1 “La mediatización social y la vulgarización del conocimiento”

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“La mediatización social y la vulgarización del conocimiento”
Eduardo Santa Cruz A.
Académico e Investigador
Instituto de Comunicación e Imagen
Universidad de Chile
1.- Tradicionalmente el papel de la industria cultural en la sociedad moderna fue
pensado oscilando entre la democratización y ampliación del acceso a los bienes
culturales, sostenido por sus defensores y la homogeneización y la degradación de la
cultura, con su secuela de alienación y manipulación de las conciencias, denunciadas
por sus críticos.
Para efectos de nuestro trabajo, quisiéramos explorar una perspectiva distinta que se
basa en la intuición de que precisamente lo que hace la industria cultural moderna es
cotidianizar la modernidad, es decir, la naturaliza. Da sentido a esa experiencia
ordinaria de vivir la vida, en las claves civilizatorias modernas. Tiende a cumplir, en
una u otra medida, ciertas funciones generales, tales como la vulgarización del
conocimiento científico y la difusión de las novedades tecnológicas; la ampliación de
los horizontes del sentido común, por la vía de la cotidianización de lo moderno; la
incorporación de la imagen, en tanto lenguaje; la diversificación y equivalencia a nivel
de contenidos, lo cual conlleva una nueva noción de actualidad que se incorpora a la
vida cotidiana masiva.
Una de las más importantes tareas que la industria cultural desempeña al interior de
los procesos de modernización dice relación con la divulgación y vulgarización del
conocimiento. Es ya sabido que por razones de eficiencia económica, así como de
legitimidad política, la constitución de sectores masivos y populares crecientemente
incorporados a la dinámica de dichos procesos, requirió establecer vínculos y puentes
entre un desarrollo científico y tecnológico acelerado y su incorporación a la vida
social, ya sea como educación formal, como también y en un cierto sentido aún más
decisivo, como cultura cotidiana de masas. En esa doble perspectiva, el conocimiento
científico como forma predominante de saber propio de la sociedad moderna, debía ser
puesto al alcance de los no especialistas, pero igualmente interesados en él y, por
tanto como rendimiento adicional, susceptibles de convertirse en consumidores de una
oferta comunicacional que diera cuenta de los avances de la ciencia1.
Así, entonces, la industria cultural desde sus orígenes ha desarrollado de manera
preferente una tarea divulgadora que permitió a sus apologistas proclamar el
advenimiento de una era de democratización cultural. Sin embargo, esta función, para
ser efectiva, requirió del desarrollo de una cierta técnica o procedimiento que dicho en
sus términos colocara conocimientos crecientemente complejos y especializados en
palabras simples que cualquiera pueda entender. Este es el sentido preciso de lo que
se denominó la vulgarización, término que en manos de una cierta elite ilustrada y
culta adquirió rápidamente un sentido puramente peyorativo para designar aquello
dirigido hacia un público masivo y básicamente ignorante.
1
Cfr. Beatriz Sarlo, La imaginación técnica. Sueños modernos de la cultura argentina. Edit.
Nueva Visión, Buenos Aires, 2004.
1
A este respecto, se ha señalado como hito fundacional el nacimiento de las Selecciones
del Reader’s Digest en 1923, en EE.UU2. Efectivamente, con esa publicación aparece
un particular tipo de magazine centrado específicamente en contenidos de divulgación
y vulgarización científicos, formato plenamente vigente en publicaciones actuales (cfr.
sección Tendencias, en La Tercera o ciertos programas televisivos, como Contacto). Lo
que es posible sostener es que la industria cultural en nuestro país ha desarrollado
esta función comunicativa, centrada en la naturalización de un paradigma cientificista
de la vida en la cultura cotidiana y en una tarea de simplificación y transmisión de un
conocimiento complejo a la manera del digesto, en una apología del progreso
expresado en la difusión de los inventos y de las posibilidades de las máquinas y la
tecnología para hacer la vida diaria más confortable y cómoda y ello en términos
cotidianos significa el derecho a la luz, el agua potable, los hospitales, los
espectáculos, las escuelas y universidades, las vacaciones, los electrodomésticos, etc.
Los elementos hasta aquí señalados, entre otros, apuntan a una cuestión más de fondo
en cuanto al rol y papel jugado por la industria cultural, en tanto actor socio-cultural, y
ello dice relación con la reestructuración a nivel del imaginario social de la vida
cotidiana. En ese sentido, no es nuevo señalar que los procesos de modernización,
sociológicamente hablando, implican que la experiencia cotidiana de los individuos se
traslada fundamentalmente de los grupos primarios a los grupos de referencia
secundarios, como consecuencia de la mayor complejidad social y del crecimiento de
los conglomerados urbanos. Sin embargo, dicha tradición interpretativa puso el acento
analítico en la relación de las personas con aquellos temas o situaciones relacionadas
con la totalidad social y de allí el también tradicional rol adjudicado a la prensa y los
medios de comunicación en la conformación de la opinión pública y en tanto
mediadores al interior de una sociedad cada vez más imposibilitada de re-conocer y representar su globalidad a partir de la experiencia directa de los individuos que la
conformaban.
La hipótesis a afirmar es que los discursos de la industria cultural han contribuido de
manera importante a una ampliación y expansión de la cotidianidad. Los límites de la
experiencia de vida cotidiana se expandieron con la incorporación de temas, lugares,
personajes y situaciones que, además, fueron siendo crecientemente presentadas
visualmente. De igual forma, las categorías de tiempo y espacio comenzaron a adquirir
connotaciones muy diversas y más propias de lo que se ha llamado la experiencia de la
modernidad.
Sin embargo, interesa recalcar que en dicho proceso lo que se estaba naturalizando
por la vía de su incorporación a la vida cotidiana era fundamentalmente la dimensión
universalista de la modernización, es decir en palabras de Ortiz, la modernidad
entendida como matriz civilizatoria o, también, la adecuación de la cotidianidad al
carácter de la época. Por último en esta breve revisión general cabe mencionar otra
característica que es central y que está a la base de todo lo anterior. Nos referimos al
hecho de que la industria cultural debe estar necesariamente marcada por el signo de
la amenidad y la entretención. Dicho de otra forma, sus formas y contenidos,
cualesquiera que ellos sean están destinados a producir una fruición y un placer, en el
marco de sus ratos de ocio o tiempo libre y de expansión familiar. En ese sentido, es
artificiosa la tradicional diferenciación de las funciones de la comunicación social en la
sociedad moderna en información, entretención y educación.
2
Cfr. Manuel Vásquez Montalbán, Historia y Comunicación Social. Alianza Editorial, Madrid,
1980.
2
2.- En ese contexto, también es posible afirmar que se está viviendo el proceso que
Verón denomina del paso de una sociedad mediática a la de una sociedad en proceso de
mediatización general. Para dicho autor, una sociedad mediática es aquella donde los
medios se instalan, es decir, ocupan un cierto lugar junto a otras instituciones o actores
sociales. Lo importante es que todos ellos conservan un lugar y una dinámica
relativamente autónomas, lo cual implica que los medios operan en el plano de la representación (más o menos deformada) de la sociedad. Ello implica también el desarrollo
de ciertas formas comunicacionales que se expresan en el uso de ciertos géneros o
técnicas que manifiestan la relativa distancia con el acontecer.
Por el contrario, una sociedad en vías de mediatización es aquella donde el conjunto de
las relaciones y prácticas sociales comienzan a estructurarse y a cobrar sentido en tanto
realidad social en relación directa con la existencia de los medios, lo que apunta a la
generación de una nueva subjetividad, volcada hacia el si mismo. La subordinación de
lo colectivo a la lógica individual está a la base de los procesos de fragmentación
social, pero también y paradójicamente a la emergencia de la multitud, en el sentido
propuesto por Virno, donde los sujetos sociales se disuelven en fragmentos
constitutivos de grupos nómades y efímeros sin sujeción orgánica ni proyección
programática.
El avanzado proceso de mediatización coloca a las instituciones mediales en el centro
del tramado discursivo que confiere legitimidad e impone normativamente los límites
de lo posible. De este modo, la concentración de la propiedad y la riqueza; el ingreso
desigual y la precariedad del trabajo, como las desigualdades sociales y de poder se
reducen a fallas solucionables técnicamente o a dramas humanos de individuos
menesterosos. El desarrollo tecnológico comunicacional les permite, además, que sus
productos se autonomicen cada vez más de cualquier referente real, generando el paso
de la llamada ciudad letrada a la ciudad virtual, en palabras de Alvaro Cuadra y, por
otra parte, hipersegmentando sus ofertas comunicacionales, lo que vía digitalización
significará llegar a las demandas específicas de cada consumidor.
Lo anterior es lo que ha provocado que la Comunicación sea un campo que ocupa un
lugar estratégico en la sociedad contemporánea, ya que no puede pensarse o definirse
únicamente como un asunto de medios y transformaciones tecnológicas. La
Comunicación es un eje de transformaciones más o menos radicales en todos los
aspectos de la vida social, desde la política y la economía, hasta la cotidianidad y la
vida personal. Al mismo tiempo, la Comunicación también es un campo de
conocimiento y un lugar desde el que es posible pensar la sociedad y las
transformaciones sociales.
3.- Inhabilitada la pretensión acerca de la existencia objetiva de las noticias y de la
prensa como mero reflejo o registro de esa realidad informativa, constituida previa y
autónomamente, se fueron instalando en los últimos años visiones sobre el periodismo
que lo conciben más bien como un actor social y político generador de un particular tipo
de discurso social. Un marco más global de aquello lo constituyó la teoría de los efectos
cognitivos de la comunicación y la llamada hipótesis de la agenda-setting, en su
aplicación a la prensa3. En definitiva, ellas apuntan a instalar la actividad periodística
3
Cfr. Mauro Wolff, La investigación de la Comunicación de Masas. Editorial Paidós, Barcelona,
1987.
3
como una forma de construcción social de la realidad, siguiendo el enfoque de Berger y
Luckman4.
Rodrigo Alsina especialmente pondrá el énfasis en que la construcción de la realidad
efectuada por los periodistas implica la competencia socialmente aceptada para recoger
los hechos y atribuirles un sentido y, además o junto y a través de ello, la transmisión de
un cierto tipo de saber y su efectividad no estaría en la persuasión (hacer creer) o en la
manipulación (hacer hacer), sino fundamentalmente en el hacer saber, en su propio
hacer comunicativo. De alguna forma, es posible establecer una cierta analogía entre la
labor periodística y la labor científica. Al decir del autor que reseñamos, ambos pretenden
dar cuenta de la realidad, parten de una base empírica y manifiestan profesar una actitud
de objetividad. Una de las diferencias más importantes entre una y otra práctica es que el
periodista difícilmente puede plantearse los problemas epistemológicos de su propio
trabajo, ya que es más bien: “...un hombre de acción que debe producir un discurso con
las limitaciones del sistema productivo en que está inserto”5
El discurso periodístico es un discurso social y, en tanto tal, está inserto en un sistema
productivo. En esa dirección, la construcción noticiosa supone tres fases: la producción, la
circulación y el consumo. A la producción de la noticia la denomina la fase oculta,
inaccesible a la mirada del público, el que solamente conoce el producto terminado. De
este modo, la noticia viene a ser una representación social de la realidad cotidiana
producida institucionalmente. Sus productores, los periodistas, establecen una relación
con sus destinatarios, a partir de un contrato fiduciario social e históricamente definido.
Dicho en otros términos, la sociedad legitima su actividad orientada a construir
discursivamente la realidad de su entorno, darle forma de narración y convirtiéndola en
una realidad pública y socialmente relevante. A los periodistas se les atribuye la
competencia de escoger los acontecimientos y atribuirles un sentido.
Es el citado Rodrigo Alsina quien pone de relieve el problema de la verosimilitud del
discurso periodístico, es decir, el hecho de que éste deba ser creído por el enunciatario
es imprescindible para su efectividad en tanto que tal. Agrega que en el proceso de
construcción de la noticia intervienen lo que denomina tres mundos. El primero es el
mundo real, que es el de los acontecimientos y los hechos. Luego de producida la
selección de aquellos el periodista los encuadra en mundos de referencia, que son
modelos y construcciones culturales que permiten su comprensión y puesta en sentido.
La elección de esos esquemas referenciales supone procesos de intertextualidad y de
conexión con el sentido común imperante. Se toman datos de otros hechos que
permitan corroborar la correcta elección del modelo.
En la medida en que estos mundos referenciales están situados en las coordenadas del
sentido común masivo, en el sentido gramsciano, suponen un alto grado de historicidad
social y cultural, lo que significa que las posibilidades de elección de ellos son limitadas
por esas condicionantes. La elección del mundo referencial es fundamental, pues a partir
de él se va a buscar la verificación del mismo en nuevos acontecimientos. En todo caso,
lo fundamental es que el mundo de referencia escogido sea el de mayor verosimilitud y
credibilidad.
4
Cfr. T. A. Van Dijk, La Noticia como discurso. Paidós Comunicaciones, Barcelona, 1996
(2a.edición) y Miquel Rodrigo Alsina, La construcción de la noticia. Editorial Paidós, Barcelona, 1996
(2a.edición).
5
Idem.
4
A partir de lo anterior, el periodista construye un mundo posible, que articula los mundos
anteriormente citados y que tiene como matriz al mundo de referencia. El mundo posible
es confrontado con los nuevos datos que se vayan aportando sobre el acontecimiento, lo
que vendrá a confirmar, invalidar o corregir la elección del mundo referencial. De este
modo, concluye Rodrigo Alsina, si en el mundo real se produce la verificación y en el
mundo de referencia se determina la verosimilitud, en el mundo posible se desarrolla la
veridicción. Dicho en otros términos, el periodista debe hacer parecer verdad el mundo
posible que construye. Por ello es que se puede afirmar que lo que hoy predomina (y en
ello la prensa televisiva es su expresión máxima, pero no la única) es un periodismo
difusor de verosímiles, es decir, que no tiene una verdad o causa que transmitir, sino que
difunde lo que la gente está dispuesta a creer.
Al decir de Bourdieu6, el campo periodístico posee hoy una lógica específica, propiamente
cultural, que se autodefine como orientada hacia la producción informativa. Ello
determina que la competencia por los clientes (consumidores y anunciadores) tiende a
adoptar la forma de una competencia por la prioridad, es decir la primicia (no importa lo
que se diga, sino que se diga primero). Su efecto es que muchas de esas primicias están
condenadas a permanecer ignoradas por los receptores y a ser advertidas sólo por los
competidores (los periodistas son los únicos que leen el conjunto de los periódicos). De
este modo señala el autor, la competencia por la prioridad atrae y favorece a los agentes
dotados de disposiciones profesionales que tienden a poner toda la práctica periodística
bajo la advocación de la velocidad y renovación permanente; de igual forma, es la
competencia intra-campo la que provoca el ejercicio de la vigilancia permanente de los
competidores: así hay temas de los que no se puede no hablar e invitados que hay que
tener, etc. A contrapelo del dogma liberal, en el periodismo actual, la competencia, lejos
de ser automáticamente generadora de originalidad y diversidad, tiende a favorecer la
uniformidad de la oferta.
Otro importante efecto de campo que señala Bourdieu es la llamada circulación circular
de la información. A partir del hecho anterior, de que para saber lo que uno va a decir, es
indispensable saber lo que han dicho los demás, se establecen entre los medios sutiles
diferencias del todo imperceptibles para el espectador o lector medio (que no lee todos
los periódicos y revistas, ni ve todos los telenoticiarios, ni escucha todos los programas
informativos radiales). Así, los periodistas que comparten muchas características
comunes por su condición y formación, se leen mutuamente, se ven y encuentran
constantemente, generando un efecto de enclaustramiento que para el receptor opera de
hecho como mecanismo de censura. Por ello, ante la pregunta de cómo se informan
aquellos encargados de informarnos, resulta que en líneas generales son informados por
otros informadores. En definitiva, se puede concluir en que la parte más determinante de
la información, la constituye información sobre información. El llamado espacio público u
opinión pública, en la actualidad no pasa de ser la difusión circular en gran escala de este
tipo de informaciones. Ello implica que no son los hechos los que preceden a la noticia,
con la posibilidad de construcción y producción de aquella y su potencialidad de
manipulación y sus efectos de alienación. No se trata de que el periodista oculte o
deforme la verdad, sino que le atribuye un sentido a lo que ocurre, el que es consonante
con los sentidos comunes imperantes.
Por otro lado y al decir de Lorenzo Vilches, el noticiero televisivo se construye con
segmentos y textos citados de agencias de noticias, de corresponsalías, de centros
regionales, de TV extranjera, etc., los que a su vez también provienen de otras fuentes y
materiales, en el sentido que señala Bourdieu de que los informadores se nutren de otros
6
Cfr. Pierre Bourdieu, Sobre la Televisión. Editorial Anagrama, Barcelona, 1997.
5
informadores. De allí surge la estética de la fragmentación que se actualiza diariamente,
como en una continuidad sin fin (nadie sabe dónde comienza y dónde termina). La TV se
apropia de palabras e imágenes ajenas, las aplica a alguna cosa y termina diciendo algo
diferente. Por lo tanto, lo importante no es algún sentido de totalidad, sino, por el
contrario, el sentido de continuidad que recibe el espectador.
Aunque resulta obvio para una mirada entendida no está demás recalcar que la TV no es
la ventana al mundo, sino un texto audiovisual sobre la realidad visto por la estrecha
ventana de la pantalla. Agrega Vilches que este texto informativo tiende cada vez más a
la abstracción y el juego de las formas: pausa y movimiento del VTR; congelamiento de
la imagen; ráfagas sintéticas y anagramas digitales; chromakey y presentadores que
recitan o leen de otra imagen mientras miran a los ojos; escenarios virtuales, etc.
La información televisiva construye su propia realidad: la realidad televisiva, que no es
sino un texto, entre otras razones por la selección e interpretación que implican las
decisiones de encuadre, planos, movimientos y angulaciones de cámara, uso del sonido,
etc. y por la puesta en escena del acontecimiento, no solamente en el estudio, sino que
también en el directo, ya que la TV influye en el propio desarrollo del acontecimiento, en
la medida en que su sola presencia construye un estudio en cualquier sitio. La puesta en
escena del discurso informativo comprende el programa mismo, el lugar que ocupa en la
programación, la construcción de los valores informativos y la instalación de los sujetos
de la información.
4.- Finalmente, cabe mencionar las profundas transformaciones del campo intelectual y
cultural. Por un lado, la eclipse del intelectual, en tanto crítico, dotado de una relativa
autonomía y distancia y con capacidad y voluntad de interpelar a la totalidad social y,
por otro, su reemplazo por la figura del intelectual administrativo, en el sentido de
Gramsci, cuya función es administrar las hegemonías existentes. De allí el predominio
cada vez mayor del modelo de investigación consultorial y de fondos concursables que
predomina en el campo intelectual y universitario, produciendo conocimiento aplicado
y de alcance medio, para una mejor administración del poder, lo que no excluye la
figura del enfant terrible, que cumple el rol autorregulador del sistema.
La industria cultural, por su parte, aporta a lo anterior con dos figuras públicas del
conocimiento: el experto, habitualmente citado en las noticias, junto al hecho y sus
protagonistas o víctimas y que cumple el papel, más allá de su voluntad, de validar
desde el saber el sentido que el medio quiere atribuirle al hecho. Por otra parte, el
opinólogo, nueva figura pública estrictamente mediática, cuyo perfil justamente le
exige ser capaz de opinar normativamente de todo, sin saber de nada, es decir, de
alguna forma operar desde un sentido común compartido con su audiencia.
Santiago, Octubre 2007.
6
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