Maradona - Domingo Caratozzolo

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"Maradooooooo.......Maradooooooo"
Domingo Caratozzolo*
Me comentaba un médico al que tengo en mucha estima, acerca de un paciente que fue
atendido durante años debido a una severa cardiopatía periférica. Esta persona era un
fumador empedernido y, a pesar de que se le recomendó repetidamente que debía abandonar
ese hábito, pues corría riesgos extremos, él siguió fumando. En el transcurso de los años
sufrió de sucesivas amputaciones en sus extremidades inferiores y superiores. El médico que
lo había atendido dejó de verlo durante un tiempo, hasta que un día lo encontró en la calle
sobre un carrito que hacía avanzar con sus muñones y con el vaivén de su torso. Al
reconocerlo le preguntó: “¿qué puedo hacer por usted?” la respuesta fue: “Por favor doctor,
póngame un cigarrillo en la boca y enciéndamelo”.
Este ejemplo muestra la enorme dificultad para vencer una adicción, a pesar que esté
matando al sujeto. También la gravedad del cuadro de Maradona nos invita a pensar que la
autodestructividad, el imperio de Tánatos le gana la partida a la pulsión de vida representada
por Eros.
Las personas en general, tendemos a pensar que como Maradona es famoso, rico, querido
por compañeros, por el público que festejó sus cualidades futbolísticas excepcionales, su
corazón debe estar lleno de paz y felicidad. La realidad nos muestra que, a pesar de estas
apariencias, tiene que sobrellevar un gran sufrimiento al que no puede hacer frente.
Más tarde o más temprano la mayor parte de los drogadictos pierden a sus amigos, a su
familia, a veces padecen graves accidentes o tienen serios problemas con la ley. Los intentos
espasmódicos de salvarse, son de ordinario fallidos por la profunda desesperación que
embarga al adicto. Para éste, cualquier persona o institución que pretenda quitarle el hábito,
significa sustraerle el único alivio que tiene a su intolerable sufrimiento, aunque tenga que
pagar caro por ese alivio.
Cuando el drogadicto se encuentra presionado por sus familiares o por la justicia, promete
controlarse, hacer una vida nueva, tomarse unas vacaciones, ir al campo y muy pronto se verá
“completamente curado” y con deseos irrefrenables de volver a sus actividades habituales (y
también a la droga). El optimismo acerca de su rehabilitación constituye un autoengaño con
el fin de escapar a la necesidad de un cambio total y efectivo enfrentándose con sus
problemas.
Cuando el bebé mete sus dedos en la boca chupeteando desesperadamente, atenazado por
el hambre, logra un instante en que se satisface a sí mismo, en que se siente Dios. Es sólo un
instante, pero basta para sentir que ya no se necesita nada. El reino de la imaginación, de la
fantasía, ha tomado un lugar en la vida del lactante y desde su trono de puro placer regirá en
mayor o menor medida durante toda la vida. El individuo podrá así negar la existencia de una
realidad cotidiana amenazante o frustrante.
Este modelo de funcionamiento de la vida psíquica consiste en rechazar todo aquello que
produce dolor, sufrimiento, repudiando con ello la realidad. A este modo de funcionamiento
lo podemos llamar omnipotente, pues provoca de una manera mágica el alejamiento de
aspectos y sectores de la realidad que son negados, que no son reconocidos. De esta manera
se adquiere “poder” sobre la realidad que aleja al sujeto de las posibilidades de conocerla,
tolerarla y modificarla.
Todos necesitamos en algún momento recurrir a esta función para aliviar nuestro dolor,
para aminorar nuestros padecimientos. Empero, si esta forma de funcionar deja de constituir
un alivio circunstancial para convertirse en el modelo mental predominante, estamos en
presencia de una enfermedad mental. En la medida en que el aspecto omnipotente predomina,
el individuo trata de obtener un control sobre la realidad de una manera tal que ésta esté
sometida al servicio de darle placer. Si el sujeto no tolera las frustraciones inevitables de la
vida, su conducta se tornará tiránica y despótica.
Él sabe que las personas tienen cosas muy agradables para ofrecerle, tienen capacidad de
ternura, posibilidades nutricias, contienen su dolor, acompañan; pero también frustran sus
deseos, se alejan, se pueden desinteresar momentánea o definitivamente del sujeto, entran en
relación con otras personas que despiertan celos, pueden hacerle sufrir sentimientos de
exclusión, de abandono, de desamparo. Él mismo tiene capacidad de querer, de sonreír, de
agradecer y a la vez puede odiar, envidiar, rechazar.
Es fácil comprender que aquello que menos se presta al control omnipotente son las
personas, puesto que éstas tienen una vida autónoma, pueden alejarse, desaparecer o
sencillamente no atender las demandas del sujeto. El ejercicio del control es mucho más
sencillo ejercerlo sobre una droga que el individuo lleva en el bolsillo y puede usar cuando se
le antoje, sobre una botella de alcohol fácil de conseguir, sobre un paquete de cigarrillos,
sobre todos aquellos objetos que pueden calmar la ansiedad del sujeto.
Muchas personas beben, fuman, toman tranquilizantes, inhalan cocaína, sin adiccionarse,
el consumo ocasional y social no nos enfrenta a un cuadro de adicción. Éste se caracteriza por
el despliegue sin límite ni freno del empuje interno, donde la cualidad de lo agradable
desaparece a favor de la compulsión en la que despunta la autodestrucción. La condición
necesaria que determina un cuadro de adicción, es la existencia previa de una personalidad a
la que podemos caracterizar como adicta.
Sobre la base de una estructura personal adicta pueden concentrarse una o diversas
manifestaciones de la adicción. Las razones por las cuales un individuo elige una entre
distintas sustancias responde a una determinación compleja. Vivimos en una cultura
hedonista que trata de alejar los aspectos dolorosos de la existencia, es así que ante
dificultades para conciliar el sueño, contracturas, cefaleas, trastornos de la alimentación y
otros, se busca una urgente desaparición a través de medicamentos: antinflamatorios,
sedantes y analgésicos que no son considerados adictivos por su consumo generalizado,
habitual, y que conjuntamente con el tabaco y el alcohol, los convierte en los más accesibles.
Un paciente adicto a las drogas me comentaba que en su familia, a la hora de dormir, se
ofrecía Lexotanil como si fueran caramelos. Y éste no constituye un caso excepcional.
Si se pretende el borramiento de las carencias y de la insatisfacción que plantea la vida,
las drogas proporcionan cierto alivio a los dolores de la penosa realidad, y también a otros
dolores psíquicos resultantes de conflictos sentimentales. Así como la sociedad de consumo
estimula la convicción de que adquirir y poseer objetos, otorga plenitud, procura felicidad, la
idea de que las drogas provocan un estado de goce y alejan el dolor, coincide con el
imaginario social hedonista, individualista.
Pero en la ingestión de drogas hay algo más que el mero deseo de evitar el dolor y buscar
un estado placentero. Lo que nos importa aquí es examinar el fenómeno autodestructivo, la
irresistible atracción una y otra vez a consumir excesiva cantidad de droga. La drogadicción
la consideramos como una tendencia tanática, suicida, en cuanto implica la abolición del
pensamiento que hace de nosotros individuos con características propias, singulares,
diferentes a otros. Si se pierde la posibilidad de pensar, de evaluar la realidad, nos abolimos
como sujetos psíquicos.
Freud nos ha señalado la batalla incesante en que se encuentra Eros para neutralizar a
Tánatos. Y es que en este combate constante Tánatos es poderoso, es la pulsión que lucha por
librarnos no sólo de los dolores y las desventuras del vivir, sino de todo los estímulos que nos
acicatean, que nos excitan, que nos reclaman una acción para desprendernos de ellos y dejen
de molestarnos. ¿Y qué resultado más drástico, más completo que la muerte para evitar toda
perturbación?
La muerte nos atrae como el canto de las sirenas a Ulises, representa la posibilidad de
eliminar todos los estímulos, de encontrar una paz sin igual. Si del lado de la vida podemos
encontrar el placer, del lado de la destrucción de la misma podemos encontrar la embriaguez
del goce. El suicidio, accidentes, muchas enfermedades orgánicas y psíquicas, el
alcoholismo, tabaquismo, la adicción a drogas, la obesidad, son manifestaciones en unos
casos tímidas y en otros dramáticas de la actuación de la pulsión de muerte.
Qué mejor ejemplo de ello que el pelusa, el pibe de oro, el pibe de Villa Fiorito, el que
desde chico deslumbraba con sus gambetas y el que con la magia sin igual de sus botines
ganó para Argentina la copa del mundo. Dios le había prestado su mano, ahora se la ha
retirado.
*Psicoanalista
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