1 JUAN SEBASTIÁN BACH, “El Músico poeta” (1685-1750) Cuando en su famoso libro sobre Bach, Albert Schweitzer lo llama “el músico poeta”, no se equivocó, pues la poesía es el lenguaje absoluto, y así lo es también el lenguaje musical de Bach, cuya fiesta-aniversario celebramos en este año 2000. Si hay algo que nos llama la atención en este genio, a quienes los alemanes llaman “das Anfgang und Ende des Musik” (el comienzo y el fin de la música…), es su religiosa frescura y el sentirlo “fácil”, cercano, afectuoso, religioso, aun en obras profanas. Bernardino Hernando dice de él: “Siempre me ha gustado comparar a Bach con la mar: tan enorme, tan caliente, tan eterna, tan permanente, tan ella misma, tan distinta cada vez. Y tan aparentemente simple. Cuando escucho decir cosas como que Bach es ‘sencillo’, me estremezco. ¡Sencillo! Lo que ocurre es que no me atrevo a asegurar que sea complicado. Bach tiene la sencillez del átomo, es decir, la infinitesimal complejidad de lo que sólo puede verse en el microscopio”. Un Bach “antes” y otro Bach “después”… ¿Antes y después de qué? No tenemos la menor duda de que desde hace mucho tiempo, Bach es considerado un puntal en la música alemana. Sin embargo, podemos decir que sólo a comienzos del s. XX se penetra en un Bach “distinto”. Y ese Bach “distinto” es el músico que llega a lo más hondo de la sensibilidad. De los más íntimos afectos. Es alguien que habla al alma, y sólo “ahí” se lo puede escuchar, entender y amar. Una vez, un diletante del género clásico que, por supuesto, creía entender mucho, contraponía a Bach con Beethoven (¡como si se pudieran contraponer!), y afirmaba que Bach era “un metrónomo”, un músico mecánico, y que en él, todo era “lo mismo”. En cambio, en el genio de Bonn uno se sentía identificado por su apasionamiento y su calor. Yo intenté -sin éxito- convencerlo de que Bach era un apasionado y tan cálido como el más cálido de los románticos. Tan afectuoso como Schubert. Tan conmovedor y tierno como podría serlo Mozart en alguna de sus Misas o en el Réquiem K. 626. Es evidente que Bach no podía hacer lo que hizo Brahms, sencillamente porque es un hijo de su cultura barroca y porque nació en el año en que nació, y no en el s. XIX. Pero quien sepa escuchar a Bach, no con las orejas, sino con los oídos del corazón, descubrirá en él a un revelador de sonidos interiores que no se conforman si no llegan a lo más profundo del alma, allí donde se gestan las respuestas: ¡y Bach es todo un “provocador” que quiere arrancar respuestas coherentes con el lenguaje con que él habla y nos habla! Quien no se haya conmovido al escuchar la Misa en Si Menor o sus Cantatas o su pequeño canto dedicado a Ana Magdalena, su esposa, Bist du bei mir (Tú estás junto a mí…), no ha entendido cuán afectuoso es este maestro de música, él mismo una epifanía viva y un ícono de realidades que valen la pena ser vividas y comunicadas. 2 Tienen un lugar privilegiado en el redescubrimento del “nuevo Bach”, el citado Schweitzer, musicólogo, organista, teólogo y misionero; Pablo Casals, celista catalán que entresacó de su música -como quien descubre mil hilos pequeños en una gruesa trama- lo que muy pocos habían visto antes, aunque estuviera en la partitura. Escuchar las Suites para cello por Casals, es un banquete espiritual y, al decir de algunos, una interpretación “romántica” de un barroco. En el mismo siglo, la eximia clavecinista Wanda Landowska, arrimó el talento y visión de nuestro compositor, para dejarnos su versión de antología del Clave bien temperado, modelo al que -en mi opinión- sólo se le puede comparar la versión “clavecinística” que nos da Friederich Gulda, en piano, donde nos muestra, casi hasta el infinito, la unidad en la variedad. Una mujer enamorada nos habla de Bach En octubre de 1707 Bach se casa con Bárbara. Enviudó y, en 1721 contrae matrimonio con Ana Magdalena. Un discípulo favorito de Bach, Gaspar Burgholt, después de mucha búsqueda, encontró a Ana Magdalena, viuda, pobre y anciana y le dijo: “¡Escriba usted una crónica sobre el gran hombre! Usted lo conoció como nadie: ¡escriba todo lo que recuerde de él! Estoy seguro de que su fiel corazón no habrá olvidado mucho. ¡Escriba usted, sobre todo, sus palabras, sus miradas, su vida y su música! ¡Los hombres desatienden hoy su recuerdo, pero no lo olvidarán para siempre! La humanidad no podrá guardar silencio sobre él durante mucho tiempo, y le quedará agradecida por lo que haya escrito”. Felizmente para nosotros, Ana Magdalena nos legó su Pequeña crónica, que es el canto no sólo de una admiradora de su esposo, sino de una enamorada. Toda su Crónica (que no es pequeña, sino extensa…), nos narra la intimidad con él, sus tareas de docencia y composición, sus giras artísticas, sus desilusiones y, como era entendida en materia de música, también habla de su música. Sería imposible en este artículo, entrar en detalles, pero es un tesoro invalorable de los innumerables momentos de felicidad que ambos compartieron, sobre todo, lo que ella cuenta de haber “trabajado infatigablemente en la paz de su hogar” y por la paz de su hogar. La música de Bach produce en nosotros lo que su persona produjo en su esposa: una honda sensación de orden y paz, de armonía y proporción, de belleza ofrendada sin equívocos ni concesiones baratas a otra cosa que no fuera la belleza misma. En un hombre religioso como lo era Bach, esa belleza era participación de la “belleza increada”. Nos dice su esposa que “era el hombre más religioso que he conocido en mi vida (…) Grabada profundamente en su corazón llevó siempre la imagen del Crucificado, y su música más noble fue el grito nostálgico que le arrancaba la visión de Cristo redivivo”. La muestra más clara son sus Pasiones, La Misa en Sí Menor y sus numerosas Cantatas, compuestas para ser interpretadas en las celebraciones luteranas, en las que aparece con claridad meridiana que Cristo fue “Alguien” en la vida de Bach. La partitura manuscrita de la Pasión según san Mateo, tiene en su margen las letras “a.d.g.” (Ad Dei gloriam, A la gloria de Dios), y se nos cuenta que una noche, Ana Magdalena se despertó y no vio a Juan Sebastián en la habitación. Vio luz bajo la puerta del dormitorio vecino, la abrió suavemente, y se conmovió ante la escena de su marido, de rodillas, 3 componiendo dicha “Pasión”, con un crucifijo delante de él y el rostro bañado en lágrimas. ¡Esto no lo hace un mecano o un metrónomo, sino un enamorado! En un poema que escribí hace algunos años y que titulé A un gran hombre llamado Juan Sebastián Bach, decía: Cantera inagotable. Fuente surgente. Catedral y partitura. Policromía y polifonía. Poema y escultura. Rosa y trigal. Arroyo que acrecienta mares sin costas, dilatados, abismales… Comienzo y fin de la música. Estallido de paz en el corazón y en un órgano de mil gargantas y en las cuerdas y en los bronces: lenguas que gustaron las alegrías del canto (…) El 28 de julio de 1750 moría en Leipzig. Hoy lo recordamos: a 250 años de su ida a la Casa del Padre, a la casa de ese Dios a quien tanto amó y a quien tan bien cantó. Bach es un músico “moderno” y universal: al escucharlo, hombres y mujeres de todo el mundo comprenden su idioma. En el lecho de muerte, Bach compuso una coral: Ante tu trono me presento. No tenemos duda de que multiplicó los talentos recibidos…