ASAMBLEA MUNDIAL DE POBLADORES Hagamos escuchar nuestra voz Repensando la ciudad desde la gente Ciudad de México, 2 al 6 de octubre de 2000 Mesa: Ciudad Segura (Violencias Urbanas) Participaron en esta mesa 30 compañeros y compañeras, representantes de organizaciones sociales de Brasil, Chile, El Salvador, Francia, Mali, México, Nicaragua, Níger, República Dominicana, Senegal, Suiza, Togo, Turquía y Venezuela. Postulado: Ninguna ciudad sabrá ser “habitable” -es decir, que no sabrá ser realmente habitada por verdaderos habitantes sino solamente ocupada por simples “ocupantes”- si no es capaz de ofrecer cierta seguridad, física, psicológica y social a aquellos que la habitan. Introducción Para ser habitable, una ciudad debe también ser “segura”. Por ello, la seguridad no puede ser sólo la de algunos de sus habitantes, sino que debe ser la seguridad de todos, una seguridad compartida por todos los actores de la ciudad, una seguridad dinámica y no fija, asumida por todos, y no solamente por los cuerpos de policía. Una ciudad segura es la ciudad de todos, sin excepción. La seguridad de una ciudad no puede entonces estar fundada sobre la discriminación, sobre ninguna forma de discriminación, ni siquiera en aquella que haría la distinción entre habitantes “violentos” y “no violentos”. Una ciudad habitable no puede nacer (como han dicho los habitantes mexicanos reunidos en Xalapa, Veracruz, en julio de 2000) sino del desafío de asumir la responsabilidad de cimentar (reconstruir) el tejido social, sin el cual no habrá futuro habitable. Por esta razón, debemos repensar nuestras ciudades de manera realmente alternativa. El primer paso para enfrentar este gran desafío es ciertamente repensar la ciudad a partir de la gente, pero también a partir de las cuestiones de violencia y de seguridad, volviendo a pensar de manera diferente en lo que es “bueno” y “malo”. Sobre todo, será necesario inventar un modo inédito de asegurar las ciudades hoy en día muy violentas ¡sin recurrir a más violencia! Esta invención demanda imperativamente una liberación previa de los mecanismos habituales de pensar, especialmente de aquellos que nos llevan a cada uno de nosotros a recurrir, frente a los fenómenos de violencia, a soluciones “policíacas”. Todos somos violentos de una forma u otra, todos somos “criminales”, pero todos tenemos la capacidad, individual o colectiva, de invertir ese destino doloroso y de oponernos a nuestros propios procesos violentos. 1 de 4 Para ello es necesario que los habitantes de los barrios populares emitamos nuestras propuestas de acciones muy concretas y que los políticos tomen las decisiones adecuadas para aplicarlas, ya que no se trata de que el pueblo solucione solo tan graves problemas. Pero tampoco es necesario que sea alejado de su propia historia, como dijo un habitante africano. Esto es muy importante puesto que las respuestas que las autoridades dan hoy en día, en el mundo entero, a estas cuestiones de violencias urbanas y de seguridad son casi siempre represivas (p.ej. la “tolerancia cero” en Estados Unidos). Necesitamos que estas cuestiones -así como las relativas a los desastres naturales en la ciudad- sean replanteadas por nosotros mismos, en tanto que protagonistas de la acción innovadora y transformadora de la realidad. Desarrollo y propuestas 1. Los pobres son generalmente percibidos como una amenaza criminal que sólo puede afrontarse con medios represivos. Su hábitat, sus barrios son calificados de violentos por todos los que no habitan en ellos y por una gran parte de los que ahí habitan. 2. Muchos pobres han incorporado esta visión de la ideología dominante, lo que ha traido encadenada una suerte de guerra civil ordinaria dentro de muchas ciudades del mundo. Así, estas ciudades -toda ciudad- se han vuelto in-habitables, ya que no se puede vivir en lugares donde uno no se siente seguro y de los cuales desea irse. 3. Este sentimiento de “seguridad” depende sin embargo de muchos factores, la mayoría de los cuales no son responsabilidad de los pobres quienes, al contrario, son justamente los habitantes más inseguros en las ciudades “peligrosas”. 4. La violencia, vivida o percibida, es uno de los factores que impiden una vida digna para los habitantes. Otro de estos factores es el riesgo de catástrofe natural que, si bien amenaza en principio a todos los habitantes, afecta finalmente más a los pobres ya que la pobreza urbana implica precariedad social pero también física: de los terrenos que ocupan, de la mala calidad de las viviendas y construcciones que les son destinadas por las mafias de la promoción inmobiliaria, a menudo apañadas por el Estado. 5. Por otra parte, la violencia impide toda acción unida y organizada de parte de los habitantes de los barrios populares, en razón de la falta de confianza entre los vecinos por el sentimiento de inseguridad que de ella nace. Sabemos, en cambio, que esta violencia es sobre todo un fenómeno impuesto “desde arriba”, por aquellos que tienen particular interés en que perdure esa guerra civil cotidiana, “popular” y fratricida que las clases dominantes tratan de contener dentro de los barrios desunidos. 6. La experiencia de la violencia urbana difiere mucho de un barrio al otro, y de un continente a otro (Africa, Asia, Europa, América del Norte, América del Sur). Pero los habitantes de todos los barrios del mundo coinciden en un punto: los argumentos utilizados para explicar las causas de las violencias urbanas son siempre distintos de aquellos que dan habitualmente los representantes del poder, los universitarios, los periodistas, todos aquellos que, de una manera u otra, atribuyen la responsabilidad a los “pobres” (incluso si algunos lo hacen queriendo ayudarles). 2 de 4 7. Para afrontar con realismo el problema de las violencias urbanas, que sabemos que afecta en primer lugar a los más pobres, es necesario abordar estas cuestiones de manera alternativa. Dicho de otro modo, es necesario invertir completamente la manera habitual de analizar, percibir y responder a las violencias urbanas. Es necesario un cambio radical, ¡de inmediato! 8. Por esta razón, decimos que no sirve de nada pensar de la misma forma estos hechos sociales aparentemente nuevos (a primera vista, porque estos hechos no son tan nuevos...); más vale pensar los mismos problemas (los eternos problemas de pobreza, desigualdad, participación, violencia) de manera nueva. Más concretamente, podríamos decir que: - Si la violencia resulta de “disfunciones” socio-institucionales, y que la ecuación “pobre = criminal/delincuente” es evidentemente una creación de la ideología dominante para justificar la conservación de una sociedad dividida y la dominación económica y política de los pobres por los ricos; - Entonces, el motor de la transformación social (y del “aseguramiento” de la ciudad) es la valorización por el pueblo de su estatuto. Debemos decir: no somos los marginales, somos ciudadanos, ¡incluso si vivimos en los barrios pobres, incluso si vivimos en la calle! Por ello, es necesario que los habitantes de los barrios pobres abandonemos la visión dominante que a menudo hemos interiorizado como “la verdad”, la versión que las clases dirigentes nos imponen desde el exterior como “la verdadera”. Es necesario que los habitantes creemos e impongamos nuestra visión popular y crítica de la realidad. Sólo así podrán identificarse las verdaderas causas de cada problema y buscarse las verdaderas soluciones. No hay otro modo de llegar a lanzar un movimiento global de cambio. Todo cambio social comienza siempre por un cambio de perspectiva de los protagonistas. Los pobres no somos violentos, somos más bien las víctimas de múltiples violencias, incluso si a veces somos los actores. Somos las víctimas, pero también somos capaces de actuar y de hacer frente a los problemas de la violencia. Si hablamos y no imponemos nuestra visión de la realidad, nada cambiará nunca. Los verdaderos problemas no son la delincuencia, el robo, el tráfico de drogas, etc. -que son sólo consecuencias-; los verdaderos problemas son las desigualdades, la precariedad, la vulnerabilidad de los pobres, la corrupción, la falta de derecho, el desempleo, el hambre, la falta de seguridad social, la “desaparición” del Estado, la militarización de la policía, el racismo, etc. Los que comparten la ideología represiva del poder combaten las consecuencias y no las causas de los problemas. Este método no debe ser el nuestro. La lucha contra las violencias urbanas comienza por la lucha por la creación de empleo, la mejora de la educación y de la formación técnica, etc., como han afirmado muchos habitantes de El Salvador, país particularmente expuesto a violencias de todo tipo. Para cambiar la perspectiva y actuar sobre las verdaderas causas y no sobre las consecuencias más visibles, los pobres deben también poder contar con: - una adecuada asistencia jurídica al alcance de todos; 3 de 4 - una administración pública ética y deontológica; - el respeto de los otros. Pero sobre todo, los habitantes de los barrios populares debemos poder promover nuevos valores humanos, con vistas a establecer las reglas de una ética popular (como la llamó una habitante de la República Dominicana), una ética alejada de la “no-ética” liberal dominante. Se tratará de una ética de la solidaridad, a todos los niveles, comprendida la solidaridad con los “delincuentes”, ellos mismos víctimas de la pobreza, de manera de poder ofrecerles, por ejemplo, una reinserción realista dentro de sus barrios y lazos reforzados con su comunidad. Es importante que los habitantes de los barrios populares podamos ser asociados de manera responsable a la seguridad de nuestros lugares de vida. Pero atención: no puede haber seguridad egoísta, de un solo barrio contra los otros. La seguridad de los barrios populares no puede ser sino la seguridad de todos. Se trata de una seguridad global, nacional, internacional. Ya que las desigualdades -al interior de un país o a nivel internacional- que producen la miseria se propagan siempre muy rápido en medio de la violencia y la inseguridad. Sabemos también que los conflictos, tanto internacionales como nacionales, sirven siempre a los intereses del capitalismo internacional, gracias al tráfico de armas, la explotación de las riquezas del suelo, etc. Los pobres de los barrios urbanos no deben ser las víctimas de la mundialización de los conflictos armados. Es necesaria una geopolítica, local y global, de la violencia si queremos comprender los verdaderos retos contemporáneos y no morir idiotas. La seguridad popular será alternativa porque estará guiada por una ética de la participación ciudadana: ¡sin escuadrones de la muerte ni bandas armadas aterrorizando los barrios en nombre de la ley! La “criminalidad” popular es una construcción social e ideológica; la seguridad popular también lo será, pero de una manera positiva. No existen las violencias locales. Toda violencia local refleja la violencia de un mundo único. Vivir la violencia de una ciudad es vivir la violencia de la Tierra entera. Vivir en la propia ciudad sin violencia es una manera de actuar contra la violencia global. Actuar a nivel local contra las violencias de la planificación, participando del surgimiento de un pensamiento alternativo global, planetario, buscando la creación de una voz colectiva de los habitantes, a la vez común y múltiple. ¡No queremos modernizar la miseria sino combatirla! Equipo de Redacción: Yves Pedrazzini 4 de 4