El accidente de la central nuclear de Vandellós II: Un antes y un después para la industria nuclear española PRIMERA PARTE Historia de un accidente anunciado El 25 de Agosto de 2004 sonaban las alarmas en la central nuclear de Vandellós II cuando saltaba por los aires una tapa de registro de la tubería de 80 centímetros de diámetro del tren B del sistema de agua de refrigeración de servicios esenciales, abreviado por las siglas EF. A pesar de lo mucho que se ha escrito desde entonces sobre este accidente, año y medio después todavía se hecha en falta una valoración detallada y veraz de los verdaderos daños sufridos por los sistemas de seguridad de la central, sometidos durante muchos años a la corrosión del ambiente marino ante la pasividad de los dueños de la central y del Consejo de Seguridad Nuclear (CSN), organismo encargado de garantizar que las nucleares funcionan de manera segura. Este artículo, el primero de una pequeña serie de dos, pretende aportar esa visión de conjunto que se echa en falta sobre todos los avatares alrededor de este oscuro accidente, en un recorrido que se inicia en el momento del accidente y culmina con el arranque de la central después de ser parada para reparar los daños existentes. Seguramente detrás del tupido manto de niebla que rodea al accidente, en el que han sido moneda de curso común las ocultaciones, medias verdades y mentiras sin ambages, propiciadas tanto por la central como por el propio CSN, se esconden los pingües beneficios que generan las centrales nucleares y la connivencia del organismo regulador con la industria nuclear, de la que forma parte sin solución de continuidad, como un eslabón más de la cadena. Al menos esto es lo que denuncian los ecologistas de Greenpeace España, que han jugado un papel destacado en hacer llegar a la opinión pública lo que de otra forma muy probablemente hubiese pasado como un mero incidente sin mayor importancia, excepto, tal vez, para los profesionales del sector. Antes del 25 de agosto, la organización de la central había cuidado de hacer todo lo posible para ocultar al CSN la corrosión existente en el sistema EF, a pesar de que tenía conocimiento de los primeros indicios de lo que terminaría por ser un grave problema desde nada menos que 1993. Indicios que, con el paso del tiempo, se extenderían como la metástasis de un cáncer imparable a lo largo y ancho de este sistema y en paralelo por otros muchos sistemas y componentes importantes para la seguridad. En el 2000, INITEC, la empresa contratada para el mantenimiento del sistema EF, emitió un informe en el que advertía seriamente a la central de las pésimas condiciones en las que se encontraba él sistema. No era ésta la primera vez que esta empresa emitía un informe tan negativo sobre el estado del sistema, pero los responsables de la central, probablemente hartos de recibir advertencias, decidieron cortar por lo sano, y, con la excusa de reducir de costes, cambiaron de empresa de mantenimiento. La política de avestruz de la central, que a la postre le ha resultado tan cara, entonces le siguió funcionando por unos años más, porque REYCO, la nueva empresa de mantenimiento, no pareció darle tanta importancia a la progresiva degradación del sistema EF. En el mes de mayo de 2004, tan sólo unos meses antes del accidente, ocurrió un antecedente determinante que, de haberse analizado con todo el rigor necesario, muy probablemente habría evitado el fatal desenlace. Los operarios de la central detectaron una fuga de agua exactamente en el mismo punto del sistema EF en el que después ocurriría el accidente de agosto. En aquel momento, las reiteradas advertencias de INITEC del riesgo de continuar la operación de ese sistema importante para la seguridad en las condiciones en las que se encontraban dejaron de ser meras hipótesis de trabajo para convertirse en hechos irrefutables. Pero en mayo del 2004 tan sólo habían trascurrido unos meses desde el arranque la central tras la última parada de recarga y, peor aún, quedaba casi un año por delante para llegar a la siguiente. La disyuntiva era obvia: o bien se informaba de la fuga al CSN, asumiendo el riesgo de que se ordenara la parada inmediata de la central para reparar la tubería y con ello de tener que afrontar cuantiosas pérdidas económicas, o bien se intentaba llegar hasta el final del ciclo de operación haciendo unas reparaciones mínimas y silenciando los hechos al CSN. Se optó por lo segundo, pesando más el temor por las pérdidas económicas que la seguridad. Los expertos consultados no tienen duda alguna que de haberse tomado la decisión contraria a día de hoy no se hablaría del accidente de Vandellós II, la central se hubiera ahorrado millones de euros y no se hubiese sometido a la población a un riesgo gratuito. Las consecuencias de la nefasta decisión no se harían esperar. Cinco meses después la la tapa de registro de la tubería del tren B del sistema EF en el que se había producido la fuga en mayo saltaba por los aires y con ella las esperanzas de la central de acabar el ciclo de operación sin tener que parar. Los operarios se temían lo peor, pero ocurrió lo inesperado, la central se encontró entonces con un aliado impensable. El CSN, lejos de ordenar la parada de la central como se temía, se creyó a pie juntillas toda la información que llegaba desde la central minimizando las consecuencias del accidente, y decidió clasificar el suceso con nivel 0 en la escala internacional de siete niveles que se utiliza para clasificar los sucesos nucleares. El CSN asignó el nivel más bajo de la escala, que es con el que se clasifican los sucesos sin importancia para la seguridad, sin ni siquiera tomar la precaución de mandar un equipo de inspectores para investigar los hechos y cerciorarse in situ de la veracidad de aquello que sostenía la central. Tres días después, una vez terminadas unas mínimas reparaciones de urgencia, hechas a toda prisa para salir del paso, la central volvía a operar, según los ecologistas, con “agosticidad y alevosía”. Para los expertos en seguridad nuclear consultados por este diario, no cabe duda de que la decisión del CSN de no mandar inspectores a la central fue un error injustificable, porque afectando la rotura a un sistema de tanta importancia para la seguridad, que juega un papel clave para mitigar las consecuencias de accidentes graves, el organismo encargado de la seguridad nuclear no podía cerrar los ojos, tenía la obligación estatutaria de verificar que todo se encontraba en perfectas condiciones antes de permitir que la central se volviese a arrancar. Además, esta decisión condicionó de forma determinante las que seguirían en los meses siguientes, puesto que con ello el CSN se hacía coparticipé de la nefasta gestión que la central había hecho del accidente y se vería forzado a mantener a capa y espada ante la opinión pública que el suceso había tenido poca importancia para la seguridad, en contra de la opinión de los técnicos del propio organismo, quienes según progresaban las investigaciones del accidente pudieron constatar la enorme extensión de la corrosión y como sus efectos no se restringían a una de las tuberías del sistema EF, sino a todo el sistema, y más aún a las tuberías de otros muchos sistemas afectados por el mismo fenómeno. La decisión de no tomar actuaciones más contundentes el día del accidente debe apuntársele a Carmen Martínez Ten, consejera que ocupaba la presidencia del CSN en ausencia de María Teresa Estevan Bolea. La primera, asesorada por los técnicos del organismo en Madrid, se inclinó por dar crédito a las tesis de la central de que lo ocurrido era un suceso sin importancia para la seguridad, que no era merecedor de actuaciones extraordinarias. Para Carlos Bravo de Greenpeace, esta forma de actuar sólo puede entenderse desde la inadmisible connivencia de algunos técnicos de alto nivel del CSN con su contraparte en las centrales nucleares, con quienes, según él, mantienen una relación que es más propia de colegas de profesión que de reguladores independientes. “El CSN es un verdadero fraude”, insiste Bravo, “porque nadie puede explicarse que salte por los aires una tapa de registro de una tubería de 80 centímetros de diámetro de un sistema importante para la seguridad y el organismo encargado de vigilar la seguridad de las centrales ni se inmute por ello y decida clasificar con nivel 0 un suceso que unos meses más tarde terminaría por clasificarse como de nivel 2 y que bien podría haberse clasificado como de nivel 3”. Tampoco es fácil de entender para Bravo, que el CSN haya forzado el cese de toda la cúpula directiva de la central, algo que a la vista de lo ocurrido parece razonable, pero que, por el contrario, no haya habido ni una sola dimisión o cese entre los consejeros y altos cargos del organismo como consecuencia del suceso. Martínez Ten, ha sido blanco de las críticas de Estevan Bolea, quien la ha acusado en repetidas ocasiones de no tener conocimientos técnicos sobre energía nuclear y de ser la responsable directa de que no se tomaran acciones más contundentes el día en el que ocurrió el suceso. A diferencia de Estevan Bolea, propuesta para el cargo por el PP, Martínez Ten fue apoyada por el PSOE cuando estaba ligada a la ejecutiva del partido, en la etapa inmediatamente anterior a que Zapatero ocupara la secretaría general del partido. Martínez Ten, casada con el histórico dirigente socialista Ludolfo Paramio, es considerada en medios cercanos al PSOE como la candidata más firme para sustituir a Estevan Bolea cuando ésta se jubile en el mes de octubre del 2006, fecha en la que cumplirá 70 años. Para Carlos Bravo, las críticas de Estevan Bolea a Martínez Ten sobre la gestión del accidente son sólo un rifirrafe político sin mayor interés para la ciudadanía, con el que la primera pretende desviar la atención de su responsabilidad al frente del organismo buscando un chivo expiatorio, ya que si equivocada fue la decisión de Martínez Ten de no impedir el arranque de la central tras el accidente, no lo fue menos que el resto de los consejeros, y a la cabeza la propia presidenta, no revocaran la decisión cuando horas o días después fueron informados del accidente. Según Bravo, la actuación de los cinco miembros del Consejo como órgano colegiado fue totalmente inadmisible, y, como en ocasiones anteriores, es una prueba más de que el CSN se preocupa más por proteger los intereses de las eléctricas que por la seguridad de los trabajadores, el público y el medio ambiente. Las primeras investigaciones tras el accidente Después de que el CSN se mostrara tan generoso con la central a la hora de clasificar el accidente como de nivel 0 en la escala de sucesos, sin ni siquiera imponer algún tipo de medida compensatoria o condición adicional, vinieron unas semanas de aparente calma en la central que serían el preludio de la tempestad que se avecinaba. A finales del mes de septiembre un equipo multidisciplinar de inspectores del CSN se personó en la central. La inspección, que estaba programada antes de que ocurriera el accidente de agosto, tenía la finalidad de hacer una revisión integral de varios sistemas de la central. Lo único que se alteró con respecto a los planes iniciales fue incluir entre los temas a tratar un análisis detallado la operación del sistema EF, directamente afectado por el accidente de agosto. Las malas noticias no tardaron en llegar a la sede del CSN. En opinión de los inspectores, el cúmulo de ocultaciones, actuaciones desafortunadas e incumplimientos era del tal calibre que no podía asegurarse que la central estuviera operando en plenas condiciones de seguridad. La inspección de finales de septiembre se continuaría días después, ya dentro del mes de octubre, con un equipo de inspección reforzado para estudiar la causa raíz del accidente de agosto desde todos los enfoques posibles y revisar in situ el estado real de los componentes del sistema EF, así como las reparaciones preliminares efectuadas. Estos mismos inspectores sentenciarían meses más tarde en su tremendo informe de inspección que la central había ocultado información vital al CSN para entender las causas del accidente y que había dado prioridad a los intereses económicos frente a la seguridad. La alarma de los inspectores no fue muy bien recibida en primera instancia dentro del CSN, que, como se ha explicado, estaba condicionado por la decisión tomada en agosto de permitir que la central siguiera funcionando, pero los hechos terminaron por inclinar la balanza en favor de los inspectores. Unas pocas semanas después, todavía dentro del mes de octubre, se detectarían nuevas fugas en otros puntos del sistema EF, evidenciando que las reparaciones realizas en el mes de agosto habían sido insuficientes. Ante la constatación de que era inviable que la central pudiera continuar operando en condiciones tan precarias hasta el final del ciclo de operación, previsto para finales del mes de marzo del año siguiente, el 25 de noviembre el CSN publicó una nota de prensa reconociendo públicamente que había dado instrucciones a la central días antes para que se realizasen nuevas reparaciones en el sistema EF con el fin de paliar los efectos de nuevas fugas. Esta decisión del CSN, además de llegar muy tarde, tampoco estuvo exenta de polémica, puesto que se tomó justamente cuando la central ya estaba parada como consecuencia de otro suceso que nada tenía que ver con las fugas en el sistema EF y cuando el titular ya había tenido tiempo más que suficiente para preparar una nueva solución alternativa, aunque todavía provisional, para reforzar las tapas de los registros de las tuberías del sistema EF. Pero pronto se volvió a repetir la historia de agosto. En el mes de diciembre, pocas semanas después de las nuevas reparaciones, con las que se supone que la central podría alcanzar con plenas garantías el final del ciclo de operación, volvieron a reaparecer fugas en las tuberías del sistema EF. Para Bravo, toda esta lamentable sucesión de despropósitos es lo más parecido a una película de los Marx, aunque sin la menor gracia, porque se estaba actuando de espaldas a la sociedad y jugando con la seguridad de las personas. Según éste, desde el primer día en el que los inspectores pusieron el pie en la central en el mes de septiembre y fueron conocedores de las graves ocultaciones de la central y de las múltiples deficiencias encontradas, el CSN debía haber ordenado la parada inmediata de la central sin ningún paliativo, y si no lo hizo es simplemente porque este organismo es un elemento más del entramado de la industria nuclear, cuya única utilidad es cubrir las apariencias para hacer ver que la energía nuclear es segura, cuando es evidente que la falta de cultura de seguridad de las empresas eléctricas, únicamente preocupadas por el beneficio económico, hacen que ello sea una quimera. Greenpeace descubre el pastel Todavía a principios del 2005 el público sabía poco o nada del accidente ocurrido en agosto en la central de Vandellós II. El CSN se había limitado a publicar un par de escuetas notas de prensa en el mes de noviembre del 2004 de las que difícilmente se podía deducir la gravedad real del suceso y mucho menos adivinar la extensión del problema entre los sistemas de seguridad de la central. Aún el día uno de diciembre la polémica Estevan Bolea, en una comparecía ante la Comisión de Industria, Turismo y Comercio para tratar sobre el informe anual del CSN, hacía un discurso triunfalista acerca de la gestión del accidente, anunciando a bombo y platillo que la central funcionaba con total seguridad. Tan sólo dejaba entrever de pasada que en la recarga siguiente la central “tendría que hacer algunas pruebas muy completas y las reparaciones que fueran debidas”. Pero Greenpeace por entonces ya manejaba otra información mucho más preocupante. Carlos Bravo explica que conocieron la importancia del suceso porque inmediatamente después del mismo algunos trabajadores de la central alertaron a los medios de comunicación locales de la gravedad del suceso, pero, siempre según éste, la mordaza mediática del CSN y del Gobierno funcionó a las mil maravillas. La contundencia y la reiteración con la que el CSN restó importancia al suceso frente a los medios de comunicación locales hizo que éstos terminaran por dar crédito a la versión oficial, desoyendo las denuncias de los trabajadores sobre la gravedad de los hechos, que se quedaron solos. Según Bravo, en los meses siguientes, especialmente después de noviembre, las informaciones eran cada vez más contradictorias, tan pronto habían quedado resueltas todas las deficiencias del sistema EF como aparecían nuevas fugas y problemas. Lo peor del caso es que la confusión respondía plenamente a la realidad, porque, como se ha sabido después, así es como ocurrieron los hechos, con continuas idas y venidas sobre la relevancia del suceso entre nuevos descubrimientos de deficiencias y ocultaciones. No obstante, por la experiencia de casos anteriores, Greenpeace tenía muy claro que todo apuntaba a que el suceso era mucho más importante de lo que la central y el CSN habían reconocido públicamente. Hartos de esperar a que el CSN se decidiera a dar información veraz sobre todo lo que se estaba cociendo en la central, a finales de febrero del 2005 Greenpeace dirigió una extensa carta a la presidenta del CSN, en la que le conminaba a informar al público sobre todos los detalles del accidente ocurrido en el mes de agosto. La carta de Greenpeace expresaba numerosos interrogantes acerca de las condiciones de seguridad reales con las que estaba operando la central y, sin saberlo, los ecologistas dieron en el clavo, porque sólo hacía unos días que los inspectores que investigaron el accidente en los meses de septiembre y noviembre del 2004 acaban de firmar un informe demoledor sobre la gestión del accidente por parte de la central, en el que no dejaban títere con cabeza. Según Carlos Bravo, Greenpeace desconocía la existencia del informe cuando remitió la carta al CSN, pero, por todo lo que pasó después, está claro que Estevan Bolea, que siempre se queja de que hay filtraciones, debió de pensar que nuestra carta era consecuencia de que el informe de los técnicos se había filtrado y eso terminó de sacarla de sus casillas. Los efectos no se hicieron esperar. En una comparecencia ante la Comisión de Industria, Turismo y Comercio del Senado el día 2 de marzo para explicar el accidente de Vandellós 2, justo unos días después de recibir la carta de Greenpeace, el discurso de Estevan Bolea dio un giro de ciento ochenta grados. Por primera vez se refería al accidente de Vandellós II como un suceso muy grave y, a diferencia de los acostumbrados elogios a los técnicos del CSN, se hacían notar en su discurso importantes críticas a determinados técnicos del organismo, a los que tachaba de ineficaces y de hacer valoraciones sin fundamento. A pesar de todo, Estevan Bolea seguía insistiendo en que la planta había funcionado y seguía haciéndolo con todas las garantías de seguridad, gracias sobre todo a las reparaciones que se habían practicado en los meses de octubre a diciembre del 2004. Pero todo se había vuelto en contra de la central y del CSN. Pocas semanas después de la premonitoria carta de Greenpeace volvieron a repetirse nuevas fugas en el sistema EF, dejando en la mayor de las evidencias las afirmaciones de Estevan Bolea ante el Senado. Sabedora de que el CSN esta vez no iba a poder tragar más con la situación después de todo lo dicho ante el Senado, a la central no le quedó otra salida que anticipar unos días la parada de la central para la recarga de combustible para acometer, cuanto antes, reparaciones definitivas, tratando de evitar que la opinión pública tuviera noticia de las recientes nuevas fugas. Pero Greenpeace, alertada por los trabajadores, nuevamente se volvió a anticipar, dando a conocer al público que el adelanto de la parada de la central se debía a que había nuevas fugas en el sistema EF, algo inicialmente negado en una nota de prensa de la central y finalmente confirmado por el propio CSN en una nota de prensa del día 15 de marzo de 2005. Entonces Estevan Bolea decidió tomar las riendas del asunto. Como política experimentada, también es fiel seguidora del principio de que “el que da primero da dos veces”, por lo que, sin esperar a tener el consentimiento del resto de los consejeros, se apresuró a publicar el día 28 de marzo un informe en el que se descafeinaban las durísimas conclusiones del informe firmado por los técnicos en el mes de febrero, que, según pensaba, había caído en manos de los terribles ecologistas de Greenpeace, aunque, según Bravo, no era así. Sorprendentemente, en el informe de Estevan Bolea las críticas se centran en el papel jugado por el propio CSN que, en tiempos del presidente Kindelán, puesto en el cargo por los socialistas, había autorizado la eliminación de una importante prueba hidrostática del sistema EF. Prueba que, de haberse realizado, según Estevan Bolea hubiera servido para identificar las deficiencias en el sistema EF y con ello se habría evitado el accidente de agosto de 2004. Por el contrario, en el informe de Estevan Bolea el titular sale de rositas, ya que apenas se hace referencia a las ocultaciones de la central desde principios de los noventa ni a las fugas del mes de mayo del 2004, de las que tampoco se informó al CSN. Técnicos del CSN consultados por éste diario, que no han querido desvelar su identidad por temor a represalias, aseguran que el informe de Estevan Bolea fue escrito de puño y letra por el anterior Director Técnico de Seguridad Nuclear, José Ignacio Villadóniga, puesto en el cargo por Estevan Bolea y cesado meses antes del accidente de Vandellós II por sus muchos enfrentamientos con los otros consejeros. Según los técnicos, Villadóniga apoyaba desde la sombra a Estevan Bolea en su estrategia de escurrir el bulto hacia los consejeros y el anterior presidente nombrados con el apoyo del partido socialista. Villadóniga abandonaría el CSN meses después, forzado por la insoportable situación creada a raíz de publicarse el informe, para pasar a Tecnatom, empresa que pertenece a las empresas eléctricas propietarias de centrales nucleares. Se da la curiosa circunstancia de que a Villadóniga se le ha encargado en Tecnatom liderar el programa de mejora de la cultura de seguridad de las centrales nucleares impuesto por el CSN a todas las centrales a raíz del incidente de Vandellós II a petición del Congreso de los Diputados, hecho que para los ecologistas es muy reprobable, ya que no parece razonable que una persona que ha sido un alto cargo del organismo regulador sólo unos meses antes y que ha manejado información reservada en virtud de su cargo, se pueda pasar a la industria regulada como si tal cosa. Para Carlos Bravo esto demuestra que determinados técnicos del CSN son viajeros de ida y vuelta entre la industria y el organismo regulador, que son dos caras de la misma moneda, eso sin llegar a caer en las sospechas de que el CSN pudiera estar contribuyendo al salario de Villadóniga con nuevos contratos de asesoramiento externo endosados a Tecnatom como compensación por haberse hecho cargo de él. En todo caso, los otros cuatro consejeros se desentendieron del informe elaborado bajo las órdenes de Estevan Bolea, por considerarlo parcial y escrito en beneficio de la central. Dos semanas después, en una decisión atípica para un organismo público, el CSN publicó un segundo informe con una versión de los hechos totalmente diferente. A diferencia del informe de Estevan Bolea, esta nueva versión defiende que son las ocultaciones y las malas prácticas de la central la principal causa raíz del accidente. Este diario, que ha tenido acceso al informe que elaboraron los técnicos del CSN en febrero del 2005, ha podido constatar como este segundo informe, redactado al dictado de los consejeros disidentes, a pesar de reflejar de manera mucho más veraz que el de Estevan Bolea las conclusiones de los técnicos, todavía se guarda algunas de las afirmaciones más duras que se reflejan en el informe firmado por estos últimos. Interviene el Congreso de los Diputados Las críticas a la central y al CSN por la pésima gestión del suceso eran imparables en el mes de marzo. Todos los medios de comunicación se hacían eco a diario de nuevas informaciones en relación con el accidente de Vandellós II. La alarma social alcanzaba cotas importantes y los responsables políticos no podían permanece por más tiempo ignorantes de la que estaba cayendo. La Comisión de Industria, Turismo y Comercio del Congreso de los Diputados, en una decisión sin precedentes, decidió reactivar en el mes de abril al grupo de parlamentarios que anualmente se reúne para estudiar el informe de actividades que el CSN debe presentar al Congreso. Esta vez, la llamada Ponencia del informe del CSN, se convocaba en forma de comisión de investigación en toda regla, para conocer de primera mano todo lo que había ocurrido entorno al accidente. La Ponencia requirió la comparecencia de una interminable lista personas relacionadas con la gestión del accidente, tanto de la central y de la industria como del CSN. También se llamó a comparecer a Carlos Bravo, responsable de la campaña de energía nuclear de Greenpeace, en un claro reconocimiento de la destacada labor que había tenido esta organización ecologista en destapar ante la opinión pública lo que la central y el CSN habían estado ocultando durante meses. Las comparecencias fueron maratonianas. El 25 de abril Estevan Bolea es la primera en ser llamada a declarar, y lejos de arredrarse, arremetió de manera furibunda contra los diputados socialistas y de los partidos de la izquierda parlamentaria, a los que acusó de oscurantismo por celebrar la sesión a puerta cerrada. Este diario, sin embargo, ha podido confiar que, a pesar del discurso de Estevan Bolea, esta es la práctica habitual en este tipo de comparecencias con arreglo al reglamento de la Cámara. El encendido discurso que siguió, que quedó grabado para la posteridad por los servicios de la Cámara, fue una sucesión de críticas a los grupos ecologistas, acusándoles de falsear la verdad, a los técnicos del CSN, acusándoles de que escribían informes arbitrarios y sin base técnica, y a sus propios colegas de Consejo, a los que acusó de tener poco conocimiento en seguridad nuclear, especialmente a Carmen Martínez Ten, a quien señaló como responsable directa de la mala gestión del accidente. Tal como ha quedado reflejado en la trascripción de la comparecencia, el malestar de varios de los diputados miembros de la Ponencia en el turno de réplica ante la intervención de Estevan Bolea fue importante y el rifirrafe que mantuvo con ésta con la diputada socialista Rosario Velasco, esta última defendiendo a Martínez Ten, sonado. Días después Greenpeace publicaría un extenso informe, titulado “Las 10 mentiras de Estevan Bolea”, en el que hacía un detallado repaso de la comparencia de Estevan Bolea ante la Ponencia del informe CSN en el Congreso, poniendo en evidencia como ésta había mentido en sede parlamentaria al menos en diez ocasiones. Estevan Bolea amenazó por boca del portavoz del CSN, además de su yerno, con denunciar a Greenpeace por estas acusaciones, por considerarlas sin fundamento algo y mal intencionadas. Nuevamente, Greenpeace se adelantaría a Estevan Bolea, y a principios del mes de septiembre dirigió un escrito a José Montilla, Ministro de Industria, Turismo y Comercio, solicitando la tramitación del cese de Estevan Bolea por haber mentido ante el Congreso, por falta de imparcialidad y por incumplir el código de buen gobierno aprobado meses antes por el ejecutivo socialista. Montilla no ha respondido todavía a la solicitud de Greenpeace, y según confiesa Carlos Bravo, tienen pocas esperanzas de que el ministro socialista, al que los ecologistas acusan de pronuclear, les vaya responder antes del plazo establecido para que el silencio negativo se haga firme. No obstante, Greenpeace tiene previsto recurrir ante la Audiencia Nacional el silencio del ministro caso de que se confirme, porque consideran que el Gobierno no se puede inhibir por más tiempo de todo lo que está ocurriendo dentro del CSN, máxime cuando Estevan Bolea fue puesta en el cargo con el apoyo tanto del PP como del PSOE, por lo que los socialistas son corresponsables de la situación actual. El resultado de las comparecencias en el Congreso se plasmó en un informe redactado por los miembros de la Ponencia, en el que se reflejan durísimas críticas a la gestión del accidente, tanto por parte de la central como del CSN. Unido al informe se incluyen una larga lista de requerimientos al Gobierno y al CSN para que se lleven a la práctica importantes medidas correctoras de todo tipo, entre las que destacan la solicitud de que todas las centrales nucleares analicen el accidente de Vandellós II para comprobar que no se dan en sus instalaciones deficiencias similares, la implantación de un plan de acción para reforzar la cultura de seguridad en las mismas y la puesta en práctica de una serie de acciones encaminadas a robustecer las áreas que se han demostrado más débiles dentro de la organización del CSN, que afectan desde a determinadas unidades técnicas, hasta el funcionamiento como organismo colegiado del órgano de gobierno del organismo. El plan de acción del CSN para reparar las deficiencias en la central A la vez que se adelantaba la parada de recarga de la central para acometer con urgencia las reparaciones en el sistema EF, el 18 de marzo el CSN remitía una carta a sus propietarios exigiéndoles la implantación de un extenso conjunto de medidas correctoras de todo tipo, que se debían sumar a las que la propia central ya había propuesto dentro de su programa de acción. Las medidas iban dirigidas tanto a recuperar la integridad estructural y funcional de los sistemas afectados por la corrosión, como a corregir las deficiencias detectadas en la gestión organizativa y de seguridad de la central. La mayor parte de las medidas exigidas por el CSN debían concluirse como condición previa a que se autorizase el arranque de la central. En el próximo capítulo se relatará en que condiciones se encontraron los sistemas de la central cuando se llevo a cabo la revisión exhaustiva de éstos que había ordenado el CSN durante la parada de recarga, así como las reparaciones y cambios organizativos que se acometieron antes del arranque de la central a principios del pasado mes de septiembre. El accidente de la central nuclear de Vandellós II: Un antes y un después para la industria nuclear española SEGUNDA PARTE Las consecuencias del accidente y el arranque de la central tras las reparaciones Dicen los expertos en seguridad nuclear que la catástrofe de la central nuclear ucraniana de Chernobyl, a pesar de sus terribles consecuencias, no ha sido el principal referente para reforzar la reglamentación y la seguridad de las centrales nucleares occidentales. Desde ese punto de vista, el número uno en el dudoso “hit­parade” de los accidentes nucleares le corresponde al ocurrido en 1979 en la central nuclear de Harrisbourg, localizada en la Isla de las Tres Millas de los Estados Unidos. El de Chernobyl, además de por la existencia de limitaciones puramente tecnológicas, sólo puede entenderse si se tienen también presentes los factores sociopolíticos propios de los regímenes soviéticos al uso, que tuvieron una influencia determinante en el escenario que desembocaría en el accidente con peores consecuencias de la historia de la energía nuclear. Por el contrario, el segundo, conocido en el argot como el accidente de TMI, fue resultado exclusivo de deficiencias técnicas, que sacaron a la luz las vergüenzas de la todopoderosa industria americana, sin recurso a cualquier otra excusa, poniendo en evidencia que cuando no existe un compromiso decidido y permanente por la seguridad, los fallos, con consecuencias dramáticas en ocasiones, pueden suceder en cualquier lugar del mundo, por muy avanzada que se considere la tecnología. Los expertos en seguridad nuclear americanos tomaron buena nota y en pocos años dieron un vuelco a la reglamentación nuclear en la mayor catarsis que se recuerda de la industria nuclear. Desgraciadamente, las centrales soviéticas quedaron al margen de los beneficios de estos cambios, que, tal vez, podrían haber evitado la catástrofe de Chernobyl de abril de 1986. Salvando las obvias diferencias entre las consecuencias de estos dos gravísimos accidentes y las de los ocurridos en centrales nucleares españolas, en los que, afortunadamente, nunca se ha producido liberación de radiactividad en cantidades significativas, para los expertos en seguridad nuclear, el incendió que en 1989 provocó el cierre definitivo de la obsoleta central nuclear de Vandellós I, construida en la etapa del desarrollismo franquista con medidas de seguridad muy inferiores a las centrales modernas, ha dejado de ser el principal referente para la industria nuclear. Desde el 25 de agosto de 2004 esa posición la ocupa el accidente ocurrido en la vecina central de Vandellós II. Esa fecha, en la que se produjo la rotura circunferencial de la tapa de uno de las bocas de acceso a los registros de la tubería del tren B del sistema de agua de servicios esenciales de la central (EF), no será olvidado fácilmente por la industria nuclear española. A pesar de que, tras muchas controversias, el accidente quedó clasificado por el Consejo de Seguridad Nuclear (CSN) sólo con el nivel 2 dentro de los siete niveles con que cuenta la escala internacional de sucesos nucleares y no se produjo liberación de radiactividad ni efectos directos sobre los trabajadores, el público o el medio ambiente, todo parece indicar que su influencia en el marco jurídico que regula la energía nuclear en España será determinante. Es más, los expertos consultados no descartan que el efecto tan negativo que ha tenido para la imagen de la industria nuclear española, que ha quedado herida de muerte, no vaya a pasar factura contribuyendo a que el Gobierno socialista acelere sus planes de cierre de alguna de las centrales nucleares más antiguas que todavía siguen en operación. Esto se explica no tanto por las consecuencias del accidente, como por el inaceptable comportamiento de la organización de la central antes, durante y después del accidente y por la paupérrima situación en la que se encontraron algunos sistemas importantes para la seguridad en las investigaciones posteriores. El coste económico de la cascada de revisiones, mejoras y refuerzos que la industria nuclear, en su conjunto, se verá obligada a implantar en las centrales para tratar de corregir la imagen de la industria nuclear a los ojos de la opinión pública será muy importante. Para empezar, la central afectada, además de tener que hacer frente a innumerables reparaciones y mejoras costosas, que se iniciaron en el 2004 y se deberán completar a lo largo de los próximos años, ha sufrido un descalabro económico sin precedentes como consecuencia de los meses que ha estado parada y, además, se ha visto compelida a reformar de arriba abajo toda su organización, colocando nuevas caras al frente de todos y cada uno de los puestos críticos de su gestión. La multa que con toda probabilidad impondrá el CSN en los próximos meses a la central supondrá otro batacazo económico para las empresas eléctricas propietarias. Las otras centrales nucleares no se han quedado de rositas. A petición del Congreso de los Diputados, el CSN ha dado orden inmediata de que todas ellas revisen sus instalaciones y organizaciones para cerciorarse de que no se dan ni las deficiencias técnicas ni organizativas detectadas en Vandellós 2 y para asegurarse, además, de que se presta la necesaria atención a la cultura de seguridad en todos los aspectos relacionados con el funcionamiento de estas peligrosas instalaciones. Pero los efectos no se limitan a lo económico. En estas fechas se discute en el Parlamento una proposición para reformar la ley que regula al CSN, organismo que ha sido duramente criticado por la pésima gestión del accidente. Esta reforma supondrá, entre otras cosas, un cambio drástico en las relaciones del organismo con el público y con los Parlamentos nacional y autonómicos, además de incluir nuevos mecanismos dirigidos a exigir y facilitar la presentación de denuncias por parte de los trabajadores cuando estos constaten que no se corrigen las deficiencias de las instalaciones, así como a reforzar la independencia efectiva del CSN frente a la todopoderosa industria nuclear. La proposición de ley, que fue tomada en consideración por el Congreso de los Diputados en el mes de septiembre del pasado año, fue promovida por el Grupo Parlamentario de Izquierda Verde­Izquierda Unida­Inciativa per Catalunya les Verds, a raíz de una iniciativa que Greenpeace planteó meses antes a diversos partidos políticos. Esta asociación ecologista mantiene una particular batalla contra al CSN, al que considera parte de la propia industria nuclear, por considerar que su funcionamiento es muy deficiente, especialmente desde que la polémica María Teresa Estevan Bolea fuera nombrada presidenta en julio del 2002. Ésta última, reconocida defensora de la energía nuclear, ha recibido durísimas críticas por su gestión al frente del organismo del accidente de Vandellós II desde todos los ángulos del arco parlamentario, excepto desde el Partido Popular que promovió su nombramiento, y desde los medios de comunicación, tanto especializados como generalistas. Greenpeace, que tiene en marcha desde hace años una campaña en favor del cierre de las centrales nucleares, ha liderado también la oposición a que el CSN autorizase el arranque de la central nuclear de Vandellós II el 12 de agosto de 2005, después de estar fuera de servicio varios meses para reparar los graves desperfectos causados por la corrosión el ambiente marino en diversos sistemas importantes para la seguridad. Esta organización recurrió el acuerdo del órgano de gobierno del CSN, compuesto por cinco miembros nombrados por el presidente del Gobierno previa consulta al Congreso de los Diputados, por el que se autorizaba el arranque, argumentando que la central no era plenamente segura y que muchas de las acciones correctoras exigidas por el propio organismo regulador en marzo no habían quedado plenamente resueltas. Para sustentar su opinión, Greenpeace solicitó copia de numerosas actas de inspección e informes técnicos relativos al accidente y a las reparaciones efectuadas con posterioridad. En una decisión sin precedentes, tras las múltiples acusaciones de oscurantismo recibidas en la primera mitad del año, el CSN acordó hacer entrega a los ecologistas de copia toda la documentación solicitada, excepto de un polémico informe que redactaron los técnicos que inspeccionaron la central inmediatamente después del accidente, en el que, según se han hecho eco diversos medios de comunicación, se acusaba sin ambages a la nuclear de haber primado el beneficio sobre la seguridad. El CSN mantiene este informe fuera del alcance de los ojos de los ecologistas amparándose en motivos de confidencialidad, sin explicar las razones concretas en las que se basa. Para Greenpeace esto es totalmente ridículo, puesto un informe que refleja las conclusiones de los funcionarios de un organismo público deducidas a partir de su actuación como agentes de la autoridad en el curso de una inspección a una central nuclear no puede ocultarse ni a los interesados ni al público en general. Carlos Bravo, de Greenpeace, considera que la decisión de no entregar el informe es una manifiesta censura de los técnicos del CSN y esconde un desesperado intento de los gestores del organismo por salvar los muebles de la industria nuclear amordazando a quienes la critican para tratar de evitar, en vano, que quede en evidencia una industria obsoleta, que carga permanentemente a sus espaldas el pecado del egoísmo. En esta ocasión, las sospechas de los ecologistas no parecen faltas de fundamento, puesto que si la industria nuclear no tuviera nada que esconder no habría razones para que el CSN tuviese que mantener oculto el informe para la opinión pública. En todo caso, este diario ha tenido acceso a las actas de inspección y los informes que el CSN ha remitido a Greenpeace y ha contrastado exhaustivamente toda la información que se menciona sobre el estado en el que se encontraba la central nuclear de Vandellós II después del accidente de agosto de 2004 y antes de que el CSN autorizara el arranque de la central en agosto del 2005. Extensión real de la corrosión en los sistemas de la central El accidente de agosto de 2004 destapó la importante degradación que sufrían las tuberías del sistema de agua de servicios esenciales, conocido como sistema EF, afectadas por un fenómeno de corrosión generalizada. El fenómeno estaba provocado porque estas tuberías, fabricadas por hormigón armado con una cubierta interior de acero inoxidable, se habían visto dañadas por el ambiente marino al que han estado sometidas durante más de 18 años. El diseño de estas tuberías, que se conoce con el nombre de tubería BONNA, se copió del que se utilizaba en centrales nucleares de tecnología francesa, como la de la vecina Vandellós I, sin tener en cuenta que la cercanía de la central al mar podía hacerlo desaconsejable. Es más, en 1984 se produjo la rotura de una tubería con este mismo diseño en esa central, lo que motivó que, en el último momento, se decidiera modificar parcialmente el diseño de las tuberías del sistema EF de Vandellós II, en construcción por aquel entonces, para incluir una protección catódica, que, a la postre, se ha demostrado insuficiente para evitar un desenlace fatal. El grado de afectación del sistema EF por la corrosión era de tal calibre que ni siquiera todas las reparaciones efectuadas a finales del 2004 y continuadas en la primavera y verano del 2005 han sido suficientes para devolver la central a las condiciones de licenciamiento originales en las que fue autorizada su construcción. En un informe de los técnicos del CSN se reconoce que, una vez que se comenzaron los trabajos de reparación del sistema EF, fueron apareciendo nuevas “patologías” de corrosión no previstas inicialmente, evidenciándose en algunos tramos de tubería enterrada un proceso de corrosión externa iniciado debajo del hormigón de recubrimiento de algunas uniones de tuberías, haciendo imposible recuperar en su totalidad las condiciones de licenciamiento con las reparaciones previstas de no ser que se sustituyeran las tuberías por completo. Por ello, en lugar de utilizar como criterio de aceptación de las reparaciones el devolver el sistema a su condición original, el CSN ha optado por realizar estudios sobre la capacidad última del sistema, de manera que la central tendrá que sustituir el sistema EF por completo antes de alcance dicha fecha. Los técnicos estiman que la vida remanente del mismo es de unos cinco años, por lo que deberá implantar una solución definitiva antes del 2009. En los meses siguientes al accidente de agosto de 2004, los propietarios de la central, sin ser corregidos por el CSN, trataron de hacer ver a la opinión pública que los problemas de corrosión se limitaban, exclusivamente, al sistema EF. Su estrategia, sin embargo, no evitó las denuncias de Greenpeace, que aseguraban que los efectos de la corrosión afectaban a muchos otros sistemas sometidos al ambiente marino, especialmente a aquellos que tenían tuberías con diseño similar a las del EF. Efectivamente, a partir del mes de febrero, poco a poco se fueron conociendo los nombres de otros muchos sistemas afectados tanto o más que el propio EF, de manera significativa el sistema de protección contra incendios, vital para mitigar los efectos de accidentes que den lugar a incendios en equipos importantes para la seguridad, como el que ocurrió en 1989 en la vecina Vandellós I. Las actas levantadas por los inspectores del CSN en los meses de abril a julio del 2005, mientras se realizaban las reparaciones en la central, no dejan lugar a dudas de que el número de sistemas afectados por la corrosión era elevadísimo. En una ellas, de finales del mes de junio, se repasa, caso por caso, el estado de la interminable lista de sistemas afectados, entre los que destacan: el de protección contra incendios, tan afectado o más que el EF, el de agua de alimentación auxiliar, que tiene funciones muy importantes en condiciones de accidente, el de almacenamiento de condensado, el de pretratamiento, almacenamiento y transferencia de agua, el de agua de reposición, el de agua de refrigeración de componentes, el de agua enfriada, el de agua enfriada esencial, el de combustible diesel, el de combustible diesel esencial, el de aire comprimido, y el de agua de servicios no esenciales, cuyo diseño es muy similar al del EF. La relación de los desperfectos provocados por la corrosión en tuberías, válvulas, soportes, tornillos, etcétera, de estos sistemas demuestra que los ecologistas de Greenpeace estaban plenamente acertados cuando insistían en que tenía que haber muchos más sistemas afectados que el EF ante el silencio culpable de la central y el CSN. Para Carlos Bravo, de Greenpeace, lo más lamentable es que al leer las actas se da uno cuenta como en un simple paseo de los inspectores del CSN por la central van apareciendo, como por arte de magia, multitud de desperfectos. Bravo insiste indignado que es como si nadie hubiera pasado por esos sitios de la central desde hacía años o si lo habían hecho debía de ser con gafas de sol para no ver la realidad. Por eso le preocupa enormemente que algunos de los sistemas afectados no se hayan podido revisar enteramente debido a limitaciones técnicas antes de autorizar el arranque en agosto pasado y que la central esté funcionando con mejoras pendientes de implantar. Efectivamente, tal como afirma Bravo, se puede comprobar en el acta de inspección citado que partes de varios de estos sistemas (protección contra incendios, alimentación auxiliar, almacenamiento de condensado, refrigeración de componentes,…) quedan con pruebas y reparaciones pendientes de implementar una vez arrancada la central o incluso durante los próximos ciclos de operación. A Bravo también le resulta injustificable que el CSN haya permitido seguir funcionando a la central a sabiendas de que el sistema EF, a pesar de las reparaciones realizadas, no cumple plenamente con las bases de diseño del sistema con el que fue concebido y autorizado por el Gobierno, ya que, según él, éste organismo no tiene potestad para autorizar que la central opere en condiciones diferentes que las constan en el permiso de explotación de la central. Pero no queda hay la cosa. En la exhaustiva revisión que se ha tenido que realzar por el problema de la corrosión se han encontrado muchos más defectos que no estaban directamente relacionados con la corrosión, lo que podría hacer dudar de los resultados de un ejercicio similar en el resto de las centrales nucleares españolas. Para Bravo no cabe duda de cual sería, porque, según él, las centrales nucleares son fábricas de producción en las que la seguridad está en un segundo plano, como se vio hace quince años en el accidente de Vandellós I, se ha repetido en este y no se diferencia en gran medida de lo observado en Trillo con los defectos encontrados en el diseño de los sistemas eléctricos, las deficiencias que han dado lugar al cierre de Zorita en el 2006 o los problemas de grietas en la vasija de Garoña. Bandejas de cables rotas e inundadas de agua Por el emplazamiento de una central nuclear, donde hay instalados cientos de sistemas y componentes interconectados, de manera que las funciones de uno dependen de las actuaciones de los otros, discurren millones de kilómetros de cables eléctricos. De la misma manera que las tuberías por las que discurre el agua que refrigera el reactor son imprescindibles para extraer el calor generado en el núcleo, los cables eléctricos son imprescindibles para asegurar que las ordenes de actuación, automáticas o de los operadores en la sala de control, llegan hasta los componentes de los equipos importantes para la seguridad. No es difícil imaginar lo que podría ocurrir si se produjesen fallos múltiples en la instalación eléctrica de una central nuclear. Pues bien, uno de los hallazgos más importantes una vez que se iniciaron las investigaciones de las consecuencias del accidente de agosto del 2004 fue la aparición de montones de bandejas de cables eléctricos de sistemas relacionados con la seguridad inundados de agua o simplemente partidas. Lo más curioso es que, de la lectura de las actas de los inspectores del CSN, parece repetirse exactamente la misma historia que con la corrosión en las tuberías, ya que se conocían la existencia de estos problemas desde años atrás y la central se había limitado a atajarlos con parches, sin buscar una solución integral, y sin advertir de ello al organismo regulador. El rosario de fallos detectados en cables enterrados desde 1990, sin duda, debería haber echo pensar en algo más que simples problemas aislados que no revestían importancia. En muchos casos la solución dada se limita a cortar el cable afectado, dejando un cable menos en la fase siniestrada, o simplemente a sustituirlo por otro nuevo, sin tomarse la molestia de investigar la causa raíz de los problemas. Según los informes, parece ser que la mayoría de estos fallos obedecen a la aparición de hundimientos del terreo en el emplazamiento que han dado lugar a asentamientos diferenciales entre los tubos de los conductos eléctricos y la entrada a edificios y entre arquetas, en algún caso literalmente cortando los cables por efecto cizalladura. La presencia masiva de agua por el interior de las canalizaciones eléctricas y galerías de cables podría justificar estos desplazamientos del terreo, que, por lo que se relata en las actas de inspección, afectan a un importante número de edificios de la central. En una de estas actas se relata como los inspectores del CSN observan que en las arquetas ubicadas a la salida del edificio eléctrico de la casa de bombas hay falta de sellado en las arquetas de conductos, humedad dentro de las arquetas, falta de soportado de los cables en su interior y presencia de restos de lodos encima de los cables. Todo ellos son signos de que los cables habían estado inundados durante largos períodos de tiempo sin que la central hubiese hecho nada por evitarlo. Los técnicos del CSN se plantean dudas en cuanto a los efectos que podría tener a largo plazo que la central siga operando sin haber sustituido la totalidad de los cables que han estado sometidos a condiciones de inundación y deterioro mecánico. Si bien parece deducirse de los ensayos realizados sobre algunos de estos cables que no se ha producido un efecto de envejecimiento significativo, los técnicos destacan que la operación continúa de los cables eléctricos en condiciones de inundación y deterioro mecánico no estaba prevista en el diseño de la central, por lo que requieren a la central que mantenga una un programa de vigilancia y mantenimiento específico de los cables eléctricos enterrados de cara a evitar en el futuro la repetición de situaciones similares en elementos de tanta importancia para la seguridad. También se exige a la central que revise sus procedimientos de notificación de incidencias al CSN para garantizar la pronta comunicación de cualquier fallo en conductos eléctricos enterrados, en clara alusión a la falta de transparencia mantenida en el pasado. Para Carlos Bravo no hay duda de que las reparaciones efectuadas son sólo parciales, por lo que la seguridad de la central está comprometida. Según éste, en los informes se dice con claridad que no se realizado una revisión conducto por conducto del estado de los cables, sino que simplemente se ha evaluado que el alcance de las reparaciones planteadas cubre las deficiencias detectada, algo que demostraría que no se tiene total garantía de que no puedan existir más cables dañados que podrían provocar un fallo importante en cualquier momento. Bravo recuerda, además, que en los informes se menciona que no todos los asentamientos de terreno se han resuelto antes del arranque y considera inaceptable que el CSN haya aceptado sin más las tesis de la central de que estos hundimientos obedecen a los primeros asentamientos del terreno y no van a progresar en el futuro. En su opinión, la seguridad de una instalación que puede causar daños tan graves como una central nuclear debe estar garantizada sin la menor de las dudas y permitir que una central nuclear siga funcionando con desperfectos reconocidos sobre la base de teorías poco contrastadas es una auténtica temeridad. Agua en la contención El edifico que alberga el núcleo del reactor de la mayoría de las centrales nucleares está construido con una gruesa pared de hormigón, llamada contención, cuya misión es evitar que escape la radiactividad al exterior. El interior de la pared de la contención está recubierto por una chapa de acero que se conoce con el nombre de “liner”, que establece una primera barrera de protección de la pared de la contención frente a posibles las fugas de radiactividad en caso de accidentes en el sistema primario del reactor. La contención es, por tanto, un elemento fundamental en una central nuclear. Prueba de ello es que hoy en día se sabe que la ausencia de una contención sólida en la siniestrada central nuclear ucraniana de Chernobyl contribuyó de manera determinante a que la extensión de la contaminación liberada en el accidente de 1986 fuese tan importante. Hasta las personas con menos conocimiento técnico en la materia distinguen fácilmente una central nuclear de otras instalaciones simplemente a la vista del sólido edificio de contención en el que se aloja el núcleo del reactor, que es donde tienen lugar las reacciones en cadena del uranio. A pesar de la importancia de este elemento, en la recarga de 2005, a la vez que se investigaban los efectos causados por la corrosión, el inspector residente del CSN en la central de Vandellós II tuvo conocimiento, por primera vez, que desde el 2000 existía presencia de agua en la solera de la contención, sin que la central hubiese informado previamente sobre el particular y sin que se conociera con certeza el origen y los efectos que el agua podría causar en la integridad de la contención, especialmente del “liner”, que siendo metálico es particularmente susceptible a la corrosión. Todo ello a pesar de que, según indican los técnicos del CSN en sus informes, existe una amplia experiencia operativa relativa a los problemas causados por la presencia de agua en la contención, en la que se alerta sobre el riesgo de de corrosión del “liner” y de la potencial pérdida de margen de seguridad de este componente. Pero la central, al igual que hizo con la corrosión en las tuberías del sistema EF y con la rotura e inundación de bandejas de cables de sistemas de seguridad, prefirió ocultar este nuevo problema al CSN, seguramente pensando que, de haberlo notificado, éste último iba a requerir más revisiones y reparaciones de las que finalmente ha exigido antes del arranque de la central a finales del verano. En los informes de los técnicos se explica que el fenómeno se observó por primera vez en el 2000, pero, a pesar de que entonces se achicó el agua y se sellaron 29 orificios pasamuros instalados durante la construcción de la central, el problema se repitió en las recargas de 2002, 2003 y en la última del verano del pasado año. En esta última recarga se han realizado nuevas reparaciones, sin embargo, según consta en los informes, se ha detectado un empeoramiento de la presencia de agua en algunas zonas que ha requerido achiques de volúmenes de agua muy superiores al de los propios orificios, sin que se haya encontrado ninguna explicación de ello. Además, se dice que las concusiones de un informe del Instituto Eduardo Torroja son muy claras en cuanto a la determinación de un proceso de corrosión activo en el “liner”, contra el que el pH del agua presente en la contención no funciona como inhibidor de este proceso degradatorio. A pesar de todo, el CSN ha considerado que no existe peligro en que la central continúe operando en estas condiciones hasta que se esclarezca más adelante el origen de estas fugas de agua y se implante una solución definitiva. A Carlos Bravo esta decisión le parece indignante y representa el enésimo trato de favor a la central, que, a pesar de haber ocultado la información de que disponía sobre este nuevo problema, se beneficia de la connivencia del organismo regulador. Informes hechos a toda prisa y acciones pendientes para los próximos años A pesar de las dificultades de entender la jerga de los técnicos del CSN y, en ocasiones, el alcance de las afirmaciones que hacen éstos, sí resulta del todo evidente que el denominador común de las decenas de actas de inspección e informes elaborados en los meses de marzo a julio del 2005 es que se han redactado a toda prisa y bajo la presión de llegar cuanto antes a una conclusión favorable que permitiera a la central retomara la operación. En un buen número de estos informes se reconoce la necesidad de posponer determinadas medidas correctivas para los próximos ciclos de operación, aunque no siempre se ofrece una justificación de la conveniencia de ello, lo cual parecería muy necesario, especialmente si se tiene en cuenta que tampoco parece haber realizado una valoración de conjunto de la suma de todos los pendientes sin resolver antes del arranque de la central el pasado verano. En otros, a pesar de estar firmados por los autores y revisados por sus superiores, aparecen capítulos enteros sin desarrollar, con una simple nota que advierte de que su contenido, sea cual sea, no afectará a las conclusiones. Desde luego, teniendo en cuenta la gravedad del accidente de agosto de 2004 y de todas las deficiencias que se han detectado posteriormente en la central de Vandellós II, no parece que el estado de los informes que han servido para que el órgano de gobierno del CSN haya tomado el acuerdo de permitir a la central arrancar sea el esperable en cuando a su rigor y completitud. Para Carlos Bravo, no se debe culpar de ello a los técnicos del CSN, de los que le consta que han hecho todo lo humanamente posible para responder a tiempo a la extraordinaria sobrecarga de trabajo que han tenido que afrontar entre los meses de marzo y agosto de 2005, la culpa corresponde enteramente a los consejeros y directivos del CSN, quienes, en lugar de haber advertido a la central de que no se autorizaría su arranque hasta que se hubiesen resuelto el cien por cien de las deficiencias, han optado por buscar soluciones de mínimos, que de ninguna manera garantizan plenamente la seguridad. Bravo argumenta que ante casos mucho menos graves otros organismos reguladores han tenido las centrales nucleares paradas durante más de un años y en algún caso ni siquiera las han vuelto permitir arrancar. Pone como ejemplo la actuación de la Comisión Reguladora Nuclear norteamericana, de la que se supone que el CSN es un remedo, quecuando detectó en 1993 deficiencias programáticas de diversa índole en la central de South Texas, sin la necesidad de que ocurriera un accidente, la central estuvo más de un año parada hasta que se la permitió arrancar. Posteriormente, 1996, ante un caso similar en la central nuclear de Millstone, la Comisión norteamericana ordenó una revisión integral de todas las centrales operadas por la misma compañía eléctrica propietaria y sólo permitió que estas fueran volviendo a arrancar progresivamente después de la implantación de un exhaustivo programa de mejoras, excepto la unidad 1 de la central de Millstone que jamás volvió a arrancar. Más recientemente, en el 2002, ante el descubrimiento de un boquete casi pasante en la tapa de la vasija del reactor de la central de Davis­Besse, además de mantener parada la central durante treinta meses antes de permitir que siguiera funcionando, la Comisión reguladora ordenó un importantísimo plan de mejoras en la misma, especialmente en aspectos organizativos y de cultura de seguridad, cuya implantación se extenderá durante cinco años. Ni que decir tiene que en todos estos casos las multas impuestos por la Comisión americana han sido extraordinarias. Por todo ello, Bravo insiste en que los poco más de cuatro meses que la central ha estado parada para reparar los desperfectos y revisar los equipos y sistemas son una completa ridiculez, máxime si se tiene en cuenta que al menos dos meses corresponden al tiempo que habitualmente se para la central para la recarga de combustible, y demuestra que, como de costumbre, el CSN está del lado de la industria. Por otra parte, al margen de las innumerables reparaciones en los equipos de Vandellós II, entre los aspectos más controvertidos de las deficiencias detectadas en la gestión del accidente se encuentran los relacionados con la actuación de la organización de la central, a la que se acusa de haber ocultado información al CSN de manera reiterada y de haber dado prioridad al beneficio económico ante la seguridad. Estas preocupantes conclusiones aparecen en los informes de los técnicos y para evitar su repetición se ha exigido a la central un importante cúmulo de medidas correctoras y de cambios en la organización. Precisamente es en este área donde los técnicos del CSN ponen la nota más baja a la central en sus informes del verano pasado. En uno de ellos, se explica que el grupo asesor independiente de expertos que se estableció a petición del CSN para estudiar la actuación de la organización de Vandellós II puso en evidencia que los aspectos económicos y de producción podían haber desempeñado un papel “demasiado preponderante” en la gestión estratégica de las centrales nucleares de Ascó y de Vandellós II, gestionadas ambas de manera conjunta por sus empresas eléctricas propietarias, y que los aspectos económicos fueron una de las primeras causas de los problemas identificados en ésta última central. Además, sobre cada uno de los aspectos que se encargó la opinión de este grupo de expertos se hacen constar decenas de deficiencias y áreas de mejora, que van desde detalles menores hasta graves fallos en la organización. Entre otras muchas medidas, el grupo de expertos recomendó que realizara una evaluación de la Junta de Administradores de ambas centrales nucleares, aplicando estándares internacionales reconocidos, acción que, a pesar de las advertencias de los expertos sobre su importancia, no había sido realizada por la central cuando el CSN acordó autorizar el arranque de la central en agosto pasado. La razón última por la que los expertos insistían en la necesidad de este análisis era que el diagnóstico dado por la Junta de Administradores sobre todo lo ocurrido en relación con el suceso de agosto de 2004 es que se trataba de “meros problemas de mantenimiento” de los que la responsabilidad principal correspondía a la dirección de la central, de lo que los expertos deducen que la Junta no ha asumido ninguna responsabilidad de lo ocurrido, escurriendo el bulto hacia los niveles inmediatamente inferiores. A la vista de las recomendaciones y opiniones de los expertos, los técnicos del CSN concluyen que sigue faltando un análisis riguroso y profesional del impacto que la gestión estratégica de la organización de las centrales de Ascó y Vandellós ha podido tener en la seguridad nuclear y, por lo tanto, en las deficiencias organizativas y técnicas que han aflorado. Además, dejan constancia de que buena parte de las acciones que se tienen que implementar como parte del plan de acción tendrán que acometerse en los meses posteriores al arranque, pudiéndose considerar el plan como un mero conjunto de declaraciones de intenciones de cara al futuro. Ciertamente de esto se desprende que uno de los requisitos exigidos por el CSN en marzo del 2005 como condición previa al arranque no se cumplía cuando se acordó autorizar el arranque. De manera muy elocuente, en el informe se dice textualmente: “demostrar fehacientemente que la situación continúa siendo insegura [después de las mejoras implantadas] es extremadamente complejo, de la misma forma que lo es demostrar fehacientemente que la situación ya es segura”. Termina el mismo informe haciendo una comparativa de la actuación del CSN en el caso de Vandellós II con el de la Comisión reguladora norteamericana ante el grave suceso de la central nuclear de Davis­Besse. Según los técnicos, a pesar de que ambos sucesos tiene una gravedad comparable en términos de medidas objetivas, incluso sería 10 veces más grave el de Vandellós II en función del posible daño al núcleo en caso de determinados accidentes, las medidas previstas en el plan de acción del organismo americano antes de permitir el arranque de la central treinta meses después del descubrimiento del suceso fueron mucho más allá que las del CSN en el caso de Vandellós II. Para Carlos Bravo, esta es la prueba del nueve, que demuestra, sin duda alguna, que Greenpeace está en lo cierto cuando afirma que el CSN ha actuado de manera chapucera y beneficiando a la industria. Recuerda que, a pesar de lo que se afirma en el informe de los técnicos del CSN, que suscribe completamente, el suceso de Davis­Besse fue clasificado la Comisión reguladora americana como de nivel 3 en la escala internacional de sucesos, mientras que el CSN clasificó el de Vandellós II como de nivel 2. Bravo lamenta que las trampas que el CSN utilizó para rebajar la importancia del accidente de agosto de 2004, clasificándolo de nivel 2, sean similares a las que ha utilizado para autorizar que la central nuclear siniestrada volviera a arrancar sin plenas garantías de seguridad. El CSN propone una multa millonaria El pasado 28 de diciembre, el órgano de gobierno del CSN acordó proponer al Ministerio de Industria, Turismo y Comercio la incoación de un expediente sancionador con tres sanciones graves por las actuaciones de la central nuclear de Vandellós 2 en relación con los hechos que dieron fugar al accidente de agosto del 2004. Las sanciones propuestas, que se basan en que la central incumplió las condiciones y los términos de la autorización, en la omisión de medidas correctoras y en la ocultación de información, de imponerse en su grado máximo en los tres supuestos sumarían un total de 1,8 millones de euros, lo que supondría la mayor multa impuesta a una central nuclear en España. Sin embargo, no parece que esto haya satisfecho a los ecologistas, que se quejan amargamente de que, incluso en su grado máximo, la sanción sólo equivaldría a un par de días de operación, puesto que el beneficio diario de una central nuclear es del orden de 1 millón de euros. Para Carlos Bravo la actitud del CSN, al que Greenpeace ya había pedido que multara a la central por faltas muy graves, es decepcionante, y demuestra que este organismo nunca ha tenido la intención real de corregir el inadmisible comportamiento de la central. Según Bravo, una sanción muy grave, aunque el monto de la multa hubiera seguido siendo ridículo en comparación con el beneficio obtenido, al menos habría resultado ejemplarizante y las demás centrales habrían tomado buena nota de ello, al revés de lo que ocurrirá con las sanciones propuestas. Greenpeace pedirá a los partidos políticos que aprueben con carácter de urgencia un importante aumento de las multas previstas en la legislación nuclear. Consejo de Seguridad Nuclear: El jugador número 12 de la industria nuclear española En el año 1980, el Gobierno español, en línea con lo que se había hecho en otros países desarrollados, decidió separar las funciones de promoción de la energía nuclear de las de supervisión de su seguridad, para lo cual creo un Consejo de Seguridad Nuclear (CSN) independiente del gobierno y único competente en materia de seguridad nuclear y protección radiológica en todo el territorio nacional. Siendo ésta, indiscutiblemente, una buena decisión, en la gestación del nuevo organismo se cometió un pecado original que probablemente de explicación a muchos de los vicios y carencias que ha evidenciado en su andadura en estos últimos 25 años. El CSN, aunque en términos jurídicos se creó como organismo exnovo, en la práctica no fue así; nació de la escisión de la antigua Junta de Energía Nuclear, organismo que había jugado un papel clave en el fomento de la energía nuclear en sus orígenes en España y que daría pábulo durante años las inconfesables aspiraciones de la rancia cúpula militar tardofranquista de fabricar una bomba atómica. La estrecha relación entre la industria nuclear y el organismo encargado de regularla, con tintes más o menos refinados y renovados, ha sido una constante a largo de los años desde sus orígenes. Por el contrario, la relación de este oscuro organismo con la ciudadanía ha sido, más que inexistente, de rechazo y desprecio, especialmente frente a todas las asociaciones interesadas que manifiestan su legítimo derecho a recelar de una energía sucia y peligrosa y de una industria preocupada exclusivamente del beneficio económico. Estas afirmaciones no son gratuitas. Mientras que el CSN ha desarrollado su pobrísimo sistema regulador en total sintonía con la industria, acordando estrategias de licenciamiento destinadas a reducir la presión reguladora y minimizar los requisitos de seguridad, y costeando programas de I+D, irónicamente pagados en su mitad por el erario público, que han servido para justificar éstas, la ciudadanía ha sido mero sujeto pasivo de la aplicación de la reglamentación nuclear, teniendo que conformarse con asistir como convidado de piedra, ciego, sordo y mudo, a una ceremonia en la que no es bienvenido. Por el contrario, la presencia de la industria nuclear en el corazón y en el sistema nervioso del CSN es permanente y de todas las formas imaginables: Consejeros y altos cargos que han hecho un viaje de ida y vuelta desde y hacia la industria nuclear, contratos millonarios a ingenierías que son propiedad de la industria nuclear que han servido para justificar las propuestas de la propia industria, casi siempre en la dirección de reducir los requisitos de seguridad aplicables, y, para colmo, presencia permanente de personal de estas ingenierías en la mismísima sede del CSN, sustituyendo a funcionarios en tareas que requieren un estricta independencia del regulado, como, por ejemplo, la inspección a las instalaciones. Comparado con esto último, la presencia de ciudadanos de a pie de la sociedad civil en el organismo es escasísima, por no decir nula, sobre todo si lo que pretenden es recabar información veraz que tenga que ver, aunque sea de refilón, con deficiencias en el funcionamiento de las instalaciones nucleares. Eso sí, si es usted estudiante joven o persona jubilada, el CSN estará encantado de mostrarle el grandioso panteón que diseñó el multifacético Manuel Toharia a mayor gloria de la energía nuclear por encargo del anterior presidente del CSN, Juan Manuel Kindelán, y al que le pusieron el rimbombante nombre de Centro de Información. Ciertamente paradójico nombre para una especie de museo atómico en el que se ofrece de todo menos información útil para que los ciudadanos puedan tener garantías de que el parque de instalaciones nucleares y radiactivas funciona de manera segura. Pero si lo que uno va buscando son actas de inspección o informes de evaluación, desde luego que no las busque allí, porque no las encontrará. El Centro de Información del CSN es como casi todo allí, puro celofán, humo sin llama, una simple fachada que esconde un edificio hueco, sin pilares y sin estructura. Empezando por la normativa a la que se supone que se deben atener las instalaciones nucleares, que jamás se ha desarrollado porque desde la etapa de la antigua Junta de Energía Nuclear ya se encontró la excusa perfecta para no hacerlo: aplicar la normativa del país donde se había comprado la tecnología, creando un maridaje jurídico con terceros países que no tiene precedente en nuestro marco legal. El resultado es que si usted tiene mucho empeño en saber con que normas se ha diseñado y se operan las centrales nucleares de su entorno, desista, no pierda el tiempo, porque tiene muy pocas posibilidades de lograrlo. De poder encontrar en algún sitio esas misteriosas reglas sólo podría hacerlo en los llamados documentos oficiales de explotación, que exige el CSN para conceder las licencias de funcionamiento. Si tuviese usted acceso a estos documentos y si dispone de un amigo ingeniero nuclear que le asesore, con suerte podría enterarse de las normas del país de origen que la instalación se ha comprometido a cumplir, pero, ironías de la vida, esos documentos no son públicos y los guardan a buen recaudo el CSN y la instalación. Así que, si un día ve usted salir humo negro de una central nuclear que le preocupa, y esto le hace anidar la inquietud de conocer si es normal o no, mejor cierre la ventana y póngase a ver la televisión. Pero si en un conato de locura usted pretendiera poner una demanda contra una central nuclear por sospechar que no funciona correctamente o que perjudica sus intereses, entonces más vale que directamente se cambie de domicilio, porque lo primero que debe usted saber es que la primera instancia judicial a la que tendría que recurrir es, nada menos, que la Audiencia Nacional, al tener las decisiones del CSN rango ministerial. Si tiene usted los medios económicos para sufragar abogado y procurador ante la alta sala y la paciencia para esperar los dos o tres años que tarda en resolver ésta un recurso, cruce los dedos para que le den la razón a la primera, porque sino tendrá que plantear un complejo recurso de casación ante el Tribunal Supremo, ahí es nada. Entonces ya solo le quedará hacer otra importante inversión económica y esperar otros cuatro o cinco años para salir de dudas. Si aún así no le hacen caso, no desespere, siempre le queda el recurso de amparo del Tribunal Constitucional. En resumen, lo dicho, mejor no sea curioso y cámbiese de domicilio. En todo caso, si de lo que usted está verdaderamente interesado es por la normativa de obligado cumplimiento made in Spain, le será mucho más fácil resolver su inquietud, sólo tiene que conectarse a la página de internet del CSN donde descubrirá que la voluminosa normativa nacional en materia de seguridad nuclear se reduce a nueve instrucciones, de las cuales ocho se refieren a protección radiológica y sólo una a seguridad nuclear. Esta última, se refiere, concretamente, a la documentación que las centrales nucleares tienen que presentar en las recargas de combustible, asunto de la máxima enjundia dentro del campo de la seguridad nuclear. Del proceloso ámbito de las relaciones con el CSN pueden dar buena cuenta las asociaciones ecologistas españolas como Greenpeace, a las que el organismo tiene declarada una guerra sin cuartel, seguramente porque a sus gestores no les gusta que otros cumplan lo que ellos ignoran. Baste citar algunos ejemplos para comprobar cómo se relaciona éste organismo público con los bárbaros ecologistas, que pretenden que la ciudadanía cocine con camping gas y se caliente haciendo deporte. Siete años tuvo que esperar Ecologistas en Acción para que el Tribunal Supremo condenara al CSN a entregar un acta de inspección que sus inspectores levantaron tras una visita a la accidentada empresa Acerinox en relación después de la fusión de una fuente radiactiva. Ahora dicen que la situación ha mejorado mucho, muy a su pesar del CSN, porque, gracias a que la sentencia del alto Tribunal es jurisprudencia consolidada, éste está obligado a entregar las actas de inspección a quien las solicite. Es verdad, pero no del todo, porque si usted quiere solicitar un acta de inspección, lo primero que tendrá es saber que dicha inspección ha existido y tener algún dato que le permita poder solicitarla al CSN, cosa que no todo el mundo puede hacer. Claro que si lo que usted quisiera solicitar es un informe de evaluación, entonces la cosa se complica mucho más, porque salvo que dedique a mantener un seguimiento muy detallado de las actividades del CSN, lo que no está al alcance de cualquiera, es absolutamente imposible adivinar que informes han podido elaborar el organismo. Esta situación contrasta poderosamente con la de la Comisión Reguladora Nuclear norteamericana, de la que se supone que el CSN es un remedo, que considera normal que cualquier ciudadano del mundo, ni siquiera tiene porque ser americano, pueda acceder a todos y cada uno de los documentos que genera, incluso si estos son correos electrónicos, excepto en contadas situaciones relacionadas con la defensa nacional o los derechos industriales. Aún en estos casos excepcionales, la Comisión está obligada a proporcionar a quien lo solita una copia de los documentos de los que se ha eliminado la información sujeta a protección especial. Si de lo que se trata es de recabar información sobre los sucesos en las instalaciones nucleares y radiactivas, en esto sí que ha habido algunos avances en los últimos años. Hasta hace poco, el CSN se limitaba ha publicar escuetas notas de prensa, últimamente redactadas por el yerno de la presidenta del organismo, sobre aquellos sucesos que, con buen o mal criterio, consideraba de interés. Greenpeace y otras organizaciones interesadas, han denunciando en reiteradas ocasiones que es un verdadero atropello que no de traslado a la ciudadanía de todos los sucesos que ocurren en las instalaciones que éstas están obligadas a reportar. Entre otros motivos, esta información es esencial para poder ejercer la defensa de los intereses legítimos que ampara nuestra Constitución. Pues bien, después de que durante muchos años el CSN simplemente haya ignorado nuestras peticiones, ha tenido que ser el grave accidente ocurrido en la central nuclear de Vandellós II en agosto del 2004 el detonante que ha hecho que el propio Congreso de los Diputados instase al CSN a que informar a los ciudadanos sobre todos los sucesos. Eso sí, el CSN no ha dado su brazo a torcer. Efectivamente ahora sí da información sobre todos los sucesos, como no podía ser de otra manera después de haberlo pedido el Congreso, pero en lugar de hacer pública de manera veraz toda la información que recibe de la instalación afectada se limita a resumir lo ocurrido en una sola frase, que, a menudo, ni el mejor lingüista sería capaz de ordenar el verbo, el sujeto y el predicado. En definitiva, nuevamente celofán, o simplemente mala fe, porque a nadie se le escapa que en este tema es la industria la que tiene la batuta en la mano y marca el compás por con el que se mueve el CSN. Habrá que esperar hasta que sus señorías se den cuenta del engaño, pero esto tardará, porque el pasado mes de diciembre los aliados políticos del Gobierno ya propusieron una resolución de la Comisión de Industria, Turismo y Comercio que obligaba al CSN a publicar íntegramente la información sobre los sucesos en las instalaciones y fue rechazada por el PSOE. Sobran los comentarios. Este diario ha publicado un extenso reportaje sobre el accidente de agosto de 2004 en Vandellós II, por lo que sus lectores estarán bien informados de la gravedad del suceso y de la nefasta gestión del suceso por parte tanto de la central como del CSN gestionaron el suceso. No obstante, hay algo en lo que quizá no se ha insistido suficiente, y es en la cooperación necesaria de la organización interna, tanto de un lado como de otro. Sería impensable que una situación como el Vandellós II, en el que había decenas de sistemas de la central afectados por corrosión y cables rotos por hundimientos de terrenos, hubiera podido darse si los trabajadores de la central hubiesen podido denunciar estos hechos al organismo regulador, con la certeza de que éste organismo haría algo al respecto y la seguridad de que no se tomarían represalias contra ellos. Si esto no ha ocurrido es, simplemente, porque los trabajadores saben que se juegan su puesto de trabajo si rompen, aunque sea levemente, el código de silencio por el que se rige la seguridad nuclear. La situación dentro del CSN no se mucho mejor. Con funcionarios permanentemente acusados de filtraciones y un sistema interno de vigilancia interno de la documentación más propio de otras etapas de nuestra historia reciente. Esta situación, nuevamente contrasta con la de la Comisión Reguladora Nuclear norteamericana, que fomenta de manera decida la presentación de denuncias por parte de los trabajadores, ya sea de manera personal o anónima, y castiga con una severidad extrema cualquier intento de represalia por parte de las centrales nucleares contra los trabajadores que expresan inquietudes sobre la seguridad de las mismas. Baste decir que al año la Comisión investiga entre cien y ciento cincuenta denuncias de trabajadores, de las que aproximadamente la mitad terminan por demostrarse fundamentadas y de interés. Teniendo en cuenta que ésta es una práctica consolida en la normativa norteamericana desde hace muchos años y la severidad con la que la Comisión castiga los casos de represalias, el que del orden de cincuenta o más denuncias al año de trabajadores de la industria nuclear americana resulten positivas debería hacer pensar seriamente al CSN sobre su extrapolación al caso español. Por todas estas razones, y muchas más que no se exponen por falta de espacio, Greenpeace España emprendió una campaña en el 2004 para concienciar a los partidos políticos acerca de la urgente necesidad de reformar el CSN. El grupo parlamentario en el Congreso de Izquierda Verde­Izquierda Unida­Iniciativa per Catalunya els Verds fue receptivo a la iniciativa de Greenpeace y planteó una proposición de ley para revisar íntegramente la vigente ley por la que se rige el CSN. El Congreso de los Diputados acordó su toma en consideración en el mes de septiembre pasado con el apoyo del PSOE y actualmente se encuentra en fase de enmiendas, para su resolución final probablemente en los primeros meses del 2006. La reforma que se ha planteado supone una segunda revolución democrática del régimen jurídico de la energía nuclear en España, en la que, por primera vez, se reconocerán un conjunto de derechos a los ciudadanos y de obligaciones y deberes del CSN frente a éstos. Con ello se acabará con el desprecio sistemático hacia los que no forman parte de la industria y la sede del CSN se convertirá, por fin, en la casa de todos y no en la de unos pocos. De aprobarse la reforma tal como se ha propuesto, la ley resultante no tendría precedentes en nuestro marco jurídico, que quedaría al nivel de los países más avanzados, con un cumplimiento exquisito de las obligaciones internacionales suscritas por el Gobierno español en materia de acceso y participación en asuntos relacionados con el medio ambiente. Entre otras muchas medidas que vienen a reforzar el funcionamiento del CSN, la nueva ley convierte en obligación que los trabajadores del sector tengan denunciar las deficiencias de las instalaciones, y, en justa reciprocidad, aseguran que el CSN les protegerá frente a posibles represalias por parte de sus empleadores. También establece un estricto régimen de contratación de servicios externos para evitar cualquier contaminación de la industria en la toma de decisiones, algo que, hasta la fecha era el caso habitual. Se propone, además, la creación de un comité asesor externo de expertos independientes que tendría como principales misiones dar una segunda opinión técnica al órgano de gobierno del CSN, libre de las ataduras jerárquicas a las que están sometidos los técnicos del organismo, y supervisar que el funcionamiento del organismo se rige escrupulosamente con arreglo al marco legal vigente, sin la necesidad de que los ciudadanos tengan que recurrir a título individual a costos procesos judiciales. En definitiva, este comité, que daría también traslado de su opinión a los Parlamentos y Gobiernos nacionales y autonómicos, no sustituiría en modo alguno al órgano de gobierno del CSN, que por ley y por lógica debe de ser plenamente independiente, sino que le asesoraría en su toma de decisiones técnicas y sería un garante para la sociedad de que las actuaciones del organismo están plenamente sometidas al imperio de la ley, en la mejor tradición del sistema de pesos y contrapesos de la democracia y de la misma manera que muchos otros órganos independientes del Gobierno (Consejo de Estado, Comisión Nacional de la Energía, Tribunal de la Competencia,…) dan su opinión, a veces concordante y a veces discordante, y nadie considera por ello que se esté socavando las funciones constitucionales del ejecutivo, sino todo lo contrario. Pero esta reforma todavía en gestación también cuenta con detractores, si no furibundos enemigos, que no van a hacer fácil que llegue a buen puerto, al menos manteniendo intacto el espíritu de la propuesta original. Lógicamente la industria nuclear no ve con buenos ojos la proposición, algo entendible, aunque en modo alguno justificable. Pero es desde el entorno de la actual presidenta del CSN, María Teresa Estevan Bolea, desde donde se están lanzando los mayores ataques a la proposición de ley en tramitación. El PP, que promovió el nombramiento de Estevan Bolea, anunció su oposición a la reforma por considerarla un ataque exclusivamente destinado a echar por tierra la labor de Estevan Bolea con la intención de sustituirla por alguien cercano al PSOE. Es ciertamente preocupante, aunque no sorprendente, la defensa numantina de Estevan Bolea por parte del PP, cuando a estas alturas ya nadie tiene ninguna duda del tremendo fracaso que supuso su nombramiento como presidenta del CSN. Incluso la propia industria nuclear recela ahora de ella después de los desaguisados que ha protagonizado en los casos de Zorita y Vandellós II, entre otros. Pero al margen de la defensa de intereses inconfesables, el PP debería tener la visión política y la gallardía de admitir sus propios errores y, mucho más importante, escuchar lo que la sociedad reclama a gritos, que es la necesidad urgente de disponer un organismo regulador verdaderamente independiente, que sea el árbitro del sector nuclear y no el jugador número 12 de la industria nuclear, que es lo que ha sido durante muchos años. Tampoco se puede olvidar el papel que tendrá el departamento que dirige el Ministro Montilla en la tramitación de la proposición de ley. En los últimos meses Montilla ha dejado cada vez más claro su apoyo a la energía nuclear, desentendiéndose de los progresos en el sector de las renovables y la eficiencia energética, a cuyo principal valedor cesó fulminantemente a finales del año pasado. Es precisamente desde el Ministerio de Industria, Turismo y Comercio desde donde se mantiene la mayor oposición del lado socialista a la proposición de ley que se debate en el Congreso. A pesar de que los diputados socialistas ven con buenos ojos la reforma planteada, y de echo apoyaron decididamente su toma en consideración el pasado mes de septiembre, el departamento que dirige Montilla se opone férreamente a varios de los principales avances de la reforma por temor a que ello dificulte la supervivencia de la industria nuclear y pretende rebajar las expectativas con la excusa de que algunas de sus disposiciones no alcanzan el nivel necesario para estar en una ley. De esta manera las iniciativas pasarían del ámbito parlamentario a manos del Gobierno, desde donde se haría una reforma mucho más controlada y menos gravosa para la industria. De hecho, el departamento de Montilla ya había acordado con el CSN promover una reforma reglamentaria para anticiparse a la proposición de ley que se están discutiendo en el parlamento. Afortunadamente, las críticas de los partidos políticos que han impulsado la reforma y de los grupos ecologistas han servido para que Montilla haya abandonado esta idea y decidido esperar al resultado del debate parlamentario antes de impulsar cualquier reforma reglamentaria. Por último, Greenpeace quiere aprovechar la oportunidad que le ha brindado este diario para hacer un llamamiento al ejecutivo socialista con miras a evitar que no se repitan los graves errores del pasado. Varios partidos políticos socios de gobierno del partido socialista propusieron el pasado mes de diciembre una resolución del Congreso de los Diputados instando al Gobierno a que se iniciase el procedimiento de cese de la actual presidenta del CSN, encontrándose con la oposición del PSOE. Greenpeace también había hecho una solicitud semejante al ministro Montilla en septiembre del 2005 y continúa la espera de respuesta, aunque dispuesta recurrir ante la Audiencia Nacional el silencio administrativo si, como ha ocurrido hasta la fecha, no se pronuncia. En cualquier caso, lo que sí es seguro es que Estevan Bolea cumplirá 70 años en octubre del 2006 y, por fin, tendrá que abandonar el CSN. El legado que dejará tras de sí será decepcionante, por no emplear otros calificativos, pero su nefasto mandato al menos habrá servido para que se hayan puesto los cimientos con los que construir un nuevo edificio, más sólido y mejor dotado, para el CSN. A buen seguro Estevan Bolea ya no estará en el CSN para cuando las actuales propuestas entren en vigor después de que sean debatidas por el Parlamento, pero en el año 2006, además del puesto de la presidenta del CSN tendrán que renovarse los de dos de los otros cuatro consejeros. Dependerá de la buena o mala elección que hagan los partidos políticos y el Gobierno que las personas que sustituyan a Estevan Bolea y a los consejeros salientes, si es que salen, que la reforma del CSN tenga los efectos positivos que se persiguen. Si se repiten los errores del pasado, en los que el PSOE fue colaborador necesario del PP, y en lugar de personas de prestigio, que cumplan escrupulosamente los condicionantes de independencia y buen criterio que exige la ley, se premia a la carrera de algún político al borde de la jubilación o se apoyan a candidatos por el mero hecho de estar más cerca o más lejos de un determinado partido político, se estará perdiendo una oportunidad irrepetible para corregir errores del pasado y se condenará a la ciudadanía a sufrir durante otros muchos años a un organismo regulador en materia de seguridad nuclear que en absoluto se merece. Por eso Greenpeace pide, cuando no suplica, que se cumpla fielmente el espíritu de la Ley, con mayúsculas, en la elección de los nuevos consejeros del CSN, poniendo al frente del mismo a las personas más cualificadas, sin condicionantes políticos o de cualquier otro tipo que pongan en riesgo una pequeña revolución necesaria que, por una vez, empezó de abajo a arriba.