expresa agravios

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EXPRESA AGRAVIOS :
Excma. Cámara de Apelaciones:
Juan VILLAFAÑE y Marcelo Gustavo MIGUENS, ambos por su propio
derecho, con el patrocinio letrado del Dr. Matías CIMADEVILLA, con domicilio
legal constitudio y por la participación que tienen acordada en los autos
caratulados : “ VILLAFANE, Juan y otro c/DAS NEVES, Mario s/ Daños y
Perjuicios “ (Expte. Nº 143 – Año: 2010 ) a V.E. dicen;
1.- Objeto:
Que venimos en tiempo y forma
a expresar los correspondientes
agravios que nos causa la sentencia recurrida produciendo una crítica concreta
y razonada de la sentencia, en cuanto a los perjuicios que nos produce.-
2.- Expresa agravios :
1. Consideración parcial y arbitraria del alcance y contenido de la
inmunidad, establecida en los artículos 247 y 249 de la Constitución de la
Provincia del Chubut.
El artículo 247 Constitucional dispone que, “El Gobernador, el
Vicegobernador o quien los reemplace conforme a esta Constitución gozan de
completa inmunidad en sus personas y sus domicilios desde el día de su
elección al de su cese (…)”. Por su parte el artículo 249 prescribe; “Los
legisladores, los funcionarios integrantes de los Poderes Ejecutivo y Judicial,
los miembros electivos de los municipios y los representantes o dirigentes
gremiales son inviolables por las opiniones que manifiestan o por los votos que
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emiten en el desempeño de sus cargos. No pueden ser interrogados,
reconvenidos o procesados en ningún tiempo por tales causas (…)”.
Si bien es cierto que estos dispositivos legales consagran la inmunidad
de opinión de la que goza el Gobernador, no lo es menos que no pueden ser
utilizados para ampararlo de la responsabilidad que pueda caberle por
conductas maliciosas. Efectivamente, los fueros son incorporados a las
Constituciones Políticas con el objeto de garantizar la libertad de expresión,
pero en modo alguno puede permitirse que sean empleados con fines de
impunidad.
En similar sentido el artículo 68 de la Constitución Nacional dispone que,
“ninguno de los miembros del Congreso puede ser acusado, interrogado
judicialmente, ni molestado por las opiniones o discursos que emita
desempeñando su mandato de legislador”.
Se trata de amparar tanto los criterios legislativos y políticoinstitucionales, como la necesidad de los representantes de clarificar sus
propias opciones y rechazar las que considere agraviantes, para los derechos
del electorado que representa (GELLI, María Angélica, Constitución de la
Nación Argentina. Comentada y Concordada, Editorial La Ley, Buenos Aires,
2001, p. 449). La inmunidad constitucional conferida a los miembros del Poder
Legislativo, se orienta a fijar un límite preciso frente a las manifestaciones que
éstos puedan efectuar en otros ámbitos, siempre que se refieran a expresiones
políticas que incumben a su función.
Al respecto, la Corte Suprema de Justicia de la Nación ha señalado que,
“La Constitución no ha buscado garantir a los miembros del Congreso con una
inmunidad que tenga objetos personales, ni por razones del individuo mismo a
quien hace inmune. Son altos fines políticos los que se ha propuesto, y si ha
considerado esencial esa inmunidad, es precisamente para asegurar no sólo la
independencia de los poderes públicos entre si, sino la existencia misma de las
autoridades creadas por la Constitución” (CSJN, Fallos 54:432, “Alem, Leandro
N. y Candioti, Mariano N.”, 1893).
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El régimen argentino se muestra complejo en esta temática, en particular
por el sistema federal de gobierno y el principio de las autonomías provinciales,
que acarrea no sólo la existencia de inmunidades para los funcionarios del
orden Nacional, sino también para los de las provincias. A esto le debemos
sumar una suerte de sistema de tensiones, que realizan las máximas
imperantes en el tema, como son, la de preservar la labor de quienes son
elegidos como representantes por el voto popular; la que manda respetar el
libre ejercicio de la responsabilidad política concedida también por voluntad de
la mayoría, y la insoslayable independencia judicial, en contrapartida con la
necesidad de que no reine en la sociedad, una sensación de impunidad dentro
del ámbito estatal, respecto a la violación de las normativas vigentes, y el
principio rector de la igualdad ante la ley, como paradigmas del sistema
republicano (LEZANA FLORES, Luís, “Desenvolvimiento del derecho procesal
penal frente a los obstáculos fundados en privilegios constitucionales.
Antecedentes y conceptos generales”, LLNOA 2007 (octubre), p. 875).
Sin perjuicio de lo expuesto es preciso recordar que así como no existen
derechos absolutos en nuestro sistema jurídico, menos puede afirmarse
válidamente -como lo hace la sentencia- que existan privilegios absolutos. En
consecuencia la inmunidad de opinión debe ejercerse dentro de un marco
racional, que bajo ningún concepto puede justificar una lesión al derecho al
honor.
Con acierto Juan González Calderón especificaba, que el objeto de este
privilegio -haciendo referencia a las disposiciones del artículo 68 de la Ley
Fundamental- es proteger al legislador en el desempeño de su mandato
popular. Se encuentra limitado a las opiniones vertidas en el curso de la sesión
y no se extiende a lo que ha dicho fuera del ejercicio de sus funciones. No hay
razón jurídica o meramente política para extenderlo a las opiniones personales
de los miembros del Congreso. Si se les permitiera reclamar el goce de este
privilegio mas allá de ese justo límite, los legisladores disfrutarían de una
situación excepcional en la sociedad a la que pertenecen, utilizándola,
posiblemente para satisfacer sus mas extraordinarios caprichos y
desahogar sus pasiones. Además, continuaba, la libre manifestación de
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sus ideas no exime al representante de responsabilidad cuando en el
Parlamento usa palabras injuriosas contra un ciudadano o algún
funcionario público, ya que el Poder legislativo no debe convertirse en medio de
difamación impune, para herir a mansalva el honor de las personas.
(COLAUTTI, Carlos E., Inmunidades de los Funcionarios, LLBA, 2000-48).
De lo argumentado ut-supra se desprende con absoluta claridad, que si
bien la Constitución provincial le otorga al Gobernador la inmunidad sobre las
opiniones que hiciere en el desempeño de su cargo, ello está sujeto a un límite
concreto; que dichas expresiones no lesionen el honor de las personas.
En esta misma postura se enrola Sagüés, al expresar que cuando el
Pacto de San José de Costa Rica -artículo 11-, que tiene rango constitucional,
dice que toda persona tiene derecho al respeto, a su honra y su dignidad,
estaría admitiendo una tutela supranacional a favor del perjudicado por lo que
la inmunidad no sería tan ilimitada (SAGÜÉS, Néstor P., Elementos de Derecho
Constitucional, t. I, Editorial Astrea, Buenos Aires, 1993, p. 391).
Por su parte, Bidart Campos advierte que la impunidad total y absoluta
con la que un funcionario público puede injuriar, calumniar u ofender, no parece
éticamente sostenible, sino una irritante lesión de la igualdad; un cargo público
no puede proporcionar vía libre para delinquir (BIDART CAMPOS, Germán J.,
Manual de la Constitución Reformada, t. III, Editorial Ediar, Buenos Aires, 2005,
p. 82).
Dentro de este contexto no resulta admisible entonces, que en aras de
un correcto funcionamiento institucional, se legitime una conducta delictual, a
través de expresiones susceptibles de lesionar el honor ajeno. La interpretación
contraria, efectuada por el a quo, lleva al absurdo de transformar la inmunidad
legislativa, en impunidad para delinquir, lo que a todas luces resulta contrario a
la racionalidad jurídica, y repugnante a los principios de igualdad ante la Ley
garantizados por la Carta Magna.
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Los privilegios parlamentarios, en la forma y la función de garantía de
equilibrio del poder, según fueron concebidos, deben enmarcarse dentro de las
distinciones que no afectan al principio de igualdad. Se justifican en la
necesidad de proteger a los miembros del poder frente a las presiones u acoso
que pudieran sufrir de los otros poderes que integran la organización de un
Estado. Ahora bien, cuando la inmunidad permite o favorece la impunidad
toda idea relacionada al Estado constitucional de derecho encuentra su
destrucción (PIZZOLO, Calogero, “Entre la "inmunidad funcional" y la
"impunidad"”, LL 2004-C, p. 322).
En estas coordenadas la Comisión Interamericana de Derecho Humanos
enfatizó que, “cuando la inmunidad parlamentaria se traduce en completa
impunidad, como en caso de serias violaciones a los derechos humanos, ello
es inconsistente con los compromisos fundamentales del Estado bajo la
Convención (…) dicha inmunidad de permitirse, privaría a las víctimas del
derecho al remedio judicial efectivo como lo requiere el artículo 25 de la citada
Convención”
(Comisión IDH, caso "Carandirú" (Brasil), Informe 34/00, Nro
11.291, del 13 de abril de 2000, párrafo 98).
En la sentencia de marras se afirma, que la inmunidad de opinión
obedece al cumplimiento de altos fines institucionales y políticos. Sin duda, ese
ha sido el espíritu del constituyente, lo que resulta paradójico es que el
Gobernador al igual que cualquier ciudadano cuenta las herramientas legales
idóneas para imputar una conducta cuestionable, sin necesidad de recurrir a la
ofensa pública. Sirva de ejemplo, la denuncia penal efectuada por el Sr. Das
Neves y los calificativos de delincuentes, drogadictos, coimeros, que
constituyen una clara descalificación personal y nada tiene que ver con los
hechos que haya querido denunciar, ya que la denuncia la hizo y debió
limitarse a los hechos denunciados y no a descalificarnos como personas.-
Debe sostenerse como imperativo categórico, que los miembros de los
Poderes del Estado, en virtud del cargo público que desempeñan, están
obligados a dar testimonio con la propia conducta, del respeto que se debe
profesar por las leyes. Por consiguiente, no resulta coherente que con su
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propio accionar lesionen un bien jurídico tutelado constitucionalmente, tal es el
caso del derecho al honor, poniendo en evidencia un inadmisible desprecio por
los valores que hacen a la esencia misma del Estado de derecho.
Es asi como la sentencia cuestionada se aparta de los nobles fines que
tuvo en miras el constituyente proteger y de lo expresamente normado en los
tratados citados que tienen rango constuitucvional.-
2. Valoración errónea de la conexidad funcional.
En la decisión del a quo, se hace referencia a los tres elementos que
integran la inmunidad de opinión; a saber, 1) espacial o físico, 2) funcional y, 3)
tipológico. A su vez, puntualiza que la cuestión a dilucidar es si la denuncia
efectuada en sede penal, así como las manifestaciones descalificantes e
infundadas lesionantes del honor fueron realizadas en el ejercicio propio de la
función de Gobernador. Admitiendo explícitamente, que el factor concluyente
para determinar la responsabilidad o no del demandado es la conexidad
funcional, es decir el elemento funcional.
Sin embargo, en la sentencia se da por supuesto que se encuentra
comprobada la conexidad funcional, omitiendo todo tipo de fundamentación
jurídica al respecto. Por el contrario, se limita a reseñar que los actos llevados a
cabo por el accionado forman parte de su función ejecutiva, y se originan en el
seno de su ámbito funcional como gobernador de la Provincia. A mayor
abundamiento, aclara que esta circunstancia se encuentra sustentada por
nuestra parte, toda vez que en el escrito de demanda se menciona que al
momento de efectuar la denuncia penal y al de realizar las declaraciones
injuriantes el demandado se desempeñaba como gobernador.
Lo que significa que, a criterio del Juez interviniente, para acreditar el
vínculo funcional basta con que el funcionario que pretende hacer valer su
inmunidad de opinión se encuentre en ejercicio de sus funciones. Ciertamente,
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ésta no es la interpretación que la doctrina mayoritaria otorga a este elemento;
en efecto el componente funcional opera como la línea divisoria entre
inmunidad e impunidad, de lo que se desprende con claridad meridiana que la
Norma Fundamental se inclinó por la primera opción y no tuvo como propósito
otorgar un bill de indemnidad a los funcionarios públicos.
En consonancia, lo que se exige es una vinculación directa con la
función que desarrolla el funcionario, lo que en modo alguno queda
comprobado por el simple hecho que el demandado ejerza el cargo de
Gobernador.
En este sentido se pronunció la Corte Suprema de la Provincia de
Tucumán al señalar que, "la opinión extraparlamentaria tiene que haberse
producido con motivo y en ejercicio de la función que el legislador inviste. Por lo
tanto no es la dimensión espacial el criterio dirimente o decisivo para juzgar si
ciertas opiniones efectuadas fuera de la legislatura quedan excluidas o no de la
Ley penal. Lo determinante es el vínculo funcional, esto es que se verifique
inexorablemente la aludida conexidad (...) En cambio si no se advierte el
vínculo, de manera instrumental, consecuente, sin extralimitaciones,
contextuada, con la competencia típica y propia de la actividad
parlamentaria, esas expresiones en nada se diferencian con las emitidas
por cualquier ciudadano, y quien las emitió deberá hacerse cargo de las
mismas respondiendo, como cualquier ciudadano, si así lo requiere, al llamado
de la justicia” (CSJ de Tucumán, Sala Civil y Penal, “Courel Carlos S.A. s/
Calumnias e Injurias”, 2001).
En vinculación con este aspecto es relevante mencionar que, en la
causa "Marín R. c/ Fernández, P. s/querella por calumnias e injurias" (CSJN,
Fallos 327:4080, 2004) el Procurador General de la Nación entendió que no
cabía exonerar de responsabilidad a un diputado que había incurrido en
manifestaciones injuriantes realizadas en su condición de dirigente partidario y
ciudadano común y sin relación alguna con su investidura de diputado nacional.
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Este criterio jurisprudencial ha sido consolidado por el Máximo Tribunal
Federal en “Rivas”, decisorio en el que concluyó; "(...) las expresiones vertidas
en un medio periodístico por Jorge Rivas, en su carácter de legislador nacional,
guardan nexo directo con la función legislativa que desempeñaba, y prueba
inequívoca de ello son los numerosos proyectos presentados en la Cámara de
Diputados relacionados con la gestión de P.P. al frente del Banco Central (...)
como también la serie de denuncias penales efectuadas contra el nombrado
por la presunta comisión de delitos de acción pública vinculados con la
conducción de dicha entidad pública. Estos antecedentes demuestran (...) que
las expresiones no son el fruto de una crítica del querellado efectuada a título
personal, escindida del contexto de su función como integrante del Congreso
de la Nación (...)" (CSJN, Fallos 328:1893, "P. P. s/querella por calumnias e
injurias c/ Rivas, Jorge", 2005).
Estos precedentes permiten rechazar el argumento central esgrimido por
el a quo en su decisión, esto es que cualquier declaración de un funcionario
público queda amparada por el tradicional sistema de inmunidad previsto en el
sistema constitucional. Como puede observarse, existe un perímetro externo de
esta inmunidad que se vincula con el enfoque que corresponde precisar
respecto de la interpretación de la conducta de los legisladores en casos que
no se encuentran en el marco de los actos parlamentarios típicos. De no ser
así, una interpretación demasiado amplia de la cláusula llevaría a extender -sin
justificación alguna- la protección a casi todas las conductas de los
parlamentarios (RACIMO, Fernando, “El perímetro externo de la inmunidad
parlamentaria”, LL 2004-D, p. 48).
A esta misma dirección apunta la línea jurisprudencial preponderante en
Estados Unidos; la Corte norteamericana en "Hutchinson v. Proxmire" (443 US
111,1979) destacó que las inmunidades legislativas se incorporan con el fin
primordial de asegurar el buen funcionamiento del proceso legislativo, por ende
sólo protegen los actos realizados en el curso del proceso de promulgación de
una ley y, no se extiende la tutela a aquéllos que estén periféricamente
relacionados con la actividad legislativa. En forma categórica, juzgó que
únicamente gozan de esta protección los comportamientos que forman
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claramente parte del funcionamiento del proceso legislativo. Doctrina que fuera
reafirmada en los siguientes fallos; "United States v. Helstoski" (442 US 477,
1979), "United States v. Gillock" (445 US 360, 1980) y, "Bogan v. Scott-Harris"
(523 US 44, 1998).
La Corte Constitucional italiana también admitió la protección respecto
de los actos parlamentarios típicos, y la extendió a aquellas conductas
desplegadas en el curso del desarrollo de las funciones legislativas. No
obstante apunta, que la localización de una declaración en el ámbito legislativo
no basta para proteger a un parlamentario; es conditio sine qua non que se
encuadre en el ejercicio de funciones parlamentarias (Sentencia 509/2002).
Ahora bien, en relación a declaraciones injuriosas por parte de los
funcionarios en entrevistas periodísticas, el Tribunal de cita elaboró un patrón
de examen de la conducta de los parlamentarios respecto de las opiniones
formuladas fuera del ámbito legislativo propiamente dicho. El criterio central es,
que la protección del discurso corresponde cuando se demuestra la existencia
de un nexo funcional entre las declaraciones y la actividad desarrollada en su
calidad funcionario. Añadiendo que este nexo no es la simple conexión del
argumento con la actividad parlamentaria, sino que requiere algún grado de
identidad entre las declaraciones efectuadas con las expresiones de dicha
actividad. Para colegir que debe tratarse de opiniones que consistan
sustancialmente en reproducciones de las opiniones expresadas en sede
parlamentaria (Sentencias 10/2000, 58/2000 y 320/2000).
La Corte reconoce, que el cambio de la comunicación política en las
sociedades modernas requiere la extensión de la inmunidad de opinión a actos
exteriores a la sede parlamentaria. Sin embargo, aclara que la mencionada
ampliación no es automática, como se pretende en la sentencia que venimos a
impugnar, sino que está sujeta a la existencia de criterios específicos, tales
como la indentificabilidad entre las expresiones externas y la actividad
parlamentaria (Sentencias 11/2000, 56/2000 y 51/2002). Robustece este
criterio, al subrayar que no se encuentran amparadas por dicha inmunidad
aquellas expresiones evidentemente insultantes como "mafiosos" o "fascistas"
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que no tienen vinculación con las funciones del parlamentario ni mucho menos
correspondencia alguna con los actos parlamentarios típicos desarrollados en
el ejercicio de tales funciones (Sentencia 137/2001).
La Corte Europea de Derechos Humanos también se ha expedido al
respecto, entendiendo que los sistemas nacionales no pueden establecer un
marco de protección absoluta que exonere de responsabilidad a los
parlamentarios. Por consiguiente, la inmunidad de opinión será aplicable
cuando las manifestaciones estén ligadas al ejercicio de la función legislativa
stricto sensu (CEDH, "Córdova c/ Italia", 2003).
En el caso “Luque” el Alto Tribunal Federal, reconoció como una de las
restricciones que pesa sobre la inmunidad de opinión a la estrecha vinculación
que debe existir entre las manifestaciones vertidas por el funcionario y la
función que éste desempeña. Es decir, la imposibilidad de invocar el privilegio
por un representante cuando no existe relación entre los dichos vertidos y el
ejercicio de las funciones que le competen. Recordó; “(…) es doctrina de esta
Corte que en los casos que involucran a un legislador nacional la competencia
federal solo se halla justificada cuando los hechos aparecen vinculados al
ejercicio de sus funciones”. Posteriormente manifestó; “Que como se
desprende de las actuaciones, las declaraciones del entonces diputado Luque
tuvieron lugar en su residencia ante una requisitoria periodística sobre la
situación suscitada a raíz del enjuiciamiento de su hijo. En ese contexto no
puede sostenerse que exista relación alguna entre aquellas y el ejercicio de su
mandato de legislador nacional” (CSJN, Fallos 316:1050, “Luque, Ángel
Arturo”, 1993).
Esta regla tiene enorme significación por varias razones. La primera es
que responde al modelo seguido por el constituyente argentino, en virtud del
cual la inmunidad es esencialmente funcional, porque persigue el propósito de
tutelar el ejercicio de la función pública asignada a los legisladores. La
segunda, correlato de la anterior, es la de poner las cosas en su lugar, evitando
la impunidad de quien utiliza una banca para fines ajenos a la función (MIDÓN,
10
Mario A., “Prerrogativas del Congreso: reseña de las decisiones más
importantes de la Corte”, LL, Sup. Const. 2010 (agosto), p. 93).
Con excelentes lineamientos, se ha puesto de resalto la vital importancia
de atenuar o introducir gradaciones sobre el carácter absoluto que se pretende
otorgarle en el caso a las inmunidades de opinión, tendiendo especialmente en
cuenta las distintas coloraciones que tiñen y singularizan a los hechos. El
propósito sería lograr la efectivización de las responsabilidades por las
consecuencias disvaliosas de los posibles abusos poniendo en un plano de
equilibrio la inmunidad funcional con la dignidad de las personas. Este es el
camino correcto para mejorar la calidad de la democracia (LOÑ, Félix, “Las
inmunidades: un tema en ciernes”, LL 2005-F, p. 720).
Por estos fundamentos consideramos que la solución del a quo no
resulta compatible con la Constitución. Tenemos el convencimiento que las
prerrogativas que la Constitución adjudica a los funcionarios públicos no
pueden ser utilizadas con objetivos difamatorios, que resultan a todas luces
excesivos del marco de respeto y compostura dentro del cual el Gobernador
debe cumplir sus funciones. En otros términos, cuando no existe -como en
autos- una correspondencia sustancial de los contenidos de las declaraciones y
la actividad gubernamental, no hay lugar para alegar inmunidad de opinión.
Es preciso recordar, que el ordenamiento jurídico debe ser interpretado
en forma armónica, no pudiendo interpretarse las normas que integran el plexo
normativo de manera tal que aparezcan como mutuamente contradictorias. Sin
duda, la sentencia no utiliza este canon interpretativo. En sentido contrario,
parte de reconocer que las afirmaciones efectuadas por el Sr. Das Neves
pueden resultar injuriosas pero aún así se encuentran amparadas por la
inmunidad de opinión.
Textualmente sostiene el a quo; “(…) el ordenamiento positivo admite la
posibilidad de que ciertas personas, autores de hechos como los que aquí se
ventilan calificados como delitos en el ámbito territorial del país, no sean
perseguidas ni penal ni civilmente, a pesar de que a su respecto concurran
11
todas las condiciones que la ley establece para la punibilidad del delito (…)” .
Es decir que, a su criterio, la inmunidad de opinión permite el incumplimiento de
otros deberes legales como el de no violentar el honor de terceras personas.
Con la amplitud de tan generoso resguardo la inmunidad termina por
desnaturalizarse, además de tornarse vaga, imprecisa y por demás lata.
Abundando en razones, destacamos que la inmunidad de opinión fue
pensada para permitirles a los funcionarios públicos el cumplimiento de sus
funciones, pero en modo alguno se pretendió amparar que a través del ejercicio
abusivo de estos privilegios se vulneraran otros derechos reconocidos
constitucionalmente.
En síntesis, no existe fundamento jurídico razonable que permita inferir
que los términos utilizados por el Gobernador para referirse a nuestra parte tales como, “drogadicto, extorsionador, atorrante, corrupto, delincuente, matón
y coimero”, entre otros- guarden relación alguna con la función que le compete
de acuerdo al cargo público que ostenta y ni siquiera con la denuncia que
formula .-
3. Apartamiento injustificado de la Doctrina de la Real Malicia.
Si bien es cierto que en nuestro país no rige la doctrina del “stare
decisis”, es llamativo que el juez de primera instancia haya incluido entre sus
fundamentos consideraciones acerca el sistema norteamericano, y no haya
tenido en cuenta la doctrina de la real malicia que resulta conducente a la
resolución del conflicto. Máxime teniendo en cuenta que esta tesis constituye
un “estándar adquirido”, toda vez que ha sido ratificado por la Corte Suprema
de Justicia de la Nación, como también por distintos tribunales en reiteradas
oportunidades, a pesar que en Argentina no rige la obligatoriedad de los
precedentes y, de los vaivenes en la interpretación. Lo cierto es, que en la
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actualidad conserva plena vigencia, resultando aplicable como si tuvieran rango
legal.
Según esta teoría, “Debe reconocerse al debate público sobre temas de
interés general –aunque pueda afectar a un funcionario público- amplitud
suficiente, para admitir expresiones erróneas y aún falsas, si las mismas han
sido realizadas de buena fe”. Ya en la sentencia “Vago c/ Ediciones de La
Urraca” (CSJN, Fallos 314:1517, 1991), se reconoce un acercamiento directo a
la doctrina de la real malicia por parte del Máximo Tribunal, pero sólo a través
de los votos -en disidencia- de los Ministros Fayt y Barra. Cuya consagración
definitiva se produce en “Morales Solá” (CSJN, Fallos 319:2741, 1996). En
este proceso de consolidación del estándar de la real malicia en la
jurisprudencia de la Corte Suprema, cabe destacar además el fallo “Patitó c/ La
Nación” (CSJN, Fallos 331:1530, 2008).
La relación existente entre esta doctrina judicial estadounidense y las
inmunidades de opinión de los funcionarios públicos fue puesta de manifiesto
por el Fayt en autos “Cavallo, Domingo F. s/ rec. de casación” (CSJN, Fallos
327:4376, 2004). En esa oportunidad el Ministro explicaba que, “(…) las
afirmaciones erróneas son inevitables en un debate libre, y éste debe ser
protegido si la libertad de expresión ha de tener el espacio que ella necesita
para sobrevivir. La importancia de este criterio se funda en la necesidad de
evitar la autocensura y, de este modo, no desalentar el vigor de la crítica o
limitar la variedad de debate público”.
Resulta entonces propicio, mencionar que la Corte estadounidense en
el célebre caso "New York Times v. Sullivan" (376 US 254, 1964), señaló que el
principio constitucional que ella establecía era "(...) apropiadamente análogo a
la protección acordada a un funcionario público cuando él es demandado por
difamación por un ciudadano particular. En “Barr v. Matteo” (360 US 564, 1959)
esta Corte sostuvo el discurso de un funcionario federal como absolutamente
privilegiado si se hace `dentro del perímetro' de sus deberes. Los estados
conceden la misma inmunidad a las afirmaciones de sus más altos
funcionarios, aunque algunos diferencian a sus funcionarios de menor jerarquía
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y limitan el privilegio del que ellos disfrutan. Sin embargo todos sostuvieron
que todos los funcionarios están protegidos a menos que se pruebe
malicia real. Se dice que la razón para el privilegio del funcionario es que
la amenaza de juicio de daños y perjuicios de otro modo `inhibiría la
vigorosa, sin miedo y efectiva administración de las políticas del
gobierno' y 'ahogaría el ardor de todos salvo de los más resueltos o de
los mas irresponsables en el decidido cumplimiento de sus deberes'.
Consideraciones análogas apoya el privilegio de la crítica ciudadana del
gobierno. Es tanto su deber el criticarlo como lo es el deber oficial de
administrarlo (...) Como Madison dijo: `el poder de censura está en el pueblo
sobre el gobierno y no en el gobierno sobre el pueblo'. Daría a los servidores
públicos una injustificada preferencia sobre el público que ellos sirven, si los
críticos de la conducta oficial no tuvieran un equivalente razonable a la
inmunidad concedida a los propios funcionarios".
Dado que determinados funcionarios públicos poseen indemnidad por
sus dichos realizados en el ámbito de sus funciones, corresponde concluir que
las afirmaciones de hecho inexactas realizadas por un particular que afecten el
honor y la reputación de aquellos en cuestiones de interés público no deberían
dar lugar a ninguna responsabilidad civil o penal de dichos particulares a
menos que se acredite que ellos conocían la falsedad de tales afirmaciones o
que, al menos, actuaron con notoria despreocupación acerca de su verdad o
falsedad (GULLCO, Hernán, “Las indemnidades de los funcionarios y la
doctrina de la real malicia”, LL 2005-B, p. 63, -LA LEY 2005-A).
Aquí aparece el punto neurálgico de la cuestión; en atención al
rango de libertad preferida que ostenta la libre expresión de ideas en todo
sistema democrático, se entiende que en aras de salvaguardar la esencia
misma del régimen es preferible correr determinados riesgos sobre derechos
fundamentales y, no restringir severamente la libertad de expresar los
pensamientos porque de esta forma se estaría contribuyendo a silenciar las
criticas sobre la gestión gubernamental. Ahora bien, el carácter de libertad
estratégica no implica que deba tolerarse el ejercicio abusivo de la libertad de
expresión en detrimento de otros derechos constitucionales.
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Estos mismos fundamentos resultan aplicables a los supuestos de
inmunidad de expresión de los funcionarios públicos. Justamente, a fin de
coadyuvar al ejercicio pleno sus funciones, la Constitución le otorga
determinados privilegios. No obstante, ello en modo alguno habilita a éstos
agentes a realizar un abuso de los mismos para calumniar e injuriar a otros
individuos. Bajo ningún concepto puede la Constitución avalar el ejercicio
abusivo de los derechos y, menos aún el de los privilegios.
Entonces por directa aplicación de la doctrina de la real malicia, es dable
concluir que así como la libertad de expresión cede cuando el informador ha
tenido el propósito de injuriar, la inmunidad de opinión reconoce el mismo límite
y no puede avalar las calumnias o injurias vertidas por el Gobernador de la
Provincia contra nuestra parte, máxime cuando las declaraciones en nada
están relacionadas con sus funciones ejecutivas.
El juez Petracchi advirtió, con relación a las opiniones, en el precedente
“Patitó c/ La Nación” que, era reprochable el uso de palabras inadecuadas e
innecesariamente ofensivas. “El criterio de ponderación deberá estar dado,
pues, por la ausencia de expresiones estricta e indudablemente injuriantes y
que manifiestamente carezcan de relación con las ideas u opiniones que se
expongan. En otra palabras, no hay derecho al insulto, a la vejación gratuita o
injustificada”. Hipótesis que claramente se configura en autos, dado que los
términos escogidos por el Sr. Das Neves resultan innecesariamente injuriantes.
Adviértase que podría haber dado a conocer la misma situación, sin tener que
recurrir a adjetivos peyorativos como los que utilizó; asimismo, actúo con total
despreocupación en tal sentido, ya que era palmario que tales manifestaciones
iban a menoscabar el honor de las personas involucradas, por lo cual queda
acreditado el animus injuriandi.
En suma, no puede negarse que “drogadicto, extorsionador, atorrante,
corrupto, delincuente, matón y coimero” son conductas ética y socialmente
reprochables. De modo que la imputación de tales conductas tiene, por sí sola,
entidad suficiente para lesionar la honra de los aludidos.
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Señálese a todo evento, que actualmente la injuria es compatible incluso
con la duda del autor sobre el alcance desdoroso de la imputación. Basta que
el sujeto activo tenga conciencia que lo que dice es capaz de ofender la honra
o el crédito ajeno, o admitir la probabilidad de que su conducta tenga esa
capacidad y pese a ello quiera manifestarlo (RÍOS, Carlos Ignacio, “Inmunidad
de opinión del candidato a gobernador. Animus injuriandi”, LLC 2009 (abril), p.
286).
Tal como señalábamos con anterioridad en Argentina no existe, a
diferencia de los Estados Unidos la doctrina del stare decisis. Es decir, que no
pesa obligación alguna, para los magistrados de continuar la doctrina judicial
de otros tribunales, aún de la propia Corte Suprema de Justicia de la Nación,
circunstancia que redunda en detrimento del mínimo grado de seguridad
jurídica que debe existir en un Estado de derecho.
No obstante, cuando existen sobre el tema en debate posturas que
ostentan prácticamente un grado unánime de recepción por parte de los
tribunales, como es la doctrina de la real malicia, parece lógico que aquéllas
sentencias que se aparten de la misma, mínimamente fundamenten las causas
de tal decisión.
El carácter de estándar consolidado que tiene esta tesis a nivel
jurisprudencial, implica que para que los jueces puedan apartarse válidamente
de ésta, será ineludible el desarrollo de argumentos contundentes que
justifiquen tal decisión. A pesar de ello, en la sentencia del a quo directamente
se omite por completo su consideración.
Es por ello que las conductas del señor Das Neves motivaron el perjuicio
reclamado además de haber generado desembolsos de dinero para gastos
casuidicos que debimos soportar `por su irresponsabilidad y malicia.-
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4 Imposición de costas
Resulta también materia de agravios a esta parte que las costas se
impongan en el orden causado habida cuenta que ha sido esta demanda
entablada por exclusiva responsabilidad del demandado toda vez que ha sido
su conducta la que provoco esta situación de litigio y provocó los daños que se
reclaman, de allí que solicitamos que al momento de sentenciar se impongan
las costas a la accionada.-
3.- Petitorio:
Por lo expuesto de V.E. solicitamos:
1) Tenga por expresados los agravios de esta parte en tiempo y forma.2) Oportunamente al momento de dictar sentencia revoque la sentencia
cuestionada, haciendo lugar a la acción incoada con expresa
imposición de costas al demandado.-
Proveer de Conformidad
SERA JUSTICIA
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