E l Juego de la patada

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CAJASDE CARTON
estaba en clase. Habia muchas palabras que no sabi'a.
Cerre el libro y v o l v i a la sala de clasc.
El senor Lema estaba sencado en su escrirorio. Cuando
entre me miro sonriendo. Me senti mucho mejor. M e
accrque a el y le pregunce si me podia ayudar con las palabras desconocidas. — C o n mucho gusto —-me contesto.
E l Juego de la patada
El resto del mes pase mis horas de almuerzo estudiando
ingles con la ayuda del buen senor Lema.
U n viemes, durante la hora del almuerzo, el senor
Lema me i n v i t o a que lo acompafiara a la sala dc musica.
—;Te gusta la musica? — m c pregunto.
—Sf, muchisimo — l e conteste, entusiasmado—.
Me
gustan los corridos mexicanos.
El, entonces, cogio una trompeta, la toco, y me la paso.
El sonido me hizo estremecer. Era un sonido de corridos
que me cncantaba. —^Te gustaria aprender a tocar este
instrumento? —me pregunto. Debio habcr comprendido
la expresion en m i cara porque antes de que yo respondiera, afiadio: —Te voy a enscnar a tocar esta trompeta
durante las horas del almuerzo.
Ese di'a casi no podia esperar el momcnto de llegar a
casa y contarles las nuevas a m i familia. A l bajar del camion me encontre con mis hermanitos que gritaban y
brincaban de alegria. Pense que era porque yo habia llegado, pero al abrir la puerta de la chocita, v i que todo estaba empacado c n cajas de carton.
Y
o estaba dc mal humor. Era el ultimo dia de clases
antes de salir de vacaciones de vcrano. Sabia que cse
dia se aproximaba pero trataba de no pensar en ello porque me ponia triste. Sin embargo, para mis companeros de
clase era un dia tcliz.
En la ultima hora, la senorita Logan soUcito voluntarios
para compartir con el grupo lo que iban a hacer durante el
verano. Muchos levantaron la mano. Unos hablaron de
irse de viaje y otros de irse a un campamento de verano.
Tratando de no cscuchar, yo crucc los brazos debajo del
pupitre y baje la cabcza. Despues de u n rato logre desconectarmc de lo que decian y solo escuchaha vagamente las
voces que venian de diferentes partes del salon.
De regreso a casa en el autobus de la escuela, saquc m i
libretita y m i lapiz del bolsillo de m i camisa y comence a
sacar cuentas de cuanto tiempo faltaba para volver a em-
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pezar las clases —de mediados dc junio hasta la primera
Sail a jugar. Queria olvidar lo de los proximos 133 dias.
semana de noviembre, cerca de cuatro meses y medio.
—Ya era hora —me dijo Carlos, dandome un golpe en
Diez semanas pizcando fresas en Santa Maria y otras ocho
semanas cosechando uvas y algodon en Fresno. Conforme
sumaba el numero de di'as, me comenzo a doler la cabeza y
mirando por la ventana me dije a m i mismo: "Ciento
trcinta y dos dias mas despues de manana".
Tan pronto llegue a casa, me tome dos aspirinas de Papa
y me acoste. Apenas habia cerrado los ojos cuando escuche a Carlos, nuestro vecino, gritar afuera: — j A n d a l e ,
Panchito, vamos a comcnzar cl jucgo!
El juego se Uamaba kick-the-can. Lo jugaba con mis hermanos mas chicos, Trampita, Torito y Ruben en dias de
clase cuando no tenia tarea, y los fines de semana cuando
no Uegaba tan cansado de trabajar en los campos.
— j A p u r a t e o me la pagas! — g r i t o Carlos impacientemente.
Me gustaba el juego, pero no me diverti^a jugando con
Carlos. El era mayor que yo y a cada rato me lo recordaba,
especialmente cuando no me ponfa de acuerdo con el. Si
queri^amos jugar, teniamos que seguir sus reglas. Nadie
podia jugar a menos que el quisiera. Vestia pantalon de
mezclilla ajustado y una camiseta blanca con las mangas
remangadas para mostrar sus musculos y guardar ahi su cajetilla de cigarros.
— i Andale, Panchirol — g r i t o Trampita—. N o nos hagas
esperar mas.
el hombro derecho—. T u seras el guardia — d i j o , senalando a Ruben—. Trampita, tu haz la base. Torito, tu trae
cl bote. Cuando Carlos daba las ordenes, v i a Manuelito
parado cerca de los botes de basura. En cada juego, c l se
paraba solito cerca de ahi porque Carlos no lo dejaba
jugar.
—Deja que Manuelito juegue — l e dijc a Carlos.
— ; N o ! —me grito enojado—. Ya te he dicho muchas
veces que el no pucdc jugar. Es demasiado lento.
— A n d a l e , Carlos, d^jalo jugar —insisti.
— i Q u e no! — v o l v i 6 a gritar, dandonos a Manuelito y
a m i una mirada amenazante.
— A n d a l e , Panchito, vete a jugar —me dijo Manuelito
n'midamente—. Solo me parare aqui para mirar.
Empezamos el juego y mientras jugabamos, me iba o l v i dando dc mis problemas. Incluso m i dolor dc cabeza desaparecio y asi seguimos jugando hasta que anochecio.
El reloj despertador sono muy temprano a la manana siguiente. Eche un vistazo por la ventana. Estaba aun oscuro
afuera. Cerre los ojos, tratando de dormir u n poco mas.
Pero Roberto, m i hermano mayor, salto dc la cama y jalo
las cobijas.
—jEs hora de levantarse! — d i j o , Cuando lo v i ponerse
su ropa de trabajo, recorde que teniamos que ir a trabajar y
no a la escuela. Senti los hombros muy pesados.
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Dc camino al trabajo, Papa encendio las luces de la
Carcachita para ver a traves de la espesa niebla que soplaba de la costa. La niebla cubri'a el valle todas las mafianas como una sabana gris muy grande.
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Gabriel se quito el sombrero y nos dimos la mano. Se veia
nervioso, pero se relajo cuando lo saludamos en espanol.
Despues de irse cl contratista, marchamos en linea al
final del campo, seleccionamos nuestro surco y comenza-
Ito, el aparcero, ya nos estaba csperando cuando lie-
mos a trabajar. A Gabriel le toco estar cnlre Papi5 y yo. Ya
gamos. Luego una camioneta negra aparccio. Podiamos
que era la primera vez que Gabriel cosechaba fresas, Ito le
verla a traves de la muralla de neblina, no lejos de donde
pidio a I^apa que le ensenara como pizcar. —Es facil, don
nos habiainos estacionado. El conductor se paro detras de
Gabriel —le dijo Papa—. Lo principal es que la fresa este
nuestra Carcachita y en un perfccto espanol ordeno al que
madura y no magullada o podrida. Y cuando se cause de
viajaha en la tina de la camioneta que se bajara.
estar en cuclillas, puede pizcar de rodillas. Gabriel aprendia
— i Q u i e n es? — l e pregunte a Papa, scnalando con el
dedo.
rapido mirando e imitando a Papa.
A las doce. Papa i n v i t o a Gabriel a comer juntos en
— N o senales -—me dijo Papa—. Es mala educacion.
nuestra Carcachita. El se sento a m i lado en el asiento tra-
Ese es el senor Diaz, el contratista. Dirige el campamento
sero, mientras Roberto y Papa se sentaron en el asiento de-
de braceros para la granja Sheehey. El hombre que esta
lantero. De su bolsa de papel saco una Coca-Cola y tres
con el es un bracero.
En su espanol mocho, Ito nos presento a Gabriel, el
hombre que aconipanaba al contratista.
Gabriel parecia pocos anos mayor que Roberto, Vestia
u n pantalon holgado de color marron y una camisa de
color azul descolorido. Su sombrero de paja lo traia ligcramente inclmado hacia la derecha. Tenia un par de largas y
oscuras patillas bien recortadas que hajaban hasta la mitad
de su cuadrada quijada. Su cara estaba curtida y las grietas
profundas de sus talones eran tan negras como las suelas de
sus guaraches.
sandwiches: uno de mayonesa y dos de jalea. — j O t r a vez!
Siempre nos da cl mismo almuerzo ese Diaz —protesto
Gabriel—. Estoy harto de esto.
—Puede comerse uno de mis taquitos —-le dije.
—Gracias, pero solo si aceptas este sandwich de jalea
—me respondio, acercandomelo. Mire la cara de Papa y
cuando v i su sonrisa, lo tome y le di las gracias.
—('Tiene familia, don Gabriel? — l e pregunto Papa.
—Si, y la extrafio mucho —le contesto con una mirada
distante—. Especialmente a mis tres hijos.
~ ; Q u e edad tienen? — i n q u i r i o Papa.
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— E l mas grande tiene cinco, el mediano tiene tres, y el
mas pequeno, que es una nina, tiene dos.
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El trabajo tambien era siempre lo mismo. Pizcabamos
desde las siete de la mafiana hasta las seis de la tarde. Sin
— u s t e d don Pancho? ^Cuantos tiene?
embargo, a pesar de que los dias eran largos, ansiaba ver a
— U n punado — l e contesto Papa sonriendo—. C i n c o
Gabriel y almorzar con cl todos los dias. Yo disfrucaba es-
muchachos y una nina. Todos viven en casa, gracias a Dios.
cuchandole contar historias y pl^ticas sobre Mexico, Se
—Es usted afortunado. Los puede ver todos los dias
sentia tan orguUoso de ser del estado de Morelos como
— d i j o G a h r i e l — . A los mios no los he visto desde hace
Papa de haber nacido en Jalisco.
meses. Conrinuo como si estuviera pensando en voz alra.
U n domingo, proximo al f i n de la cemporada de la fresa,
—Yo no queria dejarlos solitos, pero no tenia otra akerna-
Ito nos envio a Gabnel y a m i a trabajar para u n aparcero
tiva. Tenemos que comer, usted sabe. Les cnvio u n dine-
que estaba enfermo y que necesiraba ayuda extra ese dia.
rito para la comida y otras necesidades. Quisiera mandarles
Su terreno estaba al lado de los cultivos de Ito. Tan pronto
mas, pero despues de pagarle a Diaz cl alojamiento, co-
como Uegamos, Diaz, el contratista, comenzo a darnos or-
mida y transporte, poco me queda. Este Diaz es u n la-
denes. ~ O y e , huerquito, limpia la hicrba con el azadon
dron. Nos cobra demasiado por t o d o — . Despues de una
—me d i j o — , pero primcro quiero que tu y Gabriel me
pausa agrego—: Ese sinvcrguenza no sabe con quien se
ayuden a bajar el arado de la camioneta. Despues de ba-
rriete.
jarlo, el contratista at6 una punta dc una soga gruesa al
En ese momento escuchamos el sonido del claxon de
arado y acercandole la otra punta a Gabriel le dijo: —^Toma,
un coche. Era Ito, indicando que era hora de regresar a
ata esto alrededor de tu cintura. Quiero que ares los surcos.
trabajar. Nuestro descanso de media hora para almorzar
— N o puedo hacer eso — l e dijo Gabriel con una m i -
habia terminado.
Aquella tarde y por varios dias despues, cuando regresabamos a casa del trabajo, estaba muy cansado para jugar
rada dolorosa.
— ; Q u e quieres decir con que no puedes? —le respondio cl contratista, ponicndosc las manos en la cadera.
afuera; me iba directo a la cama despues de cenar. Pero
— E n m i pais los bvieyes jalan los arados, no los hombres
cuando me acostumbre a la pizca dc la fresa, v o l v i a jugar
—replico Gabriel, inclinandose el sombrero para atras. Yo
kick-the-can.
El juego era siempre lo mismo: jugabamos
con las reglas de Carlos. Y el nunca dejaba participar a
Manuelito.
no soy animal.
—Pero este no es tu pais, jidiota! j O haces lo que te
digo o te corro! —amenazo el contratista.
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— N o haga eso, por favor —suplico Gabriel—. Tengo
una familia que sufre hambre.
— A m i no me importa n i u n centavo tu tiznada familia
—rcplico el contratista, agarrando a Gabriel del cuello dc
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inanana. Eso me hacia ponerme triste y enojado. A s i como
corraba la maleza, Gabriel maldecia. Esa misma tarde,
cuando llegue a casa, me sentia muy intranquilo. Sali
afuera a jugar kick'the'Can.
— l A n d c n l e , muchachos,
la camisa y empujandolo. Gabriel pcrdio cl balance, y se
vamos a jugar! — g r i t 6 Carlos, poniendo su pie derecho
cayo de espaldas. Luego el contratista lo pateo de u n lado
bohre el bote.
con la punta de su bota. Gabriel se levanto de golpe,
apreto los punos y se lanzo en contra del contratista.
Blanco como fantasma, Diaz retrocedio. — N o seas estupido, piensa en tu familia — d i j o cl contratista, tartamudeando — . Gabriel se contuvo, sofocado de rabia. Sin
quitarlc los ojos de encima a Gabriel, el contratista se
deslizo hacia su camioneta y arranco, dejandonos en una
nube de polvo.
Yo me asuste. Nunca antes habia visto una pelea
de hombres. Sentia seca la boca, las manos y piernas me
Fui hacia donde estaba Manuelito sentado en cl suelo,
recargado en uno de los botes de la basura, — ^ N o oistc a
Carl<is/ Vamos a jugar — l e dije a Manuelito en voz alta
para que Carlos me oyera.
— N o cstas hablando en scrio — m e conresto Manuelito, levanrandose lentamente.
—Si, til tambien —insisti.
—/De veras, Carlos? —pregunto Manuelito,
—[No, largate! — l e grito Carlos.
temblaban. Gabriel avento su sombrero al suelo y dijo
Manuelito metio las manos en los bolsillos de los pantnlones y se fue.
enojado: —Ese Diaz es un cobarde. El piensa que es un
—^Si Manuelito no juega, yo tampoco —le dije a Carlos.
gran hombre porquc los administra el campamento de los
braceros a los duenos. jEl no es nada mas que una sanguijuela! Y ahora me quiere tratar como animal. [Ya basta!
Entonces, recogiendo el sombrero y poniendoselo anadio:
— E l pucdc robarmc el dinero. Me puede correr. Pero no
puede forzarme a hacer lo que no es justo. El no puede h u millarme y quitarme la dignidad. Eso no lo puede hacer.
Todo el dia, mientras Gabriel y yo quitabamos la
hierba, continue pensando en lo que habia pasado esa
Tan pronto como lo dijc, m i corazon comenzo a latir rapidamenre. Sentia que las rodillas me temblaban. Carlos se
acerco a m i . Estaba que echaba fuego por los ojos.
— ; M a n u e l i t o no juega! —me grito en la cara. Enton(^^es me echo la zancadilla y me cmpujo. Cai de espaldas
como piedra. Mis hermanos corrieron a levantarme.
— [ T u puedes avencarme, pero no me puedes forzar a
jugar! —le grite. Me aleje, sacudiendome el polvo de la
ropa.
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Trampita, Torito, Ruben y Manuelito me siguieron a
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Cuando llegamos a casa, no queria jugar
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kick-the-can.
nuestra barraca. Carlos se quedo solo en medio del circulo.
Solo queria estar solo, pero mis hermanos no me dejaron.
Miraba el bote y, de vez en cuando, nos daba ojeadas. Des-
Ellos me siguieron pidiendome que jugara.
pues de unos segundos, enderezo la cabeza, escupio en el
Finalmente acepte cuando Manuelito se acerco y se
suelo, se acetco a nosotros fanfarroneandose y dijo: —Esta
unio al grupo. —Por favor, aunque sea solo un juego —me
bien, Manuelito puede jugar.
suplico.
Gritando con jubilo, Manuelito y mis hermanos empe-
—Esta bien, pero solo uno —conteste.
zaron a saltar como chapulines. Yo queria hacer lo mismo,
Emparejamos nuestros palitos para ver quien seria el
pero me aguante. N o queria que Carlos viera lo feliz que
guardia. Le toco a Carlos. Mientras el contaba hasta el
estaba.
vcinre con los ojos cerrados, corrimos a escondemos. Yo
A l siguiente dia por la manana, cuando I t o nos dijo que
me escondi detras de u n arbol dc pimiento que estaba
el contratista habia corrido a Gabriel y lo habia mandado
al lado del excusado. Cuando me encontro Carlos, grito
de regreso a Mexico, senti como si alguien me hubiera
—[Encontre a Panchito! El y yo corrimos para alcanzar el
dado una patada cn el esromago. N o me podia concentrar
bore. Yo lo alcancc primero y lo patee con todas mis fuer-
en el trabajo. A veces n i siquiera me movia. Para el
zas. El bote volo en el aire y fue a caer en uno de los botes
tiempo en que yo recogia una caja. Papa ya habia reco-
de basura. Esa fue la ultima vez que jugue el juego.
gido dos. El termino su surco, empezo otro y se me acerco.
— i Q u e te pasa Panchito? —me pregunto—. Vas muy despacio. Necesitas apurarte.
—Es que me quedo pensando en Gabriel —le conteste.
—^Lo que hizo Diaz estuvo muy mal, y algCin dia pagara
por eso, si no cn esta vida, en la otra —me d i j o — . Gabriel
s o b hizo lo que tenia que hacer.
Papa me animo dandome varios pufiados de fresas que
pizco de m i surco. C o n su ayuda pude tcrminar ese dia tan
largo.
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