Forasteros en tierra extraña. Las tripulaciones españolas detenidas

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Forasteros en tierra extraña. Las tripulaciones
españolas detenidas en Inglaterra
Joaquín Pérez Melero
[email protected]
Nacido en 1970 es doctor en Historia, funcionario del Cuerpo Facultativo de Archivos y jefe del
departamento de Descripción y Conservación del Archivo General de Simancas.
Tras el combate del 5 de octubre de 1804 en el cabo Santa María, a vista de la costa de Huelva,
la flota del vicealmirante Moore tomó prisioneras a las fragatas Santa Clara, Medea y Fama, supervivientes de la escuadra del general José Bustamante. La fragata Mercedes, su carga, tripulación
y pasaje (exceptuando una cincuentena de supervivientes) yacía en el fondo del Atlántico desde
los primeros momentos del combate. Desarbolados y sin posibilidad de escapar, el general
Bustamante había rendido la escuadra en evitación de mayores bajas. El 17 de octubre de 1804
llegaba detenida la fragata Fama al mando de su capitán, Miguel de Zapiaín, al puerto de
Portsmouth. Dos días después atracaban en el de Plymouth la Clara y la Medea. Inmediatamente
fueron puestas en cuarentena bajo la excusa de padecerse fiebre amarilla.
El caso no tenía mucho parangón en los anales del combate marítimo. Una flota había detenido y abierto fuego contra una escuadra de un país con el que no estaba en guerra ni tenía
conflicto abierto alguno más allá de las discrepancias sobre el papel que la corona española,
formalmente neutral, desempeñaba en el marco imperial francés y, más especialmente, en los
subsidios que se proporcionaban a Napoleón desde Madrid. Es cierto que el gobierno británico
no podía permitir sin peligro la entrega de subsidios a Francia por parte del gobierno de Godoy,
y que esas cantidades debían necesariamente provenir de la plata americana. Pero en ningún
momento se había declarado un casus belli, ni de facto ni de iure. Tal era así que la escuadra de
Bustamante, convencida de la neutralidad de la bandera española, se detuvo al pairo de la flota
británica sin esperar ataque ninguno.
En Londres estaba destinado como embajador de Su Majestad Católica José de Anduaga y
Garimberti (1751-1818), caballero de la orden de Carlos III, diplomático de carrera (y famoso calígrafo, por otra parte) con experiencia en Roma, Viena, Estocolmo y La Haya, cuya primera estancia en la legación de Londres databa de 1776 y muy hecho al tedioso proceso de reclamaciones de presas marítimas. Aunque el vicecónsul en Exeter, Samuel Banfill, había dado cuenta
el día 20 al embajador de la llegada en cuarentena de las fragatas, Anduaga lo sabía desde el día
18 y ya había dispuesto una primera entrevista con el secretario de Asuntos Exteriores, el conde
Harrowby.
Al día siguiente se produjo la entrevista [8283,38]. A la indignación de Anduaga, no tanto
por la captura de fragatas y su carga como por el combate absolutamente innecesario, ya que
ambos países no estaban en estado de guerra, respondió Harrowby ateniéndose a las ordenes
que se habían dado al almirante Cochrane para que interceptase cualquier entrada de caudales
en España, habida cuenta que el gobierno británico tenía la certeza de que se estaba subvencio-
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nando a Francia (como, efectivamente, se estaba haciendo) y proporcionándole armamento (lo
cual era falso). En todo momento se mantuvo el ministro británico en la necesidad que su gobierno tenía de secuestrar cualquier tipo de envío español habida cuenta de la ayuda que en
virtud del Segundo Pacto de Familia se estaba prestando a Francia; y conociendo la voluntad
pacifista de Carlos IV, el gobierno británico asumía que no habría reacción por parte de Madrid
(Seco, 1988: 656-657). El ministerio británico arguyó con todas las razones de las que disponía,
desde la posibilidad de que se movilizara gente armada en la costa norte de España hasta culpar
al general Bustamante por no haber rendido la flota, provocando el hundimiento de la fragata
Nuestra Señora de las Mercedes y, finalmente, declarar por boca del secretario Harrowby que las
fragatas se habían tomado como rehenes en espera de que el gobierno español diera las explicaciones que se pretendían obtener sobre los subsidios que entregaba a Napoleón. El gobierno
británico se había determinado a impedir la llegada de caudales de América y el movimiento de
buques de guerra en el puerto de El Ferrol, como así había notificado a Madrid en febrero; por
tanto, el embajador Anduaga fue advertido de que había sido la irresponsabilidad de Madrid al
enviar una flota de guerra la culpable ya que:
Si como habían venido juntas las fragatas hubiesen llegado separadas podría haberse
evitado el combate, rindiéndose desde luego cada una a fuerzas muy superiores sin efusión de sangre.
Relación de las conversaciones que tuvo
José de Anduaga, embajador en Londres,
con lord Harrowby, secretario de Asuntos
Exteriores británico, sobre el combate del
cabo de Santa María. EST,LEG,8283,38.
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Quedaron las fragatas en cuarentena, los oficiales y tripulaciones libres y la carga, confiscada.
El caso, por su carácter extraordinario, suscitó un intenso debate especialmente entre la opinión
pública británica. Se llegaron a editar folletos [8283,97] en los que se abogaba por la restitución
de los barcos y carga españoles para salvaguardar el honor del pueblo británico que había quedado seriamente dañado al haber atacado y hundido buques de una potencia si no aliada sí, al
menos, no formalmente enemiga.
«Breve apelación al honor y conciencia de la Nación sobre la necesidad de una inmediata restitución de los barcos
de plata españoles». Folleto. EST,LEG,8283,97.
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La carga consistía en casi tres millones (2.945.000) de pesos, de los que algo más de un
millón (1.085.000) pertenecía al Rey, además de 27.000 pieles de lobo marino, 55 sacas de lana
de vicuña, 40 cajones de cascarilla (quina), más de 3.500 lingotes de estaño y 774 de cobre. A
todo ello había que sumar la vajilla de plata del general Bustamante y otra perteneciente al
general Tomás de Ugarte y Liaño, que había quedado enfermo en Montevideo tras comandar
la fragata Mercedes desde El Callao; y con la Mercedes se habían perdido 20 sacas de vicuña,
20 cajas de cascarilla, 1.139 lingotes de estaño, 961 de cobre y 871.000 pesos (650.000 de particulares y el resto, del Rey) (Blanco Núñez, 2007: 173-174). Por parte de la flota española se
hicieron numerosos recuentos y estados de cuentas de la carga, que fueron recibidos por los
capitanes británicos con garantías de que se respetarían escrupulosamente las cajas de soldadas,
es decir, el dinero perteneciente a los sueldos y cantidades particulares de oficialidad y tropa
y marinería, que ascendían a 240.000 pesos [8283,23][8283,24][8283,25]. No fue así. Una vez levantada la cuarentena, oficiales, tripulaciones y pasajeros hubieron de acudir en repetidas ocasiones a los oficios del embajador de España, José de Anduaga, y muy especialmente a los del
vicecónsul en Exeter, Samuel Banfill, para que les adelantaran cantidades; la oficialidad recibió
algunos chelines diarios como manutención [8283,20]. Los británicos confiscaron toda la carga
sin hacer distinciones entre propiedades personales y carga consignada [8283,55]. Toda ella
fue descargada, ante la mirada de los españoles, a los que no se les permitió verificar el contenido, y enviada a Londres. Hubo acusaciones de pillaje por parte de la oficialidad española,
acusaciones que directamente fueron negadas por las autoridades británicas que acusaron a
su vez a la marinería española por haber destrozado enseres y hundido dinero en el mar para
evitar su confiscación.
Relación de la caja de soldadas correspondiente a la
dotación de la fragata Clara. EST,LEG,8283,23.
Relación de la caja de soldadas correspondiente a la
dotación de la fragata Medea. EST,LEG,8283,24.
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Relación de la caja de soldadas correspondiente a la dotación de la fragata Fama. EST,LEG,8283,25.
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Los españoles pasaron muy mal el invierno de 1804-1805. Fueron constantes las apelaciones
al personal diplomático para subvenir a las necesidades más apremiantes; además, confiados en
primera instancia en que les serían entregados sus sueldos y cantidades particulares, los oficiales
habían ya hecho compras a cuenta, compras para las que no tenían con qué responder. Bien es
verdad que, como era costumbre, el trato para la oficialidad de marina y tierra no fue el mismo
que para la tropa y marinería; la oficialidad recibió algunos chelines diarios como manutención
[8283,20] y dentro de ella, el tratamiento era notablemente diferente hasta tal punto de protestar
algunos oficiales por no entregárseles las cantidades que a otros de su misma graduación [8283,60]
o incluso la de grados por debajo del suyo [8283,63]; abundan las reclamaciones por la falta o
escasez de los subsidios prometidos; y mientras el general Bustamante celebraba la multitud de
invitaciones a las que asistía el mayor general y toda la oficialidad, agradeciendo el constante
obsequio, la urbanidad y la atención; tropa y marinería permanecían en un barco prisión ‘con
ración diaria, aunque algo escasa’, mientras que los 48 supervivientes de la fragata Mercedes sólo
habían recibido alguna ropa [8283,80].
Memorial de Juan de Mota
y Juan de Inciarte, alféreces
de fragata de las fragatas
Clara y Medea, a José de
Anduaga, embajador de
España en Londres, para
que se les socorra con 5
chelines diarios.
EST,LEG,8283,60.
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Memorial de Alexander Tilly, Antonio Montenegro, Eugenio Cortés y Antonio María Valcárcel, alféreces de navío y
fragata de la fragata Clara, a José de Anduaga, embajador de España en Londres, suplicando se les socorra con la
misma cantidad que a los oficiales de la misma graduación de la fragata Medea. EST,LEG,8283,63.
Tanto el cónsul general, Miguel de Larrea, como el cónsul en Exeter, Samuel Banfill, desplegaron
una intensa actividad para paliar, en lo posible, las necesidades de la gente española
[8283,46][8283,47]. En las cajas de soldadas no se transportaba únicamente los sueldos, sino los caudales particulares, que llegaban a ser muy crecidos en los casos de familias enteras que regresaban
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Carta de José de Bustamante, general de la Armada, a José de Anduaga, embajador de España en Londres, informando de la situación de las fragatas apresadas en Plymouth y cómo los británicos proceden con la carga.
EST,LEG,8283,80.
a España luego de muchos años de residencia en América. El caso más dramático fue el del mayor
general Diego de Alvear y Ponce de León, que contempló cómo se perdían su familia (mujer, seis
hijos y un sobrino) y fortuna (40.800 pesos llevaba en la Medea) [8283,24] en la fragata Mercedes
desde su puesto de segundo comandante de la Medea. Tan dramático fue el caso que el gobierno
británico le restituyó la parte de los caudales que pudo justificar (Marliani, 1850: 178). O el brigadier
Pedro Masdeu Zini, que viajaba con sus cinco hijos pequeños y cuya esposa falleció en el combate,
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que se vio en situación de tener que apelar a la conmiseración de Godoy y al mismo tiempo suplicar
alguna cantidad para el sostenimiento de su familia al embajador español. En enero de 1805 hasta
los tenientes de navío estaban pasando bastantes apuros, tanto como para solicitar auxilios al embajador Anduaga todos solidariamente [8283,51]. Por su parte, el teniente Vicente de Ascó, del regimiento de dragones embarcado en la Fama, hacía lo propio para sus 17 hombres. Otros pasajeros
no sólo no encontraban acomodo en ninguna parte sino que su presencia era especialmente incómoda para las autoridades británicas; era el caso de los maestres de plata, encargados de certificar
las cantidades transportadas. A Lorenzo Bazo, maestre de plata de la Medea, se le permitió asistir
únicamente en calidad de espectador al desembarco de la carga de la fragata sin dejarle comprobar
ninguna de las 222 cajas. No pudiendo dar fe de la carga, solicitó a la embajada española se le enviasen certificaciones oficiales de la carga salida de Montevideo para su justificación.
Carta de Pedro Masdeu Zini, coronel de artillería, a José de Anduaga, embajador de España en Londres, exponiendo
su situación y solicitando un socorro y una recomendación para el príncipe de la Paz. EST,LEG,8283,162.
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Desde noviembre de 1804 a enero de 1805 algunos oficiales y pasajeros solicitaron la vuelta
a España. El caso de los oficiales y militares era más problemático, ya que el 12 de diciembre de
1804 se había declarado formalmente el estado de guerra entre Gran Bretaña y España. El maestre
de plata Lorenzo Bazo pidió y obtuvo recomendación del general Bustamante para ayudarle en
su intento de volver. El alférez de navío Antonio María Montenegro solicitó permiso para volver
por sus heridas en combate [8283,65]. Manuel Martínez, pasajero que iba en la Clara embarcado
desde su salida de El Callao en marzo de 1804, suplica permiso en enero de 1805 [8283,56]. El
capitán de la Fama, Miguel de Zapiaín, a pesar de lo irregular de la situación, apeló a sus más
de treinta años de servicio para solicitar de la embajada española, ya en enero de 1805, permiso
para volver ‘a morir’ a España. Otros, como el teniente de navío Guillermo Bosichi, fallecieron
de sus heridas en Inglaterra [8283,178]. Mientras tanto se había producido la declaración formal
de guerra entre España y el Reino Unido y, por tanto, todos los españoles pasaron a ser considerados prisioneros de guerra.
Relación de los
individuos
correspondientes a la
plana mayor, oficiales de
guerra y mayores de las
dos fragatas del Rey,
Medea y Clara,
detenidas en Plymouth.
EST,LEG,8283,20.
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Referencias
BLANCO NÚÑEZ, José María (2007): «El rompimiento con Gran Bretaña. Las fragatas de Bustamante», en
Pavía Parareda, J. J. (dir.) Cátedra Jorge Juan. Curso 2004-2005, 161-177.
FERNÁNDEZ DURO, C. (1895-1903): Historia de la Armada Española desde la unión de los reinos de
Castilla y Aragón, T. VIII, cap. XII, pp. 263-288.
FERRER DE COUTO, José (1851): Historia del combate naval de Trafalgar. Madrid: Imprenta de D.
Wenceslao Ayguals de Izco.
MARLIANI, Manuel (1856): Combate de Trafalgar. Madrid: Librería Matute.
SECO SERRANO, Carlos (1988): «La política exterior de Carlos IV», en Menéndez Pidal, Ramón; Jover
Zamora, José María, eds. Historia de España. T. XXXI.
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