Cristina de Pizán - Agenda de las Mujeres

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“ALGUNAS REFLEXIONES SOBRE CRISTINA DE PIZÁN Y SU OBRA
´LA CIUDAD DE LAS DAMAS´”
Lic. María Gabriela Vasquez
Mendoza, abril de 2004
[email protected]
INTRODUCCIÓN
Lamentablemente son pocas las voces femeninas que nos han llegado desde la Edad
Media. Los varones de entonces, como los de otras épocas también, lo dominaban todo, las
letras, la religión, la política, el pensamiento, y recluían a las mujeres en el ámbito
estrictamente hogareño. Por ello, conocer en la actualidad los anhelos, sueños e
interrogantes de aquellas mujeres nos resulta una tarea bastante ardua, ya que la gran
mayoría de las fuentes con las que contamos están teñidas o contaminadas por los prejuicios
masculinos. Sin embargo, algunas lograron abrirse paso, hicieron audible su voz y
trascendieron con sus escritos. Tal es el caso de Cristina de Pizán (1365-1430), considerada
la primera escritora profesional francesa y una de las más antiguas precursoras del
movimiento de las mujeres de las que se tenga noticia.
A una mujer como esta, que en las postrimerías del Medioevo mantenía a su familia
con las obras que escribía y que se atrevió a cuestionar el canon patriarcal, provoca la
tentación de colocarla en un pedestal y dejarla allí1. Por ello, es necesario hacer una lectura
atenta y crítica de su vida y obra, en particular de su libro titulado La Ciudad de las Damas,
para poder tener una idea cabal de su pensamiento. El propósito de estas páginas es,
precisamente, empezar a reflexionar sobre lo novedoso y moderno de sus razonamientos
como así también reconocer su costado más tradicional, propio de la época durante la cual
vivió, para no cometer equivocaciones.
I. LA MUJER
El abuelo materno de Cristina de Pizán fue un conocido anatomista llamado Mondino
de Luzzi y su padre, Tommaso da Pizzano, un astrólogo y médico veneciano. Quizá por estos
antecedentes científicos se pueda explicar su natural predisposición al saber y al estudio.
Cuando era aún pequeña, dejó su Venecia natal para radicarse con su familia en Francia,
donde creció y vivió el resto de su vida.
1
Christiane Klapisch-Zuber. “Introducción”. En: Georges Duby y Michelle Perrot. Historia de las
Mujeres en Occidente. Madrid, Taurus, 1992. Vol. 2 La Edad Media, p. 12.
Su padre fue el físico de la corte de Carlos V Valois y Cristina fue criada como una
verdadera princesa; además, se acostumbró a estar rodeada de libros y a leer sobre las
cuestiones más diversas. A diferencia de la gran mayoría de varones (y mujeres) que
pensaba que el estudio corrompía a las mujeres, Tommaso da Pizzano estaba convencido de
lo contrario; por ello, le permitió estudiar a su hija. Su madre, en cambio, se oponía a ese
tipo de educación que consideraba “masculina” e impropia de una joven. La misma Cristina
refiere en un pasaje de su libro La Ciudad de las Damas (1405) aquel momento de su vida:
“Tu padre [le dice una dama a Cristina], gran sabio y filósofo, no pensaba que por
dedicarse a la ciencia fueran a valer menos las mujeres. Al contrario, como bien sabes, le
causó gran alegría tu inclinación hacia el estudio. Fueron los prejuicios femeninos de tu
madre los que te impidieron durante tu juventud profundizar y extender tus conocimientos,
porque ella sólo quería que te entretuvieras en hilar y otras menudencias que son ocupación
habitual de las mujeres. (...) Y tu madre no pudo arrancar en ti ese gusto por la ciencia, esa
tendencia natural que te ha permitido ir cosechando el saber, aunque fuera recogiendo
migajas. Tu no crees, de esto estoy segura, que te haya echado a perder tu dedicación al
estudio sino que lo consideras, y con razón, tu más preciado tesoro.” (Libro II, cap. XXXVI,
p. 199 y 200)
De este modo, vemos a su padre como un hombre sin prejuicios misóginos, que la
alentó a estudiar y a su madre, en cambio, como la típica representante de esa gran mayoría
de mujeres medievales colonizadas por las ideas patriarcales imperantes. Aquellas mujeres
estaban convencidas de su lugar en la sociedad y de su papel hogareño, porque desde su
nacimiento se les había inculcado sus deberes de esposas fieles y madres cariñosas y
serviciales, cuyas únicas tareas bien vistas eran las vinculadas al ámbito doméstico. El
estudio era cosa de hombres que a ellas corrompía y degradaba, de eso estaban tan seguras
como de que Dios existía.
Cristina se casó joven, a los 15 años, lo que era muy habitual por entonces ya que
había que evitar que las mujeres, “proclives al vicio por naturaleza” según rezaba la tradición
patriarcal, se corrompiesen en una prolongada espera de marido. Por ello, mientras más
jóvenes se desposasen, mejor. Su casamiento con Estienne du Castel, joven notario real
perteneciente a una familia noble de Picardía, no fue arreglado, como la mayoría de los
celebrados por aquel tiempo. Ella estaba muy enamorada y su matrimonio fue apasionado,
2
“ya desde la primera noche”, como escribió en una de sus baladas2. Tuvieron tres hijos y la
felicidad duró una década.
“ de mujer me convertí en varón por la Fortuna, que así lo quiso”
Su vida cambió drásticamente en poco tiempo. “Se abrió la puerta de nuestras
desgracias... yo, todavía joven, entré,” señaló más tarde3.
Primero murió el rey Carlos V, que había sido tan pródigo con su familia y,
lamentablemente, sus sucesores no lo fueron tanto. Después perdió a su padre y luego a su
esposo, en 1390, víctima de la peste. A estas dolorosas pérdidas se le sumó otra más, la de
su hijo más pequeño. De este modo, Cristina se quedó sola, a los 25 años, con sus pequeños
y su madre a su cargo. Fueron golpes muy duros para ella que la llevaron a una verdadera
metamorfosis.
“... de mujer me convertí en varón
por la Fortuna que así lo quiso;
así me transformó ella, cuerpo y espíritu
en un hombre natural, perfecto;
antes, yo era mujer, ahora
soy un hombre, no miento,
mi paso lo demuestra claramente.” 4
En efecto, esta mujer se transformó en el “hombre” sostén de su familia; debió salir
del hogar para moverse en un medio masculino. Primero pasó largo tiempo entre varones en
medio de juicios y pleitos para tratar de recuperar sus bienes, pero luego resolvió dedicarse
a escribir para ganarse la vida. Continuaba, así, entre hombres debido a que las Letras, al
igual que el Derecho, eran dominios masculinos por excelencia. De este modo inició su
profesión, hizo traducciones de obras variadas, escribió manuales didácticos y hasta un libro
sobre el rey Carlos V, el gran benefactor de su familia. Entre las obras que se refieren a las
cuestiones de las mujeres se encuentran:
2
Marie-José Lemarchand. “Introducción”. En: Pizán, Cristina de. La Ciudad de las Damas. Madrid,
Siruela, 2000, p. 15.
3
Cristina de Pizán. En: Patricia Salvadori. “En defensa de las mujeres.” La aventura de la Historia.
Madrid, Arlanza, a. 2, n. 24, oct 2000, p. 66.
4
Ídem. En: Bonnie Anderson y Judith Zinsser. Historia de las Mujeres: una historia propia. Barcelona,
Crítica, 1992. Vol. 2, p.113.
3
-
Cartas de la querella de la novela de la rosa (1398-1402)
-
Epístola al Dios del Amor (1399)
-
La Ciudad de las Damas (1405)
-
El Tesoro de la Ciudad de las Damas (1405)
Cristina de Pizán, como vemos, se dedicó a escribir empujada por la necesidad tras
quedar viuda, fue una escritora prolífica y muy reconocida en vida que gozó del apoyo de la
nobleza francesa. Es interesante señalar que no sólo escribió sus obras sino que, además,
trabajó como copista y se ocupó también de hacer las miniaturas; otro rasgo más de esa
metamorfosis, de esa masculinización de la que habla la propia autora.
“si las mujeres hubiesen escrito los libros, hubiera sido distinto”
Rosa Cobo señaló que la vida y la obra de Mary Wollstonecraft se explican
mutuamente5 y creo que puede decirse lo mismo de Cristina de Pizán. Es probable que su
experiencia personal, sus dificultades al quedar viuda y el hecho de salir a enfrentar un
mundo masculino y pelear en él, la llevaran a reflexionar sobre la situación de las mujeres en
la sociedad y a cuestionarse el por qué de los constantes ataques de los varones.
En varias obras criticó el pensamiento misógino imperante en la sociedad de su tiempo
y, además, participó activamente en la “Querella de las mujeres”, aquel debate filosófico y
literario sobre la condición femenina que mantuvo ocupados a numerosos eruditos e
intelectuales
de
fines
del
Medioevo
y
principios
de
la
Modernidad
pero
que,
lamentablemente, terminó como empezó: con la preeminencia de la tradición patriarcal.
Una de las obras más conocidas y leídas durante aquella época era La novela de la
rosa (siglo XIII) que se caracterizaba por las agresiones constantes hacia las mujeres,
especialmente la segunda parte, escrita por Jean de Meun. Contra tales argumentos
misóginos se alzó Cristina:
“Pero si las mujeres hubiesen escrito los libros
por lo que yo sé en verdad, hubiera sido distinto
porque ellas saben muy bien que se las acusa con injusticia,
las partes no están divididas justamente
5
Rosa Cobo. “La construcción social de la mujer en Mary Wollstonecraft.” En: Amorós, Celia (coord.).
Historia de la Teoría Feminista. Madrid, 1994, p. 24.
4
porque las cosas más fuertes tienen la más grande parte
y lo mejor guardan para sí mismos en la división de partes.
Así, estos calumniadores hipócritas todavía dicen
que las mujeres este camino desdeñan,
que todas las mujeres estaban equivocadas, lo están y estarán...”6
Pero detengámonos un instante en los “calumniadores hipócritas” ya que dentro de
esta categoría, Cristina de Pizán coloca a grandes pensadores como Ovidio (siglo I a.C.), que
con su libro El arte de amar, instruía a los varones para que “engañen a las mujeres con
hipocresías y su amor puedan ganar”7. Es decir, nuestra autora medieval, como lo hará más
adelante la ilustrada Mary Wollstonecraft a fines del siglo XVIII, se atrevió a cuestionar y a
criticar a los intelectuales más renombrados. Wollstonecraft, por su lado, se enfrentará nada
menos que con Jean Jacques Rousseau y Pizán, lo hará con Ovidio, Jean de Meun y Giovanni
Boccaccio. Estas lúcidas mujeres, gracias a su formación, a sus lecturas y a sus experiencias
personales, pudieron darse cuenta de la situación de inferioridad y subordinación en la que
se encontraba su sexo y escribieron al respecto.
II. LA OBRA
La Ciudad de las Damas es, quizá, su libro más conocido escrito hacia 1405. Por
entonces, tenía 40 años, era una mujer madura, de ideas claras y una prestigiosa y
reconocida escritora.
El Libro de las lamentaciones de Mateolo (siglo XIII) al igual que La novela de la rosa,
actuaron como disparadores y sirvieron de inspiración para esta nueva obra en defensa de
las mujeres. Una vez más Cristina se lanzaba a criticar la tradición patriarcal y trataba de
demostrar que las mujeres habían sido, eran y serían virtuosas y no viciosas como las
describían y consideraban los varones. “(...) filósofos, poetas y moralistas, todos (...)
parecen hablar con la misma voz para llegar a la conclusión de que la mujer, mala por
esencia y naturaleza, siempre se inclina al vicio.” (Libro I, cap. I, p. 64)
Cristina empezó a reflexionar a partir de su propia experiencia y de la de las mujeres
que conocía y se preguntaba cómo podía ser que tantos hombres ilustres estuvieran
6
Cristina de Pizán. Epístola al dios del amor. En: Marit Rullmann y Werner Schlegel. Las mujeres
piensan diferente. Buenos Aires, Sudamericana, 2004, pp. 210 y 211.
7
Ibídem.
5
equivocados en sus apreciaciones. A la vez, se negaba a aceptar la inferioridad femenina,
unánimemente aceptada y reconocida por los varones de todos las épocas. Estando inmersa
en tales pensamientos, tuvo una visión casi religiosa en la que se le aparecieron tres damas
que la exhortaron a confiar en su propia experiencia y juicio y la ayudaron a rebatir cada una
de las acusaciones patriarcales.
Estas damas alegóricas (Razón, Rectitud y Justicia) fueron quienes guiaron a Cristina
en la construcción de una ciudad fortaleza que reuniría a las mujeres virtuosas de todos los
tiempos y las defendería de todas las agresiones masculinas. Primero se dedicaron a la
“limpieza” del terreno, ya que había que barrer la “suciedad” de los ataques misóginos, para
luego empezar la “construcción” del edificio. Dentro de los muros se refugiarían solamente
las mujeres que habían logrado trascender por sus cualidades y méritos. Entre ellas estaban
las mitológicas, como Safo, Aracne, Minerva y Penélope; las bíblicas, Ruth, Esther, Judith; las
santas, Catalina, Margarita, Lucía y Cristina y las históricas, como Clotilde de Francia,
Agripina, Julia y Blanca de Castilla, entre otras muchas del pasado, presente y futuro. Todas
juntas allí vivirían presididas por la Virgen María.
Ahora detengámonos a analizar algunos de los rasgos modernos del pensamiento de
esta escritora que se traslucen en el texto.
“ afirmar que el conocimiento corrompe a las mujeres es inadmisible”
Una de sus ideas novedosas es la vinculada a la capacidad intelectual y la educación
femeninas. Cristina escribió:
“ (...) si la costumbre fuera mandar a las niñas a la escuela y enseñarles las ciencias
con método, como se hace con los niños, aprenderían y entenderían las dificultades y
sutilezas de todas las artes y ciencias tan bien como ellos.”
“[Las mujeres saben menos] sin duda porque no tienen, como los hombres, la
experiencia de tantas cosas distintas, sino que se limitan a los cuidados del hogar, se quedan
en casa, mientras que no hay nada tan instructivo para un ser dotado de razón como
ejercitarse y experimentar con cosas variadas.” (Libro I, cap. XXVII, p. 119)
En estos pasajes vemos que la autora consideraba a las mujeres como seres racionales
iguales a los varones y que, si sabían menos, era justamente porque su educación había sido
6
siempre deficiente y muy limitada. En este sentido, encontramos en germen en Cristina de
Pizán lo que más tarde desarrollará Mary Wollstonecraft en su Vindicación de los derechos de
la mujer (1792).
Y muy ligado al tema de la educación se encuentra la creencia profundamente
arraigada durante el Medioevo de que el saber corrompía a las mujeres y arruinaba las
costumbres; idea que nuestra escritora no podía entender y contra la que se alzó con
firmeza en su libro.
“Esto demuestra (...), que las opiniones de los hombres no se fundamentan todas
sobre la razón, porque está bien claro que ahí andan equivocados. No se puede admitir que
el conocimiento de las ciencias morales, que enseñan precisamente la virtud, corrompa las
costumbres. Al contrario, es cierto que las mejora y ennoblece. ¿Cómo creer que fomenta la
corrupción? Es algo que no se puede pensar ni decir.” (Libro II, cap. XXXVI, p. 198)
En este punto observamos otra vez ideas de avanzada para su época ya que el hecho
de estar a favor de una misma educación para varones y niñas no era lo habitual entre las
mujeres medievales. Por otro lado, estaba convencida, por experiencia propia, de que el
estudio no corrompía sino todo lo contrario, ennoblecía a los seres humanos por igual.
Pero también es interesante hacer una referencia al razonamiento de Cristina sobre las
acusaciones misóginas de que las mujeres eran frívolas, inconstantes, volubles y faltas de
carácter. Aunque la exposición de sus ideas sobre estos aspectos es algo extensa, vale la
pena transcribir sus palabras para no perder ningún detalle de la argumentación:
“(...) ¿no has oído lo que se suele decir: que el necio ve la paja en el ojo ajeno y no la
viga en el suyo? [dice Rectitud a Cristina] (...) como todos pretenden que la naturaleza
femenina es inestable, se podría suponer que ellos siempre tienen el ánimo bien templado, o
al menos que son más constantes que las mujeres. Pero resulta que exigen mucho más de
las mujeres de lo que ellos demuestran. Los hombres, que siempre proclaman su fuerza y
coraje, caen en tamaños fallos y criminales errores no por ignorancia sino a sabiendas de
que se equivocan, eso sí, siempre se buscan disculpas, diciendo que el error es humano.
Ahora bien, que una mujer tenga el menor fallo –provocado, en general, por un abuso de
poder por parte del hombre- ¡y ya están listos para acusarlas de inconstancia y ligereza! (...)
No existe ley ni tratado que les otorgue el derecho de pecar más que las mujeres ni que
7
estipule que los defectos masculinos son más disculpables. En realidad ellos se van cargando
de tanta autoridad moral que se atribuyen el derecho de acusar a las mujeres de los peores
defectos y crímenes, sin saber nunca comprender o disculparlas. (...) Así, el hombre siempre
tiene el derecho a su favor porque pleitea representando a ambas partes (...).” (Libro II,
cap. XLVII, p. 208)
Este fragmento condensa algunas de las ideas más novedosas para aquel tiempo y,
sobre todo, porque provienen de una mujer. Respecto de que los hombres siempre tienen el
derecho a su favor porque pleitean representando a una y otra parte, Cristina bien lo sabía
por experiencia personal ya que, como vimos más arriba, había litigado mucho tiempo para
recuperar los bienes que le correspondían y, seguramente, fue aquella situación y las
dificultades que tuvo que enfrentar, las que la llevaron a escribir estas palabras años más
tarde. Además, vemos como la autora se percata de que los varones, con el correr del
tiempo, se hacían cada vez de más autoridad y poder, lo que llevaba aparejado
indudablemente una mayor subordinación de las mujeres.
Brevemente podemos decir que en estos razonamientos está la semilla de muchos de
los temas que más tarde retomarán otras mujeres, pero debemos señalar que Cristina de
Pizán tiene el mérito y privilegio de haberlos esbozado hace cinco siglos atrás.
Pero pasemos ahora a examinar algunos de los rasgos más tradicionales de su
pensamiento.
“Dios no quiso que los hombres hicieran trabajos de mujeres o las mujeres
trabajos de hombres”
Como bien sabemos, toda la Edad Media estuvo impregnada de religiosidad. Dios
estaba presente en la vida cotidiana de todos y cada uno de los hombres y mujeres de
aquella época. Y, como no podía ser de otro modo, La Ciudad de las Damas también está
llena de rezos y exclamaciones religiosas de la propia autora. Pero hay un pasaje en
particular que recuerda a la Anunciación del Ángel Gabriel a la Virgen María y es el que tiene
que ver con la aparición de las tres damas a Cristina:
“Sin embargo muy veneradas Damas, aunque me encuentre todavía asombrada por
tan singular aparición, yo sé que para Dios nada es imposible, y que he de creer que todo
cuanto emprenderé [la construcción de la Ciudad] con vuestra ayuda y consejo quedará
8
ultimado. Con todas mis fuerzas rindo alabanzas a Dios y a vos, Damas mías, que me
honráis con tan noble cargo. Lo acepto gozosamente, heme aquí dispuesta a serviros.
Hágase en mí según vuestras palabras.” (Libro I, cap. VII, p. 74)
“Hágase en mí según tu palabra” dijo la Virgen a San Gabriel. Quizá esto puede
interpretarse como que Cristina también se sintió la elegida, por Dios y por las damas, para
llevar adelante la construcción de esa ciudad de mujeres, ciudad celestial que estaría
presidida precisamente por la Virgen María. Como podemos ver, este aspecto de la obra está
dentro de la más clara tradición medieval. Y a esto podemos agregar que el libro termina
con un “Amén”, como si se tratase de una larga plegaria por la reivindicación de las mujeres.
Pero también hay otro rasgo sobre el cual vale la pena detenerse un instante y es el
que tiene que ver con la idea de Cristina de que hombres y mujeres tienen asignadas por
Dios y la naturaleza tareas diferentes. Así, por ejemplo, a la pregunta sobre el por qué las
mujeres están excluidas del sistema judicial, la explicación que propone es la siguiente:
“Ampliando nuestro planteamiento podríamos preguntarnos por qué Dios no quiso que
los hombres hicieran trabajos de mujeres o las mujeres trabajos de hombres. (...) Así, quiso
Dios que el hombre y la mujer le sirvan de forma distinta, que se presten mutua ayuda, cada
uno a su manera. Por ello dotó a los dos sexos con la naturaleza y cualidades necesarias
para cumplir con sus deberes, auque a veces los seres humanos se equivoquen sobre lo que
les conviene. A los hombres Dios les otorgó la fuerza física y el valor para andar por la vida y
hablar sin temor; gracias a esas aptitudes, aprenden el derecho, tan necesario para
mantener el imperio de la ley en el mundo (...). si es verdad que Dios concedió a muchas
[mujeres] una inteligencia muy viva, sería impropio de la honradez que las caracteriza que
fueran a querellarse ante los jueces por la mínima causa (...).” (Libro I, cap. XI, pp. 87 y 88)
Como vemos, para la autora, fue Dios quien quiso que la sociedad estuviera
organizada de ese modo y que los trabajos y tareas estuviesen en manos de hombres o
mujeres de acuerdo a sus cualidades naturales. Así, todo funcionaría bien, sin alteraciones ni
confusiones. Por ello, la mujer, aunque inteligente como el hombre, no debía inmiscuirse en
cuestiones masculinas y debía contentarse con las tareas que le correspondían. Este es un
rasgo bastante tradicional que vuelve a encontrarse en otros pasajes del libro: “(...) la
sociedad no necesita que ellas se ocupen de los asuntos confiados a los hombres, y a ellas
les basta con cumplir las tareas que les han encargado.” (Libro I, cap. XXVII, p. 119) Puede
9
decirse que se cae en una suerte de determinismo donde tanto varones como mujeres
deben cumplir con sus tareas asignadas desde siempre, y no otras, para que todo funcione
en la más perfecta armonía.
En pocas palabras y antes de terminar recordemos que Cristina de Pizán fue una mujer
de fines de la Edad Media y que sus obras fueron productos de su época pero que se
adelantó a su tiempo al empezar a reflexionar sobre cuestiones relativas a la situación de las
mujeres, lo que constituyó una verdadera proeza.
PALABRAS FINALES
Como hemos podido leer en estas páginas, Cristina de Pizán fue una escritora
profesional que vivió de lo que escribía y que pudo mantener a su familia con lo que ganaba.
Además, se atrevió como pocas, a criticar el canon y poner en tela de juicio lo escrito por
reconocidos intelectuales. Pero no fue la única, porque a ella se sumaron otras mujeres que
también empezaron a hacerse planteos similares, entre las que se puede mencionar, por
ejemplo, a la española Leonor López de Córdoba.
¿Cómo impactaron las ideas de Cristina en la sociedad de su época, especialmente en
las mujeres? Lamentablemente muy poco se sabe. Al pasar el tiempo y, tras su muerte, sus
escritos se fueron perdiendo y la tradición patriarcal siguió manteniéndose firme en su lugar
de privilegio. Recién durante el siglo XX esta autora fue redescubierta y gracias a sus textos
hoy podemos echar algo más de luz sobre una época en la que, como dije al comienzo, las
mujeres estaban silenciadas y poco se sabía de sus sueños, anhelos y cuestionamientos;
sueños, anhelos y cuestionamientos que, lejos de ser muy diferentes de los nuestros,
guardan muchas semejanzas.
FUENTES
Boccaccio,
Joan.
De
las
mujeres
ilustres
en
romance.
En:
http://parnaseo.uv.es/Lemir/Textos/Mujeres/Ind.html (1 dic 2004)
Ovidio. El arte de amar. Buenos Aires, Longseller, 2002.
Pizán, Cristina de. La Ciudad de las Damas. Madrid, Siruela, 2000.
BIBLIOGRAFÍA
Anderson, Bonnie y Zinsser, Judith. Historia de las Mujeres: una historia propia. Barcelona, Crítica,
1992. Vol. 2.
10
Cobo, Rosa. “La construcción social de la mujer en Mary Wollstonecraft.” En: Amorós, Celia (coord.).
Historia de la Teoría Feminista. Madrid, 1994. pp. 23 a 28.
Duby, Georges y Perrot, Michelle. Historia de las mujeres en Occidente. Madrid, Taurus, 1992. Vol. 2
La Edad Media.
Le Goff, Jacques y otros. El hombre medieval. Madrid, Alianza, 1987.
Lemarchand, Marie-José. “Introducción”. En: Pizán, Cristina de. La Ciudad de las Damas. Madrid,
Siruela, 2000. pp. 11 a 56.
Rullmann, Marit y Schlegel, Werner. Las mujeres piensan diferente. Buenos Aires, Sudamericana,
2004.
Salvadori, Patricia. “En defensa de las mujeres.” En: La aventura de la Historia. Madrid, Arlanza, a. 2,
n. 24, oct 2000. pp.66 a 69.
11
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