Una responsabilidad moral ~ ROBIN WEST ~ Owen Fiss hace bien en alentarnos a dudar sobre la constitucionalidad tanto de las leyes estatales como de las disposiciones establecidas en la Ley de Reforma sobre Bienestar Social (Welfare Reform Act) de 1996 que les niega a los inmigrantes legales e ilegales lo que podría denominarse “bienes asistenciales” (acceso a atención médica, educación, bonos para comida y oportunidades de empleo). En mi opinión, también está en lo correcto al sugerir que la inconstitucionalidad de estas disposiciones no proviene de su tendencia a agrupar individuos injustamente en base a una clasificación irracional, sino de una tendencia inherente a someter a un grupo de personas al convertirlas en parias o cuasi parias. Como sostiene Fiss, la norma de igualdad ante la ley –en su mejor interpretación– de hecho no prohíbe el sometimiento de grupos de personas menos de lo que prohíbe la clasificación injusta de individuos. Además, y aunque esta “interpretación del antisometimiento” de la norma de igualdad ante la ley sólo haya sido un tema menor en la evolución de la Enmienda XIV para la Corte Suprema de los Estados Unidos (en contraposición con el principio de antidiscriminación), es probable que Fiss tenga razón al sugerir que el principio de antisometimiento quizás se funde en una interpretación superior de la norma por encima del principio de antidiscriminación. Puede ser que en términos Suprema en la actualidad. Pero más allá de que esto sea así o no, Fiss está seguramente en lo correcto al concluir que si interpretamos la igualdad ante la ley como una norma que prohíbe el sometimiento de grupos de personas mediante la imposición del estatus de parias, entonces las disposiciones de la Ley de Reforma sobre Bienestar Social de 1996 que privan a los inmigrantes de los bienes sociales y asistenciales básicos son inconstitucionales. La interpretación que Fiss realiza de la norma, y su argumento a favor de la aplicación de ésta a las leyes que rigen para los inmigrantes, no es ortodoxa sino más bien disidente. No es probable que la Corte Suprema llegue en algún momento a un resultado semejante, al menos no en base a los fundamentos que Fiss propugna. Sin embargo, en mi opinión, tanto la interpretación como el resultado son correctos. El error de Fiss, creo, reside en yuxtaponer esta interpretación de la Enmienda XIV con la visión totalmente convencional y ortodoxa que aparece al final del artículo según la cual la función del poder judicial es y debería ser resguardar este principio constitucional de antisometimiento de los errores de las ramas políticas del gobierno. Desde el punto de vista de Fiss, compartido por casi todos los constitucionalistas liberales, la mayoría a través de sus representantes actúa en respuesta a presiones políticas, y la Corte Suprema a través de los jueces actúa para asegurar que la voluntad política del pueblo se traduzca Suprema en la actualidad. Pero más allá de que esto sea así o no, Fiss está seguramente en lo correcto al concluir que si interpretamos la igualdad ante la ley como una norma que prohíbe el sometimiento de grupos de personas mediante la imposición del estatus de parias, entonces las disposiciones de la Ley de Reforma sobre Bienestar Social de 1996 que privan a los inmigrantes de los bienes sociales y asistenciales básicos son inconstitucionales. La interpretación que Fiss realiza de la norma, y su argumento a favor de la aplicación de ésta a las leyes que rigen para los inmigrantes, no es ortodoxa sino más bien disidente. No es probable que la Corte Suprema llegue en algún momento a un resultado semejante, al menos no en base a los fundamentos que Fiss propugna. Sin embargo, en mi opinión, tanto la interpretación como el resultado son correctos. El error de Fiss, creo, reside en yuxtaponer esta interpretación de la Enmienda XIV con la visión totalmente convencional y ortodoxa que aparece al final del artículo según la cual la función del poder judicial es y debería ser resguardar este principio constitucional de antisometimiento de los errores de las ramas políticas del gobierno. Desde el punto de vista de Fiss, compartido por casi todos los constitucionalistas liberales, la mayoría a través de sus representantes actúa en respuesta a presiones políticas, y la Corte Suprema a través de los jueces actúa para asegurar que la voluntad política del pueblo se traduzca en leyes que respeten el comunitarismo, el igualitarismo y la concepción general de justicia ubicadas en el centro de nuestro esquema constitucional de gobierno. La función legislativa consiste en sancionar la voluntad del pueblo, mientras que la tarea de la Corte Suprema es velar por la “preserva(ción) de nuestra sociedad como una comunidad de iguales”, según lo prevee e incluso ordena la Constitución. Esta división de tareas constitucionales presenta problemas serios, incluso desde la perspectiva de quienes sinceramente comparten el compromiso igualitarista de Fiss. El primero es obvio y estratégico: es casi nula la posibilidad de que la Corte Suprema adopte una postura sobre la Enmienda XIV que siquiera se asemeje a la que Fiss sostiene. El segundo es legal, o textual: en sus propias palabras, el artículo 5 de la Enmienda XIV no prevee el cumplimiento de sus promesas a través del poder judicial sino a través del congreso. Un tercer problema más profundo, no obstante, y que se advierte con menor frecuencia, es al mismo tiempo moral y político. Es un problema que se hizo evidente desde el comienzo de nuestra práctica de revisión judicial pero que tiende a quedar sepultado con cada nueva ola de casos legítimos y justos que caen en la órbita de los solemnes artículos de la Enmienda XIV, y se desvanece aún más cuando los casos propuestos prometen algún grado de éxito. El argumento de Fiss –es decir, que la Corte Suprema de los Estados Unidos debería invalidar gran cantidad de leyes estatales y federales que impiden el acceso de los inmigrantes a los bienes sociales básicamente por el desigualitarismo que generan– indirectamente demuestra cuáles podrían ser los costos morales de su implementación. Al delegar en la Corte Suprema la tarea de asegurar el cumplimiento de las normas constitucionales, Fiss en efecto exime al pueblo y a sus representantes de sus propias obligaciones y responsabilidades constitucionales: parece decir que podemos olvidarnos de la Constitución si la Corte Suprema permanece alerta. En realidad, esto tendría poca importancia si la Constitución no fuera más que un conjunto de disposiciones procesales, estructurales y legalistas elementales. Y tendría aún menos importancia si la Constitución fuera una mera herramienta de las clases adineradas, como muchas veces se sostiene. Pero estas concepciones forzadas no concuerdan con la Constitución que Fiss y otros constitucionalistas liberales conciben. Para ellos, la Constitución es la expresión y encarnación de la versión igualitarista y comunitarista más acabada de nosotros mismos: expone e impone la concepción de la justicia social que nos define –al mismo tiempo liberal e igualitaria, respetuosa de los individuos y atenta a nuestra naturaleza comunitaria– y encarna, expresa y hace efectiva nuestra moralidad política. Sin embargo, al concentrarse en la responsabilidad constitucional de la Corte Suprema, Fiss deja de lado la responsabilidad que le cabe al pueblo por la moralidad de los actos de gobierno. Su mensaje implícito parece ser que no es necesario que la política esté limitada por ideales, aspiraciones y concepciones morales de la justicia siempre y cuando nuestra ley suprema y la Corte encargada de interpretarla lo estén. Esta concepción de la política presenta un gran error –y, según mi parecer, un tinte profundamente iliberal–. La política, y no sólo nuestras leyes, debería proceder de acuerdo con una responsabilidad moral que no permita la creación de parias o el desarrollo de una subclase permanente o una situación en la cual existan castas bajas entre nosotros. Tal vez sea, como insiste Fiss, la función de la apolítica Corte Suprema, que actúa “por encima de las rencillas políticas”, asegurar que “la mayoría” no someta indebidamente a un grupo de personas que ya sufre maltratos. Pero si el imperativo legal para esta restricción moral se origina en la Constitución, y en especial en la Enmienda XIV (que exige al Congreso, no a la justicia, la sanción de leyes que aseguren el cumplimiento de sus grandes promesas), entonces es imperioso que la mayoría y sus representantes, quienes participan en las rencillas políticas, tomen conciencia de las restricciones morales y constitucionales que pesan sobre ellos. Si la Constitución expresa lo que Fiss piensa que expresa (y yo creo que sí), entonces el público de su argumento interpretativo debe ser el pueblo, no la justicia. Los constitucionalistas liberales obstinadamente se empeñan en proponer una división de tareas que concibe a la Corte Suprema como el super ego, la voz de la razón o la conciencia moral de la sociedad, cuya función característica es ponerle límites a un proceso político mayoritario y fuera de control motivado por pasiones irracionales y a menudo cargadas de odio. Debería inquietarnos que esta misma imagen pueda socavar en lugar de alimentar la leve esperanza de que nuestras vidas y elecciones políticas sean algún día guiadas por los mismos compromisos igualitarios y comunitarios que Owen Fiss, para mérito suyo, sostiene con tanta claridad. West, Robin. Una responsabilidad moral. Argentina: Miño y Dávila, 2002. p 2. http://site.ebrary.com/lib/senavirtualsp/Doc?id=10060132&ppg=2 Copyright © 2002. Miño y Dávila. All rights reserved.