ponencia Alteraciones de la esfera emocional y el control de los impulsos en la enfermedad de Parkinson Montserrat Fernández-Prieto, María Lens, Ana López-Real, Alfredo Puy, Juan José Dias-Silva, María Jesús Sobrido Introducción. La enfermedad de Parkinson (EP) se asocia a síntomas emocionales y conductuales que contribuyen a la morbilidad y pérdida de calidad de vida de los pacientes. Entre ellos destacan la depresión, la ansiedad y el trastorno del control de los impulsos. Desarrollo. El correcto abordaje de la EP pasa por reconocer y tratar diversos síntomas neuropsiquiátricos. Los trastornos afectivos pueden constituir síntomas iniciales de la enfermedad, tienen elevada prevalencia y una etiopatogenia compleja. Los trastornos del control de los impulsos no suelen ser una queja espontánea del paciente, por lo que la indagación acerca de estos síntomas puede ser la única forma de detectar y manejar un serio problema sociofamiliar. El tratamiento farmacológico de estos trastornos es difícil, al tener que preservar el control de los síntomas motores. El apoyo psicológico desde etapas tempranas y a lo largo del proceso evolutivo de la EP resulta fundamental. Conclusiones. Es necesario que el neurólogo y profesionales implicados en el tratamiento de los pacientes con EP estén atentos a la aparición de las manifestaciones emocionales y conductuales de esta enfermedad. Ello redundará en un correcto tratamiento del paciente y una mejor adaptación de su entorno familiar y social. Palabra clave. Ansiedad. Depresión. Parkinson. Trastorno del control de los impulsos. Trastornos afectivos. Introducción La enfermedad de Parkinson (EP) es una alteración multisistémica, donde las clásicas características motoras representan sólo un aspecto del término acuñado como ‘Parkinson’s complex’ [1]. James Parkinson, en el año 1817, describió la enfermedad que lleva su nombre a partir de seis casos, y lo hizo de modo tan minucioso y detallado que apenas ha cambiado nada de esta descripción. Pero su influencia sobre el interés en la enfermedad ha provocado la evolución de los criterios diagnósticos. Aunque Parkinson, al describir la enfermedad, no incluyó entre sus síntomas alteraciones cognitivas ni emocionales, aspectos que han permanecido en un segundo plano, éstos cada vez adquieren un mayor reconocimiento e importancia. Tales alteraciones tienen gran relevancia en el tratamiento médico y en la intervención psicológica y social del paciente con EP. Las alteraciones de la esfera emocional más frecuentes en la EP son depresión, apatía y ansiedad. Alucinaciones y psicosis son también síntomas psiquiátricos frecuentes en pacientes con EP [2-4]. En torno al 65% de los pacientes presentan al menos uno de estos síntomas: depresión, ansiedad, alucinaciones o psicosis, y se asocian con deterioro en el rendimiento cognitivo, funcional y social [5]. En www.neurologia.com Rev Neurol 2010; 50 (Supl 2): S41-S49 etapas más avanzadas de la EP, la demencia aparece en la tercera parte de los afectados, con síntomas afectivos y conductuales asociados, en especial apatía y depresión [3,6,7]. Entre los trastornos conductuales en la EP destacan las alteraciones compulsivas y del control de los impulsos, tanto por exceso como por defecto. Los actos compulsivos son aquellos a los que el paciente es incapaz de resistirse, pues su ejecución le proporciona alivio pasajero de la tensión y gratificación inmediata. Se ha estimado su prevalencia en el 10-15% de los pacientes [8], y en muchos casos está probablemente infravalorada. Tanto los trastornos emocionales como los conductuales pueden preceder a la aparición de los síntomas motores clásicos, convirtiéndose así en marcadores tempranos de la EP. Estas alteraciones, que influyen de manera significativa en la calidad de vida y en la discapacidad del paciente, pueden aparecer antes de la instauración de tratamiento dopaminérgico, por lo que éste no es el único factor implicado. Sección de Neurogenética; Fundación Pública Galega de Medicina Xenómica (M. Fernández-Prieto, M.J. Sobrido). Departamento de Enfermería; Universidad de Santiago de Compostela (M. Lens). Servicio de Neurología; Complexo Hospitalario Universitario de A Coruña (A. López-Real, A. Puy). Servicio de Neurología: Hospital Santa Teresa; A Coruña (J.J. DiasSiva). Centro para Investigación en Red de Enfermedades Raras (CIBERER); Instituto de Salud Carlos III (M.J. Sobrido). Servicio de Neurología; Hospital San Rafael; A Coruña, España (M.J. Sobrido). Correspondencia: Dra. María Jesús Sobrido. Fundación Pública Galega de Medicina Xenómica. La Choupana, s/n. E-15706 Santiago de Compostela (A Coruña). E-mail: [email protected] Aceptado: 21.12.09. Cómo citar este artículo: Fernández-Prieto M, Lens M, López-Real A, Puy A, Dias-Silva JJ, Sobrido MJ. Alteraciones de la esfera emocional y el control de los impulsos en la enfermedad de Parkinson. Rev Neurol 2010; 50 (Supl 2): S41-9. © 2010 Revista de Neurología Depresión en la enfermedad de Parkinson La depresión es el trastorno neuropsiquiátrico más frecuente en la EP, aunque el porcentaje varía, se- S41 M. Fernández-Prieto, et al gún los criterios empleados, entre el 17 y el 40% de los casos [9]. La frecuencia de depresión en la EP (31%) duplica a la de una población general (16%) y es más frecuente en los pacientes con EP y deterioro cognitivo [10,11]. Otros estudios afirman que manifiestan síntomas de depresión el 40-50% de los pacientes con EP y que la apatía puede, como síntoma aislado, estar presente en un tercio de todos los afectados por la enfermedad [12,13]. El impacto de la depresión en los pacientes con EP comprende desde manifestaciones leves como una escasa motivación y cooperación, hasta un aislamiento completo del resto de la sociedad, con expresiones como ‘no sirvo para nada’, ‘soy una carga’ o ‘no tengo nada que perder’. Los pacientes con EP que padecen síntomas depresivos graves tienden a presentar un inicio más precoz de la enfermedad y más rápida progresión del trastorno motor, con la consecuente disminución de su autonomía personal e incapacidad para realizar las actividades de la vida diaria [14]. Además, una investigación longitudinal sobre los efectos de la depresión en la EP puso de manifiesto que la memoria también se deteriora más rápidamente en los pacientes deprimidos [15]. Algunos autores relacionan la depresión con la fatiga, un síntoma no específico de la EP que, sin embargo, no siempre parece correlacionarse con los síntomas depresivos [16-19]. Asimismo, aunque existe cierta asociación con los estadios de la EP, la fatiga no se correlaciona bien con los síntomas motores. La depresión y las alteraciones del sueño se suelen considerar factores precipitantes de la fatiga, aunque el solapamiento entre los síntomas motores de parkinsonismo y las somatizaciones hace de éste un tema controvertido. La fatiga se enumera en el DSM-IV-TR como un síntoma mayor en la depresión. Aunque la fisiopatología de la fatiga en la EP no se conoce, la deficiencia dopaminérgica que afecta a los circuitos de los ganglios basales y el lóbulo frontal podría ser el sustrato de aquélla [20,21]. Los síntomas de depresión también se relacionan estrechamente con los de apatía, por lo que el diagnóstico de depresión en la EP, sobre todo si se acompaña de apatía, resulta complicado [14,22]. Para el diagnóstico de depresión es preciso la existencia de síntomas afectivos: tristeza, anhedonia, falta de motivación, sentimientos de culpa, derrotismo... En comparación con la depresión mayor primaria, los pacientes con EP presentan menor sentimiento de culpa, menos pensamientos autodestructivos y menor riesgo de suicidio. Son en cambio más frecuentes la angustia, crisis de ansiedad, fatiga, indecisión y anhedonia. El diagnóstico de depresión en estos pacientes se complica, además, por el solapamien- S42 to de los síntomas depresivos con la sintomatología motora (bradicinesia, rostro inexpresivo, prolongación del tiempo de reacción, fatiga) y no motora (pérdida de peso, trastornos del sueño) y por el hecho de que la inclusión de síntomas somáticos es un factor que contribuye al error diagnóstico [23]. Aunque se ha descrito que la sintomatología depresiva es más grave en los pacientes con EP que en otros grupos de población, reflejando una posible relación con los datos patológicos [24], hay que destacar la menor tendencia al suicidio de estos pacientes en comparación con los casos que presentan depresión de la población general [25,26]. Factores etiológicos Los factores que determinan la aparición de depresión en la EP son múltiples. En base a la fisiopatología de la enfermedad, algunos autores consideran que la depresión es una manifestación directa del daño cerebral o de la deficiencia de dopamina y serotonina [27,28]. También podemos sumar a estas explicaciones el efecto iatrogénico de ciertos fármacos [15,29] y el estrés psicosocial debido a la enfermedad. El argumento en favor de aspectos psicosociales y estilo de vida como factor etiológico de la depresión en el paciente con EP radica en la manifestación o respuesta a las consecuencias de la enfermedad: disminución de la actividad física, complicada interacción social, incapacidad para trabajar o participar en las aficiones; en definitiva, alteración de los roles sociales y laborales. También a favor de la hipótesis de la depresión ‘reacción’ es la relación entre el grado de afectación de la enfermedad y la intensidad de los síntomas depresivos, ya que se produce mayor depresión en pacientes con alto grado de discapacidad. Chaná-Cuevas et al [30] concluyen que, aunque la depresión puede ser consecuencia de la discapacidad funcional que conlleva la EP, deben considerarse aquellos resultados que indican que el daño motor, especialmente originado por los sistemas no dopaminérgicos, está asociado a la depresión. La depresión se presenta como una expresión de la afectación no dopaminérgica de la EP, determinando su proceso evolutivo. A favor de la etiología biológica de la depresión en la EP, Mayeux [31] encuentra datos de una disfunción serotoninérgica presente sólo en los pacientes con EP deprimidos. Otra evidencia es el hecho de que la depresión precede a los trastornos motores a veces varios años [30-32]. Datos adicionales procedentes de estudios farmacogenómicos sugieren que variantes genéticas –p. ej., en el gen del receptor cannabinoide CNR1– pueden asociarse a la sus- www.neurologia.com Rev Neurol 2010; 50 (Supl 2): S41-S49 Alteraciones de la esfera emocional y el control de los impulsos en la enfermedad de Parkinson ceptibilidad individual a la depresión en la EP [33]. Se ha propuesto la existencia de una susceptibilidad genética a la depresión en la EP a través de las vías serotoninérgica y dopaminérgica. Sin embargo, las investigaciones de variantes genéticas en genes de proteínas transportadoras de serotonina y dopamina no han ofrecido resultados concluyentes [34-36]. Apatía Una condición común en la EP es la apatía, que se define como falta de motivación e iniciativa. Puede asociarse a disfunción cognitiva y déficit motor propios de la enfermedad y disminuye el rendimiento en las actividades de la vida diaria. El impacto de la apatía reduce la calidad de vida en pacientes con EP, siendo posible que los pacientes puedan sufrir apatía en ausencia de depresión. Algunos estudios han evidenciado que el 35-45% de los afectados por EP, sin demencia ni depresión, sufren apatía clínicamente relevante. En otro estudio posterior sobre la presencia clínica de depresión y apatía se describe que el 22% tienen sintomatología apática y depresiva asociada, el 29%, apatía sin depresión, y el 4%, depresión sin apatía [23]. La apatía es más probable que sea una consecuencia directa de la EP en relación con las alteraciones fisiopatológicas y no una reacción psicológica o de adaptación a la discapacidad. La apatía debe distinguirse de otros síntomas psiquiátricos y rasgos de personalidad que se asocian con la EP. Está estrechamente asociada con deterioro cognitivo de tal forma que aquellos pacientes que presentan mayores niveles de apatía tienen un peor desempeño cognitivo general y, en particular, en las pruebas que evidencian el funcionamiento ejecutivo [37]. Dificultades de concentración y agotamiento mental pueden ser parte de la apatía, pero también del perfil cognitivo subcortical de la EP [38]. Tratamiento de la depresión En los pacientes con EP no suele ser necesario el tratamiento urgente de la depresión, el riesgo autolítico es bajo y, en general, el cuadro depresivo suele ser poco intenso o moderado. El tratamiento puede basarse en la reposición suficiente de los niveles de dopamina para controlar los síntomas motores de manera óptima, siendo el pramipexol una buena opción inicial [39]. También son eficaces el ropirinol [40] y los inhibidores de la monoaminooxidasa (IMAO). Si esta medida no es suficiente se iniciará tratamiento con fármacos antidepresivos. Se dispone de pocos datos de ensayos clínicos controlados www.neurologia.com Rev Neurol 2010; 50 (Supl 2): S41-S49 que sirvan de orientación para el tratamiento. El primer estudio aleatorizado y controlado con placebo sobre la depresión en la EP data de hace más de 20 años y se refiere a nortriptilina, apreciando una mejoría significativa [41]. Recientemente, otro estudio comparativo demostró superioridad de la nortriptilina frente a paroxetina y placebo [42]. Con respecto a la sertralina, aunque estudios previos frente a placebo no apreciaban efectividad de este inhibidor selectivo de la recaptación de serotonina (ISRS), un estudio reciente de Marino et al [43] sí sugiere su utilidad en estos pacientes. Los ensayos no controlados que emplearon paroxetina hasta 20 mg/día obtuvieron mejorías significativas con respecto al período basal. Se ha publicado que la reboxetina [44] y la venlafaxina [45] serían beneficiosas, pero en estudios de pequeño tamaño y breve duración. Un trabajo reciente, aleatorizado y doble ciego concluye que tanto el citalopram como la desipramina son efectivas, siendo la segunda de acción más inmediata aunque con más efectos secundarios [46]. La complejidad del tratamiento de la depresión en la EP y la dificultad para ponderar las evidencias científicas aumenta por el hecho de que los fármacos antiparkinsonianos se pueden asociar en algunos casos con efectos secundarios emocionales (síntomas depresivos, hipomanía), mientras que los fármacos antidepresivos pueden empeorar los síntomas cognitivos y motores. En la práctica clínica se sugiere iniciar tratamiento con un antidepresivo tricíclico o bien un ISRS o noradrenalina, dependiendo de qué síntomas predominen: si predominan el insomnio y la ansiedad, sería preferible utilizar amitriptilina en una dosis nocturna (hasta un máximo de 100 mg); si predomina la tristeza y la apatía, podría emplearse la fluoxetina (20 mg en monodosis matutina) u otro fármaco serotoninérgico o adrenérgico. Se debe fijar como dosis de mantenimiento la mínima cantidad que produzca respuesta terapéutica. Aunque su uso no está apoyado en ensayos clínicos aleatorizados, en casos graves refractarios al tratamiento médico, especialmente si se asocian síntomas psicóticos, la terapia electroconvulsiva puede ser una alternativa, incluso en pacientes portadores de estimulador cerebral profundo [47,48]. Este tratamiento puede además aliviar los síntomas motores de la EP, aunque de modo transitorio. Las primeras semanas tras el tratamiento se recomienda la disminución de dosis de antiparkinsonianos para evitar la aparición de un cuadro confusional. El mecanismo de acción de la terapia electroconvulsiva no se conoce bien; se ha sugerido la liberación de neurotransmisores (aminas biógenas, GABA, acetilcolina, opioides), así como la posibilidad de que S43 M. Fernández-Prieto, et al induzca cambios en los receptores. Entre los efectos secundarios se han notificado trastornos de memoria, cefalea y náuseas generalmente transitorias, y en uno de 50.000 tratamientos, el fallecimiento del paciente [49]. Ansiedad en la enfermedad de Parkinson La ansiedad tiene un fuerte impacto negativo en la calidad de vida de los pacientes con EP y está muy relacionada con síndromes depresivos. Aunque los síntomas de ansiedad son frecuentes en estos pacientes, su fisiopatología se desconoce. La coexistencia con depresión o con los períodos de inmovilidad (off) de la enfermedad sugiere la participación central de neurotransmisores. El rango de prevalencia del trastorno de ansiedad es incierto, ya que no se ha estudiado in extenso. Sin embargo, se estima que alrededor de un 30% de pacientes diagnosticados de EP sufren trastorno de ansiedad. El trastorno de pánico es también frecuente, con una prevalencia del 13-30% [50]. Algunos estudios han puesto de manifiesto en la EP una prevalencia del trastorno por ansiedad generalizada de un 11% [51]. Los pacientes con EP buscan ayuda psicológica a menudo por la ansiedad experimentada en las relaciones sociales. Muchos sufren ansiedad ante la necesidad de recibir ayuda por parte de los demás y otros tienen sentimientos de inseguridad en las relaciones. En algunos casos, la ansiedad social se complica con temor exagerado y persistente ante situaciones de relación social, miedo excesivo a la crítica por parte de los demás y, en consecuencia, tendencia a evitar estas situaciones, lo cual deriva frecuentemente en fobia social. Se presenta en aproximadamente uno de cada diez pacientes con EP. Trastorno del control de impulsos en la enfermedad de Parkinson La importancia de los trastornos del control de los impulsos (TCI) en la EP es cada vez más reconocida. Se definen como la imposibilidad de resistirse a un comportamiento o tentación dañinos para el paciente o terceros, ante la necesidad de obtener placer o gratificación inmediatos. Conductas gratificantes como el juego, el sexo o las compras se convierten en un TCI cuando ocasionan displacer. La realización del acto compulsivo alivia de forma pasajera la tensión y la ansiedad, pero puede ir seguida de sentimientos de culpa o remordimientos. Entre las conductas asociadas al TCI podemos rese- S44 ñar la ludopatía, la compra compulsiva, el trastorno de la conducta alimentaria, el trastorno de conducta sexual y las conductas violentas, entre otras [52]. La prevalencia descrita de TCI asociados a la EP se encuentra entre el 6-9% [53], aunque probablemente está infraestimada. La ludopatía se define como un comportamiento de juego desadaptativo, persistente y recurrente, con incapacidad progresiva de resistirse al impulso de jugar a pesar de sus consecuencias destructivas. Las modalidades preferidas por los pacientes con EP son el juego de máquinas (33%), el casino (21%), juegos de internet (20%), lotería (16%), carreras de caballos (13%) y bingo (5%). La mayor disponibilidad para el acceso a internet ha supuesto un agravamiento en esta población clínica [54]. Los pacientes con EP tratados con dopamina presentan mayor frecuencia de comportamientos desadaptativos de juego en relación con el resto de la comunidad [55]. La compra compulsiva es un trastorno de la conducta que se caracteriza por la presencia de impulsos repetitivos para realizar compras innecesarias de manera excesiva que llevan a problemas personales, familiares o incluso de la esfera laboral. El trastorno de la conducta alimentaria se caracteriza por la ingesta de determinados alimentos de forma incontrolada. El trastorno de la conducta sexual conlleva una preocupación excesiva sobre pensamientos y sentimientos de índole sexual, comportamientos inapropiados, impulsos sexuales que se encuentran fuera de su control como abuso, prostitución y parafilias [56]. El trastorno explosivo intermitente se caracteriza por impulsos de conducta violenta. Una alteración relacionada con los TCI son las conductas repetitivas, punding o jugueteo. Son conductas estereotipadas habitualmente en relación con ocupaciones o aficiones previas, con sensación subjetiva de fascinación y placer [57]. Estas conductas se describieron asociadas al consumo de cocaína y anfetaminas [58]. Al contrario que las compulsiones, las conductas no son intrusivas y no generan una tensión interna que disminuye tras realizarlas. Se ha calculado una prevalencia del 1,4% en pacientes con EP y del 14% en pacientes con dosis altas de levodopa [59,60]. Ejemplos de conductas repetitivas son la manipulación de aparatos electrónicos o la acumulación, examen y clasificación obsesiva de diversos objetos (recortables de papel, botones, zapatos, otros). Estas conductas se refieren también a veces como ‘disregulación de la homeostasis hedónica’. Un paciente de 78 años tratado por los autores, tras más de 10 años en tratamiento dopaminérgico, comenzó con conductas inapropiadas en relación con los fármacos (abandono sin aviso, modificación www.neurologia.com Rev Neurol 2010; 50 (Supl 2): S41-S49 Alteraciones de la esfera emocional y el control de los impulsos en la enfermedad de Parkinson a voluntad), asociado a un cuadro depresivo y síntomas de ansiedad, todo ello en una personalidad previa inquieta, hiperactiva. Con el tiempo presentó fluctuaciones motoras, deterioro de respuesta a levodopa, alucinaciones visuales y delirio celotípico. Se realizaron cambios en la farmacoterapia que resolvieron parcial o totalmente los problemas, de forma transitoria. Siendo gran aficionado al fútbol y forofo del equipo local, además de ir al estadio y a desplazamientos del club, el paciente tenía como afición coleccionar todo aquello que se publica de su equipo. Con los años, esta actividad reclamaba cada vez más tiempo, consumía más dinero y ocupaba más espacio en su casa. La esposa comentaba en la consulta que las habitaciones y el salón estaban invadidos de periódicos, revistas, fotos y artículos recortados, archivadores... La capacidad física del enfermo se deterioró, con períodos off incapacitantes para actividades básicas. A pesar de la limitación física, continúa febril su actividad coleccionista: el día transcurre tijera en mano recortando papeles, no siempre relacionados con el motivo de su afición. Cuando llega el bloqueo, la tijera permanece semiabierta en la mano rígida, y el paciente, con el tronco reclinado sobre la mesa y la cara ‘enterrada’ en los periódicos. Así espera a que la movilidad ‘vuelva’ a su cuerpo. La presencia de los TCI se ha relacionado con el uso de agonistas dopaminérgicos, aunque no con ningún agonista concreto ni su dosis [53,61,62]. Otras variables a tener en cuenta son el inicio precoz en la EP [62], así como la presencia de TCI o trastornos afectivos previos o características individuales impulsivas, lo que podría sugerir cierta predisposición individual. Al contrario que la psicosis, los TCI tienden a presentarse en pacientes con función cognitiva preservada. Además, suelen asociarse en un mismo paciente, por lo que la detección de un trastorno debe motivar la indagación del resto. Tratamiento del trastorno del control de impulsos En un paciente con EP avanzada es a veces difícil mantener un buen equilibrio entre el control motor y el control de los impulsos. En algunos casos, la retirada o reducción de la dosis de uno de los fármacos introducidos recientemente puede ser suficiente para un mejor control de los TCI. Resulta importante detectar estas conductas de forma precoz porque es en ese momento cuando podemos conseguir una mejor respuesta. Si esta medida no fuese suficiente, se deben reducir de manera paulatina otros tratamientos antiparkinsonianos si es posible, hasta obtener ese balance entre síntomas motores y com- www.neurologia.com Rev Neurol 2010; 50 (Supl 2): S41-S49 portamiento. Los fármacos que pueden contribuir a la aparición o exacerbación de estos trastornos son, por orden decreciente, anticolinérgicos, IMAO, amantadina, agonistas dopaminérgicos, inhibidores de la catecol-O-metiltransferasa y levodopa. Los pacientes a los que se les redujo en más de un 30% la dosis de los agonistas dopaminérgicos experimentaron una remisión parcial o completa de sus TCI y aquellos que suspendieron el tratamiento no presentaron TCI a lo largo del seguimiento [63]. El tratamiento de los TCI con antidepresivos es cuestionable [64]. Aunque los ISRS pueden ser eficaces en algunos pacientes, en otros casos, al facilitar la neurotransmisión dopaminérgica, podrían empeorar el trastorno. El uso de neurolépticos atípicos como clozapina [64,65] risperidona [66] y quetiapina [67,68] es controvertido. La risperidona puede empeorar la función motora y la quetiapina se ha visto implicada como causa de punding [69]. Otros fármacos que pueden ser eficaces en el control de los TCI son los antiepilépticos, como el ácido valproico o el topiramato [70,71]. Además de las modificaciones en el tratamiento médico, los pacientes se pueden beneficiar de la terapia cognitivoconductual [66]. Parte de los esfuerzos deben dirigirse también a evitar la posibilidad de que el paciente pueda llevar a cabo el comportamiento. La neurocirugía funcional y la estimulación cerebral profunda no parecen beneficiar a estos pacientes [72], quienes pueden presentar otras complicaciones desde el punto de vista conductual tras la cirugía (manía, apatía, psicosis). Evaluación y tratamiento de los problemas emocionales y conductuales en la enfermedad de Parkinson El diagnóstico de EP provoca un momento de fuerte estrés y un impacto en la esfera personal. Ante un suceso vital negativo, no elegido, el paciente siente rabia, indefensión, miedo. Sentimientos lógicos y justificables, pero que han de descartarse; lo adecuado es cambiar estas ideas negativas por otras que ayuden a sentirse mejor. Resulta aconsejable ofrecer a los pacientes un protocolo de evaluación psicológica (Tabla I) que evalúe las diferentes áreas que comportan la vida del paciente y sus potencialidades. La EP no debe definirse ni tratarse como un trastorno absolutamente motor, por lo que su tratamiento no debe limitarse a la medicación y la cirugía, sino que precisa una intervención multidisciplinar con la implicación de varios profesionales que aborden los síntomas en el día a día del paciente. S45 M. Fernández-Prieto, et al Tabla I. Protocolo de evaluación psicológica. Relaciones familiares y sociales Emociones: estado de ánimo, ansiedad, ira Dificultad en la ejecución de actividades domésticas Efectos secundarios de la medicación: alucinaciones, delirios, pesadillas Sexualidad Autoestima Problemas de conducta Aspectos cognitivos, gnosias y praxias Autonomía en la vida cotidiana Expectativas de vida y objetivos antes y después del diagnóstico Tabla II. Objetivos del tratamiento psicológico tras el diagnóstico. Aceptación de la enfermedad Proporcionar apoyo emocional al paciente y su familia Información sobre la enfermedad y sus cambios Ayudar a adaptarse a sus limitaciones Dotar de estrategias y técnicas de afrontamiento Potenciar hábitos saludables y actitudes positivas Estrategias adecuadas para el control de las emociones Potenciar y mantener las relaciones familiares y sociales Mejorar la calidad de vida Estimular la autonomía Fomentar la vida activa Aumentar el autoconcepto y la autoestima Estimular la toma de decisiones Favorecer el autocontrol Proporcionar la información necesaria Cuidar al cuidador Mantener las capacidades cognitivas Momentos on-off aprendizaje para la familia y el enfermo S46 La intervención cognitivoconductual ayuda en el proceso de toma de decisiones, interpretación de la información y selección de estímulos. En un reciente estudio se valoró la efectividad de la terapia cognitivoconductual en 15 pacientes con EP diagnosticados de depresión mayor (sin evidencia de demencia o psicosis según el DSM-IV). Todos los pacientes participaron en el estudio con un cuidador, que fue entrenado para percibir y saber reconocer pensamientos pesimistas y negativos en el paciente. Los pacientes recibieron una intervención cognitivoconductual individualizada, técnicas de relajación, manejo del estrés y técnicas de reestructuración cognitiva [12]. Los resultados de este estudio evidenciaron que los pacientes redujeron de forma significativa los síntomas de depresión. En el estudio de Rojo et al [73], los pacientes que mejoraron sus síntomas depresivos también mejoraron en sus puntuaciones en el test minimental. Aunque se ha demostrado que ciertos recursos psicológicos como el optimismo en alguna medida protegen al individuo frente a la depresión, parece que éste no es el caso de los pacientes con EP, posiblemente en relación con las bases biológicas de la depresión en esta enfermedad. Otros autores sí han subrayado los beneficios relativos de ser optimista: el optimismo como un recurso para el paciente con EP [15,74]. En función de las áreas emocionales, conductuales o cognitivas que se detecten alteradas en la evaluación neuropsicológica se procederá a llevar a cabo una intervención terapéutica individualizada con objetivos concretos para el tratamiento psicológico tras el diagnóstico (Tabla II). El paciente diagnosticado de EP debe beneficiarse de una intervención holística: psicológica, social, física y farmacológica. Varios estudios han evaluado la eficacia de las diferentes terapias no farmacológicas en la EP y han concluido que la terapia ocupacional mejora la calidad de vida de los pacientes. La terapia ocupacional se centra en conseguir una mejora en la movilidad, ayudas técnicas para actividades del día a día, adaptaciones funcionales y aspectos recreativos; una mejora en estas áreas supone un buen pronóstico para problemas emocionales como ansiedad y depresión. Actualmente no existe ningún tratamiento psicosocial para la depresión en la EP. En un estudio reciente [12], los autores concluyen que una intervención cognitivoconductual adecuada e individualizada puede ser muy efectiva para la depresión en la EP. La musicoterapia puede también constituir una actividad muy útil para los pacientes con EP, ya que la música es un conducto idóneo para potenciar la comunicación, mejorar la autoestima y ayudar en www.neurologia.com Rev Neurol 2010; 50 (Supl 2): S41-S49 Alteraciones de la esfera emocional y el control de los impulsos en la enfermedad de Parkinson el control de las propias emociones. Otra aproximación de utilidad para el manejo de los problemas emocionales en estos enfermos es la psicoterapia, que mediante técnicas de relajación, autocontrol, solución de problemas, parada de pensamiento, autoestima y técnicas de autocuidado ayudan al paciente y a su familia a disminuir sus emociones de frustración y culpabilidad. Finalmente, los grupos de autoayuda pueden fortalecer y servir de base a un buen seguimiento psicológico. En este contexto, los pacientes comparten y empatizan con otras personas que se encuentran en la misma situación. Las asociaciones de pacientes constituyen el marco adecuado desde el cual se intenta dar una atención individualizada con el fin de ofrecer la mejor calidad de vida al paciente, sus familiares y, en especial, al cuidador principal, que en la mayoría de los casos sufre malestar psicológico, tristeza y depresión, situación que retroalimenta la depresión del paciente con EP. Bibliografía 1. Langston JW. The Parkinson’s complex: parkinsonism is just the tip of the iceberg. Ann Neurol 2006; 59: 591-6. 2. Aarsland D, Larsen JP, Cummins JL, Laake K. Prevalence and clinical correlates of psychotic symptoms in Parkinson disease: a community-based study. Arch Neurol 1999; 56: 595-601. 3. Schneider F, Althaus A, Backes V, Dodel R. Psychiatric symptoms in Parkinson’s disease. Eur Arch Psychiatry Clin Neurosci 2008; 258 (Suppl 5): 55-9. 4. Fenelon G, Mahieux F, Huon R, Ziegler M. Hallucinations in Parkinson’s disease: prevalence, phenomenology and risk factors. Brain 2000; 123: 733-45. 5. 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Impulse control disorders are usually not a spontaneous complaint, so asking about these symptoms may be the only way to detect and treat a serious socio-familial problem. Pharmacological treatment of these manifestations is difficult to balance with an adequate control of motor symptoms. Psychological support from early stages and throughout the evolution of PD is fundamental. Conclusions. Neurologist and other healthcare professionals treating PD patients need to be aware of behavioral and emotional manifestations of the disease. This will lead to an appropriate patient management and better adaptation of the familial and social situation. Key words. Affective symptoms. Anxiety. Depression. Impulse control disorder. Parkinson. www.neurologia.com Rev Neurol 2010; 50 (Supl 2): S41-S49 S49