RESPECTO DE LA VACA - Juan Carlos Lavarello

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RESPECTO DE LA VACA
Vez pasada, en un prestigioso diario de mi ciudad, en un espacio altamente denso en
pensamientos interesantes, a cargo de una distinguida periodista, leo: “¿Hay algo más triste
que la mirada de una vaca?” Esta frase me llama a reflexionar, y reflexiono. En primer
lugar podría crearse con esto una dicotomía: por el lado de la tristeza, y por el lado de la
vaca. Por el lado de la tristeza no vale la pena avanzar, porque encontramos un montón de
cosas más tristes, por cierto, que la mirada de una vaca, y nos damos cuenta de que su
enumeración, lo único que lograría sería deprimirnos… si es que estamos un poquito
depresivos; y como la época actual, y los tiempos que corren favorecen demasiado esta
situación, tomemos entonces por la otra senda, la de la vaca; y hagámoslo rápido, porque si
ella se nos adelantó, corremos peligro de pisar algo inconveniente. (Gracias a Dios no
vuelan). Veamos: El antecedente que me viene más rápido a la memoria respecto de la
mirada vacuna (no bovina) es algo de Castelao. Este galaico humorista, en su famoso “Un
Ollo de Vidro” comienza diciendo “Cierto día me miró una vaca. ¿Qué opinará de mí?,
pensé yo, y en aquel instante la vaca bajó la cabeza y siguió comiendo el pasto. Ahora
pienso que la vaca solamente dijo: ‘Bah, no era más que un hombre con anteojos’. Y a lo
mejor no soy más que lo que pensó la vaca.” Y sigue filosofando al respecto.
Yo no sé si realmente la vaca habrá pensado eso, o si habrá pensado, simplemente. Lo
cierto es que debe haberlo mirado. Porque no hay seres más mirones que las vacas.
Cuando pasamos en tren, algunas levantan la cabeza y nos miran. Indudablemente les llama
la atención el movimiento y el ruido. Nada más que eso, porque no creo que tengan estos
cuadrúpedos sentido de la perspectiva, ni puedan pensar – como los humanos – que el tren
sea “un gran dragón llameante” o “un monstruo rugiente”, que pueda hacerles algún tipo de
daño. Sin embargo, basta con que algunas – no todas – de las vacas que pastan junto a la
vía levanten la cabeza, para que el vano rey de la creación diga a su esposa o novia: “Y no
te quedes ahí embobada, como vaca mirando el tren”.
Primero, porque muchas otras vacas allí presentes ni siquiera levantaron la cabeza para
mirar el tren, ya que, aparte de estar concentradas en lo que hacían – la vegetal ingesta (o
tal vez preparándose para lo contrario) – tomaron el ruido del tren, y quizás su
desplazamiento, como lo más natural del mundo, del mismo modo que actuarían ante la
lluvia o el viento, dándoles olímpicamente la espalda, o las ancas, ya que no puedo decir
asentaderas, porque ellas, con las ancas, no se sientan.
Comprendo que generalicé de manera algo apresurada al decir que no hay seres más
mirones que las vacas. Mea culpa. Pero que las vacas tienen ojos, tienen. Y grandes y
redondos como muy pocos otros. Y como los tienen siempre abiertos y con poca o ninguna
expresión, ya que por lo menos no podemos captar si con su mirada quieren decir algo (o
mugir algo, quizás). Entonces nos dedicamos a adjudicarles intenciones en la mirada; como
si les colocáramos medallas o cucardas a los ejemplares de exposición, que exposición es
cuando los humanos miramos a las vacas. Pero volvamos al tema que motiva esta reflexión,
que es cuando nosotros nos damos cuenta, o creemos que ellas nos miran a nosotros.
Así como nosotros solemos ir a trabajar, o a pagar los impuestos, o a la peluquería o al
supermercado, las vacas van al matadero. Y podríamos decir que lo hacen en colectivo,
porque van amontonadas, si bien nunca tanto como solemos hacerlo los humanos, porque el
camionero sabe que caben tantas por jaula, en cambio – que yo sepa – ningún colectivero
deja de subir pasajeros porque el coche haya llegado a su capacidad máxima. A veces no
sube a nadie y pasa a toda velocidad por las paradas, pero eso únicamente cuando llueve.
La diferencia (a veces inexistente) del viaje de las vacas con el de los humanos consiste en
que ellas lo hacen por única vez. De vuelta, salen convertidas en todos aquellos productos y
subproductos que figuran en los textos escolares y motivan increíbles composiciones en
esos pequeños seres que en nuestros tiempos llevaban guardapolvos blancos, corbata azul a
pintitas en forma de moño, y una imaginación digna de un Arthur C. Clarke, o un
Bradbury, por decir algo.
Y nosotros, a las vacas, a esas mismas vacas de las que masticamos gustosos su carne,
bebemos su leche, vestimos su cuero y un montón de etcéteras, a esas mismas vacas que
usamos como un bien mueble (o mejor semoviente). A esas mismas vacas, las
compadecemos. Y creemos que las compadecemos.
E interpretamos que esa mirada grande, fija e inexpresiva con que miran desde el camión es
de tristeza.
O de nostalgia, quizás, del potrero de su niñez.
Por las dudas, recomiendo no hacer como mi cuñada, que en una ruta de nuestra Argentina
fue a pasar un camión jaula lleno de vacas (¿nostalgiosas? ¿tristes?) con su auto
descapotable.
Recibió, como es de suponer, una buena ducha… En fin, algo parecido a lo que habría
sucedido si en vez de pasar junto a un camión de ganado lo hubiera hecho junto a un
mionca con lo muchacho que vuelven de la cancha… ¡Somos tan humanos los humanos!
¡Son tan vacunas las vacas!
Respecto de la mirada de las vacas – hembras son - ¡De malintencionadas interpretaciones
me libre el Señor!, es una mirada diferente de la del toro o del buey. El toro embiste
ciegamente, tan ciegamente que el torero simplemente con esquivarlo, ¡zafa! El buey, tiene
mirada de zombi… de toro al que lo han destorado. De bestia que no es nada.
Pero la vaca… La vaca cuando embiste con los ojos bien abiertos, cuajados de no sé qué
nostalgia, no sé qué tristeza, si doblas a la izquierda, dobla. Y si lo haces a la derecha,
también. No tiene prejuicios políticos ni de ningún otro tipo. Y dije al principio del párrafo
anterior lo de las interpretaciones, porque me acordé de lo que dijo un escritor
norteamericano respecto de las mujeres, que cuando están con nosotros en una reunión, son
capaces de mirarnos fijamente, aparentemente embobadas, mientras se están fijando qué
tiene puesto Fulanita, que está a dos metros detrás de nosotros, y vigilando por dónde viene
el mozo con los sándwiches… ¡Somos tan machistas los toros! Digo, ¡Son tan feministas
las vacas!... Bueno, no sé.
GENERALPACHECO1994-MODIFICADO EN DIC.2010JUANCARLOS LAVARELLO
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