De un modo u otro, ciertas frases aparentemente inconexas

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De un modo u otro, ciertas frases aparentemente inconexas acompañan las piezas
físicas que Cinthia De Levie dispone en el ambiente. La mayoría de esas frases
hay que encontrarlas impresas en el módico fanzine que se entrega como un
elemento más de la muestra, trazadas con una línea típica de rotring empleando
una plantilla de letras, y encolumnadas en tres páginas no sucesivas. Es un tipo de
letra técnica, diríase anónima, que le conviene a la estética de Cinthia, una artista
proclive, tal como parece insinuarlo el título de la muestra, a escabullirse, a borrar
señales demasiado evidentes, incluso a rehuir de cualquier presunción de autoría
que se revele como demasiado subjetiva.
En dos de esas páginas, las frases componen lo que podría pensarse como un
arbitrario poema abrupto, o bien como un intercalado de residuos de un cuerpo
textual más amplio del cual la artista las ha extraído libremente. En la tercera
página, la artista anuncia una serie de capítulos, cuya numeración correlativa,
además de los títulos mismos, induce a suponer que todo lo que vemos, tanto el
mismo fanzine como el resto de los elementos de las salas, son los hitos de un
relato que, si bien simula un presunto orden, en rigor se deshilacha en constante
desplazamiento, según la lógica fragmentaria, intrigante, con la que De Levie
eslabona y al mismo tiempo descoyunta la relación del texto con sus misteriosas
pinturas sobre vidrios esmerilados.
Es lo que podría llamarse una situación ambiental, para no hablar de instalación,
un concepto que parece aquí demasiado institucional y concluyente, habida cuenta
de la deliberada precariedad, de la estratégica provisoriedad con que esos vidrios
quedan superpuestos como al descuido, sobre un piso apenas cubierto por
algunos tapices de colores neutros y ornamentos vagos, y apoyados sobre el
muro, más frágiles que nunca, pero también abismales, como raros espejos sin
reflejo en los que el azogue ha sido reemplazado por una negrura cenagosa,
iluminados en crudo por lámparas desangeladas, que parecen saldos de algún
negocio de baratijas chinas.
A la vez, el paradójico contrapunto entre el innegable impacto visual y la elusividad
permanente tan cara a De Levie, hace que todo el conjunto se imponga con una
materialidad tan amenazante como ambigua, apoyado en muy convincentes
argumentos, tanto pictóricos como metafóricos. De Levie pinta con esmalte
sintético diluido, una pintura densa y enorme causticidad, aprovechando
dramáticamente esas cualidades, así como las nubosas veladuras de la granulosa
epidermis del esmerilado. Su elección del vidrio como soporte obviamente le suma
connotaciones fuertes, como la sensación de fragilidad, de quebrazón inminente, y
consecuentemente la elocuencia muda de que esa suite tosca de cristales
superpuestos conlleva algo filoso, cortante, que puede romperse ahora mismo en
pedazos y herir al más precavido. Una herida virtual que quizás también es de ella,
la herida de lo femenino entendido como un permanente oscilar entre el dolor dulce
de la sensualidad y la tentación de recluirse en fuga.
Todo es parte activa de la operación de ruptura, omisión, corte, oclusión, oscuridad
y elipsis que De Levie lleva a cabo con el lenguaje. Y allí donde la búsqueda
técnica se emparenta con las necesidades expresivas, la artista aprovechará la
tensión entre la resistencia y la fluidez del esmalte para la modulación calcárea,
disecada, de sus taxidérmicas fisonomías de ojos velados, máscaras rústicas que
también adquieren el aspecto de momificadas cabezas reducidas, o bien semejan
personajes de un identikit hecho por un aficionado.
Por otra parte, además del título de la muestra y del mismo fanzine, y más allá del
sigilo con el que De Levie enmascara cualquier atisbo de intencionalidad clara, es
directa la relación de los títulos de los capítulos I, II y V, por un lado, con las
potentes resonancias que impregnan la idea de DESAPARICION y ,por otro, con
los modos escénicos en ausencia que asume el carácter de la artista, con su
fanática reluctancia a estar demasiado presente, siempre proclive a las atmósferas
espectrales, fantasmáticas, como las de sus cenicientos retratos y figuras,
incluyendo la cita de la olvidada ″Flor Azteca” de las kermesses y parques de
diversiones, esa cabeza de mujer con vida y movimiento que emergía del cuello de
un jarrón y “hacía muecas, guiñaba los ojos, contestaba preguntas” (1), como una
hipnótica pitonisa que estaba y no estaba allí, y cuya magia no era otra cosa que
un muy eficaz juego de espejos.
Entre estos caminos sin salida, llenos de pistas falsas y espejismos, y el arbitrio
del espectador, De Levie inteligentemente urde una posible sintonía, una relación
efectiva, y a la vez una inexorable fisura, no sólo en la relación entre escritura y
objeto, sino en otros términos más homogéneos, donde esa grieta se potencia
análogamente. Allí están, por ejemplo, los pequeños libros, menos libros que libros
– objeto retóricos, cada uno íntegramente compuesto por hojas de un mismo color
y, para mayor abundamiento en la política de desconcierto que practica DeLevie,
teñidos de una elección cromática netamente opuesta a la paleta que predomina
en todo el resto de la muestra. Tres de sus títulos insisten literalmente con el
inquietante motivo de las desapariciones, pero eso también podría ser apenas un
ejercicio de inducción para sugestionables, más que el anuncio de un determinado
contenido.
En el interior del fanzine, otras dos páginas exhiben frases sueltas que, aun
enhebradas explícitamente en el sintagma DESAPARICION son, otra vez, pura
visualidad tipográfica, más una manera de escribirlas, de inscribirlas, que un
enunciado. Esta silenciosa licuación de las significaciones, esta extracción fanática
de la savia de los más diversos elementos para dejarles el esqueleto a la vista, la
evidencia del vaciamiento, es quizás una de las claves de una poética tan
inspirada como indisimuladamente huidiza, los trucos y escapismos de una
ilusionista de la elementalidad, una malabarista de la parquedad esencial, al
desnudo, recelosa de cualquier aparato suntuoso.
Eduardo Stupía, junio 2012
(1) según lo cuenta Ana María Shua en Botánica del caos
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