales (visión, audición, etc.), luego alcanza las
áreas de asociación ubicadas en la corteza
prefrontal y pasa al sistema límbico, que es
el encargado de codificar nuestras emociones. Estas son las que nos hacen ver el mundo con un significado, placentero o doloroso. Al percibir con los sentidos y al pensar
sobre lo que percibimos, siempre lo hacemos con ideas abstractas, como el bien o el
mal. El sufrimiento es la fuerza que nos empuja a buscar la felicidad para liberarnos del
dolor. Pero la felicidad no existe, es sólo una
idea, dice Mora. Sólo existen parpadeos de
esta sensación, que son los que podemos
experimentar, de vez en vez.
En ese entendido, el sicólogo Wenceslao
Unanue, de la Universidad de Sussex, Inglaterra, explica que en términos científicos, hay
tres medidas estándar de felicidad. Primero,
es la dimensión cognitiva que evalúa la satisfacción con la vida. La segunda es la dimensión emocional que se relaciona con estados
de ánimo positivo y negativo. La tercera es la
dimensión de darle sentido a mi vida. Pero,
como afirma el neurocientífico Ed Diener, de
la U. de Illions (EE.UU.), estar bien no significa que no haya sentimientos negativos, lo importante es que lo negativo no sea crónico.
Diener concuerda con Mora, respecto de que
no estamos construidos para la felicidad absoluta y continua. Sólo hemos evolucionado
para ser moderadamente felices.
Además, la metáfora de la felicidad tiene
su precio, como explica en una entrevista al
diario español La Vanguardia la sicóloga
Jenny Moix, de la U. Autónoma de Barcelona: “Vivimos presionados a vivir con una
sonrisa en la cara todo el día. Eso es algo
realmente agotador”. Solemos considerar
algunas emociones, como la tristeza o el enfado, como negativas. Pero las emociones no
son ni buenas ni malas. Simplemente nos
indican algo que está pasando. Sólo se convierten en un problema cuando las emociones negativas se vuelven crónicas. De manera que, como seres complejos que somos,
debemos simplemente aceptar esta complejidad y riqueza de las emociones que experimentamos. Y quizás de esta manera,
aprender también a vivir con nuestras emociones “no felices”.T
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