Tema 3: San Agustín

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Historia de la Filosofía 2º Bachillerato
IES Francisco Giner de los Ríos
Tema 3: San Agustín
En relación al problema del conocimiento San Agustín plantea las relaciones entre la razón y
la fe. La razón es fuente natural de conocimiento que nos permite alcanzar parcialmente la verdad
investigando. La fe es fuente de conocimiento sobrenatural que nos permite acceder plenamente a
las verdades reveladas en los libros sagrados. La razón está necesariamente de acuerdo con los
contenidos de la fe ya que sólo existe una verdad, la verdad cristiana. Ambas, además, deben
colaborar. La fe ilumina a la razón y la precede ya que es preciso creer para poder entender, puesto
que la razón humana es limitada. Por otro lado, la fe se vale de la razón ya que la comprensión
racional de la doctrina cristiana es la forma más elevada de la fe. La verdadera fe del cristiano no
debe limitarse a la fe ciega del ignorante.
Según San Agustín al conocimiento se accede a través de una dialéctica ascendente que consta
de las siguientes etapas: Primero, el conocimiento sensible, que no puede considerarse un
conocimiento fiable debido a la inestabilidad de las cosas sensibles y a que los sentidos son
engañosos. Segundo: el conocimiento racional inferior propio de las ciencias particulares que es
en parte sensible ya que se refiere a las cosas del mundo. Tercero, el conocimiento racional
superior que es puramente racional ya que trata sobre las esencias eternas. San Agustín sitúa las
esencias eternas e inmutables en la mente de Dios, ya que si son eternas e inmutables, no pueden
tener su origen en el alma humana, finita y limitada. Para resolver el problema de cómo el alma
puede conocer tales ideas si están en la mente de Dios, San Agustín elabora la Teoría de la
iluminación, según la cual el conocimiento de las ideas o esencias eternas es posible porque Dios
las ha puesto en el alma y nos permite comprenderlas iluminando nuestro entendimiento superior,
que así puede alcanzar unos conocimientos que sobrepasan sus facultades.
Respecto al problema de Dios, San Agustín afirma que la razón puede demostrar la existencia
de Dios mediante cuatro argumentos. El argumento histórico, según el cual todos los pueblos han
creído en la existencia de un Ser Supremo, prueba de que existe. El argumento psicológico, según
el cual el ser humano descubre a Dios en su alma, prueba de su existencia. El argumento
cosmológico, el orden del Universo es prueba de la existencia de su creador. Y el argumento
epistemológico: solo es posible explicar las ideas eternas en mi alma, ser finito, si las ha puesto allí
un ser infinito que me permite conocerlas iluminando mi inteligencia. Sobre cómo es Dios, San
Agustín afirma que nunca podremos alcanzar un conocimiento pleno de Dios, siendo Él infinito y
nuestro entendimiento finito, pero sí sabemos que Dios es el creador de todo ya que crea a partir de
la nada siguiendo como modelo las ideas o esencias de todas las cosas presentes en su mente desde
la eternidad. Sabemos también que Dios es inmutable, Uno, Perfecto y es el sumo Bien.
Pasamos ahora a hablar sobre el ser humano que San Agustín concibe como un compuesto de
cuerpo y alma. El alma nos hace semejantes a Dios, es inmortal y es principio vital e intelectual. El
alma se encuentra unida accidentalmente a un cuerpo mortal que no es malo en sí mismo (pues
Dios no crea nada malo) pero sí puede ser un obstáculo para la salvación del alma. En cuanto al
origen del alma, San Agustín dudó entre dos teorías. Una afirma que el alma es engendrada por los
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Unidad 3
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padres al igual que el cuerpo en el momento de la concepción y pasa de los padres a los hijos (esta
teoría explica el pecado original, mancha que se transmite de padres a hijos desde el primer pecado
de Adán y Eva). Otra teoría afirma que el alma es engendrada completamente por Dios cuando es
engendrado un nuevo ser humano (esta teoría no puede explicar el origen del pecado original, que
no puede proceder de Dios).
Por lo que respecta al destino del alma, consiste en el encuentro con Dios tras la muerte del
cuerpo. Esto nos lleva al tema de la ética ya que el fin último de la vida humana es la consecución
de la felicidad y ésta consiste en la salvación. La felicidad no es asequible en la existencia terrena.
Para salvarse hay que practicar la virtud que consiste en dar primacía al alma sobre el cuerpo. El
principal obstáculo para conseguirlo son los deseos corporales y la ignorancia, ambos efectos del
pecado original. La virtud se logra con el amor a Dios, del cual surge el amor a nuestros
semejantes, y con el esfuerzo permanente de la razón por alcanzar las verdades eternas. Además
para alcanzar la virtud se necesita la ayuda de la gracia divina pues el alma corrompida por el
pecado original no puede salvarse por sus propios medios; la gracias es un don sobrenatural que
Dios otorga gratuitamente a cambio de una fe auténtica.
San Agustín se interesó por la existencia del mal. Según él, Dios no puede haber creado algo
malo, Dios sólo crea cosas buenas, por tanto, lo que llamamos mal es simplemente una carencia de
ser. Respecto al mal moral, el que el hombre hace, es decir el pecado, es la consecuencia del libre
albedrío. Dios nos ha hecho libres para que nuestras buenas acciones tengan un gran valor pero
como contrapartida también podemos escoger voluntariamente obrar mal.
Terminamos con unas palabras sobre la política. Para San Agustín en el ser humano hay unos
intereses terrenales, unidos al cuerpo; y unos intereses espirituales, propios del alma. Pues bien, de
la misma manera la historia de la humanidad siempre ha estado dominada por este conflicto de
intereses que San Agustín expresa con la metáfora de las dos ciudades. De un lado, la Ciudad
Terrena, basada en el predominio de los intereses mundanos y de otro, la Ciudad de Dios, basada
en el predominio de los intereses espirituales, ésta está representada por la Iglesia, la comunidad de
fieles y por el imperio cristiano. Con esta metáfora vemos que San Agustín, no separa política y
religión, ya que si un Estado aspira a la justicia social debe convertirse en un Estado cristiano,
pues sólo el cristianismo hace buenos a los hombres. La Iglesia es la única comunidad perfecta y el
Estado debe inspirarse en ella. San Agustín admitió la legitimidad del Estado para exigir al
cristiano obediencia a las leyes, pero nos deja clara la supremacía del poder espiritual sobre el
temporal, es decir, la superioridad del poder del Pontífice sobre el Emperador que debe estar al
servicio del reino de Dios en el mundo, es decir, de la Iglesia.
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