MEDIOAMBIENTE Y ECONOMÍA JOSÉ MIGUEL MARTÍNEZ PAZ y CARMEN ALMANSA SÁEZ Departamento de Economía Aplicada. Universidad de Murcia. Departamento de Gestión de Empresas. Universidad Pública de Navarra. INTRODUCCIÓN A la hora de iniciar una reflexión sobre el papel de la ciencia económica en las cuestiones relacionadas con la ecología y el medioambiente surge casi intuitivamente una cuestión: ¿Por qué dos disciplinas, como son la economía y la ecología, que comparten etimológicamente la raíz: “eco” (del griego “oikos”, la casa, el lugar para vivir) se muestran en muchos casos como dos ciencias con planteamientos escasamente complementarios e incluso contradictorios en sus resultados? Si la economía se ocupa de “la administración de la casa” y la ecología versa sobre “el conocimiento de la casa” parecería un contrasentido no aplicar la máxima de que “mal se puede gestionar lo que no se conoce bien o lo que, simplemente, se ignora”. En esta línea argumental incide Naredo (1996) cuando señala “El triunfo de un término tan redundante como el de Economía Ecológica evidencia, por una parte, la amplitud del divorcio alcanzado entre Economía y Ecología,… hablar de Economía Ecológica presupone la existencia de otra Economía que no responde a tal calificativo, por considerarse ajena, e incluso contraria, a los planteamientos de la Ecología” Este divorcio se gesta básicamente desde el desarrollo del modelo neoclásico, en el que la ciencia económica apenas ha tenido en cuenta el soporte físico sobre el que se desarrolla cualquier actividad económica, salvo para reconocer la existencia de determinadas “externalidades”, que no afectan a los postulados principales de sus teorías sobre la producción, la distribución y el consumo de bienes y servicios. Sin embargo, a partir de la década de los setenta, y la vista de la tensión que sobre el medio y los recursos estaba teniendo el crecimiento económico, surge una nueva conciencia social, y, por ende económica, que se plasma en el desarrollo de nuevos paradigmas económicos o en la reformulación de muchas de las teorías existentes. De otro lado, si hubiera que señalar una actividad económica especialmente relacionada con los recursos naturales y el medioambiente en general, la agricultura, y por ende toda la actividad desarrollada en el medio rural, ocuparía una posición de privilegio. Si 1 una definición simple y lata de agricultura como es aquella que dice que “la agricultura es la artificialización de un ecosistema” ya plasma en si misma esta estrecha relación, el papel que esta adquiriendo la actividad agraria en las sociedades más desarrolladas la hace indisoluble: la búsqueda de una agricultura multifuncional que “debe ser capaz de cuidar el paisaje, de mantener el espacio natural y de aportar una contribución esencial a la vitalidad del mundo rural, y debe ser capaz de responder a las inquietudes y exigencias de los consumidores en materia de calidad y seguridad de los productos alimenticios, de protección del medio ambiente y de defensa del bienestar de los animales” (Reglamento 1257/99 de la Comisión Europea) hace que el estudio económico de la actividad agraria se funda con el del medio que le da soporte. El denominado enfoque positivo1 de la multifuncionalidad agraria se fundamenta en el análisis económico, considerando la multifuncionalidad como una característica de los procesos de producción en agricultura, que tienen dos características fundamentales: la primera consiste en que esa multiplicidad de output, es objeto de producción conjunta por parte de la agricultura. La segunda se refiere al hecho de que algunos de los output tienen carácter de externalidades o de bienes públicos, lo que implica que o bien no existen mercados para ellos, o bien éstos no funcionan de la manera adecuada. De este modo, el estudio de la multifuncionalidad se centra en la descripción y análisis de la producción conjunta del sector agrario de bienes privados y bienes públicos. Los bienes privados resultantes de la actividad agraria son bienes comerciales, con mercado; los bienes públicos son aquellos denominados en este contexto como bienes no comerciales (Gómez-Limón, y Barreiro, 2007). Así, la economía “convencional”, basada en el mercado se muestra incapaz per-sé de abordar de forma satisfactoria este tipo de cuestiones. En este trabajo vamos a exponer, de forma muy sintética, algunos de los enfoques que ofrece la economía para abordar las cuestiones relacionadas con el medioambiente. Tras hacer una breve reseña histórica sobre la evolución del pensamiento económico en su relación con el medio, nos detendremos en las dos corrientes en las que se ha estructurado esta relación, la economía ambiental y la economía ecológica, terminando con una reflexión final general que toma como base los puntos de integración de ambas. 1 Otro enfoque es el denominado “normativo”, el cual considera que la multifuncionalidad de la agricultura sería un reflejo de la pluralidad de objetivos que se plantea la sociedad en relación a tres grupos principales de funciones agrarias: económicas, sociales y medioambientales 2 ECONOMÍA Y MEDIOAMBIENTE: UNOS APUNTES HISTÓRICOS Se suele considerar que el inicio de la Economía como disciplina científica va aparejada a la publicación de la obra de Adam Smith, La Riqueza de las naciones (1776) al delimitar el objeto de la economía: “suministrar al pueblo un abundante ingreso o subsistencia, o, hablando con más propiedad, habilitar a sus individuos y ponerles en condiciones de lograr por sí mismos ambas cosas y proveer al Estado o República de rentas suficientes para los servicios públicos. La economía procura realizar, pues, ambos fines, o sea enriquecer al soberano y al pueblo” (Smith, 1776). Respecto al tema ambiental, el mismo aparece como un limitante del crecimiento económico a los ojos del “padre” de la ciencia económica: mientras haya tierras libres, la humanidad puede crecer sin límites; cuando estas empiecen a faltar el crecimiento económico se detendrá. Esta es también la visión de su discípulo, Thomas Mathus (Malthus, 1798) cuando afirma que el aumento de la población encuentra límites, ya que la población crece geométricamente en relación con los recursos, que lo hacen sólo en progresión aritmética. De ese modo, la producción de alimentos pondría límites a la reproducción demográfica, a pesar del progreso técnico. Para Malthus los problemas no surgen del modo en que la organización social plantea las relaciones que se establecen entre población y recursos, sino de las propias limitaciones biofísicas del medio. En este sentido, sus argumentos podrían considerarse como una formulación ecológica, en el sentido de que considera que la población y la riqueza pueden crecer, pero hay un límite alcanzado el cual se llegará a un estado estacionario de mera supervivencia. Los economistas fisiócratas franceses de mitad del siglo XVIII consideraban que había un orden natural para todas las cosas, incluyendo la sociedad y el sistema económico. La economía debe buscar el crecimiento de la producción, entendida esta como las riquezas generadas por la madre tierra. François Quesnay, el principal autor de esta corriente, propone: “acrecentar las riquezas renacientes sin menoscabo de los bienes de fondo”, que no es sino lo que hoy denominaríamos un crecimiento sostenible. Así el crecimiento económico estaría en total correspondencia con el crecimiento físico. Estos tres economistas ponen de manifiesto cómo las sociedades de su época, de base productiva agraria y ligadas a la tierra, tienen una amplia conexión con el medio natural. La revolución industrial de la segunda mitad del siglo XVIII, con los modelos de crecimiento de David Ricardo y Karl Marx, van a poner el énfasis en el papel del capital como el principal factor de producción. Pese a ello, el análisis marxista considera la destrucción del medio 3 ambiente como una de las razones por las que los sistemas económicos capitalistas no son sustentables. El poder económico del capital, la explotación y el conflicto dialéctico que enfrenta a las dos clases sociales están en el origen de un inevitable proceso de explotación de la naturaleza y, a largo plazo, las tecnologías que incrementan la productividad del trabajo son una carga para el medio, por la toxicidad – que afecta a la calidad del trabajo - y desechos que generan. La formulación de la economía neoclásica a finales del siglo XIX y su fuerte irrupción en la historia económica, vaciando de materialidad la noción de producción y separando completamente el razonamiento económico del mundo físico (desplazando este al campo solo del valor) producen el divorcio entre la economía y el medio ambiente (Naredo, 1996). El objeto de la economía va a ser aquellos objetos que se consideran directamente útiles para el hombre en sus actividades e industrias: sólo vale lo que es escaso (o lo que percibimos como escaso) y lo que puede ser valorable. Además la idea de que la tierra y el trabajo son sustituibles por capital cierra el círculo, haciendo abstracción del mundo físico hasta el mundo de lo puramente crematístico. Como recuerda Georgescu-Roegen (1971) “el proceso económico tal como lo describen los manuales más elementales, es un proceso aislado, independiente y ahistórico, un flujo circular entre producción y consumo, sin entradas ni salidas… ello explica el hecho de que en ninguno de los numerosos modelos económicos existentes haya una variable que represente la perpetua contribución de la Naturaleza”. La concepción de la economía como un sistema cerrado que opera exclusivamente en el ámbito de los valores monetarios dificulta, en gran medida, la consideración de los aspectos medioambientales. Lo que normalmente se entiende por medioambiente es, precisamente, el medio físico, que permanece inestudiado ya que escapa al universo del valor propio de la economía neoclásica: el medio viene dado por los recursos naturales que existían antes de haber sido valorados y utilizados en el proceso económico y por los residuos artificiales que éste devuelve al medio físico cuando ya, por definición, carecen de valor. Así, el divorcio entre economía y ecología viene de la mano de que su “oikos” es diferente: mientras que la ecología analiza el conjunto de la biosfera y todos los elementos que la componen, la economía neoclásica estándar sólo considera aquella parte de los mismos que son producibles, valorables y apropiables. Cuando la economía neoclásica percibe la necesidad de incorporar aspectos medioambientales a su análisis, recurre a la extensión de su instrumental analítico para tener en cuenta, de un lado, la existencia de recursos naturales no producibles, y que necesitan ser gestionados, y, de otra, la existencia de efectos en sus procesos de producción y consumo que 4 no son recogidos por el mercado, pero que pueden afectar a otros agentes económicos. Este es el punto de partida de la que se ha venido en llamar Economía Ambiental. De otro lado, y en fechas más recientes, surge una nueva corriente de pensamiento económico, la Economía Ecológica, que trata de superar en enfoque neoclásico, estableciendo “nuevas conexiones entre los sistemas ecológicos y la economía” (Constanza, 1989). Aunque, en principio, estas dos corrientes pudieran parecer antagónicas en sus fundamentos, si se estudian con más detenimiento se puede ver que convergen en sus aplicaciones prácticas, “siendo las diferencias de ambas más cuestión de juicios poco fundados que de diferencias reales” (Garrido, 1994). Entramos ahora a realizar algunas acotaciones sobre estas dos vertientes de la economía y el medioambiente. LA ECONOMÍA AMBIENTAL La economía ambiental, tal y como acabamos de señalar, es aquella rama de la economía que trata los problemas económicos directamente relacionados con el medioambiente y los recursos naturales. La economía ambiental forma parte del estudio económico, y es, esencialmente, una parte de la microeconomía. El punto de partida del análisis económico ambiental suele ser la economía de libre mercado plenamente competitivo, concentrándose en los problemas relacionados con el buen-mal funcionamiento de dichos mercados. Podemos sintetizar los caminos en los que opera la economía ambiental considerando tres enfoques: o La corrección de las externalidades o fallos del mercado, incorporando las mismas mediante impuestos (si las externalidades son negativas) o subvenciones (si son positivas). Este enfoque es el propuesto por Pigou (1920), al establecer la distinción entre costes marginales privados y sociales, propugnando la necesidad de la intervención del Estado en los mercados con el fin de corregir o potenciar los efectos externos. Es necesario establecer unos mecanismos que permitan la internalización de esas externalidades de forma que se consiga modificar el comportamiento productivo de la empresa generadora del problema, obligándole a tener en cuenta ese efecto externo en su cálculo económico. Este es el fundamento de la denominada solución clásica de la economía ambiental, consistente en hacer pagar al agente económico causante del daño 5 un impuesto coincidente con el mal causado, es decir el conocido principio “quien contamina paga”. o El establecimiento de la distribución inicial de los derechos de propiedad sobre el medio ambiente, (Coase, 1960) y la creación de mercados de derechos de propiedad sobre los medios naturales, son presentadas como soluciones para hacer frente a las consecuencias medio ambientales negativas derivadas de la propia actividad productiva. o La denominada economía de los recursos naturales, que se centra en estudiar la relación de la actividad económica que toma recursos de su entorno para llevarla a cabo (Romero, 1997). Es decir, los recursos como parte de la función de producción, como inputs para la actividad humana. Esta vía es abierta por Hotelling (1931) cuando incorpora el análisis utilitarista para fijar los precios de los recursos no renovables (aquellos con un periodo de reposición demasiado largo extenso a escala humana), estableciendo la serie de precios a lo largo del tiempo que garantizaría el ritmo de explotación óptima del recurso, en la conocida como “Regla de Hotelling”. Dentro de la economía ambiental, una de las líneas de trabajo más fecundas ha sido su intento de incorporar al mercado los bienes ambientales, que, por sus características de propiedad al ser en la mayoría de los casos o bienes públicos puros (consumo no rival y no excluible) o recursos comunes (consumo rival y no excluible), no entran dentro de los mecanismos clásicos de asignación de precios. Para ello han desarrollado un complejo aparato instrumental con el que poder obtener estimaciones monetarias del valor de los bienes ambientales. Sin entrar aquí en una discusión, muy viva en el mundo académico, sobre los fundamentos éticos, teóricos o incluso operativos de estos métodos de valoración, solo señalaremos que la economía ambiental considera que los bienes de naturaleza ambiental cumplen al menos cuatro funciones en el sistema económico: o o o o Como inputs productivos. Como sumidero de residuos. Para su consumo o/ y disfrute directo Son base de la vida en el planeta. Estas cuatro funciones deben ser valoradas, ampliando el concepto de valor para que incluya aspectos más amplios que los puramente crematísticos, es decir, los que proporciona el mercado al fijar los precios. Así existen otros valores que quedan fuera del ámbito de los mercados convencionales y que, junto al valor de mercado, comprenden lo que se ha venido 6 en llamar valor económico total de un bien. Adoptando la denominación ya clásica de Pearce y Turner (1995) podemos dividir estos valores en dos grandes grupos: o Valor de uso, con dos componentes, uso directo y uso indirecto. o Valor de no-uso, con dos componentes, valor de opción y valor de existencia. A modo de ejemplo se presenta en la siguiente tabla la descomposición del Valor Económico Total de un humedal, relacionando una serie de funciones para cada categoría. Ejemplo de componentes del valor económico total para un humedal. Valores de uso Valores de no uso Directos Indirectos Valor de Opción Valor de Existencia Pesca. Retención de nutrientes. Agricultura. Control de crecidas e Leña. inundaciones. Recreación. Protección contra Transporte. tormentas. Turba (energía). Recarga de acuíferos, etc. Explotación de flora y fauna silvestre. Fuente: Adaptado de Barbier et al. (1997). Posibles usos futuros (directos e indirectos). Valor de la información en el futuro. Biodiversidad. Cultura y patrimonio. Valores de legado. El valor de uso es el más básico. Puede definirse como el valor determinado por la disponibilidad a pagar que ofrecen los individuos por usar actualmente los bienes y servicios generados por el medio ambiente. La persona utiliza el bien y se ve afectada por cualquier cambio que pueda suceder con respecto al mismo. Por ejemplo, un individuo puede valorar un espacio rural porque utiliza los bienes y servicios que le proporciona, o bien por lo que genera dicho espacio natural y cuyo disfrute no es tan evidente (fijación de CO2, control de inundaciones, etc.). El valor de no uso recoge aquellas fuentes de valor que no implican una utilización directa del recurso en cuestión. Se suele dividir en dos componentes, de un lado el valor de opción y de otro el valor de existencia. o Valor de opción: existen personas que prefieren tener abierta la opción de uso de un determinado bien para el futuro, aunque en la actualidad no lo utilicen, el cual se deriva de la incertidumbre que experimenta una persona con respecto a si dicho bien ambiental estará o no disponible en el futuro. o Valor de existencia: aquellas personas que no son usuarias del bien en cuestión ni piensan utilizarlo en el futuro, pero que valoran de forma positiva el hecho de que exista. Este valor de existencia se da por varios motivos, como es el caso del motivo de 7 herencia o legado (para el disfrute de generaciones futuras), la benevolencia (bienestar para amigos y parientes), la simpatía o, simplemente, la creencia en el derecho a la existencia de otras formas de vida. La economía ambiental aboga por intentar determinar todos estos valores en unidades monetarias, con el fin de incorporarlos a sus herramientas de decisión, para lo cual ha desarrollado o/y adaptado un conjunto de técnicas, siendo las más características las que se exponen en la siguiente tabla: Métodos de valoración de activos ambientales Observación directa Observación indirecta Mercado existente Mercado construido Sin mercado Precios de mercado Valoración contingente Delphi, Costes evitados Fuente: Elaboración propia en base a Pearce (1995) y Azqueta (1997). Precios hedónicos Coste de viaje Si atendemos al tipo de mercado que regula el valor del recurso, encontramos tres grandes grupos, según el mercado exista en la realidad, sea construido por el analista, o el tercer caso, que ni exista ni se pueda construir. De otro lado, en función de si el mercado analizado es el del mismo bien valorado, o en su lugar, utilizamos otro mercado como “proxy” del mismo, obtendremos los métodos de observación directa o indirecta. Una relación de todos estos métodos, sus fundamentos teóricos y una abundante casuística de su aplicación al medioambiente español pueden encontrase en textos como el de Azqueta (1997), pasando a presentar aquí unos breves apuntes de los mismas. Comenzando por los métodos de observación indirecta nos encontramos con el método del Coste de Viaje. Generalmente se emplea para valorar la disposición a pagar de los consumidores por un bien natural que cumple unas funciones recreativas, con lo cual se obtendrá únicamente el valor de uso. En este método se establece una relación de complementariedad entre los bienes privados y los bienes ambientales; es decir, a pesar de que el disfrute de los parques naturales suele ser gratuito (bien ambiental), el visitante debe pagar los bienes privados que consume para poder disfrutar de dicho bien ambiental: son los costes de viaje, que contienen tanto aquellos costes que son ineludibles, como es el caso de los derivados del desplazamiento (billete de tren, gasolina, mantenimiento, etc.), como los costes discrecionales (comidas, estancias, etc.) y el coste del tiempo invertido. Por tanto, se pretende hacer una estimación de la variación de la demanda del bien ambiental ante cambios en dicho coste de viaje y, así, obtener la curva de demanda del bien y analizar los cambios que 8 se producirían en el excedente del consumidor. La limitación de este método es que revela un valor de uso actual, que es un componente más del valor económico total de un bien. Para disminuir esta limitación se puede emplear un método mixto entre dicho método y el de valoración contingente, de manera que se revele un valor de uso y una parte del valor de no uso, obteniendo así un valor más cercano al valor económico total. El método de los Precios Hedónicos, al igual que el de coste de viaje, se basa en relaciones de complementariedad, salvo que en este caso el bien privado no se adquiere para disfrutar del bien ambiental, sino que el bien ambiental forma parte de las características del bien privado (Azqueta, 2002), como por ejemplo en el caso de la vivienda y el entorno donde se ubica (vistas, nivel de ruido, contaminación, etc.). Con los precios hedónicos se pretende descubrir todos los atributos del bien que explican su precio y encontrar el precio implícito de cada atributo. Permite reflejar el valor de uso del bien ambiental para las personas que se ven afectadas, pero no quedan recogidos todos los posibles valores de no uso que el recurso pueda tener para otras personas, ni todos los cambios producidos en los propios valores de uso. Los métodos directos tienen interés porque, en ocasiones, son los únicos que se utilizan cuando no se puede establecer un vínculo entre la calidad del bien ambiental y el consumo del bien privado. Dentro de ellos encontramos, por ejemplo, el método de los Precios de Mercado, que trata los bienes ambientales como factores de producción de bienes con valor de mercado, cuyos precios surgen del punto de equilibrio entre la oferta y la demanda observadas en dichos bienes. De esta forma, a partir de las curvas de demanda, se pueden derivar las medidas de bienestar sin tener que recurrir a métodos específicos. Con este método no se puede valorar el bien ambiental más allá del valor que tiene en el mercado, es decir, solamente se mide su valor de uso directo, olvidándose del valor social. La Valoración Contingente es una de las técnicas para estimar el valor de los bienes para los que no existe mercado (mercado hipotético) y pretende, mediante la pregunta directa, averiguar la valoración que otorgan las personas a los cambios en el bienestar que les produce la modificación en las condiciones de oferta de un bien ambiental. Permite incorporar el valor que le conceden a un bien los no usuarios, de tal forma que se obtiene la disposición a pagar de todos los individuos. El método comienza con la realización de encuestas, entrevistas o cuestionarios en los que se pregunta de forma directa por la disposición a pagar por la conservación de la calidad ambiental del patrimonio natural protegido. Este método se verá más detalladamente en el epígrafe siguiente. Dentro del método de valoración contingente se incluye la modalidad conocida con el nombre de Ranking u Ordenación Contingente. En este método se le presenta a la persona entrevistada una colección de alternativas y se le pide que 9 las ordene de mayor a menor según sus preferencias. Normalmente, estas alternativas están formadas por una combinación de diferentes niveles de atributos ambientales y un precio que habría que pagar para conseguirla. De esta forma, el analista puede tratar de descubrir su función indirecta de utilidad subyacente en la elecciones del entrevistado y determinar la priorización de los atributos, así como su valoración económica ( en forma de precios sombra) si el experimento de recoge algún tipo de contribución monetaria. En los métodos de observación directa y sin mercado, es decir, que resulta imposible o muy difícil crear un mercado lo suficientemente real, encontramos el método Delphi y el de Costes Evitados. El Método Delphi, basado en la opinión de personas expertas, consiste en enviar un cuestionario a un grupo de expertos seleccionados, en donde se solicitan estimaciones (cuantitativas o cualitativas) respecto a situaciones, hechos o datos varios. De esta forma se obtiene un consenso sobre determinados hechos a través de un proceso de preguntas sucesivas, en el que se da cabida a nuevas informaciones y respuestas, pudiéndose corregir las conclusiones que se obtuvieron en la etapa anterior, hasta obtener una respuesta representativa del grupo. Además de esta característica, el método Delphi también se caracteriza por su anonimato y por el proceso controlado de retroalimentación. Normalmente se utiliza para valorar los impactos generados por la actividad antrópica sobre el medio ambiente. El método de los Costes Evitados o Inducidos consiste en que un bien ambiental que carece de mercado puede estar relacionado con algún bien privado que sí lo tiene, entrando a formar parte con él (sustitutos) de una determinada función de producción. Resulta apropiado para valorar económicamente un deterioro ambiental en función de la acción correctora necesaria para restablecer la situación anterior a dicho deterioro. Cabe señalar que es precisamente en estas técnicas sobre las que se vierten las críticas más fuertes hacia la economía ambiental; siguiendo a Jacobs (1996) “cualquier planteamiento que decida la justificación de las medidas de control en términos de la disposición a pagar o aceptando la capacidad para compensar a aquellos que tienen que soportar los costes de control, falla al ignorar o al menos al no considerar la actual imperfección de los mercados y la no homogeneidad de los bienes ambientales ,…. La valoración económica de las externalidaes ambientales debe ser vista como una herramienta, nunca como un fin.” De igual modo Vaquero (1999) argumenta “Si existiese un derecho del individuo al medio ambiente, la valoración económica acabaría disfrazando ese derecho en función de los niveles de renta de los agentes que valoran: tendrían más valor ciertas cuestiones ambientales menores en las sociedades opulentas que el derecho a respirar un aire saludable en una ciudad del mundo en 10 desarrollo”. Puede que se logren técnicas de valoración cada vez más perfectas, pero, ¿es ético ese valor?” LA ECONOMÍA ECOLÓGICA La economía ecológica se puede definir como aquella rama de la economía que trata de establecer “nuevas conexiones teóricas entre los sistemas ecológicos, estudiados por la rama de la Biología denominada Ecología, y los sistemas económicos, objeto de estudio de la Economía” (Constanza, 1989). Desde el momento que la Ecología2, dada quizás su relativa juventud, es una ciencia que se nutre sin complejos de los aportes de todas las ciencias, la economía ecológica es también una disciplina que aboga por la multidisciplinariedad y un enfoque holístico en su estudio. Así, la economía ecológica otorga primacía a los flujos de energía y materiales y ve en la Tierra un sistema abierto a la entrada de energía solar. La economía consume energía y materiales, y produce dos tipos de residuos: el calor disipado (de acuerdo con la Segunda Ley de la Termodinámica) y los residuos materiales (que son reutilizados parcialmente mediante reciclaje). El funcionamiento de la economía exige un suministro adecuado de energía y materiales, pero también el mantenimiento de la biodiversidad y disponer de recursos no contaminantes. El desarrollo metodológico de la economía ecológica es mucho más limitado que el de la economía ambiental. Si bien durante la década de los 70, y raíz de acontecimientos tales como la crisis del petróleo que ponen en tela de juicio el modelo de desarrollo occidental, aparecen multitud de trabajos que intentan recuperar y sistematizar la conexión entre economía y naturaleza, como por ejemplo el ya citado de Georgescu-Roegen (1971). Ahora bien, como señala Naredo (1996) el nuevo desarrollismo ecológico, unido al abaratamiento del petróleo y de las materias primas en general, hace que la reflexión económica del último cuarto del siglo XX se traslade desde los recursos hacia los residuos, y desde los procesos físico-energéticos hacia los instrumentos monetarios. Tanto el grueso de la literatura académica, como de los informes de las administraciones, han mantenido una preocupación creciente por penalizar los residuos y buscar instrumentos económicos para paliar los daños 2 La Ecología puede definirse como la ciencia del conjunto de las relaciones de los organismos con el mundo exterior ambiental, con las condiciones orgánicas e inorgánicas de la existencia; lo que se ha llamado la economía de la naturaleza, las relaciones mutuas de todos los organismos vivos en un único lugar, su adaptación al medio que los rodea, su transformación a través de la lucha por la vida, los fenómenos de parasitismo, etc. 11 ambientales y muy poca preocupación por el bajo precio relativo de los recursos y por integrar, tanto física como monetariamente, los procesos que producen esos daños. Sin embargo, en la última década se ha vuelto a recuperar el interés por sistematizar y cifrar de forma física la economía, tomando gran peso en parte del mundo académico. Su aplicación práctica es todavía limitada, debido a una carencia fundamental: no existen aún estadísticas que proporcionen datos y series con las que abordar la realización de trabajos empíricos en este campo. La elaboración de indicadores propios de la economía ecológica es por ello aún un campo nuevo, sin la consolidación y proliferación de los instrumentales de la economía ambiental, destacando dos propuestas en este sentido: indicador de huella ecológica e indicador de mochila ecológica. La idea de mochila ecológica (o mochila de deterioro ecológico) propone comparar la intensidad del impacto ambiental de todos los bienes en términos de Intensidad Material por Unidad de Servicios -o función- (MIPS). La intensidad de material es la cantidad de materiales y energía (en unidades de masa como kilos o toneladas) procesadas por unidad de servicio, tanto para los insumos de material/energía (manufactura, utilización, reciclaje, eliminación, etc.), como para el número total de unidades de servicio extraídas. El cálculo del insumo de materiales es directo. Todos los recursos naturales necesarios para fabricar, utilizar y eliminar un producto –o una máquina prestadora de servicios- son sumados en kilos. Los autores del método eligieron 5 mochilas ecológicas: materiales abióticos (incluyendo todos los portadores de energía), materiales bióticos, suelo, agua y aire. (Schmidt-Bleek, 1992) Como ejemplos podemos citar que un anillo de oro de 5 gramos, acumula una mochila ecológica de 2000 kg de materiales durante su ciclo de vida o un ordenador personal no menos de 1.500 kg. Por otra parte Wackernagel y Rees (1997) iniciaron una línea de investigación cuya finalidad era la de poder construir un instrumento capaz de actuar sobre la estrecha relación de dependencia existente entre actividad humana y la naturaleza. Este indicador, denominado por sus autores Capacidad de Carga Adquirida o Huella Ecológica, es una medida de impacto de la actividad humana sobre la biosfera y expresa, en hectáreas per cápita, la cantidad de tierra y agua ecológicamente productiva necesaria para producir los recursos necesarios y asimilar los desechos generados por una población determinada con la tecnología existente. Ya a principios de este siglo el planeta en su conjunto, el espacio productivo ecológicamente disponible per cápita es de no más de 1,7 hectáreas, mientras que la persona promedio tiene una huella ecológica cercana a las 2,9 hectáreas. Este déficit da cuenta a nivel global del déficit creciente e la insostenibilidad provocada por el actual modelo de desarrollo, patente si 12 tenemos encuentra las dispersiones existentes en las medias que acabamos de presentar: mientras que en África en su conjunto la huella ecológica apenas supera 1 hectárea percapita, los Estados Unidos multiplican por 10 esa cifra3. A MODO DE REFLEXION FINAL: ENFOQUES INTEGRADORES Respecto a la integración de la economía ambiental y la economía ecológica MartínezAlier (1999) argumenta…”el conflicto entre la economía convencional -léase economía ambiental- y la economía ecológica no debe interpretarse como una querella de “paradigmas” en el sentido con que frecuentemente se usa esta palabra en los debates entre teorías científicas, una querella que vaya a resolverse según la fuerza de los respectivos grupos o corporaciones de científicos. Creo que se trata de una discusión racional”. Así, el debate de fondo hay que basarlo en reflexionar si la Economía, en general, sin apellidos, puede seguir siendo una disciplina autosuficiente, que se desenvuelva de espaladas al mundo que le rodea al moverse en la escala lineal y unidimensional del valor. Como señala Azqueta (1994):“ mientras la economía ecológica trabaja sobre todo estableciendo restricciones y resolviendo problemas en los que la elección tiene poco margen, la economía ambiental suele buscar campos en los que la valoración económica adquiere sentido como guía…… transcendiendo este terreno, en el que ambas proporcionan un aporte complementario, vuelven a converger en el campo de la política ambiental, en el que ambas van a recomendar una combinación de medidas de intervención estatal y de instrumentos de mercado”. Esta reflexión pone de manifiesto el hecho de que si bien es difícil abordar los problemas ecológicos sin tener un conocimiento real de los mismos, no parece plausible intentar resolver esos mismos problemas sin tener en cuenta los mecanismos de valoración que los originan y el marco institucional donde se desenvuelven. 3 En los servidores de internet de Global Footprint Network (www.footprintstandards.org) o Ecological Footprint Quiz ( www.myfootprint.org) puede obtenerse información detallada del procedimiento de cálculo de la huella ecológica, su evolución y distribución por países e incluso se puede estimar la huella ecológica personal contestando un sencillo cuestionario sobre estilo de vida. 13 Optimismo Tecnología Economía neoclásica Optimismo moderado Economía ambiental Economía ecológica Pesimismo Antropocentrismo Ecocentrismo (Gaia, Leopold) Ética ambiental Pero estas dos visiones reflejan una distinta concepción de la cuestión de sí el medioambiente constituye un límite fundamental al crecimiento económico. La economía ecológica se basa en la idea de que la tierra forma un sistema cerrado, y también en el principio de equilibrio natural, para concluir que efectivamente existe un límite al crecimiento. Puesto que el crecimiento económico se basa en un uso creciente de recursos naturales y dado que estos son limitados, tarde o temprano se van a agotar, lo cual hará imposible seguir creciendo. De acuerdo con el principio de equilibrio natural, el creciente flujo entre el medio ambiente y la actividad económica, comportará inevitablemente un incremento en el flujo de residuos hacia el entorno. Cuantos más residuos devolvamos a la naturaleza, mayor será el riesgo de que la capacidad de asimilación del medio ambiente no sea suficiente. Esta es pues una visión en cierto modo pesimista si la comparamos con el otro extremo que argumenta que si se permite actuar libremente a las fuerzas del mercado, los recursos de la tierra no se agotarán nunca y el crecimiento económico podrá sostenerse indefinidamente. Esta visión mucho más optimista suele estar de acuerdo en que los primeros estadios del crecimiento económico comportan un incremento en el uso de recursos, con el consiguiente aumento de presión sobre el medio ambiente. Pero, sigue el razonamiento, un aumento en la extracción de recursos va a hacer aumentar los precios de estos, con lo que va a haber más incentivos a encontrar técnicas mejores de extracción y uso. De igual modo, el incremento del flujo de residuos hacia la naturaleza, y la consiguiente contaminación, harán aumentar los costes de gestión de estos residuos. Cuanto más alto sean los costes de gestión de residuos y contaminación, mayores serán también los incentivos para reciclar y reutilizar 14 más, y con el crecimiento económico, la porción de residuos en relación a lo producido será cada vez menor. Una hipótesis clave sobre la que se sostiene el razonamiento más optimista es que es posible la sustitución entre recursos naturales y factores de producción, gracias a las innovaciones tecnológicas; por eso también se le viene denominando optimismo tecnológico y plantea que hasta cierto nivel los recursos de la naturaleza se podrían sustituir por factores de producción elaborados por las personas. En consecuencia, el crecimiento económico sólo estaría limitado por la propia supervivencia de la raza humana y por la capacidad de ésta para resolver los problemas con los que se va a encontrar. La visión de la economía ambiental está más o menos próxima a la visión optimista, pero aborda el problema de los fallos de mercado relacionados con los recursos ambientales ( bienes públicos, externalidades, propiedad, ….) que llevan a asignaciones o usos incorrectos de los recursos por el libre mercado y postula por corregir. REFERENCIAS Azqueta, D. (1994) Economía, medio ambiente y economía ambiental. Revista Española de Economía. Monográfico: Recursos naturales y medioambiente. 9-37 Azqueta, D. (1997) Valoración económica de la calidad ambiental. McGraw-Hill. Madrid. Barbier, E.B., Acreman, M. y Knowler, D. (1997). “Valoración económica de los humedales. Guía para decidores y planificadores”. Oficina de la Convención de Ramsar. Gland (Suiza). Coase, R. (1960) The Problem of Social Cost. Journal of Law and Economics, nº 3. 1-44 Constanza, R. (1989) What is ecological economics? Ecological Economics, nº 1. 1-7 Garrido, A. 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