PACIENCIA. “Y tened entendido que la paciencia de nuestro Señor Jesucristo es para salvación" (2 P. 3:15). No se puede hablar de vida cristiana sin amor, ni sin gozo, ni sin paz y tampoco sin paciencia. La paciencia es una de las perfecciones de Dios que se extienden a la experiencia del cristiano por la acción del Espíritu. La Biblia enseña que el Señor es paciente cuando dice: “Mas tú, Señor, Dios misericordioso y clemente, lento para la ira, y grande en misericordia y verdad” (Sal. 86:15). La paciencia divina es el poder de control que Dios ejerce sobre sí mismo permitiéndole dar tiempo al malo, antes de castigarle. Es la capacidad que le permite soportar graves ofensas sin castigarlas inmediatamente. Por eso Moisés habla de fortaleza cuando se refiere al ejercicio de la paciencia divina: “…te ruego que sea magnificada la fortaleza del Señor como lo hablaste, diciendo: Jehová, tardo para la ira y grande en misericordia, que perdona la iniquidad y la rebelión…” (Nm. 14:16-17). En el versículo seleccionado para hoy, se habla de Su paciencia para salvación. La expresión suprema de esta perfección es que nuestro Señor encomendó al Padre su causa y se entregó voluntariamente a morir. La vida de Cristo en nosotros nos lleva a vivir también en esta dimensión. En momentos de conflicto, de dificultades, de angustia o de opresión, Dios nos fortalece en la paciencia: “fortalecidos con todo poder, conforme a la potencia de Su gloria, para toda paciencia y longanimidad”. De ahí que se nos diga: “Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia” (Col. 1:11-12). Se nos pide paciencia para con todos (1 Ts. 5:14), pero también se nos pide en todo. Es ser capaces de esperar el tiempo de Dios sin inquietarse. Incluso cuando estamos siendo tratados injustamente, porque el tiempo de la prueba es corto. “Por tanto, hermanos, tened paciencia hasta la venida del Señor” (Stg. 5:7). El cristiano es paciente porque conoce que Dios está en el control de todas sus circunstancias. El que vive a Cristo tiene la paciencia como parte inseparable de su vida. Ésta no es una actitud cobarde, ni fácil, exige resistencia y firmeza para soportar sin alterarse, sobre todo cuando tenemos que sufrir abusos, maltrato y dolor personal. Esto solo puede ser producido por Dios que nos fortalece con todo poder. Cuando más cerca estoy de Dios, cuando más tiempo paso orando, más cultivo esa fuerza interior que me ayuda a no moverme y permanecer firme. Cuando mi camino sea difícil y las preguntas sin respuesta se amontonen, seré paciente si sé que el camino de Dios es más alto que mi camino (Is. 55:8). Puedo tener fuerzas sabiendo que Dios está al lado del gusano de Jacob (Is. 41:14). Tendré la bendición de la paciencia al conocer que Dios actuó en el tiempo de nuestros padres y no fueron avergonzados (Sal. 22:4-5). La paciencia no es que no haga nada, sino que me empeñe en tres cosas: orar, confiar, y esperar. Así digo a mi Señor: “yo en ti confío… Tú eres mi Dios. En tu mano están mis tiempos” (Sal. 31:14-15). Si, Señor, bienaventurado el hombre que tiene en ti sus fuerzas. SPM