COMUNIDAD DISCÍPULA DE JESÚS

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COMUNIDAD DISCÍPULA DE JESÚS
Comentarios a la ponencia del Cardenal Óscar Rodríguez
Por Mons. Julio Terán Dutari, Obispo de Ibarra
El Cardenal Óscar Rodríguez nos ha introducido magistralmente al tema del discipulado
de Jesús, cuestionándonos con la pregunta: ¿somos auténticamente discípulos suyos?
(Μαθηταì αυτοũ, según la expresión griega del nuevo testamento, v.gr. Mateo 27,64). La
expresión y su contexto evangélico indican – nos lo ha hecho sentir la ponencia – que
no se trata sólo de personas que reciben lecciones espirituales o teológicas de un
maestro o profesor (como lo había hecho antes de su conversión el mismo Pablo, a los
pies de un gran Rabí, el sabio y recto fariseo Gamaliel: Hechos 22,3). La amplitud
antropológica, teológica, espiritual y pastoral del significado de discípulos de Jesús
sólo puede atisbarse desde la inmensidad del misterio de Jesús el Cristo, quien
admitió ser el Maestro (Juan 13, 13-14), el Maestro bueno (Marcos 10,17-18) y el único
Maestro (Mateo 23,8 y 10), aceptando así ser igual a Dios (cfr. Filipenses 2,6).
El misterio de Jesús está inserto en el misterio mismo de la Trinidad de Dios, que “tanto
ha amado al mundo” (Juan 3, 16-17); la misión de Jesús Maestro, y la de los
discípulos misioneros, brota de ese misterio: Dios Padre es el que envía, el origen de
toda misión; el Hijo Jesucristo es el enviado, que a su vez envía junto con el Padre el
Espíritu; y el Espíritu Santo es únicamente enviado, es el puro don que se dio a Jesús
para la salvación del mundo, y se da a los discípulos enviados por el Maestro para
anunciar y realizar esta salvación en comunidad.
Porque los discípulos enviados forman siempre comunidad. Esta comunidad misionera
es la Iglesia, cuerpo de Cristo, animado por el Espíritu Santo. Y esta comunidad es
siempre discípula, es la discípula de Jesús. Su modelo y primigenia realización se
encuentra en María, la Madre del Señor, la que estuvo al lado del Maestro en la cruz y
estuvo en Pentecostés con los discípulos recibiendo al Espíritu Santo; la que por eso es
llamada la primera discípula y misionera (Aparecida 266 ss.).
De aquí que la Iglesia (la comunidad de los discípulos de Jesús) cumple su misión
suscitando y consolidando comunidades de discípulos – así se nos ha recordado en la
ponencia. Esto es lo que hizo la Iglesia desde el principio, como la presenta el libro de
los Hechos. Fueron los Doce, “sus Doce Discípulos” (cf. Mat. 11,1, llamados más tarde
“los doce Apóstoles”: Mateo 10,2) quienes se responsabilizaron del mandato misionero
universal de Cristo, que era el mandato de hacer discípulos a todas las gentes. Nuestro
Instrumento de Trabajo evoca ese primer momento de “los discípulos de Jesús enviados
a hacer discípulos” (IT 81-88). Las pequeñas comunidades discipulares fundadas en
virtud de este mandato eran signos vivientes de la presencia de Jesús Maestro, en cuya
doctrina vivían unidos todos, gracias a la enseñanza de los Apóstoles, compartiendo sus
bienes, porque participaban en la misma Fracción del Pan (Hechos 2,42-44). Se iba
creando así una nueva forma de humanidad, modelada por la caridad de Dios, que
abrazaba especialmente a los pobres, a los marginados de entonces e incluso a los
esclavos, tarea misionera que había que llevar a todos los confines de la tierra,
arrostrando conflictos externos y tensiones internas; tarea que culmina en el martirio,
máxima gloria del discípulo, que no es más que su Maestro (cf. Mateo 10, 24-25).
Este dinamismo de la misión desde la comunidad discípula de Jesús se continúa a lo
largo de la historia hasta el presente y tiene que caracterizar el estilo misionero de
hoy. Subyacente a este estilo misionero hay toda una Eclesiología de la Iglesia
Comunión, que recalca la dinámica entre lo universal y lo particular1, donde “la Iglesia
universal precede a las Iglesias locales, que surgen como su actuación concreta”2 y que
a su vez impulsan la misión de la Iglesia universal. La catolicidad es meta del impulso
misionero y la comunidad local de discípulos es la primera realización y el núcleo vital
de este mismo impulso. Así se destaca el puesto fundamental que hoy compete a las
Iglesias Particulares (las diócesis) en el discipulado misionero, en cuanto generadas por
éste y generadoras del mismo (IT 90-98). Concretamente, nuestras Iglesias Particulares
de América han nacido así y se han ido convirtiendo en comunidades discipulares y
misioneras que generan o regeneran otras comunidades de discípulos más allá de las
propias fronteras geográficas y culturales.
La comunidad misionera tiene que irse gestando en la formación de los discípulos
del Señor. Los aspectos fundamentales de un itinerario de formación, señalados por el
documento de Aparecida (276-285), se deben entender referidos a la misma comunidad
de discípulos y no sólo a sujetos individuales. El encuentro con Jesucristo vivo que
abre a la participación trinitaria es el origen de todo discipulado (como bien lo ha
recordado la ponencia). Siendo eminentemente personal, este encuentro está mediado
siempre de múltiples modos por la comunidad. Y por la comunidad están sostenidos
también los espacios donde se va dando este mismo encuentro, destacados por
Aparecida (246-258): la Sagrada Escritura leída en la Iglesia de manera orante, la
Liturgia, la Eucaristía, la Reconciliación, la oración individual y comunitaria, la piedad
popular, todo esto no se sostiene y perdura sino “en medio de una comunidad viva en la
fe y en el amor fraterno”, comunidad no encerrada en sí misma, por cierto, sino abierta a
“los pobres, afligidos y enfermos”, comprometida “en la defensa de los derechos de los
excluidos” (257), y comprometida asimismo en la defensa y promoción de la vida
humana en todas sus etapas y en todos los vivientes (464-469).
Dentro de la Iglesia Particular, como comunidad misionera por excelencia, encontramos
– siempre según Aparecida – los “lugares de formación para los discípulos
misioneros” (301 ss.), que equivale a decir: los espacios donde se va formando la
comunidad discipular y misionera dentro de su legítima y necesaria pluralidad y
ramificación (no en uniformismo, sino en la rica unidad de las muchas vocaciones,
ministerios, carismas y dones diversos). Se señalan allí en modo particular: la familia,
como primera escuela del discipulado, hoy tan amenazada en nuestros países, no sólo de
hecho sino por estructuras y ordenamientos jurídicos que pretenden imponerse aun
frente a las convicciones mayoritarias de la población; las parroquias, desde luego en
1
Cf. Congregación para la Doctrina de la Fe: Carta a los Obispos de la Iglesia Católica
sobre algunos aspectos de la Iglesia considerada como comunión. Roma, 28 de mayo de
1992, No. 9: “De ella [de la Iglesia de Pentecostés], originada y manifestada universal,
tomaron origen las diversas Iglesias locales, como realizaciones particulares de esa una y
única Iglesia de Jesucristo. Naciendo en y a partir de la Iglesia universal, en ella y de ella
tienen su propia eclesialidad. Así pues, la fórmula del Concilio Vaticano II: la Iglesia en y a
partir de las Iglesias (Ecclesia in et ex Ecclesiis), es inseparable de esta otra: Las Iglesias en
y a partir de la Iglesia (Ecclesiae in et ex Ecclesia). Es evidente la naturaleza mistérica de
esta relación entre Iglesia universal e Iglesias particulares, que no es comparable a la del
todo con las partes en cualquier grupo o sociedad meramente humana”.
2
Joseph Ratzinger, en: I movimenti nella Chiesa. Atti del Congresso mondiale dei movimenti ecclesiali,
Roma 27-29 maggio 1998. Coll.: Laici oggi 2, Libreria Editrice Vaticana 1999, pag. 33.
2
apertura y comunión con tantas realidades pastorales supra-parroquiales (y supradiocesanas) de la civilización urbana y globalizada; las pequeñas comunidades
eclesiales, los movimientos eclesiales y nuevas comunidades; los seminarios y casas
de formación religiosa, los establecimientos de educación católica. La iluminadora
ponencia del Cardenal Rodríguez debería provocar en todas nuestras Iglesias
Particulares de América un serio examen de conciencia respecto de la formación
concreta y efectiva para la comunidad, que estamos dando en cada uno de estos
lugares o espacios de discipulado y misión.
Para esta misma finalidad me parece oportuno completar este breve aporte evocando el
pensamiento de Benedicto XVI sobre la comunidad misionera, con el que coincide
la preocupación de Aparecida. El Santo Padre ve un vínculo esencial entre comunidad
y misión, cuando examina el fenómeno de los nuevos movimientos eclesiales, que él
considera providencial para impulsar la gran convocatoria misionera que viene desde el
Concilio Vaticano II. Ve allí un soplo del Espíritu creador, que reaviva comunidades
existentes y suscita comunidades nuevas en la Iglesia Particular, así como en la Iglesia
Universal. Acaba de expresarlo otra vez, en mayo pasado 3: “Hemos asistido al despertar
de un fuerte impulso misionero, animado por el deseo de comunicar a todos la valiosa
experiencia del encuentro con Cristo, percibida y vivida como la única respuesta
adecuada a la profunda sed de verdad y felicidad del corazón humano”4
En el mismo comienzo de este siglo XXI, el entonces Cardenal Ratzinger admitía que la
creciente secularización podría mover a los cristianos a retirarse hacia reductos
cerrados. Pero advertía que un verdadero cristiano jamás podrá olvidar que se nos ha
confiado una misión universal. Y sacaba esta conclusión: “Me parece necesario
conciliar estos dos aspectos del momento actual: reconocer que vamos hacia un
cristianismo más minoritario, que no se identifica con la cultura común; pero con
mayor razón ser conscientes de que el Evangelio se dirige a todos” 5. Y en este doble
desafío, decía, será de gran ayuda el ímpetu a la vez misionero y de empeño
comunitario, que el Espíritu Santo hace surgir en la Iglesia. Poco tiempo antes, para
subrayar que las nuevas formas de vida comunitaria en la Iglesia son misioneras por
esencia, Ratzinger había dicho que no son un fin en sí mismas, sino dan la libertad de
servir en la acción apostólica; y formulaba esta ineludible consigna: “en primer lugar
está el anuncio del Evangelio, el elemento misional”6.
3
Discurso del Santo Padre Benedicto XVI a un Seminario de Estudio para Obispos organizado por el
Consejo Pontificio para los Laicos. Sábado 17 de mayo de 2008. Cfr. en el cuarto párrafo el siguiente
pasaje: “Los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades son una de las novedades más importantes
suscitadas por el Espíritu Santo en la Iglesia para la puesta en práctica del concilio Vaticano II. … Pablo
VI y Juan Pablo II supieron acoger y discernir, alentar y promover la imprevista irrupción de las nuevas
realidades laicales que, con formas diversas y sorprendentes, daban de nuevo vitalidad, fe y esperanza a
toda la Iglesia”.
4
Ibidem, quinto párrafo.
5
Dialogo con il cardinale Joseph Ratzinger; en: Pontificium Consilium pro Laicis (ed.), I movimenti
nella sollecitudine pastorale dei vescovi. Coll: Laici oggi 4, Libreria Editrice Vaticana, 2000, pág. 225.
6
Ratzinger, I movimenti nella Chiesa, pag. 48
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