INSTITUTO DE ESTUDIOS ESTRATÉGICOS DE BUENOS AIRES China: Un Enfoque desde la Filosofía Política. Abstract 21 Sep 06 El presente artículo está basado en un trabajo de investigación realizado para la materia Relaciones Internacionales del Este de Asia, de la carrera de Magíster en Ciencia Política (mención Relaciones Internacionales) de la Pontificia Universidad Católica de Santiago de Chile. El titular de la materia, Dr. Manfred Whilhelmy Director de la Fundación Chilena del Pacífico- lo calificó con la máxima nota del rango trasandino, recomendando su publicación. Es un análisis crítico del régimen comunista chino. La tesis central afirma que ese régimen corrupto y criminal hubo de recurrir a la economía de mercado para salvarse de la bancarrota y el hundimiento. Indaga los orígenes del actual gobierno e insiste en los inexplicables olvidos del mundo occidental acerca de las violaciones sistemáticas a los derechos humanos que en China se cometen. Con fecha Diciembre de 2005, está dedicado a la memoria de mi amigo y condiscípulo el Magíster Coronel del Ejército de Chile Don Carlos Valenzuela Contreras, cuya vida se apagó por aquéllos días, dejando en el recuerdo su entusiasmo, su inteligencia y su heroica actitud ante la inminencia del fin. Bien le caben las palabras que el griego Jenofonte pronunció para Sócrates: “lo tuve por hombre realmente feliz” (Memorables Recuerdos de Sócrates, l, 6). 1) Introducción La distinción teórico-epistemológica entre hecho y valor ha determinado que el curso de la abrumadora mayoría de las investigaciones de las ciencias culturales, en general y politológicas, en particular, se remitan a la elucidación de los hechos, despojados de toda “envoltura” o carga “subjetiva”, esto es, “valorativa”. Incluso se pretende que el análisis político que despliegue consideraciones sobre lo bueno y lo malo de los regímenes políticos, no es ciencia, sino opinión. Ésta peculiar manera de enfrentar los procesos y regímenes políticos es hija del positivismo comtiano, para el cual la superioridad de la edad de la ciencia, en relación a la edad teológica y metafísica, reside en la búsqueda del cómo y no del por qué. Sin embargo, el desplome de los regímenes del “socialismo real”, abrió paso a una literatura analítica y a la vez juiciosa, en el sentido de lo que la captación verdadera el “ver con claridad” de Platón- implica. La presente investigación retoma -en la medida en que nos es dado hacerlo- la Ciencia Política en el sentido en que la entendía la tradición clásica, que hoy podemos denominar filosofía política. La tesis central con la que desechamos la distinción hecho-valor, es que una Ciencia Política incapaz de determinar conceptualmente si un régimen es bueno o malo, es como una Medicina que no sepa distinguir la salud de la enfermedad o una Estética que no se pronuncie sobre lo bello o lo feo, o una teoría musical incapaz de distinguir el ruido, de la música. Es decir, retomamos la unidad de lo político, lo útil y lo justo, característico de la tradición. 1 Por lo tanto, abordamos a China desde un marco teórico que integra, en su conceptualización, la radical problemática que encierra la coexistencia entre un régimen totalitario y una economía de mercado. Ningún pensador serio de la zaga de los que hoy suelen caracterizarse -incluso desecharse- como “filósofos políticos”, en realidad los verdaderos fundadores de la Ciencia Política, hubiese dejado de lado en el análisis esta patente cuestión. Ni siquiera un marxista serio -sea Marx, Lenin o el mismo Mao- hubieran pasado por alto la “contradicción” en el interior de una misma “formación social” entre la “base” -crecientemente capitalista- y la “superestructura” –socialista-. Porque para los filósofos políticos los regímenes no son aleaciones desprovistas de supuestos y condiciones de posibilidad. Por el contrario, las cuestiones hoy descalificadas como “metafísicas” -como la cuestión de qué es la naturaleza humana- están en la base de los sistemas políticos y económicos. Partimos, pues, de la tesis de la democracia liberal como creación específica de una particular tradición filosófica en la que participan filósofos como Hobbes, Locke, Hume, y Adam Smith. Constatamos, por cierto, que el análisis de los fundamentos teóricos de la democracia liberal suele caer en el olvido cuando se abordan cuestiones concretas como la del régimen comunista chino. Sin embargo, éste usual olvido supone la prescindencia de la realidad respecto de las ideas, lo que está en las antípodas de nuestra tesis y nuestra conceptualización. Porque, como decía Nietzsche: “Los pensamientos que avanzan a paso de paloma dirigen al mundo” ¿Cuál es el pensamiento que está en la base de la democracia liberal? ¿De qué particular idea filosófica depende el capitalismo? Lógicamente, responder preguntas de éste tipo demanda una investigación que sobrepasa en mucho el espacio acotado que tenemos, en ésta particular circunstancia. Conviene, sin embargo, que retengamos una serie de principios tomados de Locke y de Adam Smith, cuyo influjo nos parece singularmente relevante. Para Locke, el estado de naturaleza se caracteriza por la ausencia de un juez común y de toda ley, a no ser la ley natural (Locke, 2004); así, el estado de naturaleza: “no es sin embargo un estado de licencia…tiene una ley de la naturaleza por la que se gobierna y que obliga a todos…en todos los estados de los seres creados susceptibles de leyes, si no existe ley, tampoco hay libertad…y la razón, que coincide con ésta ley, enseña a todos los hombres que quieran consultarla que, al ser todos iguales e independientes, nadie debe cuasar daño a otro en lo referente a su vida, salud, libertad o posesiones…Y como están dotados de idénticas facultades y participan todos de una comunidad de naturaleza, no puede presuponerse que exista ninguna subordinación entre nosotros que nos autorice a destruirnos unos a otros, como si estuviéramos hechos para el provecho de otros, como para nuestro provecho están hechas las criaturas de clases inferiores”(.C.6) Aparentemente, el estado de naturaleza para Locke no es, como en Hobbes, el estado de guerra, ya que: “se encuentran tan distantes uno del otro como lejanos están uno de otro un estado de paz, buena voluntad, ayuda mutua y conservación y un estado de enemistad, malevolencia, violencia y destrucción mutua” (C.19). 2 Pero tampoco es el estado prepolítico del hombre, en el sentido histórico-genético. Por el contrario, la de Locke es una interpretación mucho más amplia, en la que el estado de naturaleza aparece como un componente estructural de la condición humana: “Los hombres que viven juntos conforme a la razón, sin un jefe común sobre la tierra con autoridad para ser juez entre ellos, se encuentran propiamente en el estado de naturaleza” (C.19). Y la ley natural que rige este estado es la que nos obliga a conservar la propia vida y conservar la de los demás, ya que: “así como cada uno de nosotros está obligado a su propia conservación y a no abandonar voluntariamente la posición que ocupa, así, por la misma razón, cuando no se encuentra en juego su propia conservación, debe procurar en la medida de sus posibilidades la conservación del resto de la humanidad y no puede quitar la vida a otro, dañar ésta o causar daño a aquello que contribuye a la conservación de la vida, libertad, salud, miembros y bienes de otro, a menos que sea para hacer justicia a un culpable”( p.6) Para Locke, la sociedad civil se caracteriza por la presencia de un juez común, con autoridad para hacer cumplir la ley civil. Pero la base del estado de naturaleza infunde el más poderoso deseo como fuente de la conducta de los hombres. Por lo tanto, cuando Locke afirma que las leyes civiles de la sociedad política: “sólo son justas mientras están fundadas en la ley de naturaleza, por la que han de regularse y ser interpretadas…siendo la conservación de la humanidad el contenido de la ley fundamental de la naturaleza, ningún decreto humano puede tener validez en su contra”( p.135). El derecho de propiedad se inscribe, pues, en esta interpretación particular de la naturaleza y la sociedad y sirve a la conservación de la humanidad en su conjunto: ”Aunque la tierra y todas las criaturas inferiores sean para el beneficio común de todos los hombres, sin embargo cada hombre tiene la propiedad de su propia persona. Nadie, salvo él mismo, tiene derecho sobre ella” (P.27) Sintetizando, podemos decir que la democracia liberal -necesariamente capitalistasólo es posible sobre la base de ésta peculiar ontología, de acuerdo a la cual se conjugan el derecho natural y el derecho positivo, ya que éste encauza institucionalmente el deseo de conservación que impulsa, como resorte último, a la conducta humana. Por ello, Adam Smith retoma y continúa la teoría lockeana. Podríamos extendernos en demasía en torno a la riqueza extraordinaria de matices y vicisitudes que constituyen la filosofía de ambos autores. Como simplemente lo que buscamos es ilustrar de modo fehaciente y sintético, nos alcanza -al menos provisoriamente- con recordar que la tesis central de Smith afirma que el interés público se alcanza persiguiendo el interés privado. Así, Smith sostiene que: “el hombre casi siempre tiene la ocasión de recibir la ayuda de sus semejantes y es inútil que la espere de su benevolencia solamente. Es más probable que lo consiga si puede inclinar en su favor el egoísmo de ellos, demostrándoles que les interesa hacer lo que él les pide…No es la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero la que nos procura el alimento, sino la consideración de su propio interés…todo individuo…ni pretende promover el interés público ni sabe cuando lo está promoviendo…Lo único que busca es su propio provecho y en éste, como en otros muchos casos, una mano invisible lo lleva a promover un fin que no entraba en sus intenciones. Tampoco es siempre malo para la sociedad que no entrara en sus intenciones. Al buscar su propio interés, promueve el de la sociedad más eficazmente que si realmente pretendiera promoverlo”. 3 No hace al caso explicar como es que las decisiones libres de las personas tienen una estructura más óptima en el aprovechamiento de los recursos escasos, que las decisiones centralizadas de un organismo estatal. Nos basta con recordar los principios de la economía capitalista y de la democracia liberal, en la medida en que se conjugan y entrelazan indisolublemente a partir del encauzamiento del deseo individual y no de su aplastamiento en pretensa función colectiva, como es el caso de la moderna utopía totalitaria marxista. 2) Desarrollo a- La República Popular China es hija de la Revolución Socialista que el 1ro de Octubre de 1949 proclamó su triunfo, luego de más de veinte años de lucha del Partido Comunista, en los que se consolidó el liderazgo de Mao Tse Tung. No pretendemos dar un detalle de las peripecias de la “larga marcha”, ni las consecuencias de la lucha contra el Kuomintang de Chiang Kai Chek y contra los imperialistas japoneses, sino simplemente confirmar el fuerte sello que su líder le impuso al proceso chino. En los primeros tiempos de la Revolución, Mao se mostró como un estudioso y original intérprete del “marxismo leninismo”. A los efectos de nuestra investigación, consideramos necesario detenernos particularmente en la consideración y el análisis de la cuestión. El marxismo le proporcionó a Mao una cosmovisión “científica” de la historia humana, de acuerdo a la cual la lucha de clases operaba como motor principal. Para Marx, evidentemente, el estado de naturaleza estaba en la base de los procesos históricos. En el primer escrito de Mao, en apenas unas pocas páginas, hay un análisis de clases y sectores de clase de la sociedad china. Así, aparecen en su estudio una rica variedad de categorías sociales, con sus juegos de intereses, su mentalidad e inclinaciones. La existencia de un gigantesco campesinado y de un pequeño proletariado le permite a Mao hacer su principal innovación en el marxismo, consistente en el desarrollo revolucionario del campesinado y en la metodología de la revolución “cercando las ciudades desde el campo”, para citar la formula de Lin Piao. La condición que Mao preserva del leninismo es la idea del partido de cuadros profesionales de naturaleza proletaria en la ideología marxista, no en su composición social. Así, Mao retoma la teoría de la representación de Lenin, de acuerdo a la cual el Partido es el nexo entre la Ciencia (el materialismo histórico y dialéctico) y la clase social; adhesión ideológica ésta que le permitirá a los revolucionarios profesionales postular la representación de la clase obrera, aunque no pertenezcan ni por su origen ni condición a esa clase. Ya en sus primeros escritos Mao distingue la ideología -a la que concibe como “proletaria” y prioritaria- de la composición social empírica -de importancia relativa y contingente-. Así, una clave hermenéutica que aparece a lo largo de la trayectoria de Mao es la importancia de la ideología, que se remachaba en los cuadros políticos a partir de las sesiones de “crítica y autocrítica”, que operaban como lavado de cerebro y rectificación de la condición libre de las personas. En sus escritos de los tiempos heroicos de la revolución, Mao destaca que el enemigo principal es el imperialismo japonés, por lo que había que realizar una 4 política de Frente Único con el Kuomintang, representante de la “burguesía nacional”, aliado transitorio del Partido Comunista. Otro aspecto singularmente relevante en la jerarquía ideológica de Mao Tse Tung es la importancia que adquiere la filosofía marxista leninista, el materialismo dialéctico, en su peculiar interpretación. En una serie de conferencias pronunciadas en 1937 en Yenán , Mao exalta la importancia de la ideología y dentro de ésta, de la filosofía materialista dialéctica. Con un criterio tan juicioso como radicalizado, constata que las “leyes de la dialéctica” expuestas por Lenin (a su vez entresacadas de Hegel, “puesto cabeza arriba”, como decía Engels) son tres, a saber: - La ley de la unidad de contrarios o de la contradicción La ley de la transformación de la cantidad en calidad La ley de la negación de la negación. Para Mao- éste es su desarrollo específico- las dos últimas leyes se subsumen como especies de la primera. Es decir, la teoría de la contradicción es la ley principal de la dialéctica que – a su vez- es la teoría universalmente aplicable a la realidad material natural, social e intelectual. Tamaña afirmación muestra la singular radicalidad revolucionaria del pensamiento de Mao Tse Tung y el carácter especialmente extremo que adquirirá su proyecto político en la constelación del “campo socialista” y en la historia del marxismo, aunque -como veremos- su trayectoria no estuvo exenta de una importante dosis de pragmatismo o de “adaptación a la práctica”. En el corpus del maoísmo un aspecto realmente importante lo tiene su doctrina de la guerra popular prolongada. En lo fundamental, la doctrina militar de Mao retoma la idea de Clausewitz de acuerdo a la cual “la guerra es la prolongación de la política por otros medios”, lo que le permite establecer que “el partido manda al fusil”. En su aporte estratégico específico, Mao despliega el arte dialéctico interpretando que el Partido Comunista construye un ejército popular que es débil en lo táctico, pues debe enfrentar fuerzas superiores, pero es fuerte en lo estratégico, pues la historia es una marcha que prepara el triunfo del socialismo. En consecuencia, las correlaciones de fuerzas son relativas y el arte militar del Ejército Popular consiste en encontrar la superioridad relativa sobre el enemigo, “cuando el enemigo rehuye, hay que combatirlo; cuando quiere combatir, hay que rehuirlo; cuando huye, hay que perseguirlo” ( Mao Tse Tung, 1973, Tomo I). El Ejército Popular, bajo la conducción del Partido Comunista, debe construir un nuevo orden en el territorio ganado al control enemigo. Ese nuevo orden realiza las tareas de la reforma agraria y la organización de la producción, la seguridad, la educación, etc... Mao lo llama la “República de Nueva Democracia” (Mao Tse Tung, 1973, Tomo X). Así, “de lo pequeño a lo grande y del campo a las ciudades”, la estrategia de guerra popular prolongada insume tiempo, pues -para un marxista convencido, como lo era Mao- el futuro histórico juega a su favor y en contra de sus enemigos. Las fases de la guerra popular prolongada son cinco, a saber: guerra de guerrillas, guerra de movimientos, guerra de posiciones, equilibrio estratégico y 5 ofensiva final. b- Los primeros años del gobierno de Mao Tse Tung encontraron en la Unión Soviética de Stalin un apoyo tan importante como poco confiable. China era un gigante político, cuya revolución socialista su líder la llevó a cabo desobedeciendo la directiva de Stalin, que pretendía un entendimiento con el Kuomintang y a quien nadie -en el komintern- osaba desmentirlo. Pero Mao era de otra pasta. Su admiración por los logros de la industrialización soviética eran sinceros y con ése ánimo se puso en marcha -con la colaboración de técnicos soviéticos- un vasto plan de industrialización pesada ( Brzezinski, 1989). Pero las diferencias entre los chinos y los soviéticos no tardaron en aparecer. Los resultados del Plan Quinquenal (19531957) llevaron a Mao a la convicción de que China podía y debía saltar etapas en la transición al socialismo. Mientras la muerte de Stalin despertó un proceso de revisión soviética, cuyo punto sintomático fue el “informe secreto” de Nikita Kruschev, en el 20 Congreso del PCUS (con la denuncia de los crímenes de Stalin, el culto a la personalidad, el cierre de cientos de campos de concentración, etc.) Mao se precipitaba en la teoría de la revolución ininterrumpida, que planteaba la marcha al socialismo en un proceso de transformaciones sin solución de continuidad. Para Mao, China estaba lo suficientemente madura para el socialismo. El cisma chino-soviético se profundizó con la “coexistencia pacífica” y la “emulación socialista”, por medio de la cual los soviéticos pensaban que se impondrían finalmente al capitalismo. Para Mao eso era inaceptable. “Revisionismo”, fue la acusación sobre Kruschev y, finalmente, una nueva teoría ad hoc, la del “social imperialismo soviético”. Para Mao, los imperialistas eran “tigres de papel” y la guerra atómica un medio que, en última instancia, acercaría a la humanidad al Socialismo. La preocupación de Mao por la burocratización del régimen comunista llegaba a niveles de radicalidad extrema. En efecto, para Mao la burocratización implicaba en si mismo el retorno de la burguesía al poder, porque para el maoísmo la lucha de clases también se daba en el plano del pensamiento. El primer esfuerzo para revitalizar la revolución fue la campaña “que se abran cien flores, que compitan cien escuelas de pensamiento”, que desató un movimiento de discusiones e ideas que se salieron rápidamente del control de Mao y que éste se apresuró en clausurar. La respuesta de Mao fue “El Gran Salto Adelante”, un esfuerzo de canalización del trabajo colectivo bajo la dirección del Partido Comunista que debía aproximar a China hacia la meta soñada del Comunismo, esto es, la sociedad sin clases. Las “comunas populares” y la producción de hierro y acero por métodos artesanales, la supresión del dinero y de los circuitos de comercialización, etc., llevaron a un gigantesco fracaso, que suele medirse en una enorme destrucción de las “fuerzas productivas”. Así, entre 1958 y 1962, la producción agrícola descendió un 30%, la industria ligera un 21% y la pesada un 23%( Chow, en Brzezinzki, 1989). Las cifras de muertes a consecuencia de la hambruna y las matanzas de campesinos que se resistían a la colectivización, aún hoy son objeto de debate, aunque las víctimas fatales oscilan entre 20 y 25 millones ( Brzezinzki, 1989; Furet, 1996). 6 Ante el fracaso del “Gran Salto Adelante” la apuesta de Mao fue especialmente radicalizada y fantástica. Luego de una serie de intrigas, asesinatos y suicidios en la cúspide del aparato partidario y del poder, Mao escribió -en el año 1966- un letrero colgado de los muros de la Universidad de Pekín, considerado como la orden de marcha de la “Gran Revolución Cultural Proletaria”. Ése letrero decía así: “¿Qué se verá en el último período del movimiento? El cielo estará limpio de polvo, la llanura estará llena de flores y luz de sol. Y cuando las flores del monte se abran, las flores del ciruelo reirán con ellas. Y si usted no me lo cree, espérese un rato y compruébelo usted mejor” (en Vargas, 1991) La brutal ingeniería social inspirada por la tradición “marxista leninista” había dado paso al utopismo cuasi anarquista. En la “revolución cultural proletaria” un anciano líder -que se mostraba capaz de cruzar a nado el río Yangtsé- convocaba a los Guardias Rojos -con el Pequeño Libro Rojo- a destronar a los “burgueses y revisionistas” de todos los rincones de China. Un gigantesco proceso de purgas y matanzas condimentadas con sesiones de “crítica y autocrítica” cayeron sobre los más variados “enemigos del pueblo”, es decir, dirigentes del Partido, miembros del Ejército, intelectuales y cualquier persona que las hordas de fanáticos maoístas considerasen desviada respecto del pensamiento Mao Tse Tung. Fue una orgía de violencia y destrucción que hizo las veces de “revolución en la revolución” y cuyas victimas fatales también se cuentan en unas dos decenas de millones, así como en una virtual paralización de las tareas de producción, que profundizaron el hambre y el subdesarrollo. A comienzos de 1970 la diplomacia triangular de Nixon y Kissinger concluyeron en que Mao Tse Tung podría ser un buen aliado frente a los soviéticos, a los que los chinos les temían en su frontera norte (en la que hubo enfrentamientos armados más o menos limitados), además de la consabida disputa por la hegemonía en el liderazgo comunista. El viaje de Nixon a China Popular, a comienzos de los setenta, le dio a ésta un triunfo diplomático de proporciones, cuando ganó su lugar en el Consejo de Seguridad de la ONU, en detrimento de Taiwán. Para Mao, ya anciano pero aún lúcido, el acuerdo con el “imperialismo yanqui” era para defenderse del “social imperialismo soviético”. En las primeras reuniones internacionales en las que participaron, los chinos sostenían la nueva teoría de Mao de los “tres mundos”: el primero, de los imperialistas EE.UU. y URSS; el segundo, de los países desarrollados; el tercero, de los países en lucha por el desarrollo. A mediados de los setenta, la Revolución Cultural había arrasado con buena parte del Estado y la sociedad china. Poco antes de morir, Mao -en una de las últimas reuniones del Comité Central del Partido Comunista- dijo una serie de frases que merecen recordarse, para ahondar en la comprensión de su singular personalidad. “Ustedes son marxistas, pero es evidente que la mayoría no ha leído nunca un solo libro de Marx…después de muchas revoluciones culturales, llegaremos al Comunismo, más o menos en unos diez mil años”( en Vargas, 1991). c- La muerte de Mao Tse Tung en 1976, abrió una dura pelea por la sucesión, en la que finalmente, Deng Xiaoping se impuso sobre Hua Guofeng, el favorito del “Gran Timonel”. Deng había sido el protegido de Chou En 7 Lai, el refinado camarada de Mao, cuya visión modernizante del socialismo fue tan característica como leal su conducta con el viejo líder. Cuando Deng lanzó las “cuatro grandes modernizaciones”, es decir, la reforma agrícola, industrial, científico-tecnológica y de defensa, abrió el camino para: la privatización de la tierra, la apertura de la economía, las inversiones extranjeras directas y una serie de transformaciones sustanciales en la vida económica china que han tenido como resultado: un crecimiento del PIB anual del 9,5%, pasando desde 147.000 millones de dólares en 1978 a 1,65 billones en 2004 (11 veces sobre el nivel original); el comercio exterior chino aumentó desde 20.600 millones de dólares en 1978 hasta 1, 15 billones de dólares en 2004; la inversión extranjera directa (IED) saltó de 1.800 millones de dólares en 1978, hasta 60.630 millones de dólares en 2004. Los indicadores que denotan el espectacular crecimiento económico chino son por demás conocidos y pocas dudas caben del éxito que las medidas de tipo capitalista produjeron en el gigante asiático y las consecuencias -acaso enigmáticas- que la emergencia a mediano plazo de una nueva superpotencia tendría en el sistema internacional. Pero nuestro análisis se concentra en lo que entendemos es significativo desde el nivel político, al que consideramos dominante, “arquitectónico”. Así, como entidad política estatal, luego de más medio siglo de República Popular, el Partido Comunista de China ha consolidado un Estado Nacional con ejercicio pleno de la potestad soberana en todo el territorio histórico, con la excepción de Taiwán. Además de su lugar en el Consejo de Seguridad de la ONU, China integra las instituciones nacidas de Bretton Woods, tales como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y la Organización Mundial de Comercio, heredera del Gatt. La estructura institucional del poder comunista es de naturaleza dual, ya que se superponen los niveles estatal y partidario. Dentro del PCCH existe una férrea verticalidad encabezada por el Comité Permanente del Buró Político del Comité Central, integrado por siete individuos que también ostentan cargos claves en el Estado. El corazón del poder está en el Buró Político, integrado por los siete miembros del Comité Permanente más 15 dirigentes (incluidos dos generales), más dos suplentes, hasta completar los 24. El Grupo de los 24 también es miembro del Comité Central que tiene alrededor de 400 miembros (entre titulares y suplentes, por partes más o menos iguales). Además de los miembros del Comité Central, existen una decena de veteranos comunistas, que hacen las veces de “Consejo de ancianos” informal y, por supuesto, los oficiales del Ejército Popular de Liberación (que tiene alrededor de 3 millones de hombres en armas), que están fuera del CC, pero tienen mando sobre tropas y control sobre las miles de industrias militares. 8 La estructura formal del estado chino tiene un presidente y vicepresidente de la República Popular y un Consejo de Estado constituido por un primer ministro, seis vicepremieres, ocho consejeros de estado y unas tres docenas de ministerios, además de varias comisiones estatales. Además, existen las poderosas fuerzas armadas, cuya conducción ejerce la Comisión Militar Central del CC, encabezada por el líder de turno, hoy día Jiang Zemin. La Asamblea Popular Nacional hace las veces de poder legislativo, del que dependen los órganos judiciales más importantes. El nivel que sigue al gobierno central (zhong yang) en la división administrativa del Estado, comprende a 22 provincias ( sheng), 5 regiones autónomas (zizhi, entre las que están Mongolia interior, Xinjiang y Tibet y cuatro ciudades bajo jurisdicción central: Beijing, Tianjin, Shangai y Chongqing). En cada una de éstas entidades existen cinco autoridades máximas que son un gobernador o alcalde; un secretario del PC; un comandante de la unidad local del EPL; un presidente de la APN local y un presidente del CC del PCCH también local. Toda esta estructura está liderada por los representantes del Partido, que tienen mayor rango en el mismo que el que ostentan los demás funcionarios. La ideología oficial del partido es el marxismo leninismo y el estado se define como: “socialista de Dictadura democrática popular, dirigido por la clase obrera y basado en la alianza obrero- campesina, en el que está prohibido todo sabotaje por parte de cualquier organización o individuo contar el sistema socialista…ya que …todo el poder en la RPCH pertenece al pueblo”. La historia de la Revolución China -para los documentos oficiales del Partidoavanzó a través de dos grandes saltos: el primero, la integración del marxismo a la realidad china, correspondiente a la etapa del “pensamiento Mao Tse Tung”; el segundo, las grandes reformas señaladas por la “teoría Deng”, en pleno desarrollo. En este sentido, la transición al socialismo se encuentra en marcha sólo que -a juzgar por los mismos documentos- en una fase distinta a la que se creía en tiempos de Mao. Pero la actual economía mixta se inscribe -insistimos- en la marcha hacia el socialismo moderno, al cual se arribará en unos cien años. 3- Conclusiones Nuestra investigación se detiene aquí, precisamente, en la autoconciencia que los dirigentes chinos de la nueva clase tienen sobre si mismos y sobre su particular función en la historia. Como podrá observarse, sólo hemos considerado tangencialmente los extraordinarios indicadores y problemas económicos, demográficos, sociales, estratégicos, regionales y mundiales que implica el ascenso de China a la condición de potencia de primer rango. La abundancia de estudios sobre el particular nos exime -siquiera por ésta vez- de hacer un enfoque basado en consideraciones económicas, para focalizar la cuestión china desde el prisma de la teoría política. El debate de los investigadores se concentra en las características que asumirá la nueva condición china de gran potencia económica y su impacto sobre la política mundial. 9 Como recuerdan Angus Madison (1990) y Paul Kennedy (1995), China ya ha sido la primera potencia económica del mundo otras veces en la historia, sin que jamás haya trascendido ni sobrepasado la influencia sobre si misma y su esfera regional próxima. Ésta vez, sin embargo, la renovada condición global del mundo parece sin embargo reservarle algún papel en la historia universal, allende las fronteras de su extraordinaria geografía. En la presente investigación, consecuentemente con la teoría que la anima, hemos abordado la cuestión ideológico-política de China, a la que generalmente no se le presta la suficiente atención. El “viejo y cansado occidente” -decía el gran Raymond Aron- parece haberse olvidado de las bases filosóficas que lo hicieron posible. El relativismo culturalista, el historicismo radical y el positivismo avalorativo son corrientes que alimentan el olvido de las consideraciones últimas en las que se fundan los regímenes políticos, de los que nacen las políticas exteriores, como enseñaron George Kennan, Carl Deustch y Henry Kissinger, entre otros. Incluso la extraordinaria corriente de negocios en China, para el público extranjero, parece haber llevado a aceptar sin más la idea de que China es un país capitalista, apenas con un gobierno autoritario. Una vez más, el sector civil de la economía mundial, guiado forzosamente por la tasa de rendimiento de sus inversiones, se muestra como lo que es: un producto de un particular tipo de sociedad, cuyos contornos y orígenes le son absolutamente desconocidos. Pero no es esa la función del investigador. Por el contrario, el investigador -como operador estratégico- tiene que sobrepasar la “recaída en la inmediatez”, como llamaba Hegel al nivel más bajo de la conciencia, el de la certeza sensible. De este modo, siguiendo con Hegel, recordamos que “lo verdadero es el todo”. Los chinos no son una excepción. Para entenderlo conviene que nos detengamos, pues, en como los comunistas chinos se entienden así mismos y no en como creen los mercaderes occidentales que son los comunistas chinos en realidad. Esto exige una particular humildad de nosotros, la que emana de atender a la realidad de los protagonistas, de acuerdo a los protagonistas mismos. En primer lugar, los dirigentes chinos se reivindican como representantes de una identidad ideológica, el comunismo marxista, que no sólo es reacia al respeto de los derechos humanos, sino que es estructuralmente enemiga de la libertad humana, a la que concibe como un prejuicio peligroso a ser aniquilado. En éste sentido, no está demás recordar que sólo la ideología marxista pudo haber inspirado las matanzas de millones de inocentes, en lugares tan disímiles a lo largo del siglo pasado. Los estragos del “salto adelante” y “la revolución cultural” tienen el mismo sello que “la colectivización forzosa”, “los procesos de Moscú”, el “ir al campo” de Pol Pot y los fusilamientos en nombre del “hombre nuevo” del Che Guevara y Fidel Castro. Resulta además que el capitalismo es hijo estructural de la democracia liberal. Hay una analogía y dependencia estructural profunda entre la economía capitalista y las categorías de la filosofía liberal. Así, la función de las pasiones que articula el pensamiento de Locke continúan -a través de la moderna teoría económica- en la teoría subjetiva del valor y las curvas de indiferencia, que resultan de la aplicación y el servicio que la matemática le presta a la filosofía a través de la economía. 10 En una sociedad basada en el encauzamiento institucional y político de las pasiones, el ideal de la “Justicia” pierde su condición utópica y se integra a los sistemas de equilibrios y contrapesos. Por eso Rousseau habla del contrapeso que en una sociedad tal debe ejercer la compasión y este concepto -de carácter ético y externo al mecanismo de funcionamiento- lo retoma, acaso sin plena conciencia, la economía moderna con el concepto de intervención estatal para enfrentar las “externalidades” y los “fallos del mercado”, los principales de los cuales hacen a la equidad, el equilibrio ambiental y la transparencia institucional. Suele no tomarse demasiado en serio la ideología con la que el Partido Comunista gobierna China. Las matanzas de Tiennamen en 1989 y las -menos conocidasperpetradas contra los miembros de Falum Dafa (una especie de secta masiva e inocente, cuya esencia consiste en la práctica de ejercicios físicos y respiratorios- a los que se les atribuyen efectos benéficos- en las plazas públicas) nos recuerdan que los comunistas chinos se toman muy seriamente lo que dicen. El gobierno chino es una gigantesca dictadura marxista que recurrió al capitalismo para salvarse del colapso total. La introducción de la competencia económica capitalista ha liberado a millones de chinos del atraso y el subdesarrollo y naturalmente va conformando amplias tendencias características de las sociedades civiles liberales. Ésa es -en términos de Mao- la contradicción principal, el resorte último cuyo desentrañamiento encierra la clave del futuro de China y del mundo. ¿Cuál es la dinámica de la coexistencia entre la dictadura política marxista y la economía capitalista que envuelve a China? En primer lugar, la economía de mercado -basada en las decisiones de inversión descentralizadas de los individuos- ha alimentado una gigantesca corrupción en el gobierno, consecuencia obligada de la disolución progresiva de la creencia en el marxismo, así como de la obsoleta verticalidad y concentración burocrática de las instituciones oficiales. En segundo lugar, ha llevado al estiramiento de la brecha entre el poder central y los poderes regionales y locales, que han ganado un espacio real que formalmente no está reconocido, ni podría estarlo, debido no sólo a la superlativa ingeniería social que implica la dictadura marxista, sino también al enjambre y superposición de poderes en los niveles más bajos. En tercer lugar, el estallido de la contradicción capitalismo-comunismo en China es tan inevitable como difícil es su determinación temporal y la forma concreta que asuma. En éste sentido, una atenta lectura de las variables determinantes nos enseña tres posibilidades: 1) La radicalización socialista de China. Ésta hipótesis es de muy baja probabilidad de acuerdo a las conquistas capitalistas de los propios chinos y al nivel de inserción en el sistema global. Sin embargo, podemos alimentar la imaginación introduciendo como variable interviniente el estallido de una guerra en Taiwán, que podría escalar hasta el paroxismo nuclear mundial. Un escenario de éste tipo abonaría la interpretación de la actual etapa capitalista como una especie de NEP a mayor escala y quizá desataría las fuentes más radicalizadas de la ideología marxista. 2) La continuidad del actual esquema de dictadura política y libertad económica. Por las razones consideradas más arriba, nos parece que una circunstancia así puede prolongarse, pero no de forma indefinida. Tiene una inestabilidad intrínseca, estructural, que se manifiesta en los síntomas de corrupción 11 y descentralización real del poder. La dirigencia china -conocida como la “cuarta generación”- de seguro ha abordado, como se desprende del nuevo “Programa (ex plan) de Desarrollo”, las cuestiones atinentes al desarrollo humano y el crecimiento sustentable. Sin embargo, ésta apertura intelectual y política está condenada a estancarse en los pliegues de la dictadura marxista y su aplicación es una fuerza que coadyuva en función de la democracia capitalista. 3) La transición a la democracia capitalista a partir de la decisión que emane de las luchas en el propio interior del régimen chino. Ésta es la hipótesis que juzgamos altamente probable, debido: al peso de los avances económicos e internacionales; a la crisis de creencia en el marxismo en todos los rincones de la tierra; a la creciente relocalización del poder; a las crecientes presiones de una sociedad civil y unas clases medias tan incipientes como pujantes; a la probabilidad de que las próximas generaciones -la quinta o la sexta- de dirigentes del Partido decidan, por fin, poner a China en la verdadera larga marcha, la de la democracia capitalista y la sociedad liberal. Los riesgos de pérdida de control por parte del Partido no son tan altos como podría suponerse. Bien pueden, los futuros dirigentes chinos, reconvertir su discurso socialista en algo más o menos socialdemócrata, a los efectos de justificarse ante la historia y el mundo. Ejemplos no les faltan. 4) A modo de coda “En su propia auto comprensión, el Cristianismo y la razón moderna se presuponen universales y puede que de iure efectivamente lo sean. Pero de facto tienen que reconocer que sólo han sido aceptados en partes de la humanidad. El número de culturas en competición es, ciertamente, mucho más limitado de lo que podría parecer a primera vista. Y sobre todo es importante que dentro de los distintos ámbitos culturales, tampoco hay unidad…China viene hoy determinada, ciertamente, por una forma de cultura surgida en Occidente, por el marxismo, pero, si no estoy mal informado, en China se plantea la cuestión de si los derechos del hombre, no son más bien un invento típicamente occidental, al que habría que investigarle la trastienda”. (Ratzinger, 2004) Bibliografía - Brzezinzki, Zbigniev, El Gran Fracaso, Vergara, Buenos Aires, 1989 Bustelo, P. en www.realinstitutoelcano.com Curtois, Stephane( comp.)El libro negro del Comunismo, Crímenes, terror y represión; Planeta- Espasa Calpe, Madrid, 1998. Djilas, Milovan, La nueva clase, Un análisis del régimen comunista, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1957. 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