La investigación bibliográfica Carlos Arturo López J. La investigación es una actividad social que tiene sus rutinas, ritmos y rituales. Comprender que estos aspectos no son ajenos a la actividad investigativa, supone entender que todo producto social está sujeto a las relaciones que lo hacen posible. Muchas de las grandes obras investigativas (La ética a Nicómaco, La suma teológica, El capital, Economía y sociedad, Las convenciones contra la cultura) rompen con los cánones temporales, académicos, disciplinares, etc. Esto, sin embargo, en lugar de justificar el desconocimiento de tales cánones, muestra que aún las obras más revolucionarias entablan una relación con ellos, así solo sea de una manera negativa. A lo largo de este trabajo quisiera dar cuenta de algunas de las rutinas, ritmos y rituales de la investigación a través de aquello que, en lo personal, me ha resultado de utilidad. No pretendo decir la última palabra al respecto, o hacer alguna especie de sociología del conocimiento científico, sólo quiero hacer público lo que, en algo más de diez años, he aprendido de otros investigadores o he descubierto por mi propia cuenta. Bibliografías primaria y secundaria Comienzo con una confesión: «el título general de este artículo es redundante, en particular porque está escrito para una Facultad de Ciencia política, Relaciones internacionales y Gestión y desarrollo urbano». Digo redundante porque, primero, en la actualidad no hay investigación que no pase por una revisión bibliográfica y, segundo, porque en los saberes que se promueven en la mencionada facultad los aspectos bibliográficos son, tal vez, los más determinantes. No obstante, conservo este título porque me permite marginar aspectos de la investigación que, aunque también pasan por lo bibliográfico, pueden pensarse por separado (la formulación de un problema, la escritura de un documento, la estructuración de un proyecto). En concreto, me enfocaré en algunas cuestiones de la investigación relativas a la bibliografía, con el fin de mostrar aquello que cuando comencé a investigar me hubiera ahorrado mucho trabajo, horas en biblioteca y esfuerzos vanos. Estas cuestiones pueden dividirse en dos tipos: revisión de bibliografía primaria y revisión de bibliografía secundaria. Esta es una distinción en el interior de lo que en general podría llamarse la bibliografía, la tomo del trabajo de los historiadores, y es pertinente porque nos permite establecer un criterio de organización empírico y previo al enfrentamiento de los materiales, además, nos ofrece una herramienta de construcción de lo que, en adelante, llamaré archivo. Un archivo es el total de los documentos, datos, conceptos y otros materiales que hacen parte de la investigación; esta totalidad es difusa e imposible de fijar sin una experiencia directa de investigación. Para nuestro caso, se trata de la experiencia de lectura del material bibliográfico que puede distinguirse entre primario y secundario. Esta distinción no se refiere a un principio jerárquico entre los “mejores” y los “peores” escritos (principio difícil de justificar y casi siempre un inútil refugio de prejuicios), se refiere a la naturaleza que se le otorga a unos documentos, a partir del tema de investigación. Si imaginamos las dimensiones de cualquier biblioteca pública o universitaria, pensar en una lectura exhaustiva de todos los documentos que contiene resulta abrumador. Esta sensación aumenta si se tiene en cuenta que en la lectura investigativa1 se hacen preguntas a los documentos analizados a partir de categorías que solo pueden establecerse a través de la lectura misma. Es decir, de entrada, el ejercicio de lectura parece imposible. Por lo anterior, debemos tener en cuenta que la lectura investigativa siempre parte de la formulación de un tema más o menos definido, que se elabora a partir de las experiencias y lecturas personales previas y, en algunos casos, con el apoyo de otros investigadores. Este tema, si está bien formulado, ayuda a definir intereses, lugares y fechas, documentación útil, etc., además, debe ser el primer paso para establecer el componente bibliográfico. El segundo paso para fijar el componente en cuestión, es la distinción entre bibliografía primaria o fuentes y bibliografía secundaria o literatura experta. Las fuentes deben entenderse como el conjunto de materiales que muestran directamente “aquello que nos ocupa”: una comunidad (de jóvenes o de científicos), un objeto (la luz o las sillas), un servicio (la administración del gobierno o el transporte público), un tipo de relación social (jerarquías laborales o las relaciones padre-hijo), una institución (el Estado), un concepto (la dialéctica), una época (siglo XIX) o un hecho histórico (la Revolución francesa), entre otros. Es decir, las fuentes son aquellos documentos de diverso tipo 1 La cual habría que distinguir de otros tipos de lectura, como la recreativa, por ejemplo. Es decir, la lectura investigativa es una actividad que tiene unos fines específicos y de ahí la necesidad de hacerse a unos medios igualmente específicos para conseguir estos fines y, desde luego, excluir otros. que fueron producidos en un periodo o época (los escritos de Robespierre o de Miguel Antonio Caro), aquellos donde se produjo un concepto o se le dio un nuevo significado (los libros de Hegel), los que se produjeron en un marco institucional (la legislación o los pronunciamientos de un presidente), los datos extraídos con métodos de recolección de información (la encuesta, la etnografía, la fotografía), los datos y documentos que organizan el funcionamiento de las empresas de servicio (funciones, deberes y derechos, mapas o rutas), el contacto directo con los objetos o personas sobre los que se hablará (observación del comportamiento de la luz, o entrevistas y etnografía del grupo social que se estudie). También son fuentes, documentos como revistas, periódicos y blogs contemporáneos al objeto de estudio —con seguridad, un análisis detallado de aquello que puede llegar a ser una fuente podría arrojar resultados inesperados. Sin embargo, hacer una lista de los temas de investigación y de las posibles fuentes de análisis (como la anterior) no es más que hacer una pequeña muestra, que solo es representativa a título de ejemplo. Por eso, para sintetizar y no perdernos en una enumeración con un final improbable, diré que la bibliografía primaria es el conjunto de los materiales a través de los cuales tenemos acceso (más o menos directo) al tema de nuestra investigación. La literatura experta, o bibliografía secundaria, es aquella que se produce de manera profesional sobre el tema de nuestro interés o algún otro tema relativo al mismo. La bibliografía de este tipo se presenta usualmente respaldada por coordenadas académicas, como las banderas de una disciplina (historia, geografía, ciencia política o filosofía), perspectivas teórico-metodológicas (historia social, geografía humana, institucionalismo o hermenéutica), o corrientes de pensamiento (positivismo, marxismo, estructuralismo, criticismo). Es decir, este tipo de bibliografía se presenta como un punto de vista específico, comúnmente con pretensiones de cientificidad, para dar cuenta del tema de nuestro interés a partir de unas herramientas conceptuales. La bibliografía secundaria es, pues, el conjunto de documentos (académicos, en la mayoría de los casos), que responden a problemas planteados sobre un tema concreto de investigación. Bibliotecas y otros centros de documentación Podría considerarse que las bibliotecas albergan a la literatura experta y que los otros centros de documentación (archivos nacionales o regionales, privados o estatales, ministerios, juzgados, colecciones personales, etc.) conservan las fuentes. Aunque esto tiene algo de cierto, la sustentación de esta afirmación me obligaría a trazar una serie de distinciones sobre cómo son las bibliotecas y los demás centros de documentación y sobre sus posibles diferencias (posibilidad que no siempre se puede establecer con claridad). Además, estas distinciones en sí mismas no resultarían muy útiles, pues en muchas ocasiones la bibliografía secundaria se convierte en primaria (una investigación sobre las prácticas científicas puede convertir textos que son literatura experta, para un biólogo o un antropólogo, en fuentes para un historiador o un sociólogo). En lugar de invertir nuestro tiempo en tratar de establecer una diferenciación a priori entre una biblioteca y otro tipo de centro de documentación, en este apartado voy a presentar lo que, desde mi experiencia particular, considero más eficaz —además de satisfactorio— cuando se los visita. Como dije más arriba, nuestros conocimientos generales son útiles en la primera delimitación de un tema de investigación, el cual nos permite concentrar nuestra atención sobre un indeterminado y, por lo general, voluminoso cuerpo de textos. Sin embargo, solo la lectura sistemática de textos sobre el tema podrá ayudarnos a formular con precisión un problema pertinente, realizable y de interés (político y/o académico). Por esta razón, recomiendo comenzar cualquier investigación por la identificación y lectura de la bibliografía secundaria (aunque si se trata de una investigación larga, de una tesis de grado o de un trabajo semestral mi consejo es que, de manera simultánea a la lectura de literatura experta, se comience a leer las fuentes —esto nos ayudará a evaluar la bibliografía secundaria y evitará sorpresas desagradables2—). Conocer lo que se ha dicho a propósito de un tema cualquiera es una de las más comunes rutinas académicas (prácticas que se va naturalizando y volviendo normativas por su constante repetición —estas rutinas se mantienen por utilidad o por inercia—): muchos artículos profesionales son estados del arte, es decir, hablan de lo que se ha dicho sobre alguna cuestión y los modos en que ha sido abordada; muchos otros, incluso casi cualquier libro académico, dedican párrafos, páginas y apartados enteros a comentar lo que se ha dicho a propósito de la cuestión que tratan. Este ritual tiene diversas utilidades: nos enseña cómo vamos a proceder, nos ayuda a definir un problema, nos muestra los diversos caminos que existen para tratar una cuestión; además, nos previene de decir cosas obvias, repetir las conclusiones de otros, o de aseverar cuestiones muy discutidas por la comunidad académica. 2 Sorpresas tales como que no hayan fuentes, que no se tenga acceso a las mismas, que las fuentes muestren algo muy diferente de lo que dice la literatura experta, etc. Lo ideal sería que un investigador conociera todo lo que se haya escrito sobre el tema que trabaja. Pero como esto no es posible, debería conocer al menos los textos más representativos sobre el tema: los “clásicos”. Esos textos suelen estar traducidos y hacer parte de cualquier biblioteca grande y con un buen presupuesto (bibliotecas del Estado, de universidades, de centros de investigación). La literatura más importante se cita en la mayoría de los artículos y de los libros que también se ocupan del tema. Un “clásico” aparece reiteradamente en el aparato crítico 3 de estos textos (como las notas al pie de página y bibliografía) y a éste es común que se le adjudique el hecho de haber originado las investigaciones sobre el tema, haber cambiado la dirección de los trabajos de investigación, haber aportado nuevos conceptos o datos desconocidos en el campo de estudio. Otra pista para ubicar los clásicos es consultar con los expertos; con seguridad será esto lo primero que recomienden. Un motivo adicional para estudiar a los clásicos es que sus principales tesis son supuestas en las investigaciones sobre el tema. De allí que no sea extraño encontrar frases como «me apoyo en las investigaciones de…» o «parto del concepto… que acuñó…», frases que solo orientan a quien conoce el tema con cierta profundidad y que, por lo regular, van acompañadas de muy breves explicaciones. Estas tesis deben ser conocidas por nosotros, pues adicionalmente los clásicos son blancos visibles y, por lo tanto, son objeto de críticas directas o indirectas, de las que, en muchos casos, no se ofrecen mayores detalles. Dada la importancia de los clásicos, conocerlos nos permitirá entender con mayor profundidad los otros textos de apoyo y/o tomar partido en las discusiones con más herramientas. Luego de ubicar la literatura principal, debemos identificar cuáles son las discusiones propias de los académicos, sus teorías comunes, modos de tratar el tema y enfoques, es decir, las múltiples vertientes que conforman lo que podríamos llamar la tradición en el tema. Tener un buen manejo 3 El conjunto de referencias bibliográficas y notas de aclaración o información que muestran las diversas fuentes de consulta en las que el autor de un documento se apoyó. Las referencias bibliográficas son tanto los comentarios directos (como la bibliografía) o indirectos (como las menciones de obras en el cuerpo del texto). Las notas de aclaración son los comentarios que hace el autor que escribe un apropósito de algún tema, y las de información indican el lugar exacto de una referencia bibliográfica, ambos tipos de nota pueden ir al pie de página, al final del capítulo o al final del documento (según lo decida el autor o el editor del escrito). de esta tradición, además de servir como plataforma sólida para investigar, permite un análisis de las fuentes que abre paso a la discusión con tal tradición, e incluso, hace posibles las precisiones o los aportes a la misma. Estos aspectos relativos a la tradición son, en lo fundamental, rutinas intelectuales que ayudan al movimiento consistente de un área de investigación, son rutinas que fomentan el crecimiento y el cambio en los trabajos sobre un tema; dado que existen, estas rutinas también hacen posibles sus revoluciones y giros inesperados. Pero ¿cómo ubicar esos documentos? En primer lugar, debemos tener en cuenta las dimensiones de nuestra investigación (trabajo para uno de los tres cortes de un semestre, el trabajo de una materia que se realiza a lo largo de un semestre, trabajo de grado, o investigación de largo aliento). Estas dimensiones harán que nuestra bibliografía esté compuesta por dos o tres libros y un par de artículos, o por “toda” la literatura experta sobre el tema. En todo caso, como la ubicación de textos clásicos es una prioridad que debe estar cubierta casi desde el comienzo de la investigación, debemos ir avanzando en su lectura mientras realizamos nuestras búsquedas más detalladas. En segundo lugar, debemos atender a los ritmos en el uso de las bibliotecas y los centros de documentación. Muchos estudiantes suelen llegar de una biblioteca quejándose porque no encontraron nada o porque, durante tres horas de trabajo, solo pudieron revisar una pequeña cantidad de textos de una considerable suma de opciones. Cuando esto ocurre el trabajo se hace tedioso, insatisfactorio y conduce al abandono o a las soluciones facilistas (el peor enemigo de la investigación). Por eso, insisto, se trata de ritmos, de las velocidades y las pausas que hacen que el trabajo no se vuelva inútil, demasiado tedioso, o lento. Para comprender esta cuestión, diseñaré una artificiosa secuencia de momentos previos a la lectura sistemática de los textos relevantes para la investigación. El primer momento es el barrido general de los materiales de una biblioteca (es preferible hacer este barrido en bibliotecas grandes que contengan muchas fuentes. En las pequeñas, si lo prefiere, consulte el material luego de la selección). Para realizar el barrido debe, antes que nada, hacer una lista de términos de referencia, es decir, de palabras importantes para su tema. Por ejemplo, si su tema es “la filosofía en Colombia” haga una lista de temas como la siguiente: la filosofía en Colombia, historia de la filosofía en Colombia, historia del pensamiento filosófico en Colombia, pensamiento filosófico colombiano, pensamiento colombiano, pensadores colombianos. Incluya en esta lista una de autores (aquellos que son considerados habitualmente como filósofos colombianos) y, además, agregue unos temas relacionados, aquellos que sus lecturas de clásicos le han mostrado como relevantes. Por ejemplo, Rubén Jaramillo Vélez tiene un libro sobre la filosofía en Colombia titulado “Colombia: la modernidad postergada”. En este caso, dada la relevancia del libro, la modernidad es un tema posible de búsqueda, pues para ese autor el pensamiento filosófico en Colombia y la cuestión de la modernidad están íntimamente relacionados. Una vez estemos satisfechos con nuestra lista de términos de referencia, podemos comenzar la búsqueda, pero si aún no estamos seguros, debemos recurrir a los Tesauros (todas las bibliotecas los tienen en físico y también pueden consultarse virtualmente). Estos constituyen una herramienta de investigación que ayuda a homogenizar las búsquedas con las palabras más comunes en los círculos de investigación o con la “mejor” traducción académica (existen tesauros especializados en áreas y sub-áreas disciplinares). Una lista de términos de referencia precisos, hará nuestras búsquedas más efectivas y rápidas. Durante las búsquedas, procuremos tomar ordenadamente notas de la manera en que las hemos realizado, así no olvidaremos cuáles textos encontramos y con cuáles términos de referencia; esto nos evitará repetir trabajo y perder tiempo. Por último, no debemos gastar mucha energía en esta primera selección, pues es necesario revisar todo el material que aparezca con cada término de referencia (y eso muchas veces puede ser un trabajo muy largo), para no tener que retomar en otra ocasión búsquedas a medias. Debemos tener en cuenta que los catálogos de las bibliotecas generalmente pueden consultarse en línea y la información seleccionada puede ser enviada directamente a un correo electrónico —si no sabe cómo hacerlo pregúntele a los empleados de la biblioteca. Con el fin de evitar el tedio, la indisposición y el agotamiento inútil, debemos recordar que el barrido general es un trabajo de búsqueda a partir de temas y autores que se hace sobre títulos de libros y no sobre sus contenidos. Como no podemos leer todo lo que se ha producido sobre un tema, debemos aprender a descartar materiales solo por su título. Estas revisiones conviene hacerlas en casa o en lugares cómodos y tranquilos, ya que después tendremos que pasar bastante tiempo en la biblioteca. Comencemos con la lista de textos enviada al correo electrónico, leámosla con atención, evaluémosla, sin afanes. En esta segunda selección debemos descartar los títulos que definitivamente no nos van a servir, marcar los que nos parecen fundamentales y señalar aquellos que no nos dan suficiente seguridad. Terminado el momento de barrido general, viene el de la primera lectura. Probablemente el material aún sea abundante, así que lo mejor que podemos hacer es una nueva lista y visitar de nuevo las bibliotecas consultadas. En lo personal, considero que debemos comenzar a revisar los textos dudosos (sugiero llevar a la mesa de trabajo tantos textos como sea posible —eso depende de las bibliotecas: del acceso que den a la colección y de la cantidad de libros de consulta en sala que permitan tener). Tomemos un libro, miremos su índice, si con esto no podemos decidirnos, revisemos rápidamente su introducción, prólogo, conclusiones y bibliografía. Allí nos interesa identificar temas, fuentes, literatura experta; cómo coinciden o no con nuestro trabajo; debemos identificar su posible utilidad y, luego, continuar el mismo procedimiento con otro libro. Si se trata de artículos, revisaremos títulos, resúmenes y aparato crítico. En el tercer momento debemos fijar la literatura experta de nuestro archivo. Es probable que aún tengamos una buena cantidad de documentos, así que, de nuevo, pensemos en las dimensiones de nuestra investigación, en el tiempo del que disponemos para realizarla y establezcamos prioridades de lectura. Como estos tres momentos de selección se han realizado en diferentes días —hacerlos en un solo día puede conducir al agotamiento y a hacer un trabajo facilista—, y a lo mejor semanas (cada momento puede tardarse varios días o semanas) ya deberíamos haber avanzado algo en las lecturas de clásicos, lo cual nos hará más fácil la selección final (más lectura es igual a más y mejores criterios de selección). Un consejo adicional: si su investigación es de largo aliento, no deje de buscar artículos académicos en las bases de datos de publicaciones internacionales que tienen la mayoría de las bibliotecas en la actualidad (sobre esta cuestión véase el apartado de este manual titulado “Usando la Internet”) y en las revisar las revistas especializadas locales (este tipo de artículos son importantes porque desarrollan temas puntuales o resumen investigaciones de largo aliento que pueden ser importantes para nuestro trabajo —así solo sea por las referencias del aparato crítico—), además, revise periódicamente los estantes relacionados con su tema en bibliotecas y librerías. La selección de la parte del archivo constituida por las fuentes primarias es mucho más variada y difícil de fijar sin una experiencia directa. Esto debido a que los documentos pueden proceder de casi cualquier lugar, de ahí que considerarlos como fuentes depende tanto del tema como del problema elegidos (un libro, una revista, una fotografía, una escultura, una artesanía, un empaque, una pieza publicitaria pueden llegar a convertirse en fuentes según el tipo de investigación). Por lo anterior, en lugar de proponer una secuencia de procedimientos, prefiero hacer un par de comentarios generales al respecto. Para investigaciones como el ejemplo de más arriba, “la historia del a filosofía en Colombia”, las fuentes son académicas (es decir, literatura producida por expertos) y por ello los tres momentos de búsqueda de literatura experta y sus respectivos ritmos pueden servirnos, claro que no con suficiencia (algo más que podríamos hacer es consultar las publicaciones seriadas —periódicos y revistas— donde publicaban los “filósofos colombianos”, buscar homenajes, comentarios y familiares que puedan proporcionarnos nuevas fuentes). También podemos buscar las influencias intelectuales del autor o los libros de su biblioteca personal; sobre temas relativos a la administración pública, estos tienen sus propios archivos institucionales, ubíquelos; para las relaciones sociales, las comunidades, las culturas juveniles, tenga en cuenta que ellas son registradas desde muchos ángulos (medios de comunicación, fotografías, organizaciones no gubernamentales, programas de asistencia del gobierno, encuestas, etc.). Sin embargo, buena parte de estos registros son extra bibliográficos y como nuestro redundante pero preciso título lo indica no hacen parte de las preocupaciones de este artículo. No quisiera terminar esta sección sin señalar que el conocimiento de una tradición, de sus rutinas y de sus ritmos es la mejor enseñanza para aprender a usar e identificar las fuentes primarias. Lo anterior porque la singularidad de este procedimiento sólo puede aprenderse viendo a los expertos hacerlo (y para eso están sus libros). Este comentario final puede entenderse como una última justificación acerca de por qué empezar una investigación con la búsqueda de la bibliografía secundaria. La lectura La búsqueda de los libros y artículos que componen un archivo debe darnos, primero, un cuerpo documental suficiente relativo al tiempo y a las dimensiones de nuestra investigación. Segundo, algunas indicaciones para precisar el tema formulado inicialmente. Tercero, lugares en los cuales buscar las fuentes y pistas para irlas identificando. Pero solo la lectura sistemática de estos documentos (literatura experta y fuentes) nos permitirá fijar con precisión dichas cuestiones. Las lecturas para una investigación deben citarse, referirse, presentarlas a través de paráfrasis, etc., y solo sabremos definitivamente qué de lo leído va a hacer parte de los escritos resultantes de la investigación, en el momento en que estamos escribiendo, por eso la organización previa es tan importante. La escritura y publicación/presentación de textos es el ritual definitivo en la academia: es una puesta en escena del esfuerzo investigativo, de la creatividad del investigador y, desde luego, resultados de un trabajo; el ritual de la escritura también es un tribunal donde el investigador se somete al juicio de sus pares y, finalmente, es una afirmación del punto de vista de sí mismo y/o de su grupo de trabajo. Este ritual (puesta en escena, tribunal y afirmación de sí) también tiene sus rutinas y ritmos, y ellos no deberían interrumpirse por deficiencias en los procedimientos previos como, por ejemplo, el de recolección de literatura experta y de fuentes, o el de lectura sistemática. Sobre este último punto quisiera decir unas pocas palabras. Por lectura sistemática entiendo a aquella que se realiza en busca de algo preciso (sujeto al problema de investigación), en un material definido rigurosamente durante la construcción del archivo y con muy concretas estrategias de recolección y administración de la información. Estas estrategias dependen del estilo de trabajo y velocidad de lectura de cada uno, sin embargo, creo que cualquier investigación debería contemplar los siguientes aspectos. No leer sin un tema y, en la medida de lo posible, sin un problema definido (es decir, sin especificar las preguntas, fuentes y las maneras de abordar el tema de interés). Como nunca tenemos todo claro de antemano, esto no es posible sino a medias, pues, ya lo dije, solo la lectura sistemática nos permite alcanzar la precisión. Tampoco leamos sin tomar notas, así sean muy breves; tomar notas nos permitirá ir definiendo el tema a medida que avanzamos, y si se hace convenientemente, será como ir avanzando en la escritura final. Yo propongo que las notas sean resúmenes o fichas de lectura. En ambos casos, se requiere de una reseña general del documento leído (de uno o dos párrafos), de la identificación de qué tipo de enfoques, autores, fuentes y objetivos políticos tiene el texto. Si hicimos un resumen enunciemos estas cuestiones a medida que avanzamos; si es una ficha de lectura, incluyámoslos como ítems —en este último caso agreguemos un espacio para observaciones (a veces se nos ocurren usos específicos de un texto que si no registramos se pierden) —. Antes de comenzar unas notas debemos tomar las referencias bibliográficas completas (no lo deje para otro momento, pues si lo olvida, luego perderá mucho tiempo buscando la referencia y siempre existe la posibilidad de que no la encuentre); si vemos una cita muy importante, transcribámosla inmediatamente y señalemos la página, con ello no tendremos que buscarla en el futuro. Por último, si hacemos todo este trabajo en el computador, ahorraremos mucho tiempo en la escritura, papel y espacio de almacenamiento, además de que esta información estará a la mano sin mayores dificultades para futuros trabajos. Muchas veces las cuestiones más obvias no se dicen por su aparente evidencia; esto hace que sencillos pero útiles consejos se pierdan. En mi trabajo personal, haber comenzado con estas instrucciones habría sido muy valioso. Espero que alguien perfeccione los procedimientos de su investigación a partir de estos y que, como en mi caso, no tenga que llegar a ellos luego de una década de trabajo. Quisiera terminar insistiendo en que los diversos procedimientos de la investigación (selección del tema, reconocimiento de la tradición, identificación de la literatura experta y fuentes, lectura sistemática), además de su utilidad en las investigaciones, tienen una función social (rutinas, ritmos y rituales), y en que, aunque diversos y relativos a cada trabajo, los procedimientos y las funciones sociales son la investigación misma.