La puesta en escena de lo cotidiano familiar. Centralidad del espacio como dimensión significante en La Ciénaga de Lucrecia Martel. Agustina Pérez Rial Lic. en Ciencias de la Comunicación, Facultad de Ciencias Sociales. Actualmente cursando la Maestría en Análisis del Discurso, Facultad de Filosofía y Letras, UBA [email protected] Resumen:* Esta ponencia se inscribe en el marco del proyecto “Performance y vida cotidiana II” dirigido por María Araceli Soto y Oscar Steimberg, que indaga sobre dos grandes áreas: por un lado, la dimensión estética de las prácticas de la vida cotidiana y, por otro, la construcción mediática de esa esteticidad. Sobre esta segunda línea se inserta este trabajo que busca profundizar en el estudio de las configuraciones espaciales y su centralidad narrativa en el primer film dirigido por Lucrecia Martel, La Ciénaga (2001, 35mm, color, 102 minutos). Tomando como base el tránsito de los personajes por unas plantas arquitectónicas nunca develadas en su totalidad, Martel trabaja en La Ciénaga sobre la centralidad de dos espacios: la cama y la pileta. Entendemos que el análisis de estos locus nos permite avanzar en un estudio de las coordenadas que el NCA estableció para poner en escena lo cotidiano, alterando los modelos clásicos de representación no sólo a nivel temático o retórico, sino también enunciativo *El resumen ha sido modificado para adaptarse al recorte realizado para esta ponencia. Palabras clave: espacio - cotidiano - puesta en escena - enunciación 1 La puesta en escena de lo cotidiano familiar. Centralidad del espacio como dimensión significante en La Ciénaga de Lucrecia Martel. Esta ponencia se propone avanzar en un estudio de la construcción de los espacios cotidianos en el cine de Lucrecia Martel, y se inscribe en el marco del trabajo realizado para la tesis de Maestría en Análisis del Discurso (UBA) que se focaliza en el análisis de las modalidades de puesta en escena de lo cotidiano familiar mediatizado por el cine argentino de ficción producido por mujeres en el período comprendido entre 1995-2010. Partiendo de la hipótesis de la existencia en los nuevos textos cinematográficos de quiebres en los verosímiles tradicionales de representación de lo cotidiano familiar (caracterizados en estudios como los de España, 2000; Berardi, 2006), nos interesa indagar la manera en la que los espacios de lo cotidiano son puestos en escena, qué lugares aparecen representados, cuáles son las coordenadas que guían esa representación, y cuál es construcción de la mujer como punto clave de configuración y convergencia de esa puesta en escena. En esta presentación, nos focalizaremos en el análisis del primer film dirigido por Lucrecia Martel, La Ciénaga (2001, 35mm, color, 102 minutos), desde una perspectiva que aborda la centralidad narrativa que adquiere la construcción de los espacios. Para ello, nos valdremos de una indagación de las modalidades de producción de sentido que toma como eje el abordaje de la puesta en escena del texto fílmico. El espacio no sólo nunca es neutro frente a la subjetividad de los personajes que accionan en él, sino que además es imposible disociarlo de su dimensión significante (Verón, 1993). El espacio inviste de sentido al “ser y estar” de los personajes a través de múltiples relaciones narrativas e interdiscursivas, y a la vez, los personajes se posicionan de una manera particular en él, ya sea afirmándolo, negándolo, prescribiéndolo, o dudando. Desde su primer corto, Rey Muerto (1995, 35mm, color, 12 minutos), las producciones de Martel han otorgado un rol narrativo central a la construcción del espacio, que no es mero telón de fondo de las acciones que en él se sobreimprimen, sino que actúa como uno de los aspectos centrales en el devenir de la trama. El entorno cotidiano, en tanto contexto en el que se desarrollan las interacciones familiares ―tópico clave en el cine Martel―actúa también como interfaz de contacto con el afuera, con el mundo, y pocas son las escenas que trascurren más allá de sus límites. Tomando como base el tránsito de los personajes por unas plantas 2 arquitectónicas nunca develadas en su totalidad, Martel trabaja en La Ciénaga sobre la centralidad de dos espacios: la cama y la pileta. Entendemos que el análisis de estos locus nos permite avanzar en un estudio de las coordenadas que el NCA estableció para poner en escena lo cotidiano, alterando los modelos clásicos de representación no sólo a nivel temático o retórico, sino también enunciativo. Sobre las modalidades de producción de sentido vinculadas a la puesta en escena de lo cotidiano, a través del trazado de los espacios y de las interacciones que estos habilitan dando origen al devenir de la trama, es que avanzará este trabajo desde un enfoque que toma como base un abordaje socio-semiótico del film y que tiene como propósito pensar algunas de las principales características que distinguen la poética propuesta por el texto analizado. Lo cotidiano en el cine argentino de ficción La cinematografía nacional ha tenido desde sus comienzos a la representación de lo cotidiano familiar como uno de sus temas dilectos. En la década del ´50, por ejemplo, la construcción de la familia se convirtió en el gran relato de época (Cfr. Berardi, 2006; España, 2000). En la puesta en escena se despliegan operaciones en las cuales se asumen distintas convenciones, algunas de ellas vinculadas al verosímil de género y otras al verosímil social. Es en la articulación entre ambas instancias, en sus cruces e hibridaciones, donde se van configurando distintas representaciones que permiten pensar la centralidad de la dimensión significante de la puesta en escena. La representación de lo cotidiano familiar, como la de los distintos temas y motivos que atraviesan los textos fílmicos, ha ido mutando y con ella han cambiado también los verosímiles que la sustentan. El investigador argentino Mario Berardi (2006) ha realizado un estudio sobre el tema que publicó con el título La vida imaginada. Vida cotidiana y cine argentino. La tesis que allí queda expuesta relaciona la etapa de consolidación de la industria cinematográfica en el país, desde los comienzos del cine sonoro en 1933 a los años ’70, con la conformación, auge y caída de un modelo de representación sólido que trasvasaba con sus características a las distintas producciones: el modelo de representación sentimental u optimista. 3 Así es la vida (Francisco Mugica, 1939) pone en escena la historia de una familia y sus hitos de constitución. Los encuentros de la familia alrededor de la mesa familiar funcionan como puntuación de la trama. Este modelo, retoma recursos del melodrama y afinca sus historias en relatos de costumbres. El cruce da por resultado un sistema de representación estable, los films parecen señalarnos que la vida de todos los días es impensable sin una familia y un hogar, sin sentimientos de amor, dignidad y decencia. Es un momento en el que la gran mayoría de las producciones nacionales apelan al mismo repertorio de figuras para poner en escena los interiores hogareños. La tópica a la que recurrió el modelo tradicional se convirtió así en una reserva de estereotipos, de temas consagrados, pero también en modos de tratar esos temas, en una codificación que alcanzó no sólo a los contenidos, sino también las formas en que estos fueron representados cinematográficamente. Será recién a mediados de los ´50, cuando la hegemonía y productividad del modelo sentimental sea puesta en entredicho por directores como Leopoldo Torre Nilsson que sin abandonar la representación de lo cotidiano, cuestionan las argumentaciones positivas en torno a la familia y los finales felices como única posibilidad del devenir narrativo. Estas modificaciones afectan el plano de la representación espacial, con la presencia de nuevos territorios (entre ellos, la ciudad) y viejos espacios que se encuentran enrarecidos (como la mesa familiar, una figura que obtuvo centralidad diegética en el modelo sentimental como espacio de unión familiar), y se producen, también, alteraciones en las formas de representación de la temporalidad. El tiempo heterogéneo de lo cotidiano irrumpe en las diégesis y ganan escena los “tiempos muertos”, dando por resultado relatos en los que el futuro resulta incierto para los personajes. 4 En los apartados que siguen profundizaremos en un análisis de las modalidades de puesta en escena del universo de lo cotidiano en el film de Lucrecia Martel. Para ello, planteamos algunos interrogantes: ¿Cómo altera esta película las modalidades tradicionales de representación? ¿Cómo inciden estas modificaciones en la transformación de los verosímiles de género y sociales? Y, centralmente, ¿cómo impacta esta mise-en-scène en la articulación de nuevas narrativas sobre lo cotidiano familiar? El espacio como materia significante. Desmontando espacios En el cine, como en toda las producción significante, no existe contenido que sea independiente de la forma a través de la cual se expresa. La idea de una interacción entre la forma y el contenido no es nueva: sin salir de los discursos sobre el cine, podemos encontrarla tanto en Eisenstein, en Bazin, como en Metz, quien afirma que el verdadero estudio del contenido de un film debe suponer necesariamente el estudio de la forma de su contenido (Cfr. Metz, [1967] 2002). Estudiar el espacio en un film implica pensarlo desde distintas dimensiones. A nivel de su análisis retórico, lo que nos interesa es dar cuenta de cómo ciertas decisiones vinculadas a la puesta en escena (encuadres, posición y movimiento de cámara, montaje, música, efectos sonoros, ambientación) inciden de manera directa en su consolidación no sólo como escenario que contiene el devenir de la historia y la interacción de los personajes, sino como actante de una trama que hace de la construcción espacial ―visual y sonora― uno de sus núcleos narrativos. Una noción que se presenta como subsidiaria para pensar el tratamiento del espacio ―y del tiempo― es la de cronotopo. Según Mijail Bajtín, el cronotopo es el modo en el que una obra asimila y procesa la percepción del tiempo y del espacio, no cómo categorías trascendentales sino ideológicas (Cfr. 1986). En la película analizada de Martel ―como así también en sus restantes producciones― el trabajo sobre las modalidades cronotópicas de representación aparece brindando claves hermenéuticas para acercarse a los films. El título mismo de la película objeto de nuestro análisis, La Ciénaga, se presenta como una metáfora que remite a aquello cuya existencia se advierte “cuando ya es tarde y uno a empezado a hundirse en el barro” (Oubiña, 2007: 21), actuando como figura que extiende su pregnancia semántica sobre los distintos espacios escenificados. A su vez, la siesta como metáfora de la vivencia de un tiempo suspendido da cuenta también de una 5 manera singular de concebir la temporalidad ―no como sujeta al devenir de la narración― sino como fundamento mismo de la historia. Abordar el espacio como materia significante ―y en él la puntuación de ciertos objetos― nos permite consolidar como eje de nuestra investigación un locus complejo en el que se interceptan distintos niveles de análisis. En la puesta en escena del interior de una casa se dirimen una serie de elecciones que no tienen que ver sólo con el realismo o naturalismo que se pretenda de una imagen, con el nivel de lo descriptivo, sino que se vinculan estrechamente con la narración. Escamotear los límites de una topografía, convertirla en un espacio de fronteras difusas, cerrar los planos de manera tal que el fragmento no situado sea la regla y no la excepción, son sólo algunos de los recursos utilizados por la directora. Desmontar las operaciones de producción de sentido que subyacen a esta miseen-scène de dos de los espacios privilegiados para escenificar lo cotidiano en el cine de Martel será el objetivo de este análisis. “La Ciénaga”, una poética de la horizontalidad Escenas de la cotidianeidad en un verano caluroso del noroeste argentino, la película exhibe dos formas de relación familiar desgarradas, una de manera más extrema que la otra. Recuperando la familia como un lugar de observación de la sociedad, con el propósito de mostrar los ambiguos vínculos afectivos entre los parientes, su relación con el espacio que los rodea y sus percepciones sobre los fenómenos locales (como la aparición de una virgen en el tanque de agua de la casa de una vecina), el film de Martel cuestiona una forma de abordar temáticas que parecieran subsumir las tramas a la necesidad de un conflicto central que las ordene. La película está construida sobre la base de dos territorios que se oponen en su puesta en escena. Por un lado, la finca La Mandrágora, en la que se cosecha y seca el pimiento rojo y en la que pasan los veranos Mecha (Graciela Borges), su esposo Gregorio (Martín Adjemián) y sus hijos, con su pileta de agua estancada y sus dos mucamas, Isabel (Andrea López) y Mamina, que operan como ayudantes al mantenimiento de un orden familiar que se derrumba; y por otro, la casa de Tali (Mercedes Morán) y Rafael (Daniel Valenzuela) donde, a pesar de los juegos de los más chicos, las corridas de carnaval y los espacios reducidos, ambos están atentos al bienestar y el cuidado de sus cuatro hijos. En la caracterización de estos espacios se condensa también la descripción de 6 estas dos familias: si en La Mandrágora el accidente es la norma, un rumor constante, y los cuerpos en el transcurrir del film van quedando marcados; en la casa de Tali, eso que acecha no es variable, sino que toma la forma de un mito o una leyenda, que viene de afuera ―de Vero (Leonora Balcarce), la sobrina, que cuenta a sus hermanos y primos la historia del perro-rata, dando forma con su fábula a los ladridos que vienen más allá del muro del jardín―. Construida como el relato del tránsito entre estos territorios, de chicos que circulan y adultos que eligen ―o se ven reducidos― al sedentarismo, La Ciénaga otorga centralidad narrativa a dos espacios: la cama y la pileta. En ambos, la horizontalidad de los cuerpos es la regla. En este sentido, el inicio mismo del film, con esos seres que deambulan a un costado de la piscina arrastrando reposeras y copas en planos medios que optan por mostrar torsos recortados y no rostros, da cuenta de un punto de vista que será recurrente ―aunque no fijo― y que toma como base la ubicación de la cámara a una altura que bien puede identificarse con la mirada de un niño, bien con la de un adulto recostado en una cama. La pileta de La Mandrágora, un espacio clausurado para la inmersión que sólo habilita en sus contornos la sociabilidad de grandes y adultos. La(s) cama(s) ―centralmente la de Mecha, pero también la de Isabel― y la pileta son espacios en torno a los cuales orbitan los personajes. Si la pileta es un territorio clausurado con su agua turbia y estancada, y la sociabilidad de adultos y niños sólo es posible en sus confines, en sus alrededores; la cama es un espacio abierto, en el 7 que todo es compartido. En la película, los personajes femeninos pasan la mayor parte del tiempo en la habitación. Construida como un espacio interior y claustrofóbico, en el que la tenue iluminación es reforzada por los gestos de la protagonista, Mecha, que apaga las luces o entorna las ventanas. En la cama irrumpen visitas y familiares, y en ella el cuerpo tendido de Graciela Borges gana centralidad, comunicándose con el exterior a través de dispositivos como el televisor o el teléfono. La cama de Mecha aparece como el espacio privilegiado diegéticamente para dar cuenta de las modalidades de sociabilidad de la familia. Aquel rol otorgado a la mesa o al living como espacio de comunión familiar en los films de Martel aparece representado con otras coordenadas. Es la cama como espacio, y la habitación como territorio, los que marcan los límites de la sociabilidad familiar. Al interior de estas fronteras que delimitan un espacio privado, la directora establece un nuevo lugar para el encuentro de la familia. La ausencia de un conflicto central a nivel del relato, reforzada por una puesta en escena que remarca la horizontalidad a la que están sumidos los cuerpos adultos del film, conduce al espectador a una sensación de ausencia de devenir en el relato. Sin embargo, y más allá de esta primera apreciación, en La Ciénaga todo el tiempo pasan cosas, más o menos accidentales, como la caída de la protagonista que da inicio al relato, y la muerte del niño con la que culmina el film. Dos acontecimientos que devuelven esos cuerpos ―adulto e infantil― a la horizontalidad y el quietismo. Consolidados como dos espacios en los que la poética propuesta por Martel se 8 expande, la cama como espacio privado que se vuelve público y la pileta como espacio público que se encuentra tácitamente vedado, ambos permiten dar cuenta en su caracterización y análisis de las mutaciones que han sufrido los verosímiles de representación de lo cotidiano familiar en el cine argentino. La construcción de espacios como síntoma de un sistema de clasificación estresado Focalizar nuestro análisis en la construcción de dos espacios particulares como la cama y la pileta, claves en la socialización e interacción de los personajes y en la puesta en escena del devenir cotidiano propuesto por este film, nos permitió observar las repercusiones de las reconfiguraciones poéticas a nivel temático. Si en los tiempos del modelo de representación sentimental una codificación por el género contribuía a la solidez en la construcción de temas y motivos, en el denominado Nuevo Cine la consolidación de una poética más ligada a la noción de estilo ―de época y de autor- gana centralidad. El cine contemporáneo se articula, así, sobre convenciones estilísticas que se manifiestan en la tensión entre una relativa previsibilidad social y un rasgo de “acto sintomático y diferenciador (con respecto a la historia y el contexto cultural)” (Steimberg, 1998:60). El cine argentino ya no construye ―como si lo hizo tradicionalmente― una visión ordenada, completa y tranquilizadora de ese pequeño mundo de lo cotidiano (en términos de Heller, [1970] 2002); sino que se vale de un punto de vista inestable, que en este film aparece identificado con la visión de un niño o de un adulto confinado a la horizontalidad, dando cuenta de lo provisorio y contingente de cualquier intento de certeza representativa. Si en los filmes del modelo tradicional el verosímil social y el verosímil de género establecían interrelaciones altamente convencionalizadas por los géneros fuertes, hoy la manera en la cual aparecen interactuando no presenta esos grados de codificación. Esto sucede como si el sistema clasificatorio apareciera estresado y necesitara para organizar estos textos categorías de otro orden. La ampliación de los territorios de lo cotidiano familiar opera como síntoma de un sistema que ha visto alteradas las coordenadas con las que históricamente ha consolidado su sistema de representación. Las películas no responden de forma rígida a los cánones de género, y en esto coincidimos con Ana Amado (2002), quién afirma que hoy el criterio de género resulta insuficiente para “contener la producción tanto numérica como estilística de los últimos años”. Dirá Amado (2002): hoy “el 9 género devino estilo”, y esto es notorio sobre todo en las producciones del Nuevo Cine. En el caso de Martel, y más específicamente de La Ciénaga, se propone una puesta en escena del espacio familiar que favorece un proceso de anamorfosis de lo cotidiano. De ahí que distintos análisis (Aguilar, 2010; Oubiña, 2007) hayan leído en el film una muestra de la manera en la que el hogar desplaza su campo semántico como espacio de lo conocido y lo previsible, a un espacio que es heterogéneo y desconocido, que admite nuevas figuras en su construcción y que irremediablemente se ve rasgado por un afuera que no se presenta menos unheimlich (siniestro, ominoso) que el adentro. Este film, texto clave de la nueva cinematografía, pone en escena un intento por trabajar también la identidad desde lo cotidiano, desde aquello que vemos pero no observamos. Espacios representados, ausentes y diferencialmente modalizados dan cuenta así de una nueva propuesta que impregna los distintos niveles de producción de sentido del texto fílmico. De esta manera, La Ciénaga hace de la representación espacial un aspecto central no sólo por las innovaciones que introduce a nivel retórico ―por ejemplo, en el uso del sonido― o temático ―echando por tierra los verosímiles remanentes y sus argumentaciones positivas en torno a la familia―, sino también por convertir la topografía en una forma privilegiada de narrativa. Bibliografía: Aguilar, Gonzalo (2010): Otros Mundos. Ensayo sobre el nuevo cine argentino. Buenos Aires: Santiago Arcos Editor, Biblioteca Km 111. Amado, Ana (2002): "Cine argentino. Cuando todo es margen". En Pensamiento de los Confines, Nº 11, septiembre. Aumont, Jacques et al. (2008[1983]): Estética del cine. Espacio fílmico, montaje, narración, lenguaje”. Argentina: Paidós. Bajtín, M. ([1979] 1982): Estética de la creación verbal. México: Siglo XXI Ediciones. ------------ (1986): “Formas del tiempo y el cronotopo en la novela (Ensayos sobre poética histórica)”. En Problemas literarios y estéticos. 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