Roma, 19 de noviembre de 1775. Declaración del P. Lorenzo Ricci, ex-General de la Compañía de Jesús, cinco días antes de su muerte, en la cárcel de Castel Sant’Angelo. En: Filippo CORALLI, “La vita del P. Lorenzo Ricci Generale della Compagnia di Gesù. Biografia inedita del P.Tommaso Termanini S.J.”, Transcripción y notas de F. Coralli, en el Archivum Historiae Pontificiae, 44(2006), p. 131s. La incertidumbre acerca del momento en que Dios tendrá a bien llamarme, y la certidumbre de que ese momento está ya cercano - dado lo avanzado de mi edad y los muchos, prolongados y graves sufrimientos padecidos, superiores con mucho a mi debilidad - me impulsan a atender previsoramente a lo que es mi deber, ya que puede fácilmente suceder que la gravedad de mi última enfermedad me impida cumplirlo en el momento de la muerte. Por tanto, considerándome muy cercano a presentarme ante el tribunal de la Infalible Verdad y Justicia, como lo es sólo el tribunal divino, tras larga y madura consideración, y tras haber orado humildemente a mi misericordiosísimo redentor y temible juez para que no me deje llevar de la pasión, especialmente en una de las últimas acciones de mi vida, no por amargura alguna de ánimo ni por afecto o fin alguno vicioso, sino sólo porque juzgo que es mi deber hacer justicia a la verdad y la inocencia, hago las siguientes dos declaraciones y protestas: 1º Declaro y protesto que la extinguida Compañía de Jesús no ha dado motivo alguno para su supresión. Hago declaración y protesta, con toda la certeza moral que puede tener un superior bien informado de lo que sucede en su Religión. 2º Declaro y protesto no haber dado motivo alguno, ni el más leve, para mi encarcelamiento. Hago declaración y protesta con aquella suprema certeza y evidencia que tenemos todos acerca de nuestras propias acciones. Hago esta segunda protesta solamente porque es necesaria para la reputación de la extinguida Compañía de Jesús, de la que yo era prepósito general. Tampoco pretendo que, como consecuencia de estas protestas que hago, pueda considerarse culpable delante de Dios a ninguno de los que han hecho daño a la Compañía de Jesús o a mí mismo, y me abstengo de hacer ningún juicio en este sentido. Sólo Dios conoce los pensamientos de nuestra mente y los afectos del corazón humano: Él es el único que ve los errores del intelecto humano y quien discierne si llegan a eximir de culpa; sólo Él penetra los motivos que impulsan a actuar, el espíritu con que se actúa, los afectos y movimientos del corazón que acompañan a acción; y porque de ellos depende la inocencia y la realidad de la actuación externa, dejo todo el juicio a Aquel que interrogabit opera et cogitationes scrutabitur. Y para cumplir con mi deber de cristiano, protesto de haber perdonado siempre, con la ayuda divina, y perdonar sinceramente a todos aquellos que me han dado tormento y me han hecho sufrir, primero con los agravios hechos a la Compañía de Jesús, más tarde con la extinción de la misma y con las circunstancias que han acompañado a su extinción, y finalmente con la prisión y su severidad, y con el daño que conlleva para mi reputación, cosa todas que son públicas y notorias en todo el mundo. Pido al Señor que perdone, por su pura piedad y misericordia y por los méritos de Jesucristo, mis muchísimos pecados, y que perdone también a los autores de los males y daños que acabo de mencionar y a sus colaboradores: pretendo morir llevando este sentimiento y esta plegaria en el corazón. Finalmente pido y conjuro a todo aquel que vea estas mis declaraciones y protestas, que las haga públicas a todo el mundo en cuanto le fuere posible; lo pido y conjuro en nombre de aquellos motivos de humanidad, de justicia y de caridad cristiana que puedan hacer fuerza a cada cual para cumplir este mi deseo y voluntad. Lorenzo Ricci.