EPICUREISMO, ESTOICISMO, ESCEPTICISMO (Textos) "Todas las cosas que te vengo continuamente aconsejando llévalas a la práctica considerándolas elementos que constituyen el bien vivir. En primer lugar, mantén la convicción de que dios es un viviente inmortal y feliz -ésta es, en efecto, la noción común de dios que todos tenemos impresa- y nada afirmes de él que sea ajeno a su inmortalidad o incompatible con su beatitud, antes al contrario, juzga que le pertenece cuanto pueda contribuir al mantenimiento de su beatitud e inmortalidad. Los dioses existen ciertamente -el conocimiento que de ellos tenemos es evidente- pero no son como el vulgo cree: en efecto, el vulgo mantiene creencias acordes con la noción que tiene de lo divino. Y el impío no es aquel que rechaza los dioses del vulgo, sino el que afirma de los dioses lo que el vulgo cree de ellos: y es que las afirmaciones del vulgo acerca de los dioses no son premoniciones sino falsas suposiciones. Por ello de los dioses resultan los mayores males para los malos y los mayores provechos para los buenos: acostumbrados a las virtudes que les son propias, los dioses acogen a los que les son semejantes y consideran ajeno a sí cuanto no les es semejante. Acostúmbrate a la idea de que la muerte no es nada para nosotros ya que todo lo bueno y lo malo se dan cuando hay sensación y la muerte es la privación de la sensación. De donde resulta que la comprensión adecuada de que la muerte no es nada para nosotros convierte en dichosa la mortalidad de la vida, no porque añada un tiempo ilimitado sino porque apaga el deseo de inmortalidad. Nada tendrá, en efecto, de terrible el vivir para quien haya comprendido rectamente que nada tiene de terrible el no vivir. Conque necio es quien afirme temer la muerte no porque cuando venga le hará sufrir sino porque le hace sufrir mientras viene. Y es que en vano se sufre esperando algo que no inquietará cuando se presente. Así pues, la muerte, el más terrible de los males, no es nada para nosotros ya que cuando nosotros somos la muerte no es y cuando la muerte es, entonces nosotros no somos. ... Cuando decimos, pues, que el placer es el fin, no queremos decir los placeres de los inmoderados ni los placeres sensuales -como entienden algunos que o no nos comprenden o no están de acuerdo o nos malinterpretan- sino la ausencia de dolor en el cuerpo y de turbación en el alma. Y es que el vivir placentero no consiste en beber o andar metido constantemente en juergas ni tampoco en gozar con muchachitos o con mujeres o con pescados y con cuanto una mesa lujosa puede ofrecer sino más bien resulta del razonamiento sobrio que investiga las causas de toda elección y rechazo y que elimina aquellas opiniones por cuya causa se apodera de las almas la máxima turbación. Ahora bien, el principio de todo esto y el bien mayor es la prudencia y de ahí que la prudencia sea aún más estimable que la filosofía: en ella tienen su origen las demás virtudes ya que nos enseña que no es posible vivir placenteramente sin vivir también con prudencia, orden y justicia ni tampoco es posible vivir con prudencia, orden y justicia sin vivir placenteramente. En efecto, las virtudes forman un todo con el vivir placentero y el vivir placentero es inseparable de ellas". EPICURO, Carta a Meneceo "Por todo ello Zenón afirma -el primero- en Acerca de la naturaleza humana que el fin es "vivir de acuerdo con la naturaleza", lo que no es sino vivir de acuerdo con la virtud. En efecto, la naturaleza nos empuja hacia ésta. De modo semejante se expresa también Cleantes en Acerca del placer y también Posidonio y también Hecatón en Acerca de los fines. Crisipo añade en el libro primero de su Acerca de los fines que vivir conforme a la virtud es lo mismo que vivir conforme a la experiencia del curso de los acontecimientos naturales, ya que nuestras naturalezas son parte de la naturaleza del Universo. De ahí que el fin sea vivir según la naturaleza o lo que es lo mismo, "según la naturaleza de cada uno y según la naturaleza del Universo" sin realizar acción alguna de las que prohíbe la ley común a todos los seres, es decir, la recta razón que todo lo atraviesa y que se identifica con Zeus, que gobierna el orden de todos los seres. Y en esto consiste la virtud del hombre feliz y la vida placentera: cuando todas las acciones responden a la armonía entre el espíritu individual y la voluntad del que gobierna el Universo. Con razón dice Diógenes que el fin consiste en "la elección razonable de las cosas que son conforme a la naturaleza". Arquedemo, por su parte, dice que el fin es "vivir en el cumplimiento de todos los deberes". Por "naturaleza" de acuerdo con la cual ha de vivirse, Crisipo entiende tanto la universal como la humana en particular. Cleantes, por su parte, solamente admite que hay que seguir la naturaleza universal, pero no la particular. La virtud, por su parte, es una disposición armoniosa y ha de escogerse por su propio valor y no por miedo o esperanza algunos o por otra cosa cualquiera exterior a ella. La felicidad se encuentra en ella en la medida en que el alma se pone en armonía con la totalidad de la vida. El animal racional puede, por su parte, pervertirse bien por la fuerza persuasiva de los asuntos externos bien por los consejos de sus allegados". DIÓGENES LAERCIO, Vidas y opiniones de los filósofos ilustres. "A todo esto convendrá añadir algo acerca del fin de la doctrina escéptica. Fin es "aquello por lo cual se llevan a cabo todas las acciones e investigaciones sin que ello se haga a su vez por otra cosa" o bien "el objeto último del deseo". Por nuestra parte, mantenemos que el fin del escéptico es la imperturbabilidad del alma respecto de lo opinable y la moderación en las emociones respecto de lo inevitable. En efecto, habiendo comenzado a filosofar con la pretensión de decidir acerca de las impresiones sensibles y captar cuáles de ellas son verdaderas y cuáles falsas, a fin de alcanzar la imperturbabilidad, el escéptico vino a hallarse sumido en opiniones discordantes de fuerza equilibrada y no pudiendo decidir entre ellas, suspendió el juicio. Pues bien, con la suspensión del juicio le advino la imperturbabilidad respecto de lo opinable. Y es que quien juzga que algo es bueno o malo por naturaleza se halla sometido a permanente turbación: cuando no posee aquellas cosas que juzga buenas se considera atormentado por cosas naturalmente malas y persigue las que juzga buenas; pero cuando consigue éstas, se ve aquejado de más perturbaciones aún, pues se agita irracional e inmoderadamente y temiendo un cambio de fortuna, trata de hacer todo lo posible para no perder aquellas cosas que considera buenas. Por el contrario, el que mantiene una actitud de indefinición respecto de los bienes y males naturales, ni evita ni persigue con vehemencia cosa alguna. Y de ahí que permanezca imperturbable". SEXTO EMPÍRICO, Bosquejo del Pirronismo.