V. EL TRATAMIENTO PRACTICO DE LA

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V. EL TRATAMIENTO PRACTICO
D E L A DISTANCIA HISTÓRICA
Hemos visto anteriormente que el método sociológico de
interpretación se vertebra sobre la idea de un tránsito desde la
significación originaria hasta un «sentido actual». Presupone
una «duplex interpretatio» a cargo de Un mismo intérprete y
sobre un mismo texto: La acción interpretativa obtendría como
primer resultado el significado originario querido por el legislador y dando un paso adelante, se llegaría a una fórmula de acomodación al tiempo presente.
Ahora bien, en su aplicación práctica, no se nos revela este
presupuesto de que parte, acerca de que la primera significación
obtenida sea precisamente la originaria. Más bien se pone de
manifiesto lo contrario, como en general sucede en toda acción
hermenéutica que pretenda servirse de materiales históricos. El
interprete indaga en el, pasado, por un sano impulso de curiosidad con fines aclaratorios o ilustrativos, pero partiendo de un
sentido ya captado. El dato histórico aparece ordinariamente
como elemento confirmatorio o recusatorio de una interpretación obtenida previamente.
Sin embargo, el historicismo de las interpretaciones sociológicas no está tan intensamente inspirado en la fidelidad a la
verdad histórica como el historicismo puro. En aquéllas, predomina sobre todo una idea correctora, por lo que la exactitud histórica adquiere una menor relevancia. Con frecuencia, ni siquiera será necesario pulsar una diferencia de sentidos en el tiempo,
bastando una vaga percepción de obsolescencia del texto aplica61
JOSÉ MARÍA PABÓN DE ACUÑA
do. Mas aún, en ocasiones, la interpretación sociológica se constituirá en una pura instancia crítica de los propios significados
históricos, actuando fuera de los presupuestos dogmáticos de que
parte: la existencia de una distancia histórica entre el texto y su
aplicación.
Se observa en las interpretaciones sociológicas un intento de
conciliar el sentido de presente con la «voluntas legislatoris», de
la que esta corriente interpretativa no se ha liberado totalmente.
De ahí que se propenda a una selección de los criterios históricos
más favorables a la interpretación juzgada más conforme al tiempo presente. En efecto, en instituciones jurídicas con una larga
existencia, sería posible reconocer una pluralidad de significaciones históricas sucesivas. De entre ellas, la interpretación sociológica, preferirá siempre aquélla que mejor pueda conciliarse con el
presente. Cederá terreno al rigor histórico en beneficio del menor
traumatismo de la acción adaptadora o correctora.
De ahí también, que las interpretaciones sociológicas ofrezcan desde el punto de vista argumental una sensación de cierta
contradicción: junto a razones textuales o contextuales de presente, se añade el argumento de la realidad social, que sugiere
una medida correctora. Evidentemente, si una norma resulta de
una determinada manera de los textos, no precisa de idea correctora; y a la inversa, si se practica una corrección, es porque el
sentido obtenido del texto, no es el debido atender.
Veamos algunos aspectos de estas cuestiones.
1.
LA FALSA DISTANCIA HISTÓRICA
Una primera condición para la adecuada aplicación del criterio sociológico es la existencia de una distancia histórica entre
la promulgación de un texto y su aplicación. Si esta distancia no
existe, o existiendo no se revelan diferencias de significado, el
medio sociológico no parece ofrecer justificación alguna.
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LA INTERPRETACIÓN SEGÚN «LA REALIDAD SOCIAL»...
Ahora bien, las propias dificultades en que descansa la
construcción teórica de este medio interpretativo: retroacción del
intérprete a una posición histórica y adaptación a la realidad
actual, nos explican la posibilidad de acciones interpretativas
donde se hace funcionar tal principio al margen de sus propios
presupuestos naturales.
Una muestra de ello, es la argumentación aducida en el
recurso resuelto por la STS de 19 de Septiembre de 1994 (Az.
7128), que pretendía la inaplicación de una ley reciente ante el
argumento de no ajustarse a la realidad social. El TS, rechazará
el recurso subrayando que la ley pretendida depotenciar por el
recurso, es una ley de nuestro tiempo:
«SEGUNDO. La especial invocación, por parte del
recurrente, del artículo 3.1 del CC, nos lleva al ámbito de
la interpretación de las normas. Una vieja Sentencia dela Sala Primera de lo Civil, del Tribunal Supremo, de
fecha 21 de Noviembre de 1934 (Az: 1833), consideró
como doctrina ponderada y aceptable la de que para
conocer el sentido de la. Ley, no basta con realizar cumplidamente la función interpretativa respecto de los elementos gramaticales y lógicos, sino que es preciso, además «que los resultados que se obtengan merced a esos
dos elementos clásicos, sean reforzados y controlados
por la aplicación del que suele llamarse elemento sociológico —ideológicos, morales y económicos-— que revelan y plasman las necesidades y el espíritu de la comunidad en cada momento histórico»... el mandato del
Código Civil de que en la interpretación de las normas
lia de tenerse en cuenta «la realidad social del tiempo en
que han de ser aplicadas», tiende a proteger la aplicación de la Ley para que no sea interpretada en contra de
la realidad social que puede ser distinta del momento en
que la Ley fue promulgada. En el caso que resolvemos, la
Ley 19/1988, de 12 de julio, de Auditoría de Cuentas, es una
Ley de nuestro tiempo...».
La sentencia rechaza el argumento del recurso al no reconocer distancia temporal alguna que justifique una renovación de
su texto. El recurso había abusado de las posibilidades correcto63
JOSÉ MARÍA PABÓN DE ACUÑA
ras inherentes a este criterio interpretativo, pretendiendo un
nuevo significado en una ley reciente.
Sería igualmente improcedente proyectar el criterio sociológico de interpretación cuando de un análisis histórico no resultan diferencias con el sentido actual del texto. Merece ser citada
en este sentido, la STS de 7 de Enero de 1992 (Az. 10273), que
acusa, incluso en su literalidad una visible influencia de la obra
de Betti (1), destacándose en dicha sentencia:
«...la necesidad de atribuir la importancia que le corresponde a la valoración de la realidad sociológica del tiempo en
que se realiza la labor hermenéutica de la norma, y asimismo
la oportunidad de ponerla en relación con el tiempo en que se
dictó y la finalidad de ésta, a cuyo efecto se dice, debe tomarse en consideración la nomogénesis, o modo como en su origen fue pensada la norma y como los tipos de intereses en
juego fueran valorados y coordinados; valoración originaria
indispensable para determinar en qué medida haya sufrido
modificaciones al sobrevenir cambios en el ambiente social o
nuevas orientaciones en el ordenamiento jurídico».
En esta sentencia, se cuestionaba si la ausencia de uno de los
testigos prescritos en el otorgamiento de un testamento implicaba la invalidez del mismo. Sin embargo, a pesar de estas invocaciones al sentido originario del precepto, sólo encontramos una
referencia retrospectiva relacionada con dicha exigencia, y es
para afirmar la propia cuestionabilidad del requisito en el siglo
XIX, al señalar que:
«...lo estuvo (cuestionado) con un criterio bastante generalizado... en el propio siglo XIX, en el que se aludía a los testigos, recordando un dicho popular en Berlín, como instrumentos pasivos que sólo sirven para dar un vano aparato al
acto».
No se trata por tanto de que la presencia de los testigos en los
testamentos tuviera históricamente un sentido o una explicación
(1) E. BETTI; interpretación de la ley y de los actos jurídicos; Ed. Rev. D.P.,
Madrid 1975; pág. 114.
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LA INTERPRETACIÓN SEGÚN «LA REALIDAD SOCIAL»...
diferente a la reconocible como vigente en el momento de aplicación, sino de un juicio negativo sobre su significación práctica en
el momento de dictarse la norma, juicio que se confirma a través
de testimonios críticos de la misma norma hechos en el pasado.
Se presupone así una identidad de sentido del precepto a lo largo
del tiempo. La comparación histórica no tiene una función interpretativa propiamente dicha, sino estrictamente crítica. Los restantes argumentos de la sentencia frente a la presencia de testigos
son puramente funcionales: inconvenientes de la presencia de
extraños para la espontánea actuación del testador, prestigio
moral y jurídico de los notarios que dan fehaciencia al documento, la puesta en marcha de la reforma del Código en este punto —
ya Ley 30/1991 al dictarse la sentencia —y el ejemplo de la Ley
Orgánica del Poder Judicial que concibe al Secretario Judicial
como único funcionario competente para dar fe con plenitud de
las actuaciones judiciales, sin precisión de testigos.
La sentencia no realiza —pese a su invocación— ninguna
labor de «nomogénesis» ni acusa ninguna disparidad interpretativa entre el sentido histórico y el sentido actual, ya que el precepto, exigiendo la intervención de testigos en el testamento, no
ofrecía dificultades de comprensión y puede incluso afirmarse
que el entendimiento de lo querido por el legislador histórico y
lo que el intérprete puede entender como exigible, no podía ofrecer diferencias sustanciales, dado el significado concreto y formal del requisito.
La sentencia no se pregunta tanto por lo que el precepto dice
sino por la causa o razón histórica del mandato, pero ni aún en
ese plano logra en su indagación otro resultado que el de su propia sin razón histórica; se limita a oponer al sentido del precepto
—tanto histórico como de presente— su innecesariedad práctica.
En estos casos, la aplicación interpretativa de la «realidad
social», opera con una falsa distancia histórica, bien porque entre
la norma y su aplicación, no existe siquiera distancia cronológica, bien porque existiendo ésta, no son apreciables diversos significados en el tiempo. No existe, por lo tanto, ni «nomogéne65
JOSÉ MARÍA PABÓN DE ACUÑA
sis», ni «duplex interpretado». La sentencia obtiene un significado único del precepto. La realidad social, desempeña un papel
crítico o valorativo, que impulsa a una forma de decadencia de
los preceptos legales por el sentimiento de su inadaptación al
tiempo presente.
2.
U N INTENTO D E EXPLORACIÓN HISTÓRICA:
L A S DONACIONES NO MANUALES DE COSA MUEBLE
Una interesante sentencia de 6 de Abril de 1979 (Az. 1273)
hace un meritorio esfuerzo por acomodar a la realidad social del
tiempo presente la formalidad exigible en las donaciones, consistente en la constancia escrita del acto de liberalidad y de su
aceptación, según el art. 632 del C.Civil. Señalemos de antemano que la solución práctica de la sentencia parece irreprochable
ofreciendo además el alto interés teórico de enfrentar los fines
históricos del precepto con un significado nuevo de los mismos
para el momento presente.
La sentencia abordaba un conflicto en el que el donatario
contaba con una promesa escrita del donante de abonarle una
cantidad de dinero en «agradecimiento por todas las molestias y
ultrajes experimentados... al haber defendido la verdad del testamento ológrafo en que había sido instituido el donante por su
tía». Como el donante no cumpliera lo prometido, el favorecido
por la promesa de donación, intentó una diligencia de reconocimiento de firma del documento en que figuraba la promesa,
como actuación preparatoria de la ejecución.
El TS. conceptuó esta diligencia procesal, como expresiva
de la aceptación escrita de la propia donación por el donatario,
exigible según el último inciso del art. 632 del C.Civil. En la
motivación de esta solución se menciona la realidad social del
tiempo de aplicación de la norma:
«Que esta interpretación de la norma no sólo se ajusta a
una lógica de lo razonable sino al criterio finalista contenido
como última «ratio» en la admonición legal del art. 3.1 del C.
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LA INTERPRETACIÓN SEGÚN «LA REALIDAD SOCIAL»...
Civil, justificable en atención a la naturaleza gratuita del contrato que, al ser hecho sin ninguna «premia», según decían
Las Partidas, pedía el. cumplimiento de ciertas precauciones
para garantizar la solidez y seguridad del «animus donandi»
y evitar generosidades quizá precipitadas, en armonía con el
espíritu o ética vigente al promulgarse el C. Civil, en cierto
modo temeroso y paternalista; pero lo que tampoco se
puede hacer es olvidar que al ser otros los tiempos,
modos y circunstancias —realidad, social del tiempo en
que se vive, según el artículo citado-—, otro el estilo de
las costumbres y actividades vitales, otro debe ser también el criterio interpretativo, salvando siempre, como es
natural y obligado, la vinculación a la norma, respecto a ésta
y a su exigencia formal, prevista también, indudablemente,
en beneficio del donatario, a quien no se puede obligar a recibir nada sin su consentimiento (arts. 1261 y 1262 del C.
Civil), y es este sentido y finalidad del precepto (art. 632 del
C. Civil) el que con esta interpretación se respeta de conformidad con el art, 3°, de dicho cuerpo legal...».
Podrá observarse que la sentencia exterioriza su respeto por
el tenor literal de la norma, que efectivamente cumple, al identificar la aceptación escrita del donatario con la diligencia preliminar de reconocimiento de firma contra el donante. Ciertamente, que en este acto confluyen tanto el elemento formal del
escrito del donatario, como el significado material del mismo
como inequívocamente expresivo de la aceptación de la donación por el favorecido.
Hasta ahí, podemos reconocer una interpretación ajustada a
la letra y al espíritu del precepto; pero el Tribunal Supremo ha
querido justificar esta aparente paradoja de situar la aceptación
en un acto procesal marcado por un cierto signo de hostilidad
contra el donante, cuando socialmente la forma típica y esperable de aceptación escrita se situaría en una comunicación de
agradecimiento.
Y para explicar esta solución, socialmente chocante aunque
jurídicamente inobjetable, recurre a un examen histórico de la
razón de ser de la exigencia formal del documento de aceptación.
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JOSÉ MARÍA PABÓN DE ACUÑA
Este modo de proceder, a la vista del art. 3-1 del C.Civil,
sería una fiel aplicación de este precepto; el intérprete hace aquí
una labor puramente histórica, indaga el sentido de un precepto
no por lo que signifique en el momento, sino por lo que significaba para el legislador del momento de la promulgación. La
comparación entre estos dos significados, es lo que podría servir
de base a una acción consciente de corrección interpretativa.
La sentencia nos justifica la exigencia de la doble formalidad escrita, como expresión, por un lado, de las precauciones
que toma el legislador para garantizar la solidez y seguridad del
«animus donandi», evitando generosidades precipitadas; por
otro, en razón al ineludible consentimiento del donatario que no
puede ser obligado a recibir nada sin su consentimiento.
Sin embargo, una atenta reflexión sobre esta motivación, nos
permite dudar razonablemente de esta imagen histórica basada en
un legislador paternalista y precavido: si en la donación manual,
como recuerda la sentencia, se unifican la perfección y consumación del contrato por la simultaneidad de la expresión y del acto
dispositivo, no habría porqué pensar que el legislador se muestra
prudente y reservado para garantizar la solidez del ánimo de liberalidad en las donaciones no acompañadas de la entrega, y se revela, en cambio, imprudente y ligero en el tratamiento de las donaciones con entrega simultánea del bien mueble regalado. Es más,
si alguna imagen se nos ofrece en abstracto de una donación precipitada y no suficientemente madurada por el donante, es la de la
donación verbal con entrega simultánea. La redacción escrita de la
donación nos sugiere, más bien, una cierta distancia física entre
donante y donatario, y en cualquier caso, un acto de reflexión,
capaz de romper el influjo de un momento apasionado de liberalidad. Si el legislador no ha establecido para la donación manual la
misma exigencia de la redacción escrita, es difícil suponer que la
diferencia de trato pueda encontrarse en una razón que en el peor
de los casos sería común a ambos supuestos.
Por el lado del donatario, es evidente que su aceptación es
necesaria como recuerda la sentencia, pero ¿cuál es la razón de
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LA INTERPRETACIÓN SEGÚN «LA REALIDAD SOCIAL»...
una exigencia escrita? Si comparamos esta formalidad con las
formas tácitas de aceptación de la herencia, que comporta unos
mayores riesgos para el heredero por el efecto de asumir las deudas y responsabilidades del causante, podremos albergar serias
dudas de esta explicación.
Esta inseguridad que revela la exploración histórica —cifrada
en este caso en la Ley de Partidas— se acentuará sin duda con el
hallazgo de otras significaciones inferibles de épocas anteriores.
Así Levy-Bruhl (2), quien cita este ejemplo de las formalidades de las donaciones como testimonio de la ausencia del principio de identidad propio de las mentalidades primitivas, la dificultad qué experimenta el ser primitivo para comprender la
enajenación como una franca ruptura de las relaciones entre el
enajenante y la cosa, en cuanto el bien poseído participa en la
personalidad de quien lo posee. Las formalidades de la donación
se explicarían, según esta teoría como un medio de desvanecer
está identificación del donante con la cosa donada, rompiendo
así el hechizo que los vincula.
Por su parte, Ihering (3), ha estudiado con gran penetración
corrió en el antiguo Derecho Romano la donación no encontraba
una adecuada expresión jurídica, donde sólo la venta podía transferir la propiedad. Por eso la donación revestía la forma de una
«mancipado» o venta simulada, siendo el propio ordenamiento el
que obligaba a ocultarse a la donación bajo la forma de otro acto;
a parecer lo que en realidad no era. Las singulares formalidades de
la donación debieron, pues, instituirse en el Derecho Romano
como expresión de clarificación y prueba de una institución que,
como dice el ilustre romanista, era contraria al espíritu romano.
Es legítima la suposición de que el C. Civil haya heredado
unos condicionamientos formales que no son ya compartibles,
en el sentido de encontrar en ellos una fundamentación razona(2) Vid. J. CARBONNIER; «Sociología Jurídica», op. cit. pág. 26.
(3) R. IHERING: «Zweck im Recht», cap. 8.°.
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JOSÉ MARÍA PABÓN DE ACUÑA
ble. Sin embargo, una cosa es que podamos comprender la significación histórica de la norma y otra que vinculemos su significación actual a ese elemento histórico, sobre todo en instituciones con una evolución histórica muy dilatada que obviamente
no propician una determinación unívoca.
Puede apreciarse que en la sentencia citada hay una ligerísima, pero perceptible incorporación de la justificación histórica
de las formalidades de la donación al momento presente. Las
precauciones tomadas por un legislador, acaso excesivamente
prudente, serían tolerables en el momento actual con sólo no
acentuar exageradamente el rigor de aquéllas. Con ello, la voluntad del legislador sigue activando el entendimiento del precepto,
desempeñando el intérprete una función conciliadora entre aquella voluntad y los modos y criterios actuales.
Ahora bien ¿y si partiéramos de los datos históricos de que
nos habla Levy-Bruhl o de la concepción primitiva romana estudiada por Ihering? ¿tendríamos en tal caso que prescindir y dar
por inexistentes tales formalidades aceptando que no vivimos en
una realidad social premítica o que al reconocer la sociedad y el
derecho modernos la institución de las donaciones, deben decaer todas esas formalidades cuya razón última de ser se basaba en
el desconocimiento de la propia institución?
Evidentemente estas justificaciones históricas serían más
difícilmente armonizables con la interpretación seguida en la
sentencia, que acepta una explicación de las formalidades de la
donación como poco conformes con los modos y hábitos actuales pero todavía soportables en el actual sistema jurídico. El
aceptar aquéllas debería llevar —por el mismo camino— a una
solución mucho más intensa, situándose con toda probabilidad,
más allá de lo estrictamente interpretativo.
En el tratamiento de las exigencias formales de la donación,
se han podido dar otras explicaciones no exentas de una cierta
dosis de historicidad, aunque sin embargo más próximas a los
esquemas jurídicos actuales. Así, por ejemplo, que aquéllas
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LA INTERPRETACIÓN SEGÚN «LA REALIDAD SOCIAL»...
representan una traslación a los contratos gratuitos de la exigencia de tradición, referida en el art. 609 del C.Civil a los contratos, diferenciados en este mismo precepto de la donación. O bien
que trata de evitar el perjuicio de la legítima hereditaria con la
formal constancia de la donación. O incluso, que los elementos
formales de la donación son explicables sólo en función del tratamiento de la antigua jurisprudencia del T.S. de los precontratos
como obligación de cumplir un contrato posterior, pero que a
partir de la consolidación de la doctrina de la exigibilidad directa de la promesa unilateral, las diferencias entre perfección de la
donación y simple la promesa adquiere un significado relativo y
secundario desde el momento en que el precontrato se configura
corno un contrato completo que permite sustituir la voluntad del
deudor incumplidor por la del juez.
Cualquiera de estas últimas explicaciones serían expresión
de cuestiones que operan con la lógica del presente, y que no
necesitarían de una labor de búsqueda de la significación histórica de las formalidades originarias de la donación, para efectuar
después una labor armonizadora, que se vislumbra como algo
problemático, sobre todo en instituciones que han soportado una
larguísima evolución histórica, sin que la precisión de este significado histórico nos ofrezca otras ventajas que las reconocidas
en general al conocimiento de los antecedentes históricos como
instrumento interpretativo.
Por eso, desde puras perspectivas sociológicas, algunos han
subrayado que aquellas normas que deben considerarse como el
resultado de una sedimentación histórica de instituciones antiguas
han de merecer la aplicación de la propia razón histórica de la que
son exponente. Cardozo (4), uno de los precursores de la llamada
«jurisprudencia sociológica» norteamericana, aludía precisamente
a la donación de bienes muebles como supuesto ejemplificativo de
lo que llamaba «método histórico o evolutivo». ¿Necesita una
(4) Vid. RECASENS SICHES: Nueva Filosofía de la interpretación del derecho;
Ed. Porrúa 1973, pág. 73.
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JOSÉ MARÍA PABÓN DE ACUÑA
donación inter vivos la entrega material para su perfección?, se
pregunta el autor citado, y responde a esta pregunta señalando que
hay en todos los ordenamientos, instituciones que han ido creciendo a impulso de puros factores históricos ajenos a la lógica o razón
pura. En la aplicación de estas normas ha de prevalecer la estricta
razón histórica sobre la lógica racional. La solución de las formalidades de la donación de bienes muebles será distinta en cada
ordenamiento, sin que haya razones lógicas de más peso en favor
de una u otra solución, sino simplemente el hecho de que en un
cierto orden jurídico se resolvió la cuestión de una manera diferente a lo resuelto por otro. Podríamos decir que determinadas realidades jurídicas, son empíricamente identificables como puras
realidades históricas. Pero sin que este origen les sustraiga necesariamente los méritos que puedan reconocerse en obras legislativas con un mayor componente de reflexión.
Lo que hace dudar de su aplicación, o incita a atenuar el significado del precepto, es la resonancia de otras instituciones afines o próximas que tienden al aligeramiento de formalidades. En
el fondo, tras la argumentación sociológica se esconden como
veremos más adelante otros medios exegéticos de distinta filiación como son los analógicos o sistemáticos.
El ejemplo de esta sentencia, nos muestra en efecto, una
interpretación actual de la norma basada en una valoración que
no podría llegar a calificarse siquiera como restrictiva de las formalidades de la donación manual. Nos muestra también la existencia de un trasfondo histórico complejo y de difícil precisión,
como previsible causa determinante de tales formalidades, mal
avenidas ya con el sistema jurídico actual. Ahora bien, lo que
determina fundamentalmente la interpretación seguida, no es ni
la explicación histórica de las formalidades de la donación,
extremo este que resulta el menos convincente de la sentencia, ni
siquiera la vaga percepción de una indiscutible distancia histórica entre el texto del precepto y el tiempo de su aplicación. Todo
esto suena a complemento innecesario de una captación de sentido de presente, cifrado en la conceptuación de un acto procesal
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LA INTERPRETACIÓN SEGÚN «LA REALIDAD SOCIAL»...
dirigido a obtener la efectividad de la donación, como legítima
expresión escrita de su aceptación. El juzgador no adapta la
norma al tiempo presente partiendo de su significación histórica.
Parte del presente y añade a este punto de partida un dato erudito sobre su significación primitiva, en un intento de conciliar esta
significación con la interpretación espontánea del precepto.
3.
LA REALIDAD SOCIAL COMO ARGUMENTO
COMPLEMENTARIO
No puede dejarse de observar que los medios sociológicos
de interpretación se utilizan con no poca frecuencia como elementos argumentales complementarios de la captación del sentido actual de las normas. Esta utilización como medio, de «a
mayor abundamiento», resultaría en principio coherente con el
significado meramente interpretativo asignado al art. 3,-1
C.Civil, para quien la captación de sentido contará con una
mayor garantía de acierto, cuanto mayor sea el número de criterios que concurran a definirlo.
Sin embargo, el empleo simultáneo de un argumento de presente (que evoca una significación ajustada al tiempo actual) y el
argumento histórico (que evoca un significado pretérito diferente),
no dejan de plantear una cierta sensación de relativa contradicción.
En una STS. de 27-9-1995 (Az. 6751), se enjuiciaba la legalidad de una licencia concedida para la instalación de un aprisco
de ganado en una pequeña entidad local de carácter agrícola, aunque en las proximidades de un chalet preexistente. La licencia se
había concedido al amparo del art 13 del Reglamento de Actividades Molestas de 1961 que levantaba la prohibición de establos,
vaquerías, cuadras y corrales de ganado y aves dentro del núcleo
urbano de las poblaciones, cuando éstas no rebasaran los diez mil
habitantes y fueran esencialmente agrícolas y ganaderas.
La sentencia razona por un lado que las normas habilitantes
para la instalación de cuadras o corrales de ganado a que se
refiere el citado precepto, no son bastantes para justificar la
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JOSÉ MARÍA PABÓN DE ACUÑA
autorización de un aprisco de trescientas cabezas de ganado. La
Sala acusa como algo sensible esta diferencia, que acaso, no
fuera debidamente percibida por los órganos de un pequeño
municipio rural. Bien se comprende que este argumento de la
sentencia, es por sí mismo suficiente para la justificación del
fallo. Si un aprisco no es lo mismo que una cuadra o un corral,
reconocida la diferencia, no cabría la aplicación analógica de las
excepciones en perjuicio de la norma general prohibitiva. Acaso
esta interpretación no fuera la que hubiera podido obtenerse tres
décadas antes de la sentencia, a la vista del mismo texto, y los
aplicadores de entonces —menos sensibles a las nuevas exigencias de bienestar— hubieran podido considerar incluidos los
apriscos dentro de las excepciones reglamentarias. Pero no cabe
duda que la interpretación espontánea de la sentencia, dando
relevancia a la diferencia entre los apriscos y los establos, es la
propia de nuestro tiempo, más atento a las comodidades de la
vida moderna que a las pautas genuinas de la vida rural.
Sin embargo la sentencia consideró oportuno añadir a la
captación de sentido del texto una consideración sociológica
señalando:
«CUARTO. No estará de más apuntar, para la más
correcta interpretación de la norma que nos ocupa, que el
Reglamento aplicable en este caso es el ya dicho de 1961, y
que entre aquella fecha y la actual han transcurrido nada
menos que tres décadas, que han coincidido con una enorme
evolución en la elevación del nivel de vida de las personas, en
la difusión y mejora de los servicios, salvo en los casos de
aldeas minúsculas y semiabandonadas, y en la aspiración a
conseguir las mejoras que se tiene conocimiento imperan en
los jnedios urbanos.
Si hacemos este tipo de consideraciones es con el fin
de valemos del propósito legislativo de interpretar la
norma de acuerdo con «la realidad social del tiempo en
que ha de ser aplicada», expresado en el art. 3.1 del
vigente Título Preliminar del Código Civil, lo que evidentemente representa una apuesta en favor de la interpretación evolutiva marcada, por las necesidades y aspiraciones de los nuevos tiempos relacionado con la
ecología, cada vez va teniendo mayor relevancia.»
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LA INTERPRETACIÓN SEGÚN «LA REALIDAD SOCIAL»...
Con este texto, la sentencia parece poner en duda, lo que
podríamos considerar argumentación principal, recusatoria de la
identidad entre los conceptos del Reglamento de Actividades
Molestas y la actividad autorizada por la licencia que se anula.
En efecto, a la Sala parece haberle asaltado la duda de si esta
interpretación que hace del texto, es la misma que podría haberse mantenido tres décadas antes, y para ello introduce este argumento sociológico, que nos deja en la duda acerca de lo que el
texto reglamentario pretende decir.
El empleo simultáneo de estos dos argumentos, parece producir más una debilitación que un reforzamiento recíproco. Si las
excepciones de la reglamentación de actividades molestas no
comprenden los «apriscos», la referencia histórica no apoyada en
ningún antecedente parece tener la misma filiación que la comprensión espontánea que se infiere del propio texto. El intérprete parece razonar que los, apriscos no son identificables como
establos o cuadras, pero al mismo tiempo, parece admitir la posibilidad contraria, al menos en el momento histórico de la publicación del reglamento; y para tal caso encuentra una solución
conciliadora en el mecanismo «actualizador» del art. 3-1 del
C. Civil, que añade a la que parece ser interpretación principal y
directa del texto interpretado. Sin embargo, no puede dejar de
considerarse que la alternativa representada por la interpretación
histórica, no emerge de un encuentro casual con el pasado, como
ocurriría si la sentencia se encontrara ante una jurisprudencia
que confirmara la equivalencia de los apriscos con los establos,
sino que parece surgir también del presente, como una expresión
espontánea de sentido nacida en el propio intérprete. Precisamente porque la interpretación es siempre histórica, la proyección positiva del fenómeno, esto es, que se comprende según el
tiempo, ofrece también su reverso negativo: es difícil que se
comprenda fuera del tiempo, sin el auxilio directo de testimonios
del; pasado. De ahí esa sensación de relativa contradicción entre
dos argumentos interpretativos llamados conjuntamente.
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JOSÉ MARÍA PABÓN DE ACUÑA
Un ejemplo donde es visible un extraordinario acopio argumental en el que confluyen junto con argumentos positivos de
presente consideraciones proyectadas sobre la distancia histórica
entre el precepto y su aplicación, nos la ofrece la STS de 23-121988 (Az. 10224), en la que se debatía la legalidad del tipo de
interés de demora fijado en el 4% en el Reglamento de Contratación de las Corporaciones Locales de 1953.
La sentencia ofrece contra esta fijación las siguientes razones, que relacionamos en un orden distinto al seguido por los
razonamientos de la sentencia:
A) Que a partir de la legislación de bases de Régimen
local, la contratación de las corporaciones locales se
rige por la legislación del Estado, destacando además
que las citadas normas no son de nuevo establecimiento, sino refundición de las preexistentes, lo que
«abona su valor retrospectivo».
B) Apunta a que el interés del 4% del R.C., se fija sin otra
razón para ello que la de ser entonces el interés legal,
cambiado con posterioridad.
C) Señala que el principio de igualdad, no consiente que
un precepto reglamentario de 1953 imponga un trato
diferente y desigual para obligaciones de naturaleza
esencialmente idéntica como son las de la Administración Central y la Local.
D) Cita la Ley General presupuestaria de 4-1-1977 que
fijó el interés legal de demora en el interés básico del
Banco de España».
E) Recuerda que la propia ley 24/1984 de 29 de Junio
dice en su preámbulo que la permanencia del interés
del 4% en el C. Civil, resulta obsoleta respecto de la
realidad social, discriminatoria frente a la que rige los
créditos de la Hacienda y favorecedora de toda clase
de
incumplimientos.
F) Destaca que la finalidad del interés de demora es la
justa compensación al acreedor de los perjuicios ocasionados por la morosidad del deudor.
76
LA INTERPRETACIÓN SEGÚN «LA REALIDAD SOCIAL»...
G)
Señala que el interés del 4% es totalmente incompatible con la realidad social de nuestro tiempo según el
art. 3-1 del C.Civil.
i
'
,
.
•.
En este último argumento, se consigna una interpretación
sociológica que contempla la distancia histórica entre el precepto y su aplicación. Ahora bien, esta interpretación no será necesaria, si se atiende al argumento A) porque en tal caso el reglamento interpretado no llegaría a ser aplicable, siéndolo la
legislación estatal.
Del mismo modo no llegaría a ser necesaria la interpretación adaptadora del propio reglamento, si valiera el argumento
B) que entiende la referencia al tipo cifrado de interés como
mera remisión al tipo de interés legal vigente en cada momento.
El precepto contendría en sí mismo un mecanismo automático de
adaptación.
Por otro lado, si el Reglamento fuera atentatorio a la igualdad, según el argumento C), sería inaplicable por la acción derogatoria de la propia Constitución.
Las referencias a otras leyes modificativas del tipo de interés [fundamentaciones D) y E)], plantearían un problema de aplicabilidad directa, o en su caso analógica, contando con el auxilio de la finalidad de la norma destacada en el que hemos
incluido como apartado F).
De esta manera, ¿cuál es el significado del criterio de la realidad social? La respuesta es difícil. Podría pensarse en que actúa
como elemento complementario o incluso subsidiario de los que
la propia sentencia emplea. Algo así como un argumento «in
extremis» por si los otros no valieran. No deja, por ello de revolotear una cierta contradicción entre algunas de estas razones,
cualquiera de las cuales, aisladamente considerada conduciría a
la inaplicación de la norma reglamentaria interpretada, y un
argumento que —como el de la realidad social— presupone la
aplicabilidad directa de una norma, que sin embargo, termina por
excluirse de aplicación.
77
JOSÉ MARÍA PABÓN DE ACUÑA
4.
UN PUNTO DE PARTIDA HISTÓRICO: LA LEGISLACIÓN
DE AGUAS
Una sentencia del Tribunal Supremo de 18 de Octubre de
1983, (Az. 5900) abordaba la interpretación de los artículos
167 y 168 de la vieja Ley de Aguas de 13 de Junio de 1879, el
primero de los cuales excluía que pudiera decretarse la enajenación forzosa de las aguas de propiedad particular para el
abastecimiento, sino cuando por el Ministerio de Fomento se
hubiera declarado en vista de los estudios practicados al efecto, que no hay aguas públicas que pudieran ser racionalmente
aplicables al mismo objeto. El artículo siguiente decía que «no
obstante en épocas de extraordinaria sequía» el Gobernador
Civil podría acordar la expropiación temporal de las aguas de
dominio privado.
El Tribunal Supremo interpretó estos preceptos con expresa
apelación a la realidad social del tiempo en que se aplican de la
forma siguiente:
«CONSIDERANDO: Que, conforme al art. 3.º del
C.Civ., para fijar el sentido y alcance de las normas es
preciso atender de modo primordial a su espíritu y finalidad en relación con la realidad social del tiempo en que
se aplican, por lo que no cabe contraer el supuesto del art.
168 de la Ley de Aguas de 13 de junio de 1879 a las situaciones originadas por la escasez de lluvias sino que, como con
acierto entiende el Tribunal inferior, deben comprenderse en
él los casos de insuficiencia del agua para el abastecimiento
de la población, cualquiera que sea su causa y por consiguiente con independencia de la deficiente gestión administrativa a la que pudiera imputarse...»
De este considerando, parece desprenderse un entendimiento de los citados preceptos de la Ley de Aguas, excluyente de la
expropiación, si la causa de la insuficiencia del agua no provenía
de factores climatológicos, sino —como parece inferirse de la
sentencia— de una desafortunada gestión administrativa.
Se entiende que la expropiación no tiene cabida en el sentido histórico del precepto ni como previsión anticipativa, puesto
78
LA INTERPRETACIÓN SEGÚN «LA REALIDAD SOCIAL»...
que habría habido aguas públicas bastantes para el abastecimiento, ni tampoco cabría una expropiación correctora de la
situación de desabastecimiento, porque el título que legitimaba
la expropiación en este último caso sería «la extraordinaria
sequía» y esta expresión se entiende limitada a la provocada por
causas atmosféricas.
Por ello, el Tribunal Supremo, se fija en la realidad social
del tiempo de aplicación de una ley antigua y corrige este sentido, ampliando la situación de sequía a los casos de insuficiencia
de iagua, cualquiera que sea su causa, apoyando esta ampliación
en los derechos constitucionales a la protección de la salud y a
un ¡medio ambiente adecuado.
Ahora bien, ¿cuál puede ser el significado de la realidad
social del tiempo de aplicación de la norma? Estamos en presencia de una necesidad vital, la del abastecimiento de, agua,
que habría de sentirse con igualintensidad que en nuestros días
en ¡cualquier tiempo pasado. La realidad social, no expresaría
tanto el grado de necesidad, cuanto el grado de conciencia de
está necesidad, y de un criterio de mayor expedición para la utilización y disfrute colectivo de bienes escasos. No en vano, la
sentencia precede en poco tiempo a la derogación de la Ley de
1879 y de su sustitución por otras normas inspiradas en criterios basados en la titularidad pública del agua, con lo que no
deja aquí de apreciarse una influencia anticipada de la nueva
legislación.
Descontando en este caso las referencias a la Constitución,
como la influencia de la nueva legislación, queda la duda de si la
apelación a la realidad no representa un recurso más complejo
que sustituye en realidad una comprensión del sentido de aquellos preceptos, perfectamente acorde con el mismo resultado
interpretativo alcanzado con el doble recorrido del método
sociológico.
En efecto: parece lógico que una disposición permisiva de
excepción (la que hace posible expropiar en casos de extraordi79
JOSÉ MARÍA PABÓN DE ACUÑA
naria sequía) yuxtapuesta a una disposición prohibitiva general
(la que prohibe expropiar más allá de lo previsible como necesario), tengan una misma extensión, y que por lo tanto, si lo que se
prohibe en una de estas reglas es la expropiación de lo superfluo,
lo que haya de entenderse permitido es la expropiación de lo
imprescindible.
Acaso, el pensamiento del legislador del siglo pasado fuera
otro: la de que la expropiación se concibiera exclusivamente
para el desabastecimiento derivado de causas naturales y no
para el desbastecimiento proveniente de accidentes humanos.
Pero incluso nos costaría trabajo dar crédito a esta hipótesis y
necesitaríamos el testimonio de algún texto antiguo que nos
confirmara esta interpretación tan desigual de las cosas, que
penalizaría injustamente al habitante de un municipio sin otra
culpa que la de haber mediado una desafortunada gestión
municipal o haber sucedido algún hecho fortuito ajeno a la normal provisión de agua hecho por la naturaleza. Incluso nos
atreveríamos a apelar al Diccionario de la Lengua para invocar
una acepción antigua de la palabra «sequía», como «sequedad
o sed en la boca» como dato demostrativo de lo mismo que dice
la sentencia: que la expropiación había de poderse hacer en
caso de falta de agua, con independencia de la causa que la
hubiera originado.
Con ello, la interpretación sociológica habría llegado al
mismo resultado que el obtenible por el sentido del propio texto.
En ambos casos, sería el conjunto de factores vivos de nuestro
tiempo los que nos llevarían a entender que el fin de la norma
está en evitar el desabastecimiento de agua. Sólo que en un caso
se trataría de una interpretación espontánea del texto, —sin duda
influida por la actual extensión del instituto expropiatorio, proyectado sobre necesidades mucho menos acuciantes— mientras
que la sociológica, no obstante su aparente simplicidad tendría
que asumir dos cometidos difíciles y laboriosos: por un lado
indagar el sentido histórico de la norma, remontándose al pensamiento del propio legislador y a partir de ese sentido que repug80
LA INTERPRETACIÓN SEGÚN «LA REALIDAD SOCIAL»...
naría al obtenido como propio, corregir el resultado interpretativo! mediante la transformación de la propia norma aplicable al
servicio del mismo fin que al intérprete se le sugiere como adecuado a la norma aplicada.
La sentencia parece partir de una antítesis entre lo que el
precepto dice y lo que a su juicio debería decir, entre el sentido
del precepto y su proyección aplicativa. Se trata de una acción
correctora que difícilmente podría encontrar cabida en un medio
estrictamente interpretativo.
5.
EL T I E M P O COMO FACTOR JUSTIFICATIVO
DE LOS CAMBIOS JURISPRUDENCIALES
Una aplicación más limitada del criterio interpretativo de la
realidad social, se produce cuando se introduce como factor justificativo de un cambio de rumbo en la doctrina jurisprudencial.
Un ejemplo de ello nos lo ofrece una STS de 15-6-1995 (Az.
4820), donde se cuestionaba la existencia de una servidumbre; de
paso sobre una corriente de aguas públicas. El cuerpo de la sentencia razona el carácter demanial del bien y la consiguiente
insusceptibilidad de derechos reales limitativos. En el últimó
considerando se añade:
«Este Tribunal conoce y tiene a la vista su propia sentencia de 13 de Enero de 1949, cuyo criterio no sigue, porque, tal
como previene el art. 3-1 del C.Civil las normas fian de
ser interpretadas también con arreglo a la realidad
social del tiempo en que deben ser aplicadas, realidad
social actual (v.gr. facilidad de comunicaciones, importancia de la agricultura etc.) que es hoy diferente a la
que existía hace casi medio siglo».
El intérprete razona extensamente la incompatibilidad de los
derechos reales limitativos con el demanio, recurriendo al propio
texto constitucional, y a una pluralidad de textos normativos que
a lo! largo de los últimos decenios han ido reforzando el carácter
inalienable del dominio público. Pero tras ello, se encuentra con
un testimonio histórico (una sentencia de 1949) que desmiente
81
JOSÉ MARÍA PABÓN DE ACUÑA
esa misma tesis para un caso semejante, y con fundamento en preceptos similares. Se trata pues de un hallazgo casual que se presenta como obstáculo al sentido hallado como propio del texto; el
intérprete no «hubiera caído» seguramente en la posibilidad de
esa otra interpretación histórica, porque vive la vida de su tiempo, en la que un conjunto complejo de factores varios ha llevado
a una potenciación de la defensa de los bienes demaniales.
El aplicador de la norma, no parte de una significación histórica del régimen de la demanialidad, más tolerante con la posibilidad de derechos limitativos, para alcanzar después un sentido
corrector de tales preceptos. La significación histórica le sobreviene, seguramente por una cita del recurrente, causándole una
cierta perturbación en el entendimiento de presente, previamente obtenido.
El juzgador, ante la cita de la sentencia, bien podía haber
excusado cualquier consideración sociológica, atendiendo al
robustecimiento de la demanialidad propiciado por la aparición
de nuevos textos legales. Sin embargo, no es aquí inoportuna la
cita de estos aspectos sociológicos como elemento de la conveniente motivación de los cambios de criterio.
En efecto, no es difícil vislumbrar en el cambio de orientación jurisprudencial una distinta valoración de los presupuestos
fácticos en una y otra sentencia: en la de 1949, acaso se partiera
de la dificultad de comunicar dos zonas inaccesibles entre sí, originando un efecto limitador de la demanialidad. En la nueva, se
apreciarían las nuevas circunstancias de la mayor facilidad de
comunicaciones, que permitirían la expansión de los naturales
efectos de aquélla.
La realidad social, no serviría para justificar el fallo, sino —
como hace el considerando transcrito— para justificar el cambio
de criterio. La sentencia cumpliría con esta referencia a la realidad social un cometido explicativo y hasta pedagógico. Pero la
realidad que habría servido de base a sus considerandos, no sería
la realidad social, sino la realidad jurídica de una insistente serie
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LA INTERPRETACIÓN SEGÚN «LA REALIDAD SOCIAL»...
de normas rectoras del régimen de los bienes demaniales, acompañadas de unas elaboraciones doctrinales, donde se han reconocido y sistematizado ampliamente sus efectos.
Esta última consideración, nos lleva a una nueva pregunta:
¿la realidad social de que habla el art. 3-1 C.Civil, comprende
sólo hechos, o podría ser una realidad jurídica aunque más difusa; que la que puedan expresar los enunciados normativos?
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