La muerte de Hugo Chavez, por Oscar Hernández Álvarez

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LA MUERTE DE HUGO CHAVEZ
Estimados docentes, egresado y estudiantes, sobre un tema tan importante en
estos días como el fallecimiento de Hugo Chavez y donde las opiniones no
siempre son convergentes, coloco en esta página un artículo de Oscar
Hernández Álvarez, laboralista venezolano y Presidente de la Academia
Iberoamericana de Derecho del Trabajo y la Seguridad Social, que me parece
de interés, ya sea porque escrito por un venezolano que mucho aprecio, ya sea
por mantener una nota de imparcialidad en un tema no es fácil ser imparcial
(Juan Raso):
Queridos amigos: a Uds., usualmente interesados en las cosas de Venezuela, hago llegar
estas reflexiones sobre los recientes acontecimientos de mi país.
Al fallecimiento del Presidente Chávez podemos referirnos con el título de una breve
y estupenda novela de García Márques: crónica de una muerte anunciada. Pese a la
poco transparente información suministrada por el gobierno venezolano, se presumía
que Chávez estaba en una etapa terminal de su enfermedad. Su última aparición pública
fue cuando regresó por pocas horas de La Habana a despedirse y a dejar resuelto el tema
de su sucesión, haciendo entrega de la antorcha del chavismo al Vicepresidente civil
Nicolás Maduro, ante la presencia estupefacta del otro aspirante, su compañero de
aventuras militares, el Presidente de la Asamblea Nacional Diosdado Cabello. El
gobierno venezolano mintió sobre la salud de Chávez: se dijo que desde La Habana
había designado un canciller, que recibía cuentas regulares de los ministros que hasta
allí viajaban y daba las correspondientes instrucciones, incluso que había analizado
fotografías enviadas por un satélite espacial venezolano y había ordenado que se le diera
mayor uso social al mismo. Chávez, en estado de salud “delicado”, con una cánula
traqueal y sin poder hablar, seguía gobernando, según las informaciones oficiales.
Escribía cartas a mandatarios extranjeros y a cumbres internacionales; pocos días antes
de su muerte recibió cuenta de Maduro y durante cinco horas discutió con él la agenda
política y económica del país, comunicándose con su Vice-Presidente, por escrito y “por
otras vías” Pero cuando el Presidente de Bolivia, su gran amigo y correligionario Evo
Morales viajó expresamente para visitarlo y a su regreso declaró a la prensa que no
pudo verlo, se evidenció que las informaciones gubernamentales eran falsas y que
Chávez se estaba muriendo. Las mentiras del Gobierno fueron un primer paso hacia la
mitificación del Presidente: se trataba de transmitir la figura el guerrero que hasta el
momento final estuvo al frente del combate. El segundo paso fue un anuncio dado pocas
horas antes de su muerte. Maduro había convocado a Caracas el alto mando militar,
político y gubernamental del país. Evidentemente con la finalidad de anunciarles de la
inminencia de la muerte del Comandante. Pero eso no fue lo que se dijo en la rueda de
prensa que el Vice-Presidente ofreció pocas horas antes del fallecimiento. Dijo que
Chávez estaba “delicado” y que se había detectado que su cáncer había sido inoculado
por los enemigos de la revolución. A las dos horas Chávez falleció. El tercer paso hacia
la mitificación han sido sus largas exequias mortuorias y el proceso de envolvimiento
propagandístico montado alrededor de las mismas. Las radios y televisoras del país han
estado transmitiendo en cadena obligatoria durante largas horas. Se transmite la
procesión de la inmensa muchedumbre acompañando el féretro y luego en la capilla
ardiente. Se montan continuas biografías del Comandante; se le describe como un
hombre lleno de amor hacia Venezuela y el mundo; un perfecto cristiano que murió
aferrado al crucifijo.
Los dignatarios oficiales y líderes del PSUV, han sido generalmente poco dados al
culto religioso y, sobretodo, chocaron frecuentemente con la Iglesia Católica
mayoritaria en la población venezolana, en lo cual siguieron el ejemplo del
Comandante. Este, en una ocasión acusó a un Cardenal venezolano de tener al diablo
debajo de la sotana y en otra, al fallecer otro Cardenal, dijo en Aló Presidente, Velazco,
el apellido del Cardenal fallecido, ¡nos vemos en el infierno¡. Al actual Cardenal, un
hombre moderado, que nunca ha hecho uso de la diatriba política, lo acosó y lo hizo
comparecer ante la Asamblea Nacional para ser interpelado en medio del irrespeto de la
muchedumbre chavista.
Ahora, todos parecen haber experimentado un arrebato
místico: repetidas misas, oraciones comunitarias, evocaciones a Jesús, refuerzan la
mitificación de Comandante y han creado en el país una atmósfera mística en torno a
él. Aquellos chavistas “arrepentidos” que no dieron su voto por el Comandante en las
elecciones de Octubre pasado, lloran inconsolablemente su culpa. Muchos antichavistas
que en Octubre votaron en contra del Presidente Chávez, comienzan a reconocer sus
grandes virtudes. En la televisión hemos visto a su hermano mayor, Adán, Gobernador
del Estado Barinas, tierra natal de los Chávez, alternativamente sumido en llanto y
cantando emocionado con un grupo de música llanera junto al féretro. Maduro, quien se
encargó de la Presidencia de la República, ha hablado “en nombre de espíritu del
Comandante Chávez”. En fin, en pocos días, Chávez ha pasado de ser un Presidente y
líder controvertido, amado por la mitad de los venezolanos y odiado por la otra mitad, a
ser un ícono nacional, un mito reverenciado. Su cuerpo, ya lo anunció el Gobierno, no
recibirá cristiana sepultura, será embalsamado y expuesto en un museo en una urna de
cristal, a fin de que el pueblo pueda verlo de por siempre. Pronto veremos estampitas
con oraciones y con la foto de Chávez. La gente del pueblo rogará a Chávez para que
interceda ante Dios a fin de resolver sus problemas y necesidades. Esta mitificación,
claro está, produce sus dividendos políticos.
Ante este clima la oposición ha sido cauta. No puede, en este momento de profunda
emotividad, sacar a relucir todos los temas en se ha fundamentado su profunda
discrepancia con el modo en que Chávez gobernó el país y, con el resultado, que
siempre ha considerado nefasto, de sus catorce años de gestión. Henrique Capriles,
candidato presidencial que enfrentó a Chávez en Octubre pasado y sacó el 45% de los
votos contra el 55% que obtuvo Chávez (un porcentaje que supone un descenso de casi
10 puntos comparado con el obtenido en las elecciones presidenciales de 2006) y
Gobernador del importante Estado Miranda, que comprende la mitad de Caracas, leyó,
el mismo día del fallecimiento, en nombre de la Mesa de Unidad Democrática que
agrupa fuerzas opositoras del más variado espectro político, un comunicado muy
mesurado, en el cual expresa condolencias a los familiares y seguidores de Presidente
Chávez y hace un llamado al entendimiento y unidad de los venezolanos. Luego, la
oposición guardó silencio y en el país solo se oía y veía el proceso funerario que acabo
de referir. El, 8 de marzo, Capriles, sin perder la mesura, pero en un tono firme,
denunció que, a criterio de la oposición, la sentencia dictada ese día por la Sala
Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia que, dejando a un lado a Diosdado
Cabello, dice que corresponde a Nicolás Maduro encargarse de la Presidencia de la
República y convocar a elecciones presidenciales, a las cuales puede él concurrir como
candidato sin necesidad de separarse de cargo. En la noche del 8 de Marzo Maduro
asumió la Presidencia ante la Asamblea Nacional, con ausencia de la bancada de la
oposición, con la excepción de muy pocos diputados. El discurso de Maduro fue más
bien moderado, si se compara con el entorno agresivo que caracteriza la oratoria
chavista. No se puede decir lo mismo de las intervenciones de Cabello.
Hecha esta descripción de las circunstancias que estamos viviendo, termino con dos
reflexiones
Primera: ¿ Cual es el tema constitucional que se ha planteado entorno a la enfermedad
y muerte de Chávez? ¿Cómo puede avizorarse la transición en el futuro inmediato?
La Constitución Venezolana regula las hipótesis que se pueden presentar en casos de
faltas del Presidente de la República y las modalidades de su sustitución. Los artículos
229, 233 y 234 de nuestra Constitución dicen:
“Artículo 229. No podrá ser elegido Presidente o elegida Presidenta de la
República quien esté de ejercicio del cargo de Vicepresidente Ejecutivo o
Vicepresidenta Ejecutiva, Ministro o Ministra, Gobernador o Gobernadora
y Alcalde o Alcaldesa, en el día de su postulación o en cualquier momento
entre esta fecha y la de la elección.
Artículo 233. Serán faltas absolutas del Presidente o Presidenta de la
República: su muerte, su renuncia, o su destitución decretada por sentencia
del Tribunal Supremo de Justicia, su incapacidad física o mental
permanente certificada por una junta médica designada por el Tribunal
Supremo de Justicia y con aprobación de la Asamblea Nacional, el
abandono del cargo, declarado como tal por la Asamblea Nacional, así
como la revocación popular de su mandato.
Cuando se produzca la falta absoluta del Presidente electo o Presidenta
electa antes de tomar posesión, se procederá a una nueva elección
universal, directa y secreta dentro de los treinta días consecutivos
siguientes. Mientras se elige y toma posesión el nuevo Presidente o la nueva
Presidenta, se encargará de la Presidencia de la República el Presidente o
Presidenta de la Asamblea Nacional.
Si la falta absoluta del Presidente o Presidenta de la República se produce
durante los primeros cuatro años del período constitucional, se procederá a
una nueva elección universal, directa y secreta dentro de los treinta días
consecutivos siguientes. Mientras se elige y toma posesión el nuevo
Presidente o la nueva Presidenta, se encargará de la Presidencia de la
República el Vicepresidente Ejecutivo o la Vicepresidenta Ejecutiva.
En los casos anteriores, el nuevo Presidente o Presidenta completará el
período constitucional correspondiente.
Si la falta absoluta se produce durante los últimos dos años del período
constitucional, el Vicepresidente Ejecutivo o Vicepresidenta Ejecutiva
asumirá la Presidencia de la República hasta completar dicho período.
Artículo 234. Las faltas temporales del Presidente o Presidenta de la
República serán suplidas por el Vicepresidente Ejecutivo o Vicepresidenta
Ejecutiva hasta por noventa días, prorrogables por decisión de la Asamblea
Nacional por noventa días más.
Si una falta temporal se prolonga por más de noventa días consecutivos, la
Asamblea Nacional decidirá por mayoría de sus integrantes si debe
considerarse que hay falta absoluta”
Si se hubiese hecho una aplicación ortodoxa de la Constitución a las circunstancias
de la enfermedad y posterior muerte de Presidente Chávez, lo lógico hubiese sido que
con ocasión a su viaje a Cuba, el 8 de Diciembre de 2012, a fin de someterse a una
intervención quirúrgica que lo mantendría fuera del país por un tiempo indefinido ( de
hecho estuvo más de dos meses fuera), se hubiese declarado una falta temporal y el
Vice.Presidente Ejecutivo de la República hubiese asumido temporalmente la
Presidencia.
Dentro
esa perspectiva,
el 10 de Enero de 21013 fecha
constitucionalmente establecida para que el Presidente Electo Hugo Rafael Chávez
Frías se juramentase como Presidente Constitucional de la República para el período
2013-2019, al encontrarse éste postrado por una enfermedad terminal que le impedía
asumir el cargo, como efectivamente se evidenció con su posterior muerte, lo lógico
hubiese sido que se hubiese seguido el procedimiento constitucional para declarar una
falta absoluta y el Presidente de la Asamblea Nacional hubiese asumido
provisionalmente la Presidencia de la República y convocado nuevas elecciones
presidenciales. Una sentencia “complaciente” de la Sala Constitucional del Tribunal
Supremo de Justicia alteró este “iter” constitucional. La Sala dijo, un día antes de día
fijado para que el Presidente Electo se juramentase y asumiese sus funciones el
gobierno elegido para el período constitucional 2013-2019, que no había falta temporal
porque el Presidente no la había decretado y que , en virtud del principio de la
continuidad administrativa el gobierno en funciones lo seguiría siendo, de manera que,
tanto el Presidente, el Vice-Presidente Ejecutivo y el resto del gabinete gubernamental
seguiría en sus funciones hasta que fuesen debidamente reemplazados. Muerto el
Presidente Chávez mucha gente entendió que ahora era indudable que había una falta
absoluta y que, en consecuencia, por aplicación del artículo 233 constitucional,
correspondía al Presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello, asumir la
Presidencia y convocar a elecciones presidenciales. Pero en sentencia de fecha 8 de
marzo la Sala hizo nueva interpretación, esa que Capriles, en nombre de la oposición,
consideró como constitutiva de un “fraude constitucional” y declaró que, estando en
funciones el Vicepresidente Ejecutivo Maduro, le correspondía a él encargarse de la
Presidencia y que, siendo Presidente Encargado, y no ya más Vicepresidente, no le era
aplicable la prohibición constitucional que impide que el
Vice Presidente sea
candidato para Presidente. Esta interpretación no sólo es contraria a la Constitución
Nacional, sino también a la Ley Orgánica de Procesos Electorales, la cual señala que
los únicos funcionarios que pueden presentarse a una elección sin separarse de su cargo
son aquellos que ejercen cargos de elección popular que aspiran a ser reelectos.
Obviamente Nicolás Maduro no ha sido electo como Presidente de la República ni, en
consecuencia, puede decirse que su candidatura a la Presidencia de la República
constituya una aspiración a reelección en los términos de esta Ley. Es obvio que esta
sentencia se aparta de la interpretación ortodoxa de la Constitución y de la Ley. Pero
nuestra Sala Constitucional no suele ser muy ortodoxa cuando se trata de dictar
sentencias que comportan un interés político.
En todo este contexto, ¿que previsiones pueden razonablemente hacerse sobre el
futuro político inmediato de Venezuela? En primer lugar es necesario afirmar que el
fallecimiento del Presidente Chávez permitió constatar su gran popularidad y en el
importante papel que jugó en la escena internacional. Este hecho y la atmósfera mítica
creada en torno a su figura, hace previsible que, más allá de las ventajas que le otorga el
ejercicio provisional de la Presidencia, Nicolás Maduro, designado por Chávez como
heredero político y quien habla en nombre “del espíritu del Comandante”, tiene grandes
posibilidades de obtener la victoria en las próximas elecciones presidenciales, pues a
los votos que obtuvo en Octubre pasado, añadirá la de muchos “chapistas arrepentidos”,
que no votaron por el Comandante en Octubre pasado, pero que por el clima emocional
que ha creado en el país, posiblemente voten ahora por Maduro. Y quien sabe, si
muchos de los que, en Octubre votaron por Capriles, ahora se sientan inclinados a votar
por el heredero del nuevo ícono nacional o en todo caso abstenerse, para no votar en su
contra.
Siendo tales las posibilidades de triunfo de Maduro, llama la atención el empeño
oficialista, apoyado por la Sala Constitucional, de impedir que Diosdado Cabello asuma
el papel provisional de Presidente de la República que, por pocas semanas, le
correspondía en virtud de la Constitución. Esta situación evoca, por una parte a las
contradicciones internas del chavismo y por otra, a la desconfianza que la figura de
Diosdado puede despertar en los hermanos Castro, quienes ejercen una evidente
influencia en la política venezolana. Es de observar que Diosdado Cabello, que más allá
de su condición militar y de su radicalismo verbal, es conocido en el país como un
hombre de negocios, nunca había viajado a Cuba hasta finales del año pasado, cuando
fue a visitar a Chávez.
Por otra parte, cabe preguntarse, en el panorama que acabamos de describir, ¿que
papel le correspondería jugar a Capriles o a otro candidato que lance la oposición para
las próximas elecciones presidenciales? Las expectativas electorales no son buenas para
la oposición. Las elecciones han sido convocadas para el 14 de Abril, fecha aún muy
próxima al fallecimiento de Chávez y en la cual es probable que el sentimiento generado
por el mismo, prevalezca en la población, más allá de la constatación de los graves
problemas que vive el país. Por otra parte, en un proceso lectoral muy apresurado, que
contempla un plazo de de apenas diez días para la campaña electoral, el Gobierno, que
comenzó su campaña el mismo día del fallecimiento de Chávez, ejerce un gran
ventajismo. Tal perspectiva pudiese cambiar si el gobierno se viese obligado a tomar
una serie de medidas económicas impopulares, que están previstas desde hace meses,
pero que, salvo la de la devaluación de la moneda tomada en Enero pasado, han venido
siendo retardas en atención a la coyuntura político-electoral que desde hace varios
meses se anticipaba.
De allí que, a partir de la sentencia del 8 de marzo, descalificada por el propio
Capriles, hubo un sector de la oposición que ha asomado la conveniencia de que ésta se
abstenga de postular un candidato a las próximas elecciones. No se trataría de estar
ausente de un proceso electoral, abandonando espacios al oficialismo, como se hizo en
anterior oportunidad cuando la oposición no participó en elecciones parlamentarias y
todas las curules fueron ocupadas por el oficialismo, sino la de participar activamente
promoviendo la abstención, fundamentando esta posición en el “fraude constitucional”
llevado a cabo por la Sala Constitucional. En esta opción la oposición no hubiese tenido
nada que perder y lograría, con seguridad, un alto porcentaje de abstención que
contribuiría a deslegitimar el triunfo de Maduro. No obstante, otro sector de la
oposición consideró que debe irse a las elecciones presidenciales para ofrecer al
electorado una alternativa distinta al chavismo. En ese sentido los partidos que integran
la Mesa de la Unidad Democrática acordaron ofrecer a Henrique Capriles la candidatura
presidencial. Este se tomó su tiempo para evaluar la situación y decidió, aun advirtiendo
las graves irregularidades del proceso, aceptar la postulación. En esta elección Capriles,
más que con Madura, tendrá que medirse contra el fantasma de Chávez.
Por último, determinar que cambios podrán producirse en esta transición hacia un
chavismo sin Chávez es un tema de largo alcance, en relación al cual no es fácil hacer
previsiones inmediatas. Pero hay dos cosas que desde ya se pueden constatar de manera
objetiva.
En primer lugar, Maduro no podrá, desde el gobierno, ejercer un autoritarismo
personalista como el que caracterizó al Gobierno de Chávez. Más allá de las diferencias
de estilo entre ambas personalidades, en relación a las cuales Maduro hace un evidente
esfuerzo por tratar de reducirlas, a fin de parecerse lo más posible a su mentor, Maduro
carece del poder y de la formidable capacidad de liderazgo que tenía Chávez. Maduro
tendrá que moverse en un gobierno con una presencia predominante del estamento
militar, al cual él, un civil de extracción sindical, no pertenece. Al contrario de Chávez,
que imponía sin discusión sus directrices al chavismo, Maduro tendrá que buscar un
equilibrio entre las diferentes tendencias que lo conforman., Muy especialmente, tendrá
que privilegiar acuerdos con Diosdado Cabello, que en está oportunidad humildemente
le cedió el paso, renunciando incluso a su facultad constitucional de ejercer
provisoriamente la Presidencia de la República, pero que con toda seguridad no
renunciará a ejercer sus influencias en el parlamento, en el Partido, en las Fuerzas
Armadas y en la neoburgesía chavista. Tendrá que conciliar su vinculación privilegiada
con los Castro con el rechazo que entre algunos sectores chavistas genera la influencia
cubana en Venezuela. Sobre todo, tendrá que enfrentar las graves dificultades que
confronta el país, para lo cual el “espíritu del Comandante” le ayudará en los primeros
meses, pero no le servirá de mucho cuando esas duras realidades se impongan ante la
emotividad generada por la muerte de Chávez.
En segundo lugar, es evidente que Maduro asume el poder en un momento en que el
país vive grandes dificultades. El Gobierno acaba de aprobar una devaluación monetaria
de casi el cincuenta por ciento del cambio oficial del bolívar. En el ilegal pero muy
concurrido mercado paralelo la devaluación fue del más del cien por ciento. Desde el
año en que Chávez asumió el poder (1999) hasta fecha el precio oficial del bolívar se
devaluó en diez veces. Esta devaluación supone una reducción drástica del poder
adquisitivo de la población, especialmente de la población asalariada, que sufre del
embate de la inflación más alta de América Latina y una de las mas altas del mundo, al
punto que en 2012 supero el 20% y en Febrero y Marzo de 2013 ha sobrepasado el 5%.,
para una inflación acumulada de más del 600% desde que Chávez llegó al poder. La
deuda externa ha crecido de 29.067 millones de dólares en 1.999 hasta 105.799 millones
de dólares en 2012, mientras que las importaciones crecieron de cerca 15.000 millones
de dólares en 1999 a cerca de 60.000. millones de dólares en 2012. Las exportaciones
no petroleras pasaron de ser el 31,2% del total de exportaciones en 1998 al 5,2 en 2012.
Según informaciones del Banco Mundial el crecimiento económico de Venezuela en el
período 1998-2010 arroja una tasa negativa del -1,5%, mientras que el área del Caribe
durante ese mismo período creció en 6,2%. La política oficial del chavismo se ha
concentrado en el crecimiento del sector público. El sector privado se encuentra
grandemente limitado y ha disminuido notablemente tanto su aporte al empleo como a
la producción de bienes. Esto ha generado serios problemas de desabastecimiento, que
se estima crecerán en los próximos meses. Si bien las estadísticas señalan cifras
relativamente altas de empleo, las mismas se concentran en el sector público, lo cual
compensa la reducción del empleo en el sector privado. Pero esta situación de
crecimiento de los empleados gubernamentales incide notablemente en el aumento del
gasto público y consecuencialmente, en el crecimiento del déficit fiscal. En los últimos
años el país ha venido experimentado dificultades no vistas con anterioridad en el
suministro de agua y de energía eléctrica. La industria petrolera ha obtenido en los
últimos 14 años inmensos ingresos debido al considerable aumento del precio de la
cesta de petróleo venezolana, que para 1999 costaba alredor de ocho dólares el barril y
que llego a costar hasta 153 dólares, estando en la actulalidad por encima de los cien
dólares. Pero la petrolera estatal Pedevesa ha servido de caja chica al Gobierno para el
financiamiento de actividades políticas, programas sociales y ayudas al exterior. Eso ha
generado una desinversión en la industria petrolera que vive graves problemas
financieros y de producción, que afectan igualmente a las industrias gubernamentales
del acero y del aluminio. La producción petrolera venezolana está por debajo de la cuota
asignada al país por la OPEP y el gobierno venezolana se ha visto obligado en el
último año a importar combustible para el suministro interno, lo cual es especialmente
grave, porque el precio de éste al interior de Venezuela es irrisorio: con un dólar de los
Estados Unidos se pueden comprar más de doscientos litros de gasolina. A estos
problemas se agregan el de la inseguridad personal, que en las encuestas se refleja como
la principal queja de los venezolanos, el de la deficiencia en materia de infraestructura,
el de la escandalosa
corrupción y el del ineficiente manejo de programas
gubernamentales y, en general del gasto público. El Gobierno que se estrena tendrá que
enfrentar todas estas dificultades sin que se pueda contar con el particular liderazgo y
empatía con las masas populares que ayudaban al Presidente Chávez a mantener su
popularidad no obstante el cúmulo de problemas que confrontaba el país. Las
dificultades financieras que vive el Gobierno, que le han obligado incluso a vender
petróleo a futuro, podría comprometer el apoyo financiero dado a los programas de
ayuda social a la población nacional y de ayuda exterior a pueblos amigos, que fueron el
principal soporte de la popularidad de Chávez, tanto al interior como al exterior de
Venezuela.
En estas circunstancias, no es imposible que Maduro busque acuerdos básicos con la
oposición política y, más que con ella, con la otra casi mitad del país, hasta ahora
excluida por el chavismo. Así, no es descartable que la “burguesía antipatriota”, “la
derecha fascista vendida al imperio”, en fin los “escualidos” antichavistas, dejen de ser
parias y ocupen el lugar de interlocutores, odiados, tal vez, pero necesarios para
asegurar la gobernabilidad. En esta perspectiva es posible que Maduro asuma algunos
cambios en la política económica del Gobierno para tratar de reactivar la producción del
sector privado y el empleo y abastecimiento que éste puede generar. Es posible que
reduzca los gastos de asistencia económica al extranjero y que se plantee la posibilidad
de normalizar sus relaciones con los Estados Unidos que siguen siendo, no obstante la
diatriba política, el principal socio comercial de Venezuela. Todas estas son alternativas
que podría ir tomando el gobierno de Maduro, muy lentamente y presionado por los
influyentes sectores de la neoburgesía chavista. Pero hay otra perspectiva, la de que,
frente a las dificultades económicas, el Gobierno, presionado por los sectores más
radicales del chavismo, opte por a “profundización de la revolución”, tanto en los
aspectos económicos como políticos. Un gobierno más intervencionista en la economía
y con mayores restricciones en cuanto a las libertades políticas es lo que desean los
sectores más radicales del chavismo. La opción entre una y otra alternativa no
corresponderá a la sola voluntad o intención del nuevo Presidente. Será determinada
por el resultado de la confrontación entre las diversas corrientes del chavismo, por las
reacciones que la economía vaya tomando frente a las políticas oficiales y, de manera
muy relevante, por los precios del petróleo y por el estado en que se vaya encontrando
la golpeada industria petrolera.
Es más difícil aún hacer previsiones sobre la situación política de Venezuela para
2018, cuando corresponda elegir un nuevo Presidente. Pero una cosa es cierta: la
oposición tendrá más opción de derrotar a cualquier un candidato que no sea Chávez.
Barquisimeto, 10 de marzo de 213.
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