DISCURSO DE LA EXCMA. Y MAGFCA. SRA. RECTORA DE LA a UNIVERSIDAD DE MÁLAGA, D . ADELAIDA DE LA CALLE, PARA EL NOMBRAMIENTO COMO DOCTOR HONORIS CAUSA DE D. JOSÉ MONDÉJAR Hoy, la Universidad de Málaga acaba de recibir al maestro. Al hombre que dedicó su vida a enseñar. Al hombre ensimismado con “las hablas” de su tierra andaluza. Con esa “dulce habla en cuya oreja suena” que susurraba Garcilaso. Susurro sereno, a veces dolorido. Susurro que es expresión de un pueblo. Susurro lleno de profundidad. Pleno de belleza. Al profesor Mondéjar lo nacieron andaluz. En Fuengirola. Decía Rilke que la verdadera patria del hombre es su infancia. Pero nuestro académico Francisco Ayala ha ido más allá, y asegura que, además de nacer en una tierra, se nace también en una lengua. El profesor Mondéjar creció entre palabras, arropado por ese acento propio al que luego dedicaría su vida. Comprendió que detrás del habla andaluza estaba la hondura y variedad de nuestro ser. Estaba el auténtico perfil cultural de una tierra extensa y vertiginosa. Más allá de su propio acento, el acento andaluz es un sistema de actitudes vitales que se acuña en palabras. Palabras propias que moldean. Palabras que enseñan a pensar y a sentir de una manera peculiar. Original. Quien nace y crece en Andalucía lo hace acunado en un dialecto que es un repertorio de actitudes vitales. Un código genético que en cierta medida modula una manera de ser. Un código que hace que las respuestas y las reacciones de sus hablantes tengan algo común. Tal vez una actitud común ante la vida, mas allá de tópicos. Andaluces de ayer o de siempre. Los que cantó Miguel Hernández. “Andaluces de relámpago, nacidos entre guitarras y forjados en yunques torrenciales de lágrimas.” Hablar andaluz es también un hermoso contagio para quienes llegamos de fuera. Termina siendo el reflejo de un sentimiento de acogida. De amable hospitalidad. Nos hace revivir esa frase Machadiana en la que Lola, “la Lola que fue a los puertos” le dice al guitarrista Heredia: “Hablas como un gaditano, y no llevamos en Cádiz mas que ocho días”. Hablar andaluz es sentirse a sí mismo en la corriente del río de la Historia. Sea el Guadalquivir o el Genil, serán siempre aguas con saberes centenarios. Saberes que oímos del presente. Saberes y actitudes de quienes hablaron andaluz antes que nosotros. Saberes y palabras. A lo largo de toda una vida, el profesor Mondéjar dedicó sus días a observar esas palabras; a situarlas en la extensa piel andaluza; en la de arriba y en la de abajo; en la de los terratenientes y en la de los desheredados; en la que faenaba en la mar; y también en la de los aceituneros. En la que se comía las “eses” finales y, sin embargo seguía pasando hambre. En aquella Andalucía cuya única aspiración estaba en la letra hache. Una Andalucía que, pese a todo, y bajo la única luz del sol, había alumbrado una fonética propia, un modo original de pronunciar el español que el profesor Mondéjar define como “jugoso, brillante y poco hiriente”. “Dulce habla, en cuya oreja suena”. “La palabra, -decía Heidegger-, es la casa del Ser, y en su morada habita el hombre. Los pensadores y los poetas son los guardianes de esa casa.” Hoy, entre nosotros, hemos incorporado a un profesor ilustre; a un humanista que ha dedicado su vida a observar el habla andaluza. A cuidarla, a guardarla; a hacer que esta morada que habitamos todos y que dejaremos a nuestros hijos, siga siendo rica, profunda. Y bella. Profesor Mondéjar, sea usted cordialmente bienvenido al Claustro de la Universidad de Málaga. Muchas gracias.