“Un gesto adolescente: el graffiti. (la pintada)” Anne Tassel (Extraído de “Transactions narcissiques á l´adolescence” de F. Marty y Col. Ed. Dunot. 2002. Chapitre 2). (Esta próxima lectura intenta ser una traducción del francés al español. No soy traductora sino una Lic. en Psicología que trabaja con adolescentes desde hace tiempo y sabe un poco de francés. La traducción va siendo literal y seguramente de giros idiomáticos poco se habla. Sabrán disculpar errores y horrores y les recomiendo tengan a mano el capítulo en francés, eso ayudará en caso de dudas. Las obscuridades que aquí descubran háganmelas saber, estaré dispuesta a pensar con ustedes y corregirlas) Semejantes cazadores identificándose en el filo del pasaje al otro bando, signo a partir del cual sin descifrar inmediatamente, sin la afluencia del pensamiento, sobre los garabatos de uno reconocen el rastro (huella, marca)del otro, gracias al estilo de su firma, los graffiteros nos inquietan (preocupan). ¿Qué inquietan en nosotros?. Ellos nos inquietan en la rapidez perdida del deseo, esa transgresión directa del acto, por lo radical de su decisión. Rozando ramas del metro ó deslizándose sobre los rieles electrificados, se dejan aplastar por las paredes de los túneles, como así también arriesgarse sobre los pretiles de las casas; su conducta interroga sobre la diferencia entre el tomar el riesgo real y el desafío extremo, hasta el sacrificio. Objeto sensual (sensorial) tan visual como kinestésico, el gesto grafitero propone una temporalidad relativa, por el doble ritmo de su inscripción, tanto activa como pasiva: activa por la afirmación gestual, pasiva por la percepción (fabricada) de la letra, de ese cuerpo cercado por el trazo. En ese sentido, la definición antropológica clásica introduce el gesto como siendo esencialmente el intérprete de una reconstrucción de escena, puede ser de un escenario, hasta una historia. A qué caligrafía inconsciente se conforma esta representación privilegiada por el adolescente? ¿A qué diablo vengador sirve el gesto graffitero? ¿Para qué este gesto se sustituye en la economía adolescente? En fin, ¿a qué posición psíquica es enviado el grafitero? Un acercamiento fenomenológico nos introducirá en la dimensión psíquica del gesto (ademán). Nosotros acercaremos el gesto grafitero al gesto magdalénico subrayando la necesidad visual y perceptiva del acto creador que subentiende todo espacio de subjetivación. 1 La especificidad de ese gesto adolescente traducirá una defensa contra una amenaza posible de desubjetivación iniciada en la pubertad y abordada por el puber. Por otro lado, la puesta en escena evidencia de la inclinación narcisista de esta economía exhibicionista, acercará el placer perceptivo del gesto de esa cualidad visual inscripta (registrada) por el trazo. Deducimos dos momentos esenciales de la dinámica psíquica del adolescente: uno, una regresión fálica mantenida (sustentada) por una fobia del acto (de representarse) y otro un juego de regresión (de una vuelta) sadomasoquista El gesto del graffitero es en tal caso interpretado como una acción de rayartachar bajo amenaza de repetirse; esto encierra al adolescente en una cápsula narcisista, siendo utilizado este espacio de vuelta para integrar un trabajo identificatorio. ¿Qué es un gesto? Los antropólogos nos abren la vía regia de análisis del gesto entendido sólo como material a partir de los cuales ellos hacen trabajar sus hipótesis. El gesto para el antropólogo no responde solamente a la precisión deductiva del momento reconstruido a partir de una pedrada (un golpe de piedra) o de un núcleo (un centro...) Se afirma la adaptabilidad a la realidad que engancha la compleja integración de múltiples parámetros. El gesto se entiende como una suerte de proceso psíquico, a poco que pensemos que el hombre prehistórico (decimos también del adolescente)es un ensayista, un probador, un jugador, que se conduce “a tientas y a locas”? poniendo en obra una parte de su cuerpo, que no es más que una figura, un posicionamiento de su cuerpo en la totalidad (¿). Estas modalidades de ensayos y errores permiten al joven púber definir (se) su espacio, enarbolando las transacciones de aspectos patológicos. Lengua silenciosa (muda) el graffiti, como el gesto magdalénico representa una escritura corporal que une (liga) dialécticamente el deseo a lo útil y preserva la parte enigmática de toda singularidad dirigiéndose a otras singularidades. Así, la pregunta de la pertinencia de la codificación es a la vez central y decisiva para el antropólogo como para el psicoanalista de adolescentes, puesto que el código “hace” figura simultáneamente de fabricación singular y de operador común. El modo de inscripción de este código por el cual la identidad se “actualiza” nos parece significativo como los contratos primitivos, los cuales nos llevan a estas tentativas de autografiar, que son los grafftitis. 2 Trazos “inclassables” , gestos incomprendidos, escritura indescifrable, nos devuelve la interpretación de los historiadores para los cuales la falta de símbolo en la escritura primitiva impone abordar la doble función del lenguaje: a la vez, emotivo y referencial. Si bien estos disfraces simbólicosparecen reflejar los “afuera-exteriores de otro pensamiento en referencia a un contenido latente, expresan la emergencia de una intención que se sustrae al propio conocimiento y se roba (oculta, esconde). Haciendo referencia al esfuerzo que nos impone la lectura del gesto “parietal”, muestra cuanto, esa captura necesita de un descentramiento de nosotros mismos para revivir (o darle vida) a este nuevo gesto: Para esta salida de nosotros mismos, necesitamos aceptar de entrada “entrar afuera” a fin de encontrar el trazo viviente teniendo el objeto visible en lugar de mirar este, que, dejado atrás, es de una indiferencia consumada” 1 Revelando los restos ilustrativos de una reflexión perdida, la afirmación indecifrable de los graffitis no corresponde a una forma de resistencia hecha a esta pérdida Icc? Recurriendo a la mano y al brazo, frente a frente (cara a cara) de eso que se le escapa en el lenguaje, el grafitero persigue ese enunciado Icc. que el se reinterroga y que no cesa en decirse. Si el se organiza para que sus trazos permanezcan algún tiempo a la vista de todos, ellos anuncian la angustia de lo que cuestionan peligrando la curva en cada uno de sus ensayos, e ignoran que hacen a su esencia caligráfica hasta que, sorprenda generalmente por su estilo, una manera de ser. Se trata, entonces para nosotros de repasar la emergencia de ese cuestionamiento “intentif”?. Ese querer decir abstracto donde la singularidad del cuestionamiento del grafitero puede ser aquello del hombre primitivo; organizaba en un espacio de creación , constituido de conexiones y de reencuentro que se abre sobre un espacio de subjetivación Gibeault A. et Uhl R., “Simbolización y representación gráfica en la prehistoria”. Monografías de la Revista francesa de psicoanálisis, Paris. PUF, coll. “Psicoanálisis e historia”. 1994. Saufer. “Retórica de la imagen prehistorica” Monografías de la Revista francesa de Psicoanálisis. PUF, coll. “Psicoanálisis e historia, 1994, p 113. Cyssau C., ”En lugar del gesto”, Paris PUF, 1995 Paradojalmente, este recurso, prohibido por la huida...en un gesto expulsivo de peligro y de dejarse llevar hacia un mundo interior donde aflora lo arcaico y también un retorno—sentido etimológico de redursum.Por ej. por su gesto el grafitero afirma su presencia, después rápidamente se retira y su firma le sirve de máscara al mismo tiempo que una caricatura fetiche dde su patrimonio que refiere a la metáfora paterna; Richard F.,”El proceso de subjetivación rn rl adolescente”.Paris. Dunod, 2001.p.215. 3 En esta topología particular, donde la presencia del ojo del observador ahí es tan fuerte que está la mirada que activa el trazo, la restitución de una forma que sea figurativa ó ideal ,así como también el movimiento de su registro, participan de una misma ficción efímera. Si bien este trazado que haya sido impreso por la firma del grafitero o iniciado por el trazo magdalénico, es tomado (ocupado) por el mismo movimiento de implicación de un pensamiento que se trabaja en el cuerpo. Uno, uniendo al animal a través de su figurabilidad, el otro juntando-uniendo al adolescente en su aprehensión identitaria; uno, revelando la imagen de una figura usada del espesor del signo, el otro pareciéndose en algunas letras a aquello que lo enlaza palabra a palabra en esa denominación. Ellos son dos: el graffiti y el trazo primitivo, testimonio psíquico y social de un pensamiento y su obra. Desde este punto de vista, fabricación y opinión cohabitan en el adolescente graffitero de la misma forma que el homo faber. Lejos de identificarse con la forma del animal o de un patrón impreso, se trata para el adolescente graffitero como para el pintor parietal de captar (percibir) en el contacto de la palabra el movimiento de un cuerpo en marcha donde cada trazo intenta "hacer acontecimiento" según la expresión de J. Derrida, escandir eso que los lleva a perseguirse a ellos mismos, de un muro al otro. Enganches, remolques de un investimento horizontal de (la pared) la separación de las grutas o del espacio urbano; esos trazos responden a la sorpresa de una primera idea (pensamiento) que traiciona la acción psíquica verticalizante del gesto en la búsqueda de la mirada del otro. Tensión reducida al trazo, la firma del graffitero como el esbozo animal, mascara una locura de imágenes en detrimento de representaciones: son esos pensamientos, ideas, imágenes soñadas, escenarios balbuceados, actitudes prestadas o bien, palabras truncas. Estos fragmentos del pensamiento que el trazado intenta concentrar, semejan regenerarse en el abrazo de una pelea o en el vértigo de paredes deslizantes, como si el nuevo miedo se impacientara en denunciar la parte sexual confusa, a la vez denegada y deseada, pero sin soltarse, perseguida. En efecto, el adolescente no sabe lo que quiere, ni donde sus pasos lo llevan, si bien, indiferente a él mismo, él encuentra el fantasma heroico que nutre una falsa matriz de su sexualidad infantil. El busca quedarse en una bisexualidad donde se anudan la últimas luces en el peligro de la excitación, atravesando las percepciones visuales, olfativas y auditivas que le trasmiten los movimientos desordenados de la horda a la cual parece pertenecer en esos primeros investimentos grupales, así como también a través del olor compartido de las telas o de los aerosoles. Este apoyo sobre las percepciones sirven a la vez de reaseguradores defensivos contra las imagos parentales, y amenazan simultáneamente la integridad de su yo el cual se proyecta toda su agresividad y su destreza. 4 El trazo “chapuceado” (esbozado, mal hecho) de ese gesto autonomizante que acompaña el bricolage, armado de los útiles del graffiti; telas recortadas o bombas o embudos comercializados, subrayan en efecto, la singularidad del espacio privado de la firma. Una firma sobre el Nombre. Si el adolescente elige el gesto de la firma ignora que ella es la única palabra; por sus referencias hace liga entre el absoluto, Dios y la Realeza por una parte y los escribas y obreros de la letra, los notarios titubeantes en la otra, según B. Fraenkel. Así, bajo la firma se tiene acuñado (trancado) el mundo, porque “la historia de la firma es también la historia del ojo, una historia de formas y de símbolos que constituyen una suerte de emblema del poder de lo escrito” . Si bien los signos de la firma hacen aparecer las insignias de aquellos que los manipulan afirmando el poder absoluto de esta única marca identitaria. ¿Qué naturaleza identitaria determinaría este poder adolescente? Se tratará de un poder delictivo, o simplemente pura afirmación? Más que un cambio de nombre, la firma graffitada circunscribe el espacio patronímico a la filiación, alargando el espacio de la nominación aquella de la esencia mágica encarnada por la fuerza de aquellas palabras (letras) sin significado. Aparecería de este hecho un denominativo de sustitución que contiene el sentimiento de identidad de un pensamiento que al fin sería propio. Nominación privada, esta reúne aquella de la infancia mientras que se une aquellas primeras formas del lenguaje, restituyendo el primer pedazo (¿?) de su nombre tomado en la red (lazo) de una identificación mutua: pequeño nombre en referencia a ese que él dice mal... J. Derrida nos introduce en la hermenéutica del sobrenombre indicando el impacto de una re-denominación: “Qué pasa cuando hay que sobrenombrar, re-nombrando ahí donde justamente el nombre falta?[...[ ¿qué es un sobre nombre, aquel que tiende a ser más que el nombre, pero también el que viene a desplazarlo o en lugar del Nombre?” “ El nombre se vuelve el trazo de esa operación negativa que es la palabra o la escritura “inscribiéndose” en y sobre y como el evento que el autor acerca del “hay”, es decir de la afirmación de alguna cosa que es en un momento dado colocado-formulado. Fraenkel B. La firma.Génesis de un signo. Paris NRF. Gallimard. 1992.p.21 et sq. Ibid Derrida, J. “Salvo (excepto) el nombre. Paris.Ed. Galilée.1993.coll. “Incises”. p. 2. 5 Parónimo, el graffiti intenta recuperar la ocurrencia de ese evento, sobrepujando este lugar del nombre, en el cual se inscribe el trazo de nostalgia, el dolor de la vuelta o la tristeza del regreso; cuyas percepciones internas se desplazan al grado del gesto que nombra, es decir al grado de las pulsiones incomprendidas, pues el gesto que decide aquí su nombre , traza la propia figurabilidad en tanto representante de un investimento de sí exterior. La alianza para el adolescente es todavía posible con ese signo externo iniciado por su gesto y sustituto de un objeto narcisista que falta. El sobreinvestimento de este objeto presentado bajo la forma de un auto signo, permite a la alucinación sostenerse sobre un eje, marchando del acto al sueño, pasando por el filtro del juzgamiento para recuperar el pensamiento. Un gesto de ostentación (alarde) Testimonio de una temporalidad que se volverá singular, el gesto del grafitero manifiesta por su propio movimiento la fragilidad del adolescente a determinar o a definir el objeto de su temor (miedo), como si la mirada llevada sobre sí mismo tuviera siempre que apuntar a un objeto preexistente en su propia mirada. Este miedo reencuentra la promiscuidad sexual de la mirada misma: “Tenemos que habituarnos a pensar que todo visible es tallado en lo tangible, el acto de ver termina siempre por experimentación táctil de un lienzo levantado frente a nosotros, obstáculo quizás agujereado, trabajado por las arrugas” Nos recuerda P. Guigard a propósito de la fascinación miedosa (asustada) de las mujeres, presentadas sobre los frescos de Pompeya. Fuera de la escena enigmática primordial es el develamiento del falo. Levantar el velo, es separar eso que separa: Es la efracción, el espanto silencioso. El origen de aquello que puede inventariarse habiendo un primer gesto originario traduciría así mismo la angustia de la sorpresa que inaugura la pubertad. En efecto, en el origen del gesto, el sentido de las percepciones imaginadas o sonoras traducirían la ostentación instintiva ante la emergencia de la angustia: un cualquier cosa delante del signo, es decir en el movimiento psíquico que el tradujo, movimiento de transporte de una primera materia que precederá a su inscripción psíquica: El gesto es aquello que nos toca, de quien la presencia no es continua, pero residiría en la distancia entre lo que es visible y eso que es experiencia. Quignard P., “El sexo y el pavor”. Paris. Gallimard. 1994.p.126. Ibid Cyssau C., “En lugar del gesto”, op cit., p.89 6 El gesto del graffitero jugando en esa distancia entre una visibilidad anunciada y la elección de una experiencia cuyo modo es aquel de la transgresión, nos transmite la agresión contenida en la lectura de eso que nos propone y su malestar interno y lo ilícito de ese signo autobiográfico. Esa distancia desviada, revela simultáneamente un movimiento de precipitación a “ entrar adentro” apropiándose de ese signo autonombrado y de un esfuerzo de descentración pareciéndose a su patronyme -¿- ,incluso en la percepción muy viva de una emergencia pulsional a la cual se haya ligado todo un cortejo de sentimientos puberales, hechos de inhibiciones y de fulguraciones, con el fin de mantener alejados de su vista las pruebas de esa regresión, en la inquietud de escapar al peligro de un castigo inminente. El adolescente graffitero, expulsado de símismo se retiene en sus trazos perceptivos de su imagen prestada para cuestionar el movimiento mismo de sus representaciones. La primera pintura(...) no tenía dos dimensiones sino una sola como los grafitis escribe Norman Mailer. La mano decisoria sobre el terror de un castigo inminente, infligido para los demonios llenos de furia delante de la audacia del hombre. Freud no se interroga a sí mismo este andar retroactivo del conocimiento, en el momento mismo en que la tensión psíquica está colmada y no llegaba a la representación que, bajo la forma de una suerte de saber que está mal determinado, algo preparatorio a la comprensión -¿- Retirada del Nombre La operatividad del gesto no consiste en volver psíquica la materia sumisa, en la percepción de los recuerdos infantiles mientras aquellos fuerzan los pasajes de una memoria que resiste transformándose sobre sus empujones ¿ . Esta operatividad delimitaría un lugar particular del gesto y de transformación, poniendo en forma excesiva la espectacularidad del objeto. Ella creará un objeto contra-fóbico constitutivo del infantil en contrapunto del retroceso, iniciado por la llegada de la pubertad. En el origen de esta creación, un fallo de la alucinación, al margen de una búsqueda identitaria, vendría a probar, por el ejercicio de ese gesto, donde el juego y la musculatura rivalizan, más que por la preocupación de que nada haya sido figurado, la amenaza de una desubjetivación, próxima del movimiento “dividiente “ de la psicosis. El abordaje de la realidad pubertaria será, entonces asimilada al miedo de un vacío innombrable produciendo el trazo minimalista que permite contener la retirada del precipicio, prudentemente un paso en –deca-¿ como lo expresa M. Onfray a propósito del arte minimalista. Mailer N., La Religión de los Grafitis, traduction de l´americain. Paris. Ed. Duchene. 1979 Onfray M., La escultura de sí mismo. Paris, Grasset, 1993,coll. “Le livre de poche”. 7 Esta amenaza reclamará ser señalada (marcada), por un trazo (disparo, tiro) nombrando "como se pueda" por signos gráficos "fáciles de hacer trazar" , la cantidad de investimentos no metabolizados. Cercado por la pulsión infantil y la compulsión masturbatoria, el adolescente utiliza la motricidad de su gesto muscular para ligar (unir) los cambios emprendidos de sus percepciones, de sus afectos y de sus representaciones. Retroactivo, ese gesto viene a desviar el recurso de la amenaza edípica que obligará de sacar los objetos heroicos de su infancia. Así, los graffiteros se inventan una identidad artificial a partir de un "prete-nom" pensando escapar temporariamente a la verdadera función del Nombre; ellos permanecen en retirada de aquello que construirá un verdadero acontecimiento del lenguaje, semejante "superficie a la vez en y sobre el lenguaje" que lo antecede. Fuera del Nombre y sin duda la sola cosa que no puede ser salvada por el lenguaje porque es el resto de la lengua, es la cosa "nombrable, innombrable", como si fuera a perder para llamar aquello que lleva el nombre. Resultante de ese desacuerdo, el Nombre pierde su valor, aquel de poseer la lengua es decir el otro a quien la palabra está dirigida, y es aquello que rechaza el adolescente. Preso en el doble movimiento del nombre que se oculta a la lengua y la desborda, yaciendo en el secreto de una firma indescifrable, una sigla, un dibujo delante de la letra; el graffiti no se libra de este acontecimiento del Nombre que aquello que lo arranca de su parte, su facultad de no significar nada. Pero el graffitero no conserva la experiencia del trazo, en su relación con el otro, falso guión parecido, y su imitación. Porque obedeciendo a la pérdida esencial de la "pequeña diferencia" del Nombre que se alargaría al cuerpo idiomático de sus pares, el graffitero anuncia intimidad oral hecha por sus sustitutos maternales osos de peluche, pedazos de paño (trapos), recubiertos y metarmofoseados por ese lenguaje extraño que permite al niño reparar el código, ante todo decrifraje; formado por la no -lengua materna- por la "langue" diría J. Lacan: este gesto autonombrante traduce esencialmente el afecto que el niño presta sentido y del que la mezcla es muy personal, inimitable, que lleva sobre una relación inadmisible entre el niño y su madre, y cuya inadecuación a la norma del lenguaje conserva la impronta infantil. Porque, si leer consiste en seguir con los ojos una presencia invisible, el graffiti manteniéndose en un invisible retraso en la visión como la pupila de los ojos, es decir "la pupilla" pupila, donde la etimología es "la pequeña muñeca", es decir la pequeña figura de la madre. Freud,S “Retorno infantil al totemismo” (1912-1913) en Totem y Tabú, Paris NFR. Gallimard. 1993,coll. “Conocimiento del Inconciente”. p. 242. Derrida J.”Salvo el Nombre”. op.cit, p. 65 8 Una estrategia de espera Escritura parasitaria como los dientes que se vuelven épicos (…obscenidad alrededor del crepúsculo…) en la intersección del resto y de la gloria de lo efímero…el graffiti es también testimonio de esta actividad empírica que quiere durar. Esta intersección de la duración y de la efemeridad hace decir a Del Volgo que "la calle permite así, realizar cierta fragmentación del conflicto interno". Ella permite que se desplace una "tentativa de urbanización del conflicto psíquico", ofreciendo una superficie resistente y duradera, discontinua y explorable del conflicto y las mociones pulsionales, deviniendo (siendo) el receptáculo del "desborde" de una problemática interna "insoportable". La gestión de un tiempo, que no es más de la infancia comienza a necesitar (requerir) un espacio donde la adolescencia podrá ser tenida en cuenta. La escanción del espacio y de los encuentros, encuentra en la práctica gestual del graffiti una estrategia de espera. Allí se negocian fantasmatización e imaginación, ilusión y realidad, "el investimento por el adolescente, de una imagen de ellos por venir necesariamente paradojal". La proyección fantasmática de una falsa identidad susceptible de ser, algún día abandonada, hace vacilar al adolescente entre la necesidad de crear un nexo capaz de reactivar "la ilusión de la completud para mantener la continuidad" y la confrontación de una "prueba de la discontinuidad" por una provocación y un enfrentamiento del peligro, en la búsqueda de sus límites, quienes los sobrepasen forman el valor de la prueba de sobrevivencia". Constantemente incluído en una problemática de espera y del actuar del cual el graffiti firma el aspecto contrastante y doloroso entre la exigencia activa de un gesto repetido y la pasiva reproducción de una palabra que erra, el adolescente persigue la exploración y la elaboración aceptable de un límite a sus fantasmas de inmortalidad. Deniega el valor por un acto transgresor que arrastra a volver a recorrer el camino edípico, asignando al otro una correspondencia social del que originariamente lo amenaza. Esta exigencia de inscripción indefinidamente reconducida bajo la percepción amenazante de la Ley, hace referencia a la dialéctica de la desapariciónaparición del objeto donde, los efectos anticipatorios del objeto ausente permiten al sujeto conservar un sentimiento de continuidad. Guirieri A.in Art- Press, n°124, abril 1988 Del Volgo J P. “ Espacio urbano, salvaguarda psíquica”. Adolescencia. “Trayectorias”. 27.1996.p.112 Ibid. p. 113. Triandafillis A. “Estrategias de inmortalidad” Adolescencia. “Trayectorias”. 27. 1996.p.27 Ibid.p.37 9 Voluntariamente sometido a un desplazamiento del objeto versus un desenlace superficial aleatorio a fin de conservar una imagen superficial de sí mismo, el adolescente es llevado a relegar la experiencia "entrevista" de un rapport a un tiempo no aleatorio, en su rapport al otro. La tentación de reducir el Nombre patronímico por un Nombre para sí, firma esta dificultad de iniciar un trabajo de duelo de un "sí mismo inmortal" pasando, de una fantasmatización de sí a la prueba de una imaginación por sí. Bien que el resurgimiento de la "necesidad de continuidad" responde a una exigencia paradojal, indisociable de la imaginación -apuesta a la fantasmatización, a saber que se desplaza al infinito, en tal caso, igual que buscar inscribirse en el re-conocimiento de la finitud. La práctica del graffitero permite un compromiso entre la conducción adictiva provocada por la tentación fusional con el objeto, y la tentación ordálica de verificación de sus absolutos. Conmutativo estas dos tentaciones inician al graffitero, sea a iniciar sus relaciones con la droga, sea a desplazarse con los soportes en peligro. Se ofrece entonces como "ideal ficticio de la normalidad" el gesto se ofrece como obra. Un gesto contra-fóbico Estética de la expulsión que se inscribe en directo sobre el cuerpo social, el gesto del graffitero toma el valor de un acto de emancipación ofreciéndose a los adolescentes la ocurrencia de exponer su cuerpo, instrumento como respuesta de una cultura particular. Creándose un pasado colectivo donde su propia memoria gráfica está en correspondencia viva con los problemas sociales que quedan cerca de la epopeya. Los graffiteros producen gestos repetitivos que no obstante sostienen su inserción afectiva a través del ritmo de la escritura, la pronunciación y el movimiento silábico que transforman a su agrado. Comprende en la broma y por la ironía de estar sin objeto, ellos reflexionan sus propias producciones insertando en el mundo de la tecnología y la comunicación. En ese mundo virtual, se aprenden las nuevas coordenadas sociales instruyéndose en las modalidades más modernas de las comunicaciones del que ellos ya han experimentado las configuraciones en redes y en el mundo nómade. Las referencias rítmicas de la música así como también aquellas de la canción rimada, desenvuelven un estilo muy particular del graffitero: el particular encadenamiento de las vocales cortas y largas, dando una suerte de soplo corto que corresponde a un cierto estado de espíritu del graffitero. Los discursos escandidos de M.C. Solar podrían compararse a los ritmos de origen indígena, con los ritmos investidos de las palabras invertidas tal como los "védas". Por otra parte, la figura de la lengua se efectúa sobre dos registros: sobre la lengua ordinaria y sobre la lengua especial, como la lengua "durci" de los Kalmi o la lengua "rucuit" de los "Dogon", que son formas de lengua 10 condensada sea en la pronunciación, sea en la construcción (verlan) sea en la forma lexical. Nosotros tenemos pues una cuestión de una tecnología original de la lengua que aporta a las tecnologías del cuerpo una participación étnica de un cierto orden. Sacrificio de la lengua, en el cuerpo del graffitero puede tener un valor de sacrificio. Allí se expresa el retorno de la celebración de una ideología de la venganza es decir de lo sagrado, donde el desplazamiento narcisista sobre el cuerpo propio del graffiti ofrece al adolescente víctima emisario de resultados que lo sobrepasan: "el sacrificio tiene por función atenuar la violencia instintiva, empujar los conflictos que explotan". Nosotros, dice R. Girard (…) "eso que se hace venganza en sí mismo, la lengua inglesa afirma: "He takes the law into his own hands", hacer justicia por manos propias. El algoritmo abstracto producido por ese gesto, no peligra un retorno hacia el resurgimiento de un pensamiento anímico, más allá del siglo y en el código que bajo el símbolo desertó persiste en esta forma gráfica? Actividades, actos sagrados une los graffitis a las figuras primitivas del arte parietal en la medida donde unos ponen en actos por el rito el deseo, "inconciliable" según la formulación de Laplanche de haber: asumido un rol sexual socialmente preestablecido y de reencontrar alguna cosa del otro sexo ", por asimilación de la herida en la vulva, entonces los otros tienen la tendencia de negar esta pertenencia rechazada por las afirmaciones contrarias gracias a las pruebas de virilidad: formar riesgos rivalizar con la policía, excluir a las chicas. El punto que negocia esta armadura parietal de estos iconos parecen denunciar un impasse psíquico de la expresión del deseo sexual adolescente, en la mitad del camino entre la idealización de un código de sexualidad y la proximidad de los alter-ego que cercan al graffitero en sus señales (marcas). De hecho este gesto da testimonio exterior de una modificación psíquica de una reconstrucción de la historia valorizando la solución psíquica que hace a una cierta fobia "del acto de representarse" entre la amenaza autoritaria de un vacío interno. Indicando más, un pedido de ayuda que precede a la designación de un perseguidor, sin que la persecución haya elegido su cara (su vista), el adolescente malo de representación pero vivo a formular los mitos que llega a repartir con los otros, encuentra en la superficie urbana ocasión de modular las expresiones (matrices) de su "constancy" término empleado por J.Donne para significar una manera poética de poner punto a su deseo. Girard R.. La violencia y lo sagrado, Paris. Grasset.réed.,coll “Plural”, 1972.p. 27.30 Laplache J.. Problemáticas II. “Castraciones y simbolizaciones”. Paris. PUF. 1er. edicción. 1980.p.214 Birraux A..”La fobia, estructura originaria del pensamiento” en Fine A.. Le Guen C.. Oppenheimer A. (sous la dirección de..) Monografías de la revista francesa de psicoanálisis “Miedos y Fobias”. Paris. PUF, 1997p.153. 11 El gesto del graffitero se impone entonces como construcción simbólica de un límite, no desplazando el límite entre objeto interno y externo, pero recreando el límite, es decir produciendo a cada instante el límite del límite: "el lugar es alguna parte, no como en un lugar, pero como el límite está en el límite". Mas allá de este gesto contrafóbico, el trabajo del trazo viene a separar tres espacios: -un espacio investido preobjetivo en tanto que trazo de… -un espacio de retrato fóbico o paranoico, donde la verticalidad está ligada al miedo. -un espacio subjetivo de constitución del límite, implicando la pulsión en el origen del gesto como del sexo. Estos espacios se superponen y ofrecen al adolescente oportunidades de investimentos flexibles sin rigidizar el carácter fóbico. El entrecruzamiento de estos espacios mantiene una necesidad de venganza transgresora que empuja al adolescente a conquistar o reconquistar un lugar privilegiado del cual se percibe que empieza a ser vacilante. Un gesto fálico… Así, el graffiti produce al graffitero, llevando a su fabricante a firmar el delito de sus deseos de venganza en el espíritu de encontrar una falicidad. Esto nos lleva hacia la mitología griega, hacia Hermes que, de niño a fin de robarle los rebaños a Apollo, hace marchar a los rebaños hacia atrás para mezclar las pistas. Los graffiteros no roban las letras para entreverar los trazos de esos patronimios, entendido como una forma de ser "muy nombrados?". Lo arbitrario de este ocultamiento (roto) marca lo que está en juego en una decisión que pasa por la excibición de una matriz gráfica puberal, encontrando el pretexto del disfrute dinámico del cuerpo para encontrar de nuevo las raíces orales de la representación: un murmullo, un suspiro, un ruido, un grito. La singularidad de esta decisión creó un movimiento, un juego de contacto entre el adolescente y el muro cuya escanción exacerbada se vuelve poco a poco autónoma, engendrando un espacio en eco en la topología particular del inconciente, sin tiempo, ni lugar, justo en el borramiento de un trazo. El aspecto fálico de este ejercicio, manifiesta una dirección intencional iniciada por el deseo de apropiarse de un objeto maternal prohibido entreverando las cartas del padre, bajo el pretexto de tener heredado mágicamente el poder. De hecho, por ese falso parecer y en ese ocultamiento (robo), el adolescente Aristote, Psíquico IV, Paris.Bellas Letras. 1982. p. 212b. 12 graffitero es amenazado de jugar de aprendiz de brujo y a reinvindicar el status de artista en una inmediatez estética de su presencia nominal. Su poética viene de su ingenuidad falsa adolescente que cortocircuita la estrategia de una técnica pictórica para crear directamente e identificarse con los útiles y su trazo. Identificado con ese gesto de ocultamiento, robando el útil y el espacio, el graffitero intenta así crear imaginariamente nuevas relaciones en el tiempo, no sometiéndose más que a la duración del gesto, a la fuerza del estilo y a aquellos de esto? El investimento de ese momento fálico, el momento masoquista decide la mutación de ese trato en significante. Llevado sobre el lugar de la escena social, este gesto fálico introduce un cuadro en otro; el del código y la Ley, que muchas veces se desprende del gesto graffitero tachado tal como un dibujo que no cesa de rayarse (cf. el pequeño Hans y su dibujo arrugado-remendado). La dimensión del síntoma interviene aquí como carácter masoquista en el que el adolescente se hace el abanderado, saca hasta restringirse hasta una repetición compulsiva sin espacio. Ese gesto adolescente en ese contexto sostiene podríamos decir un primer esbozo de metamorforización de un espacio entre dos escenas que no dejarán a la regresión operar ni al clivaje realizarse. El efecto de fascinación voluntaria semeja el efecto de atar la mirada de la madre, reinvestido de manera intermitente como "signos fantasmáticos desprovistos de vida propia aclarados y garabateados", invadidos por la mezcla de signos salvajes que tienen un aire de rendez-vous con aquí y allá y que se cruzan como las palabras de Babel, espasmódicamente". Esta repetición masoquista reactiva el antiguo soporte en la mirada de la madre que el gesto de la inscripción golpea, reactiva, solicita, socava. …El regreso sadomasoquista Pensar los lugares desde donde no podemos más pensar, reitera la igualdad de la perversión: una palabra vuelve en otra, un gesto tiende en otro. Hacer barrera en sentido equívoco a descolocar la palabra, en una relación sadomasoquista de la palabra y el tiempo. Mientras tanto, el recurso de la repetición, de una nominación sobreinvestida y fetichisante, lleva una parte de renacimiento, llevando una vida dinámica y capaz de integrar las relaciones fundamentales que ligan la palabra al acto, es más una Guirieri A.. en Art-Press. op. cit. 13 escanción que mune el tiempo. J.L. Donnet insiste sobre este aspecto de nudo sadomasoquista donde no hay tiempo muerto, donde todo es repetición, como si el gesto buscara borrar el trazo psíquico que aquello que hace, se desliza sobre un cuadro estéril, sin representación-destino, como un cuadro de dimensión presimbólica entre la simbolización catártica y la simbolización bloqueante de la ininterpretación. Esta técnica donde la resistencia anuncia su síntoma, reduce eso que hace depender la escanción del peligro, se integra como un suplemento en un marco heterogéneo a él mismo. Por la reactivación de ese núcleo sadomasoquista primario, el síntoma adolescente da para la repetición en otro sentido, aquel de un proceso repetitivo que se impone a su manera el respeto del tiempo. Según B.Grumberger, el movimiento energético de la motricidad juega un rol esencial en el mecanismo sadomasoquista que le permite al sujeto gozar intensamente a pesar de la violencia. Si bien el carácter compulsivo del gesto del graffitero atado al mantenimiento de la relación energética revela que a la menor involución del investimento de esta matriz zambulle al adolescente en una crisis de angustia, este investimento anal es sobre la cual se soporta la pulsión en su lugar con el objeto. La estructura sadomasoquista depende de la facultad de retorno que es el motor del pasaje entre sadismo y sadomasquismo; esta queda ubicada (centrada) alrededor del doble movimiento de inversión en su contrario y de vuelta hacia la persona propia. Las vuelta de las pulsiones pasivas en pulsiones agresivas demandan al graffitero un investimento constante de esa fuerza (violencia) de agresión, en correspondencia con la intensidad de ese disfrute fálico. La agresividad se vuelve contra sí mismo por la fuerza que ella se impone, aquella de tomar riesgos, de sacrificarse, llevado por la espiral dialectizante de un movimiento imaginario que conduce al graffitero siempre más lejos sobre los muros siempre más altos con letras cada vez más grandes; encerrándose este hecho en la cápsula narcisista de la grandiosidad paternal. El narcisismo consiste entonces en hacer intervenir ese juego, de retorno e inversión pulsional como determinando un voyerismo-excibicionismo ligado a la dialéctica sadomasoquismo. Este investimento narcisista busca sin treguas salvarse de una serie de treguas, el objeto narcisista siendo mantenido por la pulsión de ver, igual que el objeto narcisista marca un retorno al objeto narcisista. Este cambio (intercambio) entre la pasividad de la pulsión de ver y el placer masoquista permite apropiarse (tomar) esta subjetivación narcisista del adolescente tomado en flagrante delito de identificación. La experiencia de este gesto adolescente para sí en la puesta en obra de esos clivajes y de esa resistencia, por esa capacidad de "escisión" y de integración. Este desdoblamiento interno puede permitir al fantasma y a la dialéctica intersubjetiva crear una escena interior particular. El circuito entre realidad 14 externa y realidad interna se transforma entonces en escenas intersubjetivas y escenas intrasubjetivas utilizando las interacciones de sadismo y masoquismo. Un fantasma identitario La aproximación psicopatológica del texto del graffitero aprehende así una triple dimensión del fantasma en el adolescente: 1 su dimensión originaria a través de un goce imaginariamente dividido, 2 su estructura invertida por la vuelta de los afectos en odio de sí, 3 su función "limítrofe" gracias a la manipulación de un área de transición necesaria de desenvolvimiento del sujeto. Nosotros proponemos así pues, no una posición de pasaje al acto pero sí aquella de pasaje por el acto, el gesto del graffitero explicando la promesa de explotación del juzgamiento de atribución que no se entiende como el efecto de una carencia de juzgamiento de existencia introducido por su metamorfosis identitarias. Tentativa de sublimación que se estanca, reencontrando naturalmente el circuito corto entre la percepción y el ello; la inscripción en tanto recurso puede querer señalarse como "una substracción imaginaria que se encuentra implicada de hecho en toda inversión apropiativa?; ella condiciona la construcción misma de un fantasma personal: que un sujeto sea, que desate atributo corporal de la Madre, algún objeto parcial afín de asegurarse el goce mentalmente…en la referencia metapsicológica que es la nuestra tiende a formularse en el registro de la economía del sadomasoquismo" escritas por B.Pennot. Esta suerte de coacting puede ser interpretada como un punto de desimbolización desde la distancia de un lugar de simbolización, mantenido despierto gracias a esta dialéctica sadomasoquista. Este movimiento de retracción del cuerpo hacia su alrededor nos engancha entonces hacia una tópica de encuentros que ligan las figuraciones de la perversión a aquellas de la pulsión, puestas para resistir a la figuraciones de conflictividad. Conflictividad desplazada sobre un soporte objetalizado, esa percepción del peligro y el sentimiento de lo prohibido restableciendo con la lógica del fetiche y por la suspensión del tiempo que su tensión implica, cortocircuitando la duración que llevaría abordar el conflicto. Esta suerte de “ exclusión inclusiva” anestesiante, se ejerce sin dudas en el designio Icc. de estancar (¿) los deseos parricidas y matricidas. El recurso del gesto se aprehende, también en el interior de la lengua, hasta que ella regresa hacia una lengua materna infantil, una lengua de aspecto extra Penot B.. Figuras denegadas. Paris. Dunod, 1989, coll. “Psiquismos”: ”La psicosis subjetivada”. Adolescencia. “Avatares de la subjetivación”, 9, 2, 1991, p. 233. Kristeva J.. intervención en el coloquio “adolescencia y relato”, Paris 7 otoño 1999. 15 verbal. Si hay pasaje al acto en la conducta de los graffiteros, el gesto es menos interpretado sobre lo kinestésico que en el gesto de la lengua que se engaña (burla) en un acto de nominación al cual se somete. La significación infra-verbal esconde el abandono y la agresividad introduciendo el clivaje en el lenguaje, es aquello que nombra el graffitero refiriéndose a sí también a un patronyme que a un seudónimo, escapando momentáneamente a la función esencial del Nombre que, según interpretación de J. Nassif, hace Uno en un millón. Se identifican así a la creencia del tiranizado para el cual el tirano no tiene punto de comparación (¿) y puede ir más allá. El graffitero por su gesto reabre la posibilidad de reconocerse como hermano de una horda atada a una bestialidad que rechaza la servidumbre, sabiendo que, a medida que uno mira la letra, hay que “pasar por otros para ser reconocido, a través del signo, que se despliega como cualquiera en cualquier cosa”. Traducido por Lic. en Psicología Cecilia Romero. 16