Lo que llamábamos “Las charcas” en realidad

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RIO AGRIO. 1970, CHARCAS DEL PUENTE ZAPATA AL PUENTE DE TABLAS
Lo que llamábamos “Las charcas” en realidad eran las zonas de baño que
frecuentábamos en el cauce del Rió Agrio, se podían clasificar en hondas con
orillas de pendientes progresivas, hondas con pocas orillas (Las más
peligrosas), y las que cubrían solo por la cintura, cercanas con buenos caminos
de acceso y lejanas con acceso accidentados. Todas ellas con orillas de arena
rubia, entre charcas el cauce se cortaba en verano y estaba cubierto de cantos
redondeados que llamábamos “Chinos peluos”, estos cantos estaban tintados
de amarillo-marrón oxidado color característico de todo el cauce del Agrio, que
en realidad eran los metales que contenía el agua depositado en las piedras.
En aquella época desconocíamos de la peligrosidad del agua, al contrario
cuando teníamos postillas (Heridas que no curaban), o granos purulentos, muy
frecuentes entre los niños, él medico nos aconsejaban bañarnos en el Agrio,
con resultados sorprendentes a los pocos días se curaban estas pústulas. Las
orillas de las charcas estaban limpias de cieno y fango el agua de color verde
turquesa transparentes y el limo del fondo era amarillo verdoso, no había peces
ni ranas solo unas moscas que se deslizaban muy rápidas por la superficie,
que llamábamos “Tapaculos”. La acidez del agua condicionaba las
excepcionales características de este rió, las orillas estaban rodeadas de
adelfas rosa y juncos. Era muy a tener en cuenta a la hora de elegir donde
bañarse, 1º que fuera cercana, 2º buen camino, 3º dependiendo de la edad que
teníamos la profundidad y muy importante que este cerca una fuente. De
pequeños solo íbamos los niños y nos bañábamos en calzoncillos sin saberlo
nuestros padres, de mayores la cosa era distinta, el grupo era mixto y el baño
nos servia para relacionarnos con las niñas y a ellas con nosotros.
Después del almuerzo, salíamos sin prisa y al llegar esperábamos que pasara
la digestión para bañarnos, esto seria sobre las cinco de la tarde, nos
bañábamos hasta las ocho mas o menos, que el sol calentase menos porque
de vuelta todo era cuesta arriba, parábamos a beber en la fuente y seguíamos
hasta casa donde merendábamos “El hoyo de aceite y azúcar”. Esto era un
trozo de canto del kilo redondo que se le sacaba la miga y el hueco se
rellenaba con aceite y azúcar y se tapaba con la miga que se había sacado.
Sentado en el escalón de la puerta dábamos buena cuenta de la merienda.
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A partir del puente Zapata la primera charca recibía el mismo nombre que el
puente, esta era honda en el centro con amplias orillas de menos profundidad,
se llegaba por el camino que discurría paralelo al rió, era la que más lejos
estaba y era poco frecuentada, si tu padre tenia bicicleta y ese día no
trabajaba y te la dejaba podías ir por la carretera del Castillo de las Guardas.
La siguiente era “Los Pastores” frente a ella estaba el pozo del mismo nombre,
poco profundo con agua excelente, cerca del pozo había un socavón, esto es
una galería minera en la que cabía una persona de pie, a unos veinte metros
de la entrada y en vertical salía un desvío que comunicaba con el exterior de
forma que sirviera de chimenea de ventilación estaba junto al camino que
llevaba a la anterior, esta charca seguía estando lejos, de onda mas o menos
como la del puente Zapata.
Después estaba la charca “El Soldado” muy honda con pocas orillas de las
llamadas peligrosas, con antecedente de gente que se ahogaron, de hecho su
nombre se debe según nos contaban por ahogarse un soldado, si que recuerdo
cuando se ahogó Manolito el de Mariquita la “Zurrona” con dieciocho años.
Téngase en cuenta que entre charcas había grandes tramos de rió que no
eran practicables para el baño que llamábamos cáscales o chorreras.
Le seguía “La Inés y a continuación “La Norisca”, ambas amplias, de poca
profundidad, cubría hasta la cintura y muy
frecuentadas por los que
comenzaban a aprender a nadar, frente a ellas el “Socavón Dulce” y más arriba
la casa de Las Lagunillas, se llegaba bajando por la calle de la Fuente, en este
socavón bebíamos antes de subir la cuesta, era frecuente a la caída de la
tarde, encontrarte mujeres acarreando agua con un cántaro en la cabeza sobre
un róete de trapo, otro en el cuadril sostenido por una mano y en la otra el
cubo, si la mirabas era admirable el equilibrio del cántaro de la cabeza que se
movía al compás del paso sin caerse. Con frecuencia se cruzaban los borricos
con las aguaderas de cuatro cantaros, camino arriba arreado por su propietario,
con una vara de adelfa que de vez en cuando tocaba las nalgas del asno, a la
vez que decía “Arreé Borrrriico”. Este socavón tenia tapiado la boca a media
altura reteniendo al menos sesenta centímetros de agua, si te metías dentro a
unos cuarenta metros estaba cerrado con una cancela de hierro. Con la fresca
era un constante ir y venir de gentes por agua. El camino entre riscos pasaba
junto a la Fuente Grande dando nombre a la calle, bajaba paralelo a un
barranco entre grandes adelfas y zarzales donde esta el “Molinillo” llegaba a las
“Pasaeras” hechas de enormes piedras en hilera, separadas entre sí de forma
que una persona atravesara él rió sin mojarse y continuaba para El Campillo y
los Castrejones.
La charca “Los Patos” estaba a continuación, siempre cubierta de limo
verdinoso y las orillas con mucha vegetación, no se utilizaba para bañarse. El
Socavón Salobre, más caudaloso que el dulce vertía el agua que manaba en
esta charca, cuando se hizo esta galería a finales del 1.800 para prospección
minera, corto el manantial de la Fuente Grande, secándola y dejando sin
energía hidráulica al molino de cereales, que conocíamos como “El molinillo”
que más abajo de la fuente funcionaba. Esta fuente cubría las necesidades de
esta parte del pueblo, tanto de personas como de animales, todavía puede
apreciarse el abrevadero y las reformas que le hicieron a finales del 1700,
coincidiendo con la construcción de la nueva iglesia, conservando el mismo
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estilo y los mismos materiales. Para aprovechar el derrame del pilar a unos
cincuenta metros mas abajo, Juan Sixto de Ortega, clérigo de la parroquia de
Aznalcollar construye un molino de cereales, que le costo nada menos que
“Dieciocho mil reales de vellón” cantidad considerable para el año 1.798. En la
actualidad, justo junto a la Fuente Grande, hay un vertedero de escombros y un
colector de cloaca vierte las aguas negras, a continuación pasa por el interior
del molino estas aguas pestilente camino del contra embalse.
Con frecuencia se veían patos en esta charca y de este socavón se bombeaba
el agua hasta él deposito de La Mesa Grande y junto con el pozo de La
Estacada de Las Pitas abastecían a la población, el encargado del motor del
agua era Andrés García López, conocido como “Andrés el de Justa”. Arriba en
el cerro estaba “El Palomar” con escombreras de escorias negras, procedentes
de fundición de mineral del que se desconocía su procedencia, siendo lo más
probable de la Edad Media, época esta en la que la actividad minera fue muy
activa en Aznalcollar, llegándose incluso al abandono de las labores agrícolas.
El Rey llegó a prohibir esta actividad, mandando tapar las minas, me contaba
mi padre, que una de ellas llamada “Los Estiges” (probablemente fuera
“Lastigi”) tenia una veta muy rica en plata, que a partir del 1800 se busco de
forma infructuosa, nunca llegó a encontrarse a pesar de las numerosas galerías
prospectoras que se hicieron en torno al pueblo. Me contó también que la casa
mas abajo del Ayuntamiento en la calle de la Fuente, tenia una temperatura
cálida en invierno y fresca en verano propia de una mina y aseguraban que
debajo podía haber la entrada de un pozo minero o un túnel de ventilación. A
partir de esta fecha comenzó la fiebre minera, con innumerables minas mas o
menos productivas diseminadas por estos contornos, que en otra ocasión
dedicaré un capitulo a ellas.
Pasado la Charca de Los Patos, la charca “El Peñón”, estrecha, larga y con un
enorme risco.
A la derecha a media ladera la fuente Chumana manaba todo el año incluso en
los veranos más calurosos junto a ella pasaba el camino del rió, que discurría
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paralelo al cauce. Un poco mas abajo en al orilla de la izquierda otro socavón
de registro minero.
Llegando a los Castrejones, frente a la Tallisca de Las Monjas, una de las
mejores charcas del rió, La Higuera, aproximadamente de unos ochenta metros
de larga y al menos treinta de ancha, honda en el centro y de orillas amplias
poco profundas, con abundante sombra en la orilla derecha de eucaliptos y
olivos, muy concurrida por jóvenes, niños y mayores. El camino salía de la
“Calleja Perdida” en Barrio Nuevo, discurría en pendiente entre corrales de
piedra de media altura, que servia de cerca de los olivares, frente estaba la
Cueva de La Reina en la orilla derecha, al igual que los socavones son galerías
excavadas de registros mineros. , este concretamente tenia una altura de mas
de un metro, se entraba con facilidad a unos cien metros hacia una curva y un
desprendimiento de escombros la estrechaba y que teníamos que pasar de
gatas, quedando en la más absoluta oscuridad, mas adentro se ensanchaba
llegando a tener tres metros de altura, había grandes piñas de murciélagos que
llamábamos “Panarras”, de este ensanche salía tres galerías mas en diferentes
direcciones, se decía que muy peligrosas, por que de estas había pozos en
vertical y nunca pasábamos de aquí.
Al final de la Higuera en lo mas escarpado de la Tallisca de Las monjas, La
Cueva del Señoròn, especie de gruta profunda que nadie osaba entrar porque
su acceso era muy escarpado y la leyenda popular aseguraba, que había
fantasmas y aparecía la cabeza de un toro negro con una medalla en la frente,
lo cierto es que era utilizada para anidar los búhos reales, lechuzas y
murciélagos, aves que se consideraban de mal agüero, las lechuzas se decía
que en el mes de noviembre, se bebían el aceite de los faroles que iluminaban
las tumbas en el cementerio.
La charca “El Rió los Pinos”, era la siguiente la llamaban así, porque frente en
el “Corral de los Almendros” antiguamente hubo un pinar, había en su orilla
derecha un molino de cereales en estado ruinoso muy parecido al “Molinillo” de
La Fuente Grande, conservando la acequia de desvió y su estructura en
general bastante bien conservado de ladrillos y piedras con mortero de cal y
arena tipo romano. Sus paredes nos servían de sombra. El acceso a esta
charca se hacia por el camino que salía desde el “Pozo Pío”, pasando por “La
Pinea” donde era costumbre beber, bajando por las paredes con las piernas
abiertas, este pozo de apenas un metro de diámetro y unos tres y medio de
hondo, tenia un agua excelente muy fría y en el fondo nunca había mas de
medio metro de agua, a el venía por agua gente del Cerro Viento y hasta de la
calle dela Mina, tenia fama de poner tierno los garbanzos en los potajes. A la
caída de la tarde, en “La Pinea” había que hacer turno y esperar que manase el
agua para llenar los cacharros, se formaba una agradable tertulia entre las
gentes que como mucho daban dos viajes dado lo concurrido de este pozo. A
la vuelta de bañarnos pedíamos de beber en los cubos que usaban para llenar
lo cantaros. A unos diez metros por encima había una fuente de agua dulce
manando constantemente, de la que no se cogía agua porque bebían los
perros. La Pinea tomaba el nombre del pinar de frente del que solo conocí un
cercado de almendros propiedad del “Mogines” (Su nombre era Hermogenes).
Llegaba hasta lo que hoy conocemos como la “Boca del Túnel”.
Siguiendo rió abajo se llegaba a la charca “La Playita”, no muy ancha pero con
abundante arena amarilla en sus orillas.
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La charca “Sin Nombre”, le seguía, con pocas orillas y rodeada de grandes
piedras redondeadas por la erosión del agua, no se podía andar con facilidad
por los grandes bloques de piedra que había en el fondo pero en cambio era
delicioso tomar el sol en estos enormes bloques semi sumergidos, muy planos
y por mucho calor que hiciera mantenían la frescura del agua, era amplia se
nadaba bien y permitía descansar en las piedras que sobresalían del agua.
A continuación la charca “El Risco Cuadrao”, tomaba el nombre por un enorme
risco que emergía del agua cerca de la orilla de forma mas o menos cuadrada,
de unos seis o siete metros de largo por unos tres, en su parte más ancha, no
muy plano pero si lo suficiente para tomar el sol y usarlo como trampolín. Esta
charca en general era honda bastante grande y su acceso era por un camino
que salía desde el Cerro Viento, se tardaba en llegar unos veinte minutos, un
poco lejos pero muy tranquila.
Pasado “El Risco Cuadrao” estaba el molino del Artillero, era el mejor
conservado y estuvo en uso hasta los años cuarenta, según me confirmo Juan
“EL Artillero” que fue él ultimo molinero, se molía en función del caudal del rió,
tenia una pequeña presa que acumulaba el agua y cuando era suficiente
comenzaba a moler, se bajaba el grano en bestias el molinero cobraba una
parte del trigo que molía. En las grandes invernadas el agua inundaba el
molino, teniendo que darse prisa el molinero, porque a veces el agua pasaba
por encima del molino, cuando esto ocurría tardaba semanas en limpiar el
fango acumulado, Las piedras de moler las trajeron de Asturias en tren hasta
Sevilla y en una carreta tirada por bueyes hasta Aznalcollar. Decía este hombre
que estas piedras las mejores eran de las canteras asturianas. Frente al molino
la fuente “Pajaritos” donde bebíamos tomando el agua entre las dos manos al
llegar y al marcharnos, al igual que las anteriores el agua muy dulce, fresca y
cristalina
El Puente Colgado daba nombre a la charca que estaba debajo de el, este
puente del que solo le conocí las maromas que estaban de orilla a orilla y
algunos tramos de baranda que colgaban. Lo construyeron los mineros para
pasar él rió en invierno y estaba a una altura del agua de unos quince metros,
de largo mas de veinte y el ancho calculo un metro. Lo hicieron anclando dos
gruesos cables de acero entre las escarpadas orillas, el piso era de tablas de
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madera y las barandas de cables de acero tensado paralelos a los del piso
sujetos por barras de hierros terminadas en argollas de tramo en tramo, que
hacían de pasamanos. En esta charca no solíamos bañarnos, era de paso
camino del ”Santísimo”. Una tarde venia “Federico el de Claudia” y Manolito “El
Cosario” y cruzaron colgado a pulso por las maromas de extremo a extremo,
normalmente estas exhibiciones se hacia por apuestas o bien los días que
venían las niñas, para esto había que ser hábil y fuerte, no era fácil ni todo el
mundo era capaz de hacerlo.
La penúltima charca “El Santísimo”, muy profunda, con poca orilla de color azul
en lo más hondo y verde turquesa cerca de las orillas, en la derecha había un
eucalipto, que sembró “Manolo El Letra” y en la parte de los Castrejones un
acantilado vertical desde el que nos tirábamos de cabeza, no había orilla en
esta parte, y en la zambullida sacar arena del fondo solo lo hacia los mas
dotados, dada la profundidad en la que la presión hacia que te dolieran los
oídos y donde no llegaba apenas la luz del día.
Por ultimo la charca “Los Mineros”, parecida a la anterior, la más distante del
pueblo y la más cercana a la mina, era poco frecuentada, por lo lejos que
estaba.
Antes de llegar al “Puente de Tablas” a la derecha estaba el Polvorín, se
trataba de una galería minera habilitada para guardar los explosivos empleados
en la explotación minera.
El puente de tablas, se construye a principios del siglo pasado para salvar el
vado del Río Agrio, los soportes eran de vigas de acero y el piso de gruesos
tablones, de ancho no mas metro y medio y de unos diez de largo, junto estaba
“El canaleo”, esto era unos pilones donde echaban toda la chatarra metálica y
le hacían pasar una corriente de agua ácida, depositándose el cobre y el azufre
en la superficie ferrica de los objetos depositados.
Primitivo Librero Rodríguez. Aznalcollar 24/2/2.004.
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